Mi jefe me hizo su puta 3
Como pase en un día de chica normal en la puta del director del departamento, y como me hizo de todo ese mismo día...
Antes de leer este relato, conviene leer las partes anteriores, “ Mi jefe me hizo su puta ”,
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Había vuelto a ocurrir. De nuevo me encontraba en el despacho de Carlos, mi jefe, inclinada sobre su mesa y con los pantalones y el tanga por los tobillos, mientras él me estaba metiendo la polla y haciéndome estremecer.
Juro que esta vez habia entrado allí con la intención de hablar con él. De aclarar nuestra situación y de aclararme a mí misma mi propia mente y mis propias sensaciones. Esto había sido una locura. Yo adoraba a mi novio, a Jesús, que siempre me cubría de cariño.
Pero el hecho es que ahí estaba. Cubierta y no precisamente de cariño. Comportándome como una guarra. Dejándome hacer y encadenando un orgasmo tras otro. Con Jesús, últimamente me costaba horrores llegar al primero. Él había introducido la puntita de un dedo en mi culito y nuevamente descubría sensaciones. Realmente sabía cómo hacerme estremecer.
Sentí vibrar su teléfono móvil y sacó su dedo de mi ser. Inmediatamente sentí su falta. Para mi sorpresa, contestó al teléfono sin dejar de follarme contra la mesa. “ Sí sí estoy en la oficina”… “vale, hasta ahora ”.
A pesar de estas últimas palabras, jamás se me hubiera ocurrido que eso significaba que alguien iba a entrar, pero justo, en ese momento, unos nudillos sonaron en la puerta. “ toc toc ”.
Instantáneamente, el corazón me subió a 200 pulsaciones. Mi estado de éxtasis se desvanecía por momentos. Di un respingo y quise salir de ahí, pero él puso su mano en mi espalda y me lo impidió.
- quieta zorra –dijo-
- Por favor, déjame salir… vestirme…
No sabría describir mi situación física y mental. De una parte me sentía excitadísima, deseando sentirle continuar, deseando ser utilizada de la forma que él quiera. Por otra parte, me sentía avergonzada y expuesta. Más aún cuando volvieron a insistir en la llamada a la puerta “toc toc”.
Me revolvía bajo el peso de Carlos que me tenía inmovilizada, empalada, y con su gran mano aplastando su espalda contra la mesa. Dijo, “ tranquila, Martínez ” y tomó su chaqueta del respaldo de la silla y la extendió encima de mi cabeza, dejándome en la más completa oscuridad. Sin darme tiempo a reaccionar dijo en voz fuerte “ pasa ”.
No me lo podía creer. Sentí como se abría la puerta mientras con la espalda y cabeza tapada por la chaqueta quería hundirme contra la mesa.
- Hola jefe –Madre mía, era la voz de Eduardo, el becario- jajaja veo que está liado, vuelvo luego .
- No no, dime, qué querías –dijo tranquilamente Carlos mientras ralentizaba el ritmo con el que entraba y salía de mí-
La situación era surrealista. Yo bajo la chaqueta sin atreverme a respirar. Follada. Y ellos dos hablando como si tal cosa acerca de una consulta del trabajo. Carlos le dijo lo que tenia que hacer, como si yo no estuviera y su polla no estuviese enterrada dentro de mí.
- ¿Quién es? –dijo Eduardo antes de salir- ¿la nueva?
- No, no, la nueva ya pasó ayer por la otra oficina… jajaja no veas como dejó de manoseada la mesa de cristal…
- Jajaja ¿Entonces quién es? –sentí que se había acercado-
- No lo adivinarías… jajajaja, anda, vete a casa ya –dijo el jefe-
- ¿entonces puedo llamar a la nueva?
- Sí… aunque ayer quedó un poco…. dolorida
- Jajajaja qué cabrón, jefe, ya le avisé yo que no estaba acostumbrada .
No me lo podía creer. No era la única chica de la oficina que pasaba por este trance. Además, lo de que Carlos compartiese sus “actuaciones y confidencias”, me dejó descolocada
Me sentía furiosa. Incluso celosa. No podía entenderlo, pero me hizo menos daño que Eduardo fuera una especie de “compinche sexual” de Carlos, que pensar que Carlos se follaba a más mujeres de la oficina. A la chica nueva. Tan educada, tan pija, tan de hablar bajito…. Y ya había probado la mesa igual que yo.
Al oír cerrarse la puerta, me revolví con fuerza, pero Carlos era mucho más fuerte que yo y nuestra postura tampoco ayudaba a nada. Sujetó con firmeza mis caderas y comenzó a bombearme con mucha intensidad y profundidad. Joder. No podía evitarlo,estaba usando mi cuerpo a su antojo y yo no podía hacer nada. Me follaba hasta lo mas profundo de mi ser, sin considerar para nada mis protestas. Sólo conseguí quitarme de encima su chaqueta para poder respirar, pero me tenía encajonada contra la mesa.
Cuantas más palabras sucias decía, más caliente estaba sin poder evitarlo: “ quieta zorra, que los dos sabemos muy bien lo que quieres… a las niñas buenas no les suena el coño así ”. Era cierto, estaba extremadamente húmeda y en cada embestida sonaba el extraño ruido de humedad “ chip… chip…chip… chip… chip… chip… ”.
Él seguía y seguía. Me tenía bien asida de las caderas y me follaba mecánicamente y con una intensidad como si no hubiera mañana. Y yo sentía en una mezcla de sensaciones aunque cada vez se imponía más la excitación. De hecho, cuando me quise dar cuenta estaba gimiendo otra vez… al borde del orgasmo, y mis puños amarraban su chaqueta que aún estaba sobre la mesa.
Entonces él soltó una mano de mi cadera y me azotó. Con fuerza. “ Zas ” y gemí “ UMMMM ”. “ Zas ” “ UMMMM ”, “ Zas ” “ UMMMM ”, “ Zas ” “ UMMMM ”, a la cuarta palmada me sobrevino un orgasmo brutal que partía de mi sexo y recorria toda mi columna vertebral hasta mi cerebro... hasta la punta de mis dedos de manos y pies. No entendía y aún no lo hago por qué me puede poner tan caliente que me azoten. Pero la verdad es que es así. Retorciéndome sobre su mesa y contrayéndome arrugando su chaqueta con los puños sin poder evitarlo, me estremecía como un animal.
Indiferente a mis espasmos, Carlos volvía a tener sus manos en mis caderas y no había parado de penetrarme con dureza y profundidad. Con intensidad. Una y otra vez. Con ritmo. Sin parar. Yo estaba en el cielo y él también, a pesar de sus jadeos, se comportaba como una máquina. Una y otra vez. En un momento dado, se paró súbitamente y pude sentir como su miembro se endurecía e hinchaba por momentos. Lo hizo a propósito para que mi cuerpo sintiera los latigazos de su caliente polla. Dentro de mí. Y sintiera cómo descargaba su semen muy caliente, llenándome. Carlos ahora estaba estaba completamente parado. Como en éxtasis. Pero sentía perfectamente dentro de mi ser los espasmos de su polla. Sus manos asían con firmeza mis caderas atrayéndome hacia él y manteniéndome empalada hasta el fondo. Me manejaba como a una muñeca de trapo. Completamente ensartada. Y descargaba mientras gemía. Ufffffffffffffffffff, qué sensación… sólo contándolo ahora mismo también me excito, pero en ese momento me sentía en el paraíso.
En ese momento, ya se me había olvidado completamente que estaba allí para protestar por su comportamiento. Por segunda vez, me había dado el sexo más intenso de mi vida. Sí, me lo daba a mí. Ya sé qué es ridículo y no sé explicarlo, pero en ese momento me sentía una “elegida” por que lo hiciese. Sentí como sacaba su polla de mí interior y me obligó a lamerla. A limpiarla. Y yo obedecía casi sin voluntad. Estaba llena de fluidos. Suyos y míos. Algo que con mi novio me hubiera negado a hacer, me parecía lo más natural del mundo.
Aún tenía los pantalones por los tobillos. Miré alrededor buscando un pañuelo de papel para limpiar su semen que resbalaba entre mis labios vaginales, pero él me dijo “ no te limpies, vas mejor así, con tu cuerpo impregnado de tu jefe ”, y me instó a vestirme y a irme “ vamos,rápida, que tengo cosas que hacer ”.
Mantuve mi mirada baja, sin atreverme a mirarle a los ojos, subí mi tanga y lo acomodé. Estaba muy mojado. Y luego mis vaqueros. Cogí mi bolso. Dudé, pero me atreví a acercarme a él para besar si boca a modo de despedida. Y sí, él medio sonrió, y yo me sentí feliz de que correspondiera a mi beso. Me dijo simulando un un cierto desprecio “ vamos, fuera ”. Pero después de la media sonrisa de antes, sabía que esa forma de hablar era parte del “teatro” que habiamos creado entre los dos. Dijo de nuevo “ fuera ”. Salí. Habían apagado la luz y la oficina estaba oscura. Tranquila. Por el contrario mi mente no paraba de dar vueltas a lo sucedido.
Esa noche no pude conciliar el sueño. Jesús quiso hacer una aproximación a mí, pero le rechacé. Me sentía extraña. No puedo decir que me arrepintiese porque en parte sentía que descubría un mundo nuevo que, de otro modo, jamás sería capaz de entrar en él. Era la pura verdad y, aunque sonase mal, necesitaba que me empujasen a ello.
Pasaron las semanas y episodios parecidos a los ya mantenidos se repitieron en algunas ocasiones. No demasiadas. Una parte de mí los deseaba con todas mis fuerzas, pero por otra parte me odiaba a mí misma por todo ello. Yo había aceptado mi papel de ser la puta del jefe con la condición de que nadie más en la oficina lo supiera. Incluso había retomado mi amistad con Eduardo en las horas de descanso para café. Desconocía si él sabía que la chica a la que un día sorprendió bajo la chaqueta en la mesa de Carlos era yo. Él actuaba conmigo con total normalidad. Es decir, con su propia normalidad que consistía en comentarios sexuales y soeces acerca de las chicas de la oficina. Incluida yo, que sonreía indiferente cuando hacía alusión a mi cuerpo.
En cuanto a Carlos, pues acudía poco a la oficina donde nosotros estábamos. Normalmente, cuando lo hacía era a última hora de la tarde y no siempre me llamaba a su despacho. De hecho, pasaba a mi lado ocasionalmente sin siquiera decir “ Hola ”. Como persona me caía fatal. Era un imbécil. Pero no podía evitar acudir siempre que me llamaba a su presencia porque necesitaba usarme. De hecho, en esos casos no podía evitar que una llama en mi interior se prendiese.
Es difícil de explicar. No me hacía ningún tipo de chantaje. Ni siquiera hacía mención a la calidad de mis trabajos para darme algún tipo de castigo, como hizo el primer día que me sometió. Ahora le bastaba con llamarme y darme una orden directa. Una orden sucia. Yo la obedecía o, si me sentía rebelde la rechazaba, pero a él le daba exactamente igual. Usaba la fuerza y me obligaba. O me azotaba. Le bastaba con forzarme unos pocos instantes, manoserarme, o decirme guarradas al oído y, a partir de ahí, mi estado de excitación había crecido tanto que yo obedecía todo lo que me mandaba.
Me había acostumbrado a esta doble vida. Es cierto que todo esto había despertado facetas nuevas y fascinantes en mi sexualidad a las que no quería renunciar. Lo que Carlos hacía, y era un maestro en eso, era darme algo que quizá había necesitado siempre y nadie había sido capaz de proporcionarme. Era sexo, pero no sólo era eso, era fuerza, seguridad, dominio, dureza, instinto animal… su forma de comportarse me cautivaba. Tomaba lo que era suyo y punto.
Muchas veces pensaba como convertir a mi novio, Jesús, en un ser sucio y morboso en el sexo. Jesús jamás se había comportado así. Jesús era dulce, cariñoso. Era mi pareja, mi compañero, con quien se podía ir a cualquier sitio y, hasta ese momento pensaba, hablar de cualquier cosa. En la cama a veces cumplidor y otras no, pero siempre había respeto en sus modos. Y yo a veces agradecía su tacto, pero la mayoría de las veces, cuando me excitaba, necesitaba sentirme una verdadera puta. Necesitaba sentirme una hembra con mayúsculas, que despertase pasión en su hombre. Que despertase en él la necesidad de someterme, de utilizarme, de aplicarme dureza física, castigo, fuerza, palabras sucias. Creo que todo estaba en mi mente. Por no hablar del sexo anal. Carlos siempre me sodomizaba y, ufffffff, cada vez me gustaba más que lo hiciese. Y no sólo eran las sensaciones físicas, había algo psicológico en ello. Era una forma más potente de someter que el sexo convencional.
Yo misma comencé a masturbarme a diario viendo porno gay entre hombres. Me encanta. Incluso teniendo la regla o, especialmente, teniéndola. Sentía que era algo asqueroso pero no podía evitarlo. Todos los días encontraba el momento antes de que Jesús volviese del hospital. Me sentía super caliente. Me desnudaba o me quedaba sólo con mis braguitas y me metía en la cama. Ponía un vídeo y metía dos dedos en mi boca para llenarlos de saliva y masturbarme con frenesí. Algunas veces acababa sudando como si yo misma estuviera dentro del vídeo.
El siguiente acontecimiento que supuso una vuelta de tuerca más ocurrió aproximadamente dos semanas después de la última vez que me llamó a mi despacho. Era un sábado en el que había un importante partido de fútbol. Como era en un canal de televisión de pago, íbamos a bajar a verlo a un bar del barrio con los amigos médicos de Jesús. Ellos son muy presumidos y a mí siempre me miran un poco por encima del hombro. Como si no estuviese a su altura. Ese día me había puesto especialmente guapa. Era primavera casi verano y hacía calor. Llevaba un vestido entallado negro con escote de pico y tirantes anchos, que realzaba mi figura y me hacía un pecho muy bonito. Quería que Jesús estuviese orgulloso de mí. Pero, como tantas veces, no hizo ningún comentario. Ni me miró.
El caso es que bajamos al bar y empezaron a pedir cervezas. Hacía calor y había mucha gente. Se agradecía la cerveza fría y llevábamos unas pocas ya en el cuerpo. Nuestro equipo estaba ganando y Jesús y sus amigos estaban eufóricos. Casi poniéndose pesados con bromas tontas. Las chicas me entenderán. Estaban en ese momento justo en que se creen muy graciosos pero no tienen ni puta gracia… Sentí vibrar mi teléfono móvil en el bolso, y vi el número de la oficina. Dije “ Es del trabajo ¿qué querrán?”. Ni me hicieron caso. Estaban empezando a saltar y empujarse gritando OE OE OE OE…. ya borrachos. Yo también había bebido bastante, pero eso no quitaba que me sientiera incómoda. Me aparté como pude y tapé mi otro oído para entender el teléfono. Me sorprendió que fuera Carlos, que siempre usaba el número del teléfono móvil y no el de la oficina:
- Hola
- Hola zorra, ¿qué haces? –su lenguaje era directo-
- En un bar, viendo el fútbol con mi novio y sus amigos médicos …
- ¿Médicos?¿Te van a explorar? Zorra… jajajaja
- Pues si por alguno de ellos fuera, seguro que sí porque siempre me miran con cara de cerdos y ahora están borrachos…
- No Evita, el que te voy a explorar soy yo ¿Dónde estáis? –Carlos habló con su segurida habitual-
- Pues en un bar por la zona de Avenida de América. –le dije la dirección-
- Invéntate cualquier excusa en 5 minutos estoy afuera. Te vienes conmigo…
- Pero … no puedo…
Ni me escuchó. Directamente había colgado. De repente me puse nerviosísima. Pensando qué podía decir para irme sin levantar sospechas. No se me ocurría nada. Si les digo que voy al WC y luego, 10 minutos después, le pongo un mensaje a Jesús diciéndole que me sentía mal y que me fui a casa sin decirles nada para que siguiesen con su noche… seguramente deje a sus amigos y se venga a casa donde yo no estaré. Esa excusa no vale, joder.
Tenía que pensar rápido. Al final opté por decir que había una emergencia en el trabajo. Que se habían caído los ordenadores y se habían perdido datos. Y que había que hacer una oferta con esos datos para presentar urgentemente el lunes. Me miraron un poco raro y se ofrecieron a llevarme al trabajo al terminar el partido, pero me negué como pude. Es un asunto de trabajo y me pagan el taxi.
Justo al salir afuera, vi el coche de Carlos acercarse. Era un coche oscuro y alto. Un todoterreno con los cristales tintados. Carlos se inclinó a abrir la puerta del copiloto y dijo: “ Sube, zorra ”. Me dio la sensación de que la gente que estaba a la puerta del bar fumando lo oyó, pero me dio igual. Lo que quería era salir de ahí antes de que saliera Jesús o sus amigos y viera con quien me iba. Subí y, para mi alivio, él emprendió la marcha al instante.
Al final de la calle se detuvo en un semáforo en rojo. Ya estábamos fuera del alcance visual y, algo más tranquila, me incliné a besar a Carlos. Ese momento él aprovechó a meter la mano en mi vestido y tocar mi sexo sobre mis braguitas mientras le besaba. Una corriente eléctrica me recorrió todo el cuerpo. Para mí Carlos era sexo puro. Me agarré a su cuello besándole, mientras él seguía moviendo su mano sobre mi coñito. Uffff qué sensación. Había cerrado los ojos besándole con pasión, hastq que él me soltó y me trasladó con fuerza a mi asiento. Se había puesto el semáforo verde y emprendió la marcha otra vez. Este beso me había dejado súper excitada. Quizá también fuese por los efectos del alcohol, o de los nervios pasados para salir del bar con Jesús. Carlos giró por una calle oscura, ralentizó la velocidad y dijo: “ Quítate tus bragas y dámelas, zorra ”.
Como me sentía muy húmeda, le puse una mirada juguetona y lentamente, mordendo mi labio inferior, levanté mi culito del asiento y contoneándome y tarareando una cancioncilla erótica “ tarirorariroooo…. ” subía mis manos por los laterales de mi vestido, moviendo las caderas y dejando a Carlos ver mis piernas y mi culito. Como pude, sonriendo y jugando, tomé mi prenda íntima y la fui deslizando muy lentamente por mis piernas “ tarirorariroooo ”. Jesús, mi novio, nunca me habría pedido algo así. Pero en Carlos el juego era lo más natural. En ese momento yo tenía la adrenalina al máximo. Hice una bola con las braguitas y se las tiré. Sin dejar de conducir, él las tomó en el aire y se las llevó a la nariz.
- uuummmmmm, están mojadas –dijo-
- jijijiji por tu culpa –contesté riendo-
- Y qué bien huele mi puta ¿qué perfume es? Aparte de la esencia de tu coño
- ¿te gusta? Pues no te lo voy a decir, jiji, no se puede saber todo, jefecito, jijiji –estaba excitada-
- Las putitas chicas buenas siempre huelen genial. ¿A ti qué te parece, Edu? Dijo girando la cabeza hacia atrás y entregando la prenda.
¡¡¡Horror!!! No me había dado cuenta de que no estábamos solos en el coche. Eduardo, el becario, estaba en el asiento de atrás observándolo todo con cara de salido. Todo el subidón de excitación se me cayó de repente. En ese momento me quería morir. El corazón me dio un vuelco y no supe reaccionar. Carlos notó mi estado y dijo:
- tranquila, Edu es de confianza, no dirá nada de esto
- yaaaa pero yo no quiero… me caes bien, Edu, pero …
- ¿no quieres qué? Putita… si mira como estás… -dijo oliéndose los dedos-
- ¡Contigo sí! –grité al borde del llanto… la situación me estaba desbordando-
- No llores Evita, venga, que te llevamos a casa –dijo Carlos esta vez serio-
- Nooo –dije en un sollozo- No quiero ir a casa – seguramente ya estarían allí Jesús y sus amigos-
- Te llevamos a casa. No quiero lloronas aquí.
- Nooooo, y no he llorado … -dije frustrada-
- ¿ Seguro? ¿Vas a ser buena ?
- Según ¿qué vamos a hacer? –dije seria-
- ¿Tú qué crees?... vamos que te llevamos a casa
- Me quedo con vosotros
- ¿Vas a ser buena? Martínez ¿obediente?
- Sí
- Venga, pues vete al asiento de atrás y pórtate bien con Eduardo, que tiene que estar como una moto por el espectáculo tuyo de antes con las bragas.
No sabría como definir mi situación de ese momento. Por una parte me daba rabia que hiciesen de mí lo que ellos querían, pero también me decía ¿por qué no? Desde luego, lo que quería era hacer rabiar a Carlos. Quería que viese como Eduardo hacía conmigo lo que quería y, cuando él fuera a tocarme, le iba a decir que no. Quería torturarle como él hacía conmigo.
Salté al asiento trasero y comencé a besar a Eduardo. Un beso largo, húmedo. Aunque era más joven que yo, el chico sabía lo que hacía. No tan era impulsivo y cerdo como parecía por sus comentarios sobre las mujeres. De hecho, sabía besar y acariciar. Tenía unas manos grandes y suaves. Ummmmm besaba bien. Muy bien. Yo misma bajé los tirantes de mi vestido y mi sujetador, para que Carlos viese como daba mis pechos a Edu. Empujé su cabeza hacia ellos y me los dejaba lamer, besar, morder, mientras cruzaba mi mirada en el espejo retrovisor con los ojos de Carlos. Era mi venganza. Sólo le iba a dejar observar.
Cuanto más me manoseaba, y besaba Eduardo, más emputecidas me sentía. Carlos no paraba de mirar al retrovisor. Esta vez me estaba saliendo con la mía. Había conseguido que se fijase en mí. Que supiese que yo también puedo decidir qué es lo que voy a hacer. Quería dejarle caliente y creo que lo estaba consiguiendo.
Carlos detuvo el coche a la puerta de un restaurante y casi no me dio tiempo a subirme los tirantes. Salimos los 3, yo colocandome la ropa y el pelo, y Eduardo disimulando su erección dentro de sus pantalones vaqueros. Encargó comida japonesa. Una gran cantidad. Casi para un regimiento. Mientras esperábamos nos invitaron a unos vasos de licor. Brindamos y lo bebimos de un trago. Yo trataba de mantener el contacto visual con Carlos, y él me miraba divertido. Pidio otra copa igual y la volvimos a beber.
Emprendimos la marcha en el coche. Yo fui a sentarme delante con Carlos, pero él dijo “ atrás ”. Una vez más le odié y pensé “ si quieres espectáculo lo vas a tener ”.
El coche se dirigió a las afueras de la ciudad y tomó una carretera.
- ¿Dónde vamos?
- A mi casa de campo
- ¿Dónde?
- En Montelagos
Eso estaba a 50 km, y yo de repente sentí que tenía unas ganas enormes de ir al aseo. Mi vejiga estaba llena.
- ¿Podemos parar en un bar? Que tengo que ir al aseo…
- Pero si acabamos de parar en el japonés
- Por favor, por favor, lo necesito
- Aysss cuanta guerra das.
Un minuto después desvió el coche en un lugar donde se anunciaba un cartel un restaurante de comida rápida en la carretera. Respiré hasta que me di cuenta, al llegar, que estaba cerrado lamentablemente. Pero yo no aguantaba más, les hice detener el coche en el parking vacío del establecimiento. Estaba muy oscura la noche. Bajamos los 3 del coche. Ellos a fumar un cigarro y yo a hacer pis.
- Daos la vuelta y no mireis
- Joder con las chicas buenas, si ya te hemos visto todo. –dijo Carlos-
- Muy bonito, por cierto, jajajajaja –añadió Edu-
- Esto es distinto.
- Espera, que si te da corte vamos a hacer una cosa
Carlos fue al maletero y sacó una bolsa con artículos de fiesta. Había unas caretas, gorros, espumillón. Seleccionó una careta con forma de conejita con orejas y todo y me la puse.
- ¿Estoy guapa? ¿Dónde tiene los agujeros de los ojos?
- Jajajaja no tiene agujeros en los ojos, la conejita que se lo pone no puede ver nada. Esa es la gracia jajajaja.
- Toma anda, que al final me voy a caer. Daos la vuelta, por favor.
- Vaaale.
Estaba muy oscuro. Ya había tomado un pañuelo de papel del bolso. Me alejé unos pocos pasos y, de espaldas a ellos que también estaban de espaldas fumando su cigarrillo. Me subí el vestido y dejé que el chorrito fuese saliendo. Braguitas no tenía. Me moría de ganas y según salía el pis me iba relajando, hasta que oí justo detrás de mi la voz.
- ¿Has visto que culito más bonito tiene esta perra? Edu
- Lo vi el otro día, cuando la tapabas con la chaqueta y estaba contra tu mesa
- Jajajaja es verdad
- Cabrones… me habiáis prometido que no miraríais.
- Jajajaja a ver, Martínez, tú eres de nuestra propiedad ¿no te has dado cuenta? … vamos, enséñanos como hacen pis las niñas buenas.
- Jajajaja – Edu le seguía la gracia al jefe-
La verdad es que tenían razón. Hacían conmigo lo que querían. Pero nunca nadie se había saltado tanto las reglas del respeto conmigo, y la situación era desconocida para mí. Quería enfadarme y ponerme seria pero no podía. Me limpié con el pañuelo y me coloqué el vestido. Sin mirarles me dirigí hacia la puerta delantera del copiloto para meterme en el coche para irnos. Pero Carlos estuvo más rápido y me sujetó pasando su mano por mí abdomen.
- Ven, anda, no te enfades…
- Es que hacéis lo que queréis.
- Claro
- Pues quiero que me llevéis a casa.
Antes de que pudiese seguir hablando, Carlos puso su boca sobre la mía y me besó. Me sujetó las muñecas detrás de mi espalda y me siguió besando con intensidad. Le correspondía como podía. Los besos son mi debilidad. Entonces sentí como Eduardo se situó detrás de mí, apartó suavemente mi pelo y puso sus labios también sobre mi nuca. De repente me sentí como la parte central de un Sandwich. Sus manos recorrían mi cuerpo sobre la ropa sin que yo pudiera detenerlos. No pude resistirlo y les seguí el juego.
Jamás en mi vida habría pensado verme en una situación así. Con dos hombres. Reconozco que alguna vez había fantaseado con esa idea, pero quien me lo iba a decir a mí al salir de casa con Jesús y sus amigos.
(Continuará)
Espero que os haya gustado. También vuestros votos y comentarios. Si queréis escribirme mi dirección de email es: mr_hyde@hotmail.es
Mr_Hyde