Mi madre y el macarra (2)
Sábado por la mañana. ¿Se atreverá Francisco a volver? ¿Cómo reaccionará mi madre tras haber tenido toda la noche para reflexionar y recapacitar?
Desperté aturdido, como si tuviera resaca. Sentía los ojos resecos e hinchados. Sí, había bebido bastante, pero sin llegar al estado de ebriedad total. Aun así, no acostumbraba tomar alcohol y lo que había ingerido me causó bastante efecto. No comí ni cené y cuando regresé a casa me acosté con solamente alcohol en el estómago. Dormí bastante mal. Lo que había visto me venía a la cabeza en cuanto cerraba los ojos. Pasé varias horas dando vueltas en la cama, intentando calmarme, hasta que después de las 3 el agotamiento me venció.
Volteé a mirar el reloj. Pasaban de las 8. Escuchaba ruidos abajo en la cocina, señal de que mis padres ya estaban levantados. Me tapé con las sábanas; el sol entrante por la puerta del balcón me molestaba demasiado. Aunque no era el único motivo. Deseaba que siguiera siendo noche, para no tener nunca que bajar y enfrentarme a mi madre. Sentía que aún la iba a encontrar tirada en el sofá, tal vez todavía con Francisco arriba de ella moviéndose desenfrenadamente. Mantenía los ojos abiertos, viendo la tela color azul de la sábana que me cubría, ya que cada vez que los cerraba la repulsiva escena del día anterior regresaba a mi memoria. Sabía que no podía durar así para siempre: si no me levantaba en un rato, media hora a lo más, mi madre subiría para preguntarme si no pensaba ir a jugar fútbol como todos los sábados.
Mis pensamientos siguieron dando vueltas como un tornado que se ha quedado atascado y continúa destruyendo a algún infeliz pueblo. Nuevamente sentí las náuseas del día anterior. De pronto, el ambiente en mi cuarto se hizo insoportable. El aire me parecía tremendamente denso, me faltaba oxígeno y quitarme las sábanas de encima no mejoró mi sensación. Mi cuarto tiene un balcón, pero estaba tan trastornado que me olvidé de él y me decidí a bajar en mi búsqueda de una atmósfera más agradable. Abajo olía a desayuno. Tuve que bajar las escaleras con cuidado, sujetándome del pasamanos. Las escaleras desde las que había visto la infidelidad cometida.
Llevaba la mitad de los escalones descendidos cuando pude ver el sillón. A diferencia del día anterior, que me la había pasado tumbado en las escaleras, ahora estaba de pie, por lo que se había tardado en entrar en mi campo visual. Mis ensoñaciones resultaron falsas, no se estaba desarrollando una violenta cópula sobre él. El sillón y la sala estaban pulcramente ordenados, no había ropa interior encima de la mesita del café y los cojines que habían volado en todas direcciones estaban de nuevo en donde debían estar. En medio de ellos estaba… mi padre, sentado tranquilamente, viendo su móvil. Respiré agitadamente un momento. El inocente hombre estaba viendo su Facebook, sin sospechar la grotesca situación que había ocurrido allí, donde apoyaba el trasero tan tranquilo.
Terminé de bajar y avancé sin saludar a mi padre. No quería hacer contacto visual con la sala. Pasé por la cocina, donde se escuchaba el ruido de platos moviéndose. Escuché la voz de mi madre a la derecha, también evité girar la cabeza.
- Buenos días cariño – dijo mi madre en cuanto me vio – Ven a desayunar, anda.
- Voy. Solo iré al baño.
Fui a mear al cuarto de baño de abajo, que Francisco acababa de remodelar. Los recuerdos de la tarde anterior volvieron a golpearme mientras orinaba. Y duré bastante orinando, tenía la vejiga llena tras mi salida del día anterior. ¡Joder! ¿Por qué no había orinado en el baño de arriba? Me lavé las manos tan rápidamente como pude y salí.
Entré a desayunar a la cocina con la vista baja, procurando evitar el contacto visual con nadie. Sin embargo, después de un rato levanté la cara. No pude evitar sentirme aliviado, tanto que se me escapó un suspiro en el que nadie reparó (afortunadamente). Mi madre vestía una camiseta de tirantes blanca de las que tanto le gustaban, unos vaqueros ajustados y llevaba el pelo enredado en una coleta. Sonreía y se veía fresca, parecía que acababa de tomar una ducha. “No te limpies, quiero que traigas mi corrida dentro” … La voz de Francisco me vino a la cabeza, despertándome un mar de dudas. ¿Se había bañado anoche? ¿O en la mañana? En el segundo caso había dormido, se había acostado junto a mi padre con el semen de otro hombre en su interior. Mierda. La tortilla me bajaba trabajosamente por la garganta mientras fingía estar bien.
La veía diferente. Sus generosos pechos, en los que apenas había reparado la tarde anterior, se bamboleaban conforme ella hablaba, moviendo la tela de la camiseta. Se veía pulcra, decente, inmaculada. Como una esposa ejemplar, como si lo de ayer no hubiera pasado. Me imaginé a Francisco lamiendo y mordiendo, a la vez que alababa sus pechazos. Agité la cabeza para alejar los pensamientos. Estaba muy animada, los ojos le brillaban extrañamente. ¿Siempre había sido así? Como sea, me alegraba que su cara fuera la misma de siempre, en vez del rostro enrojecido y desencajado de ayer.
La conversación me fue animando. Mis padres hablaban normalmente y parecía que todo había quedado olvidado. Ahora mi padre hablaba de que le estaba yendo mejor en el trabajo y comentaba de manera optimista que todo iba bien en su vida “Joder, todo no, bien se está descuidando un poco el frente familiar”, dijo una voz dentro de mí. A pesar de los pensamientos, algo del optimismo de mi padre se me pegó y pensé que lo del día anterior había sido un desliz de mi madre (aunque un desliz tremendo, ciertamente) y que ya no se repetiría. Me sentí tan relajado al ver a mi madre, escuchando a su marido con expresión angelical que casi se me sale una expresión tipo “joder-tía-y-pensar-que-ayer-estabas-follando-como-una-descosida”. Pude morderme la lengua y preferí seguir desayunando antes de que dijera alguna barbaridad.
- Tengo que reconocerlo – dijo de repente mi padre, dejando su taza de café a medio camino – Francisco dejó bastante bien el baño.
- Sí. El muchacho sabe cómo hacerlo.
Falto poco para que me atragantara con mi pieza de pan al oír aquello. ¿Mi madre lo había dicho con doble intención? ¿O había sido solamente una combinación de palabras desafortunada? Ella estaba terminando de desayunar como si nada, pero juraría que una sonrisa bailaba en sus labios. ¿O me estaba imaginando cosas?
- Creo que desconfié demasiado de él – siguió mi inocente padre – Ha hecho bien las reparaciones. ¿Qué te parece a ti?
- Bien. Me dejo bastante… satisfecha
Me acabé el pan de un solo bocado, a pesar de que aún quedaba la mitad. Tenía que retirarme de la mesa antes de que… joder, no sé ni que podría pasarme ¿gritar? ¿contar todo? ¿vomitar? El punto es que debía irme. Ellos terminaron de desayunar un poco después y mi padre encendió la TV para ver las noticias, sentado en el maldito sillón. Yo fui a ducharme para despejarme la cabeza, mientras hacía un esfuerzo por no pensar en nada del día anterior. El agua fría me aclaró los sentidos y calmó un poco mi agitado ánimo. Lo mejor sería estar lejos de casa un rato, tomar aire y ocupar la mente en otra cosa. Acostumbro jugar fútbol todos los sábados con amigos… “como mi madre dijo a Francisco ayer”. ¡Joder! ¿Es que no puedo dejar de pensar en ello?
Al salir del baño me dirigí a mi cuarto para ponerme ropa deportiva. Aunque seguramente iba a jugar mal entre mi cabeza que iba a mil por hora y la falta de sueño, unos partidos me despejarían. Y un par de cervezas con los amigos después, para completar la cura. Mientras me vestía, escuché a papá despedirse y partir en dirección a su trabajo, seguido del habitual ruido del vehículo poniéndose en marcha, la reja abriéndose y el sensor que mandó instalar hace un año para ayudarse cuando va en reversa.
Salí de la habitación y descendí para preparar la mochila que me llevaba. Tuve buen cuidado de empacar mis cosas en el sillón individual de la sala, en vez del grande de tres plazas donde ayer… Carajo, mi mente estaba como un caballo encabritado, totalmente fuera de control. Estaba empacando una botella con agua y la toallita que usaba para secarme el sudor cuando mamá entró a escena.
- ¿Ya te vas a jugar, cariño?
- Sí mamá. Vuelvo al rato.
- ¿Cuánto te vas a tardar?
- Supongo lo de siempre, unas tres horas.
- ¿Seguro?
Volteé. Me pareció ver un reflejo de duda en la cara de ella. La mano izquierda jugaba nerviosamente con la coleta, que se llevaba sobre el hombro del mismo lado. Evitaba verme a los ojos, mirando las uñas de su mano libre y se mordía levemente el labio inferior. Dentro de mi cabeza se encendieron las alarmas. ¿Por qué me hacía estas preguntas? Supongo la expresión de mi cara cambió, cosa que ella también notó. Fue algo muy fugaz, pero que se me quedó en la mente como si poseyera memoria fotográfica. Mierda, ¿por qué no recordaba así las cosas de la universidad?
- Digo, sabes que me preocupo si tardas demasiado – se apresuró a decir.
Me despedí secamente. Lo que deseaba era salir de la casa. Ella insistió en que llevara algo para comer en un descanso. Me ofreció un plátano bastante grande. ¡Joder! ¡Parecía que todo estaba en mi contra para hacerme pensar en lo del día anterior! Lo guardé también, con la cabeza llena de malos recuerdos.
Al aspirar el aire fresco fuera de casa me sentí más tranquilo y pude ver la situación desde otro ángulo, al igual que cuando uno está teniendo un mal sueño pero de alguna manera descubre que está soñando. Después de todo, siempre me preguntaba cuanto iba a tardar, con quien estaría y todas esas cosas. Incluso prefería irme cuando ella estaba ocupada para evitarme el interrogatorio. No eran palabras de esposa infiel, sino las preocupaciones normales de una madre. Estaba siendo un desconsiderado al dudar así de ella.
Pero al llegar a la esquina mis alarmas volvieron a encenderse. Allí hay una casa que se alquila y que lleva poco tiempo deshabitada, cosa de un mes. Francisco estaba recostado en la pared frontal, con las manos en los bolsillos. Vestía su atuendo habitual, botas de trabajo, vaqueros y camisa de tirantes presumiendo de brazos. Miraba fijamente hacía mí y hacia mi domicilio con aire pensativo. Me preparé para una confrontación y me tensé como un resorte. Sin embargo, al acercarme algo en él, tal vez el pensar en lo que había hecho a mi madre, hizo que me desinflara.
- ¿Qué tal? – dije tímidamente, más de lo que quisiera, al pasar junto a él.
No se dignó a responderme. Un movimiento de cabeza fue toda la contestación que obtuve a mi saludo. Su cara cambió al verme con una expresión que era combinación de sorna y pena. Pude ver más de cerca el tatuaje de su bíceps derecho: era un tigre de bengala bastante detallado, con una cadena que subía por el hombro de Francisco hasta terminar en el nacimiento de su cuello. No quería manifestar demasiado interés por él, así que seguí caminando y volteé un poco después. Francisco seguía recargado allí, mirando fijamente a casa y revisando continuamente un reloj nuevo. ¿De dónde lo habría sacado? ¿Estaba volviendo a sus viejos hábitos?
Tenía claro que no iba a retirarme. Era evidente que aquel cabrón pensaba ir de nuevo. No podía dejar sola a mi madre. Lo de ayer había sido una extraña combinación de factores, una sencilla coincidencia. Algo dentro de mí daba por sentado que ella no lo recibiría hoy, qué le diría que todo había sido una locura y ya no lo quería volver a ver. Entonces Francisco podría retirarse por donde vino… o ponerse violento. Después de todo, no lo habían encarcelado por ser buena persona. Pensé en regresar a la casa por el mismo camino. Pero me acojonó la idea de pasar junto a él nuevamente. Admito que intimidaba demasiado, muy a mí pesar. Los resultados posteriores me hicieron pensar que había sido lo mejor, pero en esos momentos no pensaba claramente. Resulta extraño como en momentos difíciles luchamos principalmente con nuestro cuerpo, en vez de contra algún peligro externo y en aquel momento mi ex amigo me parecía una especie de muralla infranqueable. Ya me había fastidiado bastante con las semanas que estuvo de huésped, sin contar con lo ocurrido el día anterior. Decidí parar para reflexionar un momento.
Recordé que detrás de nosotros estaba una casa en obra negra desde hace años. La habían iniciado hace cosa de dos décadas, se habían ido a lo grande y el presupuesto se acabó. Ocasionalmente hacían alguna pequeña mejora, pero era evidente que yo tendría descendencia antes que ese proyecto estuviera terminado. De niño, entraba allí junto con Francisco. Negué con la cabeza para ausentarme el pensamiento de mi ex amigo. Podía dar la vuelta a la manzana y entrar allí, para luego brincar la muralla hacia mi vivienda. Dudé bastante, pero finalmente me decidí a hacerlo. Tenía que. Una vez de regreso en mi domicilio… pues entonces pensaría que hacer.
Di un gran rodeo para llegar a la casa sin pasar por donde estaba Francisco. Brinqué hacia el interior de la vivienda y después hacia la mía. Caí con bastante silencio en nuestro jardín. Después de todo yo no soy torpe, siempre me ha gustado hacer ejercicio, aunque soy delgado por naturaleza y jamás he ido al gimnasio. El jardín está conectado por una puerta corrediza a la cocina. Por allí entre a mi morada sin hacer ruido. Vaya, creo que deberíamos invertir más en seguridad. Al menos una alambrada en ese muro.
Una vez estuve en la cocina me detuve a escuchar. Parecía que estaba solo. Miré mi reloj de muñeca. Eran las diez y siete. Si no recordaba mal, la cita era a las diez con treinta. ¿Realmente se atrevería Francisco a volver?
Oí a mi madre en el piso de arriba. Subí a saludarla. Le diría que el partido se había cancelado por cualquier excusa y me apostaría en la entrada. Luego, si a las diez y media Francisco tenía la osadía de tocar la puerta, le abriría sonriente, para preguntarle que se le ofrecía. Ya disfrutaba yo, sintiéndome vencedor, mientras subía las escaleras.
Mamá silbaba alegremente en su habitación. Se escuchaba un programa de noticias en su televisor. Entré a la mía para dejar la mochila. Después abrí mi balcón para respirar y prepararme para la empresa. A pesar de ser algo bastante sencillo, sentía cosquillas en el estómago, similares a las que siento cuando tengo que presentar un examen importante. ¿Qué haría si Francisco se ponía violento al verme? Esperaba que no fuera así, porque en caso de pelea yo estaba en desventaja. Evidentemente me superaba en fuerza física, además de que en prisión habría aprendido mil y un trucos sucios. La alcoba de mis padres y la mía están conectadas por un balcón que da al jardín por el que había entrado. Estaba disfrutando del fresco cuando pensé en espiar a mi madre por su puerta del balcón. Solamente para ver que hacía creyendo que no estaba.
Tenía la cortina corrida, pero alcancé a asomarme por un hueco. Y lo que vi me dejó con la boca abierta. Solamente una braga azul salvaba a mi madre de la desnudez. Estaba sentada frente a su espejo, maquillándose. El maquillaje era de buen gusto, se había aplicado poco, lo cierto era que no necesitaba demasiado. Los labios, en cambio, aparecían de un color rojo intenso. El pelo lucía rebelde, desarreglado, pero era obvio que ella misma se lo había puesto así.
Una vez que terminó de maquillarse comenzó a probarse vestidos de un montón que tenía en la cama. Primero uno de noche, sin sujetador. Sus grandes pezones se marcaban claramente en la tela. Juraría que iba empitonada la muy cerda. Luego unos vaqueros tremendamente ajustados, con una chaqueta a medio abrir sin nada debajo. Posó frente al espejo, dándose la vuelta para apreciarse el culo y luego inclinándose para ver que tanto lucía el escote. No se sintió satisfecha con el conjunto, ya que se quitó la chaqueta y optó por una camisa de tirantes. Volvió a hacer las poses, incluso meneando un poco el trasero.
Estaba asqueado, indignado y frustrado. Había pensado que todo era un desliz, un error. Venía dispuesto a encarar a Francisco para que dejara de molestar a mi familia. Pero allí estaba ella, probándose ropa para su amante ex asaltante. Mientras yo pensaba esto, mamá se había quitado nuevamente la ropa. Ahora se probaba las mallas y el top que usaba para ir al gimnasio. Recordé que él le había alabado ese conjunto la tarde anterior. Sin embargo, parece que tampoco le convenció, ya que se quedó nuevamente tan solo con la braga azul. Apagó la televisión para poder pensar con más tranquilidad.
A través del espejo vi como su mueca de duda se convertía en una sonrisa traviesa que le iluminó el rostro. Se levantó, tan solo con la braga azul. Volvió a hacer las poses nuevamente, con la diferencia de que ahora no llevaba ropa. Se inclinó sobre el espejo, de manera que los pechos quedaron colgantes. Eran unos pechos redondos, grandes, bien cuidados. Tenía aureolas pequeñas, pero con pezones grandes que me parecía volvían a ponerse erectos. Recordé como Francisco los había estado lamiendo el día anterior. Se los tocó un poco, como sugieren que hagan las mujeres para detectar bultos anormales, aunque en esta ocasión era la vanidad y no el interés por la salud lo que le motivaba. Luego se dio la vuelta para contemplarse el culo. Ella misma se propinó un pequeño azote. Volvió la cabeza, para verse por encima del hombro, nuevamente con la sonrisa traviesa. Sacó la lengua y enseñó sus blancos dientes, jugando. ¿Qué le pasaba a mi madre? ¿Era posible que un chaval de casi 21 años con una polla grande hiciera que olvidara su edad, su matrimonio, su posición? Pues eso me parecía mientras la veía posar. Ahora sí se le veía satisfecha y entró al baño que tenían en la habitación.
Yo seguía en el balcón pasmado, hasta que retomé control de mí mismo. Retrocedí hasta mi habitación mientras pensaba en que debía hacer. Lo que acababa de ver me había dejado en choque. Veía como el supuesto “desliz” se iba transformando en algo más. Parecía que mamá había disfrutado de la infidelidad cometida el día anterior y ahora quería convertirlo en una aventura.
Continuaba sin saber cómo proceder cuando llamaron a la puerta. Al escuchar los pasos de mi madre hacia mí, me escondí detrás de la puerta de mi cuarto. La observé a través de la rendija entre puerta y pared. Venía igual que cuando la había dejado, solamente con la braga azul y unas sandalias. ¿Por qué carajos me había escondido? ¿Por vergüenza? La que debía sentir vergüenza era ella, no yo. Este pensamiento me dio renovadas energías y la seguí discretamente mientras bajaba. A pesar de estar molesto, me percaté de que bajar de repente y topármela desnuda sería una situación tremendamente incómoda para ambos. Sin saber bien porqué, retomé mi puesto de observación del día anterior: el hueco de las escaleras. Di una ojeada al reloj de la sala. Eran las diez y media.
Mi madre fue a abrir, dando pequeños brinquitos que hacían botar sus pechos. ¡Joder! Esto estaba saliendo al revés de lo que había imaginado. Ahora volvía a estar atorado arriba, igual que ayer. “No es Francisco, es alguien más”, comencé a repetirme. “Debe ser una visita. No es Francisco”. Aunque lo cierto era que casi no recibíamos visitas. Y ningún amigo de mis padres se había anunciado.
No cesaba de desear que fuera otra persona, aunque viera a mi madre en pelotas. Pero ella también pensó en ese peligro. Se colocó tras la puerta y preguntó antes de abrir. Yo contuve la respiración.
- ¿Quién es?
- Francisco – respondió un tono masculino que me era desagradablemente familiar
- Voy, papi
Abrió la puerta, teniendo cuidado de permanecer tras de ella para que no la pudieran ver desde la calle. Una vez que el joven entró, cerró la puerta, descubriéndose. Francisco la contempló asombrado y luego la tomó por las caderas. Empujándola contra la pared, le plantó un beso intenso mientras mi madre abría la boca para que ambos pudieran expresar su deseo a gusto. Se colocó entre sus piernas durante el beso, levantando una para acariciar la tersa piel del muslo y apretar una nalga. Tanto duró el morreo que pensé que Francisco se disponía a follarla allí mismo contra la puerta de entrada, pero finalmente la soltó. Caminaron juntos hacia la sala, sujetándola de las caderas con un brazo. Él caminaba tranquilo, con un aire de suficiencia y como si estuviera en su casa. En cambio, mi madre no paraba de retorcerse y se ruborizaba como una chiquilla a la que invita a salir el chico más popular de la escuela.
- Vaya, que es esto. Creo que me esperabas.
- Sí papi. Estuve esperando tu llegada.
- Joder, Verónica. Cuando dije que te quería vestida sexy, no imaginé esto. ¿Aunque muy vestida no estas, ¿eh? – dijo en referencia a las bragas azules, única prenda que vestía ella
- No sabía que ponerme papi, así que quise sorprenderte. ¿Te gustó?
- ¿Gustarme? Me encantó. Me estas poniendo malo, Vero. Veamos si fuiste buena chica y obedeciste.
Francisco se dejó caer en el sofá donde la había poseído hace menos de veinticuatro horas. Mi madre quedó desnuda de pie frente a él. “Papi” tomó las bragas y las deslizó por las piernas, con delicadeza. Desde mi posición alcancé a ver el coño de mamá. Estaba totalmente depilada y los labios sobresalían notoriamente.
- Mmm, te depilaste nena.
- Como me lo pediste, papi.
- Así me gusta, que obedezcan – dijo estirando el brazo para hacer un cariño en la mejilla de mi madre – parece que no tendré muchos problemas contigo.
Mi madre se sonrojó ante el cumplido y miró con orgullo a su hombre. Francisco se sacó la camisa, dejando su torso musculado a la vista. Ella veía como el cuerpo de su joven amante estaba más desvestido cada vez, sin moverse, aún con las bragas en los tobillos. Comencé a sudar. Aún podía irme, evitarme ese espectáculo. Tal vez la cocina estuviera bloqueada, pero podía descolgarme por los balcones y volver a brincar la muralla por la que había entrado. Disculparme con mis amigos por llegar tarde y hacer como que nada había pasado. Pero mi cuerpo no respondía. Estaba petrificado mientras veía como mi respetable madre se le ofrecía a aquel chaval un año mayor que yo.
Él se desnudó rápidamente. Hizo un amasijo con su ropa y lo tiró a un lado. Mi madre le miraba, expectante. Pensé que se aventaría a por ella, pero solamente se sentó con la verga morcillona bamboleándose. Su tremenda herramienta estaba flácida, pero era más grande que la mía en erección.
- Yo también necesito un poco de arreglo, ¿no crees? – preguntó, apuntando a su mata de vello púbico – Creo que ayer tuviste que tragarte algunos pelos.
- Ya te arreglo.
Sin preocuparse por estar totalmente desnuda, fue con pasos rápidos al baño de abajo. Oímos que movía algunos cajones y después regresó con una maquinilla de afeitar.
- Con esta me quito el vello. Es muy buena. Ni siquiera lo sentirás, papi.
- Anda, encárgate de esto entonces. – añadió moviendo la cintura hacia adelante y sujetándose el pene por la base
Mamá se arrodilló frente a él. Tomó la polla con la mano izquierda. Encendió el aparato y comenzó su labor. Francisco la contemplaba mientras era depilado, acariciándole la cara, los hombros y los pechos. Ella se esforzaba por seguir imperturbable, pero era obvio que la situación se estaba calentando. El constante manoseo y el panorama que tenía Francisco habían hecho que el pene comenzara a cobrar volumen y ahora tenía una potente erección que amenazaba la cara de su particular compañera.
Finalmente, la extraña escena terminó y mamá apagó la maquinilla. Había un bulto de vello púbico en el piso. Francisco lucía orgulloso su pedazo de falo, ahora que era totalmente visible. Para mi sorpresa, ella se inclinó para darle un besito al glande. La herramienta del macarra era ligeramente más larga que la cara de mi madre.
- Ya estás listo papi.
- Mmm, buen trabajo. Ven acá nena. Empieza lo divertido.
Francisco dobló el cuerpo para darle otro morreo a mamá. Fue subiendo el cuerpo, sin despegarle los labios, provocando incluso que la cabeza de mamá se doblara hacia atrás por la intensidad del beso. La subía jalándola de las axilas con sus poderosos brazos, hasta que la tuvo sentada de frente, sobre sus gruesos muslos. La polla se apoyaba en las nalgas de mamá, sintiendo el calor que se desprendía de su zona íntima. Comenzó a comerle los pechos como preámbulo. Se daba un festín, lamiendo e incluso mordiendo con rudeza. No alcanzaba a abarcarlos con la boca, pero no paró hasta que los tuvo embadurnados de saliva. Esta vez no había habido preliminares, halagos ni piropos. Él simplemente la tomaba como si fuera cosa dada, como si fuera un objeto suyo… y a ella parecía gustarle ese trato.
- Ooohhh, como me comes papi.
- Mmm, Verónica, creo que nunca me cansaré de esto. Levanta el culo, anda. – le urgió, mientras comenzaba a levantarla con un brazo y utilizaba el otro para dirigir su herramienta - Me muero de ganas por entrar en ti... y tenemos mucho tiempo.
- Espera papi. Deja te pongo un condón. Tengo de tu talla.
- ¿Cómo dijiste?
- Sí. Ayer fui a surtir la despensa y aproveché para comprarlos. Tuve que preguntar en varias farmacias, pero finalmente encontré.
- Eres una caja de sorpresas, nena.
Se liberó del agarre de Francisco para ir a un mueble de la sala. Regresó con una caja de condones. Las palabras “tamaño XXL, grosor especial” aparecían claras en la caja. Mamá rompió el envoltorio de uno y se acercó a su amante.
- ¿Puedo? – preguntó antes de ponérselo
- Anda, pónmelo. Solo lo voy a usar por el gustazo de que usaste dinero del cornudo para comprarlo.
Sentí nauseas mientras pensaba que tenía razón. Mi madre no trabajaba. Mi inocente padre había pagado los condones del macarra que se ocupaba de ponerle los cuernos.
- Gracias, papi.
Mamá le colocó la goma con cuidado, deslizándola como si estuviera cubriendo un objeto delicado, aunque de delicado no tenía nada. Apenas bastó para cubrir la herramienta de Francisco, incluso quedó un poco tirante. Luego trepó arriba de su amante por iniciativa propia. Él se limitó a sostener el pene hacia arriba, mientras mi madre bajaba siendo penetrada por esa enormidad.
- Buff, papi. Que grande eres. Como me llenas.
- Y tu estas muy apretada Vero. Siento como si fuera tu primera vez. Parece que se apretó desde ayer, ¿eh?
- Uff… ya va… siento como me abres.
- Joder, pareces una cría.
- Ahh… gagh.. no puedo más.
- Claro que puedes nena, ya va... ya entra
Francisco la tomó por los hombros y combinando golpe de cadera con tirón hacia abajo provocó que entrara entera. Mi madre se quedó quieta, recuperándose de la abrupta penetración, tomando aire apresuradamente con la boca entreabierta. Aún no se acostumbraba al tamaño del mástil del joven. El macarra también parecía haber quedado impactado, en parte por lo fácil que se estaba desarrollando todo y ambos permanecieron mirándose a los ojos mientras jadeaban. Parecían haber quedado en shock por la penetración. Él se recuperó antes y volvió a dedicar su atención al busto, dándole tiempo para adaptarse. Se estaba dando un festín, lamiendo los pechos de mi madre en círculos, succionando los pezones y probando a metérselos a la boca. Las carnosas mamas de mi madre eran sometidas a un trato rudo, pero eso pareció sacarla de su asombro. Ella comenzó a reaccionar. Inició un lento vaivén, atrás y adelante, sin sacarla.
- Eres enorme papi – dijo dándole un beso – Necesito tiempo para acostumbrarme a esto.
- Tú tranquila y disfruta que tenemos toda la mañana para nosotros.
Se apoyó en el amplio pecho de Francisco para poder moverse arriba y abajo, tímidamente. Aunque cada vez iba más rápido y no paraba de gemir, tenía buen cuidado de no introducírsela entera, llegando aproximadamente a tres cuartos de la herramienta. Empujaba a Francisco con ambas manos mientras se impulsaba hacia arriba, hasta que lo tuvo bien hundido en el sofá. Miraba hacia arriba, con los ojos entrecerrados y jadeando. Él se recostó sobre el sillón con sonrisa de chulo y los brazos extendidos sobre el respaldo del sofá. Se limitaba a disfrutar, sin prisas. Gozaba de tener una mujer casada totalmente a su disposición.
El lento vaivén fue acelerando. Con cada penetración, mi madre subía un poco más la velocidad hasta que la tímida penetración se convirtieron en intensos rebotes, pero siempre teniendo cuidado de no clavarse entera. Aun así, el sonido de la carne húmeda chocando resonaba por toda la sala. Cada vez que se levantaba quedaba a mi vista el amplio puente de carne que era la polla de mi amigo. Francisco se mordía el labio inferior, aguantando la eyaculación mientras veía los pechos de su pareja rebotar. Mi madre había bajado la cara para observar a su amante: ambos se veían fijamente a los ojos, ella gimiendo con la boca entreabierta, el respirando fuertemente por la nariz. Se notaba que mi madre practicaba ejercicio, llevaba ya varios minutos impulsándose sobre Francisco y no parecía tener ganas de parar.
- Ugg… papi… ¿cómo puedes mantenerla… tan dura? Parece hierro.
- Te gusta, ¿eh guarra? Uff… ¿quién te enseño a montar así? ¿No haces esto con tu maridito, ¿eh?
- No papi. Eres el primero al que monto… uff
- Joder, aprendes rápido. Te adaptaste rápido… Disfruta de tu semental… disfruta que tenemos todo el día
Los gemidos femeninos se convirtieron en gritos mientras comenzaba su orgasmo. Era impresionante la rapidez con la que lo había alcanzado, no debían llevar ni diez minutos de coito. Empezaban fuerte. Francisco la atrajo hacia sí y le metió la lengua en la boca para callarla, mientras ella temblaba de gusto. Se apretaron uno contra el otro, disfrutando del placer que se estaban dando. Parecía que la fricción provocada por esa joven polla la volvía loca. Mamá tomó el rostro de su joven amante con ambas manos, lo besó profundamente a la vez que se dejaba caer sobre la herramienta, enterrándosela completa. Tembló, hubo espasmos y un par de gemidos ahogados que escaparon a pesar del beso. En lo más intenso, arqueó la espalda, golpeando con los senos al cabrón que le estaba dando tanto placer. Volteaba hacia el techo, con los ojos cerrados gimiendo y… ¿riendo? Las risas se alternaban con los gemidos, y parecía que la estaba pasando realmente bien. Al terminar de venirse, se dejó caer sobre el joven para ponerse en plan cariñoso con él, dándole piquitos por todo el rostro y acariciándole el cuello.
- Me encanta, me encanta como follas papi.
- Y todavía tengo pila para más. Tranquila que te voy a dejar bien servida.
Francisco se dejó consentir por un rato, disfrutando de las caricias de la agradecida hembra y recuperando fuerzas. Luego se levantó, cargándola. Mamá trenzó las piernas alrededor de su cintura. Pensé que se disponía a joderla en el aire, pero la depositó boca arriba en el sofá, en la misma posición del día anterior. Comenzó a acomodarse sobre ella, para seguir con la penetración. Pude ver una sonrisa traviesa en el rostro de mi madre al ver el pollón ondear como una bandera mientras Francisco se colocaba entre sus piernas, preparándose para atacar. Su brillante herramienta seguía al cien por cien, ella aún tenía caña para rato.
La penetró de una embestida, haciendo que la sonrisa de mi madre se convirtiera en una “o”. Abrió los ojos al máximo al sentir la brusquedad de su amante. A pesar de la fuerza del ataque, solamente logró introducir la mitad. Murmuró algo en el oído de mi madre mientras retrocedía y alineaba su herramienta con el coñito que quería romper. Continuó embistiendo brutalmente, forzando cada vez más centímetros de su herramienta y dilatándola mientras ella gritaba que la estaba partiendo en dos. El macarra no se sintió satisfecho hasta que sus testículos descansaron en la entrada de mi pobre madre.
- Abre las piernas Vero… joder, ábrete que tiene que entrar…
- No puedo abrirlas más papi… yo no tengo la culpa de que la tengas de ese tamaño
- Ya casi, un poco más… tengo que abrirte bien este chocho rico
- Ah… ahh… - respiraba agitadamente ella. – Uff… carajo… ve despacio cabrón.
- Tranquila nena... todas se quejan un poco pero al final les encanta hasta el fondo. Ahora te voy a enseñar lo que es follar… ayer pudiste con toda, ¿recuerdas?
- Uff… sí papi… pero de todos modos… cálmate…. quedé algo escocida de anoche
Pero el macarra no pareció oírla. Francisco comenzó a embestirla como un salvaje, sin dar tiempo a que sus paredes vaginales se adaptaran. El hecho de que ella le esperara parecía haberlo excitado aún más, ya que su ritmo frenético del día anterior no era más que un tímido vaivén comparado con cómo se movía ahora. Ella comenzó a gritar, mitad dolor, mitad placer. Mamá se tuvo que acostumbrar sobre la marcha, mientras Francisco gozaba de su cuerpo sin importarle como se sintiera. Algunas lágrimas se le a mi madre escaparon en el proceso de dilatación. Sus redondos pechos botaban hacia arriba y adelante. El joven dedicó su abuso hacia ellos, apretándolos sin compasión y mordiendo los pezones como si quisiera arrancarlos. Los quejidos se transformaron en gemidos mientras se adaptaba. El leño se enterraba sin piedad, cada vez más rápido, por lo menos al doble de velocidad que el día anterior, arriesgando la integridad estructural del sillón.
- Uff, Francisco como me follas. ¡Qué fuerzaaaa!
- Me encanta lo prieto que tienes el coñito Vero… estoy disfrutando de lo lindo mientras te lo rompo… te dan poca caña, ¿eh?
- Eres… lo mejor que… he sentido… papi. Ahh. Ahh. No pares, dame, dame – le espoleaba
Mi madre casi desaparecía bajo las embestidas de Francisco. El sillón rechinaba y temblaba como si se fuera a romper. Por lo que alcanzaba a ver, ambos estaban cubiertos de sudor, pero el pistón que Francisco tenía entre las piernas no se detenía. El cuerpo de ella era invisible, solamente se veían sus piernas que había trenzado sobre el trasero de su amante y los brazos que lo abrazaban, apretándolo como si alguien le quisiera quitar algo muy preciado. Aparte de eso, las señales de vida de mi madre se limitaban al sonido de besos babosos y quejidos de placer.
- Me estabas esperando, ¿eh?... me estabas esperando desnuda y abierta de patitas para mí
- Sí papi… te esperaba… aahh, uff… en la vida me había sentido así
- Te encanta, mi polla. ¿Verdad, zorra?
- Sí… siiihhhhhh… me encantas tú y tu pollón
Francisco dejo de estrujar el pecho derecho y retiró el brazo hasta la altura del hombro. Luego lo movió bruscamente hacia delante, dándole una sonora bofetada en la mejilla. Ella protestó y en su cara se alternaron la duda y el miedo mientras el joven continuaba embistiéndola, hasta que el placer al que estaba siendo sometida superó a su indignación por el golpe. Continuó gimiendo y moviéndose al ritmo de Francisco, mientras él le tomaba la barbilla con la mano, hundiéndole el pulgar en un lado y el resto de los dedos en la otra mejilla, donde se comenzaba a dibujar una mancha roja debido al impacto.
- Por… ¿porque fue eso?
- Sí PAPI – respondió él, acentuando la última sílaba.
- Oohhh, uff… ¡ahh! Si… - mi madre se veía bastante confundida. Se veía que la agresión física la había dejado anodada. Una cosa es ser algo bruto en el sexo, algo de charla sucia, pero los golpes son otra. Creí que ahora si había acabado todo, pero mi madre me sorprendió nuevamente – Perdóname papi… se me olvidó, perdóname papi
Era increíble que ella, una mujer que siempre se había manifestado en contra de la violencia, en suma, una mujer respetable, hubiera aceptado sumisamente una bofetada de un casi desconocido. Francisco continuó el ritmo, parecía que la bofetada y la posterior sumisión lo habían excitado.
- Así me gusta… sé una buena chica. ¿O prefieres que me vaya?
- No… ¡no papi! ¡Seré... seré una buena chica!
- Madre mía como me aprietas la polla… parece que me la quieres arrancar con tu coñito… no sabes cuanto soñaba con esto en prisión
- ¡Gaaaghh! ¡Tranquilo papi que ahora me tienes! ¡Uff, joder! ¡Puedes desahogarte conmigo cuando quieras! ¡Kaaaa!
El macarra sonrió siniestramente y continuó moviéndose como un martillo neumático. Los alientos de ambos eran tan espesos que me parecía olerlos y los gemidos de la cópula me abofeteaban al igual que Francisco a mi madre.
- Voy a acabar… ¡me vengo papi, me vengoooo otra vezzzz!
- Sóbate el clítoris, guarra. Sóbate mientras te la meto hasta el fondo
Mi madre logró liberar un brazo del cuerpo de Francisco y se estiró hasta llegar a su preciada zona íntima, que estaba siendo violentada por ese tremendo falo. Alcancé a ver el movimiento de su muñeca, obedeciendo la orden de su hombre. No tardó mucho en tener otro orgasmo, intenso y casi doloroso. Francisco no paró de joderla, a pesar de las peticiones de que bajara el ritmo porque estaba muy sensible. Mi madre, abierta de piernas al máximo, parecía una muñeca inflable más que una persona.
- ¡No voy a parar nunca! ¡Joder, que viciosa! ¡No sabía que te tenían tan mal atendida en casa!
- ¡Si papi! Oohh... ¡no me dan lo que necesitooo! – exclamaba ya entregada a su amante
- Tu tranquila que voy a venir todos los días a darte. Este coñito está pidiendo un hombre real. Vas a ser mi puta particular Vero, anda, dímelo.
- ¡Voy… aaahh ser tu putaaaa! ¡Sigue papi, así, así! ¡Quiero… ser… tu… puta!
El aguante de mi amigo era increíble. Parecía que estaba realmente dispuesto a reponer todo el tiempo que había pasado en la cárcel. Durante casi un cuarto de hora hizo gemir, gritar, quejarse, llorar y volver a gemir a mi madre, llevándola por una montaña rusa de emociones. Llevaba ya veinte minutos penetrando a mi madre como un animal y el sillón ya daba muestras de estar sufriendo cuando Francisco comenzó a bufar al sentir su eyaculación cerca. Mi madre se había venido incontables veces, gozando de su macho dominante.
- Joder Vero, me vengo… estoy a punto, vas a tener mi lechita guarra – exclamó él
- Sí cariño, ¡córrete! ¡córrete te lo mereceeesss!
Francisco salió de ella y se quitó el condón pringoso de fluidos vaginales, que fue a parar a la mesita del café. Extendió un brazo y tomó a mi madre del pelo, tirándole bruscamente para que se levantara. Mamá se quejó por el tirón y llevó ambas manos al pelo para liberarse del agarre de Francisco, pero se puso de pie.
- De rodillas nena.
Ella se apresuró a obedecer, quedando de rodillas frente a la herramienta que poco antes había alojado en su interior. En sus pechos había marcas de mordiscos y de dedos. Tenía la cara roja y aún se veían rastros de lágrimas. Estaba quitándose el pelo sudado del rostro cuando recibió una bofetada en la otra mejilla, que le dejó una marca simétrica.
- ¡Auch! ¡Papi, por qué…
No pudo terminar la frase porque la mano derecha del joven la sujetó del cuello como una zarpa. La otra mano le dio un azote en las tetas, que se bambolearon por el impacto.
- ¿Qué eres? – preguntó Francisco sin soltar su agarre.
- Soy tu puta. – respondió ella, con una extraña sonrisa en vez de una justificada molestia.
- ¿Qué eres? – distinguí que las venas de los antebrazos de él saltaban, estaba comenzando a apretar.
- ¡Soy tu puta! – la voz de mi madre flaqueó un poco, le faltaba el aire
- ¿Qué eres?
- ¡Soy tu puta, tu guarra, tu juguete, lo que quieras papi! – el rostro de ella estaba adquiriendo una preocupante tonalidad azul
- Correcto nena.
Liberó a mi madre. En su blanco cuello quedaron los dedos de Francisco de una tonalidad rojo intenso. Apenas estaba inhalando cuando el joven la tomó nuevamente de la coleta, arrancándole otro quejido mientras le arrimaba su tieso miembro al rostro.
- Ahora voy a acabar, guarra. ¿Quieres mi corrida?
- Sí, papi. ¡Acaba arriba de mí!
- Entonces gánatela con esas tetazas que quieres
Mi madre se incorporó un poco para ceñir sus llenos melones en torno al miembro del joven. Una vez que lo tuvo bien acomodado entre las mamas, comenzó a hacerle una rusa con toda su alma, moviéndose arriba y abajo mientras el pene de Francisco le golpeaba cada vez que ella bajaba. Él no liberaba su agarre en el cabello, mientras gruñía de gusto.
- Joder, me vengo. Ahhh, sí…. Abre bien esa boquita que ahí te vaaa
Se liberó y empujó a mi madre hacia abajo para acabar sobre de ella. Llevó una de sus manos a la herramienta y dos leves meneos fue todo lo que necesitó para comenzar a eyacular. Utilizó la otra para sostener la cabeza de mamá, de manera que recibiera toda su corrida. Aunque aquello era totalmente innecesario, mi madre sorprendiéndome nuevamente con esa actitud ya miraba expectante el miembro con la boca entreabierta y las manos apoyándose en el piso. Gruesos chorros de semen amarillento comenzaron a caer sobre ella. Parecía que el sexo del día anterior no había bastado para que descargara sus testículos y más lo que había producido durante la noche… Uno, dos, tres. El primero golpeó en una mejilla a mamá, ocultándole las marcas de la bofetada y descendiendo rápidamente hacia el cuello. Los otros dos los recibió sobre las ensalivadas tetas.
- Eso es, tómala todaaaa que aún tengo muchaaaa… tengo mucho tiempo que reponer.
- Joder papi, pareces una fuente…
- La boca guarra, abre la bocaaa
Un cuarto chorro salió con más fuerza de lo esperado, manchando de blanco su pelo. Mi madre desvió un poco la polla, haciendo que apuntara hacia abajo para no recibir más en la cara. Todavía expulsó dos veces más, que cayeron sobre las clavículas. En total seis hilos densos como leche condensada que dejaron perdido el torso de mi madre. Cuando acabó de eyacular, los pechos estaban cubiertos del amarillento semen y se deslizaba en líneas hacia abajo, algunas por el canalillo y otras recorriendo toda la redondez del busto. El chorro que había caído en su cara había descendido hasta el cuello, donde lucía como un extraño collar. Tras la brutal corrida, Francisco se desplomó en el sofá, resoplando de gusto. Mi madre continuó arrodillada, cubierta de la semilla del joven, hasta que él le hizo una seña invitándole a sentarse a su lado.
Estuvieron quietos unos minutos, calmando sus respiraciones. Finalmente, él se levantó y la besó en los labios, teniendo cuidado de no mancharse con su descarga.
- Ve a prepararme algo de comer Vero. Estoy hambriento. Bastante, tú sabes que como mucho. Voy a ducharme. Y no te limpies.
- No hacía falta que lo dijeras, papi.
Tomó una toalla de mi padre y se metió al baño de abajo. El sonido del agua corriendo llenó la casa. Ella permaneció un momento en el sofá, respirando agitadamente, provocando que con cada bamboleo de sus pechos la corrida se esparciera por todo el torso. Tras recuperar el aliento, mi madre se levantó para dirigirse a la cocina, desnuda y cubierta del esperma de Francisco. Hasta mi posición llegó el olor de la abundante corrida. A pesar de que tenía bastante carne cubierta por el repugnante líquido, se podía divisar las huellas que Francisco le había dejado. Los pechos y el cuello estaban rojos. Alrededor de este último se distinguían marcas de los dedos de él. Había mordiscos y chupetones por todo el torso, tenía el cuerpo magullado. Incluso me pareció distinguir algo de irritación en su entrepierna, pero no estoy seguro. Procuraba no ver su zona íntima. Sin preocuparle su lamentable estado, se puso a preparar el desayuno de su amante. Tenía una sonrisa tonta mientras cocinaba.
Yo estaba desesperado por salir de casa, pero sabía cómo. Tal vez podría arriesgarme ahora que no estaba directamente en su campo de visión, pero oirían el ruido de la puerta. ¡Maldita la hora en que decidí quedarme! Lo único que había logrado era obtener otra galería de imágenes para las pesadillas. Mamá había comenzado a silbar preparando la comida de su amante. Ese gesto que se podría considerar normal en cualquier situación, le daba un toque de aberración a lo que había visto.
Seguía plantado como imbécil cuando escuché abrirse la puerta del baño y retrocedí en mi escondite. Francisco venía totalmente desnudo, terminando de secarse. Se sentó en el sillón para esperar su desayuno. Después de unos minutos mi madre apareció, con un plato y una taza de café. Seguía desnuda, el semen estaba secándose sobre su cuerpo. Francisco sonrió al ver la total obediencia de ella. Mamá desplegó una mesita portable que teníamos para cuando comíamos algo de botana viendo una película, de manera que él no tuviera que moverse. Luego colocó la comida sobre ella. Parecía que realmente se había esmerado en el desayuno. Era un plato abundante de huevos y carne.
- Esto se ve delicioso. Casi tanto como tú.
- Espero que te guste, papi.
- Ven, acompáñame a desayunar.
- Gracias, pero ya desayuné.
- Yo traigo una comida especial para ti – dijo, agarrándose la polla morcillona y meneándola
Mamá entendió lo que él quería decir. Mientras Francisco jalaba la mesita hacia él, ella se tumbó bocabajo en la parte libre del sillón. Se arrastró hasta alcanzar su objetivo. Francisco comenzó a comer, ella tomó la polla y se la metió en la boca.
Mi madre le comía la polla sin usar las manos. Utilizaba la boca y la lengua para controlarla, aunque era una tarea difícil, sobre todo cuando la herramienta terminó de endurecerse en su boca. Escuchaba claramente como ella se esforzaba por complacer a mi amigo. Lo lamía con dedicación, como si su vida dependiera de ello. Me sorprendía la calma con la que Francisco comía, como si un mujerón no le estuviera haciendo un oral.
Mientras su amante comía el desayuno preparado con esmero, mamá se esmeraba igual en hacerle una felación. Sostenía el pene con ambas manos desde la base, bajando y subiendo aproximadamente hasta la mitad ya que más no le entraba en la boca. El prepucio se acomodaba sobre el glande cada vez que mamá subía, y los labios de ella hacían que la piel bajara dejando libre el capullo. Finalmente ella pareció fastidiarse del trozo de piel que subía y bajaba. Sosteniendo el prepucio abajo con una mano, dedicó todas sus atenciones al moreno glande, lamiendo en círculos y succionando.
- Cocinas muy bien, creo que no te lo había dicho. Y también la chupas muy bien, jejeje.
Unos gemidos de complacencia fueron la única respuesta de mi madre. Él macarra terminó de desayunar rápidamente. Le tomó del pelo, guiándola en el oral. Fue aumentando el ritmo, moviendo únicamente la cabeza de mi madre. A veces la clavaba hasta el fondo, supongo debía tocarle la garganta, pero ella no se quejaba. Después dejó que ella siguiera a su ritmo, mientras él le acariciaba la espalda y gozando de la dedicación de su pareja. Disfrutaba con la vista de la suave espalda, que terminaba en unas nalguitas paradas. Los pechos de mi madre se veían redondos, aplastados en el sillón. Mantenía una mano sobre la nuca de mi madre, pero sin obligarla a tragar más, solamente para recordarle quien mandaba.
- Ufff… cómo me la mamas, cabrona… tú si sabes atender a un hombre
- Mmm… glurp… “graziaz” …gargh
- Esto si es vida nena. Un desayuno caliente servido por mi mujercita, que también está caliente… uff, oohh tranquila cariño – dijo dándole un pequeño tirón en el pelo – tengo la cabeza algo sensible.
- Perdona papi… me emocioné
- Sigue más tranquila… eso es, despacio… como usas esa lengua nena, cualquiera diría que tienes práctica. ¿Le haces esto a su maridito?
- No… no se lo hago a él
- Entonces tienes talento. Pero esperabas un hombre de verdad, ¿no? – mi madre asintió y Francisco nuevamente se hinchó de orgullo – sigue nena, ahora que tienes un hombre en casa. Ohh sí, esa boca está tan calientita… te estás esforzando ¿te gusta?
- “Zí”, “zí, me guzta muzho” – fue la respuesta en algo similar al español de mi madre
- Anda, sigue trabajándola… sigue que ya casi acabo
Fueron varios minutos de mamada, en los que él paseaba las manos por la espalda o le decía lo buena chica que era. Tras una atención particularmente intensa a su glande Francisco comenzó a resoplar, era evidente que estaba a punto de correrse de nuevo. Mamá aceleró el ritmo por su cuenta, espoleada por los gemidos del joven. Este la tomó de la cabeza por las dos manos y se la clavó hasta el fondo mientras se venía. Gruñó mientras llenaba la boca de mi madre, insistiendo en que tragara. Luego la liberó.
Ella se levantó con los ojos llorosos y tosiendo. Expulsó un poco del esperma de su amante, que cayó en el sillón y en los muslos de Francisco.
- Perdona papi. Nunca me habían hecho eso.
Parecía que la tenía completamente dominada. Nunca esperé que una mujer se disculpara por no poder tragar toda la corrida de alguien.
- No pasa nada. Hiciste un gran trabajo allí abajo.
- Gracias, papi.
Ese agradecimiento con tono sumiso que escuchaba una vez tras otra me estaba poniendo enfermo. Pensé que ahora Francisco se iría y al fin podría salir.
- Recoge este desorden nena, anda. No quisiéramos que tu maridito viera que alguien más está comiendo en casa, jajaja.
Se acostó sobre el sofá para prender la tele. Mamá se incorporó y retiró los platos sucios. Regresó para poner en orden la mesita y se quedó de pie, esperando órdenes.
- Aún te falta de recoger otro desastre, guapa. - señaló a su entrepierna.
Mamá comprendió el mensaje. Con una sonrisa juguetona, se arrodilló junto al falo de su amante. Sostuvo la carne con una mano, mientras su sonrosada lengua recogía el esperma que había escupido en los muslos de Francisco. Se excedió un poco en la limpieza, dándole un repaso al pene hasta que quedó brillante, no tanto de limpieza como de babas. Los testículos de toro tampoco quedaron desatendidos, la boca de mi madre jugueteó un poco con ellos. Después se tragó todo mientras el joven asentía.
Dándome otra sorpresa, se acostó junto a él. Tuvieron que apretarse un poco para caber los dos, pero Francisco no se quejó. Ella colocó la cabeza sobre el pecho de él. Comenzó a hacerle cariñitos a su hombre, totalmente entregada. Francisco se dejó consentir, gozando de los besitos y las caricias que mamá hacía por todo su cuerpo. Los pechos femeninos se apretaban contra su torso y mamá entera estaba refregada contra él. Y yo seguía sin un plan de huida.
Después de un rato, las caricias comenzaron a alterar a Francisco. Aunque ya se había venido dos veces en la mañana, los cariñitos y su juventud estaban haciendo que su polla comenzara a cobrar volumen nuevamente. Él volteó, y tomando a mi madre de la barbilla, respondió a sus besos. Ambos se pusieron a sobarse mutuamente.
Diez, quince minutos, no sé cuánto fue el tiempo que gozó de la boca de mamá hasta que estuvo preparado para otro polvo. Se sentó en el sofá.
- Ponme otro condón. Vamos a echar el último.
Ella se levantó obediente, tomó uno de la caja. Extendió otro de esos condones que parecían bolsas sobre la herramienta de Francisco. Posteriormente se sentó junto a él, esperando órdenes.
- Ya me estoy cansando de este sofá. ¿Es que no hay camas en esta casa?
- Está... está... emm... – ella parecía dudar, pero al final su lado de furcia le superó - está mi cama de matrimonio, papi.
- Creo que allí nos la pasaríamos mejor.
Supuse que mamá lo guiaría. Pero él la tomó, una mano en la espalda y otra en las piernas. No tuvo problemas para levantarla con sus fuertes brazos. Mi madre emitió una risilla al verse cargada.
Caí en cuenta de que vendrían hacía mí y me deslicé hasta mi habitación. No cerré la puerta, en vez de eso me escondí tras ella como tan solo un par de horas antes, cuando me imaginaba como una especie de héroe. Escuche los pasos pesados de Francisco subir las escaleras y luego pasar frente a mí. Asomé la cabeza. Aún la llevaba cargada mientras ella le decía donde era su habitación. Bajo sus anchas espaldas alcancé a ver la polla, cubierta por la goma. Torcieron y entraron a la habitación de mis padres.
¡Era mi oportunidad! Bajé rápidamente por las escaleras y tomé el picaporte de la puerta. Eché una última mirada hacia atrás antes de salir. La braga azul y las ropas de Francisco seguían en el piso, junto al sillón. En la mesita del café descansaba el preservativo usado, al lado de la caja de condones tamaño especial. Escuché a mi madre gemir, totalmente desinhibida, en el piso de arriba. Salí rápidamente de la casa, mientras ella repetía el nombre de mi amigo entre jadeos.