Mi Madre

Historia real de los amores entre una madre y su hija.

Mi madre fue mi amante.

Hoy hace un año que murió mi madre de cáncer y en su memoria quiero escribir la historia de amor más bella que jamás se pueda nadie imaginar, la historia de una relación entre una madre y una hija, que fueron amantes durante veinticinco años.

Me llamo Sara y tengo 36 años. Estoy casada con un hombre maravilloso desde hace ocho años y tengo una preciosa niña de cuatro. La historia que voy a contar, la verdadera historia de mi madre y yo es conocida por mi marido. Claro está que él no lo admitió de entrada y que casi nos cuesta la separación, pero más tarde tuvo que rendirse a la evidencia de que el amor entre mi madre y yo iba mucho más allá de lo que supone una relación sexual y que la entrega de dos personas que se aman no resta ni un ápice al amor por otras personas, si no más bien lo aumenta. Por supuesto que gozamos todos esos años de maravillosas relaciones sexuales con gran pasión, pero también he dado a mi marido en ese aspecto incluso más de lo que él mismo esperaba.

El comienzo de nuestra historia se sitúa cuando yo estaba a punto de cumplir los once años. Mi madre tenía entonces 33 años y había quedado viuda antes de nacer yo. Estando ella embarazada de cuatro meses mi padre murió en accidente de tráfico, lo que había hecho que ambas estuviéramos más unidas de lo normal. Hasta ese momento, tres días antes de mi cumpleaños, nuestras relaciones siempre habían sido las de una madre y una hija “normales”, si ningún atisbo de atracción sexual. Por supuesto que mi madre me parecía guapa. Era mucho más que guapa, era realmente hermosa y parezco haber heredado esa belleza.

Vivíamos las dos solas a mi pesar pues yo siempre la animaba a que se volviera a casar porque me daba pena verla sin un hombre al lado, imaginándome la soledad de sus noches. Yo era muy precoz en cuanto al sexo se refiere y me masturbaba casi todos los días desde los ocho años. Había tenido pocas experiencias, sobre todo referidas a toqueteos con alguna compañera y algún amigo. Por todo ello me imaginaba que mi madre querría tener a alguien en su cama, pero ella siempre decía que no se casaba porque quería dedicarse por completo a mí.

Una noche estaba yo en mi cuarto, metida en la cama intentado dormir porque al día siguiente tenía colegio, pero estaban poniendo una película en la televisión (yo tenía una en mi cuarto) que no recuerdo muy bien. Lo único que recuerdo de ella es que era de esas de comienzo de la transición y en la que se pasaban casi toda la película desnudándose todo el mundo sin ninguna causa aparente, solamente “por exigencias del guión”, como se decía entonces.

El caso es que yo, añadiendo a mi natural calentura la tal película, me estaba poniendo calentísima. Mi madre estaba también en su habitación y yo suponía que leyendo algún libro. Era verano y yo estaba encima de la cama sin taparme, vistiendo exclusivamente unas braguitas, ya que mi ausencia total de tetas no requería ninguna otra prenda.

En la película había una pareja, un chico con una mulata impresionante dándose un revolcón en la cama. Yo no podía más y empecé a meter mi mano por debajo de mis braguitas y a pasarla a lo largo de mi rajita, por la que empezaban a asomar unos tímidos pelitos. Enseguida empecé a masturbarme frenéticamente, hábito que cada vez me gustaba más y en el que era más experta. No me preocupaba que mi madre estuviera en casa porque ella nunca entraba en mi cuarto sin llamar….Pero esta vez iba a ser distinto.

Efectivamente, cuando estaba a punto de correrme la puerta se abrió de golpe y mi madre entró en mi habitación preguntándome por un ventilador que no encontraba. Nos quedamos las dos paradas, como en una foto fija, mirándonos con la boca abierta, una por ser sorprendida en tales menesteres y la otra por ser la sorprendedora. Yo me quería morir. Jamás había sentido tanta vergüenza. Me giré dándole la espalda a mi madre y empecé a lloriquear:

  • Mamá….mamá….perdona…..hip…..

Mi madre, una vez repuesta de la impresión y al ver el shock que me había provocado se acercó hacía mi, se sentó a mi lado y comenzó a acariciarme la cabeza.

  • Hija, mi vida, no pasa nada, mi amor.

  • Que vergüenza…hip…hip – decía yo.

  • Mi amor, no te preocupes es natural – se giró hacia la tele y en tono de broma dijo – claro, con estas peliculitas que ponen….Anda, mi niña – diciendo esto me giró para quedar una frente a la otra. Ella me acariciaba la cara con mucha ternura.

  • Mamá…que vergüenza – yo no paraba de repetir.

  • ¿Por qué, mi niña? Es totalmente normal a tu edad…bueno, y a cualquiera. Yo también lo hago.

Yo me sorprendí de que mi madre me hiciera una confesión así.

  • ¿Tu? – pregunté por preguntar, porque ya lo suponía, como era natural.

  • Si, hija, si, como puedes comprender una no es de piedra – y la dos sonreímos.

Pasó un rato durante el cual sus caricias y sus miradas de ternura me tranquilizaron totalmente e inesperadamente me relajé e incluso empecé a notar cierto morbillo en aquella situación, pues añadía un grado de complicidad con mi madre que no había tenido hasta ahora.

  • ¿En que pensabas? – me preguntó de pronto.

  • No se…..en nada….en el gustito que me daba – me atreví a decir mientras nos reíamos.

  • ¿Te das mucho gustito? – me extraño su pregunta, pero me empezaba a gustar el que habláramos de aquello.

  • Uf! – dije yo haciendo un gesto queriendo significar que mucho.

  • Así que eres una experta…eh? – y nos volvimos a reír - ¿Desde cuando lo haces? – me preguntó.

  • Hace tiempo – respondí.

  • Ajá…ya veo… y…¿lo has hecho con alguien? – su tono era el de una amiga, no el de una madre interrogando a su hija, por eso me atreví a contestar.

  • Bueno….un poco….con algún amigo… -

  • Ajá….y…¿alguna amiga? – me extrañó muchísimo su pregunta, pero una oleada de calor me nació en el estómago. Aunque, efectivamente yo había tenido algunas pequeñas experiencias, pequeños toqueteos, con chicos, las que había tenido con chicas me habían resultado mucho más satisfactorias.

  • Bueno….si…también…alguna… - noté que se le iluminaba la cara. Estaba claro que mi madre no solamente no reprobaba mis actuaciones sino que algunas las aceptaba de buen grado. Ella había seguido acariciándome el pelo, la cara, y de vez en cuando los brazos e incluso pasaba la mano por mi pecho, totalmente plano por otra parte.

  • Mmmmmm…..así que mi hijita es una consumada practicante del sexo….ja…ja….

  • Mamá!!! – la regañé yo en broma y nos reímos.

Pasó un rato en el que nos miramos con una profundidad como nunca lo habíamos hecho mientras ella seguía acariciándome, ahora también las piernas. Yo empezaba a sentirme, sin saber exactamente por que, muy caliente otra vez y de golpe empecé a sentir unas ganas enormes de abrazar a mi madre y sentir su cuerpo pegado al mío. Mis sentimientos empezaron a agolparse en mi pecho. Yo estaba totalmente confundida, no sabía que era lo que me estaba pasando, porque aquella excitación sexual estando mi madre allí y porque aquella necesidad imperiosa de abrazarla. Ella rompió el silencio y dijo:

  • Hija…es muy bueno masturbarse….pero es mejor que alguien te diga como hacerlo para que sea totalmente satisfactorio, ¿sabes? - yo no tenía ni idea de por donde iba e hice un repaso mental en quién de mis amigas podría hacer ese papel de maestra y no encontré a nadie que, teóricamente, supiera más que yo.

  • Pues no conozco a nadie… - respondí yo dando, probablemente, la contestación más tonta de toda mi vida.

  • Bueno….yo si quieres te enseño… – me dijo mi madre mientras acariciaba mi pierna y yo empezaba a sentirla “de otro modo”. Yo me quedé de una pieza. Allí estaba mi madre ofreciéndose a ser mi maestra en el arte de la masturbación. Si me lo hubieran dicho hace media hora hubiera llamado embustero a quién lo hiciera. Pero lejos de resultarme desagradable la idea y producirme un “natural” rechazo, el efecto fue el contrario. El calor que nacía de mi estómago se multiplicó por mil y mis bragas, que ya estaban bastante empapadas de mi paja interrumpida, se llenaron de nuevo líquido.

  • Mami….- dije yo con voz entrecortada y ella reconoció inmediatamente un asentimiento en ese tono.

  • Ven, mi vida…- mi madre se agachó mientras me pasaba los brazos por debajo de mi espalda y me incorporaba levemente. Acto seguido, me beso en la boca con una ternura inimaginable. Yo creí desmayarme. En ese mismo momento, empecé a sentir por mi madre una atracción sexual indescriptible. Sin poderlo remediar, yo apreté mis labios contra los suyos y abrí la boca, intentando torpemente introducir mi lengua en su boca. Ella, con gran maestría y delicadeza, y con gestos de su propia lengua casi imperceptibles, me iba enseñando el camino. Se puede decir que aprendí a besar en cuestión de un minuto y nos dimos un beso apasionado que duró varios minutos. Finalmente nos separamos y nos miramos. Yo tenía las mejillas ardiendo y los ojos que me echaban chispas. Sentía una profundidad en mi estómago indescriptible y el coñito me chorreaba.

  • Mi amor….- dijo mi madre – eres la cosa más bonita que existe en el mundo….

  • Mamá…jamás había sentido nada igual…..- dije yo embobada.

  • Lo se, mi vida – dijo ella sonriendo.

Me soltó y se levantó. Vestía un pequeño camisón del que se despojó en un santiamén. Yo había visto a mi madre muchas veces desnuda y me parecía muy hermosa, pero hasta ese momento no la había visto desde el punto de vista que lo hacía ahora. En ese momento me parecía la fruta más apetecible que jamás había visto. Sus firmes pechos, con los pezones erectos, atraían mi mirada y se me “hacía la boca agua” al verlos. Su pubis dejaba entrever unos labios vaginales por los que entresalía un pequeño clítoris. La verdad es que su hermosura me extasiaba. Se tumbó desnuda a mi lado. Con gran delicadeza me quitó mis braguitas y al ver mi coñito tan cerca de su cara exclamo:

  • Mmmmmmmm………que preciosidad…- y depositó un beso al comienzo de mi rajita. Yo creí morir de gusto. Volvió a abrazarme y comenzó a besarme otra vez en la boca con gran pasión mientras metía su pierna entre las mías y comenzaba a frotar mi chochito con ella.

  • Hija, mi niña….eres tan apetitosa……- dijo a media voz en la que se notaba gran deseo.

Llevó su mano derecha a mi entrepierna y empezó a masturbarme muy suavemente.

  • Ves, mi niña….hay que hacerlo así….despacito…con cuidado….sin apretar…. – mientras decía esto me estaba masturbando con gran maestría. Yo estaba tan caliente que enseguida empecé a retorcerme.

  • Ay mami, si….si….sigue así…..mamá…..que gusto me das……mmmm…..me voy a correr…. – decía yo.

  • No, mi vida, espera, no te corras todavía – y diciendo esto bajó su cabeza hasta mi chochito y me abrió los labios con las dos manos. Se quedó mirándolo como un niño que mira un pastel.

  • Mmmmmmmmmm………que delicia….hija mía, te voy a comer este maravilloso coñito….- decía casi relamiéndose. Yo nunca había hecho nada parecido, pero estaba visto que aquella noche yo aprendía una velocidad de vértigo. Mi instinto y el comportamiento de mi madre me habían puesto supercaliente. Mi madre empezó a pasar su lengua por mi rajita impúber y yo creí morir de gusto. La cosa duró pocos minutos porque me corrí enseguida retorciéndome como una anguila. Ella se esforzaba por mantener su boca pegada a mi chochito. Yo solté todo lo que llevaba dentro:

  • Siiiiiiiiiiii, asi!.........Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii……………Mamiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii……………..chupa, chúpame, no pares, mamá, as텅………………………ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh………!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!.

Finalmente, me quedé totalmente relajada sintiendo unas contracciones en mi interior como no había sentido nunca hasta ese momento. Mi madre subió desde su posición hasta besarme tiernamente en la boca. Por primera vez noté el sabor del sexo de una mujer y era el mío propio y en la boca de mi madre, nada más ni nada menos. Yo estaba en el séptimo cielo y con una sonrisa de boba que le provocó una sonrisa a mi madre.

  • ¿Lo has pasado bien, mi amor? – me preguntó.

  • Mami, no tenía ni idea de que esto pudiera ser tan bueno…Uff…¡Que gozada! – dije yo.

  • Esto no es nada, preciosa mía. Ya verás como vas a gozar a partir de ahora. – me dijo ella.

  • ¿Y tú? – pregunté triste porque no sabía como corresponderla.

  • No te preocupes, mi reina, pronto aprenderás a hacerme gozar a mi – y diciendo esto me dio un beso en el que me transmitió todo el amor que llevaba dentro.

Esa noche hicimos o, mejor dicho, me hizo el amor tres veces más. Finalmente yo intenté torpemente hacer lo mismo con ella y en un primer 69 hice que se corriera mi madre.

Después pasaron 15 años en los que fuimos totalmente felices, siendo dos amantes perfectas. Probamos todas las facetas del sexo juntas y, siempre por imposición suya, tuve varias relaciones, tanto como chicos como con chicas.

Un día conocí a un chico que me enamoró profundamente. El día que mi madre se dio cuenta de esto fue el día más feliz de su vida y quizás también el más triste. Por un lado sabía que me perdía, aunque no del todo, y por otro cumplía su sueño de verme suficientemente enamorada como para constituir una familia.

Como decía al principio, a mi marido le costó comprender lo nuestro, pero finalmente aceptó que de vez en cuando, un día a la semana, más o menos, fuera a ver a mi madre sabiendo lo que pasaría entre nosotras. La verdad es que lo aceptó hasta tal grado que incluso hoy día piensa que, si fuera con tanto amor como el que ha visto, no le importaría que la historia se repitiese con mi hija. Quien sabe.

Un beso a todos. Sara.