Mi luna de miel con eva- 6

Cenamos con el dueño y el director del hotel y un empresario y pronto descubro que el plato principal de la cena es mi mujer

Levanté  a Eva para llevarla a la habitación, estaba destrozada, apenas podía andar y la tuve que llevar prácticamente en brazos. Dormimos todo el día, y toda la noche, y por la mañana me sorprendió no recibir la ya acostumbrada visita del “servicio de habitaciones”.

No quiso levantarse en todo el día, y le lleve el desayuno y la comida a la cama. Poco a poco, se fue recomponiendo, a base de mimos y atenciones. A última hora conseguí que se levantara para ducharse, pero estaba poco comunicativa, extrañamente pensativa. Decidí coger el toro por los cuernos. Me senté en la cama a su lado y le acaricié la mano.

-      ¿Quieres que hablemos de lo de ayer?.

Se derrumbó, me dijo que no era una puta, que ella no era así, que no volvería a pasar.

-      te gustó? – la corté. Yo sabía que había disfrutado como una perra en celo, pero necesitaba que me dijera la verdad

-      Si… Ya sabes que sí… mucho… No sé ni cuántas veces me corrí…, pero..

-      A mí también –volví a interrumpirla- y mucho. Me gustó ver como disfrutabas. Te vi llena, con una expresión de placer en la cara que sé que yo no podré arrancarte nunca.

-      Pero yo te amo a ti.

-      Ya lo sé –obvié que en algún momento en la playa pensé que me iba a abandonar para irse con esos dos degenerados- Eso no tiene nada que ver. Esto es otra cosa. Mi única condición es que no pase nunca nada a is espaldas.

Le hablé de las veces que había eyaculado, del morbo de verla empalada, de la satisfacción por verla disfrutar de esa manera. Ella me abrazó entonces, y sentí la caricia húmeda de sus labios. Yo la acaricié y le di la vuelta para echarle crema en el ano, aún enrojecido pero ya muy recuperado. Tanto que empezó a moverlo, como buscando algo más, pero me escapé dándole una palmada jocosa en la nalga.

-      Vamos, remolona, a cenar¡¡¡¡

-      Se levantó desperezándose para darse una larga ducha.

Pero aún estaba insegura, tanto que fui yo quien tuvo que elegirle la ropa. No quería llamar la atención, sin darse cuenta de que no había nada que pudiera hacer para evitarlo. Le escogí un vestido de seda china, abotonado por la espalda, con una abertura lateral que le llegaba hasta la liga y conseguí convencerla de que fuera sin sujetador. Me costó mucho que no se embutiera en uno de sus pantalones.

Al llegar al restaurante, el maitre nos dijo que el director nos esperaba en su reservado. Recordé entonces que ayer nos había pedido uno de los viejos que fuésemos a ese despacho. Lo había olvidado por completo. Seguimos a un camarero, que nos dejó pasar tras anunciarnos. Entramos de la mano y me quedé clavado cuando vi quien se levantaba de la mesa para recibirnos.

Acompañaban a Luis en la mesa Ramiro y otro tipo algo más mayor, de quien lo único que destacaban eran su barriga cervecera, su tono rojizo en la nariz y unos labios gruesos, que esbozaban ahora una mueca de bienvenida. Luis tenía una sonrisa triunfal en la cara, pero sus modales fueron exquisitos cuando presentó a Eva al único desconocido y le retiró la silla para acomodarla entre el nuevo y Ramiro. A mí me situó enfrente.

Eva se sentó rígida, con un rictus de concentración, tan sorprendida como yo, pero sonrojada y con una expresión de temor en la mirada cuando saludó al tipo, Pepe, que la miraba como si fuese el segundo plato de la cena. Luis le presentó como un empresario de hostelería, y yo pensé de inmediato que con esa pinta solo podía ser de un club de alterne, pero la segunda sorpresa fue aún mayor: Ramiro era el propietario del hotel, y de varios otros de la misma cadena, a los que viajaba con frecuencia en visitas de inspección.

-      He tenido que despedir a varios animadores –empezó Luis con una sonrisa, y noté que Eva se estremecía, la respiración agitada, incapaz de controlar el efecto en sus pezones del roce de la seda- me han informado de que se habían propasado con alguna clienta.

-      ¿Sí? –contesté, con un nudo en la garganta.

-      Sí. Me dijeron que les vieron tirándose a una recién casada. ¡Qué desfachatez!, ¿verdad?

Mi esposa bajó la mirada, avergonzada, y yo asentí con la cabeza, en cierta manera aliviado.

-      Es que son cada día más putas¡ -intervino Pepe, mirando a la cara de mi niña

-      ¿pero tú no eres de esas, verdad? –la pregunta vino acompañada de un apretón en su muslo.

-      No…

-      ¿Cómo se te ocurre, Pepe? –le contestó también Ramiro, con una sonrisa sardónica en la cara. También metió una mano bajo la mesa.

-

El aludido dijo algo en el oído de mi mujer, que negó efusivamente. En ese momento llegó el camarero con el primer plato. Unos espárragos gruesos, que debían proceder de Navarra. Intentó coger sus cubierto, pero Ramiro se le adelantó, reteniéndola.

-      No…, bonita..., estos se comen con la mano.

Eva le miró con aire desafiante. Sin contestarle. Cogió uno con dos dedos, Entreabrió los labios y se lo introdujo lentamente, como acariciándolo con ellos. Entonces hizo algo sorprendente. Se lo sacó con la misma lentitud y le miró con inocencia  a los ojos.

-      Es así?

-      Sí…, muy bien…, - puso una de sus manazas cubriendo la de Eva y empujó hacia delante, hasta meterle más de la mitad del espárrago en la boca. Eva entrecerró los ojos, mirándome, y dejó que le cayera algo de líquido por la comisura de los labios, en un gesto deliberadamente obsceno..

Noté que mi polla pegaba un latigazo en el pantalón, que se acentuó cuando vi como pasaba la lengua por la punta antes de volver a tragarlo. No Era el único, todos teníamos clavados los ojos en el movimiento de su lengua. Pepe metió de nuevo la mano debajo de la mesa y la mantuvo allí. Mi mujer enfocó entonces sus ojos en los míos con una mirada interrogante.

Asentí en silencio y ella se relajó ostensiblemente. La mano de Pepe seguía bajo la mesa, pero ahora movía ostensiblemente el brazo y noté el progresivo endurecimiento e los pezones de mi esposa, cada vez más acalorada.

-      Me…, es…tá…, tocando…, -susurró y extendió una mano en la mesa, para sujetar la mía.

-      Lástima que la señora no sea una putita –le dijo a Ramiro.

Había metido la mano en la abertura, según me explicó después Eva, y la subía en movimientos circulares por su muslo.

-      Sí, es una pena, pero ella es una esposa muy fiel…, - le contestó el aludido quien de inmediato se dirigió a mi mujer:

-      Pareces un poco acalorada, puedo? –sin esperar respuesta le desabrochó los dos botones superiores del vestido, y al hacerlo dejo que el dorso de su mano rozara levemente sus pezones, por encima de la seda.

Mi niña entrecerró los ojos y se mordió el labio inferior, en un gesto muy suyo cuando empezaba a ponerse caliente. Pegó un repentino respingo, y supe entonces que habían llegado a su intimidad. Exhaló un suspiro, seguido de un gemidito muy suave, y vi como Ramiro le metía un segundo espárrago en la boca.

Luis me distrajo en el momento en el que yo también cogía un espárrago con la mano.

-      Se sienten suficientemente bien atendidos en el hotel? – hizo hincapié en la palabra “atendidos”, mientras me colocaba una de sus manos en el muslo.

-      Su personal es…, muy…, eficiente… - le respondí en el tono más profesional que pude, con el espárrago en la mano,  a pocos centímetros de la boca.

-       Me alegra oírle, ya sabe que estamos para servirles – su mano recorría ahora el interior de mi muslo, sobando con el dorso mi paquete- pero coma…, coma.., hoy son nuestros invitados y pueden comer todo lo que les apetezca. Pero coma despacito…, no se vaya a atragantar.

No le respondí, aunque sentí un escalofrío cuando me metí ese espárrago en la boca. Entonces volví la vista hacia mi mujer, bueno…., hacia donde debería estar mi mujer. No la vi, y entonces Pepe me sonrió.

-      Su señora es tan amable..., me está recogiendo la servilleta, se me había caído al suelo – Aferraba con la mano un puñado del cabello de mi esposa y la hacía subir y bajar con premura. A ella solo la oía gemir, y esos sonidos de chupeteo, nada disimulados.

Se levantó apresuradamente cuando entró el camarero con el segundo plato, salchichas alemanas, con chucruta.  Si se sorprendió con la escena lo disimuló con habilidad, y se limitó a dejar a bandeja en la mesa. Eva tenía el vestido abierto –dos botones más desabrochados- y asomaban la mitad de sus pezones en sus pechos desnudos, como ofreciéndose.

-      Nicolás, que no nos molesten en un rato –le despidió Luis, dándole tiempo a echar un repaso con los ojos a mi esposa. Ella tenía la mirada vidriosa y jadeaba de tal forma que cada respiración provocara que se le movieran los pechos.

-      Espero que te guste el segundo plato tanto como el primero –le dijo Ramiro, y ella bajó los ojos, aunque se le puso una sonrisa tímida en la boca.

Ramiro y Pepe tuvieron una riña cómica, entre risas, para ver quien conseguía meterle a mi mujer la salchicha más gorda en la boca. Mi mujercita se dejaba hacer, moviendo la mano derecha –a ese lado estaba Ramiro- rítmicamente bajo la mesa. Ni siquiera la sacó para limpiarse una gotita de grasa de los labios y correspondió entreabriéndolos y dejando que penetrara el dedo huntado en su boquita.

Se desataron los dos: Ramiro bufaba, acelerando el movimiento de la mano. Sustituyó el dedo por la lengua en la boca de mi mujer, mientras Pepe sugirió que estaba demasiado acalorada, tuvo la desfachatez de pedirme permiso antes de empezar a desabrocharle otro botón. Al hacerlo introdujo el pulgar para sobarle los pezones.

-      No…, aquí…, no…, por …fa…vor…, oohhmmmmmmm -gimió con la voz entrecortada. Me alegró ver que al menos tuvo la decencia de resistirse. Unos segundos, antes de abrir la boca y entregarle su lengua al que se comportaba como dueño y señor del hotel, y de todo lo que en él se encontraba. El tipo se la lamía, como si fuese un helado y mi esposa aceleró la paja, y se convulsionó en un violento orgasmo.

Pero no pararon: obviando sus jadeos, Pepe le amasaba las tetas ya sin subterfugios, se las estrujaba, las juntaba y las separaba, hasta que se inclinó diciendo que no podía esperar al postre y empezó a chupetearle los pezones. Ramiro había metido la mano bajo la mesa, y la dedeaba con violencia. Eva echó la cabecita hacia atrás, con los ojos cerrados, la boquita abierta.

-      Ohhhmmmmm…, sssssiiiiiii…mmmmmmmmmm

-      Te gusta, putita?

-      Siiiii…, ahhmmmmm…, maaaaaassssssssss