Mi marido es un desastre (02: Deudas de juego)

El pago de las deudas de juego no siempre es dinero.

Efectivamente, tras los primeros meses de casados, en los que, lógicamente, no todo marchó sobre ruedas, a mi marido se le ocurrió invitar a casa a los amigos. Sí, unas partiditas de cartas, tabaco y bebida. Bueno, por entonces no me pareció que fueran a ser tan coñazos. Me molestó especialmente la presencia de manolo. Me miraba como un cerdo. Salió de la habitación donde estaban encerrados un par de veces. Una a mear y como no, mojar la tapa con sus meados. Tiró la colilla al water y no tiró de la cadena. "Qué grandísimo hijo de puta estás hecho". Pensé cuando al salir me miró de arriba abajo, clavando su mirada en mi pecho y mi sexo.

El primer día dejaron una peste enorme a tabaco y el cenicero lleno de colillas. Hablé con mi marido sobre ello. En primer lugar, no deseaba que volvieran a fumar en casa. Mi marido no fumaba, y sus amigotes tampoco.

  • En segundo lugar, por favor, recoge un poquito la habitación cuando se vayan.- Mi marido asentía con la cabeza.

-Y en tercer lugar... A ver si miras con quien te juntas...-

-¿Por qué dices eso?-

  • ¡Ya sabes que Manolo no me gusta.-

Efectivamente. Manolo era un auténtico chulo que no duraría en aprovecharse de mi marido en cuanto estuviera descuidado, pero para Guillermo, Manolo era Manolo. Manolo vino a la siguiente vez que mi marido organizó una timba.

Tardaron muchísimo en salir, pero cuando salieron, mi marido estaba colorado. Salieron todos de la casa menos Ramiro, que no paraba de decirle a Guillermo que no era necesario, que no era necesario y que no era necesario . Guillermo se ponía más colorado cuando Ramiro le repetía esto. Los dos se sentaron en el salón y yo estuve esperando que se fuera el invitado, pero al final me aburrí y me metí en el baño para ducharme. Estaba un poco satisfecha por que al menos no habían fumado y mi marido parecía con intención de recogerlo todo.

De repente, cuando me estaba enjabonando, sentí que se abría la puerta del baño y cómo se asomaba alguien y me sorprendió muy desagradablemente ver a Ramiro. Me cubrí como pude.

-¿Qué haces aquí?.- Ramiro enrojeció. -

-Nada.. que Guillermo ha insistido en que entre...para saldar la deuda...-

-¡Fuera inmediatamente.- Le tiré el bote de gel que le dio en el hombro y salió precipitadamente.

-Si yo ya se lo he dicho a Guillermo, que no quería...-

Salí de la ducha y me puse la bata y al ver a mi marido le exigí una explicación. Mi marido se puso a sudar.

-Es que... he perdido todo el dinero...y lo único que he podido ofrecerle era que te viera desnuda...-

-¡Pues ya me ha visto! ¡Eres un cerdo! ¡No quiero que vengan más aquí! ¡Vete a dormir al sofá!.-

En fin, como somos las mujeres, a los dos días y con unas carantoñas estaba todo olvidado y lo peor es que cuando me dijo que si podían venir a jugar otra vez, pues va la tonta y le dice que "Bueno"

Empezaron a llegar a la reunión una noche de sábado. Casi lo que más me reventaba de todo era no poder salir esa noche, mientras mi marido se lo pasaba bien. No pensaba quedarme levantada esperando que mi marido despidiera a sus amigos, así que me acosté.

A la una de la noche, mi marido me despertó.

-Querida...Querida...Despierta...-

-¿Ya se han ido?. - Le dije adormilada.

-Veras...es que te tengo que comentar un problema...- Guillermo titubeaba

-¿Qué pasa?- Le dije algo mosqueada.

-Es que---He vuelto a perder...-

-Pues paga- y luego recapacité- ¿Cuánto has perdido?.

Guillermo miró para abajo. -Pues verás. Unas quince mil pesetas, pero he ido al cajero y se ha tragado la tarjeta...no puedo pagar y dice Ramiro que ya no se fía de mí..-

Otra vez Ramiro. No debí de tratarlo tan mal la otra noche. Ahora volvía y a cobrarse la deuda de los dos días -Y---¿Qué es lo que te ha propuesto Ramiro?-

-Pues que te acuestes con él.-

Me negué. Me suplicó. Ramiro debía de escuchar en el salón. Guillermo me dijo que estaba sólo. Los demás se habían marchado. Al final regateé. - Acepto pero si se conforma con una mamada.- Guillermo fue a consultar a Ramiro que me transmitió su aprobación.

Me miré en el espejo del dormitorio e intenté arreglarme un poco. Tenía puesto un camisón blanco que me cubría sólo hasta la mitad del muslo. Llevaba unas braguitas normales y el camisón de tirantitos dejaba clarear mi ropa interior y mis pezones.

Ramiro me miró con una expresión dura y posesiva. Yo ni le dirigí la palabra. Directamente me puse de rodillas. Le abrí la bragueta del pantalón y le trasteé en los calzoncillos hasta encontrar aquello terso y duro, que parecía un pez . Lo saqué por la bragueta. No quería darle el gustazo de que se bajara los pantalones.

Lo sentía respirar fuertemente cuando agarré aquel miembro que empezaba a dejar su consistencia de pez para tomar la de un duro salchichón al agarrarlo con toda mi mano, dejando fuera de ella solamente la cabecita roja. Luego me sentí observada por él la meter esa cabecita roja en mi boca. Pensé en mi marido. Seguro que me observaba.

Comencé a chupar aquella cabecita con los labios, en toda su extensión, frotándola. Luego, la dejé dentro de mi boca y comencé a pasear mi lengua entre los lóbulos inferiores de su glande. El chico re recostaba en el sillón, y me acariciaba el pelo. Comencé a agitar mi mano, sintiendo moverse el pellejo que cubría su pene, mientras seguía lamiendo su caramelito.

Ramiro había alargado su mano y la había colocado en mi hombro, pero la sentía deslizarse hacia el brazo y bajarme el tirante de mi camisón y deslizar su mano luego, por la parte de delante hacia mi pecho, que amasó y pellizcó con ternura. No pude evitar poner mi mejilla contra su brazo y rozarlo buscando un poco de ternura.

Ramiro se desabrochó el pantalón mientras yo proseguía y se lo fue bajando. Introduje mi otra mano en sus calzoncillos y le cogí aquellas pelotas calientes y cargadas y me puse a acariciarlas, mientras continuaba paseando mi cabecita. De repente se me ocurrió mirarle y lo ví indefenso y mirarme como un chiquillo goloso. No pude evitar entregarme a él y cerrando mis ojos, volví a engullir el capullito y todo lo que pude para sacarlo de nuevo y comencé a lamer con los labios la cabezuela y a frotarla con fuerza.

Empecé a sentir que Ramiro se agitaba y pensé que era mejor apartarme. Efectivamente, en cuanto quité mi boca empezó a manar el semen de su pene. Yo seguía ordeñándolo con las manos para vaciarlo. Ramiro se retorcía. Seguí ordeñándolo hasta que ese le acabó el semen mientras me besaba la cabeza que tenía cogidas con sus dos manos y no paré hasta que me suplicó que lo dejara ya.

Me levanté y fui a mi dormitorio como si nada. Mi marido volvió tras despedir a Ramiro y me echó el polvo de su vida.

Pero al día siguiente discutí fuertemente con mi marido y me prometió que no volvería a traer a sus amigos y que no volvería a jugar, so pena de separarnos.

Mi sorpresa fue escuchar a Manolo llamar por teléfono a mi marido a la semana siguiente. Escuchaba desde la cocina la conversación que empezaba con una negativa de mi marido, excusándose. Pero manolo era insistente, así que conseguí una victoria a medias. No jugarían en casa...Aunque mi marido iría a jugar a casa de otro amigo. "Bueno, pensé...que trague la mujer de otro".

Mi marido un día llamó para decir que tenían que celebrar algo en la empresa. Que vendría tarde. "Mentira". Pensé. Pero aquella mentira me daba pié a echarle otra bronca y evitar que se fuera con esos amigotes en futuras ocasiones. Lo dejé estar, como se suele decir.

Mi marido llegó a las tres de la mañana. Lo percibí cansado, y con cierto grado de desesperación. Me besó en la cabeza mientras me hacía la dormida. No lo solía hacer, así que sospeché que algo malo sucedía.

A la mañana siguiente Guillermo no se atrevía a mirarme a la cara, así que comencé a entresacarle cosas para descubrir que había estado jugando y echarle la bronca.

-Anoche viniste tarde...-

-Sí.-

-¿Dónde estuviste?- Silencio por respuesta.

Me adelanté.- ¡Jugando! ¿Verdad?.- Iba a empezar a echarle la bronca cuando mi marido se vino abajo y empezó a gimotear. Al final me contó lo sucedido

-Tenía unas cartas buenísimas. Iba a recuperar las cien mil pesetas que me habían sacado pero perdí la partida.-

-Total que perdiste doscientas mil pesetas.-

-Si, pero a la siguiente me salieron también muy buenas cartas...Jugué y volví a perder.- Guillermo lloriqueaba y yo lo miraba asqueado.

-Y...¿Qué perdiste entonces?.-

-Pues le prometí que te acostarías con él. Me dejó marchar y me devolvió el dinero pero a cambio tú serías suya una noche.-

-¡Una mierda! ¡Busca el dinero y se lo das!.- Me fui de la cocina dando un portazo, pero él vino detrás.

-Pero cariño...De donde voy a sacar cuatrocientas mil pesetas..-

-¡Pues hazle unas cuantas mamadas!-

-Cariño... tienes que ceder...está en juego mi prestigio...Todos mis amigos estaban delante...-

No quería ni ori hablar del tema y para colmo se me ocurrió preguntar.-¿Quién es?-

-Manolo- .

Manolo, no más ni menos que el cerdo ese. No pensaba ceder, pero desde ese momento, mi marido dejó de hablar y entró en una profunda depresión. Para colmo, Manolo empezó a decir por ahí que mi marido no pagaba las deudas. En fín, un desastre para el negocio.

Poco a poco empecé a mentalizarme de que no tendría más remedio que volver a pasar por el haro. Un día le comuniqué a mi marido que me acostaría con Manolo. La verdad es que desde ese momento esperé con ansiedad que se produciera el encuentro y al pensar en ello, me excitaba, por mucho que Manolo me repugnara.

La sorpresa fue cuando Manolo pidió que uno de los amigotes de mi marido estuviera de alguna forma presente para que todos tuvieran testigos de que Guillermo pagaba sus deudas. Me negué en rotundo, pero al final negociamos: Estaría con mi marido en una habitación contigua, desde donde se podría escuchar todo, aunque la puerta estaría cerrada.

A cambio, Manolo impuso la condición de que el encuentro sería en un apartamento que él tenía en la playa. Bueno, casi mejor. A pesar de mis sentimientos no quise que ese chulo pensara que sentía la más mínima atracción hacia él. No la sentía, sentía atracción hacia la situación. Pedí que el testigo fuera Ramiro, ya que de otra manera habría más personas que conocerían cómo me oligaba a rebajarme mi marido.

Me vestí ese día con la ropa más normal que pude, unos vaqueros, un jersey de cuello alto, unos zapatos de tacón muy normales y ropa interior de diario. No le hablé a mi marido durante el viaje. La verdad es que desde que tuve que hacerle la felación a Ramiro las conversaciones entre nosotros eran contadas y breves.

Mi marido me llevó hasta un pequeño bloques de apartamentos. Allí tenía Manolo el picadero. Manolo era un vividor, un hombre de treinta años acostumbrado a ganar, pero al que ninguna mujer aguantaba más de un par de meses. Subimos hasta su pequeño piso y allí nos esperaba, vestido con su traje, junto a Ramiro, que estaba cortado.

-¿Qué? ¿Os tomáis algo?.- Le dijo a Guillermo mientras contenía un puro entre los labios y le daba un toque el hombro a mi marido sin quitarme los ojos de encima.

-Un whisky.- Le dije a Guillermo que se estaba preparando algo para él.

. Manolo se puso a hablar de tonterias, yo le interrumpí.- Vamos al grano. ¿Dónde está el dormitorio?.-

-¡Ahhhh! Así que tenemos prisa ahora ¿No?.-

Me apuré el whisky e hice señas para tomarme un segundo pelotazo. Me lo bebí rápidamente. Era una situación tensa que al único que agradaba era a Manolo, que se ensoñoreaba.

Al final, se acabó el puro y me metí en el dormitorio. Manolo se quedó hablando con Guillermo y ramiro unos minutos mientras yo le esperaba ya desnuda y dentro de la cama.

Manolo entró y al verme dentro de la cama sonrió. Entonces empezó a desnudarse despacio. Yo observaba su cuerpo un poco entrado en carnes. Deseaba que todo pasara rápidamente o que no empezara nunca. Manolo se quedó en calzoncillos y tras cerrar la puerta se dirigió hasta la cama. Corrió la sábana que me cubría y aparecí desnuda.

Le miraba con una expresión fría, pero a él le daba igual. Era suya. Le había costado cuatrocientas mil pesetas y me tenía que aprovechar por cojones. Me exrañó que el no bebiera alcohol y la respuesta la tuve al mirar sobre la mesilla de noche una caja de viagra recién empezada.

Manolo se tendió junto a mí que permanecía inmutable, mirando al techo. Comenzó a tocarme el pecho pero no para excitarme, ni mucho menos, sino para excitarse él. Pronto lo tuve encima de mí, sin que se preocupara en que estuviera excitada o no. Tuve que abrir mis piernas y sentir sus noventa kilos. Luego, comenzó a empujar para meter su miembro. Torcí la cabeza para no tropezar con su cara y me agarré al cabecero para hacer fuerza.

Comencé a sentir que su pene me ensartaba. Abrí las piernas cuanto pude y me relajé. Pronto estaba completamente penetrada por él y mientras me besaba el cuello, comenzó a agitarse. Se agitó durante un rato para correrse. Vamos, que ni me enteré. "Tanta fachada de tío para luego ser tampoco hombre". Pensé.

Sentí como su semen me inundaba y tras estar un ratito encima mía, recuperando el aliento y besándome se echó a un lado. Hice ademán de levantarme.

-¿Dónde vas?.-

-Al baño.-

Pero al salir del baño y coger mi ropa me volvió a preguntar que donde iba.

-No. Tu no te vas de aquí hasta las cinco y media. Es lo que acordamos.- No recordaba nada así, así que debían ser tratos hechos entre él y mi marido.

Seguí vistiéndome pero Manolo se levantó de la cama y de un tirón me tiró de nuevo. Le golpeé en la espalda y grité. Manolo apareció -¿Qué cojones pasa?.-

-¡Que esta zorrita quiere irse ya!.¡Dile hasta que hora tiene que quedarse!.-

-¡No tienes por qué insultarla!...Hasta las cinco y media.- Mire el reloj. Faltaba más de una hora y cuarto hasta las cinco y media. Ramiro asomó la cabeza para dar cumplido testimonio de lo sucedido. Salieron y cerraron la puerta

Manolo agarró una silla mientras yo lo miraba expectante encima de la cama. Puso la silla frente a la cama y soltó un frase que me fastidió y que hizo que Ramiro acabara para mí para siempre. -Me han dicho que haces unas mamadas para quitarse el sombrero. Fui gateando por la cama alejándome de el pero me agarró por un pié y me llevó hasta él, sentándose. La mitad inferior de mi cuerpo salió de la cama . Manolo se puso a magrearme el culo. Y luego, me agarró de los pelos de la cabeza y oblogó a que me girara hasta colocar mi cabeza delante de su miembro, que empezaba a excitarse otra vez.

Metí su miembro en mi boca y comencé a lamerle y ordenárselo como había hecho con Ramiro, poco a poco y con mucha sensualidad. Estuve así un buen rato hasta que el señor Manolo decidió que era momento de cambiar de tercio. No se corrió, pues hacía poco que se había corrido, pero me obligó a ponerme de rodillas mirando a la cama y se tiró sobre mí, poniendo su aliento en mi cogote y metiendo su miembro por detrás en mi rajita. Comenzó a introducirla poco a poco hasta volverme a ensartar.

Manolo comenzó a moverse dentro de mí, agarrandome del pelo con fuerza y poniendo sus manos sudorosas sobre mis pechos o en mis nalgas. Yo extendía mis brazos buscando el otro borde de la cama, como queriendo escabullirme. Sentía la lengua de Manolo rozar mi espalda, lamerla. Yo también me puse a sudar esta vez.

Manolo se corrió, aunque esta vez tardó bastante más. Tardó un buen rato. Yo no conseguí correrme, aunque estaba muy excitada, pero no estaba mentalizada para tener dos orgasmos tan seguidos. Nos tumbamos en la cama y aquel hombre grosero y estúpido intentó darme conversación. Era patético, a pesar de sus buenas intenciones.

-Tu no te has corrido esta vez, ¿Verdad?.- Me dijo al cabo de veinte minutos.

-Venga, montate.- Se tiró sobre la cama y me invitó a que me colocara sobre el. Su miembro comenzaba a ponerse recto de nuevo. Me coloqué a horcajadas sobre él como si estuviera montando un caballo.

-Muévete como tu quieras.- Le cogí el consejo, poniendo mis dos manos sobre su vientre y su pecho cubierto de pelos. La sensación blanda de su barriga me agradaba. Comencé a cabalgar como su estuviera montando en uno de esos toros mecánicos que colocan en las ferias. Sentía el miembro endurecerse dentro de mí. Sentía como volvía a excitarme y esta vez estaba convencida de que me correría. Manolo tenía un buen cipote. Más grande que el de mi marido. Se me ocurrió que por que no aprovechar la ocasión, así que me entregué al coito como una hembra en celo.

-¡Qué barbaridad! ¡Qué suerte tiene este mamón!.- Dijo manolo sin duda refiriéndose a mi marido. Manolo empezó a poner cara de pucheritos y una expresión de felicidad. Sentí en mi interior salpicar su ya exiguo semen. Para mó fue la señal para terminar de dar rienda suelta a mi instinto y desencadenarme un orgasmo monumental. Comencé a chillar como una gata para que Guillermo me oyera desde la otra habitación y le causara más remordimientos de los que ya debía de tener, hasta quedar exigua y agotada.

Manolo debió de creer que los gritos me los provocaba él y estaba lleno de orgullo. Salimos de la habitación vestidos, pero antes de salir, Manolo me propuso repetirlo cuando yo quisiera. Recibió una muesca despectiva por respuesta. Salimos disparados de allí y no dijimos ni una palabra. Al llegar a casa comencé a hacer las maletas y ni sus súplicas ni sus lloros pudieron evitar que me marchar a casa de mis padres, de donde volví al cabo de tres semanas, cuando vino a buscarme con las orejas gachas y varios kilos menos. Me dio lástima y volví.

egarasal1@mixmail.com