Mi mamá y la vecina
Mi madre, a petición mía, se lo monta con una vecina tan calentorra como ella.
MI MAMÁ Y LA VECINA
Sigamos con la historia.
Mi historia.
Es Sábado por la mañana, y mi madre me ha despertado de la manera más placentera que os podáis imaginar.
Sí señor, con una estupenda mamada y corrida sobre sus mega tetones.
Sin embargo, la conozco lo bastante bien, y más aún desde que me la follo, para saber que esto no es más que una treta para sonsacarme algo, así que, yo que no me corto un pelo, mientras ella recoge mis lefazos con los dedos y se los lleva a la boca, le pregunto:
-¿Qué pasa, mami? Por cómo me está mirando, juraría que me quieres decir o te pasa algo...
Mi madre exhala un suspiro, y mientras acaricia con maternal dulzura mi tranca ya morcillona, me suelta con voz triste:
-Me he dado cuenta de cómo miras a Marisa... ¿Acaso ya no te gusto?
-¿¡Qué!? ¡No, por Dios! -Exclamo al momento, mientras me lanzo a sobar y a lamer sus tetazas aún pringosas por mi semen.
La tal Marisa es una vecina algo más joven que mi madre y más alta y delgada, dotada también de un buen par de tetas, pero sin llegar al nivel mamario de mi mamaita.
-Verás, mamá -empiezo a hablar yo, tras suspirar quedamente-; ya deberías saber que tú siempre serás mi favorita -alzo la diestra al ver que mi madre se dispone a interrumpirme para seguir hablando-. Pero había pensado que estaría bien que os dieseis el lote para mí delante de la web-cam.
-Oh, eso estaría bien -responde entonces mi madre para mi grata sorpresa, añadiendo luego algo que me gusta mucho más si cabe-: Lo cierto es que nunca le he comido el coño a otra mujer, y tengo ganas de probar.
-Estupendo. ¿Cuándo te apetece que lo preparemos todo?
Como respuesta, mi calenturienta madre me guiña un ojo y dice:
-Tú déjame a mí, yo te avisaré.
Y así quedó la cosa hasta que un par de semanas más tarde, mi madre me dijo que había invitado a la vecina a tomar un café después de comer.
Y llega el día indicado.
Y ahí estoy yo, en nuestro piso alquilado, ante la pantalla de mi portátil, dispuesto a ver como se le da a mi mami lo de ser bollera.
Marisa llega a casa sobre las cuatro de la tarde. Trae pasteles de manzana de una pastelería muy conocida en mi ciudad, y mi madre se lo agradece con una sonrisa y un casto beso en la mejilla.
Mi madre viste una camiseta que le llega por las rodillas y debajo sólo lleva unas diminutas braguitas de encaje, sin sujetador.
Marisa viste pantalón de chándal y camiseta.
Por cómo se le marcan los pezones, yo diría que tampoco lleva sujetador, lo que hace que mi verga se ponga dura al momento.
Cuando quiere, mi madre va directa al grano, y eso es lo que hace esta vez preguntando a la vecina lo siguiente:
-Oye, Marisa. ¿Tú te has operado las tetas?
A punto está Marisa de escupir el café que tiene en la boca, mientras mi madre se la queda mirando con expresión casi beatífica, para luego y para mayor sorpresa de la vecina, tomarle una mano y llevarla a una de sus formidables pechazos mientras le dice en tono entre pícaro e inocente:
-¿Qué te parecen mis tetones? ¿No crees que sean demasiado grandes?
-B-bueno, yo no sé... -Balbucea Marisa, sin apartar la mano del formidable tetamen de mi mamuchi, que ríe divertida mientras hace lo propio con las mamellas de su compañera, que suspira lánguidamente y se las deja sobar mientras musita-: -No sé, Antonia. Nunca te lo he dicho, pero tus tetas siempre me han parecido muy hermosas y sensuales. Si fuera bollera no me importaría que me follases con ellas.
No hace falta que diga más.
Mi madre se despoja de su camiseta y le ofrece sus tetones a la caliente vecina, quién, como si lo hubiera hecho más veces, comienza a sobarlos y a lamerlos y a besarlos con una maestría tal, que mi madre no tarda en retorcerse y gemir de placer, mientras ella también se entretiene metiendo y sacando los dedos en la húmeda raja de Marisa.
-¿De veras quieres que te folle con ellos, mi amor? -Inquiere entonces mi madre mientras hunde su cabeza entre los ardientes muslos de la vecina para empezar a comerle el coño, hirviente y chorreando fluidos vaginales.
-Mmm, sí -gime Marisa, mientras estira sus manos para poder seguir sobando y pellizcando los duros pezones de mi mamita-. Me muero por sentir tus tetazas contra mi chichi, Antonia.
Y dicho hecho, tras practicarle el primer cunilingus de su vida, mi madre se coge las tetazas y comienza a acariciar con ellas el coño de Marisa, que se retuerce en el sofá presa de un gustazo como nunca antes había sentido en sus más de cincuenta años de vida.
-¡OH, SÍ, ANTONIA! ¡FÓLLAME CON TUS TETONES! ¡FRÓTALOS BIEN CONTRA MI HÚMEDA ALMEJA! -Gime la vecina mientras mi madre se escupe en los pezones y luego los refriega contra su raja.
Es llegado ese momento, cuando ambas maduras hembras han terminado y ante la visión de los melones de mi madre cubiertos del fluido vaginal de la vecina, que yo me alzo de la silla y me corro en el suelo sin poder aguantarlo más.