Mi lado lésbico - Capítulo 1: Marcela & yo.
Con varios grados de alcohol en la sangre, dos jovencitas comienzan un tierno juego que las lleva al primero de varios encuentros sexuales.
Era tan linda. Llamaba la atención - no sólo por su cabello dorado, sus ojos color miel, su figura esbelta, sus pechos redondos, su cintura apretada y su trasero “paradito” (como decían nuestros amigos) – si no también por su alegre sonrisa y su personalidad amistosa. Siempre la observaba caminar sin si quiera pensarlo, y cuando me daba cuenta me preguntaba: “¿Por qué estoy mirando a una mujer? ¿Qué me pasa?”
Nunca antes había sentido algo por alguna mujer. Había pasado toda mi niñez rodeada de mujeres y ninguna, nunca, me había provocado nada. ¿Por qué ahora sí? ¿Por qué ella?
Su nombre es Marcela, y fuimos grandes amigas en nuestra adolescencia. La conocí cuando yo tenía 13 años y ella 12. Al principio, nuestra amistad se basaba en largas horas de conversación y estudiando (ella era pésima para ortografía y yo para matemáticas, pero nos ayudábamos la una a la otra).
Los años pasaron y las actividades que realizábamos empezaron a cambiar. Ya eran 16 años para mí y 15 para ella mí, nos dedicábamos a beber alcohol y fumar cigarrillos. Nuestra diversión no empezaba hasta que el licor recorría nuestras venas, nuestra visión se nublaba, nuestra cabeza daba vueltas y nuestros cuerpos se calentaban.
Una noche en particular, estábamos en la casa de… mi novio, en una fiesta. Había mucha gente en la casa y Marcela y yo nos empezamos a apartar del resto – no apropósito. Marcela no paraba de reír, y cuando le preguntaba qué le pasaba no tenía respuesta. Tomó mi mano y me llevó a la habitación de la hermana de mi novio.
“Estoy tan ebria” – me dijo tratando de sentarse en la cama.
“Yo también. Y… acá hace mucho calor. Bajemos.” – le dije tratando de alejarnos de la soledad que nos podía llevar a hacer cualquier cosa.
“No, no, no. Ven. Si tienes calor sácate la ropa” – replicó.
Cuando dijo eso, supe que algo iba a suceder entre nosotras. Marcela se recostó en la cama, y yo fui a cerrar la puerta con seguro. Mi amiga me miraba y me hizo señales de que me acercara a ella. Lo hice, mientras me sacaba la chaqueta y aflojaba mi pantalón.
Me acerqué a Marcela y le pregunté qué quería hacer. Pero no obtuve respuesta. La veía acostada en la cama con una pequeña faldita blanca, que dejaba ver sus piernas excitantes. No pude evitarlo – aunque traté – y dejé que mis manos rozaran sus piernas. Toqué sus muslos, mientras mi cuerpo se posesionaba sobre el suyo. Sentía un calor delicioso recorriéndome.
“¿Te puedo dar un besito en el cuello?” – le pregunté, con real inocencia.
“Sí. Y después tú me dices dónde te puedo besar yo.”
Su respuesta me excitó un poco más, me acerqué a su cuello y lo besé tiernamente, sin saber todavía por qué la deseaba tanto.
“Me gustó.” – me dijo, y agregó – “¿Dónde te beso yo?”
“Donde tú quieras.” – le respondí.
Tomó mi rostro con ambos manos y – aun sintiéndola bajo de mi cuerpo – acercó sus dulces labios a los míos. El calor de su boca inundaba la mía. Mordía mis labios, introducía su lengua dentro de mi boca, sus intrusas manos pasaron bajo mi camisa y me acariciaban la espalda. Ya no había cómo detenerse.
Me puse de pie y me saqué los pantalones. Marcela comenzó a cantar una canción irreconocible por la pronunciación alcoholizada de sus palabras. Era tan linda. Se puso de pie junto a mí y se deshizo de su corta falda. Inesperadamente, me empujó hacia la cama y se sentó sobre mí. Sentía sus muslos rozando los míos, y no podía evitar mojarme. Marcela, con una mirada llena de coquetería y seguridad, me sacó la camisa y desabrochó mi sostén.
“¿Dónde más te puedo besar?” – preguntó.
“Aquí.” – le dije apuntando uno de mis pechos.
Marcela se arrodillo en el suelo un comenzó a pasar sus labios por mis pezones, los rozaba, tocaba, lamía y pellizcaba. Mi sexo se humedecía y las ganas de tocarla aumentaban. Le pedí que se acostara en la cama, mientras me ponía de pie. Una vez frente a ella abrí lentamente sus piernas – como pidiéndole permiso – y le dije que la besaría. Ella aceptó con una sonrisa.
Una de mis manos comenzó a subir, esquivó su blusa y llegó a sus pechos. Me encantó sentir su ternura en mi mano. Llevé mi boca hacia su caliente sexo y empujé mi lengua por su orificio. No conseguí mucho más que hacerla gemir, ya que aun tenía sus interiores puestos. Nuevamente acerqué mi lengua a su vagina, esta vez, ella se sacó las bragas para sentir mi lengua directamente en su piel.
- ¡Qué rico! ¡Qué rico! – gritaba cuando sintió la calidez de mi lengua pasear por sus clítoris, hacia arriba y hacia abajo.
Para ese momento y sin que me diera cuenta, se había sacado toda la ropa. La veía estremecerse y tocar sus pechos de forma frenética. Marcela la estaba pasando muy bien.
- ¡Mete tus dedos! – me ordenó, mientras mordía sus labios.
Acerqué mis dedos a su boca – sin dejar de recorrer su sexo con mi lengua – para que Marcela los chupara. Una vez que estuvieron húmedos los acerqué a su vagina y los introduje lentamente. Tenía miedo, era la primera vez que mis dedos estaban dentro de otra persona, no sabía si podía lastimarla. Rápidamente, Marcela me dejó saber que le estaba provocando placer gritando y contorsionando su cuerpo. Eso me animó a continuar.
Mis dedos entraban y salían con cierta rapidez de su vagina. Mi boca se concentró en chupar su clítoris. Lo hice casi por accidente, pero su reacción fue tan positiva y sus juguitos se escapan con mayor intensidad de su sexo, así que continué haciéndolo.
“¿Te gusta?” – pregunté.
“¡Sí, sí, sí, sí! ¡Sigue, por favor! ¡Sigue haciendo eso!” – dijo con agitación.
Mi boca succionaba sintiendo el dulce sabor de mi amiga. Mis dedos se deslizaban hacia dentro y hacia afuera. Trataba de que llegaran al fondo, para hacerla mía. Noté que los gritos de Marcela fueron más intensos. Supe que estaba a punto de acabar y quería que lo hiciera en mi boca. Saqué mis dedos y dejé que mi lengua recorriera su vagina de arriba hacia abajo, una y otra vez.
- “Sí. Sí. Así mismo… Eso.”
Marcela me motivaba a no detenerme. Tenía la necesidad de hacerla acabar. Era una extraña sensación de que debía entregarle placer. No pude explicarme por qué… En ese momento sólo me dediqué a recorrer su sexo humedeciéndolo con el calor de mi lengua. Mis dos manos recorrían la suavidad de su cuerpo. Podía sentirla estremecerse gracias a mi trabajo y eso me hacía sentir muy bien.
De pronto, los dedos de Marcela se acercaron a su sexo y comenzó a frotar su clítoris una y otra vez. Su cuerpo se contorsionó de forma sensual por última vez. Me detuve al sentir un cálido líquido inundar mi boca. Había tenido un orgasmo – había logrado mi cometido. Podía escuchar su respiración tratando de estabilizarse, y sus risitas nerviosas mientras ponía sus manos en el pecho, como tratando de detener la rapidez de su corazón.
Fue un momento grandioso. Lastimosamente, escuchamos fuera de la habitación risas de varias personas. Luego, la chapa de la puerta comenzó a moverse. Alguien quería entrar. Marcela se levantó y se comenzó a vestir silenciosamente. Yo hice lo mismo. A los pocos minutos, los intrusos se habían marchado, pero sabíamos que teníamos que salir de ahí… después de todo, estábamos en la casa de mi novio.
Antes de salir nos dimos un beso. En ese momento, sentí que ese beso era uno de despedida. Nunca más iba a poder estar con Marcela… no de esa forma. Me dio pena, pero la razón me decía que eso era lo mejor.
Un tiempo después supe que estaba equivocada, y que lo que sucedió esa noche era sólo el inicio de algo más.