Mi lado lésbico – Capítulo 2: Éramos sólo sombras.

Lee el primer capítulo [ http://todorelatos.com/relato/94171/ ] Luego del juego que llevó a dos jovencitas a un caliente encuentro, la oscuridad de una noche les proporciona una segunda oportunidad. ¿La tomarán? O ¿dejarán que las ganas de tocarse mutuamente las invadan sin hacer nada?

Conservo intacto el recuerdo de aquella noche en la que Marcela – mi amiga desde hace varios años – y yo nos refugiamos en la soledad de una habitación y dejamos que el calor de nuestros cuerpos inundaran nuestros sentidos. Aun puedo sentir sus pechos en mis manos, su lengua en mi boca, su cuerpo bajo el mío, sus manos en mi espalda, sus uñas en mi piel, su clítoris en mi boca. Todo está resguardado en mi memoria.

Durante los días que siguieron a esa noche, nos mirábamos secretamente e intercambiábamos sonrisas fugases. Pero mi amiga me evitaba. Cada que le decía que necesitaba hablar “cosas de chicas” le pedía a Paulina – la tercera integrante del grupo – que nos acompañara, porque ella también es una chica. La verdad es que aún no sé qué me hubiera gustado decirle, sólo sé que me dolía que se estuviera apartando de mí.

Afortunadamente, en el barrio donde vivía Marcela, una señora alquilaba una casa, pero debía salir de vacaciones, y necesitaba amables personas que se ofrecieran a cuidarla. Nuestros amigos detestaban a la señora por las constantes llamadas a las autoridades cada vez que hacían una fiesta. Sin embargo, Marcela y yo decidimos ser buenas samaritanas y dejar que la filantropía fluyera de nosotras. Claro, Paulina dijo que ella también quería entregar ayuda y no había manera de decirle que no. No me importó, porque estando las tres solas era mucho más fácil robarle un minuto a mi amada amiga para que hablemos.

La primera noche, estábamos tan cansadas luego de empacar y desempacar que sólo pudimos ponernos nuestros pijamas y, como las camas estaban llenas de ropa, simplemente decidimos dormir en la sala de estar. No nos importó nada más que nuestros cuerpos cayeran en el sofá más cercano.

Acostaba boca abajo en un viejo sofá floreado, vistiendo sólo un pantaloncillo de seda color rosa que hacía juego con la pequeña camisita que llevaba, sentí - en la oscuridad, y aun medio dormida - que Marcela se movía. No estaba segura de lo que iba a hacer pero me quedé quieta y fingí seguir soñando. De pronto, sentí la suavidad de sus manos en mis pantorrillas.

Los latidos de mi corazón se hacía más frecuentes y golpeaban mi pecho, mientras sus uñas se iban deslizando lentamente hacia llegar a mis muslos, provocándome una sensación de calor y excitación. Los dedos de mi amiga entraron en mis pantaloncillos y movieron con delicadeza mi calzoncito blanco, permitiéndole así acceder a mi sexo.

Mis ojos aun estaban cerrados, y no quería abrirlos porque pensaba que Marcela lo prefería así. Había comentado con anterioridad que le gustaba pervertir y sentir que se adueñaba de las cosas sin que le permitieran.

Imagino que metió sus dedos en su boca, ya que en un instante sus dedos húmedos y cálidos entraban por mi vaginita. Sentía un dolorcito delicioso y la necesidad de que no se detuviese. Me moví ligeramente, posicionándome de lado, para así darle a mi amante espacio suficiente para que me hiciera lo que quisiera. Marcela introdujo nuevamente sus deditos en mi sexo, podía sentir cómo se deslizaban suavemente hacia dentro y luego hacia afuera. Luego de unos segundos, su pulgar estaba frotando mi clítoris, y su otra mano subió por mi cuerpo y acariciaba mis pechos y apretaba y acariciaba mis pezones.

¡Oh, qué rico! Quería gritar, pero no podía. Paulina estaba en la misma habitación, a tan sólo unos metros de distancia. La verdad es que cuando pensaba que ella podía despertarse y encontrarnos enloquecidas me sentía aun más caliente, por instantes pensaba que si se unía a nuestra fiesta, podría ser todo incluso más divertido. Pero lo importante, es que tenía que mantenerme en silencio.

Marcela detuvo momentáneamente el placer que me brindaba con sus deditos, se puso de pie lentamente y tanteando en la oscuridad se deshizo de mi ropa, sentí que ella bajó sus calzoncitos y levantó su blusita. La oscuridad me permitía experimentar de manera más intensa los roces de su piel y la mía. Por eso, cuando me movió suavemente para dejarme acostada sobre mi espalda, para así recostarse sobre mí, sentí que me ponía más caliente y que dejaba escapar un cálido líquido de excitación.

Sus pezones estaban endurecidos y chocaban con la dureza de los míos. Marcela, se dirigió a mi cuello y comenzó a pasar su lengua. Mis piernas estaban abiertas y mi sexo se movía buscando contacto desesperado con el cuerpo de mi amiga. Ella continuó recorriendo mi cuerpo con su lengua, cuando llegó a uno de mis pechos se dispuso a succionar con amable fuerza. Sentí que quería de alguna forma “marcar su territorio” ya que sin duda, eso dejaría una marca. Se lo permití, porque me encantó la idea de pertenecer a ella.

Su lengua seguía bajando por mi cuerpo, al llegar a mi estómago me provocó una exquisita sensación, mi respiración era más profunda, y no podía evitar hacer algo de ruido. Marcela puso su mano en mi boca y entendí que trataba de decirme que debía mantener silencio. Lo intenté. Pero cuando sus manos comenzaron a bajar mis bragas y pantalón y su lengua comenzó a descender hasta mi clítoris sólo mordiendo mis dedos pude evitar gritar de placer.

Trataba de mantener el cuello en alto para ver a Marcela, pero sólo alcanzaba a observar su silueta – la cual parecía estar pegada a la mía. Sus manos sujetaban con fuerza mis temblorosos muslos, mientras su lengua se abría paso por mi excitado y húmedo orificio. Mis manos apretaban mis pechos a la vez que apretaba mis labios para evitar gritar. Su lengua decidida comenzaba su camina en mi clítoris y bajaba hasta mi ano.

Mientras Marcela me provocaba deleite, podía sentirme más y más mojada. Los dedos de mi amante se acercaron a mi vagina y se mojaron con el líquido que emanaba mi cuerpo, Marcela llevo sus dedos hasta mi culo lubricando mi ano para que así sus dedos pudieran ingresar sin mayor problema. Al principio introdujo sólo su dedo del medio, lo hizo con una manera brusca y poco cuidadosa (muy diferente a cómo solía ser su modo de actuar). Me dolía, pero tenía la sensación de que luego del malestar iba a encontrar algo muy entretenido. Mi amiga proseguía, introducía su dedo violentamente y lo sacaba con rapidez, lo hizo una y otra vez.

Cuando se dio cuenta de que mi respiración estaba alterada por lo bien que me hacía sentir comenzó a meter su dedo índice. Nuevamente, cuando recién agregó su dedo me dolió, pero lo aguanté, y al cabo de un rato la fricción que causaban sus dedos en mi excitado ano me calentaba la sangre.

La boca de Marcela se acercó a mi sexo y – sin alejar sus dedos de mi culito – comenzó a succionar mi clítoris. ¡Qué delicia! Comencé a sentir que tenía una bomba de tiempo dentro de mi cuerpo y que ésta iba a explotar en cualquier momento. Llevé dos dedos a mis boca y los lamí para luego acariciar mis pezones y mantenerlos duritos. Mis ojos estaban cerrados y recuerdo haber movido la cabeza de un lado a otro como si no creyera que esa noche estaba realmente ocurriendo.

Marcela retiro sus dedos de mi ano, e inmediatamente los metió en mi vagina. Ahora, sus dedos: índice y medio estaban dentro de mi sexo, mientras que comencé a sentir que introducía su dedo anular en mi culito. Los tres dedos de mi amante se deslizaban hacia dentro y hacia afuera de manera rápida. Mi clítoris aun era una afortunada víctima de su boca. Mientras su mano derecha me entrega un delicioso placer, su mano izquierda se dispuso a acariciar mi cuerpo, llegando a mis pechos, apretándolos, pellizcando dulcemente mis calientes pezones.

Todas las sensaciones que estimulaban mi cuerpo causaron que sintiera una exquisita explosión. Mi vagina comenzó a apretarse y mis piernas se cerraron como en un incontrolable impulso, mientras los dedos de mi amiga continuaban dentro de mí. Mi cuerpo se sentía pesado y parecía que tendría dificultad moviéndome. Además, una brisa fría se apoderó de mi cuerpo por un instante. Escuché que Marcela reía muy apagadamente, como si no quisiera que el sonido de su risita superara a un suspiro. Comencé a relajarme y abrí mis piernas, en breve, ella pudo sacar sus deditos.

Marcela se incorporó y se acercó a mí buscándome en la oscuridad. Se recostó sobre mi cuerpo y comenzamos a besarnos. Sus manos estaban alrededor de mi cuello, mientras que las mías recorrían su espalda, su cintura, sus redondas nalgas. El calor de su boca inundaba la mía.

Nuestras piernas se movían al ritmo de nuestro deseo, y de pronto nuestros sexos chocaron. Marcela levantó más su pierna izquierda para que así pudiéramos sentirnos mejor. Ambas movíamos nuestras pelvis para provocarnos placer mutuamente. Mi amiga utilizaba sus brazos para mantener su cuerpo elevada, dejándome así libertad para besar y acariciar sus pechos. Me gusta sentir sus suaves pezones en mi lengua. Mientras nuestros cuerpos seguían moviéndose, tomé sus dos pechos con mis manos y los junté lo más que pude, cuando creí que sus pezones estaban lo suficientemente cerca los acerqué a mi boca introduciéndolos a ambos y los comencé a chupar.

  • ¡Oo…h! – dejó escapar mi amiga, pero mordió sus labios con rapidez para no continuar.

Paulina – quien había estado en la misma habitación durante toda nuestra aventura nocturna – se movió en el sofá cercano. Marcela y yo nos quedamos quietas tratando de controlar nuestra respiración. Paulina se volvió a mover una vez más – pensé que en cualquier momento nos descubriría y no tendríamos cómo desentendernos de lo que estábamos haciendo. Pasaron unos 3 minutos - los cuales se sintieron una eternidad, no sólo por el temor que sentíamos, si no también porque queríamos continuar con lo que hacíamos, pero debíamos mantenernos quietas – y como nuestra amiga no volvió a moverse y parecía continuar durmiendo, nuestros cuerpos comenzaron a moverse nuevamente, provocando que nuestros clítoris se frotaran entre sí.

Mi boca siguió entreteniéndose con los pechos de mi amante. Ella tomó mi mano derecho, introdujo mi dedo índice en su boca y lo chupó dejando lubricado, acercó mi dedo hasta su culo y me llevó a introducírselo. Lo hice delicadamente al principio, luego recordé la violencia que ella había usado hace un rato atrás y decidí hacer lo mismo, no era venganza, pero pensaba que si ella lo había hecho con rudeza era porque así lo prefería. Al introducir mi dedo pude sentir su cuerpo moverse con más exaltación. Su vagina se apegaba a la mía con más rapidez. No dejé de meter y sacar mi dedo de manera brusca. Disfrutaba de sentirla así, tan caliente y excitada, en búsqueda de un orgasmo. Aun con mi dedo descubriendo su ano, agarré uno de sus pechos, con mi otra mano, y lo acercaba a mi boca para seguirlo lamiendo y chupando.

No pasamos así mucho rato más hasta que Marcela, sintiendo nada más que excitación en todo su cuerpo, acabó sobre mí. Nuevamente dejó escapar  Cayó en mis brazos y se recostó por un breve segundo en mi pecho. La abracé y besé su frente (aunque quería besar su boca, pero la falta de luz no me lo permitió). Mi amiga luchó por un momento contra su respiración agitada, y una vez que se sintió más tranquila se puso de pie y a gatas comenzó a buscar la ropa que había tirado al piso.

No podía creer que ya se estaba alejando de mí. Tanteando busqué mi ropa en el sofá. Me vestí y pensaba acercarme a ella, pero noté que ya se había acostado, estaba muy cerca de Paulina, así que preferí volver a mi sofá y tratar de dormir el resto de la noche.

A la mañana siguiente, no había nadie en la sala de estar. Me puse de pie y al pasar por la cocina noté que Paulina estaba ahí, tenía unos audífonos gigantes y bailaba y cantaba con una cuchara de palo sus canciones favoritas, mientras preparaba el desayuno.

  • “Al menos tú estás feliz” – pensé.

Logré escuchar que alguien estaba en el baño duchándose, así que subí al baño del segundo de piso a ver a mi amiga. Toqué varias veces la puerta, pero no recibí respuesta, así que entré al baño. Marcela estaba justo saliendo de la tina envolviendo su cuerpo con una toalla.

  • “¿Qué haces?” – me preguntó riendo.

  • “Marce, sólo quiero hablar contigo”

  • “¿De qué?” – preguntó ella.

  • “¿De qué? ¡De lo que ha pasado entre nosotras!” – le respondí.

  • “Es que… no sé qué podamos hablar. ¿Crees que queden palabras? Ya han pasado algunas semanas y…” – la interrumpí, porque no entendía nada.

  • “¡Marcela! Y, ¿qué hay de lo que pasó anoche?”

  • “¿Qué pasó anoche?” – me dijo con un tono soberbio.

  • “¡Esto!” – le dije mostrándole el chupón que me había dejado en uno de mis pechos, continué – “Este chupón, me lo hiciste ayer, y ahora…”

  • “¿Qué? Espera, ¿cómo te puedo haber dejado un chupón? ¿Un chupón? ¿Te llegué a golpear con algo ayer? ¿Qué te pasó?”

Podía notar a Marcela genuinamente confundida. Ella no tenía idea de lo que había pasado la noche anterior. ¿Cómo era eso posible? Bueno, estaban todas las luces apagadas y sólo podía distinguir una silueta, pero tenía que ser Marcela. Es decir, si no fue ella entonces… ¿quién…?

  • “Chicas, apúrense, quiero pasar al baño” – dijo Paulina tocando la puerta – “¿Puedo pasar?”