Mi madre 2.
La historia de amor continúa con mi madre que parece que poco a poco sucumbe a los deseos que brotan entre nosotros.
Mi madre 2.
Desde aquel día que fuimos al cine me sentía enamorado de mi madre. No comprendía la razón. Poco a poco necesitaba estar más tiempo en compañía de mi madre. Ya no quedaba apenas con los amigos, para mí era un deleite estar con ella, verla caminar por la casa, observar su cuerpo, escuchar sus risas, mirar sus ojos. Me encantaba el contacto de su cuerpo, sentir sus manos sobre mí. Le daba más besos en las mejillas, más que antes y ella lo iba notando pero parecía que no sospechaba que mi amor de hijo había cambiado y necesitaba su amor, su amor de mujer. Algunos días salíamos al cine o por la tarde a tomar algo por los bares cerca de nuestra casa.
Durante unos dos meses teníamos más o menos la misma vida, de vez en cuando ella me preguntaba si no saldría más con mis amigos y yo disimulaba mi amor comentándole que no quería que ella estuviera sola, a veces salía con mis amigos aunque tenía ganas de volver a casa para estar con ella que siempre me esperaba despierta hasta mi llegada. Un miércoles por la tarde me comentó que ese sábado saldría con un compañero del trabajo.
-Este sábado voy a salir con Eduardo, un compañero del trabajo que me ha invitado. – Me dijo con aquella preciosa sonrisa. – ¡Quién sabe, tal vez salga todos los sábados con él y tu quedarás libres! ¿Qué te parece?
-¡Bien…! – Dije con una sonrisa en los labios que no resultó convincente. En mi corazón sentí un pellizco. - ¡Mientras tú estés contenta todo me parecerá bien!
-¿Parece que no te agrada la idea? – Me dijo con tono triste.
-¡No, no es eso! – Le dije simulando cambiar mi ánimo. – Es qué me da miedo que cualquier hombre te pueda hacer daño… ¿Me prometes que tendrás cuidado y no te fiarás de él?
-¡Vaya, vaya! – Rió mi madre alegre. - ¡Parece que ahora eres tú el padre! – Yo estaba sentado y ella me abrazó cariñosamente acariciando mi pelo. - ¿Tengo que estar a alguna hora en casa, papi?
-¡Ya eres mayor! – Le dije abrazando su cuerpo y colocando mi mejilla en su barriga. - ¡Espero que no hagas cosas raras!
-¡Cómo qué soy mayor! – Ella me separó con un empujón. - ¿Te parezco una vieja?
-¡No, no es eso lo que he dicho!
-¡Sí, lo has dicho! – Me dio una bofetada jugando conmigo. - ¡Has dicho que soy mayor!
-¡He querido decir que eres mayor de edad y no harás tonterías con los hombres!
-¡Entonces no te parezco mayor! – Me dijo volviendo a abrazarme. - ¡Te parezco fea!
-¡Para nada! – La volví a abrazar cariñosamente. - ¡Creo que eres la mujer más bella del mundo! – Inconcientemente le di un beso en su barriga.
-¡Te quiero hijo! – Sus manos agarraron mi cara y me miró a los ojos, sus labios me dieron un suave beso en los míos. - ¡Bueno! – Sentí como su cuerpo se estremeció al besarme. - ¡Ahora a hacer tus obligaciones! ¡A estudiar!
La miré alejarse de mí. Parecía algo ruborizada y agitada en ese momento. Se marchó a su habitación. Me quedé un momento sentado pensando en aquel amoroso beso. Nunca, ni siendo niño, me había besado en los labios. ¿Podía significar algo? Aquello me había confundido más aún. Si mi amor hacia ella era algo raro y confuso, aquel gesto por su parte no hacía más que liarme aún más. Mis sentimientos me decían que tenía que amar a aquella mujer, pero mi mente se negaba a hacer algo que pudiera molestarla… Pero aquella muestra de amor pareció más el cariño de una mujer a un hombre que el de una madre hacia su hijo. Me levanté y me marché a mi habitación para estudiar, deseando amargamente entrar en su habitación y darle todo el placer que un hombre pudiera hacerla sentir.
Pero aquel pellizco que había sentido el miércoles con la noticia de que iba a salir con un hombre no fue nada comparado con el dolor que sentí el sábado. La miré marcharse de casa, en la puerta la esperaba un tipo en un mercedez, se subió y los dos se marcharon. En ese momento empezó la peor tarde que había tenido hasta ese momento. Por mi mente no paraba de pasar la idea de que la iba a perder. Deseaba salir a la calle y buscarla, llevarla conmigo y declararle todo mi amor, mi amor de hombre, convencerla de que no podía estar con otro, sólo conmigo. Malos pensamientos invadían mi mente durante todas las horas que iban pasando.
Ni siquiera hice el intento de salir con mis amigos, ni siquiera cogí el teléfono en todas las llamadas que me hacían, solamente quería que ella, mi madre, volviera a casa para estar conmigo. Y así, sentado en el salón, preocupado y esperándola, me encontró. Serían las once de la noche cuando escuché la puerta y ella entró. Estaba asustado pues no sabía si vendría con aquel tío que era mi competencia.
-¡Ah, estás aquí! – Me dijo al entrar en el salón.
-¿Te vuelves a ir? – Le pregunté sin preocuparme de justificar mi presencia en casa.
-¡Estás loco! – Me dijo sentándose junto a mí. - Después de una hora de charla durante la cena ¿sabes lo que me pregunta? – Negué con la cabeza. - ¿Qué a que hotel me gustaría que me llevara? ¡Todos los tíos van a lo mismo! – Me sentí furioso con aquel tipo, pero me gustó que mi madre no fuera de apertura fácil. – Entonces acabé de cenar y cogí un taxi para volver a casa, apenas me despedí de él. – Me abrazó dulcemente. - ¡Aquí tengo a un hombre que me quiere de verdad! – Me besó en la mejilla y me dio un cachete en el muslo. - ¡Vamos a hacer palomitas y nos vamos a mi cama a ver la televisión!
Mientras yo hacía las palomitas ella se fue a la habitación. Cuando llegué con el bol de palomitas, estaba dentro de la cama y tapada hasta la cintura. Se había quitado el maquillaje y estaba preciosa con su pelo algo alborotado.
-¡Mierda! – Dijo. – ¡Se me ha olvidado peinarme! ¿Te importaría?
El televisor estaba a los pies de la cama y me acerqué a ella con el bol en una mano y el cepillo en la otra. Ella me cogió el bol y se sentó en el filo de la cama.
-¡Siéntate tras de mí! – Me indicó. – Yo te daré palomitas mientras trabajas.
Me coloqué detrás de ella de rodillas sobre la cama, empecé a intentar peinarla, pero la postura me resultaba muy incómoda. Ella me veía sufrir en el reflejo del espejo que había en la cómoda junto a la cama. La miré a los ojos intentando que comprendiera que me resultaba difícil.
-¡Siéntate en la cama y pasa tus piernas por mis costados! – Me indicó.
Podía sentir el roce de mi piel con sus muslos. Me pegué a ella y su hermoso culo estaba entre mis piernas, agarré su cintura y me pegué algo más. Ella agarró mis piernas y las pasó por encima de sus muslos y las colocó entre las suyas.
-¿Estás bien así? – Me preguntó.
-¡Algo incómodo, pero vale!
Empecé a cepillar torpemente su pelo y le daba algunos tirones. Ella protestaba mientras comía palomitas. Puso por encima de su hombro una mano con una palomita entre sus dedos y me miró por el espejo. La miré a los hermosos ojos y me estiré para cogerla con la boca.
-¡No me vayas a morder! – Me dijo bromeando.
Mis dientes aferraron aquel maíz reventón y mis labios se cerraron como queriendo morder sus dedos. Soltó la palomita y un dedo acarició suavemente mis labios. Ella no dejaba de mirarme y me sonreía.
Puse su pelo a un lado para seguir cepillando, ya le daba menos tirones. Ella no dejaba de mirarme. Su cuello estaba descubierto y deseé besarlo y morderlo. Me incliné levemente y la besé suavemente. Su cuerpo tembló.
-Eh ¿qué haces?
-Eso es para indicarte que quiero palomitas, qué tú te las estás comiendo todas.
Subió de nuevo la mano con otra palomita y la colocó para que yo la mordiera. Acerqué mi boca y ella la retiró en ese momento, burlándose de mí. De nuevo besé delicadamente su delicioso cuello. Volvió a acercar la palomita jugando conmigo. Y de nuevo la retiró.
Di rienda suelta a mi deseo y mi boca se aferró a su cuello, casi en su nuca. Mis dientes hicieron presión sobre su suave piel y sentí como su cuerpo se estremeció entre mis piernas. Su cabeza cayó hacia atrás y la miré en el espejo, tenía sus ojos cerrados y su boca entreabierta.
-¡Dame palomitas o no dejaré de torturarte! – Le dije.
Abrió sus ojos y se sonrojó, sin duda aquel pequeño mordisco le había gustado, tal vez más de lo que a una madre le debía gustar y ni siquiera me regañó por lo que había hecho, simplemente me acercó otra palomita y yo seguí cepillando su pelo. Mi pene creció excitado por aquella situación, al ver como mi madre disfrutaba del cepillado y del furtivo mordisco que le había dado. Siguió mirándome por el espejo y yo la miraba a ella hipnotizado por sus bonitos ojos.
Acercó otra palomita y volvió a retirarla un poco. Abrí mi boca indicándole que la volvería a morder y me la ofreció rápidamente para que no le hiciera nada riendo pícaramente. Mi pene rozaba levemente y ella debía sentirla. Agarró mis piernas y se movió entre ellas.
-¡Estoy al filo, me voy a caer! – Su culo frotó descaradamente mi pene y sin duda lo habría notado, tuvo que sentir su dureza. – ¡Bueno, mi pelo ya está bien, vamos a acostarnos!
Le di el cepillo y lo cogió con una mano mientras en la otra tenía el bol. Se fue a levantar y la agarré por la cintura y no la dejé. Me incliné y le volví a dar otro mordisco pero ahora en el hombro.
-¡Ah, traidor! – Me dijo con un grito. - ¡No me hagas más eso, soy tu madre!
Había dado un pequeño bote al levantarse y casi se le caen las palomitas. Tenía cara de enfadada, pero a la vez mostraba que estaba bromeando, estaba demasiado sexy. Su camisón quedó desordenado en su cuerpo y podía ver el comienzo de sus bragas, ese triángulo que forma tan delicada prenda en el sexo de las mujeres. La miré y pude ver una pequeña mancha de humedad en la tela blanca, sin duda mis caricias le había gustado, le habían excitado. Ella me miró y vio mi evidente erección, ambos estábamos excitado con aquella situación.
Me metí en la cama y me tapé con la sábana, ella me colocó el bol sobre el pecho y se colocó a mi lado. Me abrazó con su brazo y subió su pierna sobre mi pene de forma descarada.
-¡Como castigo tú me darás la palomitas a mí! – Me dijo acurrucándose junto a mí.
Pasé mi brazo para que apoyara su cabeza y ella sujetó el bol mientras yo le daba una palomita. Mi pene crecía por la excitación y era obvio que ella lo notaba, es más, estaba sintiéndola en su muslo y aquello le gustaba.
-Mamá. – Me atreví a decirle. - ¿Desde cuando no haces el amor? ¿Te gustaba hacerlo con papá?
-¡Pero qué preguntas son esas de un hijo!
-Perdona… - Le dije avergonzado.
-¡Vamos cariño, no te preocupes! – Me dijo y me dio un beso en el pecho y se incorporó un poco para hablarme. – Con tu padre siempre fue más un deber que un placer… No es que me forzara, nunca llegó a eso, pero desde el principio el acababa pronto antes de que yo tuviera un poco de placer.
-¡Vaya, lo siento! – Le dije apenado.
-¿Tu lo has hecho ya con alguna chica?
-¡No! – Le dije. – He tenido tonteos de besos y caricias, pero nunca he llegado hasta el final… - Empecé a reír.
-¿De qué te ríes?
-Verás mamá… - Empecé a contarle. – La primera chica con la que tuve algo, nada de amor, simplemente empezamos una tarde a tontear y a darnos besos, fue con la prima María…
-¡No me digas que la prima María te inició!
-Bueno, iniciarme… iniciarme, no. Estábamos en su casa y ella me acorraló en el cuarto de baño. Entró detrás de mí y cerró la puerta… Eso fue hace dos veranos. Me abrazó y empezó a besarme…
-¡No me extraña! – Dijo ella con cara de que mi prima no le gustaba. - ¡Así ha acabado! ¡Ahora está en el cuarto mes de embarazo de uno que la ha dejado! – Su cara pasó de desaprobación a curiosidad. - ¿Y qué pasó? ¡Cuenta, cuenta…!
-Empezó a besarme y a tocarme por todos lados… Yo hacía lo propio pues era la primera mujer que se me ofrecía tan fácilmente.
-¿Y con tu prima no llegaste hasta el final…? – Su cara mostraba extrañeza. - ¡Pocos hombres no han completado todo con ella…! ¿Qué pasó? ¿Llegó tu tía?
-¡Qué va mamá! – Empecé a reír. - ¡En cuanto sacó mi cosa y sentí el tacto de su mano…!
-¡No me digas que se disparó! – Sus ojos se abrieron de par en par. - ¿Y qué hizo ella?
-Tenía la mano llena con mi semen y me miró enfadada a la cara: “Me has manchado mi falda favorita, asqueroso.” Y allí me dejó, solo y con mi picha al aire.
Ella reía y la verdad es que nunca le había contado a nadie eso por vergüenza, pero contarlo a mi madre y su risa me hizo sentir bien, qué aquello no tenía importancia.
-¡Claro, si nunca lo había hecho! – Tenía una cara preciosa. - ¡Te pudo la excitación!
-¡Eso sí, me quedé a gusto!
Los dos reíamos y ya quedaban pocas palomitas con las que alimentar a mi madre. Ella volvió a echarse sobre mi brazo.
-¿Quieres más? – Le pregunté. Ella negó con la cabeza.
Cogí el bol y me giré, echándome sobre ella para dejarlo sobre la mesita de noche. Estaba completamente sobre ella, nuestras piernas cruzadas, nuestros sexos muy cerca el uno del otro. Me separé un poco y la miré a los ojos. La deseaba y en sus ojos había un sentimiento recíproco. Acaricié su cara. Me giré y me tumbé en la cama con mi corazón latiendo cómo nunca había latido. Ella se giró lentamente hacia mí y me volvió a abrazar. Puse mi mano sobre su muslo y la acariciaba suavemente mientras su mano me acariciaba el pecho.
Deseaba tener a aquella mujer, a mi madre, pero no podía. Tal vez ella estaba dispuesta, pero ninguno dábamos ese enorme paso para pasar del amor entre una madre y su hijo a un amor entre un hombre y una mujer. Sin duda ella estaba excitada, sus bragas me lo mostraron, yo era evidente y ella disfrutaba de la dureza de mi erección en su pierna, pero de ahí a declarar el amor a una madre o a un hijo… El miedo nos paralizaba.
-Y si no disfrutaste nunca del sexo con papá… ¿Tuviste algún amante?
-¡No, nunca! – Su dedo se poso en mis labios y los acariciaban. – Aunque suene malamente, tu madre es una pajillera. – Besé su dedo con dos o tres dulces besos.
-Y desde que estás solas… - Le dije y ella me entendió perfectamente.
-Cariño, llevo más de un año que ni siquiera me toco… - Se llevó su dedo a la boca y lo besó, después lo puso en mis labios para que yo lo besara. – Tengo un problema Ramón… - Sentí como su cuerpo empezaba a temblar. – Desde el día en que fuimos al cine la primera vez me… - Calló y no dijo nada por un momento. – Resulta que… Verás es que desde entonces…
Subí el brazo que estaba bajo su cabeza y acerqué mi boca a la suya. Nuestros labios se juntaron y comenzamos a besarnos suavemente. No dijimos nada más. Nos mirábamos a los ojos para después unir de nuevo los labios, eran besos de amor. Con mi mano recorrí su muslo hasta llegar a su culo, lo acaricié, aprecié su redondez. Mi pene estaba cada vez más duro y temía que me corriera en cualquier momento por la excitación.
-¡Hijo, esto no está bien! – Me dijo en un leve susurro. - ¡No deberíamos hacer esto! – Mientras su mente intentaba contenerse, su boca no paraba de besarme, su cuerpo no dejaba de agitarse excitada con mis caricias.
-¡Tienes razón mamá, no deberíamos hacer esto! – La acariciaba cada vez más y ella estaba más subida sobre mí. - ¡Pero te quiero y no puedo evitar desearte como la mujer que eres!
Nuestras boca se fundieron en un gran beso y nuestras lenguas jugaron la una con la otra, dándose las caricias que deseábamos, queríamos que todo nuestro cuerpo se acariciara, el uno contra el otro. Ella estaba sobre mí, montada sobre mi pene erecto y endurecido, podía sentirlo en su sexo húmedo y caliente. No quería hacer aquello pero la excitación del momento, de las caricias de su hijo, del roce de sus sexos no dejaba pensar a mi madre.
Creí que me iba a correr con los movimientos de ella, ya no podía más. Su boca no deja de besarme y su cuerpo vibraba ardiendo por el deseo de tenerme.
-¡Mamá, para que me voy! – Le supliqué.
-¡No puedo, ahora no, ahora no!
Su voz mostraba el orgasmo que estaba sintiendo con el frotar de nuestros sexo, mi endurecido pene machacaba su clítoris por debajo de la fina tela de las bragas y le había producido aquel placer que nunca había sentido con un hombre. Su cara mostraba el placer, la lujuria… sus gemidos llenaron toda la habitación, su respiración entrecortada me produjo mucho placer, al ser la primera vez que veía el orgasmo de una mujer y al gustarme tanto ver a mi propia madre disfrutando del sexo, hizo que me olvidara de mí y aguanté sin correrme mientras ella machacaba mi pene contra su sexo en aquel magnífico orgasmo.
-¡Dios Ramón! – Me dijo mientras sus caderas aún se convulsionaban contra mí. - ¡Me siento mal por haber hecho esto contigo, mi hijo! – Jadeaba y se agitaba extasiada por el placer. - ¡Pero ha sido el mejor orgasmo de mi vida!
-¡Hasta ahora! – Le dije. - ¡No sé como te convenceré, pero te voy a amar por completo, hasta el final!
-¡No digas eso, guarro, soy tu madre! – Me besaba mientras me hablaba. - ¿Tú no has acabado? – Me preguntó.
Se bajó de mí y quitó la ropa que nos cubría. Pude ver sus bragas totalmente mojadas por los flujos que habían salido de su vagina con aquel orgasmo. Mi pene formaba un montículo en el pantalón de mi pijama. Ella la acarició por encima de la tela suavemente.
-¡Si la tocas otra vez me quedaré vacío! – Le dije.
Mi madre me quitó toda la ropa y mi pene quedó erecto, henchido y apuntando al techo. De forma inconsciente pasó su lengua por los labios y su mano agarró mi pene.
-¿Se disparará si la agarro?
-¡No mamá, dame una buena paja y verás todo lo que sale de ahí!
Su mano empezó a agitar suavemente mi pene y parecía que iba a reventar. Ella empezó de nuevo a sentir placer al sentir en su mano el endurecido pene. La soltó y se quitó las bragas mojadas. Pude ver su depilada raja, brillante por la cantidad de flujos que la cubrían.
-¡Colócate entre mis piernas! – Vio como mi cara se descomponía al pensar en penetrar a mi madre. - ¡Tranquilo hijo, sólo quiero frotármela directamente contra mi clítoris! ¡Quiero volver a sentir tu pene en mi raja!
Su mano agarró mi pene y dirigió mi glande hasta su raja, la frotó hasta que sus labios se separaron y su clítoris empezaba a sentir las caricias. Mi madre echó la cabeza atrás y la veía gemir y retorcerse de placer. Su mano se agitaba y me hacía una deliciosa paja. Estaba a punto de estallar y ella lo notaba. Empezó a gemir, mirándome.
-¡Córrete, córrete conmigo!
Su mano se agitaba a todo lo largo de mi pene y sentí como mis huevos no pudieron retener más mi semen. Un gran placer me invadió y miré el coño de mi madre. Mi glande estaba semi envuelto por sus labios, justo encima del clítoris cuando empezó a brotar el líquido blanco que rápidamente se extendió por el exterior de su raja. No paró de frotarla mientras tenía otro orgasmo al sentir mis chorros de semen caliente que mojaban su sexo.
Caí sobre ella rendido por el placer. Sentí como mi pene quedó sobre su mojada raja, mezcla de sus flujos y mi semen. Los dos jadeábamos de placer y nos acariciábamos mientras nuestros sexos se tocaban para mezclar nuestros íntimos líquidos.
-¡Te amo mamá! – Le dije al oído. - ¡Quiero ser el único hombre que te ame!
-¡Serás el único hombre que me ame y al único que amaré yo!