Mi marido es mi amo, Lucía mi dueña IV

La visita comprueba el potencial y posibilidades de la esclava

  • Se trata de una de las periódicas reuniones de nuestro club. No más de diez personas a las que nos une el placer de la dominación. De forma alterna, nos reunimos a cenar en el domicilio de uno de nosotros. Una cena formal, en la que se siguen estrictamente las normas establecidas por el anfitrión, pero una simple cena al fin y al cabo. El problema radica en que me corresponde a mí ofrecer mi casa para la próxima reunión y me encuentro con dificultades para completar el servicio. Comenté el asunto con tu dueña y ella se ha ofrecido a ayudarme. Me ha hablado muy bien de ti y, puesto que, según parece, ha logrado que alcances un alto grado en tu nivel de sumisión, cree es una gran oportunidad para ti y ha accedido a cederte a mí para la ocasión. Puesto que esta sería tu primera experiencia con extraños, y para tu tranquilidad, debes saber que tu ama será una de las invitadas y estará presente en la velada. No obstante, y tras hablarlo con ella, he querido escuchar tu consentimiento de tu propia boca.

Escuchando las palabras de doña Marga, algunas de mis preguntas fueron obteniendo respuesta pero inmediatamente surgían a borbotones otras nuevas. Tal eclosión de ideas y sentimientos provocaron una seria conmoción en mi mente. Inmediatamente, mi cerebro envió una serie de órdenes y mi cuerpo respondió rápidamente a ellas. De forma automática y consecutiva, se me puso la piel de gallina, se me erizó el vello, mis pezones se endurecieron y un escalofrío recorrió todo mi ser, haciendo que me estremeciera de modo evidente. Por otro lado, y al mismo tiempo, mi excitación sexual fue en aumento, haciéndose más evidente la humedad de mi entrepierna. Este contraste fisiológico reflejaba fielmente mi situación mental. De una parte la sensación de desasosiego provocado por lo desconocido, y de otra el deseo sexual de nuevas experiencias, al que se unía el íntimo deseo de agradar a mi dueña obedeciéndola y correspondiendo a sus deseos, junto al tímido orgullo de sentirme capaz de cumplir las expectativas depositadas en mi persona, hacían que no supiera qué decir. Sin mover la cabeza moví mis ojos hacia mi dueña, suplicando ayuda. Mi ama recogió mi solicitud y respondió a ella.

  • Tienes permiso para hablar y preguntar lo que quieras saber.

  • Gracias, mi ama –respondí rápidamente.- Gracias señora, por considerarme digna de servirla –continué dirigiéndome a doña Marga- pero quisiera, con su permiso, conocer cuáles serían las condiciones de tal servicio, qué se espera de mí, hasta dónde se podría llegar y si mi identidad puede ser puesta en evidencia.

Mis palabras provocaron en ambas mujeres una comprensiva sonrisa. Con voz tranquilizadora, la amiga de mi dueña respondió a mis inquietudes.

  • No debes temer por nada. Como te he dicho, se trata de una simple reunión de amigos. Servirás a los invitados como camarera y estarás pendiente de que se encuentren cómodos. Por supuesto, no se te exigirá nada que tu dueña no haya permitido previamente. Con respecto a tu identidad, no te preocupes. Dudo que conozcas a ningún otro miembro del club o que alguno de ellos te conozca a tí. De todas formar, una de nuestras señales de identidad es la estricta y rigurosa discreción. Nada de lo que ocurre en el club trasciende. ¿No es cierto querida Lucía?.

  • Así es –respondió mi dueña- En ese aspecto, debes estar tranquila, mi amor. Yo estaré allí comprobando tus progresos y tus aptitudes como sumisa esclava. Le he dado garantías de que eres capaz de ello. Lo harás muy bien, estoy segura.

Después de esas tranquilizadoras palabras, el sentimiento de orgullo como servidora de mi ama se hizo más fuerte que mis reparos y, tras unos segundos de silencio durante los cuales seguía meditando mi respuesta, la voz de Doña Marga sonó de nuevo.

  • Entonces, ¿Cuál es tu respuesta?.

  • Esta humilde esclava obedece a todo lo que mande su Ama y Señora. Si ella considera que soy digna de servirle a usted, estoy a su disposición para lo que ordene.

  • ¡Excelente! -exclamó entonces doña Marga.- Asunto, por tanto, resuelto. Será una gran experiencia para todos. Espero que hagas sentirse orgullosa a tu dueña.

En ese momento, la invitada de mi ama se giró hacia ella y continuó:

  • Creo que, para celebrarlo, ahora sí voy a aceptar esa copa, querida.

  • Perfecto, Marga. –replicó mi Ama Lucía- Creo que el vino blanco será ideal para la ocasión. Yo misma voy a prepararlo.

Mi señora se levantó y se dirigió a la cocina dejándome a solas con doña Marga en la misma posición de inspección que había guardado desde que había entrado en el salón. Ella no dejaba de observarme, inspeccionando cada centímetro de mi cuerpo con expresión grave. Una vez terminó el examen, levantó una de sus piernas, acercando un de sus zapatos a mi cara. Instintivamente, y sin recibir ninguna orden de su parte, acerqué mis labios a la punta del zapato y comencé a besarlo. Separé las manos de mi nuca y tomé el pie que se me ofrecía para que su propietaria no tuviese que hacer mayor esfuerzo y lo apoyase en ellas. Me dediqué a besar reverencialmente ese pie tomándolo, tal como me había ordenado mi ama, como si de ella se tratara.

Un instante más tarde, regresaba Lucía con la botella de vino en una cubitera y dos copas. Al llegar a nuestra posición, se detuvo contemplando la escena.

  • Realmente es una esclava muy bien educada, querida. –Dijo doña Marga- Se le ve espabilada y responde rápido a los estímulos. Te felicito.

  • Muchas gracias, Marga. La verdad es que, como ya te aseguré, tengo un tesoro. Ni yo misma podía llegar a sospechar lo que podría llegar a conseguir de ella. Y, sinceramente, no sé todavía hasta donde esta esclava es capaz de llegar. Por supuesto, y viendo lo que estoy viendo, puedes poner a prueba todas sus aptitudes. La muy zorra estará deseando complacerte.

  • ¡Magnífico!, pero antes, te ruego me disculpes. Necesito ir al servicio –dijo doña Marga retirando bruscamente su pie de mis manos. Seguidamente se levantó del sofá y preguntó a mi señora por el cuarto de baño.

  • Ella te acompañará –respondió Lucía mientras con un chasquido de dedos y una inequívoca señal me ordenaba que le enseñara el camino.

Me incorporé inmediatamente y me adelanté a la amiga de mi dueña, guiándola por el pasillo hasta el cuarto de baño de los invitados. Seguidamente abrí la puerta y dejé que pasara, mientras me quedaba junto a la entrada esperando que cerrara la puerta. Sin embargo, eso no ocurrió. Doña Marga se limitó a entrar en el pequeño pero coqueto servicio y se subió la falda de su elegante traje chaqueta.  Al hacerlo dejó a la vista unas delgadas piernas cubiertas por unas medias negras y la parte inferior de un bonito body del mismo color. Hábilmente soltó los corchetes de la entrepierna de un solo gesto y se sentó en el inodoro. Mientras duró la micción noté cómo me miraba mientras yo mantenía mis ojos hacia el suelo. Cuando terminó y sin dejar de mirarme se levantó y quedó inmóvil. No tardé en reaccionar. Al levantar la vista y ver su expresión, acudí prestamente e, hincándome de rodillas, procedí del mismo modo que había hecho tantas veces con mi señora. Con las manos a la espalda acerqué mi cara al poblado monte de Venus de doña Marga y mi lengua empezó a recoger los calientes restos de orina que se escondían entre los pliegues de su vulva. Su sabor no era muy distinto al que ya me había acostumbrado de mi dueña o mío propio y no produjo en mí ninguna repulsa. Más bien, al contrario, me esmeré en hacer un perfecto trabajo de limpieza, tal y como sabía que esperaban de mí, tanto Doña Marga como mi ama. En un instante la labor estaba hecha e hice ademán de retirar mi cara del pubis de la señora, pero un rápido movimiento de una de sus manos me impidió hacerlo.

  • Nadie ha dicho que pares, querida.-Observó con voz firme Doña Marga.

Así pues, me ví obligada a continuar lamiendo y besando, por primera vez, un coño distinto al de mi adorada dueña. Inmediatamente pude notar que mi esfuerzo obtenía respuesta pues el sabor que detectaban las papilas gustativas de mi lengua cambió hacia uno más dulzón, nada desagradable, pero distinto al de mi ama. Mi lengua fue hurgando entre los pliegues de los labios menores recogiendo las primeras secreciones vaginales. Descubrí un hinchado clítoris, sorprendiéndome su gran tamaño, muy superior al de mi señora. Mientras tanto, Doña Marga se mantenía de pie, totalmente inmóvil. Se limitaba a sujetar con ambas manos su falda. En el breve instante en que abrí los ojos para mirar hacia arriba, pude comprobar que ella los mantenía cerrados y con un rostro inexpresivo. Solamente la creciente cantidad de flujo me hacía saber que estaba haciendo bien lo que se me había ordenado. Muy poco después, unos levísimos movimientos de sus caderas, me advirtieron de la inminente llegada del orgasmo. Una discreta convulsión y una fuerte inspiración fueron todo lo que pude observar.  Ni un solo gemido, ni una expresión facial, ni un movimiento. Nada.

Dadas las circunstancias, me mantuve inmóvil esperando alguna orden o señal. Al cabo de unos instantes, Doña Marga simplemente dijo:

  • Muchas gracias, puedes regresar junto a tu ama.

  • Gracias, señora –respondí- ha sido un placer servirla.

Tras besar sus zapatos, me incorporé para retirarme y volví con mi dueña.

Ella nos esperaba sentada en el sofá y con expresión divertida me preguntó sin palabras sobre lo ocurrido. Respondí de inmediato

  • Doña Marga ha requerido mis servicios y he obedecido a su plena satisfacción.

  • ¡Muy bien, amor, tendrás tu premio. Te lo has ganado.

Nada más acabar de pronunciar esas palabras, regresaba Doña Marga al salón. Con una sonrisa maliciosa en su rostro y tras un suspiro de satisfacción, se dirigió a mi ama con estas palabras:

  • En verdad que tienes una joya, querida. Sabe perfectamente qué hacer en cada momento y tiene una endiablada habilidad para comer un coño. ¡Qué difícil es encontrar sumisas como ella y cuanto te envidio!.

  • Pues no me envidies tanto. Sabes que la tienes a tu disposición.

  • Gracias, Lucía. Te tomo la palabra. Y ahora, ¡venga esa copa de vino!.