Mi jefe me hizo su puta 2

Como pase en un día de chica normal en la puta del director del departamento, y como me hizo de todo ese mismo día...

Antes de leer este relato, conviene leer la primera parte, “Mi jefe me hizo su puta”, donde describo como un día me convertí en la puta del director del departamento, y como abusó de mí ese mismo día

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Al llegar a casa pasé de largo el salón, donde estaba mi novio, y me fui directa a la ducha. Estuve varios minutos bajo el agua, y recuperé con crema las zonas dañadas de mi cuerpo. Curiosamente no me notaba casi molestias. En cuanto pude me acosté, y me pasé al menos dos horas dando vueltas a lo que había pasado. Había puesto el despertador a las 6. Quería repasar los informes y corregir lo que hubiera mal. Debía llegar a la oficina antes de las 10 horas con el informe corregido, y ni siquiera sabía qué era lo que tenía que corregir.

La primera sensación al levantarme fue que todo había sido un sueño. Me sorprendí a mí misma dudando si calificarlo de pesadilla o sueño placentero. Me habían insultado. Me habían desvirgado mi culito. Me habían humillado hasta límites insospechados, y sin embargo no se podía decir que me hubieran violado. El camino a la puerta siempre había estado libre.

Me senté en la mesa de trabajo como una autómata. Intentaba asimilar todo lo que había pasado. La verdad es que me habían dado la mejor follada de mi vida. Incluso me notaba un cosquilleo entre las piernas al pensar en ello… “ estoy fatal ” me dije en bajito. Me dispuse a repasar el informe pero no era capaz de concentrarme y las sensaciones en mi cuerpo iban a más. Tuve que encerrarme en el aseo. Allí, de pié, con una mano en el lavabo y otra dentro de mis braguitas comencé a masajear mi sexo casi compulsivamente. Seguía cachondísima. Cuando mi novio llamó a la puerta y dijo “¿te falta mucho??” , volví súbitamente a la realidad, pero en lugar de deshacerse en mi mente el morbo, éste escaló hasta un pico insospechado. De repente contrasté el trato dulce de mi novio, el trato cotidiano y amable, agradable… con la dureza de Carlos y, sólo al pensar en sus fuertes manos sujetándome y azotándome me vine estrepitosamente. Con mi novio al otro lado de la puerta, tuve que morderme mi otra mano para no gritar.

Aún no me había duchado. Lo hice con la mayor rapidez que pude. No era cuestión de hacer esperar más a Jesús. Después de secarme, me embadurné de crema y apliqué una pomada especial a mi culito. Estaba un poco resentido, pero la crema de la noche había hecho su efecto y casi no me dolía. Salí con el albornoz, para dejar libre a Jesús el aseo, y me fui al vestidor a elegir cuidadosamente mi ropa.

En contra de mi costumbre, decidí vestirme formal. Era seguro que iba a ver a Carlos y no quería desagradarle bajo ningún concepto. Elegí una falda de tela beige con bolsillos. Similar a unos pantalones chinos de hombre pero en falda. En la parte de arriba me puse una blusa blanca entallada de manga corta. Ropa interior tanga y sujetador blanco con un poco de encaje. Sandalias de cuero con unas cuñas altas. Finalmente en maquillé levemente, me recogí y el pelo en una coleta, y di un color rosa suave a mis labios.

Al verme, Jesús se sorprendió:

- Pero ¿qué te pasa que te has vestido de chica? jajaja –dijo él-

- ¿No me digas?… ¿no es eso lo que soy?

- Creo que sí, espera que voy a mirar, jajaja –dijo Jesús intentando meter sus manos en mi falda-

- ¡Quita de ahí! –dije apartándole- tengo que terminar un informe y salir corriendo al trabajo. Ya sabes, reunión otra vez con los franceses –mentí-

Dediqué más de una hora a corregir la hoja que Carlos interpretaba que estaba mal. Lo cierto es que había un error en el cálculo de horas para las pruebas del sistema que podría suponer mucho dinero si no se hubiera corregido… “ Joder, Carlos tenía razón ” pensé.

Al llegar a la oficina estaba nerviosa. No sabía la actitud que iba a tomar Carlos y el error había sido grave. Él ya estaba en su despacho. Llamé a la puerta.

- Buenos días, Carlos .

- Hola Ana, pasa –En su semblante no había nada que recordara lo que ayer había pasado-

- Traigo el documento corregido –dije ofreciéndole un pendrive- aunque también está en la red.

- Ven aquí –dijo suave pero firme-

Orientó la pantalla de su ordenador hacia la derecha y, sin levantarse, deslizó hacia atrás su sillón de cuero con ruedas dejándome hueco entre él y su mesa de despacho. Me acerqué temblando a su mesa. La situación de darle la espalda me recordaba demasiado a lo que había ocurrido sólo hacía unas horas. Pero ahora estaba dispuesta a mostrarle lo que había mal en el informe y como lo había corregido. Tomé el ratón y navegando por los directorios de la red llegué al documento. Le fui explicando. Él asentía.

- Martínez. Qué estos fallos no se vuelvan a repetir, ¿entendido?

- –dije suavemente-

- Veo que tienes ganas de mejorar… si hasta vas bien vestida por un día…

-

- Súbete la falda, vamos

De repente su lenguaje se había hecho duro. Fui a darme la vuelta. A explicarle que podría entrar alguien y pillarnos así…

- Puede entrar alguien…

- Ni me mires. Vamos. Hazlo –insistía en su dureza-

-         …

- ¡Vamos zorra! –repitió en un susurro tan imperativo que…-

Disparó en mí la misma sensación que la noche anterior y comencé a obedecerle. Estaba de espaldas a él. Deslicé mis manos a los laterales de mi falda y la subí despacio. Por la parte de atrás. Mostrándole mi culito que él mismo azotó ayer.

- Quiero ver como está esto… ummmm te has puesto unas braguitas de chica, Martínez, y no la mierda que llevabas ayer… esto va mucho mejor…

- Un tanga –no sé por qué pero le corregí-

- ZASSSSS –me azotó con fuerza y me en picó- con lo bien que ibas… Martínez .

- Perdón –susurré aguantando mis lágrimas-

- Las manos en la mesa. Vamos.

Obedecí. La escena era dantesca. Yo de pie, apoyadas mis manos en la mesa, con mi falda subida mostrando mi culo a Carlos, y él deslizando suavemente las yemas de sus dedos sobre la piel de mis glúteos que acababa de azotar.

En realidad estaba completamente temerosa de que alguien abriera la puerta del despacho, pero sentirme así y sus manos sobre mi piel hacían que aparecieran sensaciones desconocidas en mi cuerpo. Ahora él no era duro. Me acariciaba y me observaba como quien contempla una propiedad suya. Como un médico ante un problema de piel.

De hecho aún no había empezado a hacerme nada más que eso y ya sentía como me mojaba abundantemente. Mientras una mano continuaba recorriendo el contorno de mi tanga sobre mi culito, la otra mano se deslizó entre mis piernas. Tocaba la cara interior de mis muslos y yo sentía de nuevo escalofríos. Así se entretuvo haciéndome desear que intensificase sus caricias, que llegase a mi coño… pero él se quedaba a milímetros de allí… susurraba “ ummmm qué suave es esta putita ”.

- sigue por favor –salieron esas palabras solas de mis labios-

- ZASSSSS –otro azote- A partir de ahora me hablas con respeto, zorra, ¿Entendido?

- Perdón

- ZASSSSSSSS –aún más fuerte me volvió a azotar- vamos a ver como está esto

Realmente parecía un médico. Ahora sí pasó sus dedos sobre mi empapado tanga y al pasar sobre mi clítoris se me escapó un gemido – Ohhhhh -. Sería exagerado decir que me corrí pero lo cierto es que estaba a punto si hubiera dado unos segundos más de continuidad. Qué curiosa es la mente humana. Con mi novio últimamente me costaba horrores llegar al orgasmo y, en ese momento, con un completo extraño y casi sin tocarme, estaba a puntito de estallar.

El tocaba mi piel, saltaba a mi tanga húmedo y volvía a la piel de mi muslo. Separaba mis glúteos para observar mi agujerito…

- esto está muy muy bien putita –comentó-

- Gracias –no sé por qué contesté eso, simplemente me dejaba hacer-

Me ordenó bajarme el tanga y cuando llegó a mis rodillas me dijo “ ya ”. Se notaba completamente la mancha de mis flujos en la parte central, y me avergonzaba por ello. Me ardían las mejillas. De hecho ardía todo mi ser: mi cara, mi coño, mi culo, toda yo… El apreciaba los daños en mi culito, y yo me sentía como si estuviera en el médico… eso sí, cachonda perdida. Sus dedos tocaban cuidadosamente cada punto sensible de mi cuerpo. Entonces se levantó y dijo:

- Venga, vístete... vas bien, Martínez

- Pero…

- Vístete

Y Carlos se acercó con tranquilidad a la puerta, abriéndola casi sin darme tiempo a que yo bajase mi falda… sin volver a mirar atrás se dirigió a su secretaria pidiéndole que avisase a uno de los becarios, que tiene que ir con él a las oficinas centrales.

Salí de su despacho confusa. Me disgustaba sobremanera que me hubiera dejado así, a medias y sin explicación alguna. Carlos hacía y tomaba lo que quería y cuando quería. Y yo sólo era un objeto más a su alcance. Era insignificante… casi indignante. Pero estaba más cachonda que una mona. No lo entendía. No sabía que extraño mecanismo se había apoderado de mí y por qué me gustaba tanto ese tratamiento. Volví a mi sitio. Ese día no fui capaz de dar pie con bola.

Al día siguiente volví a vestirme guapa. Y al siguiente. Mi estado de excitación era continuo. Cada 30 segundos miraba al pasillo de entrada de la planta para ver si aparecía Carlos, pero no lo hacía. Había indagado su perfil en facebook, en google, en linkedin… en todas las redes. Estaba obsesionada y cachonda con su figura. Hasta un día busqué una excusa peregrina para acercarme a las oficinas centrales a ver si coincidía con él. Pero nada.

Pasó varios días sin hablarme. Sin llamarme. Sin nada de nada. Yo sí quería hablar con él. No podía evitar sentirme abandonada. A la vez aliviada. Pensaba que si fuera al revés y me estuviera llamando o reclamando estaría rechazándole. Pero que ni me llamara me dolía. Estaba claro que sólo me quería para follarme, pero tenía mil dudas de cómo actuar si eso volvía a pasar.

El contrato con los franceses salió. Carlos no aparecía. Mi vida volvía a la normalidad. Pero había algo que me obsesionaba: ¿qué había sido yo para él? Por fin un día apareció por la oficina. Estuvo repartiendo órdenes y reuniéndose con unos y otros de los gerentes, pero a mí ni me miró. Justo ese día yo ya vestía como era habitual en mí: vaqueros y camiseta. Me sorprendí a mí misma reprendiéndome por ello, como si él no me hubiera mirado justo por eso. No tuve ocasión de hablar con él. Antes de salir, llamó a uno de los becarios: “ trae el informe de los holandeses ”. Era un chico jovencito. Tanto que aún tenía granos en la cara.

Últimamente había tomado bajo su protección a ese chico que, por lo que decía la gente, debía ser una eminencia. Siempre iba impecablemente vestido a pesar de que aún había bastante acné en su cara. Y no era el único rasgo de adolescencia que dejaba traslucir: todas las mujeres de la oficina eran repasadas visualmente por él cada vez que pasábamos a su lado. La situación era entre grotesca y asquerosa. Mis compañeras le llamaban “ el pajillero ”. Curiosamente era la única persona a la que Carlos buscaba cuando venía a la oficina.

Yo seguía obsesionada con acercarme a todo lo que representaba a Carlos. Tanto que comencé a hacer amistad con el becario. Se llamaba Eduardo. Al parecer estaba aún más salido de lo que aparentaba. Tenía 23 años. Había estudiado en Estados Unidos y era de una familia importante económicamente. Suponía que ésa era su conexión con Carlos, porque otra cosa no me explicaba. Siempre que hablaba con el becario miraba abiertamente la forma de mi pecho. En algunas ocasiones notaba como en la sala de café hablaba con otros chicos sobre las chicas de la oficina. Se reían estrepitosamente haciendo gestos obscenos o moviendo sus caderas como si estuviera penetrando a alguien. Desde luego, confianza en sí mismo sí tenía ese chico.

Ya había pasado al menos un mes y todo se iba enfriando. A pesar de ello, tenía una carta escrita para enviarle por correo electrónico (carta que había cambiado al menos mil veces). Sabía sus teléfonos. En todo ese tiempo, siempre que tenía sexo con Jesús, sólo disfrutaba cuando sustituía mentalmente su cara por la de Carlos. Me daba rabia esto, pero al final acababa haciéndolo así… En fin, que mi vida continuó. Incluso Jesús y yo volvimos a jugar con la idea de ser padres que, últimamente, no le dejaba sacar.

Un día en el que ya no esperaba nada, Carlos llegó a nuestra oficina. Era tarde y quedábamos muy pocos trabajando. De repente, sentía que era la oportunidad que esperaba de hablar con él. Se me hizo un nudo en el estómago, pero era en ese momento o nunca. Llamé temblando a la puerta de su despacho.

- Puedo pasar, Carlos

- Qué quieres

- Hablar

- Ven aquí. Ya vuelves a tu ropa habitual… ven

Me acerqué a él. No demasiado. Me miró a los ojos durante unos segundos. Su expresión era de seguridad total en sí mismo. Dio unos pasos hacia mí. Juro que pensé que me iba a besar. Casi estaba cerrando los ojos. Pero Carlos llevó su mano a su pantalón y abrió su cremallera.

- Vamos… chúpame la polla

- No

- Vamos. Venga … -me tomó del brazo y por la fuerza me hizo arrodillar ante él mientras con su otra mano sacaba su polla, ya en un estado de media excitación-.

Aun así quise resistirme. Quise decir que había entrado a hablar con él. Pero él no me dejó. Es cierto que podría haberme revuelto y haber salido del despacho, pero no sé si fue porque tenía tanta ansiedad de que me dedicase su tiempo y de agradarle que metí su polla en mi boca, la envolví con mis labios y comencé a acariciarla con la lengua. Empecé a mover mi cabeza adelante y atrás. Quería hacerlo bien. Quería agradarle. La metía todo lo más profundo que podía, hasta q me dan arcadas. Luego la sacaba deslizando por mis labios. Intentando retener en mi memoria cada irregularidad de su polla y saboreándola. Me daba cuenta de que me estaba poniendo muy cachonda, pero lo que yo quería era esperar el momento para hablar con él.

Él sólo me decía cerdadas: “ zorra ”… “ eres una putita, ¿sabes? ”… “ tu novio tiene que estar feliz con una putita así en casa ”… “ ummmm así me gusta que hagas ”… “ te estamos aprovechando muy poco en esta oficina… sabiendo que la chupas tan bien, guarra ”…

Incomprensiblemente, cuanto más burdo y soez era más excitada estaba yo, pero no quería que de mi mente se fuera la idea de que quería hablar con él. Deseaba que se corriera y ya, más calmado, me hiciera caso a lo que tenía que decirle.

Entonces Carlos me tomó de los brazos y me levantó. Juro que otra vez pensé que iba a besarme. Pero en un gesto ágil me dio la vuelta y se quedó detrás de mí atrayéndome hacia él. Sentía su polla en mi pantalón, seguramente lo estaría manchando pero no me importaba. Soltó mi sujetador, llevó sus manos adelante y comenzó a amasar y sopesar mis tetas. No era suave, aunque tampoco exageradamente brusco. Lo cierto es que sentía como mis pezones tomaban forma y se clavaban entre sus dedos. Él seguía hablando en mi oído “ pero qué guarra es esta putita… con lo formal y borde que parecía… no quiero ni pensar como tiene su tanga ahora mismo ”… Yo tampoco quería pensarlo.

Me fue empujando hacia la mesa y me puso contra ella. Ver mis manos contra la madera oscura me trajo recuerdos de lo que pasó el día de los franceses. Entonces llevo sus manos al botón de mis vaqueros y quiso desabrocharlo pero saqué fuerzas de flaqueza y me revolví:

- Ah no….. –el siguió y soltó el botón - Nooo

- Calla zorra… si mira como estás –dijo mientras me tocaba entre las piernas y frotaba mi coño sobre los vaqueros-

- Quiero hablar contigo

- No tengo nada de que hablar… así que ¡fuera! –dijo apartándose de mí-

- Por favor… -dije casi suplicando y sin moverme en esa ridicula posición-

- Vamos lárgate

- ¡No! Por favor… -no soportaba que me echase… quería seguir ahí y se habían disuelto automáticamente todas las dudas que tenía en mi mente… ahora sólo quería ser utilizada, follada…-

- Ah, ¿no te vas? jaja

- Por favor… dime que luego hablamos

Había intentado erguirme, pero su mano se posó en mi espalda y me mantuvo en m posición inclinada en la gran mesa de madera y con mis manos en ella. Él acariciaba mi espalda, mi columna vertebral desde el cuello hasta la rabadilla. Se detenía en cada vértebra. No sabía qué poderes tenía sobre mí, pero lo cierto es que los tenía. Sin protestas por mi parte soltó mis vaqueros y los bajó arrastrando mi tanga hasta las rodllas. Así, con el culo en pompa, continuó unos minutos acariciando sólo mi espalda. Sin hablar. Sólo haciendo eso yo notaba como me humedecía abundantemente. En uno de los recorridos su mano siguió hasta introducirse entre mis piernas y posarse sobre los labios de mi sexo. Estaba tan empapada que me sentía avergonzada. Él acariciaba mi sexo con su gran mano en posición plana. Lo envolvía. Mi clítoris estaba a punto de estallar y yo no podía reprimir los gemidos.

- Así que quieres hablar… -dijo-

-         … -yo no pude articular palabra sólo quería que me follase sin más-

- Pues hablamos cuando quieras… -dijo mientras intensificaba el movimiento de su mano sobre mí-

- Fóllame por favor…

- Ah… ¿de eso querías hablar?

- Ohh ohh ohh ohh… -yo solo gemía siguiendo el ritmo de su mano-

Él me manejaba como una marioneta. Me tenía completamente en su poder. Era algo mental. Algo primitivo. Yo sólo deseaba que me follase. Sentí que dejaba de tocarme y me noté huérfana. Antes de que empezase a protestar oí su cremallera bajarse. En ese momento me di cuenta de que hasta se me estaba escapando la saliva de la boca al gemir. Era una autentica perra en celo. Él puso una mano en uno de mis glúteos y lo separó. Entonces sentí como una barra caliente y palpitante entraba por mi sexo lentamente pero sin detenerse hasta que sus ingles chocaron contra mis glúteos. Exclamé “ Oooooohhhhhhhhhhhhh ”.

Estaba tan húmeda que me la había metido hasta el fondo de una vez. Hasta ese momento pensaba que este tipo de cosas sólo pasaban en los relatos… Él, sujetando mis glúteos con ambas manos, me follaba despacio. Despacio y profundo. Yo, a pesar de que quería aguantar, a las pocas sacudidas no pude evitarlo y estallé en un orgasmo intensísimo “ AAAAAAAAAAAGGGHHHHHHHHHHHH ,  JODEEEERRR, UUUUUUUUUMMMMMMFFFFF”.

Pero él no se sintió afectado. Él seguía metódico. Con las manos en mis glúteos y entrando y saliendo lentamente hasta lo más profundo de mi ser. Mientras yo me retorcía sintiendo los espasmos del orgasmo. Uno, otro… otro, otro… otro, otro… otro… me temblaban los músculos del abdomen y no aguantaba más, pero él seguía. Se notaba que disfrutaba teniéndome así. En su poder. Silenciosamente entrando y saliendo de mí. Yo suplicaba “ para… por favor… paraaaa… por favor Carlos… ”, pero él siguió metódico un minuto más y paró cuando él quiso, dejando su polla quieta y clavada completamente en mi dilatado coño. Nunca me habían follado tan bien el coño.

- ¿qué te pasa? Anita –dijo simulando sorpresa-

Llamaron al teléfono y él, sin salir de mi cuerpo, tomó su chaqueta que había dejado en el respaldo de una silla y lo cogió.

- Si

- (...)

- Sí claro, estoy aún en la oficina

- (…)

- Vale, pues en un rato nos vemos

Colgó. Entonces escupió de nuevo en mi culo y volvió a jugar con él. Tenía claro que lo que deseaba era follarlo y yo tenía una sensación agridulce. Por una parte, deseaba con todas mis fuerzas que lo hiciera y. por otra, quería demostrarle que también tenía personalidad y carácter… Eso pasaba por mi mente, pero lo cierto es que no me atreví a negarme. Dejé que él, combinando movimientos leves de sus caderas metiendo y sacando muy ligeramente su polla de mi coñito, comenzó a penetrar mi culo con el dedo muy lubricado por saliva.

A mí me entraban escalofríos. Sólo con eso estaba de nuevo al borde del orgasmo. Él metía y sacaba su dedo cada vez más dentro de mí y yo no podía evitar estremecerme.

De repente unos nudillos sonaron en la puerta “ toc toc ”. Mi estado de éxtasis se desvaneció repentinamente. Di un respingo y quise salir de ahí, pero él puso su mano en mi espalda y me lo impidió.

- quieta zorra –dijo-

- Por favor, déjame salir… vestirme…

(continuará)

Espero que os haya gustado. También vuestros votos y comentarios. Si queréis escribirme mi dirección de email es: mr_hyde@hotmail.es

Mr_Hyde