Mi lujuria pudo más que yo.
Es la historia del porque le puse tremendos cuernos a mi marido. Decidí dejarme seducir por otro hombre para ser su puta.
En aquel tiempo yo daba clases de Biología en una preparatoria pública y aparentemente todo iba bien en mi casa. Pero meses después de que quedé embarazada de mi niña, el sexo con Javier (mi esposo) empezó a decaer, me alarmé porque sabía que algo andaba mal pues esto nunca nos había pasado. Deben saber que cuando yo me casé con Javier; el éxito, el dinero y la hermosa mujer que le acompañaba como esposa (yo), hicieron que él se construyera una reputación de “hombre respetable”; personalidad que yo también llegué a creer que era real, hasta que llego el día en que él debió comportarse como tal y no lo hizo.
Cuando empezó todo yo tenía 30 años, aquí les cuento todo desde el inicio de nuestros problemas…
Una noche tuvimos un encuentro sexual bastante frustrante, yo tenía las tetas casi a reventar y creí que esto podría excitar a Javier. Empezamos a besarnos, yo le restregaba mis tetas por todo el cuerpo hasta la cara, pero sin conseguir una erección de su parte. Entonces decidió penetrarme torpemente con la verga casi flácida y comenzó a moverse. Tras un par de minutos se detuvo, me beso en la boca y se echó a dormir. Tras esa noche nuestros “encuentros sexuales” tenían la misma “intensidad” así que acudimos al especialista para curar su impotencia a petición y súplicas mías.
Descubrimos que el estrés de la constructora en donde él trabajaba y la diabetes, le dificultaban a mi esposo despertar su libido. Nos recomendaron procurar adaptarnos a un estilo de vida más tranquilo para él, le hicieron cambio de dieta y yo empecé a tratarlo como rey todo el tiempo.
Después de dar a luz a mi hija los meses siguieron. A la hora de “hacer el amor” las cosas seguían igual, él se montaba y trataba de meterme su flácida verga, la cual a penas entraba y él no permanecía dentro de mí ni 2 minutos y se venía; aquello era un circo más que un acto sexual y en adelante así era como “follábamos”. Al principio sentía pena por Javier y trataba de no presionarlo, pero con el tiempo él llegó al punto de hacer como si no pasara nada, seguía llegando tarde del trabajo, comía donde fuera, no hacía ejercicio y ya ni se molestaba en regalarme un beso o una caricia, simplemente se montaba en mí para hacer el ridículo y creía que con eso ya estaba cumpliendo; y lo que más me hacia rabiar era que no me preguntaba como me sentía, solo me hablaba de lo orgulloso que estaba por lo que la gente piensa de él, de su éxito, y de su “hermosa familia”.
Una noche quise presionarlo sugiriendo que debería de dejar de estar tanto tiempo en la oficina pero solo conseguí que me rompiera el corazón, sus palabras fueron “lo siento Andrea, pero no pienso dejar la constructora”.
Yo esperaba de él una mirada de culpa o algo de compasión hacia mí, en realidad solo quería atención; quería provocarlo, quería escucharlo decir que odiaba el no poder tocarme, que todo estaría bien pero lo que recibí me dejó fría y llena de rabia, sus palabras inundadas de conformidad, mediocridad y sin el mínimo interés por mí; mataron el amor que yo aun sentía por él. Esa noche recuerdo que lloré como nunca y en silencio. Realmente había dejado de amar a Javier, él no iba a cambiar y yo tendría que aceptar su indiferencia hacia mí y empezar a acostumbrarme.
Semanas después cuando regresé al colegio a dar clases, el estrés empezó a ponerme de malas todo el tiempo y lo peor era que me desquitaba con mis hijos, así que decidí mejor distraerme un poco y comencé a tomar clases de gimnasia en un salón cerca de mi casa a las cuales asistía a diario después de mis horas de clases; excepto los viernes, que me quedaba hasta tarde en el colegio. Las clases me hicieron mucho bien, conforme pasaban los meses mi cuerpo volvía a tomar forma y fueron mis propios alumnos quienes me lo hacían notar con sus piropos, sus miradas torpes y sus jueguitos traviesos; incluso varios compañeros profesores me invitaban a tomar el café, cosa que hacía tiempo no pasaba. Me di cuenta de que me desenvolvía en un mundo en donde como mujer el tener un cuerpazo valía más que cualquier cosa, hacía que los demás me mostraran su mejor cara, estaban siempre a mi disposición; y los que no, sabía que fingían por pura envidia y para llamar mi atención, lo cual era muy halagador. Siempre acepté esas invitaciones de mis compañeros, así les agradecía sus atenciones y fomentaba el ser deseada por mis compañeros; lo cual me hacía sentir muy bien, pero aquellas citas nunca pasaron a algo más que una simple comida y buena conversación.
Para cuando cumplí 34, yo ya estaba completamente enamorada de mi cuerpo, era perfecto, como siempre lo había soñado y recuerdo que ese año festejé mi cumple comprándome ropa muy ajustada, a partir de ese día vestiría diferente, más llamativa y juvenil; y aunque mi esposo parecía notarlo le daba igual, nunca dijo algo más que “te ves linda”. Yo me esmeraba por lucir mi culo, lucirlo para cualquier hombre que me pudiera ver ya que la vanidad era el único placer que podía disfrutar entonces. Usaba tacones altos, pantalones y jeans ajustados, así como vestidos muy ceñidos a la cintura lo que hacía resaltar aun más mi firme trasero; ahora que lo veo, el tomar esas clases de gimnasia ha sido la decisión más sabia y maravillosa de estos últimos años.
Tras un tiempo, ya no tenía sexo con mi marido, y la verdad ni cuenta me di. De pronto yo ya me había adaptado, me encontraba tranquila conmigo misma, equilibrada y con paz, bien con mis hijos y con mi familia, hasta mi relación con Javier (mi esposo) iba bien; exceptuando en lo que a una vida íntima se refiere.
Los fines de semana salíamos juntos como familia al cine, a los restaurantes o simplemente a pasear a alguna de las plazas comerciales, siempre divirtiéndonos con lo más mínimo y yo feliz por ser la atracción de cualquier lugar a donde llegáramos. Todo parecía perfecto; insisto, a excepción del sexo. En mi mente fantaseaba con algún día encontrar a un hombre por el que fuera capaz de dejar a mi esposo, pero sabía que de esos hombres ya hay muy pocos, así que era mejor fantasear con ello.
Entre semana, la relación con Javier volvía a ser rutina, casi no hablábamos y nuestras pláticas eran sobre nuestros hijos y cosas de la casa, los pagos, las cuentas etc.
Un viernes al finalizar mi turno, recuerdo que casi al retirarme a mi casa hallé un sobre blanco entre las tareas de mis alumnos, contenía una carta y una foto. Lo primero que hice fue ver la foto, se trataba de una verga en plena erección; en seguida me asusté y regresé todo nuevamente al sobre y lo metí entre las tareas, las tomé todas y salí en seguida del salón. Mi corazón latía a mil, no podía creer que aquello me estuviera pasando a mí. No había duda de que alguno de mis alumnos me había dejado ese sobre.
Llegué al estacionamiento, encendí mi auto y conduje. Ya fuera de la escuela tome varios respiros hondos hasta que empecé a tranquilizarme, conduje hasta la mitad del camino y me detuve en el estacionamiento de un centro comercial.
Con mis movimientos torpes y mis manos aun temblando busqué el sobre y lo metí en mi bolso, salí del auto y camine hasta el primer baño que encontré y me metí. Ya sentada en el retrete comencé a leer.
“Hola bizcochote, se que a pesar de haber visto antes la foto estarás leyendo esta carta porque eres una puta y te gusta la verga. Quiero que sepas que todos los días llego a mi casa y me masturbo pensando en tu cola, en ese gran culo de zorra que tienes, ese culo que nos vuelve locos a todos y tú lo sabes bien. Que envidia le tengo al estúpido de tu marido; sí, a ese pendejo que todas las noches te folla y te perfora el ojete hasta que gimes de placer y recibes en el culo sus chorros de leche caliente, seguramente se casó contigo solo para poder follarte el culo todas las noches en su cama de matrimonio, pero eres su puta y lo sabes te gusta ser una puta y se que puteas con cuanto macho te encuentras hasta que lo tienes montándote y dándote por tu gran culo. También se que eres una pendeja con mierda en la cabeza, y que tienes trabajo porque le ofreciste tu culo de puta al director para que te diera este trabajo y así puedas andar calentando vergas porque eso es lo que te gusta pinche puta barata calienta vergas, y no te hagas de la boca chiquita que se bien lo puta que eres y que te encanta comer verga. Por ultimo puta de mierda, quiero que sepas que me excitas de sobremanera cuando te pones tus pantalones blancos, me vuelves loco porque tu culo se ve bien rico, parado y con mucha hambre de verga y quiero que el lunes te los pongas para seguir calentándome porque se que te gustó mi carta. Además tal vez te presente a la verga que viste en la foto para que te la metas por el culo, te gustó verdad? Ya sabes putita, el lunes te quiero con los pantalones blancos.”
Tras haber leído ya había muchos sentimientos encontrados dentro de mí y no pude más, y me solté a llorar en silencio, no era por lo que decía la carta; mi llanto era de impotencia. En la carta vi una idea muy equivocada de mí, pero como hubiera querido que hubiera un poco de verdad. Éste fulano seguramente estaba en su casa masturbándose pensando en mi culo mientras yo estaba frustrada por no poder darle a mi cuerpo el placer del que todos pueden gozar libremente; y solo porque a mi esposo ya no le interesaba tener una vida sexual, la mía se estaba yendo al caño. Sentía soledad, tristeza y excitación; mezcladas con odio hacia mi marido, pero también me sentía “nueva”, los insultos en aquel papel me habían llevado al límite y al fin pude abrir los ojos “mi esposo no volvería a causarme un orgasmo”.
Supe que ahora tendría que adaptarme, ser más ligera de moral si es que quería acallar los gritos de mi cuerpo quien ya me pedía verga a gritos, pues estaba excitadísima.
Fui a una heladería por algo frío y mientras saboreaba el helado decidí hacerlo; no regresaría a casa hasta conseguir una verga que me saciara.
A penas di unos pasos para pagar mi cuenta y sentí una mirada clavarse en mi culo, voltee y era un señor como de 50 años, iba con su esposa e hijos. Yo levanté un poco mas la cola y enseguida le miré a la cara, sus ojos me devoraban, y cuando alzó la mirada le regale una sonrisa y salí de allí contenta, pues había coqueteado con un desconocido al que lo único que le importaba era mi cola y se sentía genial.
No me extrañó captar la mirada de aquel hombre pues ellos siempre babeaban por mí, y ese día con mi pantalón de traje sastre en color rojo que me ajustaba perfecto era fuego total, pues se me dejaba ver que usaba tanga. Pensé “¿cuantos hombres dispuestos a follarme y yo sin darles la oportunidad?, que tonta soy ¿será que realmente voy a cambiar o solo lo dije para sentirme un poco mejor?” y de pronto me pasó una idea por la cabeza: “aquel viejo de la heladería iba con su familia muy contento, ¿y si yo hiciera cornuda a su esposa casi en sus narices?”, proyectaba en ella a mi marido, imaginaba que era Javier quien esperaría en esa mesa con mis hijos, mientras yo andaba de putona con otro hombre casi en sus narices, la idea me fascinó así que regresé a la heladería.
Justo antes de entrar sonó mi teléfono y vi que era una llamada de mi casa; seguramente era mi hijo que quería que le llevara alguna golosina, no contesté y apague el teléfono.
Entré con mi rostro muy serio y esta vez sin voltear ni un poco hacia donde estaba aquel sujeto, y esperé mi turno.
- Hola, me das un helado de plátano para llevar. – Dije alzando un poco la voz para asegurarme de llamar la atención.
Sabía que él seguía allí con su familia y seguramente comiéndome la cola con la mirada.
Comencé a caminar hacia la salida y lo mire y él a mí, esta vez no le sonreí pero agaché el rostro y volví a mirarle antes de salir y seguí caminando hasta una de las bancas de en frente. Me quedé de pie dándole la espalda y seguramente el señor me miraba a través de los enormes ventanales. Yo sacaba el culo, cruzaba las piernas y hacía como que miraba a cualquier lado muy distraída. Era hora de actuar bien así que tiré unos pañuelos; el pretexto perfecto para poder agacharme y dejarle ver mis caderas ensancharse dentro del pantalón; sabía que él desearía que mi pantalón no aguantara y reventara, se volvería loco pero oh sorpresa, un tipo joven del que ni me había percatado se acercó rápidamente y me recogió los pañuelos, evitó que me empinara para aquel viejo.
En vista de mi seducción fallida con el viejo, me pasó por la cabeza convertir al joven en mi nueva victima; pero no solo era tener una verga dentro de mí, quería humillar a alguien con ello; quiero que mi debut sea con un hombre casado, para hacer cornuda a su esposa.
Me retiré del centro comercial un poco molesta por la estupidez de aquel viejo, pero también un poco aliviada; “no quedó en mi” – me dije. Y tras caminar un par de metros rumbo a la salida:
- Disculpa, ¿quieres que te lleve? – oí decir a alguien de tras de mí.
Y mi sorpresa fue que al voltear vi que era precisamente la victima que yo había creído perdida; el señor de la heladería, “¿no que no?” – pensé.
- Hola! – exclamé con una sonrisa y dando pie a que él me dijera algo más.
- Está oscureciendo y la atracción de las fiestas no debería andar sola.
- De las fiestas? ¿Cuáles fiestas? – yo seguía muy simpática.
- Pues las que hacen todos a donde quiera que te paras; eres un carnaval de sensualidad y yo quiero disfrutar de él.
No me gustaba para nada lo que me decía ese imbécil, pero tenía que hacerlo de una vez por todas; para mí era más un reto que un simple desliz.
El tipo iba decidido y eso me atemorizaba pero a la vez me excitaba, además yo quería que esto fuera lo más rápido posible y decidí no hacerme más del rogar.
- Jajaja! – Yo reía como una idiota para animarlo a continuar, pero debía terminar con eso pronto. Yo aun no estaba lista para salir de aquella plaza con un desconocido, así que tomé la iniciativa.
- Qué te parece si nos vemos en 5min en el descanso que está bajando las escaleras, ok? – le dije, pues necesitaba un aliento antes de atreverme a algo.
- Que? – dijo él sorprendido, yo solo le sonreí y me dirigí al baño que está junto a las escaleras. Yo sacaba bastante el culo y meneaba mi cola para que al viejo no le quedara de otra más que obedecer.
Tras mirarme al espejo por un tiempo, tomé aire y salí. Bajé por las escaleras de emergencia y esperé en el descanso. Cuando él llegó empezó a bajar muy despacio, la lujuria se notaba en su mirada, yo empezaba a tener miedo; creí que me arrepentiría en el último momento.
- Wao! Que será esto, una probadita? – dijo desconcertado, yo sonreí.
Que te parece si mejor nos vamos a un lugar más íntimo? – sugirió él.
No se, no estoy segura – yo estaba asustada, no sabía que hacer y eso él lo sintió como una invitación, me tomó de la cintura y me plantó tremendo beso que casi me deja sin aire.
Aquel beso bató para quitarme cualquier duda que hubiera tenido. Comenzó a manosearme el culo como si quisiera arrancármelo, y yo lo disfrutaba.
Sentía sus manos estrujar con fuerza mis nalgas y mi chocho, su boca pretendía dejarme casi sin sabor en los labios de las succiones que me daba. El tipo sabía bien lo que hacía y yo no pensaba en interrumpirlo, mi coño escurría por sentir su verga. Estaba a punto de dejarme llevar cuando pensé “¿y los condones? “, puta madre la mía!, había estado tan decidida en buscar una verga que jamás pensé en que la encontraría.
“Algo se me ocurrirá” me dije en ese momento para no dejar de disfrutar de la manoseada que me estaba metiendo ese desconocido.
Para sentir la humillación de su mujer le pregunte por ella:
- Y tu esposa? – susurraba yo jadeante.
- Eso te preocupa? – dijo con mucha extrañeza pero sin dejar de manosearme.
- Sí, un poco.
- Les está comprando zapatos a los niños, y yo regresé a casa por la tarjeta de crédito. – y echó una carcajada.
- Y te gusta lo que encontraste? – decía yo mientras le abría la cremallera del pantalón.
- Wao, creo que me va a fascinar – dijo, y entonces le saqué la verga del pantalón.
Comencé a masturbarlo mientras él cuidaba de que nadie nos fuera a descubrir. Para entonces ya había una mezcla de miedo, placer y culpa en mis entrañas, no sabía si podría continuar, pero seguro me iba a atascar la boca con esa verga que crecía entre mis manos y no pude más, me agaché y comencé a mamarle la verga con tal entrega que él trataba de calmar mi ritmo tomándome de la cabeza.
- Ahh, ahhh, ahhh, sííí – Gemía él con disimulo.
Yo no decía nada y seguía mamando, perdí la noción del tiempo y solo me importaba guardar en mi memoria cada detalle de esa verga; su sabor, su olor, su calor y su textura, me la tragaba de golpe hasta la garganta y a penas la sacaba y ya arremetía de nuevo hasta el fondo. Hacía tiempo que soñaba con tener algo así para disfrutarlo y estaba dispuesta a disfrutar cada segundo:
- Oh, lo haces de maravilla! Estás buenísima. – repetía el viejo mientras yo se la mamaba.
El sonido de mis mamadas era espectacular y recordé aquella frase que vi en la carta de mi alumno “se bien lo puta que eres y que te encanta comer verga”, yo estaba calientísima y pensé en ese momento que mi púber alumno tenía mucha razón sobre mí y comencé a magrearme el coño, “sí, me encanta comer verga” pensaba. No se cuanto tiempo se la estuve mamando pero debió ser bastante, pues ya empezaban a dolerme los pies y el cuello, sentía como una mezcla de mis lágrimas y mi saliva, empezaba a escurrirme mojándome toda la blusa.
Y justo cuando perdí la cabeza y estaba a punto de llevarme al viejo para que me cogiera, él me indicó que se venía.
- Me vengo hija. – dijo el viejo con voz entrecortada.
Me causo gracia pero me gustó el que me llamara “hija” porque me hizo sentir una mujer joven otra vez, y en recompensa yo apunté su verga a mi boca abierta, deseaba saborear su semen, sentirlo caliente en mi boca y en toda la cara.
- Ahhhhhhh – Gimió, y el primer chorro y el segundo me rociaron la cara, mientras los demás se depositaron en mi boca.
Tras su venida, me tragué su leche y me encantó, me sentía la esposa más puta de todas y eso me gustaba. Nunca le había hecho una mamada a nadie, y mucho menos había probado el semen hasta ese día pero parecía que lo había hecho bien. Me puse de pie y empecé a recapacitar sobre querer follarme al viejo, recobre el sentido del tiempo y parecía que nadie había notado nada.
Mientras yo limpiaba mi blusa y mis tetas con unos pañuelos él finalmente se guardó la verga y se quedó mirándome en silencio, esperando a que yo dijera algo.
Al darse cuenta que yo me disponía a retirarme, él llevó una de sus manos a mi coño:
- Estuviste fabulosa pero me muero por cogerte.
Y crees que eso va a pasar? – dije yo sonriéndole.
No lo se, cuanto me va a costar? – se veía que nunca tuvo gratis a una mujer de mi talla.
- Nada porque ya me voy – Le volví a sonreír y baje por las escaleras.
- Cómo que te vas?!
- Sí; no te ofendas, es solo que olvidé algo y ya se me hizo tarde – y me marché.
- Cuando te volveré a ver? – gritó el muy estúpido cuando yo ya iba en plena plaza; más de un indiscreto volteó a verme y tuve que fingir.
Le soplé un beso y seguí caminando hasta la avenida principal sin voltear. Lo último que quería era que el viejo identificara mi auto así que tomé un taxi.
Me dirigí a una tienda de ropa cerca de ahí para comprarme una blusa, y también para hacer tiempo y regresar a recoger mi auto sin el temor de encontrarme de nuevo al tipo del cual aun tenía su semen reseco en mis mejillas, así que saqué mi espejo y comencé a quitarme los rastros de su leche en mi cara.
El taxista enseguida se percató de lo sucedido: mi prisa por limpiarme la cara con mi saliva, mi boca reseca, pero sobre todo, el olor a semen que traía encima; era obvio, venía de comer verga, pero poco me importó lo que pensará el taxista.
Ya de regreso y tras comprarme una blusa, regresé por mi auto, y una vez dentro encendí mi teléfono, tenía un mensaje de Javier: “Vamos a ir al cine de “Las Palmas” (donde estaba yo) a ver una película, nos vemos allá. Besos!” Me puse nerviosa por tener que regresar al centro comercial y salí del auto para tomar aire, increíblemente no quería hacerle saber a mi esposo que había estado con otro hombre; y mucho menos que mamándole la verga, aunque ganas no me faltaban; fantaseaba con restregárselo. Pero mejor me puse un poco de perfume y salí del auto a esperar.
A los pocos minutos me llamó mi marido y me dijo que ya iban llegando en un taxi a la plaza y que nos veíamos en el cine, así que me dirigí hacía allá. Como siempre, al llegar a donde estaba mi familia fui nuevamente la sensación y robaba las miradas de todos, pero esta vez había una soberbia en mí que nunca había experimentado. Fuimos a comprar los boletos de la película. Mi esposo como siempre, estaba tan fascinado con saber que era la envidia por el viejorron que se cargaba, que no notó nada en mí.
Nos formamos en la fila y al empezar a salir la gente de la función anterior vi a muchos señores acompañados de su familia, y en cada uno de esos hombres me veía de rodillas frente a ellos mamándoles la verga como lo había hecho horas antes con un completo desconocido. De pronto me empecé a excitar con cada hombre que pasaba frente a mí, mis ojos se clavaban directamente en sus pantalones e imaginaba como serían sus vergas, las ganas de mirarles el bulto se me empezaba a hacer una obsesión, y lo peor es que lo hacía delante de mi esposo y mis hijos. Quería tranquilizarme para no hacer notar mi extraño comportamiento y lo primero que se me ocurrió fue salirme de la fila con el pretexto de ir al baño.
Al llegar al baño me baje el pantalón y noté que estaba completamente mojada, no me resistí y le mandé un mensaje a Javier diciéndole que tardaría un poco en el baño pues no me sentía muy bien. Me bajé completamente el pantalón y la tanga, y me senté encima de la tapa; sin más sólo comencé a sobarme el coño.
Introducía mis dedos despacio y con un suculento vaivén. Ahogaba mis gemidos con un agitado pero silencioso respirar. Imaginaba que aquella verga entraba en mi coño, sentía como la recibía mi conchita húmeda, y como la apretaba sintiendo su grosor rozando mis paredes, estaba disfrutando de mi primera paja en años.
Tuve un orgasmo tras otro, de veces se me escapaban pequeños gemidos que parecían chillidos y resonaban en el silencioso y solitario baño.
Luego quise ponerme más a tono y saqué aquella carta que llevaba en mi bolso y comencé a leerla al tiempo que seguía machacándome el coño.
Cada palabra en esa carta era como una arremetida de verga y la disfrutaba al máximo, se detuvo nuevamente el tiempo y mi coño no paraba de chorrear hasta que de pronto escuché como la gente iba entrando al baño. Vi la hora y reaccioné!. Había estado masturbándome en el baño toda la película.
Me vestí rápidamente y salí al encuentro de mi familia, fingiendo una cara de malestar para no levantar sospechas pero con una gran sonrisa por dentro, de esas sonrisas de satisfacción que solo te las dan los orgasmos.
- Como estuvo la película? – les pregunté.
- Buena, a los niños les encantó! Tu ya estás mejor? – preguntó mi esposo.
- Pero porque no entraste al cine con nosotros mami?
- Su mamá está cansada niños – interrumpió Javier.
- Mejor vayámonos a casa porque mañana me toca trabajar – dijo Javier nuevamente.
- Sí, creo que solo necesito dormir y estaré como nueva – mentí.
De regreso en el auto con mi familia yo me sentía satisfecha, contenta y casi realizada; hasta me acurruqué a mi esposo y le tomé de la mano. Sólo me faltaba una cosa para ser completamente feliz, y era darle de comer verga a mi concha hasta morir de placer.
Esa noche llegando a casa me di un buen baño y me fui a la cama a descansar. Increíblemente caí como tronco, hasta la fecha no puedo comprender como es que pude dormir tan tranquila esa noche después de lo que había hecho. A veces creo que fue porque tuve el valor de darle libertad de expresarse a la puta que llevo dentro, y fue como quitarme un gran peso de encima.
...continuará.