Mi mamita se asustó cuando en su culito entró
Edu gruño en aquel justo instante, cuando su madre, presa de su particular éxtasis...
Mi mamita se asustó cuando en su culito entró
Ada no lo podía creer cuando ocurrió, pero ahora nerviosa comprobaba como colgaba de su dedo en su mano, el pequeño aro que antes había estado sujetando las bolas chinas con las que había jugado, pero este maldito cordón se rompió en el momento más inoportuno, con ella a punto de correrse, mientras tiraba, pues le gustaba sentir cómo salía la primera bola y luego cómo se la volvía a introducir y así en un ciclo sin fin, gozaba y se pajeaba mientras practicaba…
—¡Maldita sea! —se dijo de improviso—. ¿Y ahora qué hago? —se preguntó a continuación.
Y de nuevo en el instante más inoportuno sonó la voz de su hijo Edu…
—¡Mamá, ya estoy en casa! —dijo él nada más volver del baloncesto, sudado y terriblemente cansado.
¡Maldición! —pensó su madre una vez más—. Y saliendo de la ducha, donde practicaba su juego íntimo, la pilló su hijo liándose la toalla, viendo este sin querer y de soslayo, como sus lolas se envolvían en el suave rizo de algodón, mientras más abajo aparecía fugazmente en la oscuridad de la toalla, la espesura negra del sexo materno.
—¡Oh lo siento mamita! No pensé que estuvieses duchándote ahora… es que como ves vuelvo muy sudado del baloncesto y necesito un baño como un desesperado —le dijo su alto y apuesto hijito.
—¡Oh cariño, no te esperaba tan pronto! —dijo ella doblemente azorada, primero por lo que en su culo ocultaba y luego por verse sorprendida mientras tapaba su cuerpo de diosa griega, con carnes prietas y generosas y voluptuosas curvas.
—Es que hoy no ha venido el entrenador, así que hemos jugado un partido y hemos acabado antes…
—¡Ah sí! —dijo ella maldiciendo su suerte una vez más.
—Si no te importa me gustaría darme una ducha y luego tomar algo de cenar, pues me muero de hambre —le confesó su amado hijo una vez más.
—¡Claro, claro! —Enseguida me seco el pelo y te preparo algo.
Entonces Ada procedió a secar sus largos cabellos rubios mientras Edu se disponía a entrar en la ducha y en el espejo lo vio sin querer, cómo su culo redondo y blanco se mostró al dejar este sus pantalones de deporte caer, ¡y también observó sus pelotas, peludas y negrotas, al agacharse este para sacarse el pantaloncito y dejarlo en el canasto de la ropa para lavar!
De no haber sido porque tenía la cabeza en otra parte, preocupada por la rotura del maldito hilo de sus bolas chinas, se hubiese preguntado cómo había crecido su hijo en los últimos años.
Más ahora se apresuraba a secarse el pelo, mientras pensaba en cómo resolvería su problema. Más también tenía que procurar disimular, pues su hijo no podía saber lo que la preocupaba…
Así que salió del baño, con el pelo aún un poco mojado y yendo a la cocina, preparó algo de cenar para su alto hijo, un buen bocadillo con pan del día serviría, junto a algunos snacks para picar y abundante bebida isotónica para que repusiese líquidos.
Fue entonces cuando llevando las viandas en una bandeja al salón, notó cómo las bolas chinas comenzaban a moverse allá en su secreto ojal, provocándole más nerviosismo si cabe.
Entonces hizo una pausa y palpó su culito allí mismo, deslizándolo por el vaya formado por sus cachetes, no pareció que le molestase en exceso el tener aquellas bolas alojadas allí dentro. Chupándose el dedo lo introdujo en su ajustado ojal y notó cómo efectivamente una de las bolas chinas asomaba por su culito.
Se puso en cuclillas y aunque intentó meterse dos de sus deditos para ver si las podía agarrar por lo que había quedado del cordón que las sujetaba, no pudo sino darse por vencida, pues no tenía la suficiente fuerza para tirar de ellas con tan solo un hilito, aún así consiguió que este quedase fuera, justo antes de presentir que su hijito aparecería en cualquier momento tras vestirse en su cuarto.
—¡Qué hambre tengo! —dijo una vez más justo cuando su madre se incorporó desde el suelo, con cierto consuelo por el avance que había tenido en la resolución de su problema.
—¡Estupendo! Espero que te guste el bocadillo que te he preparado, no sé si será poco —dijo ella, pues su hijo comía ciertamente mucho, pues mucho era lo que gastaba a su edad.
—¡No qué va es perfecto! —dijo el hijo él sentándose a comer.
Entonces ella decidió tomar asiento junto a él, olvidándose por unos segundos de su problema. Más cuando su culito tocó el asiento, sus bolas se movieron dentro y provocaron un pequeño respingo en su madre al tomar asiento.
—¿Te ocurre algo? —dijo su hijo tras coger su gran bocadillo.
—No nada, voy a la cocina un momento a prepararme algo —dijo ella con disimulo sin llegar a que su culo tocase el asiento de la silla.
Y ya en la intimidad de la cocina se agachó de nuevo poniéndose en cuclillas e intentó capturar el esquivo cordón que asomaba por su culito, para tirando de él sacar así sus bolas chinas, tan íntimamente alojadas en su sagrado culo.
Pero aquella era una misión imposible, pues apenas llegaba a coger el hilo echando sus manos hacia atrás y aunque descubrió que si apretaba estas salían un poco, apenas hacía fuerza con la mano para asir el hilo, su culito se cerraba condenándolas a quedarse dentro; ¡Maldito! ¡maldito cordoncito! —dijo Ada en voz alta.
—¿Te pasa algo mamá? —dijo Edu oyéndola desde el salón.
—¡No nada cariño! —replicó su madre maldiciendo una vez más por dentro su suerte, ahora sí que estaba nerviosa por el desgraciado incidente.
Volvió al salón y descubrió que su hijo ya se había zampado el generoso bocadillo, dado cuenta de la bebida isotónica y ahora tomaba algunos aperitivos de postre.
—¿Te pasa algo mamá, te noto preocupada? ¿No comes nada? —preguntó Edu que notaba que algo fallaba.
—Verás hijo, es que tengo un problema, pero es algo un poco íntimo… —dijo finalmente Ada, admitiéndolo nerviosa ante lo complicado de su situación en aquel momento.
—Bueno, ¿quizás yo pueda ayudarte si me lo cuentas? —dijo su hijo compresivo.
Ada respiró profundamente y decidió confesar, pues prefería hacerlo allí ante su hijo, que en ante un extraño en urgencias.
—Verás es un poco complicado de explicar, pero se me quedó algo alojado en mi culito… —le comenzó a relatar.
Por la cara de póker de Edu, la madre no pudo sino pensar que estaba loca por contarle aquello tan íntimo a su hijo. Pero era viuda desde hacía años y no tenía a nadie más a quien recurrir.
—¡Me da mucha vergüenza hijo! Ante todo te pido discreción y que no hagas preguntas, ¿vale?
—¡Claro, claro madre! —dijo Edu al instante, comprendiendo lo apurado de la situación en que se encontraba su madre.
—Yo me preguntaba si me podrías ayudar, verás hay un cordoncito y si yo hago fuerza y tú tiras de él despacito, puede que consigamos sacar de ahí esas cosas, ¿me entiendes?
—Pues no muy bien mamá, pero si tú me explicas lo que tengo que hacer, yo con gusto lo intentaré.
—Sí, en realidad es sencillo, aunque me da mucha vergüenza por eso te pido discreción y sin preguntas, ¿vale Edu?
—¡Ya te dije que sí mamá! —dijo su hijo algo molesto por tanta insistencia en la discreción que ponía su madre allí presente.
Mira Me voy a poner en cuatro, te mostraré mi culito, ahí podrás ver un cordoncito. Tendrás que tirar de él, cuando veas que yo hago fuerza y entonces despacito a ver si salen dos bolitas que tengo dentro…
—Está bien mamá, comprendo lo delicado del asunto, no haré preguntas como me has pedido.
—¡Gracias hijo, confío en ti para ayudarme a resolver este problema, antes de ir a ver a un médico extraño y tener que relatarlo una vez más! —dijo Ada.
Y en un ambiente algo tenso, su madre deslizó sus bragas frente a Edu y cómo le había dicho, se colocó en cuatro sobre el sofá y remangándose el vestido, mostró su hermoso culo a su hijo y le pidió que se acercase desde atrás.
—¿Ves el hilo Edu? —le preguntó abriendo sus cachetes para exponer bien su ojete.
—¡Sí, lo veo! —dijo Edu, que no pudo pasar por alto lo expuesto de asunto, pues allí delante tenía el sexo de su madre, depilado en lo que circundaba a su vulva, pero poblado cuando se alcanzaba su pubis.
—¡Estupendo! Pues tienes que cogerlo con tus dedos, pínzalo con fuerza y cuando esté preparada haré fuerza y te avisaré para que tires suavemente, ¿vale?
Edu asintió, entonces su madre se giró hacia adelante, bajó la cabeza y se concentró en apretar para que sus bolas salieran.
—¡Ahora! —dijo la madre.
Entonces Edu cogió el hilo por apenas la punta, pues le daba vergüenza rozar por partes tan íntimas de su madre. Intentó tirar pero sus dedos se escaparon tan pronto comenzó a sentir la fuerza de las bolas chinas oponerse a salir del culito de su madre.
—¡Cógelo con más fuerza cariño! —dijo ella sintiendo el primer fracaso.
—¡Vale, vale! Es que me da un poco de vergüenza —tuvo que admitir.
—No pasa nada cariño, tú cógelo con fuerza no temas rozar mi piel en esa parte.
De nuevo ella apretó su culito y las bolas salieron ligeramente hacia adelante. Ahora sí Edu cogió cerca el hilo y rozó con sus dedos las rugosidades del culito de su madre. Intentó tirar y vio como una volita rosada y blanca comenzó a asomar, pero el hilo era tan pequeño que se escapaba de sus dedos cuando intentaba sacarlo.
—¡Lo siento mamá! El hilo se escurre.
—¡No importa cariño! Lo haces muy bien, ¿qué tal si intentas sujetar el hilo con una mano y con la otra usas los dedos para intentar coger la primera bola?
—Si, pero te tendré que meter los dedos ahí dentro —dijo Edu como consecuencia lógica de su propuesta.
—En efecto cariño, pero no veo otra manera, ¡atrévete por favor! Ayúdame a solucionar mi problema —rogó su madre con desesperación en sus palabras.
—¡De acuerdo! No te preocupes, lo intentaré —dijo su hijo comprendiendo la delicada situación.
Más el nuevo intento no fue la solución, pues si introducía sus dedos su ano se abría pero sus dedos empujaban la bolita hacia dentro, por lo que decidió parar.
—Creo que no funcionará mamá —dijo Edu una vez más.
—Está bien Edu, qué tal si pruebas a meter tus dedos en mi sexo, este se conecta con el culito a través del perineo, ahí sentirás las bolas y notarás que entre ellas hay un espacio, si presionas con tus dedos en él, harás fuerza hacia fuera y tal vez consigas sacar la primera de ellas lo suficiente para que el hilito te permita tirar y sacarla.
—Está bien mamá, lo intentaré —dijo Edu siendo consciente de lo que implicaba la nueva propuesta.
Con delicadeza insertó un dedo en su vagina, sorprendentemente la notó lubricada y dispuesta por lo que no le fue difícil meterlo y palpando hacia arriba hurgó hasta sentir efectivamente las bolas en su culito.
—¡Sí, las noto! —dijo Edu victorioso.
—¡Oh si cariño, yo también lo noto! ¡Tengo el presentimiento de que esto saldrá bien! —dijo Ada llena de esperanza.
Entonces Edu procedió con dos de sus dedos y ensanchando su sexo, este se acomodó a su penetración. Palpó hasta sentir que estaban en el centro de sus bolas chinas y presionando hacia arriba su madre empujó y vio asomarse la primera bolita. Entonces tiró del hilo pero este se escapó.
—¡Se escapó, pero la vi salir mamá! ¡No temas lo intentaré una vez más!
Ada no dijo nada, simplemente se concentró en intentar apretar, pues lo cierto es que tener los dedos de su hijo metidos tan íntimamente terminó por provocarle ciertas sensaciones que no quería precisamente experimentar en aquel momento.
Entonces Edu metió tres de sus dedos en su vagina y apretando contra la pared del perineo empujó con fuerza e intentó de nuevo sacar su bolita, pero un nuevo fracaso no le hizo desistir, ante la desesperación de su madre, que veía como tanto manoseo comenzaba a provocarle intensas sensaciones.
Así que en un último intento masajeó su pared interna para localizar bien sus bolitas, dilatando aún más el sexo materno y decidió que con la otra mano se ayudaría con otro dedo para abrir su ojal. Para lo cual mientras con sus dedos mantenía inmovilizadas las bolas a través de su pared vaginal, con su otra mano dilataba su ano para introducir un dedo y capturar así aquellas dichosas bolas.
Mientras tanto Ada no decía nada, pues ante tanto hurgar en su vagina, más ahora los intentos de penetración anal, encontró un insospechado placer en aquellos tocamientos pero, ¡no podía confesar nada a su hijo!
—¡Oh! —gimió la madre.
—¡Qué pasa! ¿Quizás te hice daño? —preguntó Edu alarmado.
—¡Uf, es que bueno, molesta un poco! ¿Cómo va? —dijo su madre disimulando, pues eran las caricias de su hijo las que le hicieron soltar aquel suspiro.
—¡Ya casi está mamá! —añadió para que aguantase.
Tras hurgar y más hurgar, Ada casi no podía más, estaba tan excitada que apenas podía contener sus gemidos, mientras Edu se afanaba por extraer aquellas dichosas bolas. Así y en un último intento, ¡por fin la bolita salió y victorioso Edu se lo comunicó!
—¡Ya está fuera la primera! —exclamó su hijo.
—¡Oh perfecto cariño! ¡Qué alivio! —tira y extrae la segunda, te lo ruego.
Entonces Edu, tiró despacio, mientras para asegurar, aún no sacaba sus dedos de su sexo. Tan despacio tiró que Ada sucumbió a aquella turbadora sensación, de forma que cuando el chico la sacó, provocó un gemido de placer descarnado en su madre, ¡que sintió que se iba!
Así, entre estertores del amor, Ada se convulsionó y se corrió ante la mirada atónita de su hijo, que aún la penetraba con sus dedos en su sexo y su ano pulsaba al ritmo que sus contracciones vaginales marcaban. Sintiendo este gran presión en sus dedos, con cada contracción de su coño, prieto y gozoso, corriéndose sin remedio.
—¡Oh Edu! —dijo la madre cuando fue capaz de articular palabra.
—¡Oh mamá, ya la tienes fuera! —dijo su hijo exultante—. Pero, ¿qué te pasó? —preguntó vacilante.
—¡Estupendo cariño! ¡Lo has logrado! —dijo su madre sacando sus dedos de su excitado sexo.
Al fin su culito estaba libre, ella lo sentía dolorido, por tanto manoseo, pero ahora distendido y libre se regocijaba en la sensación que esto le provocaba.
—¡Oh mamá, admito que esto me ha turbado enormemente! —dijo él acariciando su bulto en el pantalón, incapaz de no ser consciente de su erección incipiente.
—¡Oh Edu! Tú me has ayudado tanto que me siento en deuda contigo.
Entonces su hijo se bajó su pantalón y verga erecta en mano tomó el ofrecimiento de su madre, que permanecía en cuatro allí en el sofá del salón. Y apuntando su glande henchido a su ojal, no encontró mucha resistencia al empujarlo dentro de su caliente culito.
—¡Oh Edu, no me refería a eso! —dijo alarmada al sentir su caliente carne entrar por su distendido agujero.
Con ella toda dentro, la madre sintió de nuevo un mar de sensaciones contradictorias. Entonces el hijo, presa del deseo comenzó a dar culadas, follándola analmente, sintiendo como su ajustado ojal sacaba lo mejor de su dura estaca, placer y más placer, ¡cuanto más mejor!
Fue una follada rápida, pues Edu no conocía íntimamente a ninguna chica y sentir tan caliente y apretado agujero en torno a su deseo, le turbó hasta el extremo que se quiso correr nada más meter. Pero aún así aguantó como un campeón le tiempo suficiente para turbar tanto a su madre que esta secretamente se acarició su botón secreto, llegando hasta el orgasmo sin que su hijo se diese cuenta.
Moviendo sus caderas estrujó bien su verga, una verga bien bonita, como ella la recordaba, de la fugaz visión de aquella tarde entrando a ducharse. Y ahora disfrutaba tan íntimamente que no podía creer cómo habían pasado de ser madre hijo a ser dos amantes.
Edu gruño en aquel justo instante, cuando su madre, presa de su particular éxtasis, seguía moviendo su culito para estrujar bien la verga de su hijito, sacando su virginal leche y llenándose con ella tan íntimamente…
—¡Lo siento mamá! No me pude resistir a tu culito, pues mientras las bolitas te sacaba estaba preocupado, pero al terminar sentí unas tremendas ganas de complacer mi deseo carnal.
—¡Tranquilo hijo! ¡No pasa nada! Admito que me he sentido muy turbada al hurgar tú en mi culito. No te sientas mal por lo ocurrido pues, aunque me has sorprendido con tu atrevimiento, he gozado con él como no me imaginaba que pudiese hacer…
Luego se fueron cada uno por su lado. Ella a lavar su sexo y su dolorido ano de tanto hurgar y él a su cuarto a hacerse una segunda paja, con el insólito recuerdo de tan caliente encuentro culero con su madre, algo que nunca pudo sospechar al llegar del deporte aquella tarde.
Más el recuerdo perduró y secretamente siguieron uniéndose y retozando, pues una vez descorchado el champán, no había manera de frenar aquel frenesí carnal, más que aplacarlo con su leche virginal, recogida con gustito por su gracioso culito…
Y así Ada no volvió a necesitar, unas traicioneras bolitas en su ajustado ojal…
Nota: Es mi primer relato, se agradecen comentarios...