Mi marido es mi amo, Lucía mi dueña V

La esclava recibe instrucciones para su próximo servicio.

  • Sírvenos –ordenó mi dueña con tono firme.

Inmediatamente abandoné mi postura de espera y, sin levantarme, procedí a llenar las dos copas con el fresco vino blanco que había abierto Lucía mientras servía a su amiga en el cuarto de baño. Una vez llenas y con las dos manos, ofrecí primero una de ellas a doña Marga para, a continuación, repetir lo mismo con mi señora.

  • Un brindis por las buenas esclavas – dijo mi ama mientras unía levemente su copa con la de su amiga.

  • Por las buenas esclavas –repitió Doña Marga.

Ambas llevaron el fino cristal a sus bocas y bebieron un sorbo.

  • Magnífico Chardonay , querida –observó la invitada mientras ponía su copa al trasluz- suave, ligero y fresco.

  • Gracias, amiga mía. Es una botella que tenía guardada para alguna ocasión especial y esta lo merecía. Me alegra que te guste.

Tras un nuevo sorbo por parte de las dos mujeres, se hizo un breve silencio. Yo había recuperado mi posición delante de ellas, con las manos a la espalda, las piernas ligeramente abiertas y la mirada al suelo. Notaba perfectamente que ambas me miraban. Fue doña Marga quien se dirigió a mí.

  • Bien, querida. Puesto que, hace un momento, has dado tu consentimiento, creo que es el momento de explicarte algunos detalles. Espero que prestes atención, pues no soy muy aficionada a repetir las cosas. Las normas en mi casa no son muy complicadas, pero sí soy muy exigente y rigurosa con ellas. Sé que tu ama te ha enseñado bien. Yo misma he podido comprobarlo. Así que, mientras quedes bajo mis órdenes deberás atender a las siguientes:

Lo más importante es que mis invitados son lo primero. Deberás estar especialmente atenta a que nada les falte. Cualquier necesidad o deseo deberá ser inmediatamente satisfecho. De cualquier índole. En caso de duda, y viendo como te has comportado antes, no creo que tengas problemas en salir airosa por propia iniciativa. Todos mis invitados son personas de refinada cultura y acomodada posición. Todos ellos saben tratar al servicio como corresponde. En ese aspecto espero no tener ningún problema. Los recibirás como se merecen y estarás encargada especialmente de los aseos. No podemos desaprovechar tus habilidades como “dama de toilette” – espetó la señora con énfasis-.

Mientras escuchaba sus palabras, intentaba hacerme a la idea de lo que significaba todo aquello e intentaba asimilar las consecuencias de la aceptación que había otorgado minutos antes. No parecía, aparentemente, ningún compromiso al que no me sintiera incapaz de hacer frente. Sin embargo, mi inexperiencia con personas distintas a Lucía o mi marido, exceptuando, claro está, el breve episodio acaecido hacía unos instantes con doña Marga, me producían cierto desasosiego. Por lo que sabía hasta entonces, no cabía esperar ninguna desagradable sorpresa. Además, contaba con la presencia de mi dueña, que velaría –eso esperaba- por mí. Así que fui haciéndome fuerte y continué escuchando las palabras de la señora. Una dama -¡Quién me lo iba a decir a mí!- que, hacía menos de media hora, era una auténtica desconocida a la que como mucho hubiera dado la hora o un cortés buenos días y que, momentos después, me tenía lamiendo con fruición su entrepierna. Cómo había llegado a estos extremos era algo que no había asimilado todavía, pero que dejaba fluir, dejándome llevar al descubrir, a cada paso, un mayor grado de aceptación de mí misma. Me sentía cada vez mejor. Cada grado de mayor sumisión que mi ama Lucía conseguía de mí, más libre y orgullosa me sentía. Me dispuse, pues, a continuar escuchando a la invitada de mi ama.

Con respecto a la cena- continuaba doña Marga-, te limitarás a servirla puesto que ya estará preparada con suficiente antelación. Tras los postres, servirás las copas en el salón y estarás disponible para lo que pueda surgir. Desde ese momento, podrás esperar cualquier cosa que se requiera de ti y podrás ser usada del modo que desee cualquiera de los invitados. Confío en que tu entrega esté a la altura de las expectativas que tu ama ha creado en mí. No me defraudes.

  • Será un honor servirla, señora.

  • Muy bien, pues. Creo que está todo dicho. Ahora tengo que marcharme. Tengo todavía varios asuntos que resolver. Muchas gracias otra vez, Lucía. Ha sido un rato muy agradable. En ese momento, la señora se levantó y, antes de darse los dos besos de rigor con mi ama, que se había levantado también, acercó su mano a mi cara y, sujetándome la barbilla, me dijo estas cariñosas palabras, con una amable sonrisa:

  • Eres una buena esclava. Sigue sirviendo así a tu dueña.

Se alejaron de mí dirigiéndose a la puerta del salón y, cuando ya alcanzaban el pasillo, doña Marga se detuvo y le dijo a Lucía:

  • ¡Oh!, se me olvidaba un pequeño detalle. Si no tienes inconveniente, desearía que tu esclava estuviera en mi casa con tiempo suficiente para familiarizarte con ella. ¿Te parece bien que se presente a mí antes del almuerzo?

  • Por supuesto, Marga –respondió mi señora- Descuida. Tendrás a esta zorra a tu disposición el sábado al mediodía.

Ese comentario, para mí nueva orden de mi dueña, hizo que empezara a cavilar qué nueva excusa iba a presentarle a mi marido para ausentarme el fin de semana, pues él no tenía previsto viaje alguno esos días.

Una vez se despidieron definitivamente, Lucía regresó donde yo me encontraba, todavía de rodillas y con las manos a la espalda. Se sentó o, mejor dicho, se dejó caer en el sofá y con sonrisa maliciosa me miró y me preguntó:

  • ¿Qué te parece el plan, mi amor?

  • Todo lo que mi ama disponga de mí, lo acepto. Intentaré ser digna de mi dueña, mi ama.

  • Así me gusta –me dijo mientras estiraba un pie hacia mí.

Con la punta del zapato, alcanzó mi abierta vulva, introduciéndolo ligeramente en mi vagina cuya humedad no había dejado de sentir desde que había llegado a la vivienda. Lucía siguió moviendo el zapato hacia delante y hacia atrás, alternando la introducción de la punta con presiones del empeine cubierto por el nylon de la media. La fricción con mi clítoris empezó a dar los resultados apetecidos por mi señora, quien continuó haciéndome preguntas.

  • ¿Serás capaz de servir a todos los invitados que requieran tus servicios?

  • Sí, mi ama. –Respondí inmediatamente con voz cada vez más entrecortada.

  • ¿Te excita pensar en ello?.

  • Sí, mi ama. Me excita mucho, mi ama.

  • ¿Sabes que tendrás que limpiar todos los coños de las invitadas que acudan al servicio y las pollas de los invitados que lo soliciten?

  • Sí, mi ama. Limpiaré todos los coños y las pollas que me ordenen. –Continué respondiendo cada vez con más dificultad.

Mis gemidos empezaban a escaparse de mi boca mientras mi dueña seguía restregando su zapato por mi ya encharcado coño, dejando un evidente brillo en la piel y en la media.

  • ¡Mira cómo se pone la muy zorra en cuanto le insinúas la posibilidad de amorrarse a un coño o meterse una polla en la boca!. Lo cierto es que no puedes ser más puta. ¡Y cómo me gusta!.

De improviso, mi dueña retiró el mojado zapato de mi vulva y me ordenó que se lo quitara. Inmediatamente obedecí. A continuación me ofreció el otro pie e hice lo mismo. En ese momento, dobló sus rodillas y colocó ambos pies en el borde del asiento del sofá, a la vez que adelantaba ligeramente sus caderas. Ese movimiento provocó que los vuelos de su falda se deslizaran por sus muslos hasta la cintura, dejando a la vista su entrepierna cubierta por unas de esas preciosas bragas de muselina que tanto le gustaban.

Separó sus piernas y dijo con voz autoritaria:

  • Ya que eres una zorra comecoños, ¡empieza a trabajar!.

A la orden de mi dueña, me abalancé sobre la entrepierna de mi ama y señora y comencé a besar y lamer la ligera y suave tela de unas bragas que careciendo de refuerzo, se transparentaban del todo y me permitían contemplar el precioso coño de mi ama y transmitir sin ningún impedimento los movimientos de mi lengua a través de la tela sin necesidad de retirarla. Inmediatamente pude notar la evidente excitación de mi señora al empezar a recoger sus efluvios con la lengua. En pocos segundos, la cantidad de flujo que segregaba el adorado coño de mi dueña, fue impregnando la delgada tela y empezó a mojar mi rostro. Fue en ese momento cuando hice el ademán de quitárselas. Mi ama, entonces, reaccionó rápidamente y me espetó, entre jadeos:

  • Ni se te ocurra distraerte. Déjamelas así y continúa tu trabajo.

Seguí, pues, pasando mi lengua por encima de las bragas por todo el perineo y la vulva, deteniéndome en el clítoris. Alternaba todo ello con breves incursiones por las ingles, jugando con el elástico de tan bonita prenda y volviendo a los labios menores. No sin dificultad, conseguía presionar con la lengua a modo de ariete y penetrar ligeramente en la vagina. En cada intento, recogía una nueva oleada del flujo que, sin solución de continuidad, seguía brotando de la saturada vagina de mi ama Lucía. Pocos segundos después, provoqué lo inevitable y mi señora empezó a convulsionar al tiempo que apretaba sus muslos contra mis orejas. Tuve suerte de, adivinando lo que se me venía encima, inspirar profundamente antes de que mi ama se corriera en mi cara. De no haber sido así, me hubiera visto en un aprieto. Me mantuve, entonces, y aguantando al máximo la respiración, inmóvil mientras mi señora recuperaba su presencia de ánimo. Por suerte, relajó prontamente la presión de sus piernas y me dejó libres mis vías respiratorias.

  • Qué buena zorra eres, mi amor. Sabes cómo hacer gozar a una mujer.

Me incorporé y recuperé mi posición de espera, arrodillada como estaba. Mi ama me miraba fíjamente y entonces, en un rápido movimiento, se quitó las bragas. Puso los pies en el suelo y se incorporó hacia delante enseñándome la íntima prenda sujetándola con ambas manos. En ese momento, se le dibujó una de sus maliciosas sonrisas y, sorprendiéndome, colocó sus bragas en mi cabeza a modo de careta, de tal modo que la parte empapada de la entrepierna quedara exactamente a la altura de mi boca y nariz. Se levantó del sofá y, ente carcajadas, mi ama me ordenó que me subiera en el sofá arrodillada y apoyara los brazos en el borde del respaldo. Todo el aire que respirara en esos momentos tenía que pasar a través del filtro que suponía la tela impregnada con los efluvios de mi señora. Su penetrante aroma me tenía embriagada. Al mismo tiempo mi lengua no dejaba de pasar una y otra vez por esa porción de tela que tenía el honor de cubrir y proteger el, tan venerado por mí, monte de Venus de mi dueña.

  • Abre las piernas, zorra que te voy a dar tu premio. –Ordenó con tono autoritario.

Obedecí sabiendo lo que venía a continuación. Como había establecido tiempo atrás mi señora, me dispuse a recibir mi esperada recompensa. Instantes después, mi chorreante coño recibió el grueso falo del strap-on que tanto ansiaba. Mi señora me cabalgó, como en tantas otras ocasiones hasta que, con su permiso, me corrí entre dulces espasmos de placer. Instantes después, una vez recuperada de mi intenso orgasmo, mi ama me ordenó que me quedara quieta. Ella se desabrochó las correas con las que se sujetaba el falso pene y se separó de mí dejándomelo insertado. A continuación dio unos pasos hacia atrás y volvió a reír. Lo cierto es que la imagen que contemplaba no podía ser más grotesca. Una mujer desnuda y despatarrada con un extraño consolador insertado en su coño y las bragas de sombrero. Sin dejar de reírse, mi ama Lucía salió del salón y regresó un minuto después con su cámara de fotos y comenzó a dispararla tomando varias instantáneas desde distintos  ángulos. Dando por terminada la sesión, me extrajo el strap-on y, quitándome sus bragas de la cara, me lo dio a limpiar. Una vez que mi saliva hubo impregnado todo el falo, lo secó en mis pechos. Después de eso, me sujetó la barbilla con una mano y, tras mirarme a los ojos con expresión complaciente, me besó con uso de sus profundos y húmedos besos. Cuando estimó que era suficiente, se separó y me dijo con un susurro:

  • Mientras me doy una ducha, prepara algo de cenar.