Mi marido quiere mirar
Siempre me ha gustado el sexo con maduras. Empecé por casualidad con algunas vecinas y acabé descubriendo que me excitaba mucho más liarme con una cincuentona bien conservada, que con una niñata de veinte años. Podría haberlo puesto en trios, pero creo que encaja mejor en esta categoría.
Siempre me ha gustado el sexo con maduras. Empecé por casualidad con algunas vecinas y acabé descubriendo que me excitaba mucho más liarme con una cuarentona o cincuentona o sesentona bien conservada, que con una niñata de veinte años, o tiquismiquis o muy lanzada y sin ninguna sutileza. Las maduritas son más tranquilas, más suaves, pero también más experimentadas, más dispuestas a probar cosas nuevas. Y también tienen menos soberbia y agradecen mejor el “cariño” que reciben.
Pero también es más difícil ligar con ellas, les cuesta mucho decidirse aunque su vida sexual sea una mierda, temen mucho el qué dirán. Por eso últimamente contacto con mujeres maduras a través de páginas o aplicaciones de contactos. Suelo publicar anuncios del tipo
“Chico de 25 años, simpático y atractivo, busca mujer mayor de cuarenta para disfrutar de una relación madura y responsable”.
Junto al anuncio publico una foto en la que se ve mi torso, pero no mi cara. No pretendo tener un cuerpo diez, pero no estoy mal dentro de lo normal. Delgado y bastante guapo, aunque en el anuncio solo se ve lo primero. No me va mal. No triunfo todos los días, pero tres o cuatro veces al mes hago contacto con mujeres maduras. Quedo con ellas, salimos a comer o tomar café, y si conectamos, acabamos acostándonos y disfrutando como locos. Pero no siempre ocurre. A veces no conectas con otra persona, y entonces nos limitamos a comer o tomar el café y despedirnos agradablemente, sin malos rollos. Otras veces nos atraemos, quedamos para otro día en su casa o en un hotel, y disfrutamos del sexo sin problema. Con algunas acabo siendo amigo y repitiendo muchas veces. Con otras nos vemos solo una vez o dos y nos despedimos como buenos amigos. De todas formas, este sistema me va muy bien. Yo no soy exigente. No pido un cuerpo ni una cara espectacular. Muchas mujeres mayores de cuarenta ya no son modelos ni lo pretenden. Pero a mí me gustan.
Ahora es el momento de que os explique el origen de mi deseo por las mujeres de estas edades. Yo tengo una pequeña perversión fetichista. Solo me excito y disfruto viendo disfrutar y correrse a una mujer. A cualquier mujer, tenga la edad que tenga y tenga el aspecto que tenga dentro de unos límites razonables. Es mucho más fácil hacer gozar a mujeres con cierta experiencia que a las jovencitas. Y así yo disfruto más y más tiempo.
Pero lo que quiero contaros hoy es una experiencia que tuve en uno de estos encuentros, que me descolocó bastante.
Empezó como siempre. Una mujer llamada María contestó a mi anuncio y quedamos en una cafetería del centro. Empezamos a charlar sobre temas generales. Libros, cine, arte,… Parecía una mujer culta y educada. Unos cincuenta años. Guapa. Buen cuerpo para su edad. Simpática.
Al cabo de un rato estábamos hablando en un plano más personal con total tranquilidad. La cosa había ido surgiendo sin problema, con naturalidad. Me preguntó por qué ponía estos anuncios y le expliqué que me gusta conocer gente y tener relaciones con mujeres mayores, y que esta era la mejor forma de contactar, porque no se sentían presionadas, al ser ellas las que contactaban conmigo la primera vez. Yo le pregunté a ella que la había impulsado a contestar al anuncio y entonces empezó a contarme su historia.
María está casada y adora a su marido. Pero su vida se está volviendo monótona y triste. A menudo se enfadan y discuten por tonterías. Económicamente están muy bien, pero su relación cae en picado por la rutina y el aburrimiento. Los dos fantaseaban con que ella tuviese una relación con otro hombre más joven mientras él miraba. A los dos les apetecía. Pero llevaban años hablándolo sin llegar a decidirse. Temían que al final esa fantasía acabara destruyendo su pareja, pero ahora la cosa estaba tan floja que pensaron que ya tenían poco que perder. Tras decidir hacerlo por fin, no sabían dónde buscar, porque no quería contratar un profesional. Por fin dieron con la aplicación de contactos y decidieron buscar un jovencito disponible, pero no sabían si yo estaría dispuesto a estar con una pareja. Ella me dijo:
— Elegimos tu anuncio, pero no sabíamos si querrías estar conmigo, sobre todo sabiendo que mi marido iba a mirar. No podría hacerlo si él no está presente. Por eso quedé contigo aquí. Para proponértelo. Si te apetece lo hacemos, y si no, pues encantada de haberte conocido.
Yo le contesté:
— María, la verdad es que yo puse el anuncio solo para contactar con mujeres que quisieran disfrutar. Nunca me había planteado la posibilidad de hacer un trío. No lo aguantaría. Pero creo que podría ser excitante que tu marido nos mire, siempre que no participe de ninguna manera más que mirando y además me deje hacerte a ti lo que yo quiera sin interferir. Por supuesto tú podrías negarte a hacer cualquier cosa que no te apetezca, pero él no podrá decir nada aunque no le guste lo que hacemos. Háblalo con él y si os apetece me llamas y quedamos.
— Vale, pero me has dado miedo con eso de que no pueda interferir con lo que me hagas. A ver qué piensas hacerme.
— No se trata de hacerte nada extraño, y por supuesto, si empiezo algo y no te gusta, sólo tienes que decirlo. Lo que no quiero es que tu marido esté todo el rato interfiriendo con lo que hacemos. Puede mirar si quiere, pero nada más. Si no estáis de acuerdo no hay problema. Nos despedimos como amigos y ya está.
— Ya te llamaré —contestó ella, aunque sea para despedirme.
A partir de aquí pasaron algunos sin que yo tuviese noticias de María. Ya pensaba que su marido había dicho que no, porque a ella parecía interesarle estar conmigo a juzgar por nuestra conversación. Pero al cabo de una semana recibí la llamada que esperaba de María. Creí que me llamaba para disculparse y despedirse, pero no.
— Hola, Jesús. Perdona por haber llamado antes. Pero la verdad es que llevamos cuatro días discutiendo y nos costó ponernos de acuerdo. En lo de no participar, no hay problema porque él nunca ha querido participar. Pero lo de permitir que tú me hagas lo que quieras sin poder protestar, no estaba dispuesto.
— Pues entonces no hay problema. Ha sido un placer conocerte, María.
— No es eso. Finalmente lo he convencido. La verdad es que me gustaste. Sueño con hacerlo contigo delante de él. Lo convencí de que no es que quisieras nada raro, sino que no querías que él interfiriese. Le dije que yo misma me encargaría de ponerte límites si intentabas pasarte. Hemos pensado que a lo mejor te apetece quedar el próximo sábado si puedes, ya que los dos tenemos el domingo libre.
— A mi me parece muy bien. Si aceptáis las condiciones, por mí encantado.
Me dio la dirección de su casa y quedamos el sábado a las once para tomar una copa los tres.
— Le recordé que ella podía arrepentirse en cualquier momento, sin problema. Pero que su marido solo podía arrepentirse hasta el sábado a las once menos cinco.
Llegué a su casa a lo hora de la cita. Me había vestido con ropa nueva pero informal. Un vaquero nuevo, pero con aspecto desgastado y una camiseta también nueva, bastante ceñida, que me sentaba muy bien. Podía haberme puesto un traje realmente elegante. También lo tenía, pero en este caso quería resaltar el aspecto juvenil, que era lo que yo pensaba que los atraía a ellos. Cuando llegué me estaban esperando. El llevaba un pantalón y una camisa y ella llevaba un vestido muy elegante, de color crudo, con un escote en v y una falda a medio muslo. El tejido tenía una caída espectacular. Yo diría que era de lino. Estaba guapísima. No parecía ni maquillada, pero aparentaba menos edad de la que tenía. Yo diría que se había gastado mucho dinero en la esteticista ese día. Y también en la ropa.
Me presentó a su marido:
— Este es Antonio, mi Marido —y dirigiéndose a su marido—, este es Jesús. Ella me dio dos besos y Antonio me dio la mano con educación. Después Antonio me dijo:
— La verdad es que estamos bastante nerviosos. Esta es una situación nueva para los dos y no sabemos cómo comportarnos. Estamos muy cortados.
— No te preocupes —respondí—, para mí también es una situación nueva. Yo había quedado muchas veces con mueres antes, pero nunca había quedado con una pareja. Creo que lo mejor será que nos sirvamos unas copas, y a partir de ahí charlemos los tres tranquilamente. Si vemos que la cosa no fluye me marcharé y ya está.
Nos servimos las copas y poco a poco nos pusimos a charlar. María se sentó en el sofá, junto a mí, mientras Antonio se sentaba en un sillón al lado del sofá. El ambiente se fue distendiendo y al cabo de unos minutos y un par de copas, yo contaba anécdotas sobre mis citas, algunas de las cuales habían acabado de forma bastante divertida. Nos fuimos relajando poco a poco.
Cuando vi que el ambiente estaba bastante relajado, le puse una mano en la pierna a María. Seguí charlando con naturalidad, mientras acariciaba la pierna de María hacia arriba. Antonio me miraba de reojo, pero no dijo nada. La situación había cambiado de pronto de relajada a morbosa. En ese momento decidí que ya era hora de comenzar la fiesta, así que me volví, y abrazando a María empecé a besarla en el cuello y a acariciarla suavemente con el dorso de mi mano. María se puso rígida. Por experiencias anteriores yo sabía que la mejor forma de evitar rigideces era empezar por besos suaves. Los labios tienen muchas terminaciones nerviosas y resultan muy excitantes. La besé lentamente en los labios y luego bajé suavemente por su cara hasta el cuello. Fue perdiendo rigidez y se estremeció.
Miré de reojo a Antonio. Ahora, el que estaba rígido era él. Pero cuando me vio mirarlo no dijo ni una palabra. Volví a los labios de María. Esta vez incluí la lengua en el beso. Sabía que los besos con lengua provocan un aumento de las endorfinas. Y un mayor deseo fruto de esas endorfinas. Después acerqué los labios a su oído y le pregunté:
— ¿Te apetece seguir?
Ella respondió en apenas un susurro:
— ¡No pares!
Le bajé despacio los tirantes del vestido, dejando a la vista el sujetador que llevaba. Un sujetador de encaje que levantaba hacia arriba dos pechos generosos y turgentes. Comencé a besarlos por encima del sujetador. Mientras besaba el que tenía más cerca acariciaba el otro con suavidad, bajando el sujetador para dejar el pecho al aire. Luego hice lo mismo con el otro. El sujetador elevaba aún más los pechos al colocarlo entero por debajo. María había empezado a gemir muy suavemente. Decidí que era hora de pasar al siguiente nivel.
Le dije al oído:
— Ponte de pie y quítate el vestido. Hazlo despacio. Quiero que el cornudo de Antonio vea como te desnudas para mí.
Ella titubeó un momento sonrojándose. Volví a decirle al oído:
— ¡Hazlo!
Se levantó con un solo impulso y empezó a quitarse el vestido lentamente, como si estuviera bailando. Miré a Antonio de reojo y vi que él también tenía el impulso de levantarse, pero que finalmente se volvía a dejar caer en su sillón. Después del vestido, María se soltó el sujetador y se lo quitó lentamente. Luego, sonrojándose más aún, se quitó las braguitas que llevaba. En ese momento, la vergüenza la envolvió de repente y trató de cubrirse el pecho y el pubis con los dos brazos. Yo me levanté y la abracé con cariño, apoyando su cabeza en mi hombro y quitando sus brazos para que rodeara mi cuerpo con ellos. Luego seguí besándola. Poco a poco se fue relajando. Le di la vuelta y le hice poner de frente a su marido, abrazándola por detrás, con mis brazos en su cintura, de forma que su marido podía verle los pechos y el pubis. La acaricié por toda la parte delantera, para que su marido lo viese bien. Le estrujé los pechos y le cogí el pubis con cierta fuerza.
A continuación le di la vuelta y le dije que me desnudara. De nuevo subió el rubor a sus mejillas. Pero no dudó en hacerlo. Me sacó la camiseta por la cabeza y a continuación me desbrochó y me bajó los pantalones. Me quitó los zapatos y me sacó los vaqueros. A continuación, tras un breve titubeo, me bajó también los bóxers. Mi polla estaba ya en pleno apogeo, así que en cuanto María tiró de los bóxers hacia abajo, saltó hacia adelante, quedando erguida delante de ella. María estaba en ese momento agachada quitándome la ropa. Le puse las manos en los hombros para que no se levantase y al notar la presión hacia abajo tuvo que arrodillarse. Me dejé caer sentado en el sofá, y atraje su cabeza hasta dejarla a unos pocos centímetros de mi pene. No la presioné para que lo tocara, pero era evidente lo que estaba pidiendo. Ella dudó. Yo no insistí.
Finalmente ella se acercó del todo y me dio un besito en el glande. La vi mirar de reojo a Antonio a ver cómo reaccionaba, pero él no se movía. Ella continuó besándome el glande, y empezó a lamerlo. Fue bajando por el tronco y lamiéndomela entera. Yo la hice girar un poco de forma que en vez de tapar la vista a su marido, éste pudiera ver lo que estaba haciendo. La verdad es que estaba muy excitado pensando en el cabrón que nos miraba sentado enfrente.
Ella me la chupaba como una auténtica experta. No sabía cuántas veces lo había hecho antes, pero era maravilloso. Mientras lamía y chupaba, su vista estaba concentrada mirando a su marido, y su cara de excitación era brutal viendo que él estaba también excitado. A él le brillaban los ojos y había empezado a acariciársela él mismo por encima del pantalón. Se veía que estaba muy excitado. Quizás era el momento en que más había estado excitado en su vida. Yo no entendía como Antonio podía estar excitado viendo como su mujer se la chupaba a otro tío, pero era evidente que lo estaba y mucho.
María también se había ido excitando y cada vez me la chupaba con más ganas. Se la metía hasta la garganta y ni siquiera le daban arcadas. Yo ya no podía más. La cogí del brazo y le dije que la soltase, que iba a correrme, pero ella negó con la cabeza y siguió chupando con mayor ímpetu aún. Por fin exploté en su boca. Yo esperaba que lo soltase, pero dejó que llenara su boca chupando poco a poco. Luego me soltó y abrió su boca para que viera que la tenía llena de leche. Luego se la fue tragando poco a poco saboreando con cara de lascivia, mitad dirigida hacia mí, mitad dirigida a su marido. Su marido no había podido resistir más y se había sacado la polla y se estaba masturbando lentamente.
Levanté a María y la puse en el sofá, echada hacia adelante, de forma que su sexo quedase en el borde. Le hice abrir las piernas y yo me arrodillé frente a ella, un poco de lado, para dejar espacio visual a Antonio. Empecé a acariciarle las piernas y a besarla en la cara interna de los muslos. Al mismo tiempo le iba acariciando el vientre y el pecho con las manos, apretando de vez en cuando un poco los pezones. María gemía cada vez con más intensidad. Cada beso en sus muslos la estremecía. Por fin llegué hasta su vulva y cogí entre mis labios sus labios mayores, y tiré suavemente. Ella soltó un gritito. Luego lamí la vulva y seguí tironeando con los labios de sus labios. Se abrió como una flor, dejando a la vista los labios menores, brillantes de jugos. Sujeté los labios menores con los míos y tironeé levemente. Luego fui lamiendo toda la vulva, y toda la zona adyacente sin tocar el clítoris. Le lamí también el ano, volviendo adelante y atrás. María estaba prácticamente convulsionando y gimiendo sin parar. Por fin me acerqué al clítoris y empecé a lamerlo con fuerza. María explotó en un grito de placer y tuvo un orgasmo impresionante, soltando cantidad de líquido que fue a parar a mi boca. Sabía dulce con un toque ácido. Delicioso. Después de estremecerse varias veces se quedó inmóvil, desmadejada, como muerta en el sofá. Miré a Antonio y vi que no se había corrido todavía. Se masturbaba lentamente, como intentando alargar el placer.
Preparé una copa de whisky y se la llevé a María. Le hice beber un poco y pareció despertar. Tosió un poco, pero se espabiló y salió de la especie de desmayo en el que estaba. Nunca había visto a una mujer desmayarse en un orgasmo. Ella misma cogió el vaso y dio otro trago. Los colores volvieron a su cara. Luego se abrazó a mí.
—Ha sido brutal —exclamó—. Nunca había sentido nada igual.
— ¡Qué ha tenido de especial? —pregunté yo.
— No lo sé. No es la primera vez que me lo hacen. Pero la sensación de que me lo estuviera chupando un extraño mientras mi marido miraba me ha puesto en otro nivel. Ha sido increíble.
Mientras hablábamos yo no podía resistir la tentación de acariciarla además de abrazarla. A continuación volví a besarla. Estaba empezando a excitarse otra vez. Yo ya estaba excitado antes de cuando le había lamido el clítoris, porque no había conseguido correrme, así que mi polla seguía en alto. María me puso la mano en ella y empezó a presionarla contra mi vientre. Yo no la dejé seguir. Vi que estaba bastante excitada a pesar del reciente desmayo y le dije que se echara sobre brazo del sofá, levantando el trasero hacia atrás. Me miró extrañada, pero lo hizo.
Me acerqué a ella por detrás y le pasé los dedos por el clítoris. Todavía seguía empapado, así que no lo dudé. Me acerqué y le metí la polla hasta el fondo de un golpe. Entró sin ninguna resistencia. La vagina estaba perfectamente lubricada. Empecé a bombear, pero no quería que aquello terminar así. Miré a Antonio y vi que seguía masturbándose con suavidad, para alargarlo todo lo posible. Mientras se la metía a su mujer le hice señas de que se acercara a ella. El dudó un momento, pero al final se levantó. Le hice señas de que se pusiera de pie delante de ella. Tras un titubeo, Antonio lo hizo. Entonces, sin dejar de metérsela, la cogí del pelo y adelanté su cabeza hasta tocar la polla de Antonio con los labios. Ella tenía los ojos cerrados, así que le dije:
— ¡Chúpasela al cabrón, guarra!
En ese momento se estremecieron los dos. Yo esperaba que se cabrearan los dos, pero por el contrario, el pareció encantado con el apelativo, y ella abrió los ojos y se metió la polla de su marido en la boca. Él tenía una buena polla. Quizás incluso más grande que la mía, de forma que a María le costaba más chupársela, pero lo hacía con mucho entusiasmo, coordinando mis empujones con sus mamadas.
Parecía que nos poníamos de acuerdo. La excitación de los tres no paraba de subir por el morbo que nos daba la situación. A mí me ponía ver a María chupándosela a su marido mientras yo me la follaba, a ella la excitaba estar penetrada por dos agujeros a la vez. A él por lo visto lo excitaba ver como se la follaban mientras ella le ayudaba con la boca. Por fin, como si lo hubiésemos coordinado, nos corrimos los tres a la vez. Finalmente caímos sin fuerzas en los sofás. Antonio y yo estábamos agotados. María parecía haberse desmayado de nuevo cuando se dejó caer en el sofá. Por la boca se le derramaba el semen de Antonio por la comisura mientras que de su vagina salía el mío. Antonio preparó dos copas para nosotros dos. María tenía todavía la mitad de la que le había puesto yo. Bebimos unos sorbos sin hablar ninguno de los dos mientras María se iba espabilando poco a poco.
Pensé que ya era tiempo de despedirme, antes de crear otra situación incómoda, así que lo dije en voz alta.
— Tengo que marcharme ya. Se me ha hecho tarde. Ha sido un placer conoceros.
Empecé a vestirme.
María contestó:
—Para nosotros también ha sido un placer.
— Pues nada. Si queréis volver a quedar algún día, tenéis mi número.
— Lo pensaremos. Quizás te llamemos.
Se dirigió a mí y me besó en las mejillas. Antonio también se levantó y me dio la mano. Resultaba raro saludar tan ceremoniosamente a alguien después de lo que habíamos hecho. Y también resultaba raro estar vestido mientras ellos dos seguían desnudos, pero la verdad es que había sido mi mejor polvo en años. Morboso y muy excitante. No olvidaré esta noche fácilmente, aunque nunca volvieron a llamarme.Supongo que les dio vértigo repetir, pero de lo que estoy seguro, es de que los tres habíamos tenido el mejor orgasmo de nuestra vida.