Mi jefe me entrega a una jovencita como esclava
Al ser nombrado director de Área de la compañía donde trabajo, me mudo a Madrid y allí, mi jefe viendo que estaba soltero, decide regalarme una esclava que se ocupe de mi CASA y de mi CAMA
Nunca creí verme en una situación semejante. El mito de que en el siglo XXI se podía uno conseguir una esclava me había parecido siempre eso, ¡Un mito!. Siempre había pensado que era ridículo pensar que una muchacha europea por muchos motivos que tuviese se vendiera al mejor postor y comprometiera su vida a servir a su dueño. Pero…
¡Me equivoqué!
La historia que os voy a contar es la muestra clara de mi error.
Lydia entra en mi vida.
Un ascenso en mi trabajo provocó que me trasladaran a Madrid como director de área. Mi empresa para que aceptara ese puesto puso a mi disposición entre otras cosas un espléndido chalet en Majadahonda. Siendo soltero, los trescientos metros de esa casa me parecían excesivos. Al expresarle mis reticencias a Arturo, el dueño de la empresa, este me dijo:
-Chaval, todo es imagen.
Según él, las apariencias eran importantes y si quería que tanto mis subordinados como mis clientes me tomaran en serio, debía de llevar un estilo de vida acorde con mi salario.
-Nadie compraría una instalación tan cara como las nuestras a un tipo que vaya en un Renault de quince años.
La indirecta era todo menos indirecta. Mi automóvil por aquel entonces era un Megane del dos mil. Educado en la austeridad, me parecía un despilfarro el cambiar de vehículo pero asumiendo que era una orden disfrazada de comentario, esa misma tarde fui a comprarme un BMW. Al escuchar el precio estuve a punto de echarme atrás pero tras pensarlo dos veces me dije:
“Macho, ¡Date un capricho!”.
Mi nuevo sueldo me permitía unos lujos que nunca hubiese creído llegar a disfrutar y contraviniendo mis normas, salí de ese concesionario con un descapotable azul.
Otro de los cambios que mi jefe me impuso fue sobre mi forma de vestir. Desde que salí de la carrera, me había acostumbrado a comprarme los trajes en las rebajas y por eso eran baratos. A la semana de llegar a la capital, aprovechando que iba a su sastre, Arturo me obligó a acompañarle y ya allí a hacerme varios a la medida.
-Son carísimos- me quejé al enterarme que costaban casi mil euros.
-Necesitas al menos tres- respondió haciéndome sentir un pordiosero.
Os preguntareis porque os cuento esto. La respuesta es sencilla, sin darme cuenta, ese viejo me fue modelando a su gusto. Años después me reconoció que una de las razones por las que me había ascendido es que había visto en mí una versión suya de joven. Mi trasformación fue tan paulatina que me pasó inadvertida.
En un principio estaba centrada en mi modo de trabajar y en mi apariencia exterior pero al cabo de los tres meses, dio un salto cualitativo cuando se presentó en mi casa un sábado a tomar una cerveza. La sorpresa de encontrármelo en la puerta se incrementó hasta límites insospechados cuando con una sonrisa en sus labios, me dijo:
-Por cierto, ayer te compré una criada. Mañana te la traen.
-¿Qué me has comprado el qué?- respondí pensando que había escuchado mal, ya que era impensable que realmente me hubiera dicho eso.
-Una criada- insistió- he pensado que no tienes tiempo para buscar ni pareja ni a alguien que limpie esta casa y por eso te he conseguido una mujer que cumpla ambos cometidos.
Sé que debí de haberme negado de plano pero ese sujeto me tenía cogido de los huevos por el dineral que me pagaba y por eso solo me atreví a contestar:
-¿Y si no me gusta?
-¡La devuelves y te mandan otra!- descojonado respondió y aumentando mi espanto, me comentó: -Esa agencia nos asegura la virginidad de las chavalas para que las eduquemos a nuestro gusto pero si no estamos satisfechos o simplemente nos cansamos, podemos pedir que nos las cambien cada cierto tiempo.
Tratando de acomodar mis ideas, pregunté:
-Arturo, ¿Tú tienes una?
-Claro chaval, actualmente tengo dos y te puedo asegurar que no me falta de nada.
El descaro de mi jefe reconociendo ser un cliente de una trata de blancas, me indignó pero asumiendo que tenía que mantener ese trabajo hasta que al menos pagara mis deudas, me hizo aceptar su proposición. Satisfecho se terminó la cerveza y tal y como había llegado se marchó, dejándome a mi totalmente confundido y sin saber que pensar.
Como supondréis esa noche no pude ni dormir. Continuamente llegaban a mi mente imágenes en las cuales la policía entraba en casa y me detenía por tener una esclava. Esa pesadilla se repitió tantas veces que a la mañana siguiente apenas había descansado.
Con una puntualidad británica, un mercedes llegó a mi casa a las diez. De él se bajaron un par de tipos con una joven. Ya antes de dejarles pasar, me apabulló descubrir la juventud de la chavala.
“¡No debe de tener más de veinte años!” pensé mientras les conducía hasta el salón y les sentaba en la mesa.
El mejor vestido de los sujetos, nada más acomodarse en la silla, me informó que era notario y que su papel allí era dar fé que libremente tanto la muchacha como yo aceptábamos el contrato que íbamos a firmar, tras lo cual me extendió unos papeles.
Cogiendo el dossier, me puse a leer su contenido. Me quedé alucinado al comprobar que era un contrato privado por medio del cual tanto yo como la cría reconocíamos que libremente firmábamos un contrato de esclavitud, amparado bajo la forma de un reconocimiento explícito de practicar un juego de dominación-sumisión.
-¿Esto es legal?- pregunté.
-No- reconoció el notario- pero si hay problemas, con él puede demostrar que ninguno de los dos se vio forzado.
Comprendiendo su propósito firmé y separándome de la mesa, me quedé mirando como la muchacha lo hacía. Lo creáis o no, la sonrisa que lucía mientras estampaba su firma en ese contrato, me tranquilizó aunque en mi fuero interno no tuviese claro de su esa cría venía por su propia voluntad o forzada por esos hombres.
Acabábamos de terminar con el papeleo cuando el otro hombre se levantó y me dijo:
-Le hago entrega de su esclava. A partir de que me vaya, usted será responsable de su existencia. Puede hacer uso de ella como y cuando desee pero debe velar por su seguridad. Nuestra organización tiene una fama que mantener y por eso castigamos duramente que se rompan nuestras reglas.
-¿Cuáles son esas reglas?- pregunté.
-Léalas en el contrato pero básicamente son dos: En primer lugar, no aceptamos el uso extremo de la violencia y en segundo, cómo le estamos entregando una virgen que desea ser esclava, usted deberá ejercer como su mentor y adiestrarla para que si llegado el caso, se cansa de ella, podamos colocarla con otro amo ya como sumisa experta.
Fue entonces cuando comprendí que había caído en una trampa. No podía aceptar a esa muchacha para liberarla y mucho menos para no hacer uso de ella:
“¡Me había comprometido en ser su amo!”
Antes de darme tiempo a reaccionar, los dos tipos salieron de mi casa dejando en mitad del salón a la muchacha. Una vez solos, me tomé mi tiempo para observarla. La cría, siendo casi una niña, tenía una belleza innegable. Alta y delgada, su anatomía se veía compensada con unos pechos grandes y bien puestos.
La serenidad que vi reflejada en su rostro me permitió preguntarle su nombre:
-Una esclava no tiene nombre, Amo- contestó bajando su mirada.
Su sumisa respuesta me hizo reír pero como no me apetecía inventarme un nombre, insistí:
-¿Cómo te llamabas antes?
-Lydia, amo.
“Servirá mientras le busco otro” me dije sin percatarme de que ese modo de pensar era el de un amo mientras la cría permanecía de pie sin moverse.
-¿Qué esperas? – pregunté extrañado.
-Que mi amo exija a su sumisa que le demuestre su virginidad.
Os juro que no se que me sorprendió mas. O su contestación o mi reacción al oírla porque dominado por el morbo de ser testigo de como pensaba justificarme que nunca había sido usada, le ordené:
-Hazlo, ¡ahora!
La alegría con la que me miró al escuchar mi orden, consiguió espantar los últimos resquicios de vergüenza por mostrar mi lado dominante. “¡Esta cría necesita un amo!”, pensé al verla retirar los tirantes que sostenían su vestido. Dejándolo caer con infinita sensualidad, su cuerpo menudo se me fue revelando lentamente.
“¡Que buena está!” sentencié al comprobar que como había supuesto esa mujercita tenía un par de pechos dignos de un monumento.
Su belleza quedó francamente demostrada cuando sin levantar su mirada, admiré su cuerpo casi desnudo. La coqueta ropa interior que todavía llevaba, lejos de minorar su sexualidad, la incrementaba y por eso antes de que se despojara de eso también, decidí darme el gusto que me modelara con ella. La muchacha se ruborizó al oír mis deseos y dándose la vuelta, me dejó admirar la perfección de su trasero.
-¡Menudo culo!- exclamé en voz alta al contemplar las dos duras con la que estaba compuesta esa parte de su anatomía.
Lydia al escuchar mi piropo, sonrió y antes de que se lo mandase, se desabrochó el sujetador, dejándolo caer sobre la alfombra. Al verla con el dorso desnudo, se me hizo agua la boca.
“Dios, ¡Qué par de tetas!” mascullé entre dientes, obsesionado por los negros pezones que las decoraban.
Con alborozo, observé que sus senos se mantenían firmes sin la sujeción de esa prenda y que sus areolas se iban empequeñeciendo al contacto de mi mirada. Ya con sus pezones erectos, tampoco esperó a que se lo ordenara para despojarse del diminuto tanga que llevaba. De manera que no tardé en verla completamente desnuda esperando a ser inspeccionada.
-Acércate.
La rubia se arrodilló y gateando se acercó hasta mí. Ya a mis pies, esperó mis órdenes.
-Eres una sumisa muy guapa.
-Gracias amo-, contestó.
-No te he dado permiso de hablar-, recriminé y ejerciendo ese poder que nunca creí en disfrutar, le dije,: -date la vuelta y muéstrame si eres digna de ser usada por detrás.
Contrariada por mostrarme primero su entrada trasera, se giró y separando sus nalgas, me enseñó su ano. No tuve que hacer uso de mi experiencia para saber que nunca nadie había hoyado ese rosado esfínter y recorriendo sus bordes, comprobé tanto su flexibilidad mientras mi sumisa se mordía el labio para no demostrar su deseo. Satisfecho y más cachondo de lo que me gustaría reconocer, dándole un sonoro azote, le exigí que exhibiera su sexo ante mí.
Increíblemente serena y orgullosa de haber superado la prueba con su trasero, se volteó y separando sus rodillas, expuso su vulva a mi escrutinio. Con genuino interés, estudié su sexo. Completamente depilado, parecía el coño de una quinceañera.
-Separa tus labios-, ordené ya sumido en mi papel y deseando que se confirmara la virginidad de la que hacía mención.
Obedeciendo, usó sus dedos para mostrarme lo que le pedía. Al hacerlo, me percaté que brillaba a raíz de la humedad que brotaba de su interior. No tuve que ser ningún genio para comprender que el rudo escrutinio la estaba excitando.
-¡Estás caliente! ¿Verdad?
-Sí, amo- me reconoció con un breve gemido.
Su sumisión era tal que disfrutando de su dominio, le ordené que se masturbara. Sin dudarlo, Lydia abrió sus piernas y comenzó a acariciar su clítoris. Olvidándome de que era su amo, me concentré en observar si realmente era virgen.
“Coño, no ha mentido”, exclamé mentalmente al advertir entre sus pliegues una delgada tela. Sabiendo que era su himen, el saber que iba a ser yo quien la desvirgara, me empezó a calentar.
La muchacha al comprobar con sus ojos que mi pene reaccionaba, suspiró y llevando una mano a su pecho, lo pellizcó mientras aceleraba su masturbación. Poco a poco la excitación fue dominándola y dejándose llevar, comenzó a gemir de placer.
Recordando que era mi obligación el adiestrarla, esperé que estuviera a punto de correrse y entonces ordené que parase. Su expresión contrariada me gustó y acercándome a ella, la obligué a ponerse en posición de perro. Entonces y solo entonces, le exigí que continuara.
La muchacha obedeciendo, volvió a masturbarse mientras yo, actuando como un ganadero evaluando a una res, me puse a examinarla. Con tono profesional fui describiendo las distintas partes de su cuerpo:
-Para ser una puta barata, tengo que tengo que reconocer que tienes un buen par de tetas- dije mientras acariciaba sus pechos.
Aunque sabía que mi propósito era humillarla, Lydia al sentir el contacto de mi palma en su piel, suspiró excitada. Al comprobar que eso avivaba su deseo, decidí forzar el morbo de la joven cogiendo entre mis manos sus melones diciendo:
-Pareces una vaca. Si en vez de tetas tienes ubres, temo que cuando te preñe sean demasiado grandes- y sin cortarme, no pude resistir la tentación de darle un lametón a una de esas areolas.
La rubia, ya sin disimulo, incrementó la tortura de su sexo mientras meneaba su culo ante mis ojos. Al percatarme de la forma en que me demostraba la necesidad que sentía por ser usada, separando sus glúteos, deje al descubierto su rosado y todavía sin usar orificio trasero.
-¿Te apetece que primero te use por detrás? – pregunté muerto de risa.
-Lo que decida mi amo me parece bien- respondió con la voz entrecortada.
Como no era mi intención el hacerle daño, fui hasta el baño y cogí un bote de crema. Ya de vuelta y echando una poco entre sus nalgas, fui recorriendo las rugosidades de su ano, hasta que sin previo aviso, introduje un dedo en su interior.
-Dios- gritó por la incursión pero no hizo ningún intento de separarse.
Al contrario, completamente descompuesta, me rogó que la dejara correrse. Comprendiendo que de nada serviría prohibírselo porque estaba a punto de explotar, la autoricé a hacerlo.
-¡Me encanta!- berreó mojando sus muslos con el flujo que salía de su sexo y reptando por la alfombra, apoyó su cabeza en el suelo mientras levantaba aún más su trasero.
La posición que tomó me permitió observar que los muslos de la joven temblaban cada vez que introducía un dedo en su interior y ya más seguro de mí mismo, decidí dar otro paso y dándole un azote, metí las yemas de dos dedos dentro de su orificio.
-Ahhhh- aulló mordiéndose el labio.
Su gemido fue un aviso de que tenía que tener cuidado y por eso volví a lubricar su ano mientras esperaba a que se relajase. La muchacha moviendo sus caderas me informó, sin querer, que estaba dispuesta. Esta vez, tuve cuidado y moviendo mis dedos alrededor de su cerrado músculo, fui dilatándolo mientras que con la otra mano, la empezaba a masturbar.
-¡Qué placer!- gimió al sentir sus dos entradas siendo objeto de mi caricias.
Tratando de colaborar conmigo, mi sumisa se llevó las manos a sus pechos y pellizcando sus pezones, buscó agrandar su excitación. Era tanta su calentura que no tardé en comprobar como esa zorrita se corría y sin dejarla reposar, decidí hacerla mía. Por eso, embadurnando con su flujo mi pene, me puse a su espalda y mientras jugaba con mi glande en su entrada, le pregunté si estaba lista.
Lydia, ni siquiera esperó a que terminara de hablar y tomando por primera vez la iniciativa, llevó su cuerpo hacia atrás y lentamente fue metiéndoselo. La lentitud con la que se empaló, me permitió sentir cada rugosidad de su ano apartándose ante el avance de mi miembro.
En silencio pero con un gesto de dolor en su rostro, siguió sumergiéndolo en su interior hasta que sintió la base de mi pene chocando con su culo y entonces y solo entonces, se permitió quejarse:
-¡Me duele mucho!- exclamó con lágrimas en los ojos.
Sus palabras hicieron que me apiadara de ella y venciendo las ganas que tenía de disfrutar de su culo, esperé que se acostumbrara a tenerlo dentro. Decidido a que su primera vez fuera placentera, llevé mi mano hasta su clítoris y lo acaricié para conseguir que esa cría no se enfriara mientras tanto.
Al notar mi caricia, pegando un nuevo berrido, Lydia me informó que se había relajado y girando su cabeza, me rogó que comenzara a cabalgarla.
La expresión de genuino deseo que descubrí en su rostro, no solo me convenció que había conseguido mi objetivo de hacerla sentir placer sino que me reveló que a partir de ese día esa putita estaría a mi entera disposición. Haciendo uso de mi propiedad, fui extrayendo y metiendo mi sexo de su interior.
-¿Quién eres?- pregunté cogiéndola de la melena mientras aceleraba el ritmo de mis embestidas.
-Su puta, mi amo- respondió con la voz entrecortada por el placer,
A partir de ese momento, nuestro tranquilo trotar se fue convirtiendo en un desbocado galope. Machacando sus intestinos con mi pene, fui demoliendo sus defensas poco a poco. En un momento dado, la calentura de la cría la hizo berrear, diciendo:
-Amo, ¡Deme un azote!
Su confesión me hizo gracia y por eso la complací descargando un doloroso mandoble sobre su trasero.
-¡Me encanta!- aulló satisfecha al ver cumplido su sueño.
-¡Serás puta!- contesté descojonado al oírla y estimulado por su entrega, le di otro azote.
-¡Que gusto!- gritó al sentir mi mano y comportándose como una zorra, me imploró más.
No tuvo que repetirlo, alternando de una nalga a otra, le fui propinando sonoras cachetadas marcando el compás con el que la penetraba. Esa ruda forma de amar la llevó al borde de la locura y con su culo completamente rojo, se corrió llorando de alegría.
Reconozco que me cautivó verla estremecerse temblando de placer mientras no dejaba de rogar que siguiera azotándola:
-¡No pare!, ¡Por favor!- aulló al sentir que el placer desgarraba su interior.
Con mi papel cumplido, di la tarea por hecha y concentrándome en mi propio placer, reanudé la tortura de su esfínter con un movimiento de caderas. La rubia que nunca había imaginado sentir tanto placer, aulló pidiendo un descanso pero no le hice caso y seguí violando su intestino sin parar.
-Ya viene- grité al sentir que estaba a punto de correrme.
Mi orgasmo fue total. Cada uno de mis neurona se estremeció de placer mientras mi pene vertía rellenaba con semen el estrecho conducto de la mujer. Al terminar de eyacular, saqué mi pene de su culo y agotado, me dejé caer sobre el sofá. Lydia entonces hizo algo insólito en una sumisa. Subiéndose sobre mis rodillas, me besó mientras no dejaba de agradecerme el haberla hecho sentir tanto placer y acurrucada en esa posición, se quedó dormida.
Mientras ella descansaba, me puse a pensar en lo sucedido. Supe que de algún modo mi jefe había descubierto mi faceta de dominante aún antes de que yo mismo tuviera conciencia de ella y como amo experimentado, me había regalado una mujer con la que desprenderme de los complejos y tabúes aprendidos desde niño.
Lo que no me imaginé fue que, al despertar, esa criatura me mirara con ternura y me dijera:
-Aunque mi padre me había asegurado que con usted iba a ser muy feliz, nunca lo creí.
-¿Quién es tu padre?- pregunté totalmente confundido.
Supo que había metido la pata pero aleccionada de que una sumisa no podía mentir a su amo, en silencio señaló una foto de la librería.
-No puede ser. ¿Don Arturo es tu padre?
-Sí, pero no le diga que se lo he dicho.
La sorpresa de que mi esclava fuera en realidad la heredera de mi jefe, me hizo comprender que de algún siniestro modo, Don Arturo me veía como su sucesor y por eso me había hecho entrega de su más valiosa posesión. Estaba todavía pensando en cómo actuar cuando escuché los sollozos de la mujer.
-¿Por qué lloras?- pregunté.
Limpiándose las lágrimas que surcaban sus mejillas, contestó:
-Porque ahora que lo sabe, no me va a querer como sumisa.
-Te equivocas putita mía. No pienso dejar que otro tipo, disfrute con lo que es MIO- y recalcándole mis intenciones, le ordené: -¡Prepárame el baño!
Pegando un chillido de alegría, Lydia salió corriendo rumbo a la habitación, sabiendo que después de bañarme, haría nuevamente uso de ella.
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