Mi mamá me ama
Siempre creí que el amor a mi madre era algo puro, honesto... pero resultó no ser así...
MI MAMÁ ME AMA.
Podeis llamarme Jennifer. Y soy la amante de mi madre. ¿Quereis saber cómo ocurrió? Seguro que sí, pícar@s. Os lo contaré.
Como es costumbre, dejadme que me describa. No, no es una historia donde la madre y la hija son dos bellezones esculturales y sin edad. No.
Tengo 22 años. Hace un año ocurrió. Es decir, que entonces tenía 21. Mis ojos son azules, mi pelo negro, y lo llevo muy cortito, en plan chico. Blanca de piel. Gordita (¡no mucho!) y bajita. Lo más prominente de mí son mis pechos: 120 de sujetador. Y no, no es agradable ver que para los hombres (y muchas mujeres) una sólo exista entre el ombligo y el bocado de Adán.
Pero me pierdo, disculpad. Mi madre tiene 45 años ahora; se conserva bien, pero ya tiene algunas arruguitas propias de su edad (yo la encuentro preciosa). Somos más o menos de la misma altura; sin embargo, ella es delgadita, y su figura es bastante esbelta para su edad, y sus senos son más chicos, entre 80 y 90. Tenemos los mismos ojos y pelo (ella lo lleva cortado a media melena).
Bueno, el caso es que mis padres se separaron hace dos años, y mi madre y yo nos fuimos a vivir a un estudio, porque nuestra economía no daba para más. Y era tan pequeño que dormíamos en la misma cama, porque no había sitio para más. Pero lo llevábamos bien. Hasta que comenzó...
Mi madre, tras la separación, no quiso saber nada más de hombres. No digo que se volviese lesbiana (la lesbiana soy yo, aunque ella nada sabía por entonces); simplemente, los consideró a todos unos miserables. Pero en estos casos suele ocurrir que el cerebro va por un lado y el cuerpo por otro. Mi madre no es una santa, y su líbido tenía que desahogarse de algún modo.
Una noche, mientras dormíamos juntas, me despertaron unos gemidos de mi madre.
-Mamá, ¿te pasa algo? -pregunté.
No me contestó. A la luz de las farolas que se filtraba por la persiana bajada pude ver que mi madre tenía los ojos cerrados, y dormía. Pero su respiración era un tanto agitada, y seguía gimiendo.
-¿Mamá? -aparté las sábanas.
Apenas pude reprimir una risita de sorpresa. ¡Mi madre se estaba masturbando en sueños! Y debía ser un sueño terrible, porque había empapado buena parte de la sábana. Su mano se acariciaba por encima de su tanga, empapado. No llevaba nada más. Me levanté sigilosamente y esperé a que mi madre terminase. Un gemido y un suspiro hondo me lo indicaron. Con un paño sequé a mi madre la mano y lo que pude del tanga, porque si se daba cuenta al despertar lo hubiese pasado fatal. Así, la humedad de su tanga podría pasar por una pequeña polución nocturna, y ella no se percataría de la paja que se había hecho al lado de su hija.
Y así fue. No se dio cuenta de nada. A la mañana siguiente se levantó para ir a trabajar, a toda prisa y a oscuras para no despertarme, como solía. Cuando me levanté, más tarde, cambié las sábanas.
Me pasé todo el día con la imagen de mi madre gozando en sueños. Estaba un poco inquieta por si volvía a ocurrir lo mismo, y tal vez un poco... sí, excitada, con la idea de volver a verla así. Pero claro, una piensa, "¿Cómo me va a excitar mi propia madre? No es posible". Y llegó la noche.
Mi madre se quedó pronto dormida. Yo no, yo estaba expectante... pero me quedé dormida también. Y me volvieron a despertar los gemidos de mi madre... Otra vez estaba gozando en sueños, pero esta vez percibí el olor de su sexo ascender hasta mí... ¡Mmmmhhh! Comencé a empapar mi propia braga. "¿Cómo?" me preguntaba "¡Es mi madre!" "¿Seré una pervertida?" Y mi madre seguía gozando a mi lado... aparté las sábanas para echar un vistazo. El olor era más fuerte. Esta vez se masturbaba ya por debajo de su ropa interior. Y realmente mi madre estaba muy atractiva durante su orgasmo sonámbulo... No pude resistirlo más y yo empecé también a acariciar mi clítoris con mi mano izquierda, mientras con la derecha me pellizcaba y amasaba mis tetas. ¡Y eso me dio una idea! Con sumo cuidado, acerqué mis labios a uno de sus pezones y lo chupé suavemente. ¡Mi madre no gimió, sino que exhaló un gritito! Un espasmo la recorrió y sus líquidos empaparon el colchón. La miré un rato para cerciorarme de que seguía dormida. Ya tenía un trapo preparado para limpiarla... Pero su mano seguía entre sus piernas, y tuve que sacarla con cuidado para limpiarla. Al hacerlo, mi propia mano quedó mojada con su flujo. La olisqueé y... me chupé mis dedos mojados de mi madre como si fuese el más rico manjar del mundo. ¡Hmmmm!!! ¡Qué amargo sabía, y qué delicioso!
A la mañana siguiente mi madre se fue de nuevo deprisa para trabajar. Me levanté, cambié las sábanas y esta vez le di la vuelta al colchón. Cuando me iba a duchar, vi en el cesto de la ropa sucia, en el baño, su braga de la noche anterior. En un impulso, me la llevé a la nariz para olerla, mientras con mi boca exprimía los restos de humedad que le quedaban, degustándolos, gozándolos. Me senté en el retrete y me masturbé, y fue el orgasmo más explosivo que tuve en años.
No hace falta que os diga con qué ansia esperaba la siguiente noche. Pensaba que estaba mal, pero al mismo tiempo, ¡qué cachonda me ponía el sólo pensarlo!
Nos volvimos a acostar, como siempre, pero mi madre debía sospechar algo. Tal vez a la mañana notase la mojadura de las sábanas, no lo sé. Pero esta noche se acostó dándome la espalda, no boca arriba como solía. Tal vez pensaba que si esa noche volviese a masturbarse, al menos no corría el riesgo de despertarme a mí (la pobre no sabía que la precaución era tardía).
Nos quedamos dormidas, yo desesperando ya de poder gozar de mi madre. Me despertaron de nuevo sus gemidos. La miré y... ¡se había girado boca arriba!. Así que me puse a hacer lo que llevaba pensando todo el día. Con suavidad retiré su mano del coño, y metí la mía, con dulzura. ¡Qué diferencia de tacto, su pelo crecido, y aquellos labios gruesos y dilatados, tan diferentes de los míos! ¡Qué placer notar su cálida humedad en mi mano! Al mismo tiempo me arrimé a un pecho de mi madre y comencé a chuparlo, suavemente, mi lengua recorriendo con placer su pezón, mordisqueándolo. El ritmo de su respiración y su movimiento de pelvis aumentó. Y súbito... noté cómo mi madre aguantaba la respiración y cesaba en sus estremecimientos. La miré a la cara y allí estaba, despierta, con los ojos desorbitados, mirándome:
-¡Jennifer! ¿Qué...?
No quise darle tiempo a pensar. Enterré mi lengua en su boca, con el beso de tornillo más profundo que se pueda dar. Hubo un leve asomo de resistencia, pero pronto cesó y su lengua comenzó a jugar con la mía. Entre lengüetazo y lengüetazo, gemía:
-Hija.. esto... esto... no está... está bien...
Yo la interrumpía diciéndole entre beso y beso:
-Mamá, te amo...te amo, mamá...mamá, mamá...te amo.
¡Cómo besaba! Mientras nos acariciábamos, ella con manos inexpertas, me puse encima de ella y comencé a acariciar su coño con el mío. Ella abrió sus piernas cuanto pudo, mientras me acariciaba las nalgas, empujándome hacia ella.
-Aaah! Hija! Aaah!
Luego paré y comencé a besarla por el cuello, su canalillo, sus pezones, sus tetas, a lamer todo el largo camino a su ombligo, donde me entretuve un buen rato:
-Mamá, mamá, déjame gozar el lugar de donde salí.
-Sí, mi niña, todo tuyo, es todo tuyo!
Aparté sus labios con mis dedos; lamí su raja de arriba a abajo, llenándome la boca de su líquido maravilloso. En medio, como un rubí precioso, sobresalía su clítoris. Lo chupé como quien chupa una golosina deliciosa, lo lamí, lo mordí. Mi madre chillaba como una posesa.
-Me corro! Me corro!
-No, mamá, espera...
Comencé a ensalivar su ano con mi lengua, poco a poco, penetrando su esfínter con ella. Cuando estuvo bien lubricada, comencé a meterle un dedo.
-Aaay.
-¿te duele?
-Un poco, pero me gusta. ¡Sigue, sigue!
Y mientras mi dedo entraba y salía dilatando su virgen culito (¡quien lo diría, mi madre, con su edad, y su culo sin desvirgar!) volví a lamer su clítoris. Mi madre no aguantó más, con un gemido profundo se corrió en mi boca, y yo intenté beber de ella, pero me desbordó.
-Hija mía, déjame ahora disfrutar de tu líquido!
Y mi madre comenzó a lamerme, muy inexperta pero... ¡con cuanta pasión! Me corrí casi de inmediato.
Pasamos abrazadas el resto de la noche, besándonos e intercambiándonos confidencias. Yo le confesé que era lesbiana. Ella me preguntó:
-Hija... esto... ¿crees que lo que hemos hecho me convierte en lesbiana?
Sonreí y le dije:
-No, mamá... te convierte en la mejor madre del mundo.
Aquella noche dormimos exhaustas, pero felices. Y así desde entonces.