Mi mamá ganimediana
¿Qué dirían ustedes si un día se les presenta en casa una rubiaza maciza de veintipocos, así a ojo- y con una pirámide de marfil entre las manos como única vestimenta, diciendo que es su mamá, desaparecida hace casi veinte años? Dicho así, suena raro, ¿verdad?
Cuando a finales de 1989, los berlineses se dedicaban a hacer migas el muro, y por estos pagos arrasaba Mecano con "La fuerza del destino", yo jugaba a las canicas y aún llevaba pantalones cortos. Por aquella época vivíamos en un barrio periférico de Madrid. Bueno, por lo que me contó después de mi padre, que en paz descanse, vivir, lo que se dice vivir de milagro. El pobre, con los cuatro duros que le rentaban la administración de fincas rústicas y el sobresueldo como vigilante nocturno de un aparcamiento sin licencia municipal, no ganaba para mantener a una esposa mi mamá, dicho sea de paso porque éramos pobres, pero muy decentes- con caprichos caros, y un hijo el menda- que era un auténtico negado a las canicas con lo caras que estaban.
Fue desaparecer mi mamá, que por entonces era una morenaza con treinta y dos años muy bien llevados, a la que el frutero de la esquina le fiaba de balde, por simpática y buenorra según el frutero-, y cambiar de repente nuestra situación financiera. La cotilla del quinto, una marujona con cara de vinagre, estaba empeñada en que la repentina desaparición de mamá tuvo que ver con un viajante de droguería al que no se le volvió a ver el pelo por el barrio. Pero mi padre me dejó bien claro que el viajante, aunque lo conocía de vista por haberlo visto un día saliendo de un hostal con una tía que se parecía mucho a mamá-, no había tenido nada que ver con la inexplicable desaparición de su santa esposa.
-Mira, hijo, mucho me temo que mamá ha sido abducida por extraterrestres- me dijo un día, muy serio. Y lo que decía mi papá iba a misa.
Y de la noche a la mañana, mi abnegado y separado padre la abducción sigue sin estar contemplada como causa de viudedad-, pasó de oscuro administrador rústico a contable financiero de un grupo inversor ruso. Dejamos el barrio y nos mudamos a Marbella, cambiando el piso de cincuenta metros cuadrados un quinto sin ascensor- por un chalet con piscina, pista de squash y garaje para tres coches y mi bicicleta.
Aquello era un descojone. Un día sí y otro también, aparecía por casa un oso gritando: "¡Николай, Ты мой друг!", le daba un abrazo y tres besos a mi padre en cristiano, Nicolás, porque me temo que el cirílico lo entienden un par lectores-, a mí me ponía los mofletes como tomates con dos pellizcos, y dejaba un saco de billetes en mitad del salón. El oso no siempre era el mismo, pero el saco de billetes no fallaba nunca.
Al principio, como me explicó más tarde mi padre, el proceso de lavado del dinero era sencillo: se iba por la noche al casino, cambiaba una modesta cantidad de divisas en fichas al cambio, según se tratase de dólares, rublos, marcos, libras o francos, cinco o seis millones de pesetas, para no levantar sospechas-, cenaba, volvía a cambiar las fichas en efectivo, y listo. Al salir del casino llevaba en el bolsillo un recibo que acreditaba una increíble buena racha en la ruleta. Por la mañana hacía el ingreso en el banco y por la tarde ya estaba invertido en algún negocio. El problema fue que los sacos enseguida empezaron a ser más grandes y a llegar de dos en dos y al viejo lo citaron los de Hacienda. Eso tuvo fatales consecuencias.
A ver si me explico; no es que al viejo lo enchironaran ni nada de eso, porque se presentó con todos los recibos del casino en regla y convenció al inspector de turno de que él era un honrado ciudadano con mucha suerte, eso sí. Lo que al final acabó con él fue que dejó de "lavar" a mano y montó un chiringuito financiero en toda regla; lo que en la jerga del negocio se conoce como una "lavandería". Uno de los negocios salió mal, el ruso de turno perdió una cantidad de pasta de la hostia y el coche del viejo los frenos. Tuvieron que despegarlo del muro con una espátula. Pero eso fue hace sólo cinco años, y tuvo la precaución de diversificar sus inversiones, de forma que me dejó en herencia el Ferrari y el Jaguar el Lamborghini fue siniestro total-, el chalet y una cantidad de pasta que me hubiera podido permitir vivir a todo tren doscientos o trescientos años. Y cuando digo hubiera, digo bien como se verá más adelante.
Liquidado mi papá y finiquitados sus negocios, pasaré a hablarles un poco de mí. Siempre fui un chico jovial y extrovertido, al menos, hasta que mi mamá fue abducida. Luego, poco a poco, supongo que por algún desajuste hormonal de la adolescencia el psicólogo lo definía como el síndrome de no sé qué leches, motivado por la pérdida de la figura materna a tan tierna edad-, me fui encerrando en mi mundo, dejé de hacer el gamberro con los amiguetes y se me llenó la cara de granos. Pero yo creo que la culpa la tuvo una de las furcias que acompañaban a Boris, uno de los rusos rompehuesos que tuvo tratos con mi padre a mediados de los noventa. Por aquella época, con quince añitos recién cumplidos, yo andaba más salido que un mono y la zorra aquella, más. Total, que como el ruso se pasó la semana entera pedo perdido, la rusa aprovechaba bien las mañanas en la piscina.
Coño, digo yo que la primera vez debería ser obligatorio un poco de romanticismo, ¿no? Pues no, la mamada que me hizo el primer día, mientras mi padre y su amante dormían la mona del litro y medio de vodka que se metieron entre pecho y espalda la noche anterior, y aprovechando que yo estaba amodorrado en una de las tumbonas de la piscina, no tuvo nada de romántica. Cuando me quise dar cuenta, antes de ser plenamente consciente de lo que pasaba, ya me estaba corriendo en su boquita.
La cabrona sabía lo que se hacía: primero una mamada, para relajar al chaval, y después inmediatamente después- un polvo en mitad de la piscina, donde más cubría. Entre que me recuperaba de la salva de honor anterior, y que procuraba patalear como un descosido para no ahogarme con aquella lapa colgada del cuello, aguanté lo suficiente para que la rusa se corriera como es debido. Así durante toda la semana.
Dos o tres días después de que la parejita volviese a la Madre Rusia, empezaron a salirme en la punta del nabo unas ronchitas con muy mala pinta. ¡La hostia! Pensé que la muy guarra me había contagiado unas purgaciones, o algo peor: que empezaría a mear sangre cualquier día y que la polla se me pudriría poco después. Cada vez que me bajaba los calzoncillos para mear por las mañanas era una pesadilla, temiendo que durante la noche se me hubiese caído la polla sin darme cuenta. Menos mal que la cosa se aclaró pronto en un reconocimiento médico rutinario: reacción alérgica localizada- al cloro. ¡Cagunmismuelas! ¿Habrá que ser cenizo para que se localizara precisamente ahí?
Desde entonces, no me baño en una piscina sin antes ponerme un forro. Y si no queda más remedio que hacerle un favor a alguna churri las hay tan pesadas que, por no discutir, vale más follar y callar-, con dos. Sí, supongo que con estos pocos datos, el lector perspicaz ya habrá deducido que me estaba convirtiendo en un misógino de manual psiquiátrico. Y en el muy improbable caso de que alguno de ellos sea además misógino quiero decir improbable por perspicaz-, comprenderá el suplicio que suponía para un "guaperas" como yo pasear por Marbella al volante de un Ferrari.
Ya va siendo hora de entrar en harina y hablarles de mi mamá, porque el relato va de eso, claro: del rollito materno-filial de una abducida por los ganimedianos y su retoño misógino. ¡Menuda pareja!
El año pasado, más o menos por estas fechas, burlando el sistema de cámaras de vigilancia, los sensores de movimiento y el trío de asesinos de cuatro patas que se encargan de la seguridad del chalecito, me despertaron unos insistentes timbrazos en la puerta. Lo que tenía que haber hecho era pulsar la alarma, conectada con la centralita de la policía, y salir pitando para encerrarme en la habitación del pánico. ¡Mira que me lo repitieron cuarenta veces los de la compañía de seguridad! Pero claro, los poderes paranormales ganimedianos son capaces de anular todos los sistemas de vigilancia, convertir en mansos corderitos a los rottweielers, y hasta de convencer a un gorila de discoteca de que te deje pasar con chancletas y sin invitación a una fiesta privada.
¡Masulín, qué alegría! ¡Mira cuánto has crecido! ¿No le vas a dar un beso a mamá?- me soltó, así de sopetón, una rubiaza macizona, de veintipocos calculando a ojo-, en pelota picada, dejando en el felpudo una pirámide de marfil.
De haber estado en pleno dominio de mis facultades mentales y no bajo el influjo de una misteriosa influencia extraterrestre-, le habría dado con la puerta en las narices y habría llamado inmediatamente a la policía. En su lugar, lo único que se me ocurrió fue:
¿Ma Mamá? ¿De verdad eres tú?
No es que se le pareciera mucho, la verdad. Empezando porque era bastante más joven que mi madre sumando a toda prisa me salían más de cincuenta años-, no recordaba haberla visto teñida nunca y el rubio nórdico de ésta, casi blanco, parecía natural- y a mi mamá jamás de los jamases se le hubiera ocurrido presentarse en casa de nadie en pelota. Pero me acordaba del apodo cariñoso con el que me llamaba cuando era pequeño, y eso pudo más que el resto de consideraciones.
Me tiré a sus brazos en filial abrazo con tan mala fortuna que tropecé con el felpudo el de la puerta- y aterricé con la cara entre sus tetas; mientras ella me la mantenía allí bien sujeta, abrazándome fuerte y llenándome de besos la coronilla. Y claro, me empalmé, aunque no esté bien decirlo. Corrijo, hay que decirlo. Se me olvidaba que esto va en la sección de Filial, perdonen ustedes el lapsus.
Total, que después de tres minutos respirando con la boca abierta sobre su teta izquierda, y venciendo la tentación de darle un mordisco al pezón, no había forma de disimular el bulto en mis pantalones. Así que intenté zafarme de la maternal fuente de mis angustias, invitándola a pasar y ponerse algo encima, mientras yo aprovechaba para darme una ducha fría, que falta me hacía.
-Mira que eres tontito, Masulín. A ver, déjame echarle un vistazo al instrumento de mi chiquitín, porque la última vez que lo vi era una cosita tan pequeña y tan mona
Tengo que volver a recordar que estaba bajo el influjo ganimediano que perturbaba mis facultades mentales, porque a ver quién es el degenerado que -a punto de cumplir los treinta- le dice que sí a su mamá cuando ésta insiste en echarle un vistazo a tu polla.
¡Coño, otra vez se me ha ido la olla! No pretendía, ni mucho menos, llamar degenerados a los asiduos lectores de la sección. ¡Hasta ahí podíamos llegar!
En resumen, que con la excusa del atenuante de enajenación mental transitoria algo que cualquier juez tiene en cuenta como eximente-, accedí a sus deseos y perpetramos el acto en el sofá del salón. Tras el examen táctil, en el que los dedos de mi mamá no pararon ni un momento de tirar para arriba y para abajo del pellejo de mi polla, pasamos a la de calibración, donde se dio por satisfecha al comprobar que el glande le cabía entero por poco- en la boca. Mientras tanto, yo mantenía bien cerrados los ojos, intentando -tengo que confesar que sin éxito- verificar el refranero popular: "Ojos que no ven, corazón que no siente".
Intentaba por todos los medios no correrme. Después de todo, chuparle la teta a tu madre no es un delito tan grave: lo han cometido todos los que no se han tenido que conformar con el biberón. Pero llenarle la boca de leche es distinto. Así que intentaba encontrar algo espeluznante en lo que concentrarme para no correrme y, con suerte, lo bastante asqueroso como para bajarme el calentón. Creí encontrarlo, cuando me acordé de la vez que me pillé un huevo con la cremallera del pantalón no se rían, que para una vez que se me ocurre ir a pelo, imitando a los actores de las pelis porno, tuvieron que deshacer el atasco en un Centro de Salud-, pero fue demasiado tarde.
Estaba pensando en el susto que me llevé cuando vi aparecer a la enfermera armada con unos alicates estoy hablando del desgraciado accidente de la cremallera-, pensando que como le temblase un poco el pulso, además de la cremallera me iba a quedar sin un huevo. Aún hoy en día me pongo lívido de espanto, cada vez que lo pienso. Decía, que entretenido en estas reflexiones, no me di cuenta que mi mamá dejó de comerme la polla por un instante el tiempo justo para incorporarse y sentarse encima. ¡Menudo arte tiene mamá triturando pollas con el coño!
Ni concentración ni hostias. Cuando se te sienta encima una prensa hidráulica en forma de coño, que encima se mueve arriba y abajo a 3.000 rpm, no valen truquitos de esos. No les digo más que hasta olvidé ponerme los dos forros preceptivos en estos casos uno encima del otro, porque no me fío un pelo que los condones pasen los controles de calidad que exige el etiquetado CE-, con lo mirado que soy para estas cosas.
-No está del todo mal, Masulín. Nada que objetar en cuanto al género me decía poco después mi mamá, dándole un último apretón a mi polla-, pero hay que mejorar la técnica y la actitud. Te veo un poco tímido y con poca iniciativa en estos temas, así que habrá espabilarte con unas cuantas clases.
Ya sé que éste es el sueño húmedo de todo aficionado al género filial, y que lo de las clases particulares suena a tópico que apesta, pero a ver quién es el guapo que puede presumir de "profe" experta en técnicas sexuales extraterrestres.
Se me olvidaba mencionar que Ganímedes es una de las lunas de Júpiter esto me lo explicó mamá más tarde; porque yo, que no estoy muy puesto en Astronomía, pensé que era una isla de las Bahamas ya me extrañaba a mí que hubiera alienígenas en las Bahamas-, así como que la esperanza de vida de los ganimedianos es de unos cinco mil años terrestres. Prefiero dejar para mejor ocasión hablar de sus costumbres, para que esto -que se supone que es un relato cachondo-, no degenere en un artículo antropológico. Cuando en lo que resta de relato, haya algo que les suene raro, acháquenlo a que los ganimedianos son así.
De esta forma quedaba aclarado por qué mi mamá parecía diez años más joven que al ser abducida, tenía un acento un poco raro en la urbanización corrió después el rumor de que era una mafiosa rusa- y que ahora, sin necesidad de tinte, fuese rubia. Lo que no queda aclarado es porqué tardó veinte años en dar señales de vida la verdad, lo que me explicó sobre desfases espacio-temporales no lo puedo repetir aquí porque no entendí un mierda- y lo más importante: ¿Por qué nada más llegar, sin motivo aparente que justifique ir en pelota picada, dejó una pirámide de marfil a la puerta de casa?
Alguno podría llegar a pensar que también es un misterio el por qué, sin apenas saludar, la mamá del menda se tiró a su inocente retoño. Seremos comprensivos con esos pocos malpensados, ¿verdad? A los lectores asiduos de la sección, curtidos en mil lances como éste, no hace falta explicarles nada lo suplen con una imaginación desbordante y a prueba de incongruencias argumentales.
No es que yo sea un pichabrava de esos que echan seis diarios. De hecho, para ser totalmente sincero, tengo que reconocer que antes de lo que sucedió con mamá, poco dos o tres al mes-, y después; es decir, ahora que ya no está conmigo, menos. Y peco de optimista, porque llevo los últimos nueve meses a dieta rigurosa de mano derecha. De momento, aunque todo puede cambiar hay un par de cabras muy putas que me ponen ojitos tiernos-, no me va el rollito zoofílico siempre que estas cabronas de cabras me dejen en paz. Pero ya estoy adelantando acontecimientos y así no hay quien siga el hilo de los acontecimientos.
Decía, antes de que empezara a hablar de cabras y perdiera el hilo, que nunca he follado tanto como en los tres meses que mamá pasó en la Tierra. La rutina diaria comenzaba con un sesenta y nueve mañanero, antes de desayunar, continuaba con clases teóricas -haciendo un descansito a media mañana para practicar lo aprendido-, un polvete durante la siesta, algún "aquí te pillo, aquí te mato" durante la tarde y un polvo ganimediano durante la noche, que podía variar entre seis y veinte horas, dependiendo de que la energía de la pirámide estuviera baja o a plena potencia.
Intentaré explicarme, porque me imagino que el lector estará hecho un lío con el jeroglífico anterior. Y para ello, nada mejor que un ejemplo práctico. La primera vez que echamos un polvo ganimediano, duró quince horas y ríete tú de los mamonazos esos que predican el sexo tántrico, con unas ridículas cuatro horas por polvo-; es decir, que empezamos a las diez de la noche y terminamos a la hora de comer del día siguiente. Pero no era el día siguiente, sino las tres y media del día anterior. Y esto explica que los cachondos ganimedianos se pasen el día follando, porque el polvo ganimediano tiene la particularidad de hacer retroceder el tiempo.
Pero no todo fueron cosas buenas, claro. Lo que más quebraderos de cabeza me dio, fue la manía de mamá de andar siempre en bolas. Dentro de casa, vale, pero ni de coña fuera de ella. Le compré la colección completa de moda ibicenca de la temporada la única que consintió en vestir-, aunque no hubo manera de que se pusiese bragas y sujetador. Y como las túnicas ibicencas trasparentan más de lo debido, tenía que andar quitándole de encima a los buitres, cada vez que salíamos de paseo.
Cuando se escapaba era peor. Según me contó, en Ganímedes no existen ni el dinero ni las tarjetas de crédito, y los bienes y servicios se pagan con contraprestaciones sexuales. Al cambio, una mamada viene a salir por 500 y un polvo ganimediano por 2.500 . Vamos, tarifas de puta de lujo terrestre. Así que nadie se escandalice si les digo que mamá pagó una multa -por conducción temeraria-, con una mamada al policía que la detuvo. Con el que no hubo manera de llegar a un arreglo, fue con el encargado del supermercado; el tipo no se quedó conforme cuando mamá intentó pagarle la compra dejando que le metiese mano, y se presentó en casa chillando y agitando la cuenta. ¡Tenía que haber dejado que los rottweielers lo descuartizaran, coño!
A las que traía locas era a las marujas de la urbanización, en cuanto se enteraron que tenía cincuenta y dos años. Aquello era un desfile constante de vecinas, intentando averiguar la marca del potingue que utilizaba como crema hidratante y desmaquillador, por lo que no le fue difícil convencer a la mayoría de que todo se debía a las propiedades milagrosas de Ganímedes. Yo, con tratar de calmar a los perros y evitar que alguna pereciese entre sus fauces, ya tenía bastante trabajo. Tres meses más tarde, con medio vecindario clamando por un pasaje a Ganímedes, y mamá dirigiendo las clases de polvos ganimedianos en el jardín la pirámide trabajó a destajo aquellos días-, nos soltó la bomba.
Se iba un par de días más tarde, confesó, aprovechando el viaje de vuelta de un platillo en el que viajaba el verdadero David Foster Wallace resulta que hay un montón de famosillos que son extraterrestres camuflados, aunque éste se dedicó en vida a volver loco al personal con sus escritos, tratando de descifrar qué coño querría decir el puto genio-, pero había un fallo técnico que esperaba poder solucionar apelando a la generosidad de su querido hijo y a la de tan buenos amigos. Prometió volver dentro de otros veinte años y llevarnos a todos con ella -a mí el primero, claro, que para algo es mi mamá- siempre que se solucionase el problemilla. El problemilla era que el platillo se había quedado sin gasolina. ¡Como suena! Resulta que los putos cacharros ni funcionan con combustible iónico de fusión ni con motores de campo magnético, como dicen por ahí los expertos. ¡Funcionan llenando el depósito con "gasofla" sin plomo! Lo malo es que el depósito se llena con ocho millones de litros.
Pues nada, a rascarse el bolsillo tocaban, y a mí me tocó pagar casi la mitad del repostaje con la súper por aquellas fechas a casi un euro, echen cuentas de la broma-; aunque, memos mal, conseguí vender el chalecito antes del estallido de la burbuja inmobiliaria. Al final me quedé más tieso que una momia igual que el resto de los adeptos-, pero veinte años pasan volando y aún me quedó lo suficiente para comprar un rebaño de cabras y ganarme la vida haciendo quesos en la sierra de Almería. Aprovecho la ocasión para hacer publicidad del producto artesanal que fabrico, sin colorantes ni conservantes.
Alguno estará pensando que soy imbécil, como el hijoputa ése que apareció no hace mucho en un programa de la tele, denunciando que todo el rollito ganimediano era una estafa para sacarle la pasta a cuatro incautos; pero no les cuento lo que me voy a reír dentro unos miles de años, cuando de todos ustedes no quede ni el polvo.
Apostillas del autor.
El relato está especialmente dedicado a mi colega plumilla- Senaicos, compañero de fatigas en la página y otros foros. Aprovechando el turno de re-contra-réplica que tenía pendiente entre otras cosas porque estaba de vacaciones aunque estuve en un tris de posponer el viaje hasta aclarar la cuestión-, y según decías que afirmaba Forrest Gump de los que escriben imbecilidades con lo anterior queda demostrado que tenías toda la razón.
Para el resto, los que no consideren al tal Forrest maestro incuestionable de la filosofía contemporánea, tengo que añadir que personajes como el del relato, haberlos, "haylos". ¡Coño!, como que la fuente de inspiración fue un fulano disculpen si olvidé el nombre, pero limpio periódicamente el disco duro de la memoria de información inútil- que apareció un día por la tele, ataviado con túnica, sosteniendo una pirámide en las manos y afirmando que era un enviado ganimediano en misión evangelizadora en la Tierra.