Mi lugar en su cama

Obsesionado por la violación de su madre, y por el deseo hacia ella, un joven hará lo imposible para conseguirla.

Tras la separación, mi padre se marchó al extranjero, un amigo de su pueblo le facilitó un trabajo en Alemania. Su marcha aumentó nuestro desamparo, dejándonos en una situación económica muy precaria. Mi padre, nunca llegó a entender los motivos de la ruptura con Sara, mi madre. Ignorante de cuanto sucedió, nunca supo que tras su violación , aquella noche de agosto de 1975, Sara se había convertido en una persona distinta.

El secreto de su violación, de la que fui impotente testigo, se convirtió en un vínculo oculto entre nosotros, que nos unió sin palabras, más allá de la relación madre-hijo.

Aquel acto, también marcó con fuerza nuestra relación con el sexo. Creo que ella que había sido siempre mujer de un solo hombre, llegó a culpabilizarse de su ultraje, y que a partir de ese momento, le fue un tanto indiferente lo que otros pudieran hacer con su cuerpo..

Puedo decir que a pesar del pesado lastre, Sara intentó ser una buena madre, y que con la perspectiva del paso del tiempo, he llegado a pensar que en el fondo, sus actos estuvieron motivados por el amor a mi padre y a mí.

Sin embargo, por aquél entonces yo era un adolescente que sólo reconocía su sufrimiento y rencor. Un adolescente que cuando la miraba, la veía desnuda en manos de aquellos hombres. Si hubiera tenido valor, le hubiera gritado que podía entender que hubiera sido violada, pero no que se besara con sus agresores, ni que se quitara la ropa, ni que se dejara penetrar sin luchar hasta el final.

Durante muchos años continué escuchando sus palabras a modo de quejidos:

No, por favor, no, basta...

Era un adolescente confuso y egoísta que la quería con locura, pero también la deseaba, y que tras la marcha de mi padre , hubiese dado cualquier cosa por ocupar su lugar en la cama.

Como expliqué en mi anterior relato, la deseaba hasta la obsesión, me masturbaba compulsivamente varias veces al día, al principio con cuidado y discreción, luego no. En el fondo quería que ella me dijera que sabía lo que me estaba pasando, que había descubierto su ropa interior usada, manchada de semen...pero eso para mi desesperación no se produjo.

A veces por la noche, me imaginaba entrando desnudo en su habitación, y que a oscuras, sin hablarnos empezábamos a besarnos y a follar.

O que un día, ante la falta de hombre, la sorprendía masturbándose , y que yo la ayudaba a gozar acariciándole su sexo húmedo, al tiempo que le lamía las orejas y el sudor salado de su cuello. Me imaginaba apretándole los pechos y mordiéndole los pezones. ¡Me encantaban sus pezones grandes y largos¡, le daban un aspecto sexual y salvaje.. La veía dilatada y goteando, cuando le introducía la polla, agarrándola de sus nalgas suaves y duras. Me imaginaba moviéndome despacio, saboreándola hasta explotar de placer.

Me masturbe centenares de veces pensando en ello.

Pero siempre todo puede ser peor, y para mí lo fue.

No puedo precisar cuando, ya que no había sucedido nada especial: seguíamos con los mismos problemas de siempre para llegar a final de mes, su trabajo era precario y mal pagado, y yo dudaba entre seguir estudiando o ponerme a trabajar.

Mi madre empezó a arreglarse, a recibir llamadas telefónicas que contestaba siempre a solas, y si yo estaba presente respondía invariablemente con monosílabos. Finalmente empezó a salir.

La recuerdo muy bien ajustándose los sujetadores, pintándose los labios o las uñas de los pies de rojo, también recuerdo como sus pulseras tintineaban al mover las manos, y sobre todo una fina cadena tobillera dorada, que exigía mirarla, prometiendo el Paraíso más arriba de las rodillas.

Con ansiedad empecé a seguirla a espiarla. Una mañana volví a casa a una hora inhabitual, abrí la puerta y me di cuenta que había alguien en casa. Habían unos pantalones y una camisa de hombre encima del sofá. Me descalcé y acercándome lentamente al cuarto de mi madre, oí sus gemidos, junto al golpear rítmico de la carne cuando se está jodiendo.

Tuve una doble sensación: nausea y excitación.

Al salir en una mesita de la entrada, vi un billete de 5000 ptas. Busqué la cartera en el pantalón, abriéndola con rapidez y cuidado. Su propietario era José xxxxx encargado en una empresa en la que había trabajado mi padre.

Salí sin hacer ruido y no volví hasta entrada la noche.

Atando cabos, siguiendo pistas, escuchando al otro lado del teléfono, supe que hacía algún tiempo que Sara, mi madre, se prostituia. No con cualquiera, no hacía la calle como comúnmente se dice. Sus clientes invariablemente eran gente conocida: amigos de mi padre, vecinos del barrio...hombres casados que no podían resistir la tentación de por un módico precio, follarse a la mujer de un amigo, a una mujer hasta aquel entonces inalcanzable. Supe, casi por casualidad, que los nuevos clientes que se incorporaban eran presentados por otro.

Una noche removiendo el cesto de la ropa sucia, recogí sus bragas manchadas de semen, había vuelto de cenar con mi tío, uno de los hermanos de mi padre.

Si hubiera tenido el valor, yo también r hubiera dejado el dinero en la mesita de la entrada, exigiendo ser tratado como a un cliente. Pero eso, tampoco nunca sucedió.

Empecé a trabajar en una fábrica de productos químicos, y acabe intimando con dos compañeros de mi misma edad.

Una noche de borrachera en el apartamento de uno de ellos, no pude más y me sinceré: les expliqué la violación de mi madre, mis fantasías por el deseo insatisfecho, su prostitución.

Me escucharon atentamente, a un tiempo compasivos y excitados. Es curioso el placer que proporcionan las desgracias ajenas.

Me pidieron que la describiera físicamente, quisieron saber los pormenores de su violación, que les explicase todo lo que supiera sobre su "trabajo de puta",

Nos masturbamos los tres.

Necesitaba cerrarlo. En el fondo todo era brutalmente sencillo. Sólo necesitaba que alguien me diera "el empujón", me dijera que la única forma de acabar con ello, era volver al principio.

Ese fue Fabián, un chico atlético y morboso, que se ofreció para llamar a Sara, y contratar sus servicios. Quedamos que le diría que llamaba de parte de un antiguo compañero de trabajo de mi padre que estaba fuera de la ciudad, y que yo sabía perfectamente que había estado con mi madre.

Quedaron un sábado por la mañana. Fabián dijo que nunca se había tirado a una mujer madura, estaba como loco.

Juan, mi otro compañero y yo le acompañamos hasta el portal de casa, subió la escalera, oímos la puerta abrir y cerrarse.

Les dimos unos veinte minutos, tras ellos subimos.

El corazón me latía con tal intensidad que parecía que se me iba a salir del pecho, parecía tenerlo en la garganta.

Saqué mi llave y abrí despacio.

Sobre la mesita de la entrada había un billete de 5000 ptas.

Nos descalzamos para no hacer ruido.

En la habitación de mi madre se oía gemir y hablar, no entendíamos las palabras, al acercarnos distinguimos la voz de Fabián:

-Que gusto cariño. Me estás dando mucho gusto.

Juan se desnudó y yo me puse un pasamontañas para ocultar mi rostro. Juan dio una patada en la puerta y entró:

-Hola puta, ahora empieza la diversión.

Vi la cara de mi madre sorprendida y desencajada. Un intento de grito se le ahogó en la garganta.

Ambos la empezaron a manosear tocándole el pecho y el culo, se tiraban sobre ella como lobos en una presa herida e indefensa.

Junto al pasamontañas, me puse ropa nueva que ella no pudiera reconocer. Sin pronuncia una sola palabra me recosté en la pared.

Desnuda, despeinada y sudorosa, Sara luchaba, mordía, insultaba, se defendía con furia.

Le agarré los brazos hacia atrás al tiempo que Fabián los sujetaba con un cinturón.

A partir de ahí todo fue fácil, Juan enloquecía tocándole los pechos y pellizcándole los pezones. Mientras Fabián empezó a comerle el coño, al tiempo que introducía un dedo en su ano.

En silencio yo seguía mirando.

Empezaron a succionar cada uno un pecho, al tiempo que ambos pugnaban por introducir el máximo de dedos en su coño.

Fabián abrió sus piernas para que Juan la follara con violencia, al cabo de un rato la volteó. Mientras uno le apretaba la cara contra la almohada, el otro le abrió las nalgas para escupir dentro. La penetró de golpe, a fondo. Sara gritó de dolor, minutos después el chico se corrió. Fabián seco su culo con las bragas, luego también la enculó.

Cuando se volvió mirando al techo el rostro de mi madre reflejaba impotencia y dolor.

Me saqué la camisa con parsimonia, desabrochando mi cinturón hasta deshacerme del pantalón y la ropa interior.

Tenía una erección enorme, mientras me acariciaba la polla, la contemplaba derrotada y sucia. Entonces en un arranque de rabia, con los ojos llenos de lágrimas, gritó con voz ronca:

Ahora te toca a ti ¿no?. Porqué no te quitas la máscara, cobarde. Todos los hombres que se me han cagado encima, al menos lo han hecho a cara descubierta. ¡Cerdo, canalla, hijo de perra¡.

Le metieron sus bragas en la boca.

Mientras ambos la sujetaban, me puse de rodillas al lado de la cama, y agarré uno de sus pies: lo besé, pasando mi lengua por cada una de sus uñas, entre los dedos, lamiéndole la planta.

Le acaricié con cuidado los tobillo, deteniéndome en la cadena que tanto me había excitado. Con ambas manos toqué sus rodillas, lamiendo sus muslos con dedicación.

Me detuve en el ombligo acariciándolo con la punta de la lengua y llenándolo de saliva, acaricie su barriga algo estriada, hasta llegar a sus pechos: agarrándolos fuertemente, presionándolos, chupándolos, lamiendo la aureola y mordiendo y pellizcando sus pezones.

La volvimos de espaldas, gemía pensando que la iba a penetrar por el culo, pero volví a repetir la operación sin prisas.

Había esperado demasiado tiempo y la quería disfrutar centímetro a centímetro.

Le abrí las nalgas, su culo olía a semen, lo limpie con saliva mientras lo manoseaba.

Lamí su ano y le introduje la lengua, primero con suavidad, luego con fiereza, intentando con cada arremetida ir más adentro. Luego lo hice con los dedos, uno tras otro. Finalmente, me tumbé encima suyo restregándole mi sexo caliente por todo su cuerpo.

Volvimos a girarla, el pasamontañas me molestaba pero no podía quitármelo. Quería "morrerarla", lo deseaba más que ninguna cosa. Le pusimos una camiseta anudada sobre los ojos, mientras le quitábamos las bragas de la boca.

Empezó a gritar, cada vez con menos fuerza

:- Porqué no acabas de una vez, cabrón.

Mientras lágrimas, sudor y saliva se mezclaban en su cara.

Me quité el pasamontañas y le lamí el cuello y las orejas. Sumergí mi cara en su pelo. Cerraba su boca con rabia para que no la besara, le apreté con fuerza las mandíbulas para obligarla, pero me escupió en la cara. Aquello me excitó aún más.

Finalmente Fabián, le tapó la nariz para obligarle a abrir la boca, mientras yo la "morreaba" con fuerza. Empezó a toser, ahogándose, lo repetimos varias veces hasta que me cansé.

Me puse el pasamontañas de nuevo y le quité la camiseta de los ojos. Me miró fijamente y dijo:

-Acaba de una vez, por favor.

La penetré, no se movía. Dejaron de sujetarla y al cabo de un rato me corrí dentro de ella.

Habían pasado más de tres horas desde que todo empezó. Nos vestimos y nos fuimos.

Pasaron varias semanas antes de volver a casa. No sabía como reaccionaría al volver a verla, pero estaba tranquilo. ¿Me contaría algo de su violación?. O bien guardaría silencio como hizo con mi padre.

Abrí la puerta, había luz al final del pasillo en su habitación, y se escuchaba el ruido del televisor

La puerta estaba entreabierta y entré sin llamar.

Estaba sentada en la cama, apoyada sobre unos cojines y tapada con una sábana.

Miraba sin ver la televisión, con un aire ausente, mientras daba bocanadas largas a un cigarrillo.

Nos miramos fijamente a los ojos.

Le dio una nueva larga calada al cigarrillo, y lo apagó.

Sin dejar de mirarme a los ojos, abrió las sábanas para mostrarse totalmente desnuda.

En silencio me desnudé y ocupé mi lugar en su cama.