Mi madre y el macarra
Un amigo mío vuelve a la colonia después de un tiempo en prisión. A mí no me agrada verlo, pero parece que mi madre y él se llevan muy bien.
Vengo aquí a narrar una experiencia que alteró mi vida. Pero debería presentarme antes. Me llamo Juan, tengo 20 años, soy hijo único y vivo en Valladolid. Actualmente estoy estudiando administración en la universidad. Mi padre se llama igual que yo (o mejor dicho yo me llamo igual que él), tiene 46 años y es contador. Los años sentado tras una computadora han hecho que se convierta en una de esas personas cuya profesión salta a la vista. Es delgado, pálido, con el mismo atuendo siempre: pantalones y camisa formal fajada.
Mi madre se llama Verónica y tiene 44 años. Antes era secretaria en la misma empresa donde trabaja papá, ahora es ama de casa. Es de esa clase de mujeres que aparenta menos edad de la que tiene y el que vaya al gimnasio todas las mañanas le ayuda bastante. Bien podrían ponérsele diez años menos. Se ha mantenido esbelta, pero no tipo delgada anoréxica (o delgado oficinista como mi padre). Tiene bastante carne que agarrar, unos pechos bien formados copa C que aún llaman la atención y un bonito trasero redondo, sin ser desproporcionado, que hace que mi padre se malhumore cuando se pone vaqueros ajustados, debido a que atrae varias miradas e incluso recibe piropos. Ella tiene la piel bastante blanca, el pelo castaño hasta los hombros y ojos color miel que hacen juego con el cabello. Tiene rasgos bastante finos, con una naricilla respingada que fruncía cuando me regañaba por hacer alguna travesura. Pero luego vería que ahora era ella quien hacía las travesuras.
Aunque quisiera brincar directamente a la situación que mencioné, tengo que retroceder un poco en el tiempo. Tenemos la suerte (mi padre opina lo contrario) de vivir a las afueras de la ciudad, en una de esas zonas dormitorio. Es cierto que hago más tiempo de traslado a la universidad, pero en cambio tenemos una casa grande y bonita en vez de un estrecho departamento con vecinos incómodos. Cuando era niño, me la pasaba en la calle jugando con los vecinos o los traía a casa.
Teníamos un vecino, Francisco, que venía de una familia problemática. Era un año mayor que yo. Vivía a dos manzanas y sus padres siempre tenían problemas de dinero o estaban peleados. Su padre era alcohólico, los dejó para no volver cuando tenía diez años. Aunque su mamá es buena persona, trabajaba todo el día y no era muy lista, así que no pudo educarlos bien. Digo educarlos porque él tiene un hermano, creo que se llama Alejandro. Alejandro es 4 o 5 años mayor que Francisco y nunca tuvimos relaciones. Él se juntaba con chavos de su edad, no le importaban los juegos de niños con los que nos divertíamos nosotros.
Francisco era el jefe del grupo. Era el más valiente, el más ágil y fuerte. Se pasaba todo el día en la calle, libre. Los demás lo envidiábamos; el andaba de acá para allá a todas horas y nosotros teníamos que quedarnos y terminar los deberes de la escuela antes de salir un rato. Después de unos meses de andar juntos, Francisco y yo nos hicimos buenos amigos. Jugábamos bastante por las tardes y los fines de semana éramos inseparables. Además, a mis padres les daba lástima el niño desatendido. Era común que comiera en casa y siempre era bien recibido.
Así pues, Francisco creció sin límites. Pronto se hizo patente el problema que representaba esa falta de autoridad. Aunque mi padre gana un poco más que la media, lo suficiente para que mamá se dé el lujo de no trabajar, y tiene un puesto de trabajo seguro (cosas nada despreciables en estos tiempos), no somos ricos. Vivimos en una zona de clase media, con algunos de los problemas que eso conlleva. Principalmente, malas influencias. Francisco cayó en ellas. Dejó de asistir a casa. Se volvió rebelde. Unos años después comenzó a consumir drogas.
Conforme pasaba el tiempo, Francisco se fue separando del resto del grupo de amigos. Las diferencias de crianza se hicieron evidentes. Los demás estábamos preocupados por la educación y teníamos entretenimientos distintos a los de él. Francisco dejó de estudiar antes de terminar la ESO. Empezó a trabajar aquí y allá. Luego a delinquir.
Un vecino y amigo en común me contó que habían detenido a Francisco asaltando a mano armada. No era su primera vez. Varias víctimas de asalto lo reconocieron como su agresor. Su resistencia al arresto y el que se le encontrara heroína en la ropa hizo que se le condenara a cárcel de dos años, una pena bastante elevada para un menor. Así que a sus dieciséis años fue a parar al reformatorio. Su madre y su hermano consiguieron trabajo en otra parte de la ciudad, bastante alejada y se mudaron con unos parientes. La morada de la familia quedó sola. En ocasiones ella venía a ver que todo estuviera en orden y nos saludaba rápidamente, pero se veía que estaba avergonzada por lo que pasó con su hijo menor.
Pasaron los años. El bachillerato, luego la universidad y las nuevas amistades hicieron que se me olvidara mi amigo de la infancia. Durante mis trayectos de regreso a casa después de la universidad caminaba por donde él vivía, y de vez en cuando le dedico un pensamiento.
Ahora que les he hecho esta breve introducción, puedo continuar con mi historia. Un jueves me había quedado en la universidad hasta tarde. Un trabajo en equipo y luego la oportunidad de convivir con una compañera que me atraía me retrasaron. Estaba anocheciendo cuando regresé a mi casa y me extrañó ver luz y movimiento en el domicilio de Francisco. Pensé que su madre habría venido a asear, como en otras ocasiones. Al llegar a casa me olvidé de aquello.
Cuando volvía al día siguiente aprecié movimiento y luz en la vivienda, por segunda vez. Lo comenté superficialmente mientras cenábamos. Mis padres fueron de mí misma opinión del día anterior y cambiamos a otros temas.
Mi padre trabaja medio turno los sábados y yo voy a jugar fútbol con compañeros de la uni, de manera que mi madre se queda sola desde las 10 hasta la 1 o 2 de la tarde que volvemos. Ese sábado llegué a casa unos minutos antes que papá, me duché y estuve leyendo hasta que mamá nos llamó para comer. Estábamos conversando mientras comíamos cuando ella hizo mención de mi amigo.
- ¿A qué no adivinan a quién vi?
Yo me encogí de hombros mientras masticaba. Mi padre seguía pensando en el trabajo y no respondió.
- Estaba aseando la cochera, cuando pasó Francisco.
- Ah. ¿Ya salió del reformatorio? – preguntó mi padre con cierto tono de disgusto.
- Así es. Tardé en reconocerlo, viene muy cambiado. Pero me saludó amablemente y estuvimos conversando un rato. Me contó que les habían enseñado varios oficios y que estaba a nuestra disposición por si necesitábamos algo. Cariño, es la oportunidad de hacer las reparaciones.
Creo que no lo había mencionado, pero hace unas semanas que mis padres querían hacer algunas reparaciones menores en la casa. Una instalación eléctrica aquí y allá, remodelación de un baño, algo con las cañerías. Esos detalles que parecen pequeños, pero se acumulan con el tiempo. Mi padre decía que estaba muy ocupado con su trabajo como para perder tiempo con esas cosas y yo fingía estar atareado con la universidad para que no me fastidiaran.
- Tal vez – respondió mi padre lentamente – Pero no confío en él. Por algo lo mandaron a prisión.
- Vamos Juan. Si no aprovechamos esta oportunidad nunca las haremos. Y yo si confío en él. Era inseparable de Juanillo cuando niños.
- Cuando niños. – puntualizó él
- Anda, que él nos aprecia. Vamos a darle ese trabajo.
- Bueno, luego lo discutimos.
Mi madre conseguía todo lo que quería de mi padre con unas miradillas tiernas y ese asunto no fue la excepción. Supongo logró convencerlo en el resto del día, ya que el domingo por la mañana Francisco vino a ver qué era lo que había que hacer. Me impresionó cuando lo vi. De niños siempre había sido más alto que él, ahora había pegado un estirón y me superaba en estatura. Venía muy moreno, con el pelo bastante corto. No era mal parecido, nunca lo había sido, y tenía una mirada penetrante. Vestía una camisa de tirantes, lo que me permitió ver que estaba bastante corpulento, resultado de dos años yendo al gimnasio del reformatorio. Llevaba tatuajes bastante elaborados en el brazo derecho. Admito que me hice un poco de caquita cuando lo saludé y vi que su brazo (y todo su cuerpo) era el doble de grueso que el mío. Aunque era un año mayor que yo, ahora parecía que me llevara varios años, como si el tiempo pasara más rápido en prisión. Su saludo no fue especialmente cálido. Papá también lo recibió con un saludo frío, acorde con la situación y le mostró las reparaciones que quería hacer.
A pesar de la desconfianza de mi padre, llegaron a un acuerdo en el precio (supongo también mi madre influyó). Al llegar de la universidad el lunes, mi madre estaba haciendo la comida y se escuchaban sonidos de golpes en el baño. Me senté mientras mamá terminaba de cocinar. Ella me contó que Francisco se había mostrado bastante asequible con el precio (después de todo no tenía experiencia) y había empezado a trabajar en la mañana con herramientas prestadas. Comenzó a servir los platos y me sorprendió que sirviera un tercer plato, ya que mi padre llega hasta media tarde.
- Es para Francisco – dijo en respuesta a mis miradas interrogantes.
Luego fue a hablarle para que viniera a acompañarnos. No me gustaba mucho la idea de comer junto con él. Había sido mi amigo, pero luego fue a parar a un reformatorio por asaltar a mano armada. Tampoco me agradaba la idea de darle entrada en casa. Aunque mi madre estaba todo el día, la casa era grande y podríamos tardar días en notar la ausencia de algo. Los pasos de mi madre y mi amigo me sacaron de mis pensamientos.
- Muchas gracias, Verónica. No era necesario.
- No es molestia Francisco. Anda, necesitas comer algo para que quede bien la casa.
Él vestía botas, pantalones y una camisa de tirantes, sucio de la obra. La camisa dejaba ver unos brazos bastante musculados, como los que siempre he querido tener yo. Se sentó en la silla que normalmente ocupa mi padre y comenzó a comer.
El ambiente estaba algo tenso. No sabía de qué hablar y mi madre tampoco. Francisco comía rápido, pero decentemente. Me sentí sorprendido. Tal vez en algún lugar de mi cabeza tengo el prejuicio de que cualquiera que haya tenido problemas con la justicia tiene que ser un salvaje en todos los aspectos.
- Te lo agradezco, Verónica. Ha estado delicioso.
- Me alegro de que te haya gustado. ¿Gustas otro plato?
- No, estoy bien, gracias. – respondió el cortésmente. – Me regreso a trabajar.
- Descansa un poco, que te va a caer de peso la comida.
Francisco se negó y regresó al baño. Aquello me alegró, al fin podía comer tranquilo. Terminé de comer y me encerré en mi habitación. Ese fue el primer día con Francisco en casa. Ojalá le hubiéramos botado entonces.
El martes comió con nosotros nuevamente, y también el miércoles. Lentamente dejó de estar callado como una tumba y cada día estaba un poco más de tiempo haciendo sobremesa. Animaba bastante la comida contando anécdotas de lo que le había pasado. No le daba vergüenza hablar sobre su tiempo en prisión. Mi madre le escuchaba encandilada. A mí me estaban empezando a gustar sus historias, muy a mi pesar.
La semana siguió normal, con Francisco cada vez más cercano a nosotros. Noté que él y mi madre se llevaban muy bien. Tal vez a ella le daba gusto volver a convivir con a alguien que había considerado cercano. Aunque luego esa persona hubiera ido a la cárcel por asaltar. Supongo que seguía viéndolo como el niño descuidado que venía a comer.
Pero yo me daba cuenta de que él ya no era un niño. Había visto como miraba a mi madre cuando creía que no había nadie más en la habitación. Era evidente que se sentía atraído por ella. Bastaba con ver el rostro que ponía cuando mamá se inclinaba a recoger algo o cuando la saludaba y podía apreciar su escote desde su elevada altura. Los dos se entendían muy bien y mamá no dudaba en llevarle cualquier cosa que le pidiera.
El jueves yo me había retirado a mi habitación dejando a mi madre y a Francisco platicando como de costumbre. Después de un rato ella entró a mi habitación con una carga de ropa limpia. Estaba doblando la ropa mientras me platicaba de su día.
- … entonces yo me sentía aburrida. Desde que empezaron las obras no he salido. Así que esta mañana me fui al gimnasio.
- ¿Y dejaste a Francisco solo? – pregunté yo, con ojos de plato.
- Sí. ¿Por?
- Joder, mamá. Tú sabes que Francisco no es un ejemplo de honestidad. Podría haber robado algo.
Para mi sorpresa, aquello molestó a mamá. Dejó lo que estaba haciendo y me apuntaló con un dedo. Clavó sus ojos color miel en mí, pero en aquel momento no parecían miel, más bien fuego.
- Francisco ya pagó por lo que hizo. Se está esforzando por ser otro. Tú (hizo especial acento en la palabra) no deberías pensar mal de un amigo.
Mascullé algunas palabras incomprensibles en respuesta. Ella dejó lo que estaba haciendo y salió de mi cuarto. No me estaba gustando para nada el cariz que llevaba aquello.
Volvimos a comer juntos los tres el viernes y mamá me dijo, en tono bastante cortante, que iba a ir al gimnasio en la tarde. Me limité a asentir y subí a mi recámara a entretenerme un rato. Serían las seis de la tarde cuando entró con su ropa de ejercicio a informarme que se iba.
Se despidió rápidamente. Llevaba unas mallas pegadas que dejaban ver sus redondas nalgas, junto con un top de tirantes. Se había puesto una sudadera ligera encima, y la llevaba entreabierta dejando ver el inicio de su generoso busto. Escuché como caminaba hacia las escaleras.
Me dio sed mientras mamá descendía. Pensé en pedirle un vaso de agua, al igual que hacía Francisco, pero no quise importunarla. Me dirigí a las escaleras yo también. Apenas comenzaba a bajar, pero me detuve al escuchar que platicaba con el joven.
- Fran, ya me voy. ¿Vas a necesitar algo?
- No, gracias. – dijo el saliendo del baño donde trabajaba – Ya ayer conseguí todo. Wow, te ves muy bien.
- Gracias, eres un cielo. Vuelvo en hora y media. Cuida a Juanillo.
Para mi sorpresa, mamá se inclinó y le dio un beso en la mejilla. Por lo visto aquella era una forma de despedirse usual entre ellos, ya que Francisco la atrajo con uno de sus fuertes brazos y le plantó un sonoro beso. Mamá salió de casa. Él se recargó en la pared, escuchando como se alejaba el auto. Después, bajo una mano hasta su entrepierna, donde se había formado un bulto.
- Joder, Verónica. Que caliente me pones. Apenas logro contenerme. Con esas tetas que te cargas te hacía pasar un buen rato. Y yo que llevo sin follar desde que me metieron a prisión.
Su entrepierna había alcanzado un tamaño que solo podría calificar de indecente mientras Francisco pensaba en tirarse a la dueña de la casa.
- Voy a terminar la obra… y de regalo le voy a dar unos buenos cuernos a tu maridito. Se ve que andas necesitada.
Todo esto mientras se sobaba el paquete por encima. La expresión de su rostro era pura calentura.
- Iba a follarme a la Claudia (era una vecina un par de años menor que yo) pero esto es mejor. Una madurita para mí sola. Ni en mis mejores sueños en prisión me imaginaba esto. No puedo esperar a abrirte de patas.
Paró su masturbación. Era evidente que quería esperar. Respiró hondo varias veces para calmarse y luego se metió al baño a continuar trabajando.
La cosa me había olido mal, pero ahora ya tenía confirmadas mis sospechas. Por suerte, Francisco terminó todas las reparaciones el sábado. Y tengo que admitir que hizo un buen trabajo. Parecía que había construido de cero las zonas por donde había pasado. Supongo que en el reformatorio les enseñan a trabajar correctamente. Así que pensé que la historia había acabado.
Grande fue mi sorpresa cuando llegué el lunes de la universidad y me encontré a Francisco, sentado en el sofá. Estaba viendo la televisión. Yo lo salude con un poco de temor, él me respondió con desgana moviendo el brazo tatuado. Fui a la cocina e interrogué a mamá.
- ¿Qué? Fran ya está trabajando en otro lugar, pero sale a esta hora. Estaba afuera y lo vi pasar, así que le invité a comer.
- Creo que él ya está grandecito como para hacerse de comer – añadí con un tono de reproche que se me escapó
- Tú también, y sin embargo aquí estoy cocinando. Anda, no discutas ya.
Así que Francisco comió con nosotros nuevamente. Y el martes, y el miércoles. Fue pasando cada vez más tiempo en nuestra casa. Lunes y martes se retiró inmediatamente después de comer, pero el miércoles se quedó un poco más. Jueves y viernes también. Afortunadamente pudimos descansar de él en el fin de semana.
Durante esa segunda semana intenté acercarme a Francisco, más por instigación de mi madre que por deseos propios. Ella insistía en que habíamos sido buenos amigos y debía procurar restaurar esa relación. Francisco se limitaba a estar recostado en el sofá viendo televisión o platicando con mi madre. Todos mis intentos de “restaurar relación” fueron frenados en seco por él. Me respondía cortante, sin interés y no me prestaba atención cuando hablaba. Era una actitud desagradable. Ese tipo estaba de entrometido en casa, sin colaborar en nada y se daba el lujo de ser grosero conmigo.
El siguiente lunes tuve un día normal y llegué a casa a la hora usual. Francisco no estaba, gracias a dios. Saludé a mamá y subí a mi habitación. Fue una desagradable sorpresa encontrar su ropa sobre la cama. Mi extrañamiento me impidió moverme durante unos segundos. Agucé el oído y escuché claramente el agua de la regadera del baño común de la segunda planta. Salí a interrogar a mi madre con respecto a que significaba esto. Ella acababa de subir las escaleras y coincidimos en el pasillo.
- Oye, ¿qué pasa aquí? Entro a mi cuarto y lo primero que me encuentro es la ropa de otro en mi cama.
- Ash, no seas tan dramático Juan. Francisco vino a comer, pero venía bastante sucio y sudado. Me pidió ducharse. No veo el problema con eso.
- ¿Qué no tiene agua corriente en su casa? Aparte, ¿por qué viene tanto?
Nuestra discusión en voz baja fue interrumpida por la salida de Francisco de la ducha. Tengo que decir que me impresionó y sentí envidia a la vez. Venía solamente con una toalla amarrada a la cintura. Lucía un físico potente, con brazos y hombros gruesos y redondeados, unos pectorales voluminosos e incluso indicios de abdominales. Me sonrió socarronamente al darse cuenta de que le estaba mirando.
- ¿Qué tal tu ducha?
- Muy bien, gracias Verónica.
- Me alegro. En cuanto acabes de vestirte baja, la comida ya está preparada.
- Ya voy. Con permiso.
Acompañó sus últimas palabras con un movimiento de su brazo que me impulsó contra la pared de atrás. Luego entró a mi habitación y se encerró. Dirigí una mirada de indignación a mi madre, pero ella se limitó a decirme que bajara a comer. Era como si no se hubiera dado cuenta del empujón. Descendí a comer, ya que había sido despojado de mi habitación. Francisco se nos unió después de unos minutos. Mamá y él comieron charlando animadamente. En vano intenté participar en la conversación, ya que Francisco sencillamente elevaba la voz cuando yo mostraba indicios de querer hablar. Mi madre estaba atenta a lo que decía mi amigo, incluso en una ocasión me pidió que no lo interrumpiera. Parecía que yo había sencillamente desaparecido.
Ya iba comprendiendo el juego de mi ex amigo. Estaba todo el día en casa, retirándose cuando mi padre llegaba. Aprovechaba ese tiempo para charlar con mi madre, con evidentes malas intenciones. A mí me enfermaba escuchar sus conversaciones, por lo que estaba casi todo el día solo en mi recámara. Desde allí podía escuchar los retazos de las voces (o mejor dicho voz, ya que casi siempre era él quien hablaba) y risillas tímidas de mi madre. También había adquirido el hábito de frotarse contra ella. Varias veces, con excusa de ayudarla a cualquier cosa, se colocaba tras de mi madre y le restregaba su hombría. Ella no podía librarse del agarre de ese mastodonte, así que aguantaba. Luego, cuando terminaba de “ayudarla” le daba un pequeño azotito. Mi madre simplemente reía y negaba con la cabeza.
Francisco era cada vez más hostil conmigo y más amigable con mi madre. Siempre que hablaban tenía las manos encima de ella, sobándola todo lo que pudiera. Lo que no entendía era ¿cómo era posible que ella no notara la conducta de Francisco? ¿Es que acaso no se daba cuenta de que solo se retiraba a su casa para dormir, de los constantes piropos, de los ocasionales roces?
Esa semana (la tercera luego de que él volviera a entrar en nuestras vidas) fue desagradable. Francisco no se limitó a estar en casa, sino que adquirió ínfulas de jefe. Comenzó pidiendo un vaso de agua, luego algo para picar mientras veía el fútbol. Para el final de la semana ya estábamos los dos bajo su mando. Nos daba órdenes con total desparpajo. Sobre todo, a mí. Usaba a mamá solamente para cosas pequeñas. El jueves mamá y él vieron una película y tuve que preparar palomitas para ambos. No me agradecieron cuando se las llevé ni me invitaron a sentarme con ellos. Creo que toqué fondo el viernes. Acababa de llegar de la universidad cuando Francisco trajo su ropa sucia para que YO la lavara. Su cinismo fue la gota que derramó el vaso.
- ¡Ya estuvo bueno, Francisco! – le espeté
Él se dio la vuelta lentamente. Por un momento me asusté al creer que iba a ponerse agresivo. Sin embargo, había una inexpresividad total en su rostro cuando me encaró.
- ¿Qué pasa? – preguntó con toda calma
- Que esto ya es demasiado, joder. Puedo tolerar que vengas a comer. Pero empiezas de gilipollas sintiéndote jefe y ahora me das tu ropa sucia…
- ¡Ah, mierda! – exclamó mi madre
La extrañeza de oír a mi madre expresándose con ese vocabulario me distrajo. Corté la réplica y tanto Francisco como yo fuimos a ver qué había pasado. Ella estaba con su ropa de gimnasio, viendo al automóvil. Una de las llantas estaba totalmente desinflada.
- ¿Qué ha sucedido? – pregunté
- Pues nada, que había un accidente cerca del supermercado esta mañana y había vidrios y restos de metal por todo el pavimento. Creí que los había evitado, pero por lo visto fallé. ¿Juan, puedes ayudarme a cambiarla?
Comencé a trabajar en la llanta. Mejor ayudar a mi madre que lavar la ropa de otro. Ella sacó la de repuesto. No tuve problemas en levantar el auto con el gato, pero si para quitar las llantas. Las malditas tuercas no querían ceder. No sé porque me sentía nervioso. Sentía cuatro ojos clavados en mi nuca mientras luchaba infructuosamente con la llanta.
- Joder, deja intento yo – dijo mi madre al fin
Ella se inclinó, dejando su redondo trasero a nuestra vista en una pose más que sugerente. Francisco no se cortó un pelo viendo, sin importarle que estuviera yo presente. Parecía divertirse con la situación. Varias veces abrí la boca para reclamarle, pero no me atreví. Me intimidaba demasiado.
- Déjame ayudarte Verónica.
Francisco se agachó, sin dar tiempo a mi madre de que se levantara. Colocó su cuerpo de mamut sobre ella, provocando unos roces tremendos sin preocuparse en disimular. Fingiendo ayudarla, pude ver que restregaba toda su entrepierna sobre el trasero de mamá, combinado con unos agarrones “accidentales” en un pecho. El extraño dúo no tuvo problemas en quitar las tuercas. Luego liberó a mamá de su agarre y terminó la faena.
Mamá se levantó bastante agitada. Estaba colorada. Por un instante vi una mirada extraña en ella, como si estuviera excitada. Un momento después su mirada se había normalizado y creí que todo habían sido imaginaciones mías.
- Listo, Vero – dijo él tranquilamente, sin hacer referencia a lo que había pasado.
- Gracias Francisco. Es bueno tener un hombre en casa – respondió ella sin pensar
Se metió a la casa sin reparar en lo que había dicho, él la siguió. Francisco me dirigió una sonrisa burlona mientras entraba. Dio un pequeño azotito a mi madre, de los que ya se habían vuelto costumbre y obtuvo una risilla en contestación.
Yo estaba harto de la situación. Decidí salir un rato, tal vez comería fuera, iría al cine o no sé qué, pero no quería estar en casa. Francisco estaba viendo fútbol, mi madre estaba preparando botanas para ambos. Tomé algo de dinero y salí decidido a tomarme unas copas. Me despedí de mi madre, ella estaba ocupada y masculló algo. Sentí alivio de que no dijera toda la sarta de consejos que usualmente hacía y salí de la casa.
Pero apenas iba por la segunda cuadra cuando recordé que no había tomado mi DNI. Lo necesitaba si quería comprar alcohol. Jugué con la idea de ir sin él para no regresar a casa, pero recordé que siempre me lo pedían. Tengo la mala suerte de ser de esas personas que aparenta menos edad de la que tiene. Así que regresé sobre mis pasos. Entré disimuladamente a la casa. Por suerte ni mamá ni Francisco estaban a la vista. La voz de Francisco y las risillas de mi madre se escuchaban en la cocina. Subí y me apoderé del carné rápidamente.
Iba a bajar las escaleras cuando divisé que ambos venían de regreso. Instintivamente retrocedí, tal era el respeto que me había impuesto Francisco en estas semanas. Ella venía con unos sándwiches que había preparado para mi ex amigo. Él la envolvía con un brazo de la cintura, pero a ella no parecía importarle mientras le reía las gracias. Dejaron la comida en la mesa cerca del sillón. Mi madre llevaba su camisa deportiva de tirantes y un pantalón, parecía que estaba a medio cambiarse cuando él le llamó.
- Bueno Fran, me voy al gimnasio. ¿Te quedas en la casa o cierro?
Flipé al oír eso. ¿En serio pensaba en dejarlo solo?
- Me quedo, pero preferiría no estar solo. Anda, ven conmigo un rato más Verónica.
- Me gustaría, pero tengo que ir al gimnasio. Puede que a ti no te haga falta – dijo palpando levemente sus bíceps – Pero a una vieja como yo sí.
- Vamos Vero. Si estas impresionante. Cualquiera diría que tienes menos edad.
- Gracias, adulador. Tú también vienes muy guapo.
Mamá se dio la vuelta para retirarse. Sin embargo, él la tomó por un brazo y le dio un jalón que hizo que volteara nuevamente. Pero no paró allí. La tomó con ambos brazos, de manera que quedaron abrazados.
- Antes de que te vayas. Muchas gracias. Te has convertido en una persona muy especial para mí.
El macarra tocó una fibra sensible de mi madre, quien abrió la poca para responder, pero Francisco fue más rápido. Le dio un piquito breve, aprovechando el momento de descuido. Mi madre no se molestó, se veía que estaba algo confusa.
- Ehhhhh – el aturdimiento le impidió articular por un par de segundos - no es nada. Si hay algo que pudiera hacer por ti dímelo.
- De hecho, si hay una cosa más que podrías hacer. – dijo el en tono susurrante
La sostenía firmemente mientras hablaba. Utilizó una mano para acariciar levemente su cara, quitándole el pelo castaño del rostro y deteniéndola de la barbilla. Francisco procedió a la ofensiva. Tomó una mano de mi madre, y la dirigió con toda tranquilidad a su bragueta, donde se estaba formando un bulto prominente. Mi madre emitió un pequeño grito al sentir aquella anaconda y se estremeció al captar que era lo que quería el joven.
- Francisco, tú también eres una persona muy especial para mí y lo sabes. En estas tres semanas que has estado aquí me he sentido muy bien.
- ¿Cómo?
- Me he sentido acompañada. Sentí nuevamente que podía tener alguien a quien contarle mis cosas y un hombre que me hiciera sentirme atractiva de nuevo. Pero no podemos hacer lo que piensas. Estoy casada.
- No me importa. No te me vas a ir. La pasamos muy bien juntos, ¿no?
- Sí, pero…
- Shh – comenzó a mordisquearle el lóbulo de una oreja – Veo que te gusta que este aquí. Te gusta tener un hombre en la casa, tú misma lo dijiste. A muchas mujeres les gusta tener un hombre fuerte que les dé seguridad. Y veo que te sientes muy cómoda conmigo. ¿O si no por qué has permitido que estas tres semanas esté aquí todo el día?
Pude ver que ella comenzaba a ceder. Sus negaciones eran cada vez más débiles mientras el macarra comenzaba a acariciarla de manera suave. Estuve a punto de bajar, no sabía que haría, pero tenía que hacer algo. No podía creer que mi madre estuviera a punto de cometer adulterio con un chaval un año mayor que yo, por muy guapo y fuerte que fuera. Pero mis piernas no respondían. Nunca había tenido que lidiar con una sensación así, puedes prepararte para un examen, pero no para ver a tu madre siendo seducida por otro. Aparte Francisco me aparecía como un muro infranqueable, tanto moral como físicamente.
- Francisco, no podemos…
- Tranquila. Te va a gustar. No sabes el tiempo que llevo esperando esto.
- No, por favor… - susurró ella como última resistencia
- Shh, shh. Calla, Vero. Déjate llevar.
Comenzó a besarla levemente, con cariño. Le daba besitos por las mejillas, cuello y hombros, disfrutando de la suave piel de mi madre. Subió para darle un piquito de nuevo. Mamá no protestó, parecía que estaba comenzando a disfrutar el asunto. El chaval tomó como una señal positiva su silencio. Introdujo una mano bajo la ropa, a la altura de su abdomen, que comenzó a reptar lentamente en dirección a sus tetas. Podía ver como se deslizaba sobre la piel de ella, bajo su camisa deportiva. Mamá emitió un leve gemido cuando comenzó a sobarle los pechos. Sus voraces manos ahora estaban sobre el cuerpo de mi madre, pero ella seguía sobándole el paquete por encima de la mezclilla sin necesidad de que él la guiara.
- Creo que te está gustando mi amigo...
- Mmm… ajá
- Tiene buen tamaño, ¿no crees?
- Es… enorme, sí – respondió con la sorpresa aún en el rostro
- ¿Te imaginas esa cosota dentro de ti?
Él esbozó otra de sus sonrisas socarronas mientras veía a mi madre disfrutar con sus caricias. La otra mano del macarra le sobaba el culo. Estaba jugando con su presa antes de ir directamente a su objetivo. Se veía que gozaba el estar calentando a la mujer. Aunque mamá parecía ser quien gozaba más. Tenía los ojos cerrados, gimiendo de gusto mientras Francisco se llenaba las manos de teta y le comía el cuello. Me acosté sobre el piso, viendo por el hueco de las escaleras. No podía creer que mi madre le permitiera tal acceso a su cuerpo a aquél joven recién salido de prisión. Pude ver que la expresión de Francisco cambiaba, tornándose más seria conforme calentaba a mi madre.
- Ven aquí guapa. Quiero probarte esa boquita.
Francisco comenzó a morrear a mi madre con pasión, con auténtica lascivia. Ahora ella respondió a sus besos. Se besaban duramente, parecía que él le comía la boca. Los labios de ambos se confundían, solo resaltando el moreno de la piel de Francisco. Incluso me pareció ver como chocaban las lenguas en el camino por explorar la boca del otro. La tomó firmemente, una mano en la curva de las caderas y la otra directamente en el trasero, a mitad de sus nalgas. Así comenzó a empujarla, lenta pero decididamente, en dirección al sillón más grande de la sala, que había hecho su propiedad en estas semanas. Caminaban sincronizadamente, como si fueran una unidad. Después de haberse cansado de intercambiar saliva con ella, Francisco deslizó un tirante de la camiseta de mi madre y comenzó a besarle la suave piel de hombro y cuello.
- Qué bien sabes… mmm… nos la vamos a pasar de puta madre tu y yo. Tienes la piel más suave que he sentido nunca.
Mi madre, que iba caminando hacia atrás, chocó con el sillón, pero no se cayó debido al agarre que tenía él en sus pantalones. Francisco se separó de ella y, sin dejar de morrearla más que un instante, le sacó la camiseta de tirantes. Los pechos de mi madre se veían redondos y firmes, atrapados en el sujetador, pero uno de ellos estaba desbordándose debido al movimiento y alcanzaba a divisarse el pezón por encima de la copa. Sin darle un momento para pensar, la volvió a envolver con sus potentes brazos mientras le besaba el rostro. Desde mi posición pude observar que movía las manos con ansiedad sobre la espalda de ella, quitándole el sostén en un par de segundos. Se volvieron a separar, esta vez la prenda quedó en las manos de Francisco. Lo aventó a la pequeña mesa para café de la sala y contempló unos instantes a la mujer que tenía frente así.
- Mmm, vaya una hembra. Una hembra muy sabrosa y caliente. No sabes cuantas veces soñé con tener una mujer mientras estaba en el reformatorio.
Se quitó la camiseta, dejando ver su torso joven, moreno y musculado, resultado de horas invertidas en el gimnasio del centro para menores. Entre sus pantalones se podía observar un bulto tremendo que se cargaba hacia el lado derecho. Luego, viendo a mi madre con deseo, se aproximó a ella. Colocó las manazas en los hombros e hizo que se sentara en el sillón. A continuación, se dobló sobre ella y comenzó a comerle los pechos a mi madre, provocándole espasmos.
- Joder, que tetazas. No me importaría estar en prisión para siempre si esto fuera la comida.
- Ah…ah, sí… ¿te gustan?
- ¿Gustarme? ¡Son los mejores pechos que he visto! Naturales y firmes, esto si son tetas tía... ¡Jajaja, pero mira cómo estás! ¡Si te encanta que te los coma!
- ¡No pares, anda!
- Mmm… son increíbles… redondos y firmes… ñam… son los mejores pechos que he visto, están mejor que los de las de mi edad
- Ya para… adulador…. Oh, oh
Para mi sorpresa, ella tomó sus voluminosos pechos, uno con cada mano, y los acercó a Francisco. El macarra no despreció la oferta, pegándose como ternero a una ubre mientras manoseaba la otra.
- Ohh, Francisco, ¡dónde aprendiste a hacer estooo! ¡Joder, como me comes los pechos cabrón! – exclamó ella, sorprendiéndome - ¡Uff, lamelas bien!
- Que tetazas que tienes Vero, tenía ganas de llevármelas a la boca desde que te vi. Te lucen mucho dentro de ese sujetador deportivo. Mmm, valió la pena esperar… pero te voy a cobrar este tiempo.
- Sigue, no pares.
- No hace falta que me lo digas. ¡Podría comerme estas tetazas todo el día, joder!
Francisco le comía los pechos de una manera salvaje, era evidente que estaba desesperado por estar con una mujer. Atacaba directamente los pezones y deslizaba la gruesa lengua asegurándose de no dejar centímetro de piel sin cubrir. Conforme pasaban los minutos, los pechos iban ganando brillo debido a la humedad y aparecían sobre ellos marcas de mordiscos que daba el joven. Sin embargo, la rudeza con la que maltrataban a sus senos solo excitaba más a mamá. Yo estaba tan impresionado viendo la grotesca escena que tarde un poco en notar que Francisco solo usaba la boca para consentir al tetamen. Seguí sus brazos con la mirada, estaba desabrochándose los pantalones. Logrado su objetivo, dirigió sus manos a los vaqueros de mi madre, acariciándole la raja por encima. Ella se retorció en respuesta, interrumpiendo por un momento los gemidos. Francisco desabrochó los vaqueros e intentó quitárselos.
- Anda, levanta el culo, joder.
- Calmado Francisco – respondió mi madre, con una risilla mientras se apoyaba en el sillón para levantarse.
Mi antiguo amigo dio varios tirones a los pantalones, que se atoraron un poco en los pies. Con un jalón salvaje, los vaqueros salieron trayendo consigo los zapatos. Un par de movimientos rápidos y también le quitó los calcetines. Todas las prendas fueron a acompañar al top de mi madre y a la camisa de Francisco encima de la mesita para café. Luego tomó una pierna y comenzó a acariciarla, recorriendo toda su longitud con las manos a la vez que se llevaba el pie a la boca. Se metía los dedos y lengüeteaba la planta. Su ansia de sexo era evidente, era notorio que no podía decidirse que parte del cuerpo cubrir. Ella estaba casi desnuda, solamente tenía unas pequeñas bragas de color azul cubriendo su intimidad.
El ex reo continuó la exploración de las piernas, ahora acariciando con la lengua la sensible piel. Detenía una pierna con el brazo izquierda y lamía los muslos, hasta parar cerca de la braga. Allí se detuvo, aspirando el aroma de la hembra. Con la otra mano hacía movimientos impacientes para desvestirse él también. Sin despegar el rostro de la entrepierna de mi madre, haciendo algunos movimientos casi acrobáticos se quitó botas, calcetines y pantalones. Ahora ambos estaban solamente en sus prendas interiores. Elevó el rostro, besando el suave abdomen y dándole un lametón al ombligo que hizo que mi madre se estremeciera.
- Que delicia Verónica. Nos la vamos a pasar de puta madre tú y yo. Mira cómo me tienes, guapa.
Francisco se incorporó levemente, dejando ver su entrepierna. Mi madre no contestó, pero tanto ella como yo podíamos ver como lo tenía. Dentro de los bóxeres grises de Francisco se apreciaba un bulto impresionante, semejante a un rodillo de cocina, que se torcía sobre la pierna derecha marcándose obscenamente. Tenía una mancha oscura por los líquidos preseminales. Pero no era el único húmedo. Pude observar que las bragas de mamá habían cambiado de su tonalidad azul celeste original a un azul oscuro, producto de los fluidos vaginales y de la saliva del joven.
- Ahora, vamos a lo bueno. Vamos a ver que escondes tras esas braguitas.
Francisco se arrodilló frente a mi madre y paseó las manos por encima de las piernas, lentamente. Ambos disfrutaban del tacto, ella se mordía los labios esperando el momento cumbre. Las manos invasoras llegaron hasta la cadera, donde tomaron la braga por los extremos y comenzaron el camino inverso. Sacó la prenda por los pies con delicadeza, bastante distinto a su rudeza anterior. Parecía impresionado por lo que estaba sucediendo. Contempló a la mujer que tenía frente a sí con devoción. Mi madre estaba sin ninguna prenda y abierta de piernas, sin preocuparse por cubrir su desnudez. Estaba excitada y se ofrecía al joven mientras se miraban atentamente a los ojos. Suspiraba agitadamente, provocando que los redondos pechos se movieran adelante y atrás. Tenía bastante vello en su zona íntima, no totalmente desarreglado, pero si era evidente que no cuidaba mucho la apariencia de aquella zona. A pesar de ello, los labios de la vulva destacaban, hinchados y la zona brillaba de fluidos, producto de la excitación. Desde mi posición alcancé a ver que el pene de Francisco reaccionaba al estímulo visual, ensanchándose aún más y moviéndose como si tuviera vida propia.
- Mmm, Verónica, me muero por metértela – dijo Francisco acariciando su paquete por encima de la tela – Pero antes quiero probarte.
- Estoy un poco desarreglada cariño. ¿No te molesta?
- ¿Molestarme? – añadió con una macabra sonrisa – Sí así es como saben mejor.
Enterró la cara en el sexo de mi madre, con un movimiento que nos tomó por sorpresa a ambos. Mamá lo observó perpleja unos instantes, pero luego cerró los ojos para dedicarse por completo a los espasmos y gemidos. Echó para atrás la cabeza, hasta topar con el respaldo del sofá. No sabía qué hacer con las manos, hasta que las colocó sobre Francisco para guiar sus movimientos y acariciarle las anchas espaldas.
- ¡Dios mío Francisco! Mmn gmm ¿Quién te enseñó a hacer estoooooo?
- ¡Qué delicia Verónica!... Slurp glup… Creo que no soy el único que está necesitado… estás bien humedita. Te digo que te relajes y disfrutes.
Podía escuchar claramente los ruidos del sexo oral, a pesar de que los gemidos habían ido aumentando su volumen. Mi amigo se daba un festín y parecía no importarle el vello púbico. Sorbía con verdadera devoción todo lo que expulsaba mi madre e introducía la lengua en el coño en búsqueda de más. A veces estaba quieto, respirando profundamente, disfrutando el aroma. Evidentemente ambos estaban en el oral de sus vidas.
- Aquí abajo huele a gloria. Creo que vamos a disfrutar muchos ser vecinos.
- Ohh… sigue, por favor Fran
- Voy a seguir, hoy y mañana. ¡Voy a venir todos los días a comerte este coñito!
Después de casi diez minutos de oral, en los que Francisco lamió, escupió, acarició con la lengua e incluso introdujo dos dedos mi madre ya había tenido un orgasmo y estaba cerca del otro. El macarra se hinchó de orgullo, al ver que era capaz de satisfacer a una mujer hecha y derecha solo con la boca. Mientras la segunda corrida de mi madre llegaba, él comenzó a masturbarse por dentro de la prenda. Paró, disfrutando de los estremecimientos femeninos con la cara enterrada, pero viéndola a los ojos. Ella terminó de retorcerse y bajó la vista, como preguntando porqué paraba. Francisco sonrió nuevamente y separando el rostro, dio un lametón largo y lento con toda la lengua de fuera sobre la raja de mi madre. Incluso distinguí que su lengua se quedaba con algo de vello público. Me golpearon unas fuertes arcadas al ver aquello y casi vomito en las escaleras, lo que hubiera revelado mi posición de testigo en aquella escena. Afortunadamente me controlé y volví a enfocar la vista en la sala, sin pensar en cómo me afectaría lo que iba a suceder.
- Túmbate nena, anda – le dijo Francisco dándole palmadas en el culo
Mi madre se acostó sobre el sofá cuan larga era y se estiró como una gata, poniéndose cómoda para la sesión de sexo que se venía. Acarició el paquete de Francisco con los pies por encima del bóxer, mientras le dirigía sonrisas traviesas. Él se trepó al sillón, quedando de rodillas encima de las piernas de mi madre. Luego retiró su ropa interior. Tenía una herramienta impresionante y repugnante a la vez. Andaría por encima de los veinte centímetros, casi del grosor del antebrazo de mi madre. No estaba circuncidado, pero el tamaño del pene en erección hacía que la piel del prepucio se retrajera, dejando a la vista el amoratado glande. Las venas se marcaban claramente en aquel poderoso miembro que parecía tener vida propia ya que palpitaba ligeramente. Goteaba, expulsado líquido preseminal que caía sobre el cuerpo de la mujer que tenía debajo. Francisco sonrió orgulloso, al ver que había impresionado a la madurita con su herramienta.
- Parece que te comieron la lengua los ratones. ¿Qué, nunca habías visto algo así? – dijo tomando el tronco por la base para moverlo ligeramente
- No… no… nunca - decía mi madre mientras seguía con la mirada el repulsivo falo
- Es un pito normal… ¿Qué tu marido no carga una de estas? Jajajaja.
Parecía que no oyó la burla hacia su esposo de tan excitada que estaba. La escena era repugnante. Mi madre estaba desnuda, acostada sobre el sillón, entre retratos familiares, con un asaltante hiperdotado encima de ella. Contemplaba con devoción aquella herramienta, pensando en sí sería capaz de albergarla en su coño. Él se comía con los ojos el cuerpo femenino, pensando por donde quería empezar. Se decidió por lo clásico. Abrió las piernas tendiéndose sobre la mujer en posición de misionero, acomodando el trozo de musculosa carne en la entrada de la esponjosa cavidad femenina. Mamá no reparó en un detalle hasta que sintió la punta de aquella enormidad acariciándola.
- Espera – titubeó, poniéndole una mano en el amplio pecho – ponte un condón por favor.
- No me vengas con estupideces – respondió ásperamente, comenzando un frote de entrepiernas – es el primer conejito que voy a reventar en dos años. No lo voy a arruinar con gomas.
- Pe…pero en mi cuarto hay condones de Juan.
- Va. – contestó, un poco más pacientemente – Pero yo calzo de una talla especial de condones. ¿Juan tiene XXL?
- No. Normales.
- Entonces no me sirven. Y ya no jodas con niñerías.
- Solo no te vengas dentrooooo
La petición de mi madre terminó en un grito. Francisco había comenzado a introducirse lentamente, pero sin pausa. Parecía que enfrentaba algo de resistencia del coño, ya que le vi tensar los glúteos y empujar con fuerza mientras la penetraba. Logró meter hasta la mitad y el coñito ya no quiso ceder. Retrocedió un poco, para volver a empujar, esta vez entrando un par de centímetros más. Repitió este movimiento, dilatando cada vez más el sexo de mi madre con su poderosa herramienta que lentamente iba entrando. Mi madre apretaba los labios, gimiendo levemente mientras el macarra luchaba por entrar en ella. Francisco escupió sobre su herramienta para contribuir a la lubricación, aunque ya estaba brillante y los fluidos vaginales se deslizaban hasta el sillón.
- Mmm… parece que el coñito quiere guerra, ¿eh? Relájate, relájate y abre las piernas…
- Ooohhhh, mmmhhh… estoy bien abierta Francisco ohh… pero es que eres muy grande.
- Tranquila que ya va entrando… madre mía que apretada estás… he tenido novias que no estaban así…
- Uff… es que llevo mucho tiempo sin sexoooo
Me quedé anonadado al escuchar ese dato ciertamente íntimo, pero que mi madre había dejado escapar mientras comenzaba a fornicar con su amante. Finalmente, logró introducir toda su enormidad, hasta que los gruesos testículos reposaron sobre los labios vaginales. Se quedó quieto, disfrutando de su primera penetración en dos años. Comenzó a besar y a lamer la cara de mamá, con cierta delicadeza, incluso casi cariñosamente. Ella estaba como en shock con lo que el joven le acababa de introducir, con los ojos abiertos como platos y la boca intentando tomar aire.
- Joder Francisco – dijo en un tono mitad sorpresa, mitad regaño – cálmate un momento. Nunca había tenido algo de tu tamaño dentro.
- Mmm, que delicia Vero. – respondió mientras le mordía la oreja – Hacía tanto que no estaba dentro de una mujer. Me encanta lo apretadita que estás. Nos la vamos a pasar de puta madre.
- Por favor… ve despacio…
- Es increíble que pudieras con toda Verónica. Con las de mi edad solo puedo meterles la mitad. Bien clavadita, hasta el fondo. ¿Te gusta? ¿Te gusta este tamaño?
- Mmhhh, sí, sí me gusta papi.
- No te preocupes que ahora vivo a una cuadra. Me encargaré de que te acostumbres. Aunque ya pudiste con todo. Por eso me gustan las maduritas, al final son las más tragonas. Relájate bonita, que viene lo bueno.
Francisco comenzó a moverse con un ansia animal encima de ella. Salía casi totalmente, para entrar de golpe. En cada embestida mi madre era empujada hacia atrás. Incluso se golpeaba ocasionalmente la cabeza contra la pared. Comenzó a gritar, mitad placer, mitad de sufrimiento por tener aquella enormidad partiéndola. Viendo que no podía controlarse, optó por morder un cojín para evitar que sus gritos alertaran a los vecinos. Francisco empujaba con intensidad, dando una especie de gruñidos animales que me acojonaron.
- Mmm… argghhh… para… despacio… - suplicaba ella desde el cojín – me… estás… ¡partiendo en dos!
- ¡Mierda, si que te hacía falta un buen polvo! Aquí en tu casa calzan pequeño, ¿verdad? Tú tranquila que ya me encargo yo de esto.
- ¡Kyaaaaa!... ¡mmm! ¡argh tranquilo por favor!
- Parece que el coñito aún está apretado eh… te voy a dejar bien abierta. ¡La polla de tu maridito va a nadar aquí cuando acabe contigo!
- ¡Joder, que me rompes!
- ¡Te voy a meter hasta los huevos, guarra!
Después de varios minutos de penetraciones profundas, mi madre pudo prescindir del cojín. Los gritos que habían sido mitad placer ahora eran totalmente placer. Su cavidad lentamente se estaba adaptando al tamaño de su compañero y ahora gemía en sincronía con los empujones del ex recluso. Él seguía besándole la cara de manera que parecía que quería comérsela y paseaba las manos por la suave espalda de mi madre, gozando con todos los sentidos de su primera mujer luego de su tiempo de encierro. Se dio cuenta de que ella también disfrutaba y de que tenía control pleno de la situación.
- Me encanta como sabes Verónica.
Francisco cambió bruscamente su actitud. Tomó a mi madre de las quijadas con una mano, forzándole a verle a los ojos y a mantener la boca entreabierta. Aceleró el ritmo de sus embestidas aún más. El sillón temblaba bajo el peso combinado de ambos.
- A partir de ahora vas a ser mi guarrilla. ¿Te gusta puta, te gusta cómo te follo?
- Ah, amhnhng – intentó articular mi madre. Sin embargo, sus gemidos, que aumentaban constantemente de volumen eran una contestación suficiente.
- ¡Contéstame! ¿Te gusta, o no?
- Mmm… arghhh… ¡Fran!
- ¡Responde, joder!
- Ohh… Fran… me encanta…. fóllame… así… todos… ¡los días!
- Así está mejor. Tú sé buena chica y hazme caso o paro.
- No, no pares. ¡Sigue follándome!
El joven se dio por satisfecho y dejó de interrogarla. Entre gemidos, mamá lamía dos dedos que Francisco le había introducido en la boca. Ambos parecían haberse vueltos locos por el placer que les provocaba la entrada y salida del pollón. Los cojines del sillón estaban desperdigados por la sala, mi madre los había aventado en medio de su éxtasis.
Ella comenzó a retorcerse y gritó a pesar de la mano de Francisco. Todo el cuerpo se esforzó por levantarse debido a los espasmos. Francisco se detuvo un momento, disfrutando del orgasmo que le había producido a la hembra. Se impulsó hacia arriba, estampando el busto contra el torso de mi antiguo amigo. Las blancas piernas se estiraron, como intentando alcanzar el techo. En medio del éxtasis, casi se quita a Francisco de encima, pero el macarra la sometió con su peso y continuó penetrándola lentamente.
- ¡Me corro, me corrooooo! Mmmm… joder debo estar loca, pero me encantahh
- Mira a la mujercita casada… vaya que te tenían desatendida… pero no te preocupes que ya estoy aquí para quitarte las telarañas – dijo Francisco mientras veía como mi madre se retorcía
- Joder Francisco… nunca me había corrido así… joder…joder – repetía, intentando tomar aliento con la cara roja
- Mmm, ya sabía qué hacía falta un hombre en esta casa. Y aún tengo pila para darte mucha caña. Es increíble lo estrecha que estás. Juan no te da caña, ¿verdad?
- Muy poca. Además, tú tienes otro tamaño. – respondió ella, totalmente desinhibida. Después se ruborizó, dándose cuenta de que acababa de renegar de su marido.
- Lo que necesitas es que te follen bien. Voy a venir todos los días hasta que te deje bien abiertita.
¿Qué? ¿Por qué revelaba detalles de su vida íntima al joven? No pude pensar en una respuesta más que en la excitación del momento. Mientras intentaba de digerir las últimas palabras de mi madre, la escena continuó. Tras de provocarle el orgasmo, el tercero en lo que llevaban de follada, Francisco salió de mi madre y se sentó en el sofá. Comenzó a pajearse lentamente y a darse golpes con la polla en el ombligo, provocando unos chasquidos que resonaban por toda la casa. Su herramienta estaba rígida como el acero y brillaba por los fluidos corporales de ambos. Hizo un gesto a mi madre para que se acercara.
- Ven acá, que tengo algo para ti. Me merezco una mamada en condiciones luego de dos años de abstinencia.
- Como digas, papi.
Él se rio al escuchar eso. Mamá se dio la vuelta en el sillón para empezar el oral, pero Francisco tenía otro plan.
- De rodillas, Verónica. – dijo terminante
Descendió del sofá para acomodarse de rodillas frente a su amante. Apoyó los codos en los gruesos muslos de Francisco y comenzó a sopesar la polla con las manos.
- Joder, papi. Vaya pollón. Pesa.
- Anda, métetelo en la boca.
Mamá comenzó a darle besitos a la polla, dejando allí el labial que los magreos no habían logrado arrebatarle. Luego comenzó a lamerlo. Él estaba en tensión, mirando hacia abajo, esperando el momento culminante. Enredó las manos en el pelo de mi madre para controlar sus movimientos.
Se introdujo la herramienta lentamente en la boca. Llegó hasta mitad del trozo de carne, y luego retrocedió dejándolo bien ensalivado, añadiéndole otro fluido corporal a los que cubrían la herramienta del macarra.
- A partir de ahora me dirás papi. ¿Entendido?
- Sí, papi – respondió ella con voz sumisa - ¿Te está gustando?
- Bastante. Sigue, anda, no pares.
- Ten paciencia… casi nunca hago esto y tu herramienta pues…
- Sí, sí ya sé. – le interrumpió de mal humor - Abre la boca.
Francisco le pegó un pollazo en la cara. Ella no se sintió agredida y continuó con sus movimientos sobre la herramienta del ex asaltante. Se notaba por la timidez de los movimientos que no era algo que hacía comúnmente.
Él también notó que mi madre no era muy ducha en el sexo oral. Aunque le excitaban los esfuerzos torpes de ella por metérsela en la boca, se iba aburriendo. En uno de sus viajes hasta mitad de la polla, la cabeza de mamá fue empujada hacia abajo. Los quejidos no le importaron al joven y no paró hasta que la delicada nariz quedó enterrada en su vello púbico. Allí la retuvo un momento, escuchando los esfuerzos desesperados de ella por tomar aliento. Nuevamente sentí asco de pensar que el único aire que podría aspirar olía a la hombría de Francisco.
- ¡Ja! ¿Ya ves como si pudiste con mi tamaño? Ahora estate allí tranquilita, que tienes mucho que tragar.
Toses y sonidos inarticulados salían de la boca de ella, totalmente llena por esa cosa que debía tocarle la garganta. Veía como las aletas de la pequeña nariz de mi madre se expandían en un esfuerzo por respirar mientras luchaba contra Francisco. Claro que su pelea era inútil; el macarra era más fuerte que ella y la tenía bien sujeta.
- Bien adentro, como me gusta... ¡Tienes muy buena boca!
- Mmm… glurph… gag
- Shh, tranquila. Si te relajas la garganta se ensancha. Me encargué de que mi compañero de celda aprendiera bien eso. Cuando no hay mujeres uno tiene que tomar lo que tiene a mano, ¿no crees?
- Uff… gaghh… ufff
- Eso es, buena chica, ya estás aprendiendo.
Finalmente la soltó y mi madre inmediatamente echó la cabeza hacia atrás. Tosió un poco. Tenía algunas lágrimas en los ojos.
- ¡Mierda Francisco! – dijo entre ataques de tos – Te estoy diciendo que es la primera vez que estoy con alguien de tu tamaño
- Mmm, que rica boquita tienes. – el parecía no haber oído su reclamo - Igual que tu coñito. Voy a divertirme contigo. Y te dije que me llamaras papi.
Sin añadir más la tomó nuevamente por el pelo y le dio un brusco tirón para que se la tragara entera. Las arcadas de mi madre volvieron, pero Francisco no le dio oportunidad de protestar. En cuanto la boca llegaba hasta el glande, él repetía la operación de tirar de la cabeza. Parecía que quería ahogarla con su herramienta. El prepucio se extendía sobre el glande al salir de la boca y nuevamente se retraía por la presión de los labios de mamá.
Tras un rato de manejar la cabeza de mi madre a su antojo, se aburrió de estar en el sillón. El joven se levantó, teniendo bien sujeta a su mujer para evitar que el miembro se escurriera fuera de la boca. Reforzó su agarre en el pelo para luego comenzar a embestirla como si la estuviera follando, con la diferencia de que en vez del coño estaba penetrando los labios de mamá. Mamá protestó ante esta modalidad mientras él la penetraba con vehemencia, pero era evidente que al macarra no le importaba y seguía chocando su pelvis contra el rostro de mi progenitora.
La escena continuó, con Francisco mofándose de lo bien que tragaba y yo viendo eso como imbécil. Mi mente me decía que debía hacer algo, algo, algo; la maldita palabreja resonaba en mi cráneo vacío. Después de un rato los quejidos de mi madre desaparecieron. Ya no protestaba mientras Francisco le enterraba la herramienta hasta la garganta. En vez de eso se dejaba hacer, sumisa. Incluso emitía pequeños sonidos de complacencia al recibir las embestidas del macho. Viendo el éxito obtenido, le permitió descansar. Sacó su congestionada verga, dejando que mi madre respirara y que su cara recobrara su color normal. El amoratado pene le palpitaba, evidentemente estaba más a gusto en un sitio cálido y húmedo. Como algún orificio de mi madre.
- Mmm, sabía que te iba a gustar mi herramienta. A las de mi edad les intimida, pero se veía que tú estabas esperando un hombre de verdad. ¿Sí o no?
- Sí, papi, eres todo un macho…. ¡glurp!
- Sigue trabajándola – repitió empujando de nuevo – sigue que aún no acabo. No sé dónde venirme, Vero. ¿En tu boquita de guarra o adentro de tu coñito? ¿O tal vez en tu culo? Es mi primera follada en dos años y en la cárcel casi no podía masturbarme. Tengo montones de leche lista para ti. ¿La quieres?
- Sí, papi. Estoy esperando tu corrida...
- ¡Dímelo!
- Quiero… ¡quiero tu lechita papi!
Las embestidas continuaron, pero de una manera más tranquila. Mi madre ya tragaba sin esfuerzo, emitiendo pequeños gemidos de gusto cuando podía. Sus manos ya no luchaban contra los muslos de Francisco, ahora se apoyaban en el piso para tener un mejor agarre, haciendo que sus pechos destacaran generosamente hacia adelante. Todo el cuerpo de mamá se mecía acorde con el ritmo que él deseaba. El macarra se sintió satisfecho después de un rato y al ver que había dominado a su pareja. Retiró el falo, que aparecía brillante y pegajoso por la saliva que lo recubría. Un poco de babas cayeron de la boca de mi madre hacia sus pechos tras la retirada abrupta del miembro y emitió un largo “guaaaaggh” al verse privada de su dulce. Ella se quedó expectante, con la boca entreabierta.
- ¿Te gustó, papi? – preguntó sumisa
- Joder, me encantó tu boquita. Ven, vamos a seguir con lo otro. Súbete al sofá.
Se inclinó para darle otro morreo, sin importarle que su polla había estado en esos labios hace un minuto. Mi madre lo recibió aún con la boca abierta y el cabrón introdujo toda su repulsiva lengua, explorando toda la cavidad. Sentí arcadas nuevamente al pensar en lo que sabría la boca de mi madre. La sala olía terriblemente a sexo. Francisco dejó de besarla, y tirándola del pelo, hizo que se subiera al maltrecho sofá.
- En cuatro – le ordenó
Mamá le obedeció, acomodándose sobre rodillas y brazos con las piernas bien abiertas para recibir la polla de Francisco. Quedó de frente a la pared, lo que hizo que viera el reloj.
- Papi, ya casi llega mi marido.
- Que llegue, para que aprenda como se satisface a una mujer – respondió él secamente mientras se preparaba para montarla nuevamente
- Por favor, papi. No quiero que nos descubra.
- Está bien Vero. Te lo concederé porque has sido una buena chica. Anda, que ya casi acabo.
Antes de penetrarla, Francisco usó uno de sus poderosos brazos para empujar hacia abajo la cabeza de mi madre, de manera que el culo y la vagina quedaran enteramente a su disposición. Parecía que el primer hoyito le gustaba. Apoyó su pollón sobre él y comenzó a restregarlo. Ella se puso tensa al sentir eso.
- Espera, papi. Por allí no. Soy virgen. – le suplicó
- ¿En serio nunca te han dado por culo?
- No papi. Nunca. Por favor, por allí no. La tienes muy grande y me da miedo.
- Mmm. Voy a disfrutar de lo lindo cuando te lo rompa. Pero por hoy no. Quiero hacerlo lentamente, para que lo disfrutes. Después no pararas de pedirme que te dé por atrás – dijo mientras sobaba el clítoris de mamá.
- Gracias papiiiihh.
La última sílaba de “papi” se alargó hasta terminar en un sonoro gemido. Francisco había vuelto a penetrarla abruptamente. Con una mano detenía la cabeza de mamá, enterrándola en el sillón, de manera que los quejidos sonaban ahogados. Utilizó el otro para juntar los brazos de ella a la espalda, inmovilizándola. Ahora tenía completo control de la situación, como le gustaba.
Mamá gemía y gritaba sumisa, totalmente rendida a Francisco. Él la guiaba a golpe de cadera, montándola a su gusto. La rudeza de su amante y el sometimiento físico excitaban más a mi madre mientras el joven la embestía salvajemente. Parecía imposible que llevara casi una hora haciendo lo que quería con ella y sin eyacular, después de haber estado dos años sin tener relaciones.
- Como aguantas papi, eres todo un machoooo.
- No todos somos precoces como el cornudo… Uff, Vero, que delicia. Tenía ganas de metértela desde que te volví a ver, pero no pensé que estuvieras tan necesitada.
- Dame más, papi. Así, así. – decía ella, intentando empujar hacia atrás para no verse privada del miembro que tanto le gustaba – Nunca he estado con alguien como tú.
- Voy a venir todos los días a follarte. Vas a ser mi guarra particular. Dímelo, anda.
- Sí, papi. Seré tu guarra particulaaar. ¡Fóllame siempre que quieras! ¡Joder, vas a hacer que acabe de nuevo!
- Oooh, yo también voy a acabar. Estoy a punto. Prepárate que estoy lleno de amor calientito, solo para ti… ya me viene, me viene.
- Dentro no papi, por favor.
- Dentro sí. En prisión siempre soñaba con esto… Ojalá te preñe y así tendrás un hijo de un hombre real…
- ¡No seas bruto! Sácala, sácalaaa
- Abre bien que te va a gustar…
- No papi… por favor
Pero Francisco no tenía ninguna intención de eyacular fuera. Empleó las fuerzas que le quedaban en mantener a mi madre bien sujeta, mientras bufaba de gusto anunciando el inicio de su orgasmo. Clavó la polla hasta que los testículos chocaron con los labios vaginales y comenzó a descargar dentro de ella todo el semen que había acumulado durante su forzada abstinencia sexual.
- Ya me viene… estoy acabando…
- No… ¡dentro no!
- Pff, es muy tarde. ¡Toma tu premio por ser tan buena chica! Uff… toma… toma…
- Joder, la leche que estas echando…
- Verónica, Verónica – se limitaba a repetir el nombre mientras disfrutaba de su orgasmo
- Joder Francisco, siento como me llenaaas. Esta tan calientita… debo estar loca porque me fascinaaaaa…. ¡No puede ser, me corro, me corroooo!
- Así, siente toda mi corrida. Ojalá te haga una barriguita para que tengas un recuerdo de esto para siempre.
Mamá tuvo un nuevo orgasmo mientras Francisco terminaba de eyacular en su interior. Perdí la cuenta de los bramidos que emitió mientras rellenaba a mi madre con su semilla, pero a juzgar por los quejidos de ambos debía ser una cantidad tremenda. La soltó y utilizó las manos para estimularla y exprimirse el pene, de manera que expulsara hasta la última gota. La escena eran todo gemidos y gritos y superaba a cualquier porno que hubiera visto.
Finalmente, ambos pararon de jadear y de retorcerse. Francisco retrocedió un poco. Al verse libre de su agarre, mamá se dio la vuelta, quedando boca arriba frente a él. El delincuente juvenil se detuvo un momento a apreciar su obra. Se veía que la corrida había sido tremenda. El coño de mi madre expulsaba un poco de su leche y los últimos chorros de alguna manera habían ido a parar al vello púbico de la vagina durante los orgasmos simultáneos. El semen era amarillento, tremendamente espeso y tenía grumos. Por la textura y la cantidad parecía que era cierto el tiempo que Francisco llevaba sin sexo.
El joven tomó su ropa y comenzó a vestirse, con la polla aún dura. Aún estaba en condiciones de seguir, pero estaba satisfecho con lo que había hecho y dispuesto a parar por hoy como premio a mi madre “por ser una buena chica”. Mamá contempló a su amante con devoción, rememorando el polvo. Se acariciaba los pechos, lentamente y sin deseo, solamente por hacer algo.
- Uff, Verónica, que gustazo. No pensé que fueras tan apasionada. Que cuerpo tienes, dios mío.
- Gracias, papi. Espero que te la hayas pasado tan bien como yo.
- Ya lo creo. Mañana es sábado. ¿Tendrás un rato sola?
- Mi marido trabaja medio turno. Y Miguel se va a jugar fútbol a las diez.
- Entonces nos vemos mañana. Vendré a las diez y media. Quiero que te vistas sexy para mí. ¿Está claro?
- Como digas papi.
Yo flipaba con lo que estaba oyendo. Pensaba que la ridiculez de “papi” y de hacer lo que el dijera eran solamente en el sexo. Pero allí estaba mi madre, concertando una cita con él. ¿Cómo era posible eso? Una mujer de cuarenta y tres años, obedeciendo a un chaval de diecinueve. Que acababa de salir de la cárcel, por cierto.
- Ponte las bragas, anda. Sin limpiarte.
Mamá le obedeció. Se puso la ropa interior sobre el coño lleno de la semilla de Francisco.
- No te vas a limpiar hasta la noche. Quiero que traigas mi corrida dentro todo el día.
- De acuerdo, papi.
- También te depilaras totalmente. Me gusta ver los coñitos que reviento.
- Sí papi.
- Buena chica. Ven aquí monada.
La sujetó con una mano de las mejillas, mirándola a los ojos por unos segundos. Luego, Francisco se despidió de ella dándole unos besos cariñosos, muy diferentes a su comportamiento en el sexo. Ella correspondía a los besos de su amante, agradecida por el placer que le había hecho experimentar y totalmente sumisa. Una vez que se aseguró de no dejar rincón alguno de la cavidad bucal de mamá sin explorar, se retiró de la casa. Ella se colocó el sujetador y se llevó las manos a las bragas. Pensé que iba a quitárselas para asearse.
Pero ella se limitó a acomodárselas, sin limpiarse, obedeciendo la orden de su macho. Terminó de vestirse y abrió la ventana para que la sala se ventilara, ya que olía tremendamente a una mezcla de sexo y sudor. Luego se puso a hacer la comida mientras veía la televisión, canturreando alegremente. Una sonrisa le bailaba en los labios. ¿Qué carajos pasaba allí?
Tuve que quedarme en el piso de arriba un rato más hasta después de que llegara mi padre. Ella lo saludó igual que siempre. Nadie diría que hace menos de una hora se estaba revolcando con el joven que habían contratado para hacer reparaciones. Aproveche un momento en que ambos se fueron al baño para apreciar el trabajo de Francisco para escabullirme de la casa. La cabeza me daba vueltas. Saqué el celular y escribí un mensaje para uno de mis amigos que iba a tomar todos los viernes, pidiéndole que me esperara antes de irse de fiesta. Ahora sí que necesitaba un buen viaje de alcohol.