Mi maravillosa casera

Ella se puso bocabajo dócilmente... Le metí la mano entre sus piernas... Toqué por primera vez aquel mullido, esponjoso y acogedor coño... Sentí como se erguía y empezó a cabalgarme ... La loba se iba a comer al cordero...

Era mi primer año de universidad, finales de septiembre,  y  por unas cosas o por otras aún no tenía alojamiento, así que decidí llamar a un anuncio en el periódico.

La casera cuando me abrió la puerta me miró con cara de pocos amigos.

-Hola vengo por lo del anuncio.

-Sí, pero resulta que el anuncio es sólo para chicas.

-Lo sé señora, pero es que estoy desesperado, las clases empiezan mañana y no tengo todavía donde quedarme, le aseguro que conmigo no tendrá ningún problema.

-Bueno no sé si conoces las normas, pero ya sabes que no se admiten visitas, la hora máxima de llegada son las 10 de la noche, y de tu habitación te tendrás que encargar tú.

-Muy bien señora, perfecto, cumpliré con todas las normas a rajatabla.

-Tendrás que pagarme dos meses, el primer mes y la fianza.

-Aquí tengo el dinero.

-Muy bien pasa, me llamo Ana.

-Yo Julio señora, encantado.

El precio se me subía un poco de mi ajustado presupuesto, pero había algo en aquella mujer que me cautivó desde que la vi, me encantó su seriedad, su discreción, su aspecto en general, era una mujer que luego supe que tenía 47 años, yo era un pipiolo de 18 , morena con media melena, ojos verdes y un tipo muy bien proporcionado, con unas curvas muy apetecibles la verdad, pero lo que a mí de verdad me cautivó fue un detalle que para mí era algo primordial, me refiero a las zapatillas de casa que calzaba, pese a ser aún finales de septiembre y hacer bastante calor llevaba unas zapatillas de casa cerradas, aunque las llevaba en chancla con los pies desnudos, me parecieron unas zapatillas muy coquetas sin ser nada del otro mundo, eran las típicas de cuadros en este caso de distintos tonos de azules y negro, con un pequeñísimo pompón azul, y suela de goma amarilla.

Al lector que no me conozca le parecerá extraño tanto detalle en algo aparentemente tan banal como unas simples zapatillas de casa, pero para mí son un auténtico fetiche, me apasionan como objeto de castigo, y como objeto casi de culto casi para venerar, pero eso es salirse de esta historia.

El precio incluía desayuno, comida y cena, y la vida era la verdad bastante ordenada y monótona lo que me permitía estudiar como no lo había hecho en mi vida, la verdad.

Ana era de pocas palabras, trabajaba por las mañanas en un centro público, y llegaba a casa las dos y media de la tarde, yo me levantaba para desayunar con ella a las 7.30, así aprovechaba para verlas en zapatillas, por la mañana las solía llevar en chancla, con el talón pisado, algo que me encantaba. Una vez que se las ponía por la tarde tras venir del trabajo sí que se las calzaba del todo, así que si quería verla chancletear por la casa, tenía que madrugar, algo que hacía con gusto.

Pasaron las semanas, yo seguía con mi austero modo de vida, lo que al menos me valía para estudiar muchísimo y llevar mi primer curso universitario a las mil maravillas.

Poco a poco Ana fue abriéndose un poco más, y me preguntaba por mis estudios, yo le hablaba de todo, incluida mi precaria situación económica a lo que siempre me decía.

-Pues ya sabes, estudia duro, así te darán el máximo en la beca, no te puedes permitir ni el más mínimo fallo.

De hecho cada vez que me quedaba por las noches con ella a ver la tele, lo cual hacía cada vez con más frecuencia para fijarme  entre otras cosas en sus maravillosas zapatillas, ella me solía decir , eso sí con mucho tacto.

-No me importa que veas conmigo la televisión, pero no descuides tus estudios, tú mismo me dijiste que tu futuro dependía de tus notas.

-No te preocupes lo tengo bien controlado.

Ana era tan reservada que apenas conocía nada de su vida privada, pude saber tras casi dos meses de convivencia que  la poca familia que tenía vivía lejos, y que  no  había tenía novio, ni nada parecido.

-Eso sí que es raro Ana, eres guapa, muy maja,  inteligente, y muy buena gente, no me puedo creer que ningún hombre se haya fijado en mí.

-Anda no seas zalamero, alguno que otro sí que se ha fijado, pero he tenido otras prioridades y otras obligaciones.

Una noche me contó que su hermano fue un desastre mientras vivió y provocó la ruina de toda su familia, de hecho ella estaba pagando aún los desaguisados de él, de ahí que necesitara alquilar una habitación de su piso, de otra forma apenas llegaría a final de mes.

Me gustaba que Ana me contara sus secretos, yo a cambio me ofrecía a ayudarle en todas las tareas de casa, en realidad solo me tenía que ocupar de mi habitación, pero la convencí para que me dejara ocuparme además de cuarto de baño, de pasarle la mopa a toda la casa, y también de limpiar con ella la cocina, por lo que ella sólo se ocupaba de su propia habitación y de hacer las comidas, que no era poco.

Era extremadamente exigente con la limpieza, ella misma limpiaba sobre limpio, y a mí me inculcó desde el principio su manera de limpiar, esos escrúpulos los tenía para todo.

Cuando llegó el mes de diciembre me surgió un contratiempo, y no pude pagarle el mes el día uno como habíamos acordado. No sabía cómo abordar el tema, sabía que ella necesitaba el dinero, pero yo solo disponía de la mitad del dinero.

-Ana, mira te puedo pagar sólo la mitad del dinero, me ha surgido un imprevisto, y ya tengo trabajo para pagarte lo que me falta cuanto antes.

-Esto no es lo que habíamos hablado Julio, necesito el dinero y lo sabes, y no me gusta nada que empieces así ya.

-De verdad te digo Ana, que ya he encontrado un trabajo, y trabajaré 4 tardes noches en un restaurante, estoy seguro de que me llegará para pagártelo en tan sólo unos días.

-Quiero que sepas, que esto no me gusta, tú verás lo que haces, pero más vale que te pongas las pilas, porque si no, te voy a tener que echar.

-Muchas gracias Ana, te prometo que no te defraudaré.

Los primeros días de diciembre, aprovechando el puente festivo, trabajé en un restaurante como un negro, lo hice como camarero, como pinche de cocina, y de lo que hiciera falta. Quedaron tan contentos conmigo, que pude pagarle a mi casera lo que le debía, y aún sobraba algo, se lo quise dar también, pero ella lo rechazó, me dijo que le dinero era mío, que me lo había ganado muy duramente.

Durante aquel principio de diciembre, hizo un mal tiempo de mil demonios, lo que llevó a innumerables cortes de luz en la ciudad, si se iba la luz aquella casa era un auténtico infierno, sobre todo mi habitación, que era una auténtica nevera.

La penúltima noche que trabajé cuando empezaba a ducharme después del duro trabajo, se cortó la luz y con ella también el calentador eléctrico por lo que me tuve que duchar con agua fría, pese a todo me duche, y salí tan aterido de frío de aquel cuarto de baño, que Ana se disculpó como si ella tuviera la culpa de aquellos de cortes de luz. Para colmo, aquella misma mañana se había roto la ventana de mi habitación, que pese a dar a un patio interior, entraba un frío de mil demonios, por lo que mi cuarto estaba cerca de los cero grados, o al menos eso me pareció a mí.

Cuando me tomaba un rico y caliente vaso de leche para entrar un poco en calor, y le decía a mi casera que al día siguiente trabajaba todo el día, la luz hizo un amago de venir, pero no fue así, por lo que Ana me sorprendió diciéndome.

-Hoy si quieres puedes dormir en mi habitación, en tu cuarto sin luz y sin calefactor no se puede estar, el mío es mucho más caliente, y por lo menos podrás dormir un poco, que mañana tendrás un día duro.

-Muchas gracias Ana, te lo agradezco, la verdad es que necesito descansar y es verdad que en mi cama no podría.

Me volví a fijar en aquella madura y bella mujer y la verdad es que me fascinaba, sin ser un bellezón, sí que era atractiva, elegante, discreta, en aquel momento estaba en la cocina en pijama y bata y zapatillas, llevaba desde hacía unos días unas zapatillas cerradas azul marino que me fascinaban, tenían un pequeño y rectangular  broche metálico dorado en el empeine con la palabra relax, y además alrededor de la embocadura por donde se introduce el pie tenía como un reborde un poco más oscuro decorado con puntos también dorados, la suela era de goma negra y el lector comprobará más adelante si pica o duele más o menos.

Me encendió una vela, y ella cogió la otra, y me dijo.

-Me voy a la cama.

-Yo también, estoy muerto.

Así que los dos nos encaminamos a su habitación, con la vela en la mano, ella la depositó en su mesilla y pude observar cómo tras quitarse la bata y doblarla sobre una silla, hizo una maniobra que no identifiqué pero a la noche siguiente supe que era para quitarse el sujetador por debajo del pijama sin quitarse este último, yo me quité mi bata de casa, puse mi alarma en el reloj y apagué la vela.

Nos acostamos cerca pero no pegados, ella hizo alguna broma sobre que tenía los pies más helados que el hielo, yo le dije que tampoco sería para tanto con la esperanza de entrar en contacto con ella, aunque fuera a través de sus pies, me puso uno de sus pies en el mío como un segundo y pude comprobar que lo tenía bajo cero. Tras aquello los dos reímos y hablamos un poco de cosas intrascendentes, y de repente me dijo.

-Buenas noches, te dejo descansar, yo estoy cansada y tú también lo debe estar.

Así que no me dio más opción que darle las buenas noches, y quedarme durmiendo, algo que costó un poco, porque aunque iba cansado también estaba excitado de estar con aquella mujer en su cama.

El día siguiente fue duro por el trabajo, pero sabía que podría pagarle a mi casera, y también anhelaba que se dieran las circunstancias para poder acostarme otra vez en su cama.

Salió todo perfecto, me pagó mi jefe, yo a Ana, y volvíamos a estar sin luz, esta vez para que me duchara con un poco de agua caliente, me calentó una gran olla de agua caliente con el butano, yo me la llevé a la bañera, y allí mezclándola con agua fría, me pude dar una ducha mejor de lo que yo pensaba.

Cuando salía del baño volvió la luz, y mi cara de decepción debió ser todo un poema, Ana se alegró y se fue al salón, me dijo que tenía un vaso de leche caliente en la cocina, así que lo tomé entre mis manos para calentarme, y me fui con ella a ver lo que había en la televisión, le pregunté por la ventana de mi habitación, y me dijo que no habían podido venir a arreglarla, yo hice una mueca de fastidio, pero por dentro daba saltos de alegría, mis opciones de acostarme acompañado volvían a crecer. Tras unos minutos en los que no vimos nada, me dijo.

-Bueno yo voy a acostarme, si quieres puedes dormir conmigo hasta que esté la ventana arreglada.

-Yo también voy, y muchas gracias.

Nos lavamos los dientes, y nos fuimos a la habitación, ahí pude ver como se quitaba el sujetador dándome la espalda, me pareció muy hábil ya que lo hizo sin quitarse el pijama, y por alguna razón me excitó aquel gesto.

Creo que esa noche nos acostamos un poquito más cerca, y me atreví a decirle.

-Puedes ponerme tus pies en los míos, ya verás cómo se te calientan.

-¿Seguro?

-Sí mujer, de verdad que no me importa.

-Cuando me los puso hice alguna broma como arrepintiéndome, a ella le hizo mucha gracia y estuvo riendo un buen rato muy divertida.

Aquella noche hablamos de más cosas y de forma más animada, hasta que se quejó de su espalda, me dijo que la tenía siempre muy cargada, y yo rápidamente le mentí diciendo que era experto en desestructurarla, me inventé la palabra, pero funcionó porque me dijo rápidamente.

-No te creo,¿ es verdad eso?

-Date la vuelta, ya verás cómo te dejo nueva.

Yo al decirle eso, pensé en que me gustaría dejarla nueva, pero matándola a polvos, y me excité aún más de lo que estaba.

Ella se puso bocabajo dócilmente, y yo empecé a darle placenteros masajes con mi mano sobre su espalda, en aquel masaje puse todo mi empeño, le presionaba donde ella me decía que estaba más contracturada, y yo le decía que le iba a quitar el nudo que tenía, le empujaba hacia arriba, y después hacia abajo, a la derecha, y después a la izquierda, el caso es que ella suspiraba de puro placer, seguí masajeando aquella espalada que de verdad me pareció dolorida y muy poco relajada, y fue ese relax el que yo fui consiguiendo poco a poco.

Yo estaba acostado de lado, junto a ella, con mi cabeza apoyada en mi mano y al estar tanto tiempo en esa posición se me dormía la mano, así que le dije.

-Me voy  a tumbar que no siento la mano.

Pero seguí con mi masaje, ahora en una posición más incómoda, pero no quería dejar ni por un momento de acariciar aquella espalda. Al tumbarme bocarriba su mano izquierda quedó rozando mi muslo izquierdo, el caso es que cuando nos reacomodamos en el colchón, el dorso de su mano se quedó claramente tocando mi paquete por encima del pijama, aquel leve roce hizo que mi excitación creciera, y con ella mi miembro, nunca en mis 18 años me lo había notado tan duro ni tan grande.

Ella no quitó la mano, y yo lógicamente no me moví ni un ápice, bueno sí, me moví muy lentamente para que aquel leve roce se convirtiera en caricia, las caricias dieron paso a mis gemidos, leves, pero claros, mientras seguí masajeando su espalda, y como me gustó su actitud me atreví a masajear ahora su culo, tenía un culo duro y grande casi como el de una brasileña, muy bonito, ella empezó a acariciar ya sin más miramientos mi miembro, y yo no pude aguantar más, y me lancé a besarla.

Su boca me recibió con sed atrasada, más que besarme, me absorbía, mientras nos comíamos la boca, metí la mano por debajo de su pijama y pude acariciarle sus preciosas tetas, pese a tener cerca de 50 años tenía un par de tetas, duras y suaves, casi como balones de balonmano, ella no paraba de acariciarme y mi polla iba a reventar.

La oscuridad era absoluta, y la sensación era que una loba se iba a comer a un corderillo, me encantaba el sonido gutural que salía de su boca, sin decir una sola palabra lo decía todo, me estaba comiendo vivo con la boca, y mientras con una mano me sostenía por mi cuello y con la otra me estaba agarrando de mis partes, como haciéndolas suyas.

Yo pasé de acariciarle las tetas a acariciarle el coño, le metí la mano entre sus piernas, y toqué por primera vez aquel mullido, esponjoso y acogedor coño. No llevaba ni cinco segundos amasándolo cuando como un resorte, se bajó el pantalón del pijama y las bragas de un tirón, y se dispuso a bajarme a mí también mi  pijama, mi corazón se aceleró de forma peligrosa, no sólo estaba excitadísimo a más no poder, sino que además iba a follar, esta mujer quería follar, y quería follar conmigo, por fin iba a follar, iba a dejar de ser virgen.

Acabé de bajarme el pantalón y el calzoncillo de un tirón, y cuando iba a lanzarme sobre aquella diosa, fue la diosa la que se me subió a horcajadas, me besó otra vez, seguía sin decir ni media palabra, entonces levantó la pelvis y buscó como insertarse en mi falo, lo buscó y lo encontró.

Dios santo, aún recuerdo aquella sensación sublime,  su coño fue abrazando mi polla centímetro a centímetro, los dos gemíamos de puro placer, en aquel momento noté como un clic, y al día siguiente supe que le había roto su himen, ella también era virgen, aquello lo hacía todavía más especial, pero yo en esos instantes sólo disfrutaba de estar en las puertas del Paraíso.

De pronto atisbé y sentí como se erguía y empezaba a cabalgarme, yo alargando mis brazos le amasé sus pechos, se los manoseaba y notaba sus pezones duros, entonces en un rápido movimiento se quitó la parte de arriba de su pijama sin dejar de cabalgarme y así pude seguir sintiendo en mis manos aquel par de ubres, pero ahora sin ropa de por medio, fue tan excitante para mí aquel gesto que le dije.

-Guauuuuuuuu, me voy a correr, mmmmmmmmmmmm que bueno Dios mío.

Ella siguió sin decir nada, solo me cabalgaba suavemente y gemía cada vez más ruidosamente, hasta que agarrándola de las caderas me corrí como nunca lo había hecho en mi vida, ella movía la cabeza como una loca, y solo dijo

-Si oh siii

Cuando me corrí dentro de ella, se agachó y me besó, yo con la respiración aún entrecortada le dije si le había gustado, ella me dijo que sí con la cabeza, y empezó a besarme el cuello sin salirse de mí, esos besos se convirtieron en mordiscos, y aquello volvió a ponerme duro como una piedra, y yo en un ataque de euforia empecé a hablar.

-Eres maravillosa Ana, me encantas, te adoro, te…

-Shhhhhh.

Me puso el dedo en la boca diciéndome que me callara, y yo lo que hice fue comérselo, entonces empezó de nuevo a cabalgarme y yo volví a bombearla, ahora le di con toda la fuerza que me permitían mis 18 años, le volví a agarrar las tetas, y noté como un flujo desmesurado me encharcaba mi vientre, se corrió de una forma tremenda, abundante y prolongada, todo ello me animó y me hizo sentir muy hombre, así de tonto se es cuando tienes 18 años, por lo que aceleré mis movimientos alargando su orgasmos y volviendo a correrme de nuevo.

Esta vez acabamos tan exhaustos, que ella se dejó caer sobre mí y ahora sí que se  salió, quedándonos abrazados y jadeantes.

Mientras le decía toda clase de cumplidos, ella se limitó a ponerse otra vez sus bragas, el pantalón del pijama, y la camiseta del mismo, sin decir nada, cuando le pregunté, me dijo.

-A mí también me ha encantado, pero ahora a dormir que mañana tenemos que madrugar.

Nos quedamos durmiendo abrazados como dos tortolitos. Me despertó el olor a café, eran las 7.30, y si quería verla tenía que levantarme rápidamente así que salté de la cama, me puse la bata para quitarme un poco el frío y me encaminé a la cocina.

Allí estaba desayunando tan elegante como siempre, ya estaba vestida para ir al trabajo, con un pantalón negro y un abrigado sueter azul marino, aunque aún llevaba puestas aquellas zapatillas que me gustaban tanto, encima las llevaba en chancla , algo que me volvía loco, tenía las piernas cruzadas, y yo me hubiera arrodillado a besarle sus calcetines negros , sus pies, sus zapatillas, todo, sin embargo ella me dijo.

-El café aún está caliente, y queda pan  para unas tostadas.

-Ana, yo quería decirte que lo de anoche fue lo más maravilloso que…

-Shhhhhhhhh, me tengo que ir, voy a peinarme que llego tarde.

Se levantó y me dejó allí con dos palmos de narices.

El día transcurrió sin más novedades, yo hice un par de intentos de hablar sobre el tema, pero ella me cortó educada, pero firmemente.

Tras cenar estábamos viendo la tele, yo estaba deseando lógicamente volver a acostarme en aquel tálamo de placer que era su cama, pero no sabía si ella accedería o no, hasta que por fín dijo:

-Yo voy a acostarme, ¿vienes?

-Claro.

Hubiera ido al fin del mundo con aquella maravillosa mujer, me metí en su cama antes que ella, y en cuanto se metió en la cama, me abalancé sobre ella, me tuvo que ir calmando un poco, pero al final nos enredamos en besos , caricias, y toqueteos muy muy excitantes.

Cuando ya estábamos bien calientes, en todos los sentidos de la palabra, inicié una maniobra para bajarme a comerle el coño a Ana, ya estaba sin bragas, y quería arrancarle algún orgasmo con mi lengua antes de penetrarla, pero rápidamente me agarró la cabeza y me dijo que no.

-¿Por qué no?, de verdad que no me importa, lo estoy deseando, quiero darte placer Ana.

-He dicho que no.

Fue su escueta pero clara respuesta, y a continuación hizo su movimiento preferido en la cama es decir subir a horcajadas sobre mí, y disponerse a cabalgarme, fue una galopada gloriosa, estábamos perfeccionando la técnica y cada vez salía, mejor. En aquella ocasión tras el primer asalto, sí que me permitió follarla en el estilo misionero, me encantó como con sus muslos abrazó mis piernas, y como fue llevando el ritmo al que quería que la follara, fue magnífico.

Las noches se convirtieron en algo maravilloso, no podía ser más feliz, bueno, un poquito sí, para que mi dicha fuera completa me hubiera encantado que Ana me azotara de vez en cuando con su zapatilla, era una fantasía y un fetichismo que yo tenía desde niño cuando vi a una vecina dar una tunda a su hijo con el culo desnudo a zapatillazo limpio, y desde aquel momento tuve aquel anhelo y aquel sueño incumplido.

Y el azar o yo que sé vino en mi ayuda. Un día que no teníamos clase bajé al super de abajo hacer algunas compras que me había encargado Ana, y al salir me encontré con dos compañeras de clase, y la verdad me alegré mucho de verlas, estuvimos hablando muy animadamente, y una de ellas estaba un poco agobiada porque no sabía cómo hacer un trabajo de Geografía, yo sin pensar mucho le dije que era muy fácil, el caso es que al final me dijeron, porque no nos lo explicas con los apuntes delante es que es un lío.

Yo sabía de la prohibición expresa de llevar a nadie a casa, Ana se encargaba de recordármelo regularmente, pero como faltaban más de dos horas para que llegara a casa, y aquello me llevaría no más de diez minutos accedí a explicarle aquello a mis compañeras.

Tras no más de media hora mis compañeras ya se iban muy agradecidas, y estábamos despidiéndonos cerca de la puerta, cuando oigo las llaves en la puerta de casa, me quedé helado, no podía ser Ana, era menos de la una, y ella no llegaba nunca a casa antes de las dos y media.

-¿Se puede saber qué es esto Julio?

Su cara de enfado era tremenda, ni siquiera saludó a mis compañeras, ella que era tan educada, y tan correcta, el cabreo que debería de tener era morrocotudo.

-Lo siento Ana, son unas compañeras, que me he cruzado abajo, y les he explicado una cosa un momento…

Mis palabras salieron atropelladas, tratando de disculparme, pero Ana me ignoró y le abrió la puerta a mis amigas que se fueron un poco asustadas de la situación. El portazo con el que cerró mi casera la puerta de su casa hablaba bien a las claras del enfado que tenía.

Me miró fijamente y mientras se dirigía a la cocina a dejar unas bolsas que traía me dijo.

-Recoge tus cosas, que te vas.

-Ana por favor.

-Te lo dije muy claro!!!

-Lo siento muchísimo de verdad, te juro por lo que más quieras, que sólo han estado aquí cinco minutos, y ha sido para explicarles una cosa…

-Cállate!!

Ana se quitó la chaqueta, se quitó los zapatos y se puso sus maravillosas zapatillas azul marino en chancla, al mediodía se las solía calzar completamente, pero aquel día seguramente por el cabreo se las dejó en chancla, no tenía humor ni para calzárselas completamente, empezó a colocar cosas en la cocina, su enfado no parecía disminuir ni lo más mínimo, yo no paraba de intentar disculparme, y a la vez admirarla, adoraba el ruido que hacía al andar con las zapatillas con el talón desdoblado, pero su cara era verdaderamente de cabreo fundamental, y a mí se me cayó el alma a los pies cuando empezó a decir.

-La tonta soy yo, que he salido antes del trabajo, y he pasado a comprar estos langostinos para hacer una comida especial porque sabía que hoy no tenías clase, y llego aquí y te encuentro con esa dos… ¿y sabes lo que más me duele?

-Perdóname.

-Cállate y escúchame.

-Sí, perdona, dime.

-Lo que más me duele es que lo hagas a escondidas, si tú me pides que vengan dos amigas a estudiar te lo hubiera permitido… pero …  ¿tan mal me porto yo contigo? Ahora ya no puedo confiar en ti Julio, ¿no lo entiendes? Yo ya no sé si cuando estoy trabajando llenas la casa de gente, o si lo vas a hacer en el futuro.

Sin pensarlo demasiado me tiré de rodillas a sus pies, y le dije suplicándole.

-Ana te juro por mi vida que jamás he traído aquí a nadie y nunca jamás volverá a pasar lo de hoy…

De una forma inesperada empecé a llorar, fue como si se huera abierto un grifo, me abracé a sus piernas y ahí me tuvo un poco tiempo con la cara sobre aquellas mullidas y cálidas zapatillas, implorando perdón. Yo creo que ella estaba muy a gusto teniéndome allí a sus pies, bajo su dominio.

-Déjame, tengo cosas que hacer.

Así cortó aquella escena que a mí en el fondo me encantaba, estar a los pies de aquella Diosa era un puro goce para mí, aunque la amenaza de que me echara de aquella casa me tenía encogido el corazón. Fue entonces cuando me llamó desde el salón diciéndome.

-Ven aquí

Estaba imponente y mirándome a los ojos como una tigresa me dijo.

-Te voy a dar una oportunidad… pero te aseguro que a la  más mínima que me vuelvas a hacer sales de esta casa para no volver jamás.

-No sabes la alegría que me das, muchísimas gracias de verdad Ana, ya verás como…

-No te alegres tanto, esto no puede quedar así, no has cumplido las reglas, y me has engañado, por esta vez no te voy a echar de mi casa, pero tampoco te vas a ir de rositas.

Entonces se sentó en el sofá, aún recuerdo su falda gris por las rodillas, sus medias negras, y la camisa blanca, y así sentada con sus piernas juntas con una gracia y un donaire insuperables, dio una patadita con su pierna derecha para que saliera la zapatilla de su pie, la recogió, y poniendo la espalda rectísima me dijo.

-Bájate los pantalones y ven aquí.

No sabía si aquello era un sueño, o no, pero me puse delante de ella, me desabroché el pantalón me lo bajé hasta medio muslo y me puse sobre su regazo.

De reojo pude ver como manteniéndose muy erguida sobre aquel sofá levantaba todo lo que pudo el brazo armado con su zapatilla e inmediatamente un estallido de dolor y placer recorrió mi cuerpo, los zapatillazos irradiaban placer y dolor desde mi culo hasta la última de las ramificaciones nerviosas de mi cuerpo.

Los estallidos de aquella suela negra de caucho impactando sobre mi piel llenaban toda la estancia. Aún no sé por qué pero pensé que desde el edificio de enfrente si estuvieran mirando para nuestra ventana verían la zapatilla subir y bajar rítmicamente en lo que no podía ser más que una buena azotaina, era algo inequívoco, y pese a que estaba recibiendo una zurra como no había recibido en mi vida, mi erección era descomunal, me excitaban por supuesto los zapatillazos, pero también el hecho de que pudieran estar viéndonos.

Ana por supuesto que se dio cuenta de mi tremenda erección, pero no dijo nada, después de acabar con la tunda me dijo un seco.

-Levanta.

Y así lo hice, se me salía la polla por encima del calzoncillo y me apresuré a subirme los pantalones bastante avergonzado.

Finalmente preparamos una comida un tanto especial,  y el ambiente se fue relajando poco a poco, pasamos una tarde muy agradable en la que la invité a ir al cine a modo de disculpa, me encantó como me miró cuando hice muecas al sentarme.

Aquella noche follamos de una forma un poco más salvaje de lo habitual, o al menos así me lo pareció a mí, me dejó hacérselo estando yo encima en la postura del misionero, y poco antes de empezar a penetrarla me dio unos azotes en el culo susurrándome.

-Niño malo, que hoy lo he tenido que castigar.

Aquello me dio tanto brío que creo que saltó algún muelle de la cama, como he dicho antes, salvaje es la palabra que mejor definió la noche.

A la mañana siguiente, ya sólo en casa, cuando entré a mi habitación a por la carpeta para irme a la universidad, vi que mi diario donde escribía todos mis deseos, mis anhelos, mis fantasías, no estaba en su sitio, entonces até cabos, Ana sabía de mis gustos, y me estaba complaciendo. Decidí probar suerte ese mediodía y mientras comíamos le dije.

-Esta tarde me gustaría ir a comprarte unas zapatillas de casa, ¿me acompañas?

-Si.