Mi madre y el macarra (3)

Mi madre recibe una sorpresa de parte de Francisco.

Tras el tórrido encuentro que presencié y que narré en un anterior relato, tanto mi madre como Francisco parecieron descararse. Ella no trabajaba y él lo hacía por las tardes, lo que les dejaba las mañanas libres, justo cuando mi padre y yo estábamos en trabajo y universidad respectivamente, para sus arrebatos amorosos. No era infrecuente que llegara y encontrara a mi madre bañándose a tempranas horas de la tarde, siendo que antes ella siempre se bañaba por las noches al terminar el aseo del hogar. También en otras ocasiones me topaba con Francisco, rondando cerca de la casa y recibía una sonrisa sardónica en contestación a mi obligado saludo de cortesía. Y en contadas veces que llegué temprano, me encontré a Francisco y a mi madre en casa, ambos con pinta de haber estado sometidos a un intenso esfuerzo físico. Cuando eso ocurría, Francisco me contestaba que había estado ayudando a mi madre a hacer algunas cosas pesadas en el hogar, mientras ella se sonrojaba y aprovechaba cualquier excusa para retirarse a la necesaria ducha.

Empecé a llegar tarde para evitarme estos espectáculos, viendo que no era posible cesarlos. Tal vez le diera más tiempo a los amantes, pero no sabía qué hacer. Por las noches me quebraba la cabeza pensando en que terminaría todo eso. Lo que era seguro era que yo no iba a denunciarlos. Sería infiel a su marido, pero aún era mi madre y no deseaba exponerla al escarnio de la familia de mi padre y de la suya propia. También pondría en peligro a mi padre y a mí mismo de convertirnos en tendencia en internet, como ha ocurrido con muchas otras personas tristemente célebres. No creo que podría soportar las burlas. A mis ojos, eso solo podría acabar de una de dos maneras: o eran atrapados, en cuyo caso ojalá el asunto fuera resuelto en la intimidad de casa, o alguno de los amantes se aburría del otro y daba por terminada la relación. Rezaba porque la segunda opción fuera el desenlace.

Para empeorar las cosas, mi padre era más amable con Francisco. Parecía experimentar una pizca de arrepentimiento por sus prejuicios hacia él, ahora que lo veía dispuesto a pasar página. Si supiera que ese joven gozaba del placer de la carne con su hasta hace poco fiel mujer mientras él no estaba, seguro que su actitud sería radicalmente distinta.

Había procurado evitar contacto con Francisco, aunque claro, viviendo tan cerca era imposible no toparme con él de vez en cuando. En una ocasión lo vi con su hermano mayor, Alejandro, al que hace años no veía. Al igual que él, era algo callado y hosco, desconozco de que se ganaba la vida. Alejandro era mayor que Francisco, tendría unos veinticinco años.

El hecho que voy a narrar ocurrió dos semanas después de mi anterior relato. Me parecía increíble que nadie, ningún vecino se hubiera dado cuenta de las constantes idas y venidas a nuestra casa, idas y venidas que inexorablemente correspondían con un coro de gemidos, gruñidos y golpes de cama. Supongo que el hecho de que las casas fueran espaciosas ayudaba a ocultar esto; en un edificio de apartamentos es imposible tener privacidad. Estábamos cenando una suculenta cena, preparada con esmero por mi madre.

-        Uff, cariño, creo que no puedo comer más. – dijo mi padre apartando su plato – Espero no tener problemas para dormir. Estás cocinando espectacular.

Entre paréntesis, la conducta de mi madre había cambiado desde que pasaba las mañanas encamada con Francisco. Su carácter, ya tranquilo y cariñoso, se había magnificado, resaltando todas las virtudes. La casa nunca había estado tan limpia, ella era aún más amorosa y paciente que de costumbre y las comidas eran más abundantes y variadas. ¿Era un esfuerzo de callar su consciencia, o se sentía más feliz con la vida? ¿El amorío le había rejuvenecido? Prefería no saberlo y disfrutar las virtudes de esta nueva madre que estaba descubriendo.

Entonces, mi padre dejó caer la bomba.

-        Casi se me olvida mencionarte, bueno, a los dos, que mi hermano Raúl y su esposa vendrán a arreglar unos trámites. Les dije que podrían quedarse en la casa para que no gastaran en hotel.

Al oír eso, mi madre bajó lentamente su tenedor. Su cara estaba pétrea y la temperatura de la habitación parecía haber descendido 10 grados.

-        ¿Y no podías haberme preguntado antes?

-        Vamos mujer, que es mi hermano. No lo iba a mandar a un hotel cuando podría quedarse aquí.

Mi madre apoyó la frente en la palma de la mano derecha y soltó un suspiro que meció sus redondas tetas. Desde que Francisco entró en su vida, también se vestía de manera diferente. La ropa cómoda que usaba se había convertido en ropa más ajustada, no tan cómoda pero que seguro mostraba algo de más, presumiendo del cuerpo que había obtenido con disciplina y esfuerzo. Era común que se pasara el día en pantalones deportivos ajustados o en mini shorts, con una estrecha camiseta de tirantes que resaltaba su generoso busto o en simple top, recibiendo el sol en el resto del desnudo torso.

-        ¿Cuándo acordaste eso?

-        El sábado. Llegarán el miércoles y se irán el viernes por la tarde. Solo son dos días, amor.

-        ¡¿Desde el sábado?! ¡Y hoy es LUNES! ¿No podías haberme avisado antes? Tengo que… que poner la casa en orden.

Me incómodo un poco esa pausa, pero permanecí callado mientras seguía escuchando, mientras intentaba en vano controlar mi mente, que ya galopaba hacia fantasías de mi madre y Francisco. Respiré hondo para controlarme, algo que afortunadamente pasó desapercibido en el explosivo ambiente de la casa. La bronca de mi progenitora había continuado durante el rato que me desconecté, parecía estar terminando.

-         ¡Y pregúntame la próxima vez que quieras invitar a alguien a casa! ¡O al menos, avísame ese mismo día! – concluyó, abandonando la mesa. Vimos sus piernas desaparecer por las escaleras, nos llegó el sonido amortiguado del portazo cuando se encerró en su cuarto.

Con un encogimiento de hombros, mi padre me miró. Yo también me encogí de hombros en respuesta, masticando mi último bocado. Me levanté y me retiré, dejando que papá recogiera la mesa. Ya en la intimidad de mi cuarto, cavilé sobre lo que acababa de suceder.

Una insistente parte de mi mente me decía que aquello se debía a que con mis tíos estando allí Francisco no podría venir a casa a hacer… cosas con mi madre.  Pero otro lado, mi lado más racional y que buscaba justificar a mi madre, estaba ideando una justificación hasta que finalmente di con ella. Además, era bastante plausible.

Mi tío Raúl era muy buena persona. Siendo el hermano menor, cumplía con lo esperado de todos los hermanos menores: era alegre, fiestero y hasta algo gastador. Mamá se llevaba bien con él, ya que Raúl derrochaba energía y era el alma de cualquier celebración. Sorprendió a toda mi familia paterna cuando presentó a su entonces novia Alondra. Alondra no tenía mucho atractivo físico, delgada pero plana con todo por igual. Tenía rasgos agradables, pero siempre torcidos en una mueca de mal humor. No era muy agradable, además. Si se sorprendieron con el noviazgo, tuvieron que sentarse para no terminar en el piso cuando anunciaron su compromiso matrimonial. Desde entonces, Raúl se había distanciado de la familia. En las reuniones familiares, siempre había lenguas dispuestas a comentar lo cambiado que estaba Raúl desde que la influencia de su ahora esposa operaba sobre él.

Habíamos coincidido en escasas fiestas, casi siempre el cumpleaños de algún familiar ya que el flamante matrimonio siempre pasaba Navidad y Año Nuevo en casa de los padres de Alondra. Desconozco cual fuera la afrenta particular que tenía su concuña contra mi madre: aunque lo más probable era la envidia al comparar su cuerpo similar al de una espiga contra el curvilíneo y rollizo de mamá. Nunca había desaprovechado la oportunidad para hacer algún comentario desagradable. “Pero que bien se te ve esa blusa, te luce mucho el escote, pero… ¿los hombres te verán bastante, no crees?”, “¿esos pantalones son de tu talla? Creo que te aprieta en las caderas” y el más directo de todos “claro que no todas podemos mantener cuerpo en gimnasio, algunas tenemos que trabajar” dicho casualmente. Mi madre había soportado estoicamente las indirectas, no cayendo en el juego de Alondra. Después de ese historial, no era un misterio por qué no se sentía muy dispuesta a alojarla ni una noche. Lo más probable, es que a eso se debiera su actitud. Siendo sinceros, a mí tampoco me caía bien la esposa de mi tío Raúl.

Me acosté y el sueño me ganó. En el período de seminconsciencia que se ubica entre el sueño y la vigila, escuché los pasos de mi padre subiendo la escalera y la charla en voz baja que mantuvo con mi madre, intentando hacer las paces.

El martes y la mañana del miércoles transcurrieron rápidamente. Pasaban algunos minutos de las dos de la tarde cuando escuchamos el auto de mi tío detenerse afuera de la casa. Acababa de llegar de la universidad y me apresuré a descender para no dejar sola a mi madre con su némesis. Mamá ya estaba abajo. Se sacudió el pelo y, guiñándome un ojo, convirtió su cara de fastidio en una de alegría.

-        ¿Qué tal, Verónica? ¿Cómo estás? Muy guapa, como siempre – saludó mi tío Raúl, dándole un beso en la mejilla a mi madre. Probablemente su esposa le echaría un broncazo en la noche por andar piropeando a su odiada concuña - Ea, Juanillo, ¡cada vez más grande! ¿Dónde está mi hermano?

-        No pudo salirse de la oficina, llega entre las cinco y las seis – contestó mamá, mientras yo recibía una maleta de Raúl y él se apresuraba a ir a buscar la otra a la cajuela de su vehículo

El saludo a su esposa fue fríamente cordial de ambas partes. Mi madre esperó hasta que Raúl hubiera vuelto para invitarla a entrar, yo los guíe hasta la habitación de invitados que tenemos en el piso de abajo, junto al baño que Francisco remodeló y que comenzó todo lo que he venido narrando en mis relatos. Raúl dijo que tenían prisa por comenzar a arreglar no sé cuántos tramites y tenían cita en una oficina gubernamental para dentro de hora y media, así que dejaron sus maletas y salieron, prometiendo volver en tres o cuatro horas. Tras ver como se marchaban, mamá y yo nos sentamos a comer.

-        Bueno, al menos no se quedaron a comer. Ojalá así sea todos los días – suspiró mi madre, sirviéndome – Tú sabes que tu tío Raúl me cae muy bien, pero esa víbora de su esposa – añadió, levantando los ojos hacia el techo

-        ¡Mamá! ¡No deberías hablar así de tu querida cuñada! – repliqué, en una broma que de vez en cuando hacíamos. Ella rio levemente. Tal vez sea a raíz de los acontecimientos recientes, pero no pude evitar el leve bamboleo de sus pechos con su risa.

-        Me pregunto cuando tardará en empezar a criticar – continuó, sentándose también – Tal vez esta misma tarde.

Dicho y hecho. Levemente, disfrazadas de sugerencias sobre el estado de los muebles, Alondra comenzó a hablar acerca de nuestra casa esa tarde. Mi madre, siguiéndole el juego, le escuchaba muy atentamente y asentía, mientras mi padre y su hermano menor se miraban apenados entre ellos. Yo me excusé argumentando que tenía ocupaciones de la universidad (seguro mi madre se moría de ganas de excusarse también) y me retiré a mi habitación para evitar el desagradable espectáculo.

No sé cómo hizo mi madre para mantener la compostura durante los dos días siguientes, ya que Alondra decidió permanecer en la casa, dejando que su marido arreglara casi todas las gestiones por su cuenta. La comida, el jardín y hasta el guardarropa de mi madre fueron agredidos verbalmente con insinuaciones bastante bien disimuladas, pero que cualquiera con un dedo de frente podría captar.

El viernes tuvo una sorpresa más agradable; mejor dicho, dos sorpresas, aunque una fue bastante desagradable para mí. Estábamos sentados los cinco en la sala, disfrutando de algunas bebidas y conversando (Raúl apresurándose a interrumpir a su esposa cada vez que esta tomaba la palabra, deseando tanto como nosotros que la visita terminara) cuando alguien llamó a la puerta. Mi madre fue a abrir. Regresó y nos avisó que ya había llegado su pedido de maceteros y algunas cosas de jardinería.

Dicho entre paréntesis, uno de los orgullos de mi madre es el estado de su jardín. Hay una parte cubierta con cemento, donde está la parrilla que usamos para festejos especiales, el resto está cubierto de pasto siempre bien cortado. Por los contornos de las paredes hay una gran variedad de plantas, cada una con su espacio adecuado para recibir agua y fertilizante sin quitárselos a las demás, y el pasillo que lleva al jardín (que pasa desde la cochera hasta él, con una entrada en la cocina) está lleno de unos maceteros enormes que fue necesario mover entre dos cuando los instalamos. Ahora que están llenos de tierra y con plantas exóticas, no hemos intentado moverlos.

Un par de rudos trabajadores descargaron rápidamente un trío de maceteros tamaño gigante que venían a complementar la colección de mi madre, dos sacos de tierra y cuatro de fertilizante. Almacenábamos la tierra y los sacos en una caseta al fondo del jardín, junto con algunas herramientas. El único problema fue que los trabajadores tenían varios encargos pendientes y por lo visto no andaban de humor, ya que dejaron todo en la cochera. Raúl salió y se ofreció para ayudarnos, pero mi padre insistió en que él era un invitado y no tenía por qué ayudarnos. Mientras movíamos uno de los maceteros haciéndolo girar sobre su base entre mi padre y yo, pensé que yo de buena gana habría aceptado la ayuda de Raúl.

Ya habíamos colocado dos de los maceteros en posición y nos disponíamos a mover el tercero, cuando mi padre se incorporó para saludar a una silueta cuya gruesa sombra de brazos musculados que me resultaba desagradablemente familiar. Papá lo saludo de buen humor, pero alcancé a distinguir que el tono de piel de mi madre cambiaba violentamente a un rojizo y ella apartaba la cara.

-        Francisco, ¿cómo te va? Nosotros algo atareados, como puedes ver.

-        Bien, gracias. ¿Gusta que les ayude? – preguntó muy solícito, entrando en la cochera

-        No hombre, nosotros podemos con esto.

-        No es ninguna molestia.

Antes de que el debate siguiera, Francisco tomó uno de los costales de cincuenta kilogramos, lo levantó como si fuera un libro y se lo echó al hombro sin esfuerzo. Además, nos ayudó a detener el macetero, que estaba a punto de caérsenos al tener las manos mojadas de sudor.

-        Deje que yo me encargue de esto, en serio.

-        Está bien, Francisco. – concedió mi padre – Creo que a nosotros nos hace falta algo de ejercicio, ¿eh? – añadió, señalando a los abultados bíceps del macarra

-        Ustedes díganme dónde y yo los llevo allí. Y no se preocupe. Yo he venido algunas veces a ayudar a su esposa.

Sentí que la sangre me bajaba de la cara ante esa alusión descarada. Pude ver que mi madre apartaba el rostro rápidamente, ya que la indirecta había provocado el efecto contrario en su faz, volviéndola carmesí.

-        Ah, ya veo – contestó mi padre, continuando la absurda conversación porque no tenía más remedio y no quería parecer poco cortés con el joven - ¿En qué has ayudado?

-        Mmhh… usted sabe. Con necesidades de ama de casa que está sola casi todo el día – prosiguió diciendo indirectas, con el costal aún apoyado en su hombro – A veces movemos muebles mientras quita telarañas.

-          Telarañas, ¿eh?

Por un momento creí que mi padre sospechaba. Ya me imaginaba la vorágine que ocurriría. Y en qué momento tan propicio: Alondra sería testigo de todo. Seguro no cesaría de narrarlo en reuniones familiares y a todos los contactos de su Facebook. Pero analizando las facciones de mi progenitor, descarté en seguida esa idea. Parecía más bien aburrido; se veía que no sabía cómo cortar al joven (¿de qué puede platicar un hombre a mitad de sus cuarentas con alguien de veinte, con niveles de educación radicalmente distintos y que acaba de salir de la cárcel?), pero a la vez tampoco estaba muy ansioso de regresar a la forzada conversación cordial con Raúl y su esposa. En ese momento, mi madre, que ya había controlado su flujo sanguíneo hacia cuello y rostro, brincó en la conversación.

-        Sí, algunas telarañas. Sabes que no soporto ver arañas en la casa, Raúl.

-        Y es muy fácil que les salgan telarañas, entonces las amas de casa sufren. Uno cree que las tiene bien atendidas, pero no es así. Sobre todo, porque tienden a salir en rincones oscuros y estrechos, en los que los maridos ya no se fijan tanto pasado un tiempo… Usted sabe, detrás de muebles y así – se apresuró a añadir, para justificar la oración tan extraña que acababa de formar

-         Claro. Bueno, me alegro que puedas ayudar a mi mujer cuando yo no estoy a la mano – respondió, cayendo inadvertidamente en el juego de doble sentido y reconociendo su condición. Una sonrisa burlona se formó en los labios de Francisco.

-        ¿Por qué no van adentro? – se apresuró a añadir mi madre, que se veía entre apenada y divertida – Vuelvan con los invitados, al aire fresco, yo le diré a Francisco donde dejar las cosas.

-        Sí, entren. Aquí está haciendo mucho calor – concluyó el macarra con otro doble sentido.

-        Cariño, puedo quedarme a ayudar. – volvió a insistir papá.

-        No, ustedes entran – dijo con una mirada fija, dándole a entender que el asunto estaba terminado. Mi mente nuevamente entro en conflicto, conforme mi lado conspirador y mi lado racional interpretaban esa mirada con dos sentidos diferentes. Una el “déjame estar a solas con este semental” y el otro, seguramente más adecuado a la situación “tú atiende a los invitados, tú les ofreciste venir aquí”.

-        Bueno, vamos adentro. Tu madre tiene razón, allá se está más cómodo.

Mi padre me envolvió con un brazo por los hombros y me forzó a caminar hacia adentro, mientras con el rabillo del ojo alcancé a notar a mi madre dirigiendo a Francisco hacia el patio trasero. Entramos al fresco de la casa (el aparato de aire acondicionado estaba funcionando) y explicamos el motivo de nuestra ausencia temporal. Alondra, que se esforzaba por encontrar el defecto más mínimo a cualquier cosa, no pudo menos de reconocer que el jardín estaba en un estado impecable cuando mencionamos el pedido que llegó. Estirando el cuello, alcancé a distinguir desde el sofá individual donde me sentaba y a través de la ventana de la puerta de la cocina a mi madre, seguida por Francisco rodando uno de los maceteros.

No queriendo dejarlos solos ni un momento, fingí que tenía que hacer una llamada y me retiré hacia las escaleras, pero no las subí. En un momento que todos se descuidaron, me fui al lado contrario de las escaleras y salí por la puerta principal hacia la cochera.  Ya no había nada allí, así que entré por la aún abierta puerta que llevaba al patio. Al fondo del largo pasillo vi a Francisco llevando el último bulto de fertilizante al hombro, y me apresuré a seguir.

Ya en el patio, pensé en detenerme por un momento. No tenía ninguna excusa, y no quería dar la impresión a ninguno de los dos (no sabía a quien le temía más) de que sospechaba algo. Intervendría si las cosas se ponían peliagudas, aunque me parecía imposible con la familia tan cerca.  Me agaché tras uno de los maceteros, observando a mi madre y a Francisco.

El macarra estaba dejando el saco de fertilizante sobre los de tierra, bajo la protección del balcón. Por lo visto no cabían en el cuarto de herramientas. Se limpió el sudor de la frente con uno de sus anchos antebrazos y sonrió a mi madre.

-        Bueno, trabajo hecho.

Apenas iba a contestar ella cuando el la envolvió de la cintura con un brazo, y ante mis sorprendidos ojos le plantó un morreo en toda regla. Rápidamente se pegó a ella, llenándole de babas la mejilla y una oreja.

-        Te he extrañado, Verónica. A ti y a tus tetas, y a – dirigió sus manos hacia el trasero en forma de corazón de mi madre, haciéndola emitir un ruido extraño debido a la sorpresa que le provocaba el ataque – estas nalguitas

-        Mmm, Francisco – articuló ella, mientras recibía el besuqueo de Francisco camino hacia su caja toráxica – Aquí no puede ser

-        Solo un poquito nena, solo un poquito – suplicó el, besando la parte de las tetas que mostraba el escote – Mira cómo me tienes, guapa… no duermo pensando en ti

Sin cesar su besuqueo en cada centímetro de carne que la tela dejaba expuesta, el joven tomó una mano de mi madre y la deslizó por su pantalón. Al estar ambos de costado a mí no veía claramente, pero mi madre lanzó una exclamación de juguetona sorpresa, cosa que me sentó aún peor.

-        Que grandota la tienes ya Francisco... tan rápido. ¿Todo esto es para mí? – preguntó ella, entrando en el juego, a pesar de que ya tenía aquello bien conocido

-        Siéntela bien, nena. Te digo que no he podido dormir por estar pensando en ti… la traigo dura todo el tiempo

-        Jajaja… ya no digas esas cosas – le replicó mi madre algo cortada, besándole en el cuello

Yo estaba impresionado (aunque ya lo había visto antes) de ver lo fácil que mi madre se rendía a la estrategia de aquel joven. No reconocía a mamá, actuando como una jovenzuela en vez de la mujer con más de veinte años de casada que era, besuqueando y ruborizándose ante ese cabrón que hace poco acababa de dejar la adolescencia… y un penal de corrección de menores, como si lo primero no fuera suficiente. ¿Crisis de los cuarenta, tal vez?

“Zzz-zzip” escuché a Francisco abrir el botón de su pantalón y bajar la cremallera. El pantalón cayó a mitad de los fornidos muslos, seguido por el bóxer. Ahora estaba con la polla totalmente de fuera; los veintitrés centímetros de musculosa carne apuntando desafiantes a mi madre… en jardín de nuestra casa, con la familia adentro. Estaban encerrados con el aire acondicionado adentro, pero dudaba que eso fuera suficiente para ocultar los sonidos de lo que me temía iba a pasar.

-        Solo un poco… déjame sentir ese coñito rico solo un par de minutos… tengo que estar dentro

-        Joder, Francisco, cálmate – susurró mi madre – Mi familia está adentro.

-        No me importa, el riesgo mejora todo – insistía él, estaba en serio desbocado

-        Calmado, machito. Mira, hagamos esto – se iba arrodillando conforme hablaba, hasta que el erecto nabo estuvo frente a ella. – Te voy a ayudar a que te desahogues, ya luego me la pagas… tú siempre me pagas con creces – añadió, juguetona nuevamente, mientras le daba un lengüetazo al falo

-        Mmmmhhh – exclamó el macarra, al sentir el calor de la boca de mi madre – así, así, pruébala bien

Mi madre paseó la sonrosada lengua un par de veces por la palpitante lanza de carne, sintiendo el relieve de las gruesas venas. Luego, queriendo acabar rápidamente con su amante, se introdujo la mitad de golpe. Intensificó las caricias bucales en la parte de polla que cubría, cubriéndola de babas mientras se sostenía de los bultos de tierra con una mano y usaba la otra para consentir la mitad del falo que no entraba en su boca y los gordos testículos.

-        Gagh… gaaghh… mmhh… mmhhh – eran los únicos sonidos que hacía ella, ahora totalmente perdida en su labor de chupeteo. Ninguno de los dos perdía tiempo con palabras.

Francisco tomó a mi madre del delicado mentón y la forzó a levantar la cara, hasta que los ojos de ambos coincidieron. El macarra asintió, sonriendo.

-        Así, bonita. Me gusta que me veas a los ojos mientras me la mamas – el joven se regodeaba, teniendo una impactante vista de la sumisa cara de mi madre y las profundidades de su escote – Joder, como extrañaba tu boquita… me parece estar viendo el cielo… tan calientita y húmeda. ¿Te gusta?

-        Mmhh… zi, dapi (papi) … me guzzta… me guzzta tu zabor – logró decir ella con el trabuco en su boca

-        ¿Cariño? ¿Francisco? ¿Ya acabaron?

La voz de mi padre detrás de mí casi me mata del susto. Estuve a nada de irme hacia adelante con todo y macetero, revelándome frente a ellos. Ya con el equilibrio recuperado, miré hacia el pasillo. Afortunadamente mi padre no había salido, sino que se había limitado a correr un poco la puerta de la cocina y gritar desde allí. De haber salido me habría encontrado en cuclillas, jugando al escondite más ridículo. Y un poco más adelante, su mujercita le hacía una mamada discreta a un joven que tenía veinte años menos que ella. Ella sacó la polla de la boca y, sosteniéndola con una mano, contestó.

-        ¡Ya cariño! – fue una dulce voz de esposa fiel - ¡Solo le estaba mostrando nuestro jardín a Francisco!

-        ¡Ah, qué bueno que no se ha ido! – joder, si supiera porque se había quedado – ¡Dile que entre al fresco, se merece una bebida!

-        Gracias señor, encantado – fue la respuesta del macarra. Nuevamente me sorprendía el aplomo con el que se conducía durante momentos de placer, tenía amplia experiencia, parecía que el cabrón había andado repartiendo amor por todas partes

-        ¡No tardaremos! – añadió mi madre

Escuché la puerta corrediza cerrarse en algún punto detrás de mí y exhalé un leve suspiro, aliviado de que ninguno de los tres había sido atrapado. También mi madre y Francisco se descongelaron, ella volvió a apoyar las manos que un segundo antes habían estado preparadas para volver a levantar la camisa de tirantes, ya que su generoso busto escapaba por arriba.

-        Por poco – exhaló ella, dirigiéndole otra sonrisa al macarra – Solo tenemos un par de minutos, así que termina rápido.

Francisco se limitó a asentir, mientras mi madre nuevamente escondía el rabo masculino en su boca, reanudando la mamada con un vigor inusitado, tratando de acabar con su amante lo más rápido posible. En el otro extremo, Francisco hacía todo lo posible por no acabar. Pasó el prometido par de minutos, y el joven aún no descargaba. Viendo que ella se había cansado del vigoroso ritmo, el muchacho tomó la cabeza de mi madre con ambas manos para embestir su boca como si de un coño se tratase.

Esto no duró mucho. Tras hacer que se tragara su polla hasta el fondo una docena de veces, retiró el aún erecto miembro y se lo guardó.

-        Vamos, vístete.

-        ¿Qué, no te corres? – preguntó extrañada mi madre, aún arrodillada

-        Sí, pensaba en correrme y hacer que entraras a la casa con tu boquita llena de leche – le tomó de las manos para ayudar a que se levantara – Pero prefiero esperar. Te tengo una pequeña sorpresita, nena… algo que los dos disfrutaremos mucho, pero creo que tú más… solo tenemos que esperar a que se vayan estos.

-        Mmm, lo primero sonaba tan tentador – dijo mi madre en un sensual tono que me descolocó totalmente, a la vez que se recogía la saliva que había escapado con un dedo y se la llevaba a la boca – Pero esperaré, entonces. ¿No puedes adelantarme qué es?

-        No. Ya lo verás. Vamos, pa dentro – le dio un apretón en el trasero para hacerla caminar

Observando que venían hacia mí, corrí como pude a lo largo del pasillo. No quería entrar por la puerta corrediza, así que seguí hasta la cochera. Al pasar el umbral de la puerta, tuve un momento de inspiración y la cerré. Esperé un minuto y entré por la puerta principal. Mi madre y Francisco ya estaban adentro; ella presentaba al joven, quién inteligentemente no mencionaba su pasado.

-        Juan, ¿dónde andabas? Estos dos tenían excusa, pero ¿a dónde te metiste?

-        Creo que mencioné que tenía que hacer una llamada telefónica – logré decir, haciendo un esfuerzo por mantener una correcta dicción mientras respondía a mi padre, que inadvertidamente había hecho una referencia al acto infiel que estaba ocurriendo hace tan solo un par de minutos – Estuve en la cochera, para no incomodar a nadie.

-        Hijo, ¿estaba cerrada la puerta que lleva al jardín cuándo saliste? – interrogó mi madre, me pareció que su piel se había empalidecido uno o dos tonos mientras preguntaba

-        Sí, ya estaba cerrada cuando salí. Sería el viento, si ustedes no la cerraron.

Me dolió decir estas mentiras, pero creo que ya había manifestado mi decisión de no poner el núcleo familiar en una situación incómoda, mucho menos ahora que había más familia presente. Mi madre pareció tranquilizarse ante esto. Todos bebimos una cerveza y Francisco se retiró. Me pareció ver que aún tenía algo de bulto, pero obviamente no comprobé esto.

-        Ese joven no me da confianza. Pero que amigos tienes, Juan – dijo Alondra mirándome, en cuanto Francisco hubo salido

-        Se que su aspecto no es el mejor – me encogí de hombros, preparándome para otro trago amargo y no precisamente de cerveza – pero es un buen muchacho

-        Sí, él… tiene lo suyo – complementó mi madre

Preferí ahogarme en mi lata de cerveza. Afortunadamente no insistió nadie en el tema de Francisco y cenamos poco después.

No mentiré: el ambiente se relajó en casa cuando tío Raúl y su esposa se fueron el sábado temprano, poco después de las 7AM, tenían un compromiso al mediodía en su ciudad. Mi padre parecía haberse ganado el perdón de mi madre, quién le dio un beso en la mejilla (bastante si consideramos que desde el aviso de que venía su hermano apenas le había hablado la palabra) y lo acompañó hasta el carro cuando partió a su medio turno de los sábados por la mañana. Por mi parte, yo había dormido mal y no tenía ganas de ir a jugar fútbol como era mi costumbre. Afortunadamente había amanecido nublado, con alta probabilidad de lluvia y el juego se había cancelado.

Quería echar un sueñecito, pero mamá andaba hiperactiva desde que se fueron su cuñado y su esposa, limpiando la casa aquí y allá. Por lo que alcancé a escuchar desde mi habitación, parecía que liberaba la ira acumulada durante esos días limpiando la casa con una energía inusitada. Ya conocía esa tendencia a mamá de trabajar de más cuando quería despejarse. Otra cosa que sabía de ella es que, cuando estaba en ese estado, quería que todos estuvieran ocupados o no dejaba de darles la lata para que hicieran algo productivo también.

Tenía un leve dolor de cabeza y los ojos pesados, producto de la mala noche, así que decidí ir a esconderme a un pequeño ático antes que ser sometido a labores forzadas. La escalera al ático está en un pequeño cuartito en el segundo piso; fui al cuarto y me escondí arriba. En el ático tenemos todo tipo de cachivaches que no usamos, pero, fruto de la energía de mamá, está decentemente ordenado y no hay demasiado polvo. También llega la señal Wifi, así que mejor para mí.

Eché una pequeña descabezada, poco menos de una hora. Ya no sentía sueño, pero estaba algo adolorido por la posición. Me distraje un rato tonteando con el móvil y pensando en cuando sería el momento adecuado para bajar. Estaba navegando en Facebook cuando el sonido del timbre me interrumpió. Sentí que el corazón me daba un brinco y me arrastré silenciosamente fuera del ático, caminé por el pasillo del segundo piso hasta el punto arriba de las escaleras donde me era posible observar todo lo que ocurría debajo con pocas probabilidades de ser descubierto. Como un perro de Pávlov, había desarrollado una respuesta de miedo al timbre gracias a mis dos experiencias de voyerismo involuntario anteriores.

Sonó el timbre de nuevo y mi madre, extrañada, se apresuró a abrir. Cerré los ojos, haciendo una plegaria rápida para que no fuera quien creía que era. Pero mi petición no fue oída, o no fue escuchada. En el marco de la puerta estaba un hombre joven, moreno, robusto. Francisco, a quien yo y también mi madre ya conocíamos bien. Pero detrás de él estaba otra figura. Desde mi posición no podía ver claramente quien era, ya que solo veía sus botas de trabajo y unos jeans gastados. Pero pronto salí de dudas.

-        ¿Qué tal Verónica, cómo estás?

-        Oh, hola Francisco, bien – dijo, regalándole una sonrisa demasiado alegre mientras se saludaban de beso en la mejilla, Francisco sujetándola con vomitiva familiaridad de las caderas

-        Supongo que te acordarás de mi hermano mayor, Alejandro. Está de visita y quiere recordar el barrio, no para de preguntar cómo están todos.

Aquello era un pretexto ridículo y creo que todos lo sabíamos. Ambos habían crecido sin límites, sin preocuparse por nada. Alejandro, al igual que Francisco, dejó de estudiar a temprana edad. E igual que su hermano, iba a lo suyo, juntándose con los de su edad y haciendo trastadas, algunas serias. Nunca había manifestado el menor interés por los adultos. Ni siquiera había interactuado conmigo, siendo menor que él. Si Francisco tenía 21 años, su hermano ahora debía rondar por los 24 o 25.

-        Claro que me acuerdo de ti – respondió mamá, saludando al mayor con un apretón de mano respetuoso, pero sin beso – pasen, pasen.

Se hizo a un lado para que los dos jóvenes pudieran entrar. Alejandro entró primero. Mi madre levantó una ceja a Francisco a espaldas del mayor, pero él se encogió de hombros y le contestó con una sonrisa traviesa. Cerró la puerta tras los jóvenes.

-        Tiene una casa muy bonita, señora.

-        Gracias. Verónica, por favor, no hace falta que me digas señora. Entonces, ¿quieren algo de beber? ¿Agua, refresco… cerveza?

-        Unas cervezas estarían bien, Vero. Te ayudaré a traerlas. – lanzándole una mirada significativa al tiempo que le decía esto

-        Claro, tú ponte cómodo, ya volvemos

Alejandro se sentó en un sofá individual frente al sillón principal, dónde había empezado todo. Mientras, mi madre y Francisco caminaron a la cocina. Desde mi posición podía dominar todo, mientras que la visión del mayor quedaba bloqueada por la pared de un pequeño trastero y la barra de la cocina.

Mamá abrió la puerta del refrigerador para sacar las bebidas mientras su joven amante la esperaba recargado en la estufa. A mi padre siempre le gustaba tener cervezas en casa, aunque en realidad ninguno de nosotros tomaba mucho, y en la parte inferior del refrigerador siempre había al menos diez o doce cervezas. Ella se tuvo que agachar, dejando su rotundo trasero a disposición del joven. Francisco, fingiendo ayudarla, apoyó su paquete allí, no descaradamente, pero si lo suficiente para que ella lo notara. Mi madre no se dio por aludida, siguió buscando con toda la calma del mundo. Finalmente sacó tres cervezas. Se incorporó, quedando cara a cara con Francisco en el estrecho espacio. Él le dio un magreo rápido y le indicó con una seña que continuara buscando.

Finalmente volvieron a la sala, cada uno con tres cervezas. Ambos se sentaron en el sillón de la infidelidad y todos comenzaron a beber. Francisco colocó una de sus manazas en el muslo de mi madre mientras platicaban, un poco más arriba de lo que sería correcto entre un chaval de veintiún años y una señora casada que le duplicaba la edad. Ya no la despegó, pero tampoco intentó nada más. Estuvieron bebiendo y platicando, principalmente Alejandro. Ella preguntó por la madre de ambos, ya se habían llevado bien antes de que ambos se fueran tras la detención de Francisco. Alejandro contestó que ya no vivía con ella, pero que la iba a visitar de cuando en cuando. Ambos se habían ido a una ciudad vecina a buscar suerte y ella había conseguido un empleo en una oficina de gobierno; nada bien pagado, pero al menos seguro. Por su parte, Alejandro se ganaba la vida de cargador y mozo en general en uno de los mercados más importantes de esa ciudad, tenía novia y planeaban casarse el año que viene.

-        Bueno, pues me alegro que estén bien. Le das saludos de mi parte.

-        Claro, ella siempre se acuerda de usted. Disculpe, ¿podría usar su baño?

-        Seguro, al fondo.

Alejandro se levantó y salió de mi campo de visión. Escuché sus pasos pesados, seguidos por la puerta del baño cerrándose. Francisco, que hasta entonces había estado calmado, asió a mi madre con la mano que sostenía la cerveza y la jaló hacia él, hasta que su ansiosa boca encontró los suaves labios de ella. La besó apasionadamente, con mucho sobe de labios y la gruesa lengua explorando la cavidad de mi madre, encontrando otra lengua juguetona que correspondía. Ella dejó su cerveza en el piso para poder acariciar el rostro de su amante.

-        Uhm, Verónica, no sabes cuánto te he extrañado. A ti y a este cuerpazo que te cargas.

-        ¿Ah sí? – le susurró mi madre, separando sus labios un poco de los de él en una sonrisa traviesa, antes de volver a besarlo

-        Sí, joder. La he traído dura todos los días esperando a ver cuándo se iban esos arrimados que tenías en casa. No me he pajeado para guardarla ti. ¿Te gusta la sorpresa que te traje?

Ambos hablaban quedamente y a intervalos entrecortados, ya que conversaban cuando despegaban sus bocas en búsqueda de aire, antes de perderse nuevamente en los besos del otro.

-        Mmhhh, no sé si sentirme halagada por lo de tu abstinencia. – ¿Esta es la sorpresita que mencionaste? No sé Francisco… nunca he estado con dos a la vez.

-        Te va a gustar, créeme. No seas mala, no me dejes así. Mira, mira cómo me tienes – tomó una de las manos que mamá usaba para acariciarle una mejilla, dirigiéndola hacia el prominente bulto que ya se le notaba en los gastados pantalones y se cargaba a la derecha – He estado así todos los días. Te la vas a pasar bien con los dos, pruébalo.

Francisco dejó de besarla para dirigir sus atenciones a su delicado cuello. La gruesa lengua del macarra acariciaba la tierna piel de mamá mientras él besaba y lamía el cuello, empezando desde el mentón para luego recorrer este hacia la izquierda. Mi madre tenía los ojos cerrados, disfrutando las caricias masculinas sin dejar de sobar por encima de la ropa el falo que crecía cada vez más. Francisco se desabotonó el pantalón, abriendo paso a que los delgados dedos de uñas pintadas se perdieran en el interior de su bóxer.

Él siguió recorriendo su cuello hasta llegar a la oreja izquierda, que mordisqueó y en la que luego introdujo su lengua, provocando un fuerte suspiro y un estremecimiento que meció las redondas tetas de mi madre de lado a lado, aún vestida.

-        Sé buena y pruébalo… veo que ya estás bien mojadita tú también, ¿eh? – una de las manos de Francisco estaba sobre la zona íntima de mi madre – dime, ¿me extrañaste? Dímelo nena, anda, dime que querías que viniera.

-        Mmmm… ya cállate terco – suspiró ella, aplicando sus labios sobre los de él nuevamente para evitar que siguiera presionándola a decir algo comprometedor

Ahora la mano izquierda de mi madre ya estaba perdida por completo en el bóxer de Francisco, moviéndose arriba y abajo lentamente, mientras usaba la derecha para acariciarle la espalda. Él hacía lo mismo, una mano en la zona íntima y otra en el oloroso y aún húmedo cabello. Tan distraídos estaban en su combate de lenguas que no notaron cuando Alejandro entró en escena. Yo mismo estaba petrificado, asombrado por el comportamiento díscolo que Francisco parecía provocar tan fácilmente en mamá, que no reparé en el mayor de los hermanos hasta que estaba ya a unos pasos de la tórrida escena.

-        Vaya vaya, ¿qué tenemos aquí? Hermanito, ¿qué haces con la vecina? – preguntó en tono grave, colocando las manos en los hombros de mi madre.

-        Lo que ya sabes, cabrón, así que no te hagas el sorprendido. Vero, le conté a Ale de lo nuestro. No te molesta, ¿verdad? – continuó con el juego de lenguas, antes de añadir – Vamos, sería algo injusto dejarlo mirando, ¿no crees? Tranquila, que te lo vas a pasar de puta madre.

-        Mmmm… no sé – fue lo único que alcanzó a decir mi madre, antes de que los hambrientos labios de Francisco la jalaran nuevamente al juego de lenguas

Continuó besando lascivamente a mi madre, llenándole los morros de babas. Durante el intercambio, ella había logrado sacar el miembro de Francisco y ahora el grueso falo estaba totalmente erecto, veintitrés centímetros de carne musculosa y palpitante que reposaban en la camisa de Francisco, recibiendo las caricias de las manos de mamá. Alejandro no perdió tiempo. Abrazándola por detrás, rápidamente abrió el cierre de su sudadera y se la quitó sin interrumpir el besuqueo de su víctima con su hermano menor. Acto seguido introdujo las manos en la espalda, reptando hacia arriba, hasta dar con el sujetador que desabrochó en un instante.

Ya con el objetivo cumplido, dirigió las manos hacia el frente por debajo de la camiseta de tirantes, hasta que toparon con el generoso busto. Con un tirón quitó el sujetador que fue a parar al piso, sus manazas ya acariciando libremente los voluminosos pechos, sobando cada centímetro, levantándolos un poco como para sentir su peso, tentando el redondeado contorno hasta que atacó los pezones a pellizcos bajo la tela, sintiendo como terminaban de hincharse y endurecerse, mientras besuqueaba un hombro y un costado del cuello de mamá. Ella ya estaba jadeando y resoplando, ahora recibiendo las caricias de los dos jóvenes con los ojos entrecerrados, pero sin cesar la masturbación del menor.

Alejandro tomó los faldones de la camiseta, jalando de ella hacia arriba para desnudar el torso de mamá. La prenda se atoró un poco en el busto, ya que Alejandro jalaba desde atrás, pero finalmente logró retirarlas y las tetas cayeron libres de su cárcel.  Cesando al fin su morreo, Francisco se incorporó, dejando a mi madre sentada en topless, a disposición de los dos hermanos. La visión de los redondos, voluminosos pechos, firmes a pesar de la edad y de su tamaño, con las aureolas oscuras y los pezones empitonados, tiesos, crecidos hasta llegar a 3 centímetros más o menos, que apuntaban desafiantes hacia ellos, fue demasiado para el hermano mayor.

-        ¡Joder, pero que melones tienes, Verónica! Y estos pezones, se ve que estás cachonda ¿eh?

-        ¡Y que lo digas! Yo ya se los tengo bien conocidos, pero todavía no me canso de esas tetazas. Anda, pruébalas, para que te acabes de criar – contestó su hermano menor entre risas

Tras hablar, Alejandro se dedicó a los pechos, enterrándose en ellos. Comenzó directamente en los pezones, succionándolos duramente, pero provocando nada más que placer en mi madre que contestó a la agresión colocando una mano sobre la cabeza de Alejandro mientras usaba la otra para consentirse la teta desatendida. El mayor paró de chupar y ahora lengüeteaba la ubre que lo tenía fascinado, ensalivando las aureolas y mordisqueando el contorno. Francisco, menos ansioso que su hermano, se ocupaba de retirarle la pantalonera y la braguita de andar en casa, hasta dejarla completamente desnuda. Se dedicó a hacer lo mismo con el conejo de mi madre, olfateando el corto vello negro en forma de triángulo y lamiendo los pliegues. Ambos parecen lobos hambrientos mientras exploran la curvilínea anatomía. Ella se dejaba hacer, suspirando y sin saber dónde poner las manos, acariciando las cabezas de los hermanos.

Finalmente cesaron el asalto por un momento. Francisco tomó las manos de mi madre y tirando de ellas la puso en pie. Le plantó un beso rápido y tomándola por los hombros le dio un empujón hacia abajo, con una mirada cargada de significado. Ella se arrodilló, comprendiendo el mensaje, para mirar a los hombres hacia arriba.

Los hermanos se desnudaron rápidamente, con Alejandro casi cayéndose por las prisas. En menos de un minuto ya había prendas por toda la sala. El mayor tiene un cuerpo robusto, fornido por el trabajo, aunque no tan espectacular como el de gimnasio de Francisco. Luce una polla algo más pequeña que la de Francisco, pero aún de un tamaño respetable, unos 18 o 19 centímetros e igual de gruesa. Parece que estar bien dotado es cosa de familia.

Siento la garganta reseca, el corazón me palpita en las sienes. De alguna retorcida manera, tal vez un mecanismo de defensa psicológico o algo así, me había hecho a la idea de Francisco y mi madre juntos. Aplicando la máxima de ojos que no ven, corazón que no siente, había salido del paso, dejando que las cosas siguieran su flujo natural; tal vez la descubrieran, tal vez no. Eso no era asunto mío, yo no era el que estaba poniendo en riesgo su matrimonio. Pero me siento impactado, impactado y traicionado, mientras la veo allí, desnuda de rodillas, con los pezones tiesos y un rabo descansando en las mejillas a cada costado de su cara, como una cualquiera. Y acaricia los expectantes miembros con cariño, en medio de la sala, con los retratos familiares como testigos.

Se decide por el miembro de su papi, él que ya conoce. Da unos besos en el glande, para después introducírselo en la boca hasta la mitad. Por su cuenta lo recorre, sacándolo y metiéndolo, lamiendo todo lo que puede. Francisco, con ojos de fiera, mira atentamente los esfuerzos de la mujer por introducirse todo ese trozo de carne en la boca.

-        Así Vero… joder, cómo la mamas. Has aprendido bien, ¿verdad?... Eso, saboréala, siéntela, disfrútala… mmmhhh… que calientito. Muéstrale a mi hermano como te gusta mi rabo, chupa, chupa… ¡me parece estar en el cielo, mierda!

El vocabulario soez y los resoplidos de Francisco parecen actuar como combustible en mi madre, que atiende cada vez con más ahínco el miembro del joven. Ahora los sonidos de chupeteo llegan claramente hasta mí y el falo aparece brillante de saliva. Finalmente, el macarra le da un tirón en el pelo para que se despegue de su rabo. Se escucha un ¡plop! al separarse los labios de mi madre del miembro, tal era la intensidad de su succión. Lo mira a los ojos, interrogante.

-        Estás genial cariño, como siempre. Pero tenemos un invitado y no es de buena educación dejar a los invitados desatendidos, ¿no crees?

Mamá asiente con una sonrisa tonta, los ojos perdidos y algo de saliva escurriéndose por las comisuras de los labios. Comprendiendo el mensaje, voltea hacia su otro costado, topándose de frente con el goteante miembro de Alejandro. Sopesa los testículos, lo masturba levemente, da unos besitos en el glande, como tanteando al hasta entonces desconocido miembro. Comienza a succionarlo súbitamente, lamiendo y aspirando, incluso metiéndoselo complejo en su primer envite. Esto tomó por sorpresa a Alejandro, a quien pareció que le faltaba el aire por un momento.

-        ¿Qué pasa hermano, demasiado para ti?

-        Uff, me sorprendió… no creí que la vecinita sería tan buena mamadora… y pensar que cuando tú andabas con el mocoso hijo de esta yo ya estaba crecido… haber sabido que estaba tan desatendida y venía yo a darle lo que le hacía falta…  chupa bonita, vamos a compensar el tiempo perdido, que boquita tienes.

Ella se esforzaba por masturbar a Francisco, aunque no podía hacerlo tan fácilmente entre las lamidas a la lanza de carne de su hermano y los manoseos del menor en su cuerpo. Tras un par de minutos de mamada, Francisco se aburrió de ser un mero espectador y la abofeteó con su grueso miembro, llamando su atención. Mi madre, fiel a su llamado, dejó de atender a Alejandro para volver a lamer el miembro de su papi.

Yo seguía impresionado, sin poder creer lo que mis ojos veían: a mi madre totalmente en pelotas en la sala, entre dos machos en brama también desnudos y atendiendo ansiosa sus pollas. Parecía que incluso lo disfrutaba más que ellos. Los hermanos sí que lo disfrutaban, sus miembros ya estaban totalmente cubiertos y pegajosos de la saliva que producía mi madre. Ella gemía lo más que podía, ya que los manoseos en su cuerpo no habían parado, logrando excitarla aún más. Sus senos estaban húmedos de babas, pero eran de ella misma, ya que la saliva escurría de su boca que cambiaba de falo.

El intercambio de pollas continuó por un momento, atendiendo a ambas. Los hermanos ya lucían sus miembros brillantes, pero querían más. Cuando le tocó mamada a Francisco por tercera vez, él se arrodilló también, sujetando firmemente la cabeza de mi madre. Esto provocó que ella perdiera el equilibrio y habría dado contra el sueldo de no ser porque soltó rápidamente las manos de los muslos de Francisco y las usó para apoyarse, quedando en cuatro patas y dándole un plano completo de su trasero al mayor. Con los ojos entrecerrados por el placer, Francisco hizo un gesto de cabeza a su hermano mayor.

Alejandro recibió el mensaje y se colocó tras mi madre, tanteando sus caderas. Ya se disponía a penetrarla cuando Francisco habló.

-        Quieto cabrón. No pensarás follarte a mi mujercita sin condón, ¿o sí?

-        Ya no me jodas. Seguro que tú te la das a pelo.

-        En ocasiones. Pero… uff, calmada Verónica, disfrútala tranquila, es toda tuya – Francisco levantó la vista de nuevo – Pero veo que ya estás muy excitado y como te descuides le acabas adentro. Y no quiero tener que estar sintiendo tu corrida cuando sea mi turno.

-        Mierda, creo que tienes razón hermanito.

-        Dile donde están los condones, guapa.

Mi madre se sacó de la boca la polla de Francisco. Masturbándolo lentamente, con la mirada perdida y voz queda, le informó a Alejandro que estaban en el quinto cajón del closet de blancos, contando de arriba para abajo. Seguro que era un buen escondite, ese closet estaba lleno de cosas que nadie usaba y se abría en contadas ocasiones. Alejandro se dirigió rápidamente hacia él, saliendo temporalmente de mi campo de visión. Lo escuche abrir puertas y cajones, volvió con la caja de los preservativos.

Mientras mi madre continuaba la labor oral sobre el miembro de su papi, Alejandro sacó dos preservativos del paquete. Aventó uno a su hermano y, rasgando el envoltorio, colocó ansiosamente uno sobre su hinchado miembro.

-        ¿Ya no tiene ningún inconveniente el señor? – preguntó el mayor de los hermanos con sorna, sujetando las caderas de mi madre

Francisco negó con los ojos cerrados, concentrado en la mamada que estaba recibiendo. Alejandro dirigió su miembro con una mano, colocándolo contra la goteante entrada de mi madre y empujó levemente. Ya con el glande encaminado, volvió a asir sus caderas y la penetró de un lento pero firme envite.

-        Joder, que apretadita estás Vero… me cuesta creer que el manubrio de mi hermano entre aquí

-        Hmmm… la tienes muy, Ale – fue la respuesta de mi madre desde algún lugar de la entrepierna de Francisco

-        Shhh… tu continua acá y confía en nosotros – susurró el otro, dirigiendo la cabeza de mi madre nuevamente hacia su miembro viril – que con nosotros te la pasarás de puta madre.

Alejandro ya estaba bastante excitado y no quería esperar más. Sujetando firmemente las anchas caderas de mamá, comenzó un bombeo rápido pero profundo, chocando sus testículos en cada entrada y provocando que el trasero de ella se bamboleara en cada embestida. El ya familiar sonido de carne húmeda chocando llenó la sala mientras el hermano mayor encajaba su tronco sin compasión. Mamá recibía las embestidas, siendo empujada ocasionalmente contra la entrepierna de Francisco, provocando que el miembro se le saliera de la boca constantemente, más ella luchaba por volvérselo a meter.

-        Sí, joder, ¿te gusta, putita? Que mujer tan guarra, participando en un trío en la sala de su casa.

-        Sí Ale, sí – jadeaba – no pares, no pares… me tienes muy cerca, muy cerca

-        Joder, que putita te has conseguido, hermanito – logró decir Alejandro entre bufidos – si yo fuera tú venía a diario a darle su ración de rabo

-        ¿Y crees que he hecho estos días, hermano? ¿Venir a rezar con ella? Sigue, sigue mamando.

Las brutales embestidas de la gruesa lanza de carne del hermano mayor solo provocaban placer en mi madre. Entre guarradas, sudor y el sonido del sexo llegó a su primer orgasmo de la tarde.

-        ¡MMMMM SIIIIII! ¡ME CORROOO, ME COROOOO JODERRRR! !AHHHH! !ASÍ ALE, ASÍ, QUE RICOOOOOOOOOOOOOOOO!!

El curvilíneo cuerpo de mi madre se sacudió entre los dos hermanos, meciéndose las tetas lado a lado conforme su orgasmo tomaba control de ella. Alejandro redujo la velocidad de sus embestidas durante el orgasmo femenino, concentrándose en impedir que su presa escapara a base de vaivenes. Cuando el orgasmo comenzó a desaparecer y mientras mamá recuperaba el control de sus sentidos, Alejandro extrajo su palpitante miembro. Resoplaba, intentando contenerse.

-        Uff, ese coñito está para matar por él. Un poco más y me corría. Deja que me chupe ahora en lo que me relajo un poco.

Francisco rompió la envoltura y desdobló el condón que su hermano le había pasado. El preservativo, aun siendo tamaño especial, quedó tenso sobre los veintitrés centímetros de Francisco. Luego se tendió cuando largo era sobre el frío piso, incitando a mi madre a que ella le cabalgara, sosteniéndose el miembro con una mano ya que su peso era tal que tendía a caer sobre el marcado abdomen del macarra. Sonriéndole lascivamente, con los ojos encendidos por la lujuria tras el orgasmo que acababa de experimentar y los que prometían los dos hermanos, mi madre se dirigió hacia Francisco.

Colocó una pierna a cada lado, descendiendo las anchas caderas hasta que el engominado glande del joven acarició la entrada a su zona íntima. Se inclinó para darle un beso, para luego bajar de un golpe, empalándose de un solo movimiento en los veintitrés centímetros de musculosa carne que el ex delincuente juvenil le ofrecía. Pareció que a ambos les faltó el oxígeno por un momento; estaban cara a cara, los labios juntos pero sin besarse, mientras sus cuerpos se adaptaban. Francisco fue quién se repuso primero. Tomando las nalgas de mamá con sus potentes brazos, las alzó e hizo descender a la vez que el empujaba con su miembro hacia arriba; le gustaba ser el dominante aunque su compañera estuviera encima de él. Pronto agarraron ritmo los dos, besándose y gimiendo en sincronía, mientras las firmes embestidas del joven hacían que el generoso busto de mamá se alzara y descendiera en cada embestida, con cada respiración entrecortada.

-        ¡Francisco, Fran! ¡Papi! – exclamó ella, recordando el apelativo que excitaba más a su joven amante - ¡Dame así, papi, así amor, como solo tú sabesssss!

-        Cabalga nena, disfruta de tu potrillo y su gran miembro… muéstrale a mi hermano como folla una madurita desatendida… mierda, que apretada estas guarra… no puedo creer que aun follándote a diario la tengas tan estrecha

Mientras la salvaje monta proseguía, Alejandro pareció controlarse y estar listo para volver al combate. Al estar el orificio vaginal ocupado, el trasero con forma de durazno atrajo su atención. El mayor de los hermanos usó sus manazas para separar las nalgas, dejando el apretado orificio a la vista, al que acercó su engominado miembro.

-        ¡Joder! ¡Por detrás no, por favor! – suplicó mamá, al sentir la exploración anal de la daga de Alejandro, reduciendo la velocidad de su cabalgata mientras volteaba hacia atrás – Hace poco lo hicimos y me dolió mucho… todavía no me repongo de esa vez, papi, aún me duele, que no me dé por atrás – ahora dirigía sus súplicas a Francisco

-        Shhhh nena, tranquila que todo está bien – contestó el cabalgado mientras volvía a acelerar su ritmo, arrancando nuevos gritos de placer a mi madre - ¿Oíste? Entretente con otra cosa, pero por el culo no.

-        ¡Mierda hermanito, no seas egoísta! ¿Tú puedes romperle el culo y yo no? Sí solo será un poquito…

Conforme decía esto, introdujo el glande y algo del tronco en el trasero de mi madre, haciéndola gritar; pero era dolor, no de placer. Ella cesó al verse atacada por detrás. Súbitamente, Francisco la abrazó, colocando la cabeza de mi madre en uno de sus hombros. Con la sudada melena de mamá sobre su cara, le dirigió una mirada tan furibunda y llena de odio a su hermano mayor que este retrocedió como si hubiera sido golpeado. Me di cuenta que, aun siendo mayor, Alejandro tenía miedo de su hermano. Era fuerte por su rudo trabajo, pero Francisco le aventajaba en poderío físico, que, aunado con sus antecedentes penales, provocaba una mezcla peligrosa. Tal vez el mayor no tuviera mucha cultura o fuese una persona de modales refinados, pero jamás había ido a la cárcel. Así que allí se quedó, atontado sin saber que hacer, con el miembro erecto. Satisfecho con la reacción, Francisco continuó la labor de dilatar el canal íntimo de mi madre con su hinchado falo.

-        Cabalga nena, cabalga… disfruta la polla de tu hombre, una polla como el que se merece ese cuerpazo que tienes y no pollitas de niños, dime que te gusta, anda

-        ¡Me encanta… me encantaahh… más fuerte papi, más fuerte… oooohhh… estoy tan cerca… casi… por favor, POR FAVOORRRRR!

-        ¿Te encanta mi rabo, eh guarrilla? – insistió él, guiándola con charla sucia y embestidas llenas de vigor juvenil a su ansiado clímax – A ti lo que te molan son las pollas grandes, por eso vengo a diario a follarte…

-        ¡SI, ME ENCANTAAAAHHH! ¡TE ADORO PAPIIIII! – gritó, ya fuera de control, arqueando su espalda mientras la explosión de sensaciones que había comenzado en su zona íntima con el clímax recorría todo su cuerpo, enrojeciendo su rostro, haciendo estremecerse cada una de sus curvas - ¡COMO ME LLENAS… AAHHHHH… AHHHHH….!

Mi madre se desplomó sobre su amante conforme el orgasmo se diluía en su anatomía, pero su caída fue detenida por los brazos de Alejandro que la sujetaron de las axilas. Ver el clímax femenino lo había excitado demasiado, lo suficiente para olvidar temporalmente el miedo que le provocaba su hermano menor. Tiró de ella hacia arriba y un reguero de fluidos femeninos cayó sobre la entrepierna de Francisco al romperse el cierre hermético que tenían los sexos. El menor miró molesto a su hermano, pero Alejandro estaba distraído preparando a mi madre para volver a embestirla y no lo vio.

Barrió el servilletero, el salero, el control de la tele y otros utensilios de un manotazo, mientras con la otra ayudaba a mi madre a subir a la barra de cocina que usamos en ocasiones cuando no queremos llevar los platos hasta el comedor.  Mi madre apenas cabía, pero la altura era ideal para que su sexo estuviera a disposición del hambriento dragón de Alejandro. Apartó de una patada las sillas y apoyó las blancas piernas de mi madre sobre sus hombros, sobando sus suaves muslos, mientras aproximaba su ansioso falo a la goteante zona íntima femenina.

Un suspiro de mi madre, acompañado por un leve estremecimiento, señalizaron la entrada de Alejandro nuevamente en ella. Echando las caderas hacia atrás y adelante desesperadamente, el mayor de los hermanos se la folló a placer mientras Francisco se arrimaba con el hinchado miembro por delante.

-        ¡Joder, como te mueves Alejandro! ¡Vas a hacer que acabe de nuevo! – logró decir ella entre jadeos

Aun moviéndose adelante y atrás con los empujones de Alejandro y la cabeza colgando del extremo de la barra, distinguió a su papi dirigirse hacia ella. Su cara quedaba justamente a la altura de la masculinidad de Francisco; esbozó una sonrisa tonta con los ojos entrecerrados cuando el macarra introdujo su hinchado miembro en su boca, haciéndola tragársela entera, para disfrutar de ese orificio como si fuera una muñeca hinchable.

-        ¡Mmmhhh! ¡Mmmhhh! ¡Mmmmh! – era la forma en que mi madre lograba manifestar su placer, atrapada entre las pollas de los dos jóvenes

-        ¡Qué coñito tan apretado…! no creo aguantar mucho más!

Convertida un sándwich entre dos machos en brama, mi madre alcanzó su tercer orgasmo de la tarde. En medio de gemidos ahogados, arqueó la espalda, levantando el generoso busto conforme el placer recorría su cuerpo y sus temblantes muslos golpeaban a Alejandro, moviéndose de tal manera que Francisco tuvo que detenerle de las mejillas.

-        ¡Oh, joder, ya me viene! ¡Mierda, ooohhhh! – bufó Alejandro, apenas el clímax de mi madre comenzaba a desvanecerse -  ¡Ooohhh, sí, la de leche que estoy echando! ¡Qué lastima que tenga esta ridícula goma y no pueda llenarla como se mereceee!

Resoplando, Alejandro salió de ella y caminó hacia atrás, hasta que chocó con la silla que había apartado antes y se desplomó en ella. La punta del condón estaba inflada con su semilla, que comenzaba a deslizarse hacia abajo por el condón.

-        ¡Que mujer, que mujer, carajo! Menudo chochito hambriento tiene – suspiraba el hermano mayor, retirándose el sudor de la frente con una mano mientras cabeceaba – La de leche que me ha sacado

Ya a solas con su amante, Francisco detuvo la follada oral que le estaba haciendo y le dio vuelta a la barra para colocarse en posición de penetrarla nuevamente. Como siempre, me sorprendía la calma con la que se manejaba, como si follara y participara en tríos por doquier, contrastando con los ansiosos movimientos de su hermano. Tranquilamente, acariciando cada una de las curvas femeninas, acercó su polla a la palpitante vulva. Sobando una pierna de mi madre, volvió a penetrar hasta el fondo.

-        ¡Síiiiiiii papi! ¡Toda dentro! ¡Siento como me golpeas el útero! – gritó ella, fuera de sí, mientras Francisco imprimía un ritmo bestial al coito

-        ¿Te gusta, guarrilla? A mí también me encanta este cuerpazo de madura que te cargas… con ese apretado coñito de cría… dile a mi hermano lo que te gusta mi polla, dilo

-        Me encanta… ohh… mhhh… la tienes como un caballo… y sabes aguantar

Excitado, el musculoso macarra sujetó a mi madre de las caderas y la clavó aún más rápidamente, si es que eso era posible. El curvilíneo cuerpo de deslizaba hacia atrás de la barra, temblando en cada choque de carnes, para ser traído de vuelta por los fuertes brazos del hombre que gozaba de su anatomía. Francisco le dio a mi madre el cuarto y más fuerte orgasmo de la sesión.

La follada continuó, con sonoros chasquidos producidos por el derrame de fluidos cada vez que Francisco salía de ella, empapando la sección de la barra en la que el combate de sexos ocurría. Esta vez era él el que buscaba su orgasmo, colocándose para penetrarla a su gusto.

Finalmente, Francisco emitió un largo jadeo y se retiró con la polla latiendo como si tuviera un corazón dentro.  De un jalón bajó a mi madre de la barra; casi haciéndose que se cayera al aterrizar sobre sus aún temblorosas piernas. Bufando, tiró de sus hombros hacia abajo. Ella comprendió el mensaje y se arrodilló. Con una sonrisa de agradecimiento a su macho, retiró el condón e introdujo la polla en la boca por su cuenta.

-        Así, guapa… chúpala bien… sabes lo que me gusta, ¿eh? – suspiró él, con los ojos cerrados, las manos apoyándose en la melena de mi madre.

-        Aja... – para reforzar su ahogada afirmación, sacudió la cabeza arriba abajo con el miembro en la boca.

Los bufidos de Francisco iban acelerándose, la respiraciones más cortas cada vez. Sujetó firmemente a mi madre del cabello, y con todos los músculos de su cuerpo de gorila resaltando contra la morena piel, comenzó a descargar en su boca.

-        Aaaaahhhhhhh… toma, toma tus vitaminas nena… trágatelo todo, trágalo… disfruta de tu lechita… muestra a mi hermano el tratamiento que recibe el hombre de la casa… bébete esto

Los testículos de Francisco subieron conforme se vaciaban directamente en la boca de mi madre. Aún desde mi posición, distinguía las contracciones en su garganta conforme tragaba la descarga de la semilla del macarra. Tras muchos bufidos y con el rostro perlado de sudor, retiró el ahora bamboleante miembro de la cálida boca. Exprimió con dos dedos las últimas gotas y azotó el glande sacudiéndose contra los esponjosos labios.

-        Buena chica – fue lo único que atinó a decir

Después se agachó a besarla, sin importarle que esa boca acababa de recibir toda su viscosa semilla. Mi madre gimió sensualmente en los labios de Francisco, disfrutando del combate de lenguas.

-        ¿Ves? Te dije que te iba a gustar. ¿Lo gozaste, guapa?

-        Mmmhhmm – replicó ella, perdida en los besos del macarra

Tras un par de minutos Francisco se incorporó y dándole una palmada en el pecho, incitó a su hermano a hacer lo mismo. Alejandro tiró del condón, aventándolo a un lado. Se limpió el semen que goteó con un trapo de cocina y comenzaron a vestirse. Mientras, mi madre se había retirado al baño del piso de abajo (el dichoso baño que Francisco vino a arreglar y que empezó todo). Pudimos escuchar el agua caer.

-        Uff, que buena putita te has conseguido hermanito. Una lástima que no viva contigo. Entre los dos la teníamos bien satisfecha.

-        Creo que yo me estoy encargando bien de eso – contestó, poniéndose la camisa sobre el musculado torso – Vámonos o perderás tu camión de regreso, es un largo viaje a la terminal.

-        Sí. Pero creo que el viaje en el autobús se me hará rápido de lo relajado que voy.

-        Ya veo. ¿Y qué me dices de tu prometida, eh cabrón?

-        Ya le compraré un regalo bonito para limpiarme la conciencia, jejeje. Unos aretes o algo. ¿Nos vamos?

-        Adelántate. Iré a despedirme.

Alejandro esperó en la puerta mientras Francisco iba y venía del cuarto de baño donde mi madre se duchaba. Allí dijo algo que no alcancé a escuchar y ella contestó, luego ambos se rieron. Finalmente salió y se encontró con su hermano mayor. Cerraron la puerta. Escuché sus pasos pesados conforme se alejaban.

Me levanté de mi puesto de observación, impresionado y adolorido por la incómoda posición. Sigilosamente, aunque en piloto automático, entré a mi cuarto y me desplomé en la cama. El techo me daba vueltas, mientras mi mente procesaba lo que acababa de ver. Sabía, por triste experiencia, que en estos momentos estaba en una etapa de negación, que lo peor vendría por la noche, o a más tardar en la mañana siguiente, cuando mi mente asimilara lo ocurrido.

Allí tumbado, daba vueltas en ese laberinto sin salida, pensando que hacer con ese tórrido amorío y las nuevas necesidades de mi madre. En medio de esas cavilaciones, oscureció, mi padre llegó y se dio la hora de cenar. Respiré hondo, preparándome mentalmente para ver a mi madre a la cara.