Mi madre y julio. parte 1
Carlos sigue recordando parte de su adolescencia en donde descubrió lo hermosamente ardiente que era su madre y de todo lo que ella era capaz con tal de llevarse a uno de sus amigos a la cama.
Como era su costumbre, tocó tres veces y sin esperar a que yo respondiera, giró la perilla de la puerta y entró a mi habitación.
- Perdón, me dijo, pensé que estabas solo.
- No, má, respondí, estoy con Julio.
Julio era solo unos meses mayor que yo, íbamos en el mismo grupo de la secundaria, yo cumpliría mis 19 años hasta diciembre en tanto que él estaba a unos cuantos días de cumplirlos.
Era el último domingo de un mes de mayo, lo recuerdo perfectamente, habíamos terminado de jugar fútbol, lo invité a la casa y llegando nos encerramos en mi habitación. Nuestro pueblo de por sí era muy caluroso y después del partido estábamos muy sudados. Le invité un vaso de agua, prendí la televisión y Julio se quitó la playera para sentirse más cómodo y refrescarse aún más. Su oscura piel, tan negra como la noche, contrastaba con su sonrisa blanca y sus ojos cafés claros. Era de ascendencia africana, de aquellos migrantes que habían llegado hacía ya muchos años a la zona sur del país y que años después, los que ahora eran sus padres se habían mudado un poco hacia el sureste.
Su esculpido abdomen brillaba por el sudor que resbalaba sobre su piel y sus musculosos pectorales y brazos sobresalían de su cuerpo. Su larga cabellera, muy oscura también, con su pelo crespo, caía prácticamente hasta sus hombros. Julio se dedicaba al ciclismo, desde hacía año y medio, y sus piernas, llenas de músculos bien formados como si fuesen tallados por un escultor, siempre llamaban la atención de las compañeras de la escuela, cuando en un arranque de presunción llevaba su bicicleta de ciclismo a la secundaria e iba con su short de carrera. Supongo que en mi madre surtió el mismo efecto, pues se le quedó mirando fijamente, sus pupilas se dilataron y, quizá, en un acto inconsciente, observé cómo pasó rápidamente su lengua sobre su labio superior. No era la primera vez que Julio iba a la casa, de hecho, era un amigo que frecuentaba mucho la casa, pero sí era la primera ocasión que mi madre lo veía así, digamos, prácticamente desnudo, sin playera, solo con su short y tenis, y con músculos fuertes de un joven que se dedicaba de lleno al ejercicio. Era el inicio de la década de los ochenta y el short que llevaba puesto mi amigo era bastante corto y muy ajustado, así se usaba en esos años, de tal forma que su entrepierna se dibujaba claramente en un bulto grande y redondo. Me pareció observar que mi mamá se quedó con la mirada fija, durante algunos instantes, ahí, en medio de sus piernas. No me detuve a pensar en ello.
- Vas a quedarte a comer, dijo con mucha familiaridad, dirigiéndose a mi amigo, como entre pregunta y afirmación.
- No creo, señora, respondió Julio, quedé de llegar a casa antes de la dos de la tarde, y ya casi es la una y media, remató al tiempo que se sentaba en el descansa brazos del sillón marrón que era mi aposento en mis tardes de flojera.
- Llama a tu casa y diles que vas a comer con nosotros, insistió mi madre, al tiempo que daba dos pasos para acercarse un poco más a él.
Julio era alto, medía cerca de 1.70 metros, mi madre siempre fue bajita, apenas pasaba de los 1.50, delgada, muy acinturada y con su cabello largo azabache que caía por su espalda, rodeando sus hombros, parecían dos brazos que la abrazaban desde atrás. Pechos redondos y voluminosos, era la parte que llamaba mucho la atención a primera vista. En ese tiempo ella casi cumplía sus 40 años, fui el último de sus tres hijos. Me tuvo cuando tenía 25 años, y yo era ahora un adolescente que cursaba el tercer año de secundaria.
- Mejor otro día, vengo con más calma señora y sí me quedo a comer. Me daría mucha pena decirle a mis padres que no iría a comer a la casa porque ya hicimos planes.
- Carlitos, dijo, dirigiéndose a mí, sin hacer mucho caso de las palabras de mi amigo. Ve a la cocina y tráeme el vaso de agua que dejé en la barra, cerca del fregadero.
- Sí má, respondí y salí del cuarto.
Me detuve en la parte exterior de mi cuarto, quería escuchar de qué hablarían en mi ausencia.
- Me gustaría que vinieras mañana por la mañana, quiero hablar contigo, le dijo, sonando como una orden.
- Voy a la escuela, dijo Julio.
- Vuélate las clases y vente para acá, necesito verte y hablar contigo.
- ¿A qué hora? Preguntó mi amigo.
- A las 8 y cuarto, mi marido se va a trabajar a las 8, dijo mi madre.
Corrí por la botella y no escuché más, regresé lo más rápido que pude, mi corazón latía fuertemente y sentía algo muy extraño que inundaba mi cuerpo. No lograba distinguir qué era, pero me sentía muy raro.
Cuando regresé mi madre estaba sentada en el sillón y Julio seguía medio sentando en el descansa brazos, con una pierna colgando al aire y la otra reposando en el sillón y descansando su pie en el piso de mi recámara. Ella se paró casi inmediatamente cuando yo entré. Tomó el vaso de agua con su mano izquierda, me dio las gracias y salió de mi habitación sin mediar palabra.
No tardó en regresar. Se había cambiado de ropa, venía vestida con una falda azul, algo corta. Su blusa blanca con los botones abiertos, dejaban ver el nacimiento de sus senos y una buena parte de ellos, parecía que no traía brassier ya que las formas redondas de sus aureolas se dibujaban exactamente sobre la tela de su blusa. Unas sandalias de cuero, permitían ver sus blancos y delgados pies. Se veía espectacular, como pocas veces yo la había visto. La blusa apretaba su cintura, dibujando su torneada figura que viajaba en el aire y se impactaba en los ojos de quien la mirara, sus pechos brincaban en cada paso que daba al acercarse a Julio.
- Entonces, ¿no te quedas a comer? Preguntó dirigiéndose y acercándose bastante a Julio y, prácticamente, ignorándome a mí.
- No señora, deveras, muchas gracias, dijo mi amigo, sonrojándose un poco al notar el atrevimiento de mi madre. Mejor otro día vengo.
- Está bien, dijo en voz alta y acercándose a la mejilla de Julio, para darle el beso de despedida, musitó, en un levísimo susurro, casi inaudible, entre dientes…espero que sea mañana.
- Sí, dijo solamente mi amigo y mientras me miraba con el rabillo de su ojo derecho, pretendía que yo no entendiera de lo que hablaban.
- Carlitos, me dijo me madre, ayúdame a poner la mesa para comer, que ya no debe tardar en llegar tu padre y tu hermano.
- Sí má, respondí, nomás acompaño a Julio a la puerta.
Cruzando el patio de la casa, intenté obtener información de lo que pasaría al día siguiente.
- ¿Nos vemos en la cuadra de siempre mañana, para irnos a la escuela? Le pregunté.
- No sé si llegue temprano, me dijo, con cierto nerviosismo en su voz. Tal vez tenga que acompañar a mi padre a hacer unos trámites y a lo mejor no voy a la escuela, mejor si quieres, para no hacerte esperar, si es que voy, nos vemos en la escuela, ¿cómo ves?
- Está bien, le dije, nos vemos en la secu…
La noche pasó demasiado lenta. Casi no pude dormir. Lo acontecido en la tarde me tenía inquieto, por un lado, estaba muy excitado, pero también demasiado nervioso por lo que fuera a pasar al día siguiente; me resistía a creer que mi madre era muy fácil de llevar a la cama, o que era capaz de seducir a quien le gustara en el menor tiempo posible. Era como una gata en celo que acechaba a su presa para cazarla en un solo movimiento.
No podía dar pie a que ella sospechara que yo tramaba algo. Salí de mi casa a la misma hora que iba a la escuela. Caminé unas cuadras, me senté en las sillas de la estación de ferrocarril que todos los días tenía que cruzar para llegar a la escuela, dejé pasar un poco más el tiempo y emprendí el regreso. Tenía que ser muy audaz y muy sigiloso. Muy seguido me metía a la casa por la parte trasera, eso no era un problema, pero ahora se mezclaba con el factor de no ser descubierto, ni siquiera visto por algún vecino y mi excitación de lo que venía por suceder. Iba a aprovechar cuando mi padre se fuera a trabajar. Mi hermano, que en realidad era mi medio hermano, hijo de mi padre, no se había quedado a dormir y eso ayudaba mucho en mis planes. Cerca de las ocho de la mañana mi madre tenía que ir a abrir el portón para que mi padre se fuera a trabajar y ese iba a ser el momento que yo aprovecharía para meterme a mi casa y entrar directamente a mi cuarto. Así fue, no hubo mayor problema y de repente me vi dentro de mi cuarto. Afortunadamente vivíamos en una zona con escasos vecinos, y lejos de miradas indiscretas. Eso también le ayudaba a mi madre. Ya dentro de mi cuarto, me quité los zapatos y solo me dejé los calcetines, ellos amortiguarían mis pasos y así, no sería fácil detectarme. Mi recámara se encontraba en la planta baja, mientras que la de mis padres estaba en la planta superior.
Escuché como se cerró el portón de la calle y sus pasos se dirigieron hacia el interior de la casa. Subió las escaleras y a los pocos minutos regresó a la sala. Simplemente estaba maravillosa. No era un vestido, era una especie de “kimono” rojo encendido con algunas flores azules y amarillas estampadas, dibujaba palmo a palmo su cuerpo, completamente adherido a su piel, bastante corto, este le llegaba más arriba de la mitad de sus tersos muslos, los centímetros suficientes por debajo de su cintura para cubrir lo primordial pero lo bastante corto para imaginarse todo lo que esa diminuta prenda escondía, sus mangas colgaban exquisitamente a tres cuartos de sus brazos, cerrado en la parte delantera con una tira elaborado con la misma sedosa tela, anudaba perfectamente apenas por encima de sus caderas y caía a un lado con un lazo que se veía muy fácil de halar para abrir completamente esa especie de vestido. Era una prenda que a veces usaba en casa pero siempre con pantalones debajo de ella, nunca se lo ponía sola. Lucía sumamente linda y antojable. Sus zapatillas rojas, también, la hacían parecer un poco más alta y ayudaban a levantar sus redondas y bien formadas nalgas que, si bien no eran exageradas, si estaba bien conservada para sus cuarenta años. No usaba medias. Su cabello suelto, casi despeinado, caía sobre sus tersos y hermosos hombros. Ligeramente pintada en su rostro, mi madre se veía hermosa y sumamente sexy. Estaba vestida como si estuviera esperando a un hombre y no al amigo de su hijo.
Eran las 8 y veinte de la mañana y Julio no llegaba, sentada en la sala yo podía observarla desde mi habitación, con mi puerta ligeramente entreabierta era posible verla algo impaciente. El sol que entraba por el ventanal de la sala le pegaba justo en su cuerpo y en su rostro, eso impedía que ella pudiera ver hacia el interior de mi recámara pero yo tenía un ángulo inmejorable para observar y escuchar todo lo que pasara. Exactamente cuando el reloj señaló las 8 y media, el timbre de la puerta sonó, se levantó como impulsada por un resorte, ambos sabíamos quién era. Mi corazón latía muy aprisa, sabía lo que iba a pasar y estaba sumamente emocionado y excitado. Mis manos sudaban y mis piernas temblaban suavemente. Todas las veces que la vi con Sabino había sido de noche, nunca la había visto desnuda con la claridad del día, ni la había visto hacer el amor con la hermosa luz del sol.
- Pasa, se escuchó a los lejos. Siéntate, volví a oír la voz de mi madre, sin escuchar a la otra persona, que yo suponía era mi amigo Julio. Qué bueno que decidiste venir, pensé que me ibas a dejar plantada, continúo mi madre.
- No, cómo cree, alcancé a escuchar la inconfundible voz de mi amigo, aunque en la casa tuve que mentir y decir que iba a la escuela.
- No te preocupes, le dijo acá te puedes quedar hasta casi la hora de la salida, solo te vas un poco antes para que no te topes con mi hijo, pero llegarás a tu casa como si salieras de la escuela. Préstame tus cosas las voy a dejar acá para que no nos estorbe. ¿Quieres tomar algo? le preguntó.
- No, gracias, respondió Julio. Dígame, ¿de qué quería hablar conmigo?
- Un café, un refresco, un vaso de jugo o algo, volvió a decir mi madre ignorando la pregunta de Julio.
- Está bien un jugo, dijo él.
- Tengo de mango y naranja, de qué quieres.
- Está bien de mango.
Sirvió el vaso con jugo, ella estaba tomando su café. Volvió a sentarse en el mismo lugar teniendo a Julio frente a ella. Cruzó la pierna izquierda sin tener ningún cuidado que al hacerlo pudo verse su ropa interior, que también pintaba de rojo.
- Tengo varias preguntas que hacerte, le dijo, mientras sorbía su café.
- Dígame, respondió Julio.
- ¿Mi hijo tiene novia?
- Que yo sepa, no.
- Tú, si tienes novia…
- Tenía, dijo Julio. Pero terminamos la semana pasada.
- ¿Es bonita?
- Bueno, dijo Julio, carraspeando su garganta, supongo que se ruborizó. Él no acostumbraba hablar de su novia. Yo digo que sí es bonita, bueno, volvió a decir titubeante, al menos para mí sí es bonita.
- La quieres mucho, asintió mi madre.
- Sí, respondió Julio.
- ¿Es igual de bonita que yo? Preguntó mi madre al tiempo que sonrió y una ligera risa salió de sus labios. Descruzó sus piernas y dejó ver un poco más de su intimidad.
- No, dijo Julio con aplomo, no es tan bonita como usted.
- ¿De verdad te parezco bonita?
- Sí, mucho, mucho muy bonita, dijo mi amigo, con una voz que temblaba, no sé si de excitación o de nervios.
- ¿Sabes qué tú eres muy guapo? Le dijo mi mamá. Sólo alcancé a oír la risa nerviosa de Julio y vi como agachó, ligeramente, su cabeza. Sí, eres muy guapo, insistió mi madre.
- Gracias, solo dijo él.
- ¿Has hecho el amor con tu novia? soltó mi madre la fuerte pregunta.
No hubo respuesta, mi madre lo veía fijamente, él agachaba la cabeza.
- ¿Has hecho el amor con tu novia? volvió a preguntar mi mamá, acorralándolo con sus preguntas.
- No, dijo Julio con la cabeza agachada.
- Pero con tus otras novias sí has hecho el amor, dijo mi madre como queriendo recibir una respuesta positiva.
- No, volvió a decir Julio, y después de unos instantes de pausa, que pareció un siglo y que el silencio profundo llenó, afirmó: soy virgen, nunca he hecho el amor con alguna de mis novias.
- Pero si has visto desnuda a alguna de tus novias.
- Tampoco, dijo Julio, nunca he visto a una mujer desnuda.
- Ven, siéntate a mi lado, le dijo y estirando ambas manos, lo jaló suavemente y lo sentó a su lado. Segundos después, mi mamá se levantó y se paró frente a él.
- Dices que tu novia es bonita, y dices que yo soy muy bonita, quiero que me digas cuál de las dos es más bonita, decía, mientras Julio alzaba la vista para mirarla fijamente desde donde estaba sentado. Sí, dijo mi mamá, quiero que seas honesto y me digas quién es más bonita, y en un movimiento rápido, que parecía ensayado, haló la cinta para que la prenda que cubría su sinuoso y delicado cuerpo se abriera. Vi los ojos de Julio abrirse desmesuradamente, abrió ligeramente sus labios sin atinar a decir nada, aunque estoy seguro que él esperaba acostarse con mi madre, no esperaba verla así y ver, sobre todo, que su cuerpo era un mundo de ardientes curvas.
- Usted, dijo mi amigo, después de unos segundos y tras recuperarse del impacto visual que había tenido.
- Ven, le dijo mi mamá, mientras estiraba los brazos hacia él. Julio hizo lo mismo y tomándose ambos de sus manos, ella lo jaló hacia ella en tanto que él, se levantó, prácticamente arrojándose hacia los brazos de ella. Mi madre lo abrazó y él correspondió al abrazo. Sus senos se apretaban en los músculos pectorales de mi amigo.
- Tú eres muy guapo, le dijo, mientras se separó un poco de él y con una ternura casi maternal, pero estoy seguro que lleno de deseos, pasó sus delgados y suaves dedos entre la abundante cabellera de Julio. Eres muy guapo y desde hace tiempo quería decírtelo, pero me daba miedo que te fueras a asustar y yo no quería eso, porque quería tenerte así como te tengo ahora, le digo mientras lo veía directamente a los ojos y su mano derecha seguía acariciando, suavemente, la melena de mi amigo. Me gustas mucho, le dijo. Julio callaba mirándola solamente. ¿De verdad te parezco bonita? Volvió a preguntarle.
- Muy bonita, dijo él, demasiado bonita.
- ¿No estoy muy vieja?
- No, dijo él, para nada, está usted hermosa, reafirmó, mientras sus manos se posaban por dentro del kimono que aún seguía prendido del cuerpo de mi madre, acariciando la suave piel de sus caderas.
- Gracias, mi niño, dijo ella, eres demasiado lindo. Te juro que hoy dejarás de ser virgen y nunca lo olvidarás, dijo mientras acercó sus labios a los de Julio, mi mejor amigo de la escuela, y empezó a besarlo con una pasión que se reflejaba en sus respiraciones entrecortadas y muy agitadas.