Mi joven esclavo (1)

Una historia que se desarrolla en la antigua Libia. Compro a Ali un joven esclavo al que veo bailar. Me enamoro perdidamente de él.

MI JOVEN ESCLAVO -1

Está acostado enfrente de mí. He mandado lo dejen descansar porque llegó agotado. No sé el tiempo que el grupo de beduinos le habían tenido bailando sobre aquellas tablas, hasta que le he visto. Sus brazos ya no se elevaban gráciles por encima de su cabeza, sus piernas intentaban seguir el ritmo del tambor, pero sus pies parecían lastrados por el cansancio y parecía que su cuerpo se contorsionaba más por el dolor de sus músculos que por el baile que ejecutaba.

¡¡ Aún así me pareció ver un ángel !!.

Destacaba en medio de una abigarrada muchedumbre que se había arremolinado en torno a aquellos improvisados bailarines, que pretendían entretener a la gente que había acudido al mercado de los jueves, a cambio de unos dinares de premio.

Aquel maldito beduino no me lo querían vender, era el que atraía a la multitud y el que recibía más monedas por su actuación. Las dos esclavas, madre e hija, por su parecido, la una por su edad, gordura, fealdad y falta de gracia y la otra por su suciedad y desidia ante el baile, no atraían a nadie, aunque intentaban cumplir con el cometido que los mercaderes del desierto les obligaban ejecutar.

Me han hecho aflojar mi bolsa. Con lo que he pagado por él, me decía mi mayordomo, podría haber comprado dos sanos muchachos en el mercado de Sanana, pero ahora que lo contemplo dormido, con la dejadez que el sueño produce a su bello cuerpo, no me arrepiento de lo que he gastado.

Se mueve inquieto, murmura algo entre sueños, cambia de postura y me muestra una espalda morena, recta, fibrosa y un cuello largo y esbelto con unos cabellos, negros, rizados, que atados y agrupados en una pequeña cola, descansan sobre la almohada.

Mandé parar mi carruaje en cuento le divisé, algo en mi cabeza había encendido una luz que me hizo quedar mirándolo. Ahora que rememoro, creo se trató de sus ojos, más bien de su mirada. Podría decirse, en una primera impresión, que era triste, pero cuando se la contemplaba durante un breve espacio de tiempo, se veía en el fondo de ella, algo indefinido que podría traducir como que poseía una gran voluntad, tesón, lucha y rebeldía. Eso me gustó, no notaba en él esa mansedumbre de cordero asustado que presentan los esclavos que ofrecen en el mercado.

¡¡ Agotado, explotado y cansado de repetir y repetir aquellos pasos de baile, aún tenía fuerzas interiores para rebelarse y luchar !!.

Estuve mirándole un rato, el beduino jefe de la tropa se acercó enseguida, humildemente, haciéndonos reverencias a pedir un óbolo.

¡¡ Alá sea alabado señor !!. ¿Ha visto un ser tan perfecto? - me dijo mientras azuzaba con su bastón de bambú al muchacho para que pusiera más empeño en el baile.

Cuando el chico notó la punta que le pinchaba atendió la sugerencia, pero brilló en su mirada una señal de oposición y deseo de saltar sobre quien le castigaba, como si fuese un animal al que se le estimula andar, que me hizo gracia. Desde ese momento decidí que aquel muchacho me perteneciera.

El beduino se oponía a su venta, pero ante el ofrecimiento creciente de mi primer criado, que en un aparte le amenazó de carecer de permiso para desarrollar sus actividades en un mercado público y quejarse ante el cadí, del que dijo ser muy amigo mío, accedió a entregármelo con grandes aspavientos de dolor, porque decía perder a uno de sus más queridos esclavos, pero contento de la operación mercantil que había hecho.

Cuando le presentaron ante mí, pregunté.

  • ¿Cómo te llamas?

  • Alí, señor - contestó serio.

  • ¡¡ Bailas muy bien !!.

- Gracias señor - esta vez sonrió mientras bajaba la mirada ruborizado.

Reanudamos la marcha, él nos siguió andando junto a los dos criados que abrían y separaban la gente para poder pasar.

Mandé al llegar le bañaran, perfumaran y vistieran adecuadamente y cuando volvió a estar en mi presencia, si anteriormente en aquella plaza, bailando subido sobre una improvisada tarima, me había parecido un ángel, ahora tenía ante mí un pequeño dios.

Le habían vestido con una túnica corta, siguiendo la moda griega, atada sobre los hombros con una anilla de carey, que dejaba al aire, desde la mitad de los muslos, sus morenas piernas, donde aprecié alguna rozadura debido seguramente a la difícil vida que había llevado hasta entonces y que apunté recordar se las curasen con ungüento de miel y áloe. Aparecía calzado con unas sandalias cuyas cintas blancas destacaban entrelazadas sobre su piel morena y su pelo se lo habían peinado dejándolo suelto sobre su cabeza.

Contemplé extasiado su bella cara donde unos ojos negros como endrinas maduras me miraban sin casi elevar la cabeza, en los que creí ver ahora un destello de alegría, pero notando su cansancio ordené le acostaran allí, cerca de donde me encontraba, escribiendo y ordenando mis papiros y pergaminos, sobre un triclinio traído de Roma, que utilizo para descansar por las tardes.

Se dejó hacer, paseando la vista por toda la biblioteca donde trabajo. Pudo ver en ordenados anaqueles el tesoro de los principales conocimientos escritos, en antiguos pergaminos, que heredé junto con la finca, de mi abuelo materno.

La muerte prematura de mis padres en un accidente, hizo que me criase mi abuelo, que acababa de fallecer, dejándome único heredero de aquella posesión, junto a una gran fortuna.

Recaló al fin su mirada sobre la amplia mesa de mármol violeta, donde estoy sentado ahora, para contemplar a su nuevo dueño y señor.

Noto me está mirando sin atreverse a elevar su testa y me pregunto.

¿Qué le pareceré? Sé que me obedecerá en cuanto le ordene pero ¿Llegará un día a amarme? ¿Se entregará a mí voluntariamente?

Era tal su cansancio que terminé el trabajo que pensaba hacer aquel día, me bañé antes de comer en una de las terrazas que da al jardín donde predominan las violetas y toda clase de flores de ese color, mi preferido, reposé la comida, ligera hoy, pues quería estar bien despierto durante unos negocios que tengo que tratar a las cuatro de la tarde, junto al liberto Haleb, mi mayordomo, a quien me entregó mi abuelo antes de morir, que a modo de tutor me ayuda, cuida y asesora,

Antes de penetrar en el salón donde me esperan los mercaderes paso a la biblioteca a mirar de nuevo a Alí donde le veo, contemplo y admiro, aún dormido.

Ha retirado hacia atrás las prendas que le habían puesto para taparse y recogido, por los movimientos, la falda de su túnica y deja ver el resto de sus muslos hasta la blanca, abultada y cubierta parte de su ropa interior que protege sus genitales.

La piel de esa parte, está menos tostada que el resto de la pierna, pero la noto suave como el mejor terciopelo de seda china. No me atrevo, por no despertarlo, a tocar aquel cuerpo de efebo, que se presenta extendido y abandonado al sueño, ante mis ojos.

La reunión de negocios ha terminado y no me han avisado que Alí haya despertado, orden que había dado, por lo que me siento junto a él, ahora sin hacer nada, esperando poder gozar de su despertar, de la cara que pueda poner al descubrir que lo hace en un sitio totalmente diferente a donde lo hizo hasta hora y sobre todo porque quiero que al volver a la consciencia sea yo lo primero que vea.

He mandado tener preparados diversos manjares, que han colocado en una mesita cercana, porque presumo se levantará hambriento.

Cuando despertó el día declinaba. El sol estaba a punto de ocultarse, pero antes de hacerlo nos obsequiaba con una despedida que llenaba el firmamento de destellos amarillos, rojos y naranjas. La luz reverberaba en los cristales de los ventanales y daba directamente sobre sus ojos, de manera que aun con sueño y medio deslumbrado, se asustó y comenzó a llorar.

Así una de sus manos y le acaricié.

No pasa nada, tranquilo, aquí estás a salvo - le dije quedo.

Mis caricias, mis palabras y el tono de mi voz pareció calmarle, miró alrededor extrañado, se frotó sus ojos y cuando me vio inclinado tomando su mano, recordó, porque me sonrió antes de mirar al suelo humildemente.

  • Darle de comer - ordené a los criados - y llevarle después a mis habitaciones, quiero que baile para mí.

Cuando le vi aparecer tras los cortinones de mi estancia quedé tan deslumbrado como él. Había ordenado reforzar la iluminación con varias velas y hachones y al entrar el exceso de luz le hizo parpadear, como yo también hice, al contemplar aquel querubín moreno.

Encima de su cuerpo solo había un calzón bombacho blanco que cerraba en sus tobillos encima de sus pies desnudos y una túnica transparente, que desde sus hombros le llegaba al suelo.

Avanzaba tímido acompañado de Haleb que comprobé le había aleccionado, porque hizo una reverencia cuando estaba a menos de dos metros de mí y esperó, con la vista baja, mis órdenes.

Detrás de ellos penetraron tres músicos, con sus instrumentos preparados, que acompañarían al chiquillo en su baile.

Reclinado cómodamente pedí comenzara la danza. Los músicos iniciaron una melodía suave y acariciadora, mientras mi pequeño bailarín dejaba caer al suelo, soltándose el nudo que cerraba en su cuello, la túnica que quedó abandonada a sus pies.

Después descansado, saltarín y ágil, inició una danza en la que se contorsionaba, elevaba sus brazos al son de la música, se doblaba ante mí, me hacía reverencias y mohines sexuales y todo tipo de pasos difíciles y maravillosos.

Según fue avanzando la actuación, la música aumentó la cadencia y sonido de la melodía y el bailarín también la rapidez de sus movimientos, hasta que alcanzaron tanto los músicos como mi divino chiquillo, una velocidad de torbellino, que terminó en una espiral de vueltas, que convirtió a Alí en un huso que giraba sobre sus pies delante de mí hasta que cayó agotado al suelo.

Me levanté y le icé alabando aquella maravillosa actuación.

¡¡ Bravo !!, gracias mi pequeña y joven gacela por este maravilloso baile - besé sus mejillas arreboladas, mientras le ponía en su delgada muñeca un aro de oro - es un regalo de tu señor.

Noté su alegría en el fondo de sus ojos, pero también algo de temor, nunca había recibido un regalo por sus bailes. Le noté asustado del valor que calculaba tuviese el aro mientras lo observaba.

  • Gracias - pretendió no aceptarlo.

- Nunca rechaces nada que tu señor te dé - le advirtió Haleb seriamente, mientras yo me sonreía al ver la cara de susto que mostró el chiquillo.

- No le asustes, ya irá aprendiendo. Desde hoy quiero que duerma aquí, a la misma entrada donde está la estancia de mi cama. Ponedle algo donde pueda descansar.

      • o o o - - -

Desde aquel día pasaba la jornada al lado de mis criados personales como un paje, al que pedía ayuda en multitud de ocasiones, y antes de acostarme le hacía bailar. Cada noche inventaba una nueva danza que bailaba entregándose totalmente a ella.

Aunque cada vez estaba más enamorado de él no le volví a dar ningún otro regalo para que no pensase que intentaba comprar su amor. Sé que podría satisfacer mi deseo simplemente con mandarle penetrar en mi alcoba, pero no era esto lo que quería, esperaba que fuese él quien mostrase ganas de hacerlo.

Haleb me proporcionaba el sexo que pudiera necesitar trayéndome los mejores chicos, que unas cuantas "casas especiales" le proporcionaban, pagando por ello altas tarifas. Pero ninguno llenaba el vacío que Alí había abierto en mi corazón.

Alí, desde el lugar en que dormía, podía ver la llegada y al rato, la marcha de estos chicos y pudo comprobar que ninguno se quedaba a dormir conmigo.

¿Le mando que esta noche penetre en tu cama? - me preguntaba mi mayordomo al ver que los muchachos que me traía, elegidos especialmente por él, solo servían para descargar mis depósitos seminales, pero no calmaban mis ansias de amor.

No, nunca lo hagas - le ordené severamente.

El enorme amor que sentía por él llegó a desbordar mi corazón y el deseo que acumulaba mi cuerpo por ese precioso chiquillo llegó a alcanzar tal calentura que me sentí enfermo. No deseaba me trajeran chicos pagados, me negué casi a comer, no salí a la calle excepto lo imprescindible y me recluí solo en mi habitación donde únicamente le estaba permitido penetrar a Haleb.

Mi nuevo esclavo debería permanecer sentado en la antesala junto a los cortinones que cerraban mi estancia de dormir.

Pasé así varios días, adelgacé de tal manera que asusté a mi mayordomo y amado Haleb que llamó al galeno sin mi autorización, quien me mandó tomar unas pócimas asquerosas que no hice.

Una noche, que agotado y casi sin fuerzas, me había tumbado desmadejado sobre mi cama, acudió el llanto de tal manera a mis ojos, que comencé a llorar de una forma tan desoladora y angustiosa, que pensé que el mundo se acababa para mí.

Alí seguramente escuchó mi llanto porque vi asomarse temeroso su cara entre los largos cortinones. Estuvo un rato mirándome desde allí y se retiró de nuevo. Repitió la operación varias veces porque no se atrevía a penetrar en mi habitación sin permiso. Por fin al no oír ninguna orden conminándole se marchase y como siguiera oyendo mi llanto, se atrevió a acercarse despacio al lecho a cuyo pie quedó parado.

Me preguntó.

-¿Qué te pasa mi dueño y señor?

Esta pregunta dicha de una manera tan sentida removió aun más la herida abierta en mi corazón, de manera que aumentó mi llanto, por lo que insistió.

  • ¿Estás enfermo? ¿Qué puedo hacer por ti, mi señor?

Extendí mis manos buscándolo, cuando las cogió, le atraje y quedé a la espera de su reacción.

Quedó mirándome a los ojos, me abrazó y se echó a llorar emocionado, acompañando mi llanto.

Cuando sentí sus brazos alrededor de mi cuello y su llorosa cara pegada a mi rostro, recibí una de las mayores alegrías que había sentido en mi vida.

- Mi pequeña gacela, mi corderito - murmuré quedamente a su oído.

  • Señor, yo no quiero que sufras. Deseo que siempre me aceptes junto a ti.

Mientras decía esto, se acurrucó en un hueco que quedaba libre de mi cama y se abrazó fuertemente, besándome.

Acéptame como tu más rendido esclavo - pegaba su maravilloso cuerpo al mío, me acariciaba el rostro, mi pecho y buscaba mis labios para apoyar sobre ellos su entreabierta boca.

Alí nunca serás mi esclavo, desde mañana firmaré los papeles de tu libertad, serás un liberto, pero si me quieres, si me amas, siempre estarás junto a mí, como mi amor, como mi compañero.

No firmes mi libertad. Estaré toda la vida contigo, junto a ti, como esclavo de tu amor, entregándome cuando tu lo quieras.

Aquellas palabras sanaron mi melancolía. Sirvieron para que mi libido se elevara de nuevo, para que mi deseo sexual renaciera nuevamente en mí. Tomé su cara con mis manos y le besé apasionadamente, con ardor, con toda la entrega de que fui capaz y él me devolvió cada uno de mis besos con tanta o más pasión que yo.

Le acaricié posteriormente como nunca había hecho a ninguno de los chicos que habían pasado por mi cama. Recorrieron mis dedos toda la piel de su cuerpo buscando los rincones más ocultos para pasar la yema de ellos suavemente. Cuando terminé, mi lengua, envidiosa de mis dedos, solicitó que la pusiera en contacto con aquella maravillosa y suave piel por lo que tuve que pasarla de nuevo por aquel cuerpo, que se envaraba de placer al contacto del lamido por ciertas partes.

Alí me decía mientras.

Señor me haces muy feliz, nunca nadie ha sido tan maravilloso conmigo. Por favor, tómame entero.

Espera gacela mía.

Mi lengua llegó hasta su mástil, que se ofrecía desafiante en medio de su cuerpo, y cuando se puso en contacto con él, un fuerte suspiro de placer me señaló que a Alí le gustaba me parase durante un rato en ese sitio. Así lo hice y lamí, besé y mordisqueé su maravillosa e incipiente polla que ya presentaba lo sublime que iba a ser en un futuro próximo.

Al principio mi esclavito se dejaba hacer sin atreverse a iniciar ningún juego erótico conmigo, hasta que le animé a hacerlo. Entonces se abrazó a mi cuerpo de una manera tan emocionado que tuve que calmarle.

- Tranquilo Alí, soy tu señor durante el día. Tú eres mi dios durante la noche.

Me devolvió entonces mis caricias, hizo en mi verga lo mismo que yo acababa de hacerle a él y gozamos juntos de todos los juegos sexuales que se nos ocurrieron. No quise penetrarle aquel día. Esperaba hacerlo cuando ya estuviese más acostumbrado a mí.

Acabamos masturbándonos, para derramarnos a la vez juntos, caídos uno sobre el otro, agotados, pero felices.