Mi lugar secreto
Una chica de pueblo se lleva a su amigo de ciudad a su lugar secreto, y allí pasan un rato agradable y placentero.
David era un chico de ciudad que pasaba las vacaciones de verano en casa de su abuelo, en el pueblecito donde yo vivo. Era cuatro años menor que yo, bastante guapo, pero sobre todo destacaba por ser muy inocente y muy correcto. Sus padres eran muy estrictos y apenas le dejaban hacer nada divertido, pero él no se sentía oprimido en absoluto, sino más bien protegido. Ni siquiera en su adolescencia (si es que se puede decir que la tuvo) dejó de comportarse como un buen niño, que nunca ha roto un plato. Esa personalidad suya me divertía, ya que al ser mayor él me tenía una especie de respeto que yo aprovechaba para mi propio beneficio, y su cara resultaba irresistiblemente linda cuando le proponía hacer juntos el tipo de travesura que sus padres jamás permitirían. En cambio yo era todo lo contrario: siempre estaba corriendo, saltando, escalando y haciendo enfadar a mis padres.
La razón por la cual cada verano esperaba con gran impaciencia la llegada de David, no era que estuviese enamorada de él ni nada parecido, sino que en mi diminuto pueblucho, aislado entre bosques y montañas, yo soy la única chica de mi edad. Las vacaciones de verano eran siempre aburridas y solitarias hasta el día que llegaba David. Por eso todos los días iba a verle y a jugar con él.
Aquel verano se acercaba a su final. Había pasado muchos buenos ratos con David, pero pronto se acabarían, así que decidí organizar un último gran recuerdo de ese verano.
-David, ¿vienes conmigo?
-¿A dónde?
-A mi lugar secreto.
-¿Un lugar secreto? ¿Cuál? ¿Dónde?
-No te preocupes, estoy segura de que te va a encantar. Pero me tienes que prometer que guardarás mi secreto, no podrás contarle nada de esto a nadie, ¿lo prometes?
-Te lo prometo, Sara.
Empezamos a caminar, el siempre detrás de mí, siguiéndome. Salimos del pueblo tras cruzar los prados de su abuelo y nos internamos en el bosque. El camino era cuesta arriba y, sumado al calor y la humedad, nos hizo empapar de sudor la ropa.
-¿Falta mucho?
-Pareces un niño pequeño. Aguanta un poco, te prometo que merece la pena, mi lugar secreto es más hermoso que cualquier rincón de tu ciudad.
Tras media hora de paseo David estaba desfallecido. El pobre no era muy deportista, sin embargo aguantó y no volvió a quejarse. Entonces el camino se volvió cuesta abajo, y empezó a oírse el murmullo del agua.
-Ya falta poco.
Nos salimos del camino y empezamos a andar campo a través. A David no le gustó nada aquello, pero muy poco tiempo después llegamos a mi lugar secreto.
-¡Guaaaauu! Tenías razón, Sara, es increíble.
El lugar era una pequeña cascada que caía sobre una piscina natural. A un lado había un claro soleado y al otro algunas rocas que se juntaban con el bosque. El rio no era muy grande, pero en aquel sitio se acumulaba bastante agua para bañarse y nadar un poco. Sin pensármelo dos veces, me quité la ropa descubriendo el bañador que llevaba debajo y me lancé al agua.
-¡Aaahh! ¡Qué refrescante!
David me miraba fijamente, y pude ver cierta desilusión en su mirada.
-¿Qué te pasa, David? ¿Por qué no te bañas conmigo? El agua está un poco fría, pero con el calor que hace se siente genial.
-Es que no he traído bañador… Vale que es un lugar secreto, pero al menos podrías haberme dicho que podíamos bañarnos allí…
-Bueno, ¿y cuál es el problema? Puedes bañarte desnudo.
-¿De..de.. desn… ¡desnudo!?- David puso aquella cara irresistiblemente linda. No pude evitar sonreír.
-Está bien… veo que no tengo otra opción…-
Me acerqué nadando a la orilla y me puse de pie dónde el agua me llegaba hasta las rodillas. Lentamente, sin dejar de mirarle a los ojos, deslicé los tirantes de mi traje de baño. Los ojos de David se volvieron grandes como platos. Continué quitándome el bañador muy despacio, descubriendo cada vez más mi suave y bronceada piel. Primero descubrí los pechos, luego mi vientre y mi ombligo, y por último mi sexo y su fina mata de vello negro. Me di media vuelta para que, al agacharme para sacar mis piernas del bañador, David pudiera ver bien mi trasero. Cuando ya tenía mi bañador en la mano, lo lancé a los pies de David, cuya ruborizada cara reflejaba incredulidad y excitación a partes iguales.
-¿Lo ves? ¡No pasa nada! No me hace daño bañarme desnuda, al contrario, se siente muy bien. Anda, no seas tonto, ¡báñate conmigo!
David dudó un instante, pero por fin se decidió y se desnudó a toda prisa. Primero la camiseta, luego el calzado y el pantalón, y por un momento pareció que se iba a bañar con los calzoncillos puestos, pero al final también se los quitó. Su piel era pálida y tenía poco vello. No llegaba a estar gordo, pero tenía algún michelín. Su pene tenía una gran erección. No era muy grande, y tenía la cabeza cubierta de piel.
Tímidamente avanzó hacia el río. Cuando metió el pie, una sacudida recorrió su cuerpo.
-¡Está muy fría!
-Si entras rápido y te mueves no se nota tan fría.
No me hizo caso, prefirió entrar poco a poco. Demasiado poco a poco para mi gusto. Cuando el agua le llegaba a las rodillas su erección había desaparecido y yo me aburrí de nadar sola, así que decidí ayudarle a entrar al agua. Caminé hasta él y con todo mi cuerpo mojado le di un abrazo para mojarle la piel. Él se estremeció y soltó un gemido. Su diminuto pene rozó mi vientre y sentí como se ponía duro de nuevo.
-¡Qué frio, qué frio!
-Conozco un juego para entrar en calor en el agua, es muy divertido, cada uno tiene que intentar sumergir en el agua la cabeza del otro.
Y mientras terminaba la frase, salté hacia él, sujeté su cabeza con fuerza hacia mi pecho y dejé que el impulso de mi salto nos sumergiera a los dos. Cuando volvimos a emerger, David estaba colorado. Se alejó un poco de mi rápidamente y se puso en posición para atacar, había aceptado mi juego.
Estuvimos jugando alrededor de una hora, durante la cual los roces fueron muy numerosos. Al principio él, muy educadamente, intentaba evitar tocarme el culo, o las tetas, pero yo no me cortaba ni un pelo: A veces le abrazaba por detrás para estrujar mis tetas contra su espalda, a veces le agarraba el culo, a veces dejaba que él me agarrara por detrás para restregar mi culo contra su polla… Poco a poco, David comenzó a soltarse. Conociéndole, debió reunir mucho valor, o estar muy cachondo, para hacerme lo que me hizo. Lo primero fue un roce disimulando a uno de mis pezones, luego una palmadita en el culo, luego hundir la cabeza entre mis pechos…
El juego había sido agotador, y estábamos los dos cachondos perdidos. Salimos del agua y nos tumbamos en una roca para secarnos al sol. Tras un rato mirándome David me dijo:
-Nunca había visto a una chica desnuda.
-¿No? Y ahora que por fin has visto una, ¿qué te ha parecido?
-Me ha gustado, tienes un cuerpo muy bonito.
-Eres un cielo, muchas gracias- Le di un beso en la mejilla.
-Sin embargo… aún no he visto bien… tu… todo tu cuerpo…
-¿Te refieres a mi vagina?
David se puso muy rojo. Asintió con la cabeza.
-¿Quieres verla más de cerca?
-Si.
-¿Y a qué esperas?
Abrí mis piernas para que pudiera cotillear a gusto. David se arrodilló delante de mí. Acarició mis labios vaginales de arriba abajo, luego los separó para ver mi rosado interior. Sentí una gota de mi fluido salirse y resbalarse hasta mi culo. Luego introdujo un dedo y enseguida lo sacó. Él sólo estaba curioseando, no intentaba darme placer, probablemente no sabía que me daba placer tocándome ahí.
-Entonces, ¿las chicas tienen aquí un agujero?
-Todas y cada una de nosotras. ¿Sabes para qué es?
Se miró el pene y asintió, pero no entendió mi indirecta, o no se atrevió a entenderla. Yo me incorporé y estiré mi brazo para alcanzar su pene, él se sobresaltó, pero me dejó acariciarlo.
-Se siente bien cuando tocan tu pene, ¿verdad?
-Si
-Yo también me siento bien cuando tocan mi vagina- Cogí su mano y se la llevé a mi coño.
Le besé. Estuvimos así un rato, besándonos y tocándonos el uno al otro. Su polla estaba durísima y mi coño chorreaba. No podía aguantar más. Le tumbé boca arriba y me senté encima a horcajadas, dispuesta a montarle. Él estaba muy nervioso, pero se dejaba llevar. Agarré con fuerza el tronco de su rabo y lo froté tres o cuatro veces por mi coño antes de metérmelo. Lo introduje muy despacito, poco a poco, con suaves movimientos de cadera. Cuando terminé de metérmela, me estrujó las nalgas y soltó un largo gemido. Empecé a moverme y a jadear, al principio David se dejaba llevar, pero enseguida quiso participar. Me agarró por la cintura y con energía acompañaba mis movimientos para hacerlos más fuertes, más profundos, pero no tardó en cansarse y llevó sus manos a mis tetas, para estrujármelas y jugar con mis pezones.
Me dolían las rodillas de apoyarlas en la roca, así que le pedí cambiar de postura. Yo me puse debajo, boca arriba, y el encima. Su pene pequeño y sus torpes movimientos de novato no eran gran cosa, pero a la vez me mordía el cuello y me lamía la oreja, y eso me causaba gran placer. Entonces él aceleró el ritmo, sus jadeos se convirtieron en gemidos y soltó en mi interior una abundante, caliente y espesa carga de semen. En ese momento, un escalofrío recorrió mi cuerpo, sentí espasmos en mi vagina. Nos habíamos corrido a la vez.
-Ha sido… genial…- Me dijo David, muy colorado.
-Lo sé- Contesté mientras le besaba en la mejilla.
Al día siguiente David volvió con su familia a la gran ciudad, y yo me quedé otra vez sola y aburrida, aunque por lo menos ahora tenía un bonito recuerdo…
Fin