Mi madre. Capítulo 3. La cama.

Madre e hijo disfrutan de una noche "especial" con un invitado: el padre.

Mi padre llegó a casa y reinaba la normalidad. Mi madre ya se había duchado hacía un buen rato y ahora estábamos viendo la tele en el sofá. Ella llevaba un camisón color salmón, de tirantes finos, un pelín transparente y que a penas podía contener sus grandes y carnosas tetas. Sus pezones rosados se marcaban claramente bajo la fina tela. Yo llevaba una camiseta y unos pantalones de deporte. Tenía puesto sobre mi entrepierna un cojín, porque no me apetecía que se notara mi erección.  Mi padre nos saludó a los dos, a mi madre con un besito corto en la boca y a mí revolviéndome el pelo, y se fue a la cocina a picar algo. Mi madre y yo intercambiamos una mirada cómplice y un pequeño resoplido de alivio. Si mi padre hubiera llegado a casa 5 minutos antes, el panorama que habría visto habría sido algo diferente. Sí, mi madre y yo estaríamos igualmente en el sofá, viendo la tele y, sí, estaríamos igual vestidos, pero habría visto cómo mi polla dura y mojada entraba y salía de la boca de mi madre, que, recostada sobre mí, con sus tetas prácticamente salidas de su escaso camisón, chupaba y lamía con placer. El sonido del ascensor al detenerse en nuestro piso nos alertó, y rápidamente nos rehicimos en el sofá hasta alcanzar la plácida y relajada imagen que mi padre vio al entrar en el salón.

Mi madre, insaciable desde que habíamos dado el paso de liberar nuestra pasión secreta e incestuosa, aprovechó que mi padre estaba en la cocina para lanzarse sobre mí y comerme a besos, boca con boca, lengua con lengua, saliva con saliva, mordiéndonos, comiéndonos. Se separó, me guiño un ojo y siguió viendo la tele. Su descaro empezaba a asustarme, porque nunca habíamos intentado nada estando mi padre en casa, pero llevábamos una semanita bastante movida desde ese momento en el que hicimos el amor apasionadamente mientras ella hablaba por el móvil con él y no sé dónde su morbo se detendría, forzando cada vez más la situación.

Pasaron largos los minutos hasta que nos fuimos todos a la cama. Yo estaba obviamente muy excitado, porque no habíamos podido terminar la mamada que mi madre había empezado en el sofá. Supongo que ella se iría igual de caliente. Por eso no me sorprendió cuando pasado un rato, empecé a oir ruidos provenientes de su habitación. Armado solo de mis calzoncillos, me asomé al pasillo para confirmar que esos ruidos eran los gemidos de mi madre y el suave rozar de las sábanas. La curiosidad pudo al miedo y me encaminé lentamente hasta la puerta de su habitación. Me excité en seguida al oir los gemidos de mi madre subir de volumen. La puerta de su cuarto estaba entreabierta y, gracias a la luz de su baño, casi siempre encendida, pude ver, recortada entre sombras y tenuemente iluminada, la escena. La puerta daba a la altura del lateral del cabecero de su cama. Esto es lo que vi. Mi madre estaba encima, cabalgando sobre mi padre, mirándole a él. Su camisón caído sobre su cintura, sus tetas al aire, moviéndose acompasadas de lado a lado, con el suave vaivén con el que mi madre subía y bajaba sobre la polla de mi padre. Ella estaba erguida, acariciándose, él, con los ojos cerrados, gozando. Me pudo la excitación de verlos así, follándose y me saqué mi polla, ya bastante dura. Me empecé a pajear mirando a mi madre. Ella, con los ojos medio cerrados, subía y bajaba suavemente, penetrándose, gozando, acariciándose sus tetas… Súbitamente miró hacia la puerta y me vio. Yo me quedé helado, casi muerto. Los segundos se hicieron eternos. Pero ella, como siempre,  en seguida me ayudó a relajarme, sonriendo desde sus ojos entrecerrados por el placer. No dejó de subir y bajar sobre la polla de mi padre, no dejó de acariciarse las tetas y el pelo y no dejó de mirarme mientras hacía todo eso, como incluyéndome en la escena, disfrutando. Me miraba a mí, miraba a mi polla, se relamía los labios y me lanzaba besos sensuales, mientras yo no podía dejar de masturbarme mirándola, mirándolos… Ella se venció sobre mi padre, que la abrazó. Mi madre, apretando bien sus tetas sobre el pecho de mi padre, empezó a mover las caderas con más ímpetu, subiendo y bajando su culo a más velocidad, haciendo que su carne rebotara en cada bajada, haciendo un sonido realmente excitante: plas plas plas plas… El volumen de sus gemidos subió notoriamente. Giró su cara hacia mí, apoyada sobre la almohada, follándose la polla de mi padre con sus caderas cada vez más descontroladas y, al rato, sintiendo su orgasmo dentro de ella, su semen inundándola, sus brazos apretándola. Y mi madre gozó todo eso sin dejar de mirarme. Mi corrida vino casi a la vez que la de mi padre y tres buenos chorros de semen salieron despedidos de mi polla hacia su cama, llegando casi a alcanzar el brazo derecho de mi madre. Asustado por ello, salí corriendo hacia mi habitación, oyendo cómo sus susurros y voces se alejaban tras de mí.

Caí en mi cama, con la respiración todavía acelerada y excitado por la escena que acababa de ver.

Pasado un buen rato, la calma volvió al pasillo y a las respectivas camas. Y pasado otro buen rato, esa calma se vio interrumpida por los tradicionales ronquidos de mi padre. En ese momento pensé que se habrían dormido los dos y que sería una buena idea ir a su habitación a limpiar los restos de mi semen de al lado de su cama. No quería que pudiera descubrirlo mi padre y sospechara nada, así que cogí una toalla del baño y me dirigí de nuevo a su habitación, despacio, aliviado por los cada vez más sonoros ronquidos de mi padre.

Cuando me asomé, la escena volvió a excitarme. Vi el cuerpo de mi madre, apenas cubierto por el camisón. Estaba tumbada de lado, hacia mi padre, encogida, por lo que su culo en pompa quedaba hacia la puerta, es decir, hacia mí. Me introduje de rodillas sigilosamente y con la toalla fui limpiando el parqué de mis restos de semen, ya algo reseco. Tardé apenas unos segundos y cuando me incorporé, lo vi. El magnífico culo de mi madre, redondo, maravilloso, desnudo, pues el camisón se había subido hasta la cintura. Lo tenía ante mí, indefenso y ofrecido. Una nueva erección había comenzado bajo mi calzoncillo. Mi corazón se aceleró pues la idea vino a mi mente a la velocidad de la luz: acariciar el culo de mi madre mientras me hacía una paja. Y no pude oponerme. Mi voluntad flaqueó a la vez que me bajé los calzoncillos, de rodillas al lado de la cama de mis padres. Mi polla ya casi dura saltó como un resorte y mi mano izquierda se apoyó en la suave carne del culo de mi madre. Empecé a la vez a masturbarme y a acariciarla. Esa piel fina y blanca me volvía loco, y notar cómo se deformaba al paso de mi mano, haciéndola mía, me ponía más cachondo aún. Acaricié sus muslos, sus caderas, incluso me aventuré a meter un dedo por detrás, entre sus piernas, hasta que noté el calor de su ano y la cercanía de su coño. Así estuve un rato, tocando y manoseando a mi madre. Obviamente no podía durar mucho sin correrme, porque la excitación de la situación me tenía a mil, pero estaba tan caliente que decidí correrme sobre su culo, así que me incorporé en cuanto noté que se acercaba el calambre del orgasmo. Apunté bien y eché una buena cantidad de semen sobre las blandas carnes del culo de mi madre. Parte de él resbaló sobre la sábana, parte de él mojó la tela de su camisón y parte de él resbaló sobre sus muslos. Mmmmm, fue una buena corrida, la verdad. Y, además, sobre el culo de mi madre. Cuando acabé, recogí mis calzoncillos, la toalla y salí sigilosamente de su habitación, sonriendo al pensar en la paradoja de que había ido a limpiar y había acabado ensuciando más de lo limpiado. Con esa agradable sensación, imaginando mi semen espeso y caliente sobre la piel de mi madre, me dormí plácidamente.

A la mañana siguiente, me desperté con el habitual ruido de la cocina, ese que anuncia que mis padres están desayunando y que me avisa de que yo debería ir saliendo ya de la cama. Me puse una camiseta y me fui hacia allí. Mi padre ya estaba trajeado, listo para irse a trabajar, comprobando algunas cosas dentro de su maletín. Mi madre seguía con su camisón ya por todos conocido, sentada a la mesa, apurando su café. Al verme, se levantó y buscó mi beso de buenos días en su mejilla, momento que aprovechó para susurrarme al oído “gracias por tu regalo de anoche”. Y se acarició el muslo y la parte del culo donde yo me había corrido. Me dio la espalda para volver a sentarse y aprovechó para subirse y bajarse rápidamente el camisón dejando su culo al aire un segundo, una broma que a mí me puso otra vez caliente. Se sentó y, bebiendo de nuevo su café, me guiñó un ojo. Yo le sonreí al tiempo que mi padre cerró el maletín diciéndome: “Buenos días, chaval y adiós”. Como siempre, revolviéndome el pelo. “Hoy tengo un día duro, no sé a qué hora llegaré. Cuida de tu madre, campeón”. Y se encaminó hacia la puerta.

“Claro, papá”. Acerté a responder. Y ya notaba de nuevo una incipiente erección en lo más profundo de mi calzoncillo.

Continuará…