Mi madre se llama Helena (1/2)
Cuando las cosas están revueltas en casa, cambian las jerarquías
Javier había tenido una tarde bastante buena después de varias semanas pegado a los libros. Como todo post-adolescente que tiene que estudiar, las épocas de exámenes le resultaban una cárcel para sus ganas de vaguear, jugar a videojuegos y salir a ligar. Pero ya se había terminado la condena por el momento y ahora podía dedicarse a todas las cosas que le gustaba hacer y que no sumaban puntos en los exámenes.
De todas las aficiones que tenía, la última por la que le había dado era la de pasearse digitalmente por páginas web de relatos eróticos. Y más concretamente, por páginas en las que había relatos de amor filial madre-hijo. Y no era casualidad que se hubiera fijado en ese tipo de relatos. Javier tenía una vida bastante normal casi todo el tiempo, salía con sus amigos cuando podía, salía con chicas... Pero su normalidad se tambaleaba cuando tenía cerca a su madre.
La madre de Javier no era espectacular pero tampoco pasaba desapercibida ni de lejos. Aunque no era alta, su seguridad al hablar y sus ojos azul verdosos hacían que todo el mundo en una habitación se fijara en ella y le prestara atención. Tenía ese don de las personas tranquilas y decididas, para encandilar a la audiencia que tuviera alrededor y en su caso, ese encandilamiento terminaba por ser definitivo cuando posaba su mirada serena de aguamarina sobre alguien.
Javier estaba loco por ella, ya no podía evitarlo. Siempre la había querido claro, pero en los últimos años había nacido entre ellos una relación de confianza mutua, debido a los problemas familiares. Gracias a eso y a pesar de que producía en Javier algo de culpabilidad, la atracción que sentía por ella se había ido convirtiendo en algo mucho más que amor de hijo.
Por eso, cuando su madre llegó aquel día, Javier sonrió como siempre hacía cuando la iba a ver.
Recién llegada, Helena se quitó el abrigo y echó un ojo a la casa temiendo ver todo manga por hombro.
-Nene, ¿estás en casa ya?
-Noo -contestó Javier.
Javier estaba en su cuarto con la música baja, la puerta abierta y la play encendida. De momento adiós a los libros.
-Muy gracioso tú...
Helena, asomó la cabeza apoyándose en el marco y frunció el ceño.
-¿Ya estás ahí, enganchadito?
-Mamá, después de las notas que me han puesto, y que me he ganado, creo que voy a pasarme unas vacaciones siendo un hijo bastante pasota.
-Qué contestón... Puedes jugar a la maquinita todo lo que quieras... .... después de ayudarme, claro...
Javier puso el pause y miró a su madre muy serio y muy directo.
-No me mires así, friki. Ayúdame con tu hermano.
-No me llames friki, pre menopáusica.
Helena sonrió pero en seguida se puso seria de nuevo. Aunque Javier no podía esconderse a sí mismo lo que sentía, le encantaba tener esa clase de bromas con su madre. Era como estar flirteando... Pero claro, sin hacerlo de verdad.
-Va Javier... por favor.
El tono de Helena había bajado un par de tonos y a los oídos de Javier sonó a ''estoy cansada y no voy a pedírtelo dos veces''.
-Vaale. He ido a verle hace un momento y estaba bien, con la tele.
-Lo sé. Pero tengo que bañarle y sabes que yo sola no puedo.
Javier se puso en pie y miró a su madre más de cerca. Sus ojos azul verdosos eran un espejo muy bueno de su estado de ánimo. Ese día, aparte del cariño que siempre sentía en ellos cuando la miraba, veía una mezcla de cansancio y preocupación. Las suaves patas de gallo que ya iban apareciendo se marcaban un poco más de lo normal y su cabello castaño, peinado con esmero al principio del día, ya daba muestras de haber sido colocado con prisas más de una vez.
-¿Un día largo?
-Un día más...
Javier pasó al lado de su madre y le dio un buen beso en la mejilla a la vez que la descolocó más el pelo. Helena sonrió y se quitó del alcance de su mano.
-Ayy... Que querrás tú... Ya no me das besos si no es por que quieres algo.
-Solo quiero hacer saber a mi madre que es muy guapa y que se merece un mimo...
Helena le miró intrigada y luego sonrío alegre.
-¿Que soy muy guapa...? Algo caro debes querer...
-Que no, malpensada.
Cómo si quisiera demostrar su inocencia, Javier se acercó más despacio y volvió a besar a su madre en la mejilla pero esta vez alargó el beso y lo acompañó con una caricia en la cara. Helena ensanchó la sonrisa y miró a su hijo como si le hubiera regalado un coche nuevo, pero al quedarse mirando a sus ojos, desvió la mirada y carraspeó.
-Entonces ven a ayudarme, venga.
Helena enfiló el pasillo y Javier la siguió canturreando.
El hermano de Javier se llamaba David, y tenía parálisis cerebral de nacimiento. Su inteligencia estaba bastante disminuida, llegando al desarrollo de un niño de unos 2 años, sin poder articular palabras coherentes. Tampoco podía moverse él solo, su vida estaba unida a una silla de ruedas bastante tecnológica, con la que Javier solía bromear diciendo que un día se la iba a quitar para pilotarla en un circuito.
Sus cuidados eran algo que ocupaba bastante tiempo tanto a Helena como a Javier, aunque lo hacían turnándose y ayudándose sin mucho problema. El padre de la familia, Alberto, no ponía tanto interés en ello el poco tiempo que pasaba en casa.
-He pasado por la consulta del médico cuando volvía.
Javier miró a su madre y no le gustó la forma en la que dijo esa frase.
-Y... ¿qué te ha dicho?
-Pues que tu hermano está bien... pero tiene unos indicadores del hígado un poco descompensados. Hay que vigilar un poco su alimentación. Me ha dado algunos consejos...
-¿Sólo es eso? Eso no es nada mamá, David puede con eso y con muchísimo más. Es un crack.
Javier se acercó a la silla y la empujó de manera un poco brusca, antes de girarla y hacerla avanzar por el salón. David rió divertido, encantado de ser empujado por su hermano.
-¿A que sí, Davichín? Te vas a comer un montón de acelgas y pavo para ponerte bien bueno. Va a estar asqueroso, pero tú estás muy por encima de eso, colega.
Helena negó con la cabeza pero sonrió y siguió a la pareja de hermanos hacia el cuarto de baño adaptado. Tardaban en bañarlo unos 45 minutos, en los que Javier se pasó el tiempo bromeando y haciendo reír a su hermano y a su madre. Cuando terminaron, con David de nuevo en la silla, Javier lo volvió a llevar al salón. Regresó al cuarto de baño para terminar de apañar todo, y encontró a su madre sentada en el suelo con la espalda apoyada en la pared. El calefactor aún encendido calentaba la habitación.
-Ey. ¿qué te pasa?
-Nada, que estoy muy cansada. Que ganas tengo de tener días libres en el trabajo.
Javier se sentó en el suelo enfrente de su madre y en la misma postura, espalda contra la pared y una pierna doblada en V.
-Pues cógelos ya.
-No puedo, tu padre va a estar muy liado estas semanas... espera que no se tenga que ir de nuevo a otra sucursal...
-Pasa de él. ¿Te ha pedido permiso otras veces para coger sus días? ¿Lo ha hablado contigo?
-No empieces...
Javier tenía ganas de seguir hablando pero se mordió la lengua. Sus problemas con su padre venían de largo y habían pasado de tener pocas palabras entre ellos a ignorarse casi por completo.
-Sabes que tengo razón... pero bueno.
-Es como es.
-Ya y tú le aguantas porque eres una mártir.
-Javier...
Helena le miró con todo su cansancio y le hizo una súplica muda.
-Ya... que me calle. Pues nada, me callo.
El calefactor seguía caldeando el cuarto y Javier empezó a pensar que no se estaba nada mal allí, cerca de su madre y haciéndola pasar un rato más ligero después del estrés del trabajo.
-Lo que te hace falta es descansar y relajarte. Te preocupas de más. Mi padre no va a cambiar, yo soy un ser humano excelente y todo me va bien en clase, y David está un poco averiado pero lo lleva sin más problemas. No hay nada que te deba preocupar, en realidad.
Helena se encogió de hombros y miró a la pared.
-Es verdad, debería estar más contenta, ¿no?
Un silencio incómodo dejó esas palabras en el aire.
-Pues ahora que lo dices, sí. ¿Sabes lo que te hace falta para estar más contenta? Lo que te hace falta es un buen masaje.
Javier agarró los pies de su madre ante su sorpresa y comenzó a frotarlos con sus manos.
-Ayy.... pero no hace falta que hagas eso.... ummmm...
Javier ignoró la leve protesta de su madre porque pronto quedó claro que era solo por decir algo. El masaje comenzó a calentar sus pies y a reactivar su circulación, haciendo que Helena cerrara los ojos y se relajara.
-Ves que bien...
-Nene que manos tienes...
Durante unos minutos Javier siguió el masaje mientras se oía algo de música de la tele de fondo y el calor de la estufa eléctrica les envolvía. Javier comenzó a masajear también los gemelos y los tobillos de su madre, mientras ella estiraba y se dejaba hacer. Con algo de rubor, Javier se fijó en que la camiseta de tirantes que su madre se había puesto para bañar a su hermano, empezaba a marcar dos pequeños botones en el lugar donde sus pechos se definían.
Helena no decía nada, se mantenía con los ojos cerrados y de vez en cuando abría un poco los labios para dejar escapar un suspiro suave.
-Javier... qué bien....
El chico empezaba a tener un color muy rosado en sus mejillas, pero intentó disimularlo hablando.
-¿Te gusta? Sabía que era lo que necesitabas...
-Umm sí...
-Deberíamos hacer esto más a menudo.
Helena sonrió pero no abrió los ojos.
-¿Seguro que no quieres pedirme nada?
En la mente de Javier sí estaba empezando a formarse algún pensamiento que implicaba pedirle algo a su madre.
-No...
-Ya...Qué bien Javier... casi se me está olvidando el día que he tenido.
-¿Ha habido algún problema en la oficina?
-Mmmm... sí... el idiota de Arturo y los demás jefazos... se creen que estamos todos para servirles.
-Mira, otro del que tienes que pasar.
-Ya... eso quiero, pero es el que me paga... No ha sido un buen año y se rumorea que vamos a perder clientes. Si eso ocurre habrá algún despido... seguro...
-Mamá....
-¿Qué?
-Que no pienses ahora en esas mierdas.
-Lo sé... con tu masaje casi no me preocupa nada...
-Eso sí es un pensamiento positivo.
-Mmmm... y tú... desde cuándo eres tan servicial.
-Desde que tengo una madre tan bella y tan preocupada por todo.
-Aimmm.... yo creo que me engañas...
-¿Sobre qué te engaño?
Javier empezó a apretar más a la altura de los gemelos de su madre, haciendo que Helena se moviera a su ritmo, siguiendo su masaje y cerrando los ojos.
-Sobre... ahhmmmmm... sobre que quieres algo... seguro...
-Puede.
Helena sonrió pero siguió haciendo muecas de placer y no abrió los ojos.
-Lo sabía... mmm... ¿me vas a pedir que te compre la PS5?
Javier siguió masajeando las piernas de su madre pero ahora se despegó de la pared y se puso mucho más cerca de ella, en cuclillas. Sus manos pasaron de recorrer los tobillos a las rodillas de Helena, manteniendo el masaje.
-Quiero que te relajes.
-Mentiroso... no me ibas a pedir eso.
Las manos de Javier comenzaron a temblar un poco, sobre todo cuando rozaban la piel de los muslos de su madre. Mientras seguía el masaje, iba replegando cada vez más las perneras del pantalón fino que se había puesto su madre al llegar. Ahora eran un bulto de tela hecha un gurruño por encima de los muslos de Helena.
-Mmmm... no me lo vas a decir.
Javier ya no sabía si su madre estaba medio en trance o se estaba quedando con él. Hacía ya unos minutos que ese masaje estaba excediendo lo que vendría siendo normal entre una madre y su hijo, pero no podía ni quería evitarlo. La situación, con el calor concentrado y la intimidad que se había formado entre los dos, lo estaba absorbiendo.
-Quizás sí... ¿crees que este es un buen momento para pedirte algo?
Javier se puso de rodillas y subió sus manos cuanto pudo, masajeando la mayoría del tiempo los muslos suaves de su madre. Helena hizo un gesto para permitirle subir las manos por sus piernas, aunque con el evidente freno del pantalón que había sido redoblado varias veces.
-Mmmmhhh... este es el mejor momento para pedirme cualquier cosa.
Javier se acercó al rostro de su madre. Estaba tan cerca que podía oler el perfume afrutado que se había puesto esa mañana y aún duraba. Sus ojos estaban cerrados, y sus labios estaban entreabiertos en una mueca tentadora y feliz.
Javier se acercó más y besó a su madre en los labios.
Al principio hubo una chispa eléctrica que recorrió el cuerpo de los dos. Los labios de ambos se mantuvieron pegados durante varios segundos, en los que apenas se movieron. Entonces Helena abrió los ojos y sus iris azul verdosos se clavaron en los ojos castaños de su hijo. Subió una mano al rostro de él, acariciándolo y se separó yéndose hacia atrás.
-Venga, vamos fuera, vamos a recoger esto.
Javier intentó guardar la apariencia y disimular su excitación y su deseo. No sabía por qué aquello había empezado, ni tampoco por qué había acabado tan pronto. Pero Helena ya se levantaba y se movía por el baño ordenando los utensilios que había usado en el baño de David. Hizo caso a su madre y se puso a terminar de arreglar el cuarto de baño para salir de allí.
Al día siguiente, cualquiera podría haber dicho que todo era normalidad pero Javier sabía que no. La convivencia con su padre nunca había sido muy calurosa, y en la casa no sobraban las risas cuando él estaba presente. A pesar de eso, mientras desayunaban o comían todos juntos, todo era como había sido siempre hasta entonces. Sus padres hablaban entre ellos con monosílabos, Javier y su padre no se hablaban apenas, y solo las bromas de Javier con su hermano David rompían la monotonía.
Lo que si había cambiado, era la forma de mirarse entre Javier y su madre. En varias ocasiones se rozaron las manos y Helena las retiró de forma algo brusca, algo que pasó desapercibido para su marido pero no para Javier. El chico no hizo nada fuera de lo normal, pero si que se permitió darle un beso más largo de lo normal en la mejilla al levantarse. Eso provocó una sonrisa nerviosa y una mirada rápida de Helena a su marido, como si éste no debiera enterarse de algo que estaba sucediendo.
Después de comer, Alberto murmuró algo sobre una reunión informal con un cliente de su bufete, y desapareció diciendo que volvería tarde. Javier siempre se alegraba cuando perdía de vista a su padre pero esta vez, a demás de alegrarse notó un cosquilleo en el estómago y unas ganas repentinas de ir al lugar de la casa donde estuviera su madre.
Helena estaba leyendo, medio echada en el sofá con una manta que tapaba la mitad de su cuerpo. La ventana cercana dejaba entrar una la luz débil, mientras la lluvia la golpeaba suavemente. Javier se acercó sin hacer mucho ruido y se sentó a sus pies, en la alfombra que cubría el suelo de tarima.
-Hola mamá-tan-preocupada. ¿Qué haces?
Helena levantó la mirada del libro un momento y la volvió a fijar en él enseguida.
-Nada. Leer, ¿no lo ves?
-¿No te parece mal?
-El qué -contestó ella.
-Que mi padre ya ni se esfuerce en disimular cuánto pasa de nosotros.
Helena le miró ahora más seria por encima del libro.
-¿Y desde cuándo te importa que tu padre entre o salga?
Javier notó un tono quizá algo irritado y decidió ir con cuidado.
-No, si a mí no me importa. Pero las excusas se las busca cada vez peores.
Helena suspiró. No sabía por donde podía ir la conversación pero el beso del día anterior llamaba a no precipitarse.
-Nene, qué quieres decir.
-Nada... que sus excusas son las mismas que se ponen en los telefilms baratos.
-Ya... osea que crees que tu padre tiene un lío.
-Yo no he dicho eso. Pero su comportamiento es raro, ¿no? Bueno raro ya no. Es... habitual...
-Javier, estoy relajada leyendo, si lo que quieres es molestarme para ya, ¿vale?
Se hizo el silencio. Helena cambió de postura y se hizo un ovillo con la manta.
-Yo creía que contigo tenía un aliado, ¿sabes? Que siempre me ayudabas -terminó ella.
Javier se estremeció y sintió que esas palabras dolían más de lo que estaba dispuesto a admitir. La verdad que no hablaban de ello, pero como en esa casa, el matrimonio parecía repartirse los roles entre el padre que solo trabajaba fuera y la madre que trabajaba fuera y dentro, Javier había tomado con frecuencia el papel de ayudante y paño de lágrimas de su madre cuando ella tenía que desahogarse. Se apoyaban, se repartían tareas, se turnaban para cuidar de David. Eran como cómplices, y siempre habían echado una mano al otro cuando hacía falta.
-Y lo soy.
-Eres ¿qué?
-Tu aliado, mamá.
-OK. Eso espero de ti, que siempre te comportes como un aliado y no cómo otro problema más.
Javier se recostó contra el sofá y sopló hacia el techo apoyando la cabeza en las piernas de su madre.
-No seas así. Yo siempre te he ayudado. ¿Puede que me estés hablando de algo en concreto que pasó ayer?
Helena le miró soltando el libro.
-Tú sabes a qué me refiero.
-¿A qué?
-A que ayer me besaste-dijo Helena bajando la voz inconscientemente, porque nadie podía oírlos.
Javier ladeó la cabeza y la miró a esos ojos azul verdosos que le observaban muy serios.
-Incorrecto. Ayer no te besé. Ayer nos besamos.
Silencio en la sala. Helena seguía muy seria.
-Es muy diferente -siguió Javier-. Es lo que pasa cuando alguien besa a alguien pero el otro alguien mantiene el beso. Quizá dando pistas de que le está gustando...
Helena entornó la mirada y pareció estudiar a su hijo, un poco como si lo viera de nuevo después de mucho tiempo.
-¿Eso es lo que pasó ayer?
-Sí, mamá. Eso es lo que pasó ayer. Soy muy joven y no quiero pasarme de listo pero eso no quiere decir que sea tonto.
Helena y Javier se quedaron un momento callados mirándose. La mirada de ella seguía siendo muy seria pero tenía un brillo que Javier no había visto muy a menudo. Era casi como una mirada de desafío. Solo se oía en la habitación un reloj recorriendo segundos y un murmullo lejano de viento y nieve.
-Muy seguro estás de eso... ¿no?
Javier creyó notar algo en sus ojos y en su voz. Algo que intuía pero que no podía llegar a creerse. Algo más que un desafío.
-Tan seguro como que ahora mismo te mueres porque te vuelva a besar.
-¿Ah sí...?
Helena estaba empezando a ensayar una risa pero no llegó a formarla del todo porque Javier se echó encima de ella y la besó de nuevo en los labios. Al principio la sorpresa hizo que Helena soltara un gritito. Los labios de su hijo estaban sobre su boca y el chico se había colocado bastante rápido sobre ella, no bruscamente, pero sí muy rápido. La reacción siguiente de Helena fue, no tenerla. Aquello había pasado tan rápido que no supo responder. Javier se movió para no aplastar a su madre, apoyando las rodillas a los lados del sofá y dejándola a ella suficiente hueco para que pudiera moverse un poco.
La besaba en los labios, en la mejilla, en el cuello. Deprisa pero con suavidad, llevando su mano a su cabello para acariciarlo. En el silencio del salón los besos sonaban a veces sonoros, a veces húmedos. Tenía ganas de hablar, pero bastante miedo de hacerlo, como si las palabras fueran a ser lo que interrumpiría los besos. Así que con poca experiencia pero con mucho amor, Javier siguió besando a su madre y acariciándola.
Helena había tenido un momento de temor, pensando que su hijo se había vuelto loco, pero ahora la estaba tratando con tal dulzura que su incredulidad había crecido más que su miedo. Estaba completamente fuera de juego, sin saber que hacer ni cómo reaccionar. Tan solo podía seguir recibiendo los besos y caricias de su hijo mientras su mente se iba a blanco y ella viajaba a un lugar más de sensaciones que de ideas.
Comenzó con pequeños gestos. Javier empezó a notar que su madre respondía a un beso moviendo los labios, a una caricia temblando, al peso de su cuerpo con algunos movimientos entre el sofá y él. Intentó seguir como iba, poco a poco y con cuidado, luchando contra el deseo que le estaba atrapando y que le empujaba a acelerarse.
La boca de Helena comenzó a abrirse, para expirar más profundo en un momento, para dejar entrar la lengua de su hijo en otro. Los besos comenzaron a ser largos y del todo correspondidos, con la lengua de Helena invitando y enredando la de Javier entre suspiros. Nadie decía nada.
Las manos empezaron a encontrarse y a seguir la silueta de los cuerpos. Cuando Javier sintió que su madre acariciaba su espalda desnuda por debajo de su camiseta, tuvo un golpe de placer que le hizo pegarse mucho más a su cuerpo, casi aplastándola entre él y el sofá. La erección del chico comenzó a clavarse en el vientre de Helena y ella respondió presa del deseo, alargando la mano para tocarlo.
Cuando la mano de Helena tocó el pene duro de Javier, aún por encima de su pantalón, todo se aceleró más. Javier gimió y comenzó a tirar de la ropa de su madre, como si fuera a arrancársela aunque sin llegar a quitarla. Helena se dejó tocar y besar con sed y hambre y respondió levantando las caderas para rozarse más con la erección de su hijo.
Empezaron un movimiento de toma y daca, pero con la ropa puesta, que sirvió para que Javier terminara de perder la cabeza. Con bastante ansia, introdujo la mano entre los dos cuerpos y llegó a meterla dentro del pantalón y la ropa interior de su madre.
Cuando los dedos de Javier rozaron el pubis empapado de Helena, ella gimió y le respondió mordiéndole en el hombro. Sin quedarse atrás, siguió besando y mordiendo a Javier y metió su mano también por dentro del pantalón y los slips de él, hasta tocar todo su pene. La recorrió, masturbándole, bajó hasta agarrar sus huevos y con ellos en la mano dijo lo único que iba a decir en todo ese momento.
-Nene..., tócame....
Los gemidos de los dos acompañaron el deseo que se había convertido en lo único que los dos sentían. Se besaban, se lamían, se miraban. Y se tocaban el uno al otro, masturbándose encendidos, a medias por el cuerpo del otro y a medias por el puro morbo. La mano de Javier resbalaba entre las piernas de Helena, que estaba totalmente empapada. El chico no hizo intención de meterle los dedos porque el puro ritmo de movimientos que los dos llevaban no se lo iba a permitir. Así que siguió deslizando su mano tan intensamente como podía, rozando el clítoris y los labios vaginales con el suave vello húmedo de su madre acariciando sus dedos. Haciendo un ruido muy parecido al chapoteo.
Helena no se quedaba atrás y movía su mano cada vez más rápido apretando en ella el pene caliente de su hijo, hasta sentir el pulso de su circulación en su palma. Siguió subiendo y bajando haciendo que el glande de Javier apareciera y desapareciera, mojando su mano de líquido preseminal.
Todo se aceleró tanto que los dos sabían que la explosión estaba muy cerca, y sin decirse nada se miraron a los ojos y se besaron con furia. Helena se corrió antes. Su orgasmo la atravesó y soltando el pene de Javier, usó las dos manos para abrazar y atraer a su hijo. Con una mano pegó su cabeza a la de ella, haciendo que el beso fuera más hondo y con la otra agarró el culo de Javier para ponerlo sobre ella y correrse con su pene clavado entre sus piernas, resbalando entre sus fluidos.
Cuando Javier sintió el calor del coño de Helena mientras ella se venía, no aguantó más y empezó a correrse sobre ella, fuera, pero justo encima de su vientre y su pubis. Los dos se abrazaron exhaustos mientras ella sentía los últimos latigazos de placer y él empujaba su pene contra su cuerpo eyaculando una buena cantidad de semen.
Siguieron abrazados durante mucho tiempo, en el que compartieron algunas caricias y besos. Pero Javier notaba que los ojos de su madre se iban poniendo cada vez más serios, después de haber perdido ese brillo de deseo que ahora conocía de primera mano. Después de un buen rato, Helena empujó a su hijo suavemente y miró hacia abajo, donde lo que quedaba de su ropa estaba descolocada y llena de semen y sus propios fluidos.
-Mamá, igual deberíamos hablar un poco... bueno... después de limpiar esto...
Helena se levantó, y empezó a limpiarse con los pañuelos de la mesilla.
-Me voy a duchar y a echar a lavar todo esto, haz lo mismo y ve a ducharte arriba. Ahora no quiero hablar.
Javier vio con algo de tristeza como su madre se iba negando y con los ojos vidriosos hacia el cuarto de baño de ese piso. Intentó llamar a la puerta cuando ella se encerró allí pero no consiguió nada, ni siquiera un sonido. Así que hizo caso y fue a ducharse. Después pasó por el cuarto de su hermano David para asegurarse que estaba bien y lo dejó muy interesado en algún programa infantil de la televisión.
Cuando bajó de nuevo, vio una nota de su madre en la que decía que se iba hasta la noche y que llamaran a una pizza para la cena porque volvería tarde.
Continuará...