Mi madre es una marrana

En esta historia os cuento como comenzó el emputecimiento de mi madre hasta convertirse en la marrana que es hoy, y cómo se lo tomó mi padre.

MI MADRE ES UNA MARRANA

Os voy a contar la historia de cómo he llegado a hacer de mi madre la marrana que es hoy en día.

Todo empezó cuando yo tenía 18 años. Para esa edad yo ya había completado mi desarrollo totalmente y era un hombre hecho y derecho. Exteriormente se me notaba en que me había salido la barba y había adquirido ya hechuras de hombre, y por dentro este desarrollo se tradujo en un pedazo de cipote que de ahí en adelante sería mi mejor arma. Yo siempre había tenido una buena polla, pero al finalizar mi desarrollo de la adolescencia experimenté un crecimiento desproporcionado. Así, alcancé un tamaño de 24 cm de verga en erección, con un grosor similar al de un salchichón. En reposo, mi morcilla era más grande que el pene en erección de muchos hombres. Y todo adornado con un par de pelotas el doble que las de un hombre normal, que producían leche en cantidades desorbitadas.

Con semejante paquete no tuve problemas para empezar a tener relaciones sexuales. Y lo que es mejor, empezó a correrse la voz del tamaño de mi cipote, y cada vez eran más las chicas que se interesaban por mí. Al principio empecé a tener relaciones con chicas de mi edad, del instituto, pero pronto di el salto a las mujeres maduras, que siempre me habían puesto.

La primera madura que me follé fue la madre de una chica de mi clase. Por lo visto, nos había estado espiando un día mientras me follaba a su hija y se quedó flipada con mi badajo. Así, un día fui a su casa preguntado por su hija. Me dijo que no estaba, pero que pasara a esperarla. No tardó ni dos minutos en abalanzarse sobre mí. Decía que quería probar mi rabo. Y yo no la dejé descontenta. Me saqué la polla y la obligué a hacerme una mamada de la hostia. Al rato, cuando que la tuve bien lubricada, se la endiñé por el coño hasta el fondo y le pegué una monta que duró media hora. La puta se corrió por lo menos cuatro veces en ese tiempo. No paraba de decirme el pedazo de cipote que tenía y de gritar como una cerda. Justo cuando estaba corriéndome en su cara entró su hija en la habitación y vio perfectamente como le regaba la cara de lefa a su queridita mami.

Pues bien, como he dicho esto fue sólo el principio. La voz se corrió y sin hacer mucho por mi parte, empecé a follarme a 5 ó 6 vecinas del barrio. Una era mi vecina de escalera. Otra era la carnicera de mi calle. Otra, la madre de uno de mis mejores amigos. Y así otras cuantas más.

Eso sí, la tónica general con todas ellas era el sexo duro y guarro. Todas eran cuarentonas y cincuentonas casadas, que babeaban por follar con un yogurín como yo, con un cipote de infarto, y estaban dispuestas a hacer lo que fuera por ello. Una de las cosas que más me gustaba hacer con ellas era follarles la boca hasta que casi se ahogaban. Las ponía de rodillas, les ataba las manos a la espalda y me enroscaba su pelo en ambos manos para poder mover su cabeza a mi antojo, como si me estuviera haciendo una paja con su cabeza. Les metía la polla hasta el esófago. Sólo puedo deciros que conseguía que mis cojones tocaran en su boca, y con el tamaño de polla que tengo imaginaros lo que eso significa. Las putas se ponían a babear como cerdas con el metesaca de polla y lloraban pidiendo clemencia porque se asfixiaban. Yo para hacerlo más cruel aún, en el momento álgido de la follada de boca les tapaba la nariz con dos dedos para que les faltara el aire totalmente. Un día la verdad es que me acojoné, porque la carnicera se quedó sin conocimiento por un momento al realizar esta práctica que acabo de comentar. Y la zorra, en cuanto se recuperó, en vez de irse o reprochármelo, se abrió de piernas para que me la follara. Menuda guarra estaba hecha.

Otra cosa que me gustaba bastante era tenerlas un buen rato chupándome el culo y los huevos. Yo me ponía a ver la tele tranquilamente, y ellas mientras se ponían de rodillas repelándome bien el ojete. Las zorras sabían que si no me lo hacían bien, luego no tendrían la recompensa de la follada. A veces podía tenerlas más de tres cuartos de hora comiéndome el culo.

Las folladas por el culo eran también una práctica obligada. Todas ellas eran además vírgenes por el culo, así que el sufrimiento que tenían cuando sentían entrar mi pollón era extremo. La primera vez todas lloraban y gritaban como locas. Con una de ellas un vecino llegó a llamar a la policía al oír los gritos que pegaba la zorra. No podéis imaginar el placer que produce follarse un culazo virgen de jamona madura. Sentir tu polla apretada partiéndoles literalmente el culo es un gustazo que todo el mundo debería poder disfrutar alguna vez en su vida. Por no hablar del morbo de verlas berrear y moverse intentando resistirse al invasor que las llena por su puerta de atrás.

Pero todas estas prácticas eran aguantadas por ellas con estoicismo e incluso con agrado, pues se veían recompensadas con las folladas que les propinaba. Eran folladas que podían durar de media hora a una hora, y en las que ellas disfrutaban de un cipote joven y grande como el mío que ni en sus mejores sueños habían pensado que pudieran tener, y en las que podían concatenar varios orgasmos.

Pues bien, todo lo relatado hasta ahora es un breve resumen de mi vida sexual por aquella época, para que entendáis mejor cómo empezó el emputecimiento de mi madre.

Yo ya le tenía echado el ojo y desde que empecé a follarme jamonas maduras, mi madre fue el principal objetivo a conseguir. Para que os hagáis una idea de cómo es físicamente, os diré que tenía 41 años en aquel momento, es morena con el pelo rizado, rellenita (sin ser obesa, le sobran ya kilos por todas partes y sobre todo tiene unos muslazos tremendos de jamona), con un pandero de infarto y unos melones acojonantes (talla 120). Las tetazas las tiene coronadas por dos pezones gigantes (tanto el pezón, como la areola) de color oscuro. Además las tiene ya bastante caídas. El coño lo tiene negro como el tizón, y con una pelambrera espesísima (hasta que yo se lo hice afeitar en cierto momento). Vamos, una madura rellenita y feúcha para muchos, pero una jamona morbosa y con carnes donde agarrar para mí.

Para conseguir a mi madre, el plan que ideé fue muy simple. Simplemente me traje a casa un día a una de mis putas particulares, y me puse a follármela en la cama de matrimonio de mis padres. Mi madre estaba fuera pero sabía que vendría en el transcurso de la follada. El plan era simplemente que viéndome en acción, y sabiendo lo puta que era ella (estaba harto de espiarla pajeándose por lo insatisfecha que la tenía mi padre) seguro que sucumbiría ante el deseo de ser follada en condiciones.

Así que lo hice tal y como acabo de contarlo. Cuando estaba en medio de la follada con una putorra de 55 años oí como abría la puerta. Yo en vez de aflojar, seguí con la monta, poniendo más empeño si cabe, La puta chillaba con mis pollazos como nunca antes la había oído. No paraba de decirme "semental", "cabronazo", "párteme el coño", "quiero ser tu puta toda la vida" y otras cosas por el estilo. Y yo entre el polvazo y el morbo de saber que mi madre me estaba viendo, culeaba aún con más ganas. De hecho, pude ver de reojo durante la follada una sombra en la puerta que sin duda era la de mi madre espiándome. Al final, tras media hora de monta, se la saqué del coño y me corrí en su cara, dejándosela hecha un asco. Le cayó lefa hasta en las orejas.

En seguida oí de nuevo la puerta de la casa cerrarse. Era mi madre que al terminar el polvo habría salido de la casa para fingir que no había visto nada.

Pero cuando volvió más tarde a la casa era imposible disimular que lo había visto todo. Tenía la cara desencajada, y no paraba de mirarme el paquete. La puta sin duda se había calentado de lo lindo viendo cómo su hijo se follaba a su amiga madura del barrio. Y yo para calentarla más aún no paraba de sobarme el paquete y marcar bien en el pantalón la barra de carne que tengo.

Esa misma noche decidí pasar a la acción. Mi padre estaba en una obra a 250 km de casa, por lo que pasaba de lunes a viernes fuera y sólo volvía a casa para el fin de semana. Eso significaba que yo estaba sólo con mi madre para hacer lo que quisiera con ella. Así, esa noche, sobre las doce de la noche, cuando mi madre ya llevaba un rato acostada y durmiendo, me quité el pijama y sin hacer ruido me metí en su cama. En seguida le eché una mano a la almeja y otra a las tetas, y empecé a sobarla a base de bien. Ella, sobresaltada al ser despertada de esa manera en mitad de la noche intentó resistirse. No paraba de gritar y de moverse. Entonces, le puse una mano tapándole la boca para que no gritara más, le bajé las bragas, y de un viaje se la hinqué hasta los huevos. Manteniendo la mano en la boca para que no gritara continué follándomela bien duro tal y como a mí me gusta, y al minuto le quité la mano, y la puta ya no gritaba resistiéndose, sino que chillaba de gusto.

  • Menuda guarra estás hecha, le dije. ¿Te ha gustado ver cómo folla tu hijito y te has puesto cachonda, eh zorra?

  • Sí, cabrón. Quiero que me folles igual que a ella, me contestó la zorra. Que tu padre lleva sin echarme un polvo en condiciones desde hace años.

Yo al oír eso me excité aún más si cabe y empecé a pegarle unos vergazos tremendos. Le hincaba la polla en cada embestida hasta la matriz. Y mientras, la tenía sujeta por el cuello para demostrarle que la tenía dominada por completo.

Estuve unos 40 minutos follándomela en diferentes posturas (siempre por el coño, pues el culo quería reservármelo para otra ocasión) y mi madre no paró de chillar durante todo ese rato. Parecía una cerda en el matadero. No paraba de decirme "hijo de puta", "cabronazo", "fóllate a tu mami sin piedad", "dame ese salchichón serrano" y más guarradas de la misma categoría. A mitad de follada me dijo que no le echara la leche dentro, que todavía se podía quedar preñada, y yo le contesté que no se preocupara, que esa noche iba a saborear bien la lefa de su hijito. Y así fue. Al final, le metí el pollón en la boca y me corrí en su garganta, para que no se le escapara nada. Le tuve que soltar por lo menos más de diez lefazos super espesos y pegajosos, como los que siempre suelto. La guarra se lo tragó todo sin rechistar. Eso sí, al poco se puso a llorar porque le había entrado remordimiento de lo que acababa de hacer. Y yo, con dureza le contesté:

  • ¿Ahora lloras puta? Antes bien que gozabas cuando te la estaba metiendo.

Y dándole una palmada en su culazo la dejé en su cama, recién follada y llorando.

Al día siguiente le duraba todavía el remordimiento, pero en cuanto le eché mano a la almeja y empecé a sobárselo se le pasó todo el sentimiento de culpa, igual que había sucedido el día anterior. La historia se repitió ese día y le eché otro polvazo de campeonato, culminado con corrida, esta vez en sus tetorras gigantes.

A los pocos días, el follarme a mi madre se había convertido ya en algo normal, y ya estaba totalmente sometida a mí y sin remordimiento aparente ninguno. El deseo de sentir mi polla en su interior se sobreponía ya a cualquier otro sentimiento de culpabilidad. Se había convertido en una más de mis putas maduras particulares. Sólo que ésta era mi madre y a mí me daba más morbo aún.

Y por fin llegó el viernes y regresó mi padre del trabajo para pasar el fin de semana en casa. Ese fin de semana mi madre y yo mantuvimos las formas. No quería que mi padre se enterase aún del asunto, sino cuando la cosa estuviera más madura. Mi madre se puso roja de vergüenza cuando lo vio. La puta se avergonzaba de haberle puesto los cuernos a su marido con su propio hijo. Pero no le dijo nada.

Las semanas siguientes siguieron como la ya reseñada. Las montas que le pegaba a mi madre eran tremendas. Todos los días le echaba varios polvos al día. Siempre eran polvos largos y duros como a mí me gustan. La violencia con la que me la follaba era inusitada. La ponía a cuatro patas, la cogía del cuello o del pelo y se la hincaba sin piedad hasta lo más profundo. Y mi madre que estaba acostumbrada a la pilila de mi padre flipaba con mi cipotón.

Otras veces cuando me cansaba la dejaba a ella que se pusiera en cuclillas sobre mi verga y se la clavara una y otra vez hasta las entrañas. La puta se volvía loca mientras me la estaba follando. Parecía entrar en trance. No paraba de decirme guarradas de las más soeces.

Y por supuesto fui introduciendo con mi madre las mismas variantes del sexo que practicaba con el resto de mis putas. Así, no tardó en chuparme el ojete, igual que hacían las demás. Se podía pasar horas comiéndome el culo y los huevos, pues sabía que cuanto mejor lo hiciera y más satisfecho quedara yo, mejor sería la monta que luego le pegaría. También le follaba la boca con mucha violencia, dándole pollazos tremendos en la campanilla, y haciéndola vomitar muchas veces de lo profundo que se la metía.

También empecé a montarme tríos con mi madre y con otras de las maduras que me follaba. Concretamente, los tríos que me montaba con mi madre y la carnicera eran los mejores. La carnicera era una marrana de cuidado, y junto con mi madre me regalaban unos espectáculos tremendos. Las escenas lésbicas que protagonizaban entre las dos por ejemplo eran dignas de ver. Imaginaros a dos maduras putorras y rellenitas haciendo un 69 y comiéndose los coños mutuamente con fruición. O morreándose frente a mí para ponerme cachondo. Por no hablar de las comidas de culo y polla que me propinaban entre las dos. Las dos se peleaban muchas veces para ver cuál de ellas me chupaba el ojete.

Pero eso sí, en ningún caso le di por el culo a mi madre, pues lo reservaba para la sorpresa que organicé unos tres meses después del comienzo de las relaciones con mi madre.

Todo transcurrió tal y como relato a continuación, previo acuerdo con mi madre. Mi padre llegó un viernes por la noche como siempre. Y nada más entrar en la casa le aticé un par de hostias, lo desnudé y le até las manos y los pies. Mi padre no daba crédito a lo que acababa de suceder y aturdido me gritaba y me pedía explicaciones. Yo le dije que pronto lo comprendería todo.

Lo llevé así atado a su habitación, y lo dejé frente a la cama de matrimonio. Entonces yo me desnudé, me tumbé en la cama y le di al play en el reproductor de música. Empezó a sonar la marcha nupcial que se usa en las bodas, y enseguida entró mi madre vestida con el vestido de novia Al llegar ante mí, hizo una genuflexión de reverencia y me dio un morreo en la boca. A mi padre se le salían los ojos de las órbitas al ver aquello, y sollozando le preguntaba a mi madre que si se había vuelto loca, que porqué hacía eso.

A lo que mi madre respondió que ahora yo era su semental, y que ella era mi puta. Y que llevaba tres meses follando conmigo, porque tenía un marido con una pilila de crío que era un impotente, y sin embargo yo era un semental con un cipote en condiciones. Y que se vestía de novia para simbolizar que ahora era solo mía, y simbólicamente se casaba y se entregaba a mí.

Mi padre al escuchar esa retahíla se echó a llorar como un niño, y mi madre y yo nos reíamos de verlo así y seguíamos morreándonos delante de él.

Entonces yo tomé la palabra, y le dije a mi padre:

  • Tú le quitaste la virginidad a mamá en la noche de bodas, sin merecértelo, pues con esa pollita de niño que tienes ni se enteró. Ahora que se entrega a mí va a tener un desvirgamiento como ella se merece. La voy a desvirgar por el culo delante de ti. Para que aprendas.

Y dirigiéndome a mi madre le dije:

  • ¿Me entregas tu culo en señal de sumisión, puta mía?

Y ella contestó:

  • No hay nada que me haga más ilusión que ofrerte mi culo, para que me lo abras y disfrutes con él como te mereces, semental mío.

Y al pronunciar estas palabras, observé como a mi padre se le descomponía aún más la cara si cabe, pero al mismo tiempo se le empinaba su ridícula polla. Al cabrón por lo visto empezaba a darle morbo aunque fuera inconscientemente lo de ser cornudo. Y digo inconscientemente, porque aunque se le había empalmado la polla, sin embargo seguía llorando y sollozando como un desesperado.

Y entonces le dije a mi madre:

  • Apóyate en papá mientras te estreno el culo, para que vea bien de cerca la cara que pones cuando te abro el ojete.

Y así, lo hizo. Se puso a cuatro patas, con el culo en pompa, y la cara apoyada en el pecho de mi padre. Yo le subí el vestido de novia, dejando al descubierto sus braguitas blancas de encaje y su liguero blanco. Le bajé las bragas y quedó al descubierto su celulítico culazo de putaza. Y tras unos preparativos se la hinqué de un viaje a mi madre en todo su pandero de jamona. El grito que dio seguro que se escuchó hasta en las afueras de la ciudad. En seguida le di otra culeada para hincársela más adentro aún. Y otro grito igual sonó. Mi madre tenía el culo superestrecho como todas las zorras maduras que no lo han hecho nunca por ahí. Sin duda mi madre era virgen por el ojete.

Y así comencé un metisaca por su suculento culazo, que me estaba exprimiendo mi pollón como hacía tiempo que no recordaba. Al tiempo, mi madre chillaba y lloraba como nunca la había visto, y todo esto con la cara justo delante de la de mi padre, que la veía a un palmo de distancia, y también sollozaba con ella, aunque sin que se le bajara la erección al cornudo. Y yo animaba más aún la situación con comentarios del tipo:

  • Te voy a partir el culo marrana, que eres una marrana. Anda que dejarte dar por el culo a tu edad. Te voy a barrenar el culo hasta que puedas cagar sin hacer fuerzas de lo abierto que te voy a dejar el ojete. Putorra.

Y mi madre al escuchar eso orgasmaba la muy zorra a pesar del dolor que le estaba provocando mi enculada.

Al final, le di unos golpes de riñón más y le llené las tripas de una cuajada espesa y abundante. Los gritos de mi madre al recibir esos últimos envites fueron de nuevo estremecedores, al tiempo que alcanzaba un nuevo orgasmo. Mi padre, al escuchar esos últimos gritos de mi madre, con su cara sudada y roja a dos palmos, se corrió a chorro limpio sin siquiera tocarse la polla.

Y sin sacársela, nos pusimos con el culo justo encima de mi padre y entonces se la saqué. Sonó un "pop" como cuando se descorcha una botella de champagne y la pastelada de lefa comenzó a caer sobre el rostro de mi padre, que se relamía, mostrando ya a las claras el morbo que le estaba produciendo sus recién estrenados cuernos. Entonces yo comencé a restregarle mi polla morcillona y llena de lefa por la cara a mi padre, y éste me la chupaba como si fuera un manjar.

  • Menudo cornudo marica estás hecho, le dije

Y como fin de fiesta me los llevé a los dos al cuarto de baño y le dije a mi madre que meara a mi padre por cornudo marica. Y ella sin pensárselo dos veces se colocó sobre mi padre en la bañera y comenzó a regarlo con una abundante meada, que mi padre hacía todo lo posible por beber. Una vez que terminó fue a mí al que me tocó el turno y comencé a mear a mi madre.

  • Para que demuestres lo marrana que eres, y que lo vea tu marido bien de cerca, le dije

Y así, comencé a mearla con el vestido de novia aún puesto, y corriéndole todo el maquillaje con mi chorro dorado, que ella intentaba beber por todos los medios.

Así concluyó la escena esa noche, pero muchas más son las historias que ocurrieron a partir de aquel día y que confirman que mi madre es la mayor marrana que os podáis imaginar. Juzguen ustedes mismos si después de leer estos hechos, el título que elegí para el relato no se ajusta a la realidad. Espero tener tiempo para contar esas otras andanzas en un nuevo relato que continúe la saga. Todo dependerá también de la aceptación que encuentre. Espero también vuestros comentarios y e-mails.