Mi madre es una pajera

Durmiendo con mi madre, descubro que es una gran pajera.

Tenía yo once años cuando observé por primera vez una masturbación de mi madre. Pasábamos el fin de semana en la playa, en casa de mis abuelos, y, por razones que no viene al caso relatar, me correspondió compartir cama con ella.

Esa noche me sentía cansado. Apenas terminada la cena, subí a nuestra habitación, me acosté y me quedé profundamente dormido en la cama matrimonial que habitualmente ocupaban mi madre y mi padre.

Desconozco cuanto tiempo transcurrió, pero de pronto me desperté sintiendo que la cama se movía lenta pero rítmicamente. Inmediatamente pensé que era un temblor. Vivo en Chile y estos fenómenos de la naturaleza se producen con mucha frecuencia. Pero no, no era temblor.

Al abrir los ojos, vi que mi madre estaba recostada de espaldas, las piernas dobladas, abiertas y levantadas como en "posición de parto". La camisa de dormir apenas tapaba sus tetas. El resto de su cuerpo estaba completamente desnudo. Con una de sus manos sostenía el libro que leía absorta mientras con la otra acariciaba con suavidad y delicadeza su vagina. De vez en cuando, abría y cerraba las piernas. En algunas ocasiones las dejaba completamente abiertas y en otras las cerraba y apretaba con fuerza, aprisionando su mano entre ellas, mientras su cuerpo ejecutaba movimientos circulares.

De pronto giró su cuerpo hacia la mesilla de noche y su culo quedó casi enfrente de mi cara. Seguía leyendo. Su mano libre acariciaba ahora su trasero con intensidad y pasión.

Yo estaba hirviendo. Permanecía en silencio, con mis ojos entreabiertos para no perder detalle del espectáculo. Mi pene estaba a punto de reventar, aunque yo no lograba comprender del todo lo que me estaba ocurriendo. Casi a diario veía a mi madre circular por casa desnuda o vestida sólo con ropa interior y jamás me había excitado. Esta era la primera vez que experimentaba con ella una calentura. Me sentía culpable y medio degenerado. En un momento quise darme vuelta en la cama para dejar de observarla, pero la fuerza del deseo me lo impidió.

Transcurridos unos minutos (no sé si muchos o pocos), mi madre volvió a girar su cuerpo, adoptando la posición inicial. Botó el libro, apagó la luz y subió aun más su camisa de dormir de manera que sus pechos quedaban ahora al descubierto. Con una de sus manos volvió a acariciar su sexo mientras con la otra comenzó a apretar y tirar de sus pezones. Movía su cuerpo hacia arriba y abajo cada vez con mayor frecuencia. Apareció en su rostro una expresión mezcla de esfuerzo y rabia. Sus dientes mordían su labio inferior mientras aumentaba la agitación de su cuerpo. De pronto emitió un leve quejido seguido de fuertes y ahogados resoplidos mientras su cuerpo se tensaba. Finalmente, exhaló un gran suspiro y su cuerpo se distendió completamente.

Aproveché ese momento de relajo para levantarme y correr al baño a pegarme la gran paja de mi corta vida.

¿Qué pasa? Preguntó mi madre mientras encendía la luz.

Nada, mamá. Voy al baño.

Acabé de inmediato, casi sin tocarme. Volví a la habitación y mi madre ya dormía, con su cuerpo completamente tapado por las mantas.

Fue ese el día en que me convertí en el pajero y voyerista que soy hasta ahora.