Mi madre secuestrada y follada en la playa

Secuestrada en un camino solitario, la violan en la playa ante la mirada de su hijo que, oculto, observa desde una duna próxima.

Es un día soleado de finales de primavera en el que una mujer de casi treinta años y su hijo de veintidós menos caminan tranquilamente por un camino solitario y polvoriento entre huertos. Están dando un paseo, camino de una bella cala de la que han oído hablar y nunca han ido ni visto.

Mientras el niño se detiene a beber en una fuente, un automóvil se aproxima, y, pasando sin ver al niño, se detiene al lado de la madre.

Algún ocupante del vehículo realiza una pregunta a la mujer que, al no escucharlo bien, se acerca solícita todavía más, inclinándose hacia delante.

En ese momento una puerta del automóvil se abre rápidamente y un tipo sale al momento, cogiendo a la madre a la que, violenta y apresuradamente, mete dentro con él, perdiendo ella las sandalias que calza, así como el bolso.

Arrancando el vehículo en el acto, sin ni siquiera dar tiempo a cerrar la puerta, los gritos de la madre y el griterío que surge de dentro del coche alertan al niño que, aterrado, observa impotente cómo el coche se aleja dando botes por el camino.

Dentro del auto han tumbado bocabajo a la mujer sobre las rodillas de los dos ocupantes del asiento trasero del coche, que aúllan como si de una jauría de perros rabiosos se tratara.

Histérica, patea y chilla despavorida para escapar pero varias manos la sujetan con fuerza para que no huya mientras que el individuo que la ha metido dentro del vehículo, cierra de un portazo la puerta.

Agarrando por detrás el vestido que ella lleva puesto, tiran violentamente de él, arrancándole los botones y abriéndoselo.

El sostén es lo siguiente que uno de los tipos suelta por detrás, mientras otro, utilizando una fina navaja, acaba de desgarrarla el vestido, abriéndoselo del todo.

Cogiéndola las bragas por el elástico, se las bajan por detrás, mostrando el culo desnudo de la mujer, pero quitárselas cuesta más, así que, utilizando nuevamente la navaja, se las cortan en dos trozos y se las quitan.

Una mano se mete por detrás entre las piernas de la mujer, directamente entre sus labios vaginales, sobándolo insistentemente.

Ella, aterrada y dolorida, chilla histérica y forcejea para levantarse, pero, más que conseguirlo, deja al descubierto sus pechos desnudos que los tipos aprovechan para sobarlos y toquetearlos sin ningún tipo de miramientos. Permitiendo incluso que la arranquen los restos del vestido que todavía lleva así como su sostén.

La sujetan brazos y piernas sin dejar de meterla mano a placer. Ella, chillando y forcejeando desesperada, intenta morder una mano que la sujeta uno de sus brazos, y, al lograr soltarse, manotea ridícula sin lograr nada.

Llegan enseguida a la playa y, deteniéndose bruscamente el vehículo, abren una de las puertas, saliendo precipitadamente la mujer la primera.

Por el impulso que lleva, a punto está de precipitarse de bruces al suelo, pero consigue incorporarse y echa a correr ciega, sin mirar realmente hacia ningún lado, en línea recta, huyendo del coche y metiéndose en la playa.

Corre despavorida sobre la caliente y fina arena amarilla, escuchando los apresurados pasos de los tipos que la persiguen de cerca, que están prácticamente al lado de ella.

Tres de los cuatro ocupantes del vehículo revolotean a su lado, observando lujuriosos los voluptuosos bamboleos de los glúteos desnudos de la mujer, mientras que el cuarto, el que pilotaba el vehículo, se queda rezagado, caminando despreocupado hacia los otros tres.

Un fuerte azote en una de sus nalgas la desequilibra, haciéndola caer al suelo, pero ella, desesperada, comienza a levantarse, pero, antes de que lo haga del todo, otro fuerte azote en la otra nalga, la derriba nuevamente al suelo.

Al levantarse por segunda vez, se encuentra rodeada por los lascivos individuos que, carcajeándose y aullando como animales, la azotan violentamente las nalgas, la agarran fuertemente las tetas y la meten bruscamente mano entre las piernas, empujándola fuertemente, pasándosela de uno a otro, zarandeándola hasta que, exhausta, chillando de terror, se deja caer de culo al suelo.

Sentándose rápida sobre la arena de la playa, se cubre con sus manos los pechos al tiempo que cruza sus piernas, tapándose cómo puede el coño, y contempla aterrada cómo los tres individuos que la rodean se quitan toda la ropa, se desnudan totalmente, dejando caer sus prendas sobre la misma arena.

Horrorizada observa con los ojos y la boca muy abiertos cómo los enormes cipotes erectos de los tres tipos apuntan majestuosos al cielo.

Completamente desnudos, se quedan mirándola soberbios desde arriba y ella, temiendo que la vayan a violar, permanece en tensión, a la expectativa, temblando.

Uno de los tipos hace amago de acercarse a ella, que reacciona chillando histérica y, sin levantarse del suelo, manotea estúpidamente para que no se acerque, provocando la risa burlona de ellos, que aprovechan para mirarla las tetas ahora al descubierto y hacerla burla, agitando ridículamente los brazos.

Otro individuo hace también un conato de acercarse a ella por el otro lado, haciendo que ella, chillando trastornada, se gire hacia él, manoteando en el aire, lo que aprovecha el primero para lanzarse sobre ella, sujetándola los brazos y tumbándola bocarriba sobre la arena.

La mujer chilla histérica, forcejeando, pero se siente totalmente desbordada cuando el otro individuo la inmoviliza las piernas, abriéndoselas para que el primero se meta entre ellas, con su pene duro y erguido.

• ¡Aaaaahhhh, no, no, aaaahhhh!

Chilla ella, fuera de sí, forcejeando e intentando moverse para que no la penetre, para que no acierte con su cipote en la entrada a su vagina, para que no se la folle.

También se incorpora al grupo el tercer tipo, que colocándose de rodillas al lado de ella, la sujeta por las muñecas, apoyándolas sobre la arena.

• ¡Tranquila, nena, tranquila! Esto puedes evitarlo, puedes evitar que te violemos.

Es la voz profunda del conductor del coche, que se aproxima totalmente vestido, caminando tranquilamente hacia ellos.

Al escuchar la voz, la mujer se detiene por un momento y el primer individuo aprovecha para meter la punta de su verga en la vagina de ella, y, una vez fijada en la entrada, con un movimiento de cadera hacia delante, penetrarla hasta el fondo, hasta que los cojones chocan con el perineo de ella.

Al sentirse penetrada la mujer deja de chillar y, conteniendo la respiración, siente cómo la verga del tipo se desliza dentro de su vagina, y, al llegar al fondo, deslizarse hacia fuera, para volver a entrar, una y otra vez, dentro-fuera-dentro-fuera. ¡Se la está follando!

Intenta resistirse ella al principio, pero al estar tan sujeta, la resulta imposible, e, impotente, mira el rostro de su violador, cruzándose las miradas.

Apoyado en sus brazos el tipo contempla, mientras se la tira, el bamboleo desordenado de sus tetas en cada embestida, así como la cara que pone la mujer al sentirse follada.

Ya no la sujetan las piernas, las tiene ella cruzadas sobre la cintura del joven, y mientras uno, resoplando, se la folla, los otros dos la sujetan los brazos y la soban insistentemente las tetas, besuqueándolas y lamiéndoselas.

El dolor va poco a poco dando paso al placer, y, cada embestida del tipo, ocasiona un suspiro de placer en la mujer, y del suspiro se llega al gemido, al chillido. ¡Su cuerpo se rebela, se excita contra su voluntad, y se corre, se corre al tiempo que el hombre, y chilla … chilla de placer!

• ¡Chilla, puta, chilla!

Exclama entusiasmado uno de los que la sujetan, pensando también él en tirársela.

No les dan tiempo a disfrutar de sus orgasmos, y otro tipo ocupa el lugar del primero entre las piernas de ella, dentro de su vagina, y, tumbándose bocabajo sobre la mujer, la amasa las tetas sin piedad, penetrando con su lengua en la boca de ella, morreándola, dejándola sin aliento, y, de cuatro o cinco enérgicas culadas, se corre dentro de ella, gruñendo como un oso.

Totalmente entregada el tercero la voltea, la coloca bocabajo sobre la arena, con el culo en pompa, y, colocándose de rodillas entre las piernas abiertas de ella, la sujeta por las caderas y la penetra por el coño.

Moviendo el culo y las caderas adelante y atrás, adelante y atrás, una y otra vez, se la va follando al tiempo que la azota con la mano abierta las nalgas. Y en cada azote que recibe, ella emite un agudo gritito que se confunde con los chillidos y suspiros que da al ser follada.

Ella, entregada, se deja hacer sin oponer ya ninguna resistencia, y apoya su cabeza sobre la arena, entre sus brazos, aguantando las nalgadas y acometidas del joven que se la está follando.

No pasan más de cinco o seis minutos de ininterrumpido folleteo cuando el tercero también se corre dentro de ella, y, al desmontarla, ella se deja caer agotada, bocabajo sobre la arena, pero falta el cuarto, el conductor, que, sin dejar de observar detenidamente cómo se follan a la mujer, se ha quedado también él completamente desnudo.

Se tumba sobre la arena, al lado de ella y la obliga a incorporarse, a ponerse rodillas, al tiempo que la amenaza:

• ¡Ahora tú! ¡Arriba! Si quieres volver a ver tu familia, ya sabes lo que tienes que hacer.

Aunque muy cansada y dolorida, la mujer teme por su vida e, inclinándose sobre el tipo, coge la verga erecta y empieza a acariciarla, a besarla y lamerla, como si se tratara de un sabroso dulce. Se la mete en la boca y, mientras la acaricia con sus labios y con su lengua, le soba los cojones con una de sus manos. Le está comiendo la polla, se la está mamando, mientras escucha comentarios obscenos de los otros individuos que además se carcajean a gritos.

• ¡Come, puta, come!

• ¡Eso, eso, que no quede ni una gota de leche sin que te la tragues!

• ¿Te gusta, eh, puta, te gusta? ¿Cuántas pollas te habrás comido, zorra?

• ¡Qué puta! La encanta comer pollas, se las come a manojos ¡Puta, más que puta!

Antes de correrse, el tipo, que había estado todo el tiempo sobándola las nalgas, la obliga a detenerse, y, sacando la empapada polla de la boca de ella, hace que se siente a horcajadas sobre él.

La mujer coge el cipote inhiesto del joven con una mano y se lo mete en el coño, hasta el fondo, sentándose sobre él.

Apoyando sus manos sobre el pecho del tipo, se mueve con la ayuda de sus piernas y de sus caderas, hacia delante y hacia atrás, hacia arriba y hacia abajo, lentamente al principio y aumentando poco a poco el ritmo del mete-saca.

Tiene la vista perdida, mirando sin ver, deseando acabar cuanto antes y sin sufrir ya más daños ni más vergüenza, solo deseando volver a ver a su hijo, olvidando todo lo que está sucediendo.

Sin embargo, los otros tipos no tienen más ojos que para ella, que para sus tetas, para su coño y para su culo, ni más pensamientos que follársela y verla follando.

Y mientras observan, jadean y animan a la mujer, continuando con sus comentarios obscenos.

• ¡Estás hecha para follar, puta! ¡Se nota que te encanta meterte pollas por el coño!

• ¡Menea el culo, zorra, que ya te daremos tranca en ese pedazo de culo, puta!

• ¡Eso, eso, mueve las tetas, puta, muévelas, que veamos cómo se mueven!

• ¡La de cubanas que vamos a hacernos con esos cacho melones!

El joven al que se está follando la mujer, permanece tumbado bocarriba sobre la arena, contemplando entusiasmado cómo botan las tetas de ella, y las soba a placer con las dos manos.

Mientras tanto el niño que ha visto cómo su madre desaparecía dentro del coche y que luego se perdía fuera de su vista, se queda inmóvil, paralizado, y aún permanece muchos minutos en estado de shock, sin moverse y sin saber qué hacer, hasta que, tímidamente, se acerca al lugar donde la han secuestrado y recoge del suelo, tanto las sandalias como el bolso que ha perdido ella, y se encamina por el camino hacia donde ha desaparecido el automóvil.

Aunque la distancia recorrida por el coche no es muy grande, el niño tarda bastantes minutos en recorrerla, apareciendo de pronto el vehículo aparcado ante sus ojos, al borde la arena de la playa.

Sorprendido se detiene unos segundos sin saber qué hacer, pero, al no ver a nadie alrededor, se acerca despacio y con cautela al vehículo.

Las cuatro puertas del automóvil están abiertas y no hay nadie dentro. Sobre el asiento trasero descansan unas prendas esparcidas desordenadamente. Reconoce el vestido de su madre, y, cogiéndolo con cuidado, se da cuenta que está totalmente desgarrado por detrás.

Debajo del vestido está un sujetador y en el suelo, unas bragas destrozadas. Angustiado, se da cuenta que seguramente son de su madre. ¡Está desnuda, completamente desnuda, la han desnudado! Pero… ¿Dónde está, donde está ella, dónde está su madre?

Furioso a la vez que desesperado el niño coge una fina navaja que encuentra en el suelo, la misma con el que han cortado la ropa a su madre, y la clava con rabia en una de las ruedas traseras del vehículo. Asustado por lo que ha hecho la deja ahí, sin atreverse a quitarla.

Observa huellas de pies en la arena y, dejando la ropa cómo la encontró, las sigue. Algunas huellas son completas de las plantas de los pies, por lo que la persona caminaba. Sin embargo, la mayoría de las huellas no son completas, corresponden a la parte frontal de la planta del pie, por lo que sus dueños corrían. Las huellas no son en línea recta, sino que zigzaguean, especialmente las de los que corren. Supone que si alguna de las huellas corresponde a su madre, ésta posiblemente corriera, por lo que sigue las huellas de los que corren.

Las huellas se encaminan hacia unas dunas muy altas, y, al acercarse, escucha voces, gritos y comentarios obscenos por lo que supone que están ahí a los sigue. Temiendo que lo descubran, se aparta de las huellas y sube a una duna muy alta, y, tumbándose en la arena, repta hacia el borde de la duna, escuchando voces debajo de él. Mira y observa varias personas a unos tres metros debajo de él. ¡Están completamente desnudos! ¡Cuatro hombres y una mujer! Tres de ellos están de pies, gritando obscenidades y rodeando a un cuarto que está tumbado bocarriba en el suelo. La mujer, tumbada al lado de éste, tiene metida en su boca la verga del hombre, mamándola, al tiempo que le acaricia el escroto.

¿Su madre? Cree que es ella, pero no está seguro, no la ve la cara, y llora desesperado en silencio, sin poder hacer nada por ayudarla.

La apartan la cabeza a la mujer y la obligan a ponerse a horcajadas sobre el joven que yace en el suelo, no sin antes meterse la verga de éste en su coño, y comienza a cabalgar, adelante y atrás, arriba y abajo, una y otra vez.

Observa cómo los glúteos de ella se contraen en cada movimiento, suben y bajan, suben y bajan insistentemente. El hombre la debe estar sobando las tetas ya que su hijo no lo ve, solo ve el hermoso culo de la mujer, en forma de melocotón y sin una pizca de grasa ni celulitis.

A pesar de los gritos machacones de los otros tres jóvenes, logra el niño escuchar un ruido rítmico, parecido al tam-tam de un tambor. ¡Son los cojones del tipo chocando con el perineo de la mujer!

Las manos del tipo descienden a hora a las nalgas de la mujer, sobándolas, amasándolas lascivamente con fuerza.

Los movimientos de ella son cada vez más rápidos, más enérgicos, más profundos, hasta que el hombre, sujetándola por las caderas, la obliga a detenerse. ¡Ha tenido un orgasmo!

No ha dejado de descargar toda su esperma en las entrañas de la mujer cuando otro de los jóvenes obliga a ésta a incorporarse y, colocándola a cuatro patas sobre la arena, la propina un par de fuertes azotes en las nalgas y la monta por detrás por el coño.

Sujetándola por las caderas se balancea adelante y atrás follándosela, movimiento que también realiza la mujer, facilitando el coito. Desea que se la follen cuanto antes y se queden satisfechos para que se marchen y pueda ella ir a la búsqueda de su hijo al que ha dejado abandonado en el camino.

Los resoplidos del joven se mezclan con los gemidos de la mujer y con el ruido de las pelotas estrellándose con el cuerpo de ella.

Al haber eyaculado hacía pocos minutos el tipo tarda más tiempo en correrse y, cuando lo hace, otro ocupa su lugar, penetrándola esta vez por el ano y, provocando que ella chille de dolor, pero, aunque se pone a llorar en silencio, aguanta que se la follen y que la azoten violentamente las nalgas.

Mientras la sodomiza, uno de los jóvenes se acerca a ella con el cipote erecto y, cogiéndola por la cabeza, la mete la polla en su boca e intenta que se la coma, lo que le resulta imposible a la mujer por la posición en la que está, así que sujetándola la cabeza, mediante movimientos de glúteos y de caderas, el tipo se la folla también por la boca. Casi al mismo tiempo se corren los dos jóvenes, uno dentro de la boca de la mujer y otro dentro de su ano.

Al desmontarla, la mujer se deja caer al suelo, dolorida y exhausta, y los jóvenes, riéndose, se alejan, no sin antes insultarla:

• ¡Puta, ya estás bien colmada de leche!

• ¡Cuando quieras más, ya sabes dónde encontrarnos, culo gordo!

• ¡Zorra, puta, calientapollas, calientabraguetas, mamona!

El niño, que ha contemplado cómo se follan y sodomizan a la mujer, se mantiene quieto, sin moverse ni emitir ningún ruido, mientras los jóvenes se alejan del lugar, y no se mueve hasta que arranca el coche con los cuatro ocupantes dentro.

Pasan más de diez minutos contemplando expectante a la mujer cuando ésta se pone a llorar amargamente y, dolorida, se incorpora y camina despacio y renqueante por la arena de la playa hasta el mar donde se agacha y se limpia con el agua el esperma que tiene pegado al cuerpo. Luego camina de la misma forma hasta el lugar donde estuvo antes aparcado el coche con el que la secuestraron.

El vestido roto, así como el sujetador y los restos de sus bragas, están tirados en el camino. Los han arrojado al suelo cuando el automóvil se marchaba.

Colocándose el sostén y lo que quedaba del vestido se pone a caminar, arrastrando los pies e inclinada hacia delante como una anciana, hacia el lugar donde ha dejado a su hijo.

Éste, que ya ha confirmado que la mujer a la que han sodomizado, follado y humillado es su madre, no se atreve a acercarse a ella, por vergüenza, y la sigue a varios metros, hasta que la mujer, al darse cuenta que la siguen, se gira aterrada, temiendo que sean nuevamente los violadores, pero, al darse cuenta que es su hijo el que la sigue, llora de alegría, llamándole, y el niño echa a correr hacia ella, llevando en sus manos las sandalias y el bolso de su madre.

En silencio, logran llegar a su casa, logrando coger un taxi que casualmente pasaba cerca de allí.

Nunca hablaron del tema y nunca volvieron a esa playa solitaria que tan malos recuerdos les traía.

A escasos kilómetros de aquella playa, una de las ruedas del vehículo en el que viajaban los cuatro malnacidos, precisamente en la que clavó el niño la navaja, reventó, haciendo que el coche se saliera de la calzada, dando varias vueltas de campana hasta que se estrelló contra un árbol, muriendo tres de los cuatro ocupantes, mientras que el cuarto se quedó tetrapléjico, permaneciendo postrado en cama para siempre. Nunca más volvieron a violar a nadie.