Mi maestro vampiro y yo (6)

-Voy a llevarte a dar un paseo – Se giró a mirarse al espejo, estaba sola. – No me reflejo en los espejos. Ponte una bata, no te hace falta ropa.

Después de haber actuado como  una verdadera perra con mi profesor aun a pesar de lo rudo que había sido conmigo durante nuestro último encuentro, salí corriendo de su despacho y me encerré en mi cuarto, en aquel momento estaba herida, tanto física como psíquicamente, sentía tanto asco a mí misma como por Alexey Kurovski por haber sido tan rudo y tan animal...Y aun así lo deseaba con fuerza.

Llore esa noche y la siguiente, y la siguiente y las que siguieron…sobretodo porque me había convertido sin quererlo en aquello que detestaba, una cualquiera que se daba al primero con el que se cruzaba.

Al menos tenía la certeza de que con tanto sexo, mi mente calenturienta estaría descansando y no me achacarían ni una más de esas alocadas y húmedas fantasías con mi profesor o con cualquier otro hombre.

-Cariño, tengo que irme, ¿estarás bien? – Asentí, he engañado a mis padres para faltar a clase toda la semana, me sentía mal por ellos, sé que tengo que volver, pero tampoco me apetece ver a Alexey a la cara.

Me levante a darme una ducha, son casi las ocho de la tarde, normalmente ya estaría en clase de tecnología y sería feliz porque falta poco para ver a mi “amante”. El agua fría me recordaba al tacto de sus manos, que iban rodando por mi piel, incluso podía notar su aliento entremezclado con la brisa que entraba por la ventana, y de alguna forma morbosa, era incluso capaz de ver su sonrisa en el espejo.

Creo que eso fue lo que más me espanto y apresuro a que terminara mi ducha y volviera a esconderme bajo las sabanas de la cama.

-Creía estarías verdaderamente enferma – En ningún momento pensé que él vendría a verme, es algo tan altamente improbable que asusta – Pero estás muy bien.

Me acosté en la cama, aquí no puede tocarme, no puede entrar en mi casa si no le invito, y todavía, esa no es mi intención.

-Vas a invitarme entrar en la casa porque sabes que me quieres en tu casa y porque te tengo un regalo – Me mostró una caja aplanada envuelta en un lazo – Para ti.

¿Voy a venderme otra vez por un regalo? Oh, no, voy a hacerlo por el hecho de tenerlo conmigo aunque sea una locura más en mi historial de prostitución.

-Pasa, Alexey – En lo que él se deslizaba por la ventana, yo estaba en la otra punta de la habitación, vulnerable a todos sus deseos. - ¿Por qué vino, profesor?

-¿No puedo visitar a una de mis alumnas enfermas? – levante la ceja con duda, él entendió que dudaba de él – Bueno, después de que salieras corriendo sin acabar tu trabajo, pensé que si te daba un regalo volverías a terminar lo que empezaste.

-No puedo. – No quiero intentarlo otra vez, no quiero si quiera saber lo que hice. – No es algo que deba hacer. Es incorrecto. Es repugnante.

  • Es lo que deseas – No me di cuenta de cuando tiro de mi para ponerme en la cama, recostada en sus piernas – Porque eres una mujer deseosa de sexo, sexo duro, sucio, sexo conmigo donde tú solo eres un trozo de carne…

Con cada soez palabra yo me sonrojaba a la vez que empezaba a sentir ese sentimiento de ardor en el estómago y en mi entrepierna.

Deje que me besara, que me desnudara, aunque estamos en mi casa y mi madre puede venir en cualquier momento, lo deje porque tiene razón, es lo que deseo, deseo que me toque, que me tome con violencia y me haga disfrutar en todo momento de todo lo que me haga aunque después me arrepienta porque duele demasiado incluso para moverme.

Arquee la espalda y deje que mi mente vagara por los recovecos de esa imagen de dios griego que tan profundamente se ha calado en mi pensamiento.

-¿Asher, estás despierta? – levante la cabeza, estaba somnolienta, sí, creo que ya vuelven las fantasías – Te he traído algo de chocolate, te lo dejo encima de la mesa para que puedas tomarte algo dulce, seguro que te viene bien.

Cerré los ojos de nuevo, será lo más cerca que estaré de Alexey por ahora, porque él no vendrá a mí en ningún momento.

-¿Quieres ver qué te he traído? – Puso la caja sobre mi vientre y lo abrí, dentro había un conjunto de cuero, unos shorts muy cortos con una cremallera muy larga, y un chaleco, que me dejaba la tripa al aire y tenía un escote muy pronunciado – Pensé que te quedaría bien y que resultaría ser práctica en algún momento.

Es bonito, de buen gusto y, a pesar de lo revelador que era, me encantaría ponérmelo, pero solo para él. Y así lo hice, di un par de vueltas delante del espejo y luego le sonreí. Le daría las gracias, sin embargo, la cara que tiene en este momento me indica que no es que esto vaya a ser tranquilo, me lo regalo por algo, para poner en práctica alguna idea perversa que tiene en esa cabeza tan pérfida que tiene.

-Baila un poco – Negué y me coloqué a su lado, el me empujo un poco – Venga, baila para mí.

-No me gusta bailar, y no puedes obligarme – Realmente, creo que si puede obligarme, creo que le he permitido tanto que ahora puede obligarme a bailar, chasqueando los dedos. - ¿Por qué quieres que baile?

-Porque es una locura tuya – Me senté en la cama y si en mi subconsciente no era capaz de imaginarme a Alexey entrando por mi ventana, en la realidad lo tenía bien sentadito en el alféizar - ¿Sorprendida?

-¿Sí? – No puede ser que esto sea así, que yo no sepa ni como me siento respecto a él – Profesor Kurovski, ¿por qué…por qué esta aquí?

Me tiene totalmente atrapada en sus garras de pérfido vampiro y profesor que puede aprobarme para que pueda irme.

-Digamos que se echa en falta tu mente en las clases – Eso es un cambio a lo que paso en mi sueño – No te haré bailar, pero ese conjunto es realmente encantador, ¿dónde crees que lo pueda comprar?

Entro sin más dilaciones, con las piernas abiertas y los codos en las rodillas, llevaba el pelo trenzado, unos pantalones de cuero y una camisa sin mangas también de cuero. Parecía que iba a la guerra.

-Voy a llevarte a dar un paseo – Se giró a mirarse al espejo, estaba sola. – No me reflejo en los espejos. Ponte una bata, no te hace falta ropa.

Hice lo que me pidió, tengo que empezar a negarme, en serio. Esta vez su tacto era real, estaba en mis caderas, me miraba fijamente desde la cama con la barbilla apoyada entre mis pechos.

-Estoy algo cansado de tener que demostrarte que soy real – Se levanto de la cama y la habitación se hizo más y más pequeña, hasta que en un suspiro, ya no estábamos allí, sino en un cementerio. – Bienvenida.

Notaba su erección palpitar sobre mi vientre, inspiró hondo y me miró con una sonrisa tétrica, ¿qué iba a hacerme? Cuando me quise dar cuenta estaba en el suelo, boca abajo, con la cabeza dentro del hueco abierto de una tumba. La bata me fue arrebatada con un solo tirón y acabe, desnuda, sobre la tierra fría. Podía escucharlo jadear al lado de mi oído, tan tranquilo, tan…perturbador.

-Hay unos amigos que quiero que conozcas, pero hoy solo pudo venir uno – Me agarro la barbilla hasta que viese la figura que salía de entre los árboles, alto, de espaldas anchas, muy anchas, mediría casi dos metros y no me sorprendería que uno de sus muslos fuese tan grueso como mi torso, tenía el pelo cortado al estilo militar, negro, y los ojos eran de un azul neón. Me empapé solo observándolo. – Sabía que te gustaría.

Me levanto hasta dejarme de rodillas, bien abierta de cara a su “amigo”, oí el siseo del recién llegado mezclado con un gruñido de placer. Me acarició la mejilla con una de sus uñas, Alexey estaba a mi espalda, el grandullón me hizo un pequeño corte en la mejilla y lamió tranquilamente las pocas gotas de sangre que salieron.

-¿Te dejo a solas con ella, Vin? – El hombretón asintió a la pregunta, me había catado y le había gustado – No me la rompas, es nueva.

El recién llegado me miró directamente a los ojos, me sentí groguie, pero no cambié mi postura, y la sensación de pesadez se me pasó. Alexey ya no estaba allí, por ninguna parte que yo pudiera verlo. Las uñas de Vin se pasaron por mis pechos, midiéndolos, sopesándolos, y mientras uno era cruelmente retorcido, pellizcado y jalado, el otro era dulcemente succionado antes de ser mordido con dureza, y de vuelta a la dulzura. Jadeaba mientras él iba intercambiando el orden, primero uno, luego el otro, y así hasta que estuvieron bien erguidos y rojizos para su gusto.

Me pellizco el clítoris. No para darme placer, no, era como si quisiera arrancármelo de cuajo y no devolvérmelo. Metió dos dedos de afiladas uñas en mi trasero, haciéndome daño, sin permitir que me recostara un poco para hacer las cosas más fáciles, entraba y salía de mi vagina rápida y descuidadamente. Más dolor, y aun así, estaba excitadísima.

Puso una de mis manos en su entrepierna, estaba duro, no me sorprendió. Baje la bragueta, solté el botón y empecé a acariciarlo, pero me aparto de un golpe hasta que aterrice de espaldas.

-No me toques, sucia perra – Me sorprendí, lo mire fijamente y asentí – Tienes que seguir mis órdenes. Haz lo que te ordene.

Volví a asentir y me puse de rodillas de nuevo, preparada para más toqueteos, no esperaba encontrarme con que estaba masturbándose sin quitarme los ojos de encima.

-Ponte a cuatro patas, dándome la espalda – Seguía las instrucciones de su voz grave al pie de la letra – El culo bien levantado, zorra.

El primer golpe me arranco un grito de sorpresa, y eso conllevo un buen pellizco. Acaricio la nalga y volvió a darme una buena torta, no paró, me daba nalgadas, de vez en cuando me acariciaba los labios menores, cuando más mojada estaba, más fuerte eran los azotes. No sé cuanto tiempo estuve así, algunas veces gritaba, otras me mordía los labios o las manos, y dejaba que las lágrimas cayesen.

-¿Has aprendido la lección? – Asentí, el rió y tiro de mí hasta dejarme sentada sobre los talones, abriéndome bien las rodillas – Mastúrbate.

No lo dude, no quería otra sesión de azotainas, me masturbe, primero con un dedo, luego con dos, y al final decidí probar si entraban tres, entraron, no me sorprendía tampoco. Iba rápido, gimiendo mientras su erección crecía contra mi espalda. Justo llegando al borde del orgasmo, me detuvo.

-No tienes permiso para correrte – Lo miré sin creerlo, sonreía, me enseñaba sus colmillos esperando que protestase – Tres dedos no esta mal, pero tampoco bien.

Comparando sus dedos con los míos, comprendí que tres de mis dedos, eran dos suyos, y entendí lo que haría a continuación. En la misma postura en la que estábamos, mi espalda contra su pecho, entró muy despacio, abrí más las piernas, era mucho mayor que Alexey, más grueso, pero no más largo. Con cada centímetro que entraba se paraba, podía oírlo sisear en mi oído y hablar en una lengua extraña, una que yo no conocía. Gire un poco la cabeza cuando llevaba ya algunos minutos sin moverse, sus ojos, antes azules, ahora eran de un violento rojo y me miraba fijamente, sin pestañear. Tengo que admitir que me dio un poco de grima, un escalofrío. Se lamió el labio inferior, y me cogió las manos, apoyándolas sobre su cuello, no supe como tomarme esa acción, no tuve tiempo de pensarlo tampoco porque con una estocada más se hundió por completo en mí. Solté un gemido largo y agudo, casi un sollozo, podía notar mis jugos vaginales bajar por su enhiesta vara y mancharle el pantalón, mis músculos estrecharse a su alrededor y, aunque no era ni remotamente parecido a lo que sentía con Alexey, me dejaba por las nubes.

Él, Vin, no me mordió, increíble, la verdad, esperaba que en cualquier momento me mordiese hasta arrancarme un trozo de carne o me despedazara con sus uñas, las que usaba a menudo para hacerme pequeños cortes aquí y allí hasta que se aburría de ver la sangre y la lamía, cerrando así la herida. Sus estocadas eran rápidas, duras, notaba sus caderas chocando contra las mías y mis gemidos eran los únicos que resonaban en el cementerio, Vin era silencioso…bueno, silencioso como un muerto. Irónico. Noté que iba a acabar cuando una de sus manos me agarraron del cuello, apretando hasta cortarme la respiración, su cadera me golpeaba más fuerte y más rápido, su mano libre se dedicaba a mi clítoris y el volvía a susurrar palabras en mi oído, pero para lo que entendía podía haber sido cualquier cosa. Sin embargo, por algún motivo ilógico y que todavía no conozco una voz sonó en mi cabeza “córrete, pequeña, córrete para nosotros”, y obedecí, mi espalda se arqueó en el momento en que la vista se me nublaba por la falta de aire, en el momento en el que Vin me soltó de golpe y noté su simiente recorrerme las entrañas. Caliente, pegajoso, húmedo. Y luego nada.