Mi marido me lleva a ver a mi amante

Noche de pasión que recuerdo con especial intensidad.

Como ya he contado varias veces, una de las razones por las que era infiel a mi pareja, Tony, era porque eso me hacía sentir mala, perversa, y es una sensación que me daba morbo. Por lo general, soy lo que se dice una buena chica. Toda mi vida lo he sido. De las que siempre siguen las reglas. En casa siempre hacía caso a mis padres (a menudo mis viejos bromeaban con que les había tocado una niña muy aburrida). En el colegio nunca me sancionaron más allá de alguna pequeña regañina por hablar con un compañero. Los profes siempre alababan mi buen comportamiento. Todos me decían lo correcta que era siempre, y eso me enorgullecía. Me gustaba que mis padres y profesores estuvieran orgullosos de mí, y que mis amigos me dijeran constantemente lo buena persona que era, pero aquello también me hacía sentir prisionera. Me daba miedo decepcionarlos, y me sentía en la obligación de actuar todo el rato como se esperaba de mí. El sexo se convirtió en mi válvula de escape. La única cosa en la que yo podía ser mala, y eso me parecía liberador.

Así que cuando conocí a Tony y empecé a salir en serio con él, y le fui infiel por primera vez, por un lado me sentí culpable pero por el otro me sentí mejor de lo que me había sentido jamás. Así pues disfrutaba siéndole infiel a Tony y así fue durante años. Luego, como ya he contado en otras ocasiones, Tony descubrió que le era infiel, y pensé que nuestra relación iba a terminar ahí. Sin embargo, para mi sorpresa, llegamos a un acuerdo; él toleraría que de vez en cuando yo tuviera aventuras siempre y cuando siguiera siendo una buena esposa en lo demás. Y así llevamos años.

Ahora que ya no puedo serle infiel, porque él acepta que tenga encuentros sexuales con otros hombres, lo que me excita, lo que me hace sentirme mala es darle celos, ponerle incómodo, llevarle al límite... Creo que a él le da cierto morbo que su esposa sea tan libidinosa, tan viciosa... Hay algo de masoquista en Tony.

Una noche comencé a arreglarme delante de él. Me había comprado esa misma tarde un precioso conjunto de lencería negra, unas finas braguitas de encaje que mis nalgas se tragaban en la parte posterior y un sujetador que elevaba mis pechos hasta ponerlos casi a la altura del cuello.

-¿Es nuevo? -observó Tony, visiblemente excitado.

-Sí, lo he comprado para Marcos -respondí tranquilamente-. He quedado esta noche con él.

-¿Marcos?

-Sí, ya te he hablado de él. El que trabaja en el banco. Es mi preferido, ¿sabes? Nadie me da tanto placer en la cama como él.

-¿Nadie? ¿Tampoco yo? -preguntó Tony, quizá herido en su orgullo.

-Nadie, cariño, tampoco tú -respondí, mientras me retocaba con maquillaje frente al espejo-. Eso no significa que no disfrute contigo, pero es que Marcos me lleva al límite. Los orgasmos con él son más intensos... Estoy ansiosa por verle.

-Parece que te gusta... -dijo Tony con un matiz de preocupación en su voz.

-Me encanta. Y me encanta cómo me besa -añadí, y luego desposite un dulce beso en la mejilla de mi marido-. Tranquilo, sólo es un amigo.

Luego me puse el vestido; un vestido negro, ceñido y muy corto. Me hacía ver como una scort de lujo, y eso era exactamente lo que buscaba. Tony seguía de pie, en la puerta del dormitorio, viendo como me vestía para Marcos, con una expresión que me pareció una mezcla de rabia, celos, preocupación y cierto morbo que nunca reconocería.

-Cariño, ¿puedes llevarme a su casa? -le pedí, con una sonrisa pícara en el rostro.

-¿Por qué no viene a buscarte él? No soy tu chófer -respondió, ofendido.

-No, eres mi marido. ¿No puedes hacerme ese favor? -insistí.

Tony resopló.

-Está bien, te llevaré. Pero a la vuelta procura llamar a un taxi.

El trayecto en coche hasta la casa de Marcos fue un tanto tenso. Los dos íbamos en silencio. Quise ahondar un poco más en la herida.

-Cariño, ¿estoy sexy? ¿Crees que le gustará?

-Supongo -se limitó a decir, encogiéndose de hombros.

-Espero que sí, aunque supongo que no duraré mucho rato vestida...

Finalmente llegamos a casa de Marcos. Yo estaba tan excitada por toda la situación que auguré una noche de lujuría para recordar. Y así fue. Marcos me recibió con un abrazo y un beso intenso en mi boca que Tony tuvo que ver desde el coche. Luego pasé al interior y la puerta se cerró a mi espalda.

Lo que le dije a Tony era cierto. Marcos era un excelente amante. Sabía besar, sabía tocar y sabía follar. Primero me puse de rodillas y le hice una excelente mamada, todavía vestida. Mis manos se aferraron a sus nalgas y mi boca subía y bajaba tragándome esa polla que tanto me gustaba. Él puso sus manos en mi cabeza, agarrándome del cabello y comenzó a guiar mis movimientos. Deje que llevara mi cabeza adelante y atrás a su gusto y me limité a cerrar mis labios en torno a su polla. Después de un instante me alzó y comenzó a desvestirme al tiempo que recorría todo mi cuerpo con sus manos. A Marcos le encantó mi conjunto de lencería comprado expresamente para él, pero me lo quitó rápidamente. Me llevó a la cama, me tumbó en ella con cierta brusquedad y se acomodó entre mis muslos, que yo abrí de par en par para recibirle. Enseguida sentí su polla entrando en mí, y en ese momento me sentí extasiada.

Después de aquel primer polvo nos quedamos en la cama hablando, desnudos, con las piernas entrelazadas. Entonces, me agarró de la mano y me condujo al baño. Yo ya sabía lo que sucedería, porque había pasado ya otras veces. No dijo nada, y yo tampoco. Simplemente me guio hasta la bañera y yo entré en ella y me arrodillé, mirándole fijamente a los ojos. Marcos agarró su miembro y lo orientó hacia mí, y unos segundos después un chorro cálido salió de él directo hacia mi boquita abierta. Aquel líquido dorado brotó de su glande hinchado hacia el interior de mi boca, que mantuve abierta en todo momento. Cuando estuvo llena, comenzó a derramarse por mi barbilla y por la comisura de la boca, y lo sentí recorriendo mi pecho. El olor era intenso, pero la excitación lo aguanta todo. Tardó unos treinta segundos. Yo mantuve mi boca abierta mientras el acababa, y luego metió su glande en mi boca para que lo chupara, cosa que hice con avidez. Después me duché mientras él me observaba con detenimientos. Luego me llevó a casa, donde me esperaba mi marido.