Mi madre y su hermana gemela
Donde cuento como descubro que mi madre tiene una hermana gemela y como eso desemboca en una temporada decembrina llena de incesto
Si a sus manos ha llegado este relato es porque el destino así lo ha querido mis estimados lectores, y eso se debe a que seguramente ustedes como yo comparten ese deseo irrefrenable, bestial e incontrolable de poseer a sus madres. Yo al igual que ustedes tenía claros deseos incestuosos hacía mi propia madre, igual que el resto del mundo (al menos descontando a los hipócritas) me hacía pajas en su honor y tomaba su ropa interior usada para olerla y excitarme, y por supuesto que la espiaba mientras se bañaba y mientras se vestía. Las cantidades de semen que eyaculé en su honor eran astronómicas. Llegué incluso a contratar prostitutas bastante mayores que me recordaran a mi madre para así de alguna forma cumplir mis fantasías con ella. Pero nunca estaba satisfecho, nunca lograba saciar mis deseos, nada era suficiente para aplacar mi lujuria hacia la mujer que me había parido, ella era mi mayor obsesión y mi mayor anhelo era penetrarle todos sus agujeros y llenárselos con mi leche tibia y espesa.
Mi vida pasaba así, frustrado y siempre excitado, morboseando a mi madre a cada oportunidad. La vida era bastante sencilla entre nosotros; ella viuda casi desde que yo nací, los dos solos sin tener mucho contacto con nadie de su familia de ella o de la de mi difunto padre. No me quejaba, la verdad disfrutaba pensar que yo era su única familia y de hecho mi curiosidad por saber acerca de sus parientes era poca.
Pero eso iba a cambiar a finales del año pasado cuando nos disponíamos a celebrar las festividades decembrinas, como de costumbre, los dos solos. Pero nuestros planes se vieron alterados cuando llegué a casa y mis ojos no daban crédito a lo que veía. Al entrar a la casa, en la sala estaba mi madre, con una cara algo consternada, pero a su lado el milagro más grande del mundo, una copia exacta de mi madre estaba parada al lado de ella. De no haber sido por el atuendo de la otra mujer no hubiera sido capaz de diferenciar a mi madre de la que en unos momentos sabría era su hermana gemela que había huido de casa cuando era una adolescente.
Mi madre era una mujer sexy, se vestía elegantemente, con bellos vestidos que le llegaban a las rodillas y a veces uno que otro escote que dejaba ver sus bellos atributos. La mujer parada al lado de ella seguía siendo sexy, pero dejando a un lado todo pudor. Lo primero que se notaba era que se veía mucho más alta que mi madre, pero eso era debido a las zapatillas de plataforma y tacón de aguja que traía puestas. Vestía además una micro-falda negra que dejaba muy poco a la imaginación, con un par de medias negras debajo, y una chaqueta de cuero negro que al parecer lo único que cubría era su sostén.
Debajo de la ropa y el maquillaje tan diferentes entre ella, tanto mi madre y su hermana eran idénticas, me esforcé por encontrar algún lunar o alguna otra característica que me ayudara a diferenciarlas pero todo fue inútil. Eran idénticas en todo sentido. Ambas eran mujeres de entre mediana y baja estatura, delgadas, de cabello largo y negro, piel morena y ojos café claro. Sus cuerpos, se notaba, eran igualmente voluptuosos, llenos de curvas y generosos ¡Ambas eran deliciosas!
Mi madre me explicó que a pesar de ser gemelas idénticas tenía personalidades totalmente opuestas, ya que su hermana resultó ser toda una rebelde mientras que mi madre era un poco más centrada, al menos comparativamente. Desde su adolescencia mi tía huyó de casa de sus padres y pasaron años antes de que se volviera a saber nada de ella. Esporádicamente se ponía en contacto con mi madre para ponerse al día, pero hasta entonces yo no sabía nada de su existencia. La cuestión era que mi tía se había divorciado, por tercera vez, y no tenía donde quedarse hasta que pasara la demanda de divorcio. Motivo por el cual se tragó su orgullo y le pidió asilo a su hermana, es decir a mi madre.
Por supuesto que mi madre aceptó a su hermana con los brazos abiertos, pero al parecer le preocupaba algo. Yo estaba totalmente anonadado y seguramente mi tía debió pensar que estaba retrasado mental o algo pues casi puedo jurar que se me caía la baba al verla vestida así, como una mujerzuela. No es que no estuviera acostumbrado a las mujerzuelas, a lo que no estaba acostumbrado era a ver una con la misma cara, la misma voz y los mismos gestos de mi madre.
Mi cabeza estaba llena de conflictos, no tardé en imaginar todo tipo de perversiones, pero lo que me tenía consternado era que seguramente mi frustración crecería ahora que tenía frente a mí a una mujer que se veía como la mujer que deseaba pero con un descaro en su forma de ser, de vestir y de pensar que me enloquecía aún más. Mi frustración nacía de la idea de que al igual que mi madre esa mujer sería solo un sueño para mí y jamás vería realizadas mis fantasías.
Cuando por fin salí de vacaciones pude conocer mejor la historia de mi tía, que resultó ser bastante abierta y confiada conmigo. Ella no se andaba por las ramas. Me contó que huyo de su casa siendo menor de edad y que desde los primeros días usó sus encantos para seducir a cuanto hombre tuviera a su alcance. No le daba pena admitir que era una prostituta, pero a mucha honra era una prostituta de lujo y no cualquiera podía costear su cariño.
Yo me mordía los labios pensando que sería capaz de guardar los ahorros de mi vida con tal de gozar de sus servicios y cumplir con ella todas mis fantasías incestuosas. Mi imaginaba besándola y acariciándola por todo su cuerpo. Cubriéndola toda con mi saliva y haciéndola gemir con cualquier roce de mi piel sobre la suya. La imaginaba abierta de piernas rogándome que la penetrara o en cuatro patas invitándome a partirla en dos. Me veía en mis fantasías montándola o subiéndola sobre mi verga. Atravesándola y haciéndola venir a chorros una y otra vez hasta venirme yo adentro de ella sin ninguna protección, veía en mis sueños mi leche escurriéndole entre las piernas y agradeciéndome infinitamente el haberla hecho mía.
Sus atuendos no ayudaban nada a apaciguar mi calentura. Como ella misma dijo, no tenía caso ocultar la persona que era en realidad aunque fuera huésped de su hermana, pues justamente por ser mi madre su hermana tenía que aceptarla como era. Así que no había día en que mi tía no saliera con diminutas faldas y escandalosos escotes, y en los días en que ella guardaba más el pudor se la veía vistiendo algunas mallas de licra casi transparentes o pantalones de mezclilla que no me terminaba de explicar cómo podía entrar en ellos de tan apretados que los usaba.
Mi madre no se oponía a sus excentricidades, con la única condición de no meter a ningún hombre a la casa. Condición que mi tía aceptó de buena gana, pues después de su divorcio necesitaba “desintoxicarse” de los hombres, al menos por un tiempo. Lo cual fue bueno pues ahora imagino que los celos me hubieran vuelto loco de saber que por las noches mi tan deseada tía se iba a dejar que algún otro hombre le hiciera las cosas que yo tanto deseaba hacerle.
Finalmente llegó la navidad y en lugar de dos platos como solíamos poner a la mesa cada año, esta vez fueron tres. Al principio la velada estaba tranquila, cenando y platicando anécdotas personales, e incluso recurriendo al típico recurso de sacar el álbum familiar para ver fotos que en ese momento me parecieron vergonzosas. Al fin el alcohol comenzó a surtir sus efectos, sobre todo en mi tía que al parecer no sobrellevaba tan bien su dieta de hombres como aparentaba.
Al terminar la cena mi tía se levantó y puso algo de música en el reproductor. Sonaba una salsa que ella comenzó a bailar de forma muy cachonda, su elegante pero diminuto vestido ocultaba cada vez menos de su hermoso cuerpo que yo tanto anhelaba. No duró mucho tiempo bailando sola pues de repente se arrojó sobre de mí y me tomó de la mano invitándome a bailar. Siendo yo el único hombre en la casa no considere siquiera negarme. Además era mi tía, la copia exacta de mi madre la que me pedía que bailara con ella esa melodía tan sensual.
Bailamos tres canciones seguidas. Cada vez más pegados uno al otro, al principio supe disimular mi excitación pero poco a poco una tremenda erección se iba notando debajo de mi pantalón. Mi tía me sonrió de una forma que no supe interpretar pero definitivamente no se le notaba molesta con mi repentina muestra de morbo hacía ella. Solo puedo decir que parecía una mirada de complicidad, de picardía pura que me dedicaba, pero que en ese momento no podía entender.
Entonces pasó algo que me hizo sentir una corriente eléctrica recorriendo todo mi cuerpo. Mi tía se separó de mí y se acercó a mi madre para invitarla a tomar su lugar en la “pista de baile” en la que se había convertido nuestra sala. Mi madre al principio puso resistencia pero su hermana sabía cómo convencerla. Mi verdadera preocupación era que entre mis piernas estaba esa indisimulable erección que me había provocado mi tía con su baile cachondo. Ahora mi madre notaría que me había excitado con su hermana idéntica. Y sumando dos más dos me imaginaba que la catástrofe de Sodoma y Gomorra no serían nada comparado con lo que sucedería cuando mi madre sacara sus conclusiones. Pero eso no fue suficiente para disminuir mi erección, y menos en el momento en que sentí la mano de mi madre tomando la mía, su otra mano sobre mi hombro y mi otra mano sobre su cintura preparándonos para comenzar el baile.
Mi madre bajó la mirada una fracción de segundo y la levantó de inmediato, ya lo sabía, no había duda, mi pantalón era demasiado delgado para disimular. Pero eso no nos detuvo al bailar, además yo estaba acostumbrado a bajar un poco la mano de la cintura para tocar las nalgas de mi pareja y a pesar de esforzarme por no hacer lo mismo con mi madre no pude evitarlo, tenía mi mano sobre la nalga de mi madre y ella no decía nada. Al contrario, cada vez bailaba con más intensidad igualando casi el ímpetu de su hermana gemela. Pasaron las canciones y yo no tenía descanso, ni tenía intensión de descansar, estaba en el paraíso bailando con mi madre y mi tía de forma cada vez más sensual. Pero al fin el cansancio se apoderó de los tres y decidimos terminar la fiesta ya entrada la madrugada.
Yo me fui a mi cama ya dispuesto a masturbarme en honor a la noche maravillosa que había pasado, sin imaginarme que apenas empezaba. No bien apagué la luz y comencé a acariciar mi verga oí que alguien tocaba la puerta. Di un salto para tratar de ocultar mis intenciones debajo de la cobija pero ya era tarde. Debajo del dintel de la puerta estaba una mujer soñada. Vestía un conjunto de lencería negra divino. Sostén y tanga que se transparentaban, acompañados de liguero de encaje, media negras, zapatillas de tacón de aguja y una bata delgada transparente que invitaban al pecado. No sabía que decir, la mujer que estaba frente a mi podía ser mi madre, pero la expresión lujuriosa y la postura me decían lo contrario. Como fuera se le veía una sonrisa llena de coquetería.
Por si el atuendo no fuera suficiente para delatarla, al oírla hablar supe que era mi tía la que estaba frente a mi puerta, mi madre no me decía muñeco ni bombón. Me dijo que no había podido evitar notar lo contento que estuve toda la noche bailando con ella y que ella por ningún motivo aguantaría una noche más sin un hombre. Me dijo que le había prometido a mi madre no meter hombres a la casa. Así que lo que fuera que pasara esa noche entre nosotros dos no afectaba en nada su promesa.
Yo estaba casi mudo, apenas si podía articular palabras de dos sílabas. Pero mi tía sabía bien lo que yo deseaba. Me dijo que había notado lo mucho que la miraba y la forma en la que lo hacía; que no había dejado de notar que su ropa interior aparecía un poco desordenada de vez en cuando y que una de sus tangas había desaparecido misteriosamente. Sinceramente no creí que notara el faltante considerando la cantidad de lencería que mi tía tenía. Pero me confesé culpable y admití que deseaba tenerla para mí.
Al decir esto ella no contestó nada, se subió a mi cama a mi lado y me dio un beso intenso. Después de unos minutos besándonos y tocándonos ella me pidió que le hiciera el amor, que me la cogiera con todas mis fuerzas y la hiciera casi morir de placer. Yo no contesté nada, me limité a quitarle su bata, desabrocharle el sostén y quitarle su tanga que convenientemente ella se había puesto sobre el liguero.
Acto seguido mi tía me pidió que me pusiera de pie, ella se arrodillo frente a mí y comenzó a mamarme la verga de forma magistral. La lamía y la besaba toda de la punta hasta los testículos. Se la tragaba completa y jugaba con ella como si fuera el juguete más deseado o el caramelo más delicioso del mundo. Apenas si podía ocultar mi placer. La vista se me ponía borrosa de repente pero me esforzaba por mirarla a los ojos cuando se comía mi miembro que no podía estar más duro. Era increíble ver el rostro de mi tía dándome sexo oral, porque lo primero que pensaba era que era exactamente el rostro de mi madre el que miraba.
Al fin no resistí más y me vine dentro de su boca sin avisar. Ella se atragantó con mi leche que salía a borbotones y al terminar de tragarse casi todo ese semen que había eyaculado se puso en pie, se paró sobre mis pies y me dio un tremendo beso en el que muestras salivas se confundieron con la leche que ella acababa de ordeñarme.
Mis manos no se estaban quietas, tocaba sus pechos, su cintura y su trasero con frenesí. Venirme no había logrado para nada apagar la llama de la pasión que ella había encendido. Ella también me tocaba y me besaba locamente. Entonces decidí tomar el control y levanté en vilo a mi tía y la azoté sobre el colchón de la cama. Le abrí las piernas y comencé a comerme su concha tibia y húmeda. Mis manos tocaban sus pechos y su vientre mientras mi boca jugaba con su clítoris. No sabía que mi tía fuera tan escandalosa, pero en ese momento ni siquiera recordaba donde estaba o como me llamaba. Mucho menos pensaba que mi madre estaba a unos metros de distancia y podría escucharnos.
Cuando sentí mi erección regresar le dije a mi tía que me disponía a penetrarla y que la iba a partir en dos, ella me rogaba que lo hiciera, que me la cogiera como si fuera yo un semental. Así como estaba ella boca arriba con las piernas abiertas la hice mía, la penetré de inmediato y le metí toda mi verga cuan larga era de un solo golpe. Ambos comenzamos a jadear y ella no tardó en empezar a soltar gemidos de placer mientras yo tallaba dentro de ella con más potencia cada vez. Era mi verga un pistón de acero que aceleraba cada vez más el ritmo y ella que había pasado días sin un hombre gemía como una loba en celo.
Después de cogérmela en esa posición un buen rato la puse a montar sobre mi verga, me la cogí de cucharita y terminé poniéndola en cuatro patas pare cogérmela de a perrito. Todo el tiempo ella gemía y hasta gritaba de placer. La hice venir a chorros lo cual provocó que sus gemidos subieran de intensidad y yo estaba tan excitado y en tal frenesí que hasta que no me vine adentro de ella no me detuve a pensar ni un momento en que mi madre seguramente había escuchado lo que pasaba en mi habitación. Después de venirme me puse en pie y ella se recostó boca arriba, abrió sus piernas tanto como pudo mostrándome su coño escurriendo mi leche, y me pidió que limpiara el desastre que había hecho dentro de ella. Yo me lancé como perro de cacería sobre su presa y comencé a comerle el coño a mi tía nuevamente, bebiendo de sus jugos y de mi propia leche como si bebiera alguna bebida de los dioses. Una vez que terminé acerqué mi boca a la suya y nos fundimos en un beso tierno y apasionado. Después de un rato ella se levantó. Tomó sus escazas prendas y se despidió de mí. Al verla salir de mi recamara creí ver la silueta de otra persona parada detrás de mi puerta. No supe que pensar al respecto y simplemente cerré los ojos y me quedé dormido casi de inmediato. Estaba demasiado emocionado y cansado para ponerme a razonar acerca de lo que acababa de ocurrir. Me acababa de coger a mi tía, la gemela idéntica de mi madre, me había venido dentro de ella y había sido tan maravilloso que todas las experiencias vividas con anterioridad se quedaban cortas. No podía imaginar nada mejor. Cogerme a mi tía era prácticamente lo mismo que cogerme a mi propia madre y esperaba se repitiera pronto.
A la mañana siguiente mi excitación se convirtió en preocupación y confusión. Sobre todo porque habíamos armado un escándalo que sin duda alguna debió de alertar a mi madre, y no olvidada haber creído verla asomándose detrás de mi puerta cuando su hermana gemela salía de mi habitación recién cogida por mí. Me levanté lo más tarde posible hasta que me llamaron a desayunar, no supe si había sido mi madre o mi tía la que me llamó. Peor aún, al salir al comedor las dos estaban sentadas esperándome, vestidas de forma idéntica y platicando con toda tranquilidad. Mi confusión me estaba volviendo loco, no sabía a cuál de las dos mujeres había penetrado anoche, una había sido mi puta hacía unas horas y la otra era mi madre.
A pesar de la situación el desayuno pasó sin ningún contratiempo ni episodio notable. Desayunamos en silencio los tres y nunca supe cuál de las dos era mi madre y cual no. Mi confusión no podía ser más grande. No solo por ver a las dos mujeres frente a mi sin saber diferenciarlas, sino porque estaba seguro de que al salir de mi recamara sería recibido por un drama nunca antes visto. Es decir, mi madre sabía perfectamente que me había cogido a su hermana gemela, esto no podía quedarse así sin una confrontación. Pero no fue así, era como si de verdad todo hubiera sido un sueño húmedo, pero yo sabía que era realidad.
Al final no pasó nada, o mi tía había convencido a mi madre de no decirme nada, o mi madre por si sola decidió ignorar lo que había pasado. Como fuera toda esa semana mi tía se dedicó a visitarme por las noches para que le hiciera el amor. Me decía que yo era su nuevo juguete que le había traído Santa Clos y que me usaría hasta que uno de los dos reventara. Yo no iba a reventar, nada en mi vida se igualaba al placer de cogerme a la hermana gemela de mi madre.
Una semana la hice mía cada noche, sin excepción, y cada noche mi tía armaba un escándalo cuando estaba conmigo en la cama. No podía creer que mi madre no dijera nada, y me daba miedo preguntarle a mi tía algo al respecto, sentía que no me gustaría la respuesta. Así que me quede con la duda y seguí gozando de las mieles del incesto.
La noche de año nuevo fue prácticamente lo mismo que la de navidad, comenzamos con un brindis, la cena y luego baile hasta que llegó la media noche. Justo cuando sonaron las campanadas mi tía se acercó a mí y me dijo que era de mala suerte no besar a alguien a la media noche, así que en frente de mi madre me dio un beso apasionado que duro bastantes segundos. Yo estaba más confundido que nunca, lo primero que hice fue mirar de reojo a mi madre, que convenientemente se había volteado a otro lado y al parecer no se había enterado de nada. Pero no lo podía creer ¿acaso había una complicidad entre mi madre y su hermana? Me parecía increíble que mi madre aceptara que esto pasara, algo le tendría que haber ofrecido mi tía a mi madre para que esto sucediera, pero no se me ocurría que podía ser.
Después de besarnos y ver que las aguas estaban tranquilas, alegue que estaba muy cansado y me disponía a dormir. Mi tía se despidió de mí y me guiñó el ojo en señal de complicidad. Mi madre me dio un abrazo y un beso en la mejilla. Se fue sin decirme nada más que “feliz año nuevo”.
Yo sabía que mi tía entraría en cualquier momento para recibir su dotación de verga. Así que esperé pacientemente. Me empecé a preocupar al cabo de diez minutos sin que ella se presentara. Consideré levantarme e ir a su recamara de ella a cogérmela, pero justo cuando mi idea se iba a convertir en acción mi puerta se abrió. Yo sonreí y le dije a la mujer que entro con su lencería roja que no me gustaba que se demorara tanto. Ella no me contestó nada, solo se arrojó a mis brazos y me empezó a besar apasionadamente. A pesar de que sus besos y caricias se sentían un poco diferentes no me pareció que hubiera nada raro. Lo más extraño era que mi tía no estaba en el plan juguetón en el que solía estar conmigo en la cama, más bien la sentía más tierna, más cariñosa, más apasionada.
Desabroché su sostén y noté que temblaba un poco, le pregunté si tenía frio y me contestó con una voz apenas audible que solo un poco. Así que la abracé con ternura y la seguí besando, cuando bajé mi mano entre sus piernas pude sentir que estaba totalmente mojada como nunca lo había estado antes, al sentir mi mano ella empezó a gemir de un modo distinto y yo comencé a pensar que algo raro pasaba. Mi tía que normalmente era dominante y tomaba la iniciativa ahora era sumisa y me dejaba a mí tomar el control. Lo primero que pensé era que este era un juego suyo para ponerle variedad a nuestra relación lo cual me pareció un detalle maravilloso.
Entonces me puse de pie y me quite el bóxer para sacar mi verga que estaba dura y firme como de costumbre. Mi tía titubeó un segundo para ponerse de rodillas, pero al final empezó a hacerme el oral como yo esperaba, me encantaba sentir su lengua recorriendo todo mi miembro, lo hacía más rápido que de costumbre, pero se sentía igual de delicioso. Entonces introduje mi verga dentro de su boca con la intención de metérsela hasta la garganta. Ella se atragantó un poco cuando llevaba poco más de la mitad de mi verga introducida en su boca, la solté y la dejé que fuera a su ritmo, poco a poco logró ponerse en forma y darme una buena mamada como era de esperarse de ella.
En un par de minutos sentí un gran deseo de comerme el coño de mi tía, así que la levanté del piso y la traje conmigo a la cama, empezamos a hacer un 69 y me sorprendió lo mojada que estaba, al parecer su faceta de sumisa la excitaba mucho más que su forma natural de ser. Para mí eso era excelente pues me encantaba el sabor de sus jugos tan abundantes.
Me decidí a penetrarla por fin, ansiaba estar dentro de ella y llenarla de leche como cada noche. La puse boca arriba para follarla de misionero y ella temblaba aún más que al principio. Yo no me detuve, me acerque poco a poco para meterle mi verga y ella me abrazó con fuerza mientras yo empezaba a cogérmela, al primer empujón ella por fin habló con claridad. Me dijo estas palabras:
“Te amo mi niño”
Yo no presté atención de inmediato a sus palabras, fue hasta medio minuto y varias estocadas después cuando caí en la cuenta de dos cosas, mi tía nunca me decía que me amaba ni tampoco me decía mi niño. Para ella yo era su muñeco, su bombón, su macho, pero no su niño.
Casi se me hiela la sangre cuando por fin me di cuenta de lo que pasaba, sus temblores, su timidez, su torpeza al momento de meterse mi verga hasta la garganta, pero sobre todo esas palabras. No podía ser mi tía la mujer que estaba conmigo en la cama, esta era otra mujer, y la única mujer que me decía mi niño no era otra que mi madre, todos estos pensamientos pasaban por mi mente pero nada lograba detenerme, de repente me convertí en una locomotora y comencé a cogerme a la mujer que estaba debajo de mí con más y más fuerza. No dijimos más palabras, los gemidos suaves de esta mujer me confirmaban que esta mujer no era mi tía. Ella no sabía contener sus gritos de placer aunque quisiera. Definitivamente era mi madre la que estaba conmigo en la cama. Mi mayor fantasía hecha realidad, me estaba cogiendo a mi madre, ahora sabía cuál había sido el pacto entre mi tía y mi madre y estaba dichoso.
Cuando me sentí venir comencé a vociferar con fuerza, gritando para que toda la casa vibrase con mi voz. “¡Te amo madre!” una y otra vez. Mi madre supo entonces que la había descubierto, no sé si ella pretendía tomar el lugar de su hermana sin que yo me diera cuenta, pero como fuera al ver ella que la había descubierto ella misma comenzó a contestarme de la misma forma “¡Te amo hijo!”
Así me vine completamente dentro de mi madre, profesándole mi amor, besándola y acariciándola, esta mujer no era una puta como su hermana, era una diosa y la iba a tratar como tal. Le besé los pies, los muslos, su ombligo, sus pechos, su cuello y su boca suavemente, ella se dejaba querer por mí. Me repetía sus palabras de cariño y al fin la abracé tiernamente. Ella se trató de levantar e irse a su recamara, yo se lo impedí. Le pedí que se quedara conmigo toda la noche, ella aceptó. Lo último que le dije antes de disponernos a dormir fue “Tú eres diferente madre”. Le di un beso en la oreja y no recuerdo nada más hasta que amaneció.
Al final el divorcio de mi tía fue un éxito. Recibió una gran pensión y consideró irse de la casa, a lo cual nosotros le pedimos que se quedara, ella dijo que no quería hacer mal tercio, cosa que yo pensaba no tenía nada de malo pues en las primeras semanas del año había alternado en la cama con ella y con mi madre. Por fin había descubierto la forma de identificarlas, pues mientras que mi tía brinca de felicidad cuando me le acerco con intenciones sicalípticas, mi madre se encoje entre mis brazos tiernamente.
Al final no pudimos convencer a mi tía de quedarse, pero ella vive a un par de cuadras de la casa y nos vivita por lo menos un par de veces por semana. No se ha vuelto a casar, dice que después de tres divorcios no le quedan más ganas de conseguirse una pareja fija. Y además nos tiene a mi madre y a mí. Espero convencerlas a las dos de que el 14 de febrero hagamos nuestro primer “menage a trois”