Mi mar
Tú, yo, y las gaviotas... lo que el mundo opine poco importa. Te tengo para mí.
El acantilado se impone, rompiendo olas inagotables que roen su superficie. El viento impulsa el agua, levanta la arena de la playa cercana, y hace bailar la escasa hierba del cabo.
El océano se extiende majestuoso en el horizonte, llenando los ojos y los sueños hacia delante y a los lados, perdiéndose más allá de la imaginación.
El mundo parece mío, diseñado para mi disfrute, pero sólo tengo ojos para ti. Tan dulce, tan frágil, tan hermosa, con la mirada perdida en el oscuro fondo que se extiende, inmenso, a nuestros pies. Absorta como estás no ves que el viento me sonríe, mientras ciñe la camiseta que cubre tu cuerpo. Es imposible que a nadie en este mundo le queden tan bien como a ti unos vaqueros.
Siempre tan sencilla para todo, tan tímida, tan discreta. Tan feliz con la simple visión del agua rompiente y la espuma que quiere subir para tocarte. Observando las gaviotas mientras entonan chillidos estridentes por debajo de nuestra atalaya. Escuchando el rumor sordo de las olas que enmudece el molesto sonido de las aves. Y yo, que sólo tengo ojos para ti, que sólo puedo mirar tu pecho respirar. ¿Qué es el mar comparado contigo? ¿Qué soy yo si no he nacido para ti?
Despiertas de tu sueño y giras la cabeza, entornándola mientras esbozas una amplia sonrisa. Tu mano izquierda recorre tu pelo, apartándolo de tu cara. Me miras a los ojos durante unos segundos y luego vuelves a perderte en el horizonte.
Y yo saboreo tu gesto, tan sencillo, tan natural. Tan tuyo, sobre todo tuyo. Y bajo la vista, buscando tus manos, tan perfectas, tan cuidadas, con las uñas pulcramente recortadas. Tan propias de ti. Tan hermosas, pero discretas, como todo tu cuerpo, escondido bajo tu ropa.
Son tantos los detalles que un hombre no puede apreciar. Pero conmigo es diferente, y por eso eres feliz. Te veo sonreír, se que no finges. Eres realmente feliz conmigo, aquí, sentada en el suelo, mirando el infinito. Y yo no podría sentir más orgullo por ello. No te mereces menos, pero sí mucho más. Y me dejarás, y te irás con alguien que te quiera aún más y que te haga más feliz. Con alguien que pueda darte todo lo que necesitas como mujer. Que recorra tu cuerpo con la seguridad de las manos de un hombre, y que pueda llenarte de sueños y de placer real. No de fantasías extrañas esgrimidas con mi mano poco firme.
Abandonarás quizás tus sentimientos por lo políticamente correcto. La necesidad de ser madre, de ser aceptada por los tuyos y por los que no son tan tuyos, la vergüenza al rechazo te harán esconderte, y perderás esa sonrisa maravillosa. La llama que te hace brillar sobre los demás se morirá lentamente, y te apagarás paulatinamente.
Pero no te engañes. No culpes a la Naturaleza caprichosa, ni a ese Dios al que recurrimos cuando lo vemos todo demasiado negro. No mires al pasado, lleno de tabúes represivos y humillantes. Cúlpame a mí por quererte, culpa a la sociedad que te rechaza, cúlpate a ti misma si algún día flaquean tus fuerzas y no soportas la presión de un mundo cobarde.
No busques respuestas para preguntas que nadie ha formulado. Las palabras que necesitas las llevas dentro, como las llevo yo. Quererse no tiene explicación, pero nos empeñamos en encontrarlas, y si no las encontramos nos podemos perder lo mejor que te puedes llevar en esta vida.
Si eres humilde, como yo, que sólo deseo ahogarme en un mar de curvas, de olas embravecidas sin marinero para domarlas, serás feliz. Sólo la extensión de nuestros cuerpos sobre la hierba, sin necesidad de nada más.
De tú a tú, de igual a igual. Manos entrelazadas, revueltas como la arena de la orilla. Olor a ocle, a algas, a mar abierto. A libertad, a tabúes rotos, a complicidad.
Dos bocas sonrosadas como las mejillas, el rubor del sexo femenino. Gemidos mecidos por la resaca, llevados a alta mar, para perderse por siempre sin pensar las oportunidades que quedan tierra adentro. Perdidos de vista por una sociedad que no quiere comprender. Que odia y teme comprender. Que se niega a comprender.
Caricias tan suaves como los senos que chocan en un beso. Lenguas que se enredan en un océano de pintalabios. Manos que buscan, reproduciendo placeres propios y ajenos con la seguridad de un espejo. Piernas largas, muy largas, suavemente contorneadas, que se atrapan buscando caricias nuevas, casi imposibles, mientras la mente imagina y pervierte este cuadro de tan hermosa sencillez.
Ayuda externa, juguetes, plástico, aparatos que rompen el mágico movimiento de tu pelo al mezclarse con el mío. Pero no importa, sólo son detalles y lo que importa es que te tengo aquí.
Mi mente sobrevuela el mar mientras tomo tu mano, tu suavísima mano de mujer, con la mía. La hierba produce breves pero agudos pinchacitos en la piel de mi muñeca. Imagino que también en la tuya, al ver que me miras y te ríes.
Esta es nuestra travesura. Cogernos de la mano, darnos un beso furtivo en un rincón. Fingir que nos escondemos de la opinión de los demás para darle un encanto extra a la situación pero qué importa. Te quiero ahora y ahora te seguiré queriendo. Y seguiré viviendo en este pequeño mundo hecho por y para las dos.
Tu mano se suelta de la mía, y vuelve a abrazar tus rodillas. Mis ojos escalan por tus brazos para lanzarse al vacío desde tus hombros, directamente sobre el cuerpo y los senos que me hacen enloquecer. Rodeando los botones sonrosados que me abren las puertas de ese mundo perfecto inventado para mi. Reptando por el vientre que me hace suplicar. La piel, tu piel, la que me nubla los sentidos, el poder omnipotente de tu sensualidad cruel y femenina.
Perdemos la vista de nuevo en la oscuridad del mar rompiente, que se abre a nuestros pies, y devuelvo el guiño cómplice que el viento me ha dedicado. La ráfaga que ciñe tu ropa con caricias descaradas y susurra al levantar las olas. Y yo sólo puedo decirle "gracias". Gracias por hacer mágico el momento y por hacernos sonreír.