Mi jefe emputece a mi mujer (Parte 8)

Mi mujer se enfrenta a su primer día de trabajo después de aquella noche con el jefe de estudios de su colegio y junto a mi amigo negro Tafari organizamos una sorpresa a Alba

Por fin llegó el lunes. Sonó el despertador y me levanté sin necesitar apagarlo varias veces como era habitual. Estaba bastante despierto, por lo que con un aviso me bastó. Aunque había dormido toda la noche del tirón, el sueño fue ligero. Hoy Alba tenía que enfrentarse a su jefe en el trabajo. Hoy sería un día diferente para ella. Desde que el sábado la follara y humillara con mi consentimiento, la idea de afrontar un día más de trabajo había cambiado para mi mujer. Ya no era solamente acudir a su puesto de trabajo en el colegio y llevar a cabo sus clases y tareas diarias. Ahora tendría que enfrentarse a Juan Carlos, que aparte de ser su superior, era el jefe de estudios del colegio, y el otro día la había follado, usado y humillado. Cada vez que se lo encontrara por los pasillos recordaría por ejemplo cómo Alba le chupaba la polla o cómo Alba le afeitó los huevos y el culo. O cómo vació su condón una vez él se hubo corrido en la boca de ella o cómo después acabó meándola encima. Ahora Alba tendría que enfrentarse a esa situación en el trabajo y al nerviosismo constante de que alguien más aparte de él pudiera conocer las perversiones a las que se somete, pero todo sea dicho, que también disfruta.

Mientras desayunaba Alba se acercó a la cocina para tomarse también un café. Estaba seria. Igual que estuvo el domingo, en el cual apenas hablamos. Supongo que estaba dolida por lo que hice, por invitar a Juan Carlos. No tanto por lo que él le hizo o le obligó a hacer, ya que en el fondo ese tipo de trato le gusta a Alba y lo hubiera disfrutado si hubiera sido cualquier otro hombre. Ella estaba dolida por la persona que escogí para que lo hiciera. Sabía que lo hice con la idea de humillarla en su trabajo, hacer extensible lo que yo pasé por sus infidelidades. No voy a negar que me gustaron sus infidelidades, las disfruté, sí. Pero no me gustaba la idea de que lo hiciera a mis espaldas sin decírmelo. Y su relación con Pablo, mi jefe, se había vuelto demasiado especial. Tenía que entender que no me importa que folle con él, pero que quería saberlo. Ella por su parte continuó escribiéndole, por lo que finalmente opté por esta solución.

Alba se tomó su café sin decir nada, en silencio. Se levantó y comenzó a prepararse para irse. Cuando estuvo lista, cogió las llaves de casa y prácticamente sin mirarme a los ojos, se despidió de mí con un “adiós” desde la puerta y se marchó. Se la veía nerviosa. Imagino que sin saber qué se iba a encontrar en el trabajo. Yo terminé de preparar mi maletín y me marché a la oficina.

-¿Qué tal? –preguntó Pablo. –No he sabido nada de vosotros dos este fin de semana.

-Bien. Estuvimos tranquilamente en casa. En ocasiones es necesario un poquito de tranquilidad y planes caseros –respondí.

-Sí eso es verdad. Yo estuve en casa sin hacer nada. Lo cierto es que me aburrí como una ostra.

¡Vaya! Esto es nuevo. Parece ser que Alba no escribió en todo el fin de semana a Pablo y éste seguro que esperaba al menos un mensaje si no una invitación para acostarse con ella. ¿Será que Alba entendió el mensaje que quería mandarle con la follada con su jefe? Al final iba a resultarme efectivo el exponerla en el trabajo para controlar su relación con Pablo.

La conversación con Pablo pasó rápidamente a otros temas irrelevantes sobe trabajo y deportes. Hizo un par de insinuaciones más al tema de la ausencia de Alba durante los dos últimos días, pero al ver que la excusa del plan casero para los días de descanso era lo único que salía de mi boca prefirió no seguir insistiendo. También él debía comprender que ella era mi mujer y por mucho que me gustara que otros hombres la follaran, tampoco podían disponer de ella cuando quisieran, por lo que deberían respetar nuestra intimidad como pareja, lo que a mí me daba cierto control de mi matrimonio.

La mañana la pasé entre papeles y el ordenador cuando el teléfono móvil comenzó a vibrar. Era un mensaje de Juan Carlos, el jefe de estudios del colegio de Alba.

“Hola Juan. ¿Qué tal?” decía el mensaje.

No esperaba aquel mensaje de él, al menos tan pronto. Imagino que después del sábado él estaría ya más que satisfecho. Pero es verdad que para él hoy también sería un día extraño en el trabajo. Hoy se encontraría a una trabajadora con la que hace un par de días había tenido una sesión de sexo bastante guarro. También debería ser rara la situación para él.

“Hola. Aquí en el curro” respondí.

“Jejeje. Como todos. También andamos en el trabajo. Te quería preguntar por Alba”

“¿Ocurre algo?”

“No tranquilo. Está por aquí, dando clase. Era por saber qué es exactamente lo que quieres que haga”

En parte era lógico. Yo le había explicado la situación nuestra entre Alba y yo, pero muy someramente. Simplemente le había hablado de que éramos una pareja liberal, donde no había problemas en incluir a otras personas. Le había explicado un poco las cosas a las que se prestaba Alba para que aquella noche él supiera lo que podía y no podía hacer, para que no se pasara más de la cuenta, a pesar de que con Alba muchos otros ya se habían extralimitado con anterioridad. Lo cierto es que Juan Carlos se comportó como un buen amante. No superó los límites que le establecí y se comportó como yo dije que podía comportarse. Y ahora estaba preguntándome cómo debía actuar. Esperaba que por respeto a mí, que era el marido, cosa que otros amantes como Pablo no habían tenido tal consideración. Pero sospecho que también para no ponerse a malas conmigo. Yo le había abierto las puertas a una zorra como Alba y supongo que esa oportunidad no querría perderla y eso pasaba por contentarme a mí.

“A ver, te explico brevemente. Pero esto como acordamos solo lo debe quedar entre nosotros tres; Alba, tú y yo” contesté.

“Claro, claro”

“Está bien. En nuestra relación han entrado muchos otros hombres. Pero quiero que siga sabiendo ella que el que manda soy yo. Además le gusta que la humillen como ya has comprobado y qué mejor que con su jefe. Te doy libertad para que hagas con ella lo que quieras, dentro de lo que acordamos, incluso puedes amenazarla con airear en la escuela su vicio, pasa así tenerla más sumisa. Imagino que sabrás cómo hacerlo y demostrar que el elegirte fue una buena opción para su sumisión”

“Vale, entiendo. Entonces me das permiso para poder jugar un poco con ella, ¿no?”

“Sí. Se discreto, pero sí. Que vea quién manda” respondí. Sonreía para mí. Esto significaba que posiblemente él fuera hoy a intentar algo con Alba. Noté un cosquilleo en la entrepierna de pensarlo.

No volví a saber nada de Juan Carlos hasta cerca de las cinco de la tarde, cuando me llegó un nuevo mensaje.

“Creo que he cumplido, jefe” decía. El mensaje estaba acompañado de una foto. Era Alba, estaba de rodillas en el suelo. La foto estaba hecha desde arriba. Alba sostenía la polla de Juan Carlos con su mano y mantenía el capullo de éste dentro de su boca, rodeado con sus labios.

“Joder, así que ya has aprovechado, ¿eh?” respondí.

“Jajaja. Sí. Ya que me has dado permiso pero solo una chupadita, que estamos en el trabajo ;)”

Bueno, no estaba mal. Seguramente aquella situación de verse sometida en el colegio le gustaba a Alba. Pero tendría que esperar a volver a casa para que me contara cómo lo había vivido ella.

Sonó el despertador. Juan lo apagó rápidamente y no dejó que sonara por más tiempo como era habitual en él. Eso significaba que o tenía el sueño ligero y no le costaba levantarse o llevaba ya despierto un rato. Eso último era lo que me pasaba a mí. Me había costado mucho dormir esa noche. No hacía nada más que dar vueltas en la cama. Me desvelaba con facilidad y para cuando sonó el despertador ya llevaba un rato sin despierta. Pensaba y eso era lo que me impedía dormir.

El sábado Juan tuvo la “genial” idea de que sería estupendo que la persona que invitaba a casa con la intención de follar fuera un compañero de trabajo. De mí trabajo. Él me lo dejó bien claro. Yo me follaba a su jefe colocándole en una posición algo incómoda en su trabajo en el caso de que algo se supiera y él se vengaba haciendo que mi jefe me follase para que la que tuviera que estar intranquila en su trabajo fuera yo. Y vaya si lo consiguió. No sabía qué iba a poder ocurrir hoy en el trabajo. Si podría mirar a mi jefe sin sentirme incómoda o si éste se iba a ir de la lengua y alguien más pudiera conocer lo que hago en mi casa de puertas para dentro. Estaba nerviosa y eso me quitaba el sueño.

Además sé que Juan lo hizo con otro motivo. Sabe que yo mantengo una relación especial con Pablo y eso le molesta. Hemos quedado a sus espaldas y aunque solo es sexo sé que le molesta no saberlo. Le puedo entender. Pero desde que se abrió esta puerta, el morbo que me genera follar con Pablo es enorme. Siento que hago algo prohibido, es el jefe de mi marido, su superior y hay algo ahí humillante hacia él que a mí me excita muchísimo y me vuelve loca. Ese es el único motivo que me lleva a quedar con Pablo sin que Juan lo sepa. Pero entiendo que se moleste. Y este ha sido el castigo que me ha querido imponer.

Lo cierto es que hay algo morboso en todo esto que me encanta. El jefe de estudios de mi colegio no es un hombre que físicamente me interese. Más bien al contrario. Pero que sea mi jefe, me genere cierto rechazo, me folle como me folló  y que me humillara como lo hizo, consigue que me moje enseguida. De unos meses hasta hoy mi forma de ver el sexo y lo que me excita ha cambiado muchísimo, y disfruto sintiéndome como una verdadera puta usada por los hombres. Pero en este caso es diferente. Esta situación es morbosa hasta cierto punto, pero también temo que pueda afectarme en el trabajo y en mi relación con mis compañeros y los padres de los niños del colegio. Y eso me intranquiliza. Supongo que Juan valoró esa consecuencia cuando decidió que Juan Carlos acudiera a follarme a casa. Juan ha sido un poco cabrón con todo esto. Aunque supongo que ha sido su forma de intentar frenar mis encuentros con Pablo a sus espaldas.

Juan salió de la cama y comenzó a vestirse y prepararse. Yo me quedé dentro de la cama un poco más, pensando. Pensando en lo que me iba a encontrar cuando llegara al trabajo. Por la noche, al acostarme estuve pensando en todas las posibilidades, que Juan Carlos actuase normal y como si lo del sábado nunca hubiera ocurrido; que fuera un cabrón y quisiera ponerme en evidencia delante de compañeros y compañeras; que se lo contara a mis amigas… Me encontraba realmente nerviosa.

Hice un esfuerzo por salir de la cama. Si hubiera sido por mi me hubiera quedado ahí dentro hasta el día siguiente, pero tenía que enfrentarme a lo que pudiera ocurrir, aparte de que no podía faltar al trabajo sin una excusa justificable. Entré en la cocina donde estaba Juan desayunando. Me preparé un café, ya que pensé que pese al nerviosismo que hoy iba a tener que arrastrar, necesitaría un empujoncito para aquel día que tenía por delante. Juan y yo no hablamos durante el desayuno. El día anterior, el domingo, prácticamente tampoco nos dirigimos la palabra. Yo estaba aún molesta por lo que había hecho y no me apetecía hablar con nadie. Tampoco con Pablo al que no le escribí un mensaje. Además de que no estaba de humor, no quería complicar más las cosas con mi marido. Terminé mi café, cogí las llaves y salí de casa, despidiéndome con un “adiós” desde la puerta antes de cerrarla.

De camino al colegio todos mis pensamientos rondaban en torno a mi encuentro con Juan Carlos. Cuando al girar la calle que daba a mi trabajo vi el colegio al fondo, noté como mis latidos se disparaban. Confieso que estaba sumamente nerviosa.

Para mi sorpresa el día transcurrió con bastante normalidad. Más de la que esperaba. No sé realmente qué podría encontrarme, en mis pensamientos exagerados imaginaba que la gente me miraría raro y me señalaría llamándome puta, pero nada de eso. Mi cabeza iba más rápido de lo que debía, reconozco. Y el día fue del todo normal. Comencé a dejar toda aquella tensión que me había acompañado desde primera hora de la mañana y a la hora de la comida acudí a la sala de profesores con mi tupper a almorzar y descansar. Había alguna otra compañera conmigo y charlábamos sobre un nuevo programa de televisión sobre reformas en hogares que nos gustaba a ambas cuando apareció Juan Carlos por la puerta. Mi corazón de desbocó.

-¡Ah! Estás aquí Alba. Estaba buscándote. Ha venido la madre de Héctor para preguntar no sé qué de un jersey que ha perdido o algo así. Luego pásate por el despacho y me cuentas, ¿vale?

¡Joder! Quería que fuera a su despacho… No me hacía nada de gracia tener que ir allí sola. Pero no tenía otra opción.

-Claro, luego me paso –respondí.

Por supuesto me amargó la comida y el esto de tarde. No paraba de pensar en el momento en que tuviera que verme a solas con él en su despacho. Y aunque trataba de convencerme de que sólo iba a ser por motivos de trabajo, algo dentro de mí decía que no solo se iba a hablar del jersey de Héctor.

Terminaron las clases y antes de tener que irme a casa tendría que vérmelas con Juan Carlos. Recogí mis cosas y me dirigí a su despacho. Llamé a la puerta con los nudillos y pasé. El estaba sentado detrás de la mesa.

-Ya estás aquí –dijo con una sonrisa en la boca. Se levanto y se colocó delante de su escritorio, apoyado en él. –Bueno, ¿qué tal?

-Bien. ¿Qué ha pasado con el jersey de Héctor? –pregunté.

-Nada –dijo riendo. –Me lo inventé. Era una excusa para poder verte. Después de lo del sábado te echaba de menos.

-Ya. Pues es que ahora estamos en el trabajo, no en mi casa, así que mejor no mezclar una cosa con otra.

-Bueno ya no. Ya ha terminado tu jornada laboral. Ya no hay nadie por aquí y los que quedan se marchan. Y como has terminado el trabajo igual que yo, lo que ahora toca es relajarse después de un largo día de trabajo, ¿no crees?

Sonreía mientras me decía eso. Sin previo aviso alargó una de sus manos y me agarró una teta que comenzó a magrear. Quise resistirme, pero puse poca resistencia. Ya había notado como comenzaba a excitarme la situación. Que mi jefe comenzase a tocarme en el trabajo me empezaba a poner cachonda. Por otro lado, sabía que tenía razón cuando decía que no había nadie y que la gente se estaba marchando. Eso hizo que me relajara en gran medida sabiendo que las posibilidades de que nos pillaran en su despacho eran bajas. Al ver la poca resistencia que ponía, me agarró de la cintura y me atrajo hacia él. Noté contra mí el bulto que guardaba su pantalón y sin darme tiempo a reaccionar comenzó a besarme. Su lengua entró en mi boca y comenzó a juguetear y a entrelazarse con la mía. Mientras sus manos pasaron de la cintura a mis nalgas, las cuales fueron apretadas con fuerza, tanto que me levantaba y me obligaba a ponerme de puntillas. Estaba cachonda, pero no quería demostrarlo tan rápido. Algo en mi decía que sacara algo de orgullo y me resistiera intentando apartar la cara para acabar con aquel beso.

-No te resistas. En el fondo quieres esto. Te gusta ser una puta y que te follen en el trabajo pudiendo pillarte algún compañero te pone –dijo Juan Carlos.

Apoyó sus manos en mi hombros y empojó de mí hacía abajo, obligándome a arrodillarme delante de él. Comenzó a desabrocharse el cinturón y el pantalón. Introdujo su mano dentro y sacó su polla y sus huevos. La polla de Juan Carlos, no muy larga pero sí gruesa, apuntaba directamente a mi cara. No hacía falta que dijera él nada, ya sabía yo lo que quería. Él solo se limitaba a sonreír.

-Esto está mal Juan Carlos –dije intentando levantarme en un vano intento de demostrar algo de dignidad como si toda aquella situación no me gustara.

-No seas una niña mala. Hasta el momento te estás portando bien, ¿o es que quieres que alguien más sepa el zorrón que eres? ¿Qué crees que opinará José si se lo cuento?

José era el profesor de Educación Física. A pesar de la amenaza que suponía que se divulgara lo que hacía en mis ratos libres, que hubiera elegido a José suavizaba dicha amenaza. José tenía una edad parecida a la mía y debido a su vinculación con el deporte, hacía que tuviera muy buen físico y se mantuviera muy bien. Vamos, que estaba muy bueno. De entre todas las personas que había poder escogido no había una mejor. Imagino por eso eligió su nombre, supongo que lo dijo con toda la intención del mundo. Y algo tuvo que vislumbrar en mi mirada cuando dijo su nombre, ya que Juan Carlos soltó una pequeña sonrisita y con toda la calma del mundo, agarró su polla y lentamente la guió hasta mi boca, la cual mantenía los labios entreabiertos y la fue introduciendo en ella.

A esas alturas ya no iba a negarle la mamada a mi jefe. Lenta, muy lentamente comencé a mover la cabeza para chupar su polla. Mis labios rodeaban su miembro que descansaba en el interior de mi boca sobre mi lengua. La mamada comenzó lenta, pero poco a poco le fui incrementando el ritmo. Juan Carlos se apoyaba en su escritorio y echaba la cabeza hacia atrás cada vez que mi lengua rozaba su glande. Mis manos se apoyaban en la base de su poya, sobre su pubis depilado. Pubis depilado por mí el otro día, al igual que otras partes de su cuerpo.

Saqué su polla de mi boca y sin dejar de mirarle a los ojos comencé a pajearle. Lentamente al principio, pero gracias a la lubricación que ya le había otorgado con mi saliva, la paja podía ganar en velocidad. Su capullo se cubría y se destapaba con su prepucio con una gran facilidad, por lo que comencé a masturbarle con todas mis fuerzas, mientras lamía sus huevos también depilados por mí.

Leves gruñidos y suspiros indicaban que la paja iba por buen camino. Agarrándome del pelo volvió a guiar mi cabeza hacia su polla, para que nuevamente fuera mi boca quien le estimulara. Mientras chupaba su polla, Juan Carlos comenzó a rebuscar en sus bolsillos y sacó su teléfono móvil.

-Habrá que inmortalizar este momento, para que tu maridito sepa a lo que te dedicar en el trabajo. Mira hacía aquí guapa.

Miré al objetivo del móvil mientras agarraba su polla y tenía su capullo en mis labios. Seguramente aquella foto le excitara a mi marido. Mi jefe tiró el móvil sobre la mesa y volviendo a apoyar ambas manos en el borde del escritorio, cerró los ojos para centrarse en mi mamada y disfrutarla.

Chupaba aumentando el ritmo y la intensidad. Debido a la situación en la que estábamos y la excitación que llevábamos la mamada no iba a durar mucho. Se trataba de hacer un trabajito rápido y Juan Carlos ya daba muestras de querer correrse. Sacó su polla de mi boca y se la comenzó a pajear él mismo. Yo instintivamente abrí la boca, esperando su corrida en ella, pero sorprendentemente, Juan Carlos, agarrándome del brazo me hizo levantar. No sabía que pretendía, pero con la mano que le quedaba libre empezó a hurgar en mi pantalón para desabrocharlo. No sabía qué quería pero, tuve que ayudarle a hacerlo, ya que lo intentaba torpemente con la mano izquierda ya que con la derecha se pajeaba con fruición.

Desabrochado el pantalón, rápidamente agarró la goma de mis braguitas tirando de ella, separándola dejando ver mi pubis peludito y el principio de mi raja.

-¡Joder! –exclamó mi jefe, mientras  apuntando su polla hacia mí, descargó tres abundantes chorros de semen al interior de mis bragas, cayendo algunas gotas sobre mis pelos, las cuales quedaron como pequeñas perlitas que levitaban sobre mi felpudito.

Tras sacudírsela en un par de ocasiones para que cayera hasta la última gota sobre el interior de mi ropa interior, rozó la punta de su polla contra mi pubis para acabar de limpiársela. Luego soltó la goma de la braga, volviendo esta a su posición. Noté la humedad de su semen en mi coño. Humedad que supuse debería soportar hasta llegar a casa y poder así limpiarme y cambiarme de ropa interior. Sonriendo, Juan Carlos dio usas suaves palmaditas sobre mi coño, para de ese modo la mancha de humedad provocada por su leche, que ya era visible desde el exterior se expandiera.

-Así te vas mojadita a casa y acordándote de mí.

Satisfecho, se guardó su miembro que aún no mostraba signos de flacidez y con un besito en los labios me despidió hasta mañana.

Llegué a casa. Alba estaba sentada en el sofá como habitualmente. Se levantó al verme y según me acercaba a ella para saludarla me lanzó un trapo al pecho. Lo agarré sorprendido por su reacción. Una vez en mi mano me di cuenta de que no era ningún trapo. Eran unas bragas de Alba.

-Eso es lo que has conseguido –dijo Alba.

Miré las bragas que me había lanzado. En la parte interna una gran mancha blanquecina destacaba sobre la tela negra.

-Eso es la corrida de tu amigo Juan Carlos. Me hizo que le chupara la polla y luego se corrió dentro de mis bragas.

-Sabía que se la habías chupado. Me mandó una foto. Pero no sabía que había hecho eso.

-Pues decidió correrse allí. He venido todo el camino con el coño manchado y húmedo con su leche.

-¿Y? Quiero decir, ¿qué opinas?

-Para empezar que eres un capullo. Esto tendría cierta gracia si fuera otra persona, pero siendo del trabajo…

-Bueno, es la misma tensión que he vivido yo con Pablo en el trabajo, pensando que la gente pudiera pensar que mi jefe se follaba a mi mujer. Además seguro que te has puesto cachonda en algún momento y viniendo pensando que llevabas toda su corrida en las bragas.

Alba no dijo nada. Se limitó a mirar a otro lado.

-Quien calla otorga –dije. –Bueno voy a ducharme y ahora cenaré algo.

Me dirigí a la ducha. Me llevé las bragas de Alba y observé la mancha que le había ocasionado la corrida de Juan Carlos. Eso me puso cachondo. Abrí el grifo del agua de la ducha para que Alba no sospechara de la paja que iba a hacerme. Paja que desde que Juan Carlos me pidió permiso para “jugar” con Alba esa mañana tenía ganas de hacerme. Me imaginé la situación por la que tuvo que pasar Alba, con su jefe obligándola a comerle la polla. Recordé la imagen que me pasó Juan Carlos donde se veía a Alba con su polla en la boca y miré las bragas sucias de mi mujer. En menos de dos minutos el semen brotó de mi polla, descargándolo en el mismo sitio en el que Juan Carlos se había corrido. La única diferencia es que Juan Carlos lo hizo teniendo mi mujer las bragas puestas. Me limpié la polla con la parte de tela que estaba aún sin manchar y me di una ducha.

Durante la semana, Pablo mostraba su preocupación por no tener noticias de Alba. Realmente estaba sorprendido. Parece que la medida de involucrar al jefe de estudios de mi mujer en nuestra vida sexual, había conseguido que Alba entendiera que las escapadas sin mi consentimiento con Pablo debían de terminarse. Eso no quiere decir que excluyera a Pablo. Sé lo mucho que le excita Pablo a mi mujer, por lo que recurriría a él en algún momento para volver a follar los tres. O los cuatro, si ocurre como aquella noche en que invitó a Sofía.  Pero lo importante es que yo tuviera conocimiento de esos encuentros.

Juan Carlos por su parte, se mostraba más respetuoso con nosotros. Su interés sexual hacia Alba solo lo manifestaba días puntuales. El resto de días la relación con mi mujer era exactamente igual a como era previamente antes de haber follado con ella. Y los días que sí le apetecía que Alba se la chupara en el despacho o le pajeara en algún aula, siempre recibía un mensaje previo suyo preguntando si estaba conforme. Creo que esa forma de actuar de Juan Carlos le gustó a Alba, que poco a poco fue disfrutando más de aquella situación. No sentía un agobio constante por parte de su jefe y cuando esté mostraba algún interés en ella disfrutaba mucho de la situación.

Todo esto contribuyó positivamente a nuestra relación. Alba seguía follando con gente fuera de nuestra relación y ya no lo hacía a mis espaldas. Tafari seguía siendo una parte importante de nuestra relación. Aquel enorme negro conseguía sacar algunos de los orgasmos más potentes que he observado en mi mujer. Y eso me excitaba muchísimo.

Una de aquellas tardes que fui al supermercado después del trabajo para comprar algunas cosas que me había pedido Alba me lo encontré y estuvimos recordando el último polvo que le había echado.

-… Sí. Menuda cabalgada le diste –reímos ambos.

-Joder, ¿cómo no hacerlo? Alba es toda una zorrita.

-Estoy pensando en dar una sorpresa a Alba –dije. –Dijiste que vivías con tus primos, ¿no?

-Sí. ¿En qué estás pensando? ¿En que algún primo mío folle con ella? –preguntó Tafari.

-Sí. O todos mejor –dije riendo.

Tafari se quedó sorprendido. La situación de que él se follara a mi mujer en su momento le pareció extraña, aunque después de follar con mi mujer cualquier duda sobre la relación entre los tres se disipó. Pero pensar en compartir a mi mujer con sus primos volvió a pillarle por sorpresa.

-¿Cuántos sois? –pregunté.

-Contándome a mí seríamos cinco.

-¡Joder, cinco! No pensaba que fuerais tantos. Bueno, cinco no está mal. No es mal número. Aunque ella nunca ha follado con tanta gente a la vez. ¿Crees que tus primos estarían dispuestos a participar?

-No sé, tendría que preguntarles.

-Claro. Tú pregúntales y me vas contando. Tienes mi teléfono, así que me puedes ir informando.

Los días pasaron. Quedamos una noche con Pablo. Así él dejaba de insistir sobre Alba y ella también podía disfrutar de mi jefe al que en el fondo sabía que echaba de menos. De todos modos, la noté algo más distante de él. Puede que intentase poner distancia con mi jefe para no complicar más las cosas. Nunca pensé que el “castigo” con Juan Carlos funcionara tan bien. A pesar de todo, la noche con Pablo fue muy excitante. Alba pese a esa cierta frialdad le tenía ganas a Pablo y lo demostró con aquellos orgasmos que llegaron con rapidez. Juan Carlos por su parte seguía usando a mi mujer en el trabajo cuando le apetecía, al parecer siempre amenazándola con decírselo a un tal José, otro profesor del colegio, al parecer de los pocos hombres que allí trabajaban, lo que tenía un efecto en ella de encenderla aún más.

Una tarde recibí un WhatsApp. Era de Tafari.

“He hablado con mis primos. Les he enseñado las fotos de Alba y están como locos por conocerla”

Noté cómo se me dispararon las pulsaciones. Aunque era una fantasía que me ponía muy cachondo, ver a mi mujer follada por un gran grupo de negros, pensar que se podía hacer realidad me puso nervioso. Pero no iba a desaprovechar esa oportunidad. Confiaba en Tafari, éramos buenos amigos y con Alba se había portado siempre muy bien. Si follar con todos sus primos fuera una mala idea, Tafari ya me lo hubiera dicho.

“¡Genial! Entonces solo hay que ver cómo organizarse. ¿No os importaría que no fuera en mi casa? Para que no hablen los vecinos cuando vean a tanto hombre entrar en casa. No deberían decir nada, pero ya sabes cómo es la gente…” respondí a su mensaje.

“Claro, podéis venir a la nuestra” contestó.

Seguimos enviando mensajes para ir organizando las cosas. Según le mandaba mensajes, más nervioso me encontraba. Pero quería cumplir esa fantasía de ver a mi mujer follada por tantos negros. Además para ella podía resultar una experiencia de lo más excitante. Seguro que la disfrutaría.

Tafari me aseguró que sus primos eran gente de confianza y me mandó algunas fotos de ellos, para que pudiera ver con quiénes iba a dejar a mi mujer. Todos, al igual que Tafari eran extremadamente oscuros de piel. Dos de ellos parecían igual de altos y grandes que Tafari. Además tenían un gran parecido físico, que casi les hacía parecer gemelos. Al menos Jawara, que era idéntico a Tafari. Lo mismo le pasaba a Ousmane si no fuera por las rastas recogidas en una coleta que les diferenciaba de los otros dos primos. Idrissa era igualmente alto como sus primos, pero a diferencia de estos no era tan musculoso, al contrario, era delgado y fibroso, como los atletas de maratón que se podían ver en la televisión en las retrasmisiones de atletismo. El último de los primos era el más diferente a todos. Abdoulaye era más bajito que el resto y era gordo. Tenía una pequeña barba de chivo con su característico pelo rizado, que contrastaba con lo afeitada que llevaba la cabeza. Esos serían los tipos que iban a follarse a mi mujer.

-Bueno, creo que te debo algo –dije una noche de viernes a Alba.

-¿Ah, sí?

-Sí. Creo que últimamente te has portado muy bien. Parece que Juan Carlos ha cumplido bien su labor –dije quiñándola un ojo para quitar hierro al asunto. –Lo cual me alegra. No me disgusta que folles con otros hombres, pero quiero saberlo.

-Lo sé. Es verdad que me dejé llevar por la situación. Era muy morboso saber que me estaba follando a tu jefe. Pero eso nunca supuso nada diferente entre nosotros –dijo Alba.

-¿De verdad? –pregunté.

-¡Claro! Es cierto que me excitaba hacerlo, pero él no significa nada para mí, no es más que un consolador humano, solo sirve para arrancarme orgasmos.

Reímos con la ocurrencia de Alba. Durante todo este tiempo la situación ya se había conseguido normalizar y pese a que a Alba le siguiera excitando el morbo de hacerlo a mis espaldas por la humillación que conllevaba, se esforzó por controlarse y únicamente follábamos con Pablo cuando ambos lo pactábamos. De todos modos, las perversiones de Juan Carlos en el colegio y la presencia ocasional de Tafari la tenían más que satisfecha, por lo que no necesitaba recurrir a Pablo.

-Bueno, pues he pensado sorprenderte. He hablado con Tafari y mañana vamos a ir a su casa, ¿qué te parece?

-Vale, por mi bien. Pero, ¿dónde está la sorpresa? Ya hemos follado más veces con él.

-Ya, pero si te lo digo no es una sorpresa –dije sonriendo.

Al día siguiente, por la tarde, acudimos a la dirección que me había dado Tafari y a la hora acordada le avisé de que habíamos llegado. El piso era pequeño y modesto, acorde a la situación económica por la que pasaba Tafari, algo oscuro, ya que era un piso interior. Pese a todo estaba ordenado. Me sorprendía que en un piso tan pequeño y con tan pocas habitaciones pudieran vivir cinco tíos. Posteriormente Tafari me contaría que dos de sus primos dormían en el dormitorio, otro primo junto a él en otra habitación y finalmente un primo en el salón.

Pese a todo, Tafari se encargó de ser un buen anfitrión. Nos dio un par de cervezas y comenzamos a conversar. Pero habíamos ido a lo que habíamos ido, así que mientras Tafari nos contaba una historia que le había pasado en el trabajo, Alba sin cortarse ni un pelo, comenzó a acariciar la entrepierna del negro comprobando como su polla comenzaba a ganar volumen debajo del pantalón. Tafari sonrió y dejó el relato a medias, eso ya no nos interesaba y sin perder tiempo se bajó los pantalones y los calzoncillos de un solo movimiento, dejando a la vista su enorme polla negra. Alba sin dudarlo acercó su cara a ese miembro y lo devoró.

Mientras ella estaba recostada sobre el sofá chupándosela a Tafari, que como podía y sin apartar a mi mujer de su polla, se iba desvistiendo, yo me desnudé completamente y aprovechando que Alba había llevado falda, le retiré el tanga y levantándole la falda comencé a lamerle el coño.

Estuvimos así un par de minutos, mientras terminábamos de desnudarnos y desnudar a Alba. Una vez desnudos y bien chupados, pensamos que lo mejor era ir a la comodidad de una cama, por lo que nos dirigimos al dormitorio principal, Alba encabezando la fila siguiendo las indicaciones del negro, al que arrastraba de la polla como si fuera la correa que lleva a un perro. Yo cerraba la comitiva. Llegamos al dormitorio. Y Alba se recostó en mitad de la cama. Tafari y yo nos tumbamos cada uno a un lado de la cama. Agarrados a sendas tetas, cada uno lamía un pezón y Alba reía mientras acariciaba nuestras cabezas.  Mientras mordisqueaba el pezón, Tafari me miró y me hizo un gesto con las cejas. Esa era la señal que previamente habíamos pactado. Como teníamos apalabrado y sin que mi mujer lo supiera, agarramos sus muñecas y las llevamos hasta el cabecero de la cama, donde unas esposas amarradas al cabecero, esperaban escondidas entre la ropa de cama. Cerramos las esposas en torno a las muñecas de Alba, dejándola indefensa, totalmente a nuestra merced. Alba no esperaba aquello y se quedó muda con la boca abierta, intentando comprender lo que habíamos hecho, pero rápidamente comprendió el juego y sonrió.

Aprovechando que para sujetarle las muñecas nos habíamos colocado cerca del cabecero, solo teníamos que acercarnos un poco hacia la cara de Alba para que nuestras pollas reposaran en su cara. Y así lo hicimos. Alba abrió la boca, introduciéndose primero mi polla y luego pasando a la del negro. Tafari se entretenía mientras acariciando el clítoris de mi mujer. Alba sacaba la lengua y nosotros frotábamos nuestras pollas por ellas, golpeándose en alguna ocasión nuestros capullos y frotándose entre ellos.

Estaba excitado por la situación y por lo que sabía que iba a ocurrir a continuación, así que sin pensármelo más, me coloqué encima de Alba, posicioné mi polla en la entrada de su coño y de una envestida la introduje hasta que los huevos rozaron sus labios. Alba continuaba chupando la polla de Tafari, sobre la que se concentraba al no tener que repartir sus esfuerzos entre la del negro y la mía. Yo comencé a follarla con rapidez. Sabía que esa tarde era más para disfrutar mirando que follando, así que no tenía intención de alargar la follada que pensaba darle a mi mujer. Desde el primer momento mi ritmo era rápido.

De repente escuchamos algo. Un sonido de llaves y después una puerta que se abre. Alguien estaba entrando en casa. Tafari sonrió. Yo lo hice por dentro, ya que estaba entregado a mi follada. Alba abrió mucho los ojos. Estaba asustada.

-¡Para, joder! Que ha entrado alguien. Nos van a ver –exclamó Alba.

Nadie la contestó. Yo seguía follándola, a pesar de que Alba se resistía y movía sus caderas intentando que me bajase de encima de ella y poder desatarla antes de que nos pillaran. Tafari también ignoró a mi mujer y continuaba colocándole la polla en la boca intentando que la chupara, a pesar de que Alba retiraba la cara, preocupada por quién pudiera haber entrado.

De repente la puerta del dormitorio se abrió y uno por uno fueron entrando cuatro negros. El de las rastas y el gemelo de Tafari. El gordo y finalmente el flaco con pinta de maratoniano. Todos sonreían. Dijeron entre risas algo a Tafari en su idioma y éste les respondió. Los negros rieron y sin perder más tiempo se sacaron sus rabos comenzándose a pajear mientras veían cómo me follaba a mi mujer. Está me miró a los ojos con expresión de asombro.

-Esta es tu sorpresa cariño –dije.

Seguí follando intentando aumentar el ritmo. A mi alrededor cuatro negros desconocidos se pajeaban viéndonos. Algunos comenzaron a desnudarse. El primo gemelo de Tafari y el de las rastas eran desnudos exactamente iguales a él. Mismo cuerpo musculado y fibrado, con pollas de tamaños muy parecidos, es decir, grandes. El maratoniano, pese a su delgadez, asombraba por su polla. Era larga y gorda, que en comparación a su cuerpo largo y fino contrastaba dando una sensación de tener un tamaño exagerado. Pero más o menos sería de un tamaño similar al de sus primos, es decir, también grande. Finalmente Adoulaye, el primo gordo se quitó la camiseta y los pantalones. Su cuerpo fofo guardaba una polla más corta que la de sus primos, pero muy gorda, por lo que compensaba la falta de longitud. Aún así, sería igual de larga que la mía aproximadamente.

Yo aceleré el ritmo. Ver a esos negros con sus enormes pollas rodeándonos y pajeándose viendo como me follaba a mi mujer era tremendamente excitante. Gruñí y dos chorros de semen inundaron el coño de mi mujer. Sudoroso por el esfuerzo, me levanté y saqué mi polla de su coño. Al salir, un hilo de semen comenzó a brotar de su coño. El maratoniano, sin ningún tipo de vergüenza, separó los labios del coño de mi esposa, para permitir que el semen saliera sin tantos obstáculos. Al ver que su primo comenzaba a tocar a mi mujer, el resto de negros no querían perder la oportunidad de imitarle y se acercaron más a ella para comenzar a acariciar su cuerpo. Yo me había retirado a una esquina del dormitorio para ver la escena. Ahora solo podía ver un montón de enormes cuerpos negros que eclipsaban y ocultaban por completo a mi mujer, de la cual solo podía ver sus pies, que se movían flexionando y estirando los dedos en función de las sensaciones que aquellos negros la hacían sentir con sus caricias.

Alba estaba saturada. En un momento se encontraba con cinco negros alrededor suyo que no paraban de sobarle las tetas, pellizcar sus pezones, acariciar su piel y rozar sus pollas contra su cuerpo. El maratoniano no se limitó a jugar con los labios de su coño. Sin importarle mucho la corrida que hubiera dentro introdujo dos dedos y comenzó a masturbarla, mientras con el índice de la otra mano, previamente humedecido con saliva, frotaba su clítoris. Esto hizo que las convulsiones de Alba aumentaran y se retorciera sin cesar. Tanto que el resto de negros debían sujetarla para poder disfrutar un poco de ella. El de las rastas no se lo pensó, y se colocó al otro lado de la cabeza de Alba, frente a Tafari. Las dos pollas negras descansaban sobre los labios de mi mujer. Ésta abrió la boca y recibió al nuevo negro. Los primos reían viendo como mi mujer pasaba de una polla a otra. Pronto fueron cambiando posiciones. Tafari se apartó para dejar hueco a su gemelo y el de las rastas al gordo. El maratoniano dejó de masturbarla, inquieto por tener también su mamada, cediéndole el puesto al primo de las rastas. El maratoniano ya debía que haber extraído todo el semen con el pajeo a mi esposa y si no era así, parecía que no le importaba ya que Ousmane, el negro de las rastas, comenzó a lamerle el coño. Sus gruesos labios abarcaban casi la totalidad del coño de mi mujer y el contacto con su lengua hacía estremecerla, tanto que los primeros gemidos de Alba desde que aparecieron aquellos negros comenzaron a escucharse en la habitación.

Yo me encontraba en un extremo de la habitación contemplándolo todo. Era realmente excitante ver aquel espectáculo donde todo un grupo de negros se aprovechaba de mi mujer que se encontraba indefensa esposada a la cama. Salí hacia el salón y busqué en mis pantalones mi teléfono móvil. Volví a la habitación y comencé a disparar fotografías para inmortalizar aquel momento.

Alba parecía que comenzaba a disfrutar de aquella situación, en la que se encontraba en clara desigualdad entre tanto macho. Los negros se iban turnando para que les chupara la polla y Alba las recibía con gusto. Diez manos tocaban su cuerpo a la vez, acariciando cada centímetro de su piel. Algunos negros golpeaban con sus pollas su cara  o sus tetas. Y siempre había uno encargado de chuparle el coño y masturbarla. Así estuvieron un largo rato.

-¡Parad, por favor! Necesito parar –exclamó Alba. –Necesito orinar.

Había pasado ya mucho tiempo desde que tomamos aquellas cervezas al inicio de la tarde con Tafari, por lo que ya estarían más que listas para eliminarse. Además ya se había corrido en varias ocasiones con las pajas de sus amantes negros, por lo que era natural que necesitara ir al baño.

-No –dijo secamente el negro de las rastas. Todos rieron.

-Si tienes que mear lo harás aquí, como las putas –dijo el gemelo de Tafari con un fuerte acento.

Alba miraba a todos lados como esperando que fuera una broma. Pero no vio que nadie hiciera el más mínimo intento por quitarle las esposas y que fuera al baño. Al contrario, entre el gordo y el gemelo de Tafari, agarrándola por los tobillos y pantorrillas, separaron sus piernas.

-Mea –dijo nuevamente con sequedad el de las rastas.

No le quedó otra opción a Alba. Primero unas gotas y después un chorro brotó del coño de mi mujer, empapando la ropa de cama. Todos reían y los que no sujetaban las piernas aplaudían. Yo hice un par de todos. El maratoniano divertido, salió de entre el grupo y se tumbó en la cama bocarriba, entre las piernas de Alba, recibiendo aquel chorro claro de orina sobre su cara y pecho. Todos reían la ocurrencia de Idrissa. Tafari aprovechó la relajación de Alba al orinar para besarla en la boca. Sus gruesos labios envolvían la boca de mi mujer. Le siguió Ousmane, el de las rastas con otro beso. Sus lenguas jugueteaban dentro de sus bocas. Luego Jawara, el gemelo y Abdoulaye el gordo, que ya habían soltado sus piernas cuando no salió más orín de su coño. Finalmente Idrissa, empapado por la cálida orina de Alba la besó, mezclándose la saliva con la orina en sus bocas.

Tras la ronda de besos Tafari apareció con las llaves y liberó a mi esposa. Alba se frotó las muñecas y ayudada por el primo de las rastas se incorporó y quedó de rodillas en medio de la cama. Los negros comenzaron a rodearla. Alba ya había perdido el temor y los nervios y ahora disfrutaba de aquellos sementales negros. Sin que nadie tuviera que indicárselo se metió la polla del de las rastas en la boca, mientras agarraba con sus manos otras dos pollas. Los negros que quedaban se encargaban de tocar las tetas y el coño de mi mujer. Fueron rotando, Alba cambiaba de pollas, siempre sin dejar de chupar una y pajear otras dos. Intenté colarme por el grupo y hacer alguna foto donde se la viera rodeada de cinco pollones negros. Seguían cambiando de pollas. Idrissa, mientras no era pajeado o chupado encontró divertido colocar su polla bajo la axila de Alba y pajearse con ella.  Ousmane, el de las rastas, estaba siendo ahora chupado por Alba. Sacó su polla de la boca de mi esposa y ésta, quedó con la boca abierta, esperando que volviera a metérsela dentro, pero en vez de aquella polla negra, lo que recibió de Ousmane fue un escupitajo en su boca. Sin tiempo a rechistar, Ousmane volvió a meterle la polla en la boca y agarrándola del pelo le folló la boca hasta la garganta. Debió de gustar al resto la acción de Ousmane, ya que según iban cambiando de pollas, todos repitieron lo del escupitajo, algunos con mayor o menor acierto en su puntería, por lo que los salivazos dieron en su boca, labios o resto de la cara, incluida frente. A pesar de eso, Alba en ningún momento dejó de chupar y pajear pollas.

Parece que el primo de las rastas era quien llevaba la voz cantante en aquella casa. Ya que cuando él opinó que ya era hora de pasar a la acción, la tumbó sobre la cama y tuvo la oportunidad de ser el primero de los primos en follársela. No le costó que entrara su polla debido a la excitación de ella, aunque tuvo que esperar un par de segundos a que su vagina se acostumbrara a aquel volumen. El resto de negros se fueron colocando a su alrededor, y rápidamente Alba volvía a chupar una polla y pajear dos. el quinto negro descolgado o bien esperaba pajeándose o le colocaba la polla en la boca para que fuese una mamada compartida con su primo.

Los roles fueron cambiando y como había pasado mientras ella les chupaba la polla, los negros fueron rotando, cambiando quién era el que se la follaba y quienes iban a ser mamados o pajeados. Tantos cambios de posición hacían que cuando uno estaba a punto de correrse parara para cambiar de rol, reduciendo la excitación, lo que estaba alargando el polvo. A pesar del pelo, se podía ver lo hinchados y rojos que estaban los labios de Alba.

Nuevamente Ousmane, decidió por todos el cambio y la colocó apoyada sobre las rodillas y manos, a cuatro patas. En esta ocasión mostró más delicadeza que antes y colocó su polla sobre el ano de Alba. Con delicadeza y muy despacio, empezó a empujar poco a poco hasta que su glande se introdujo por completo con un gemido de ambos que se sincronizó. Hizo leves movimiento de vaivén y con ellos fue introduciendo poco a poco cada vez más su polla, dejando que su culo se habituara al trozo de carne que pretendía entrar en él. Por suerte para él, el culo de Alba ya estaba entrenado y no costó mucho que en pocos minutos ya la follara por el culo con fuerza. Mientras siempre había un primo delante de ella que le ofrecía una polla que Alba se encargaba de chupar.

Estando en esa posición, Abdoulaye, el primo gordo, se coló torpemente por debajo de Alba. Colocó su gruesa polla en el coño de Alba y esta se la clavó. Soltó un grito. Mezcla de dolor y placer. Tener la enorme polla de Ousmane en el culo y la gorda polla de Abdoulaye en el coño la rellenaban completamente de carne. Comenzaron a moverse ambos primos, intentando coordinarse en los movimientos. Alba estaba totalmente embriagada por esa mezcla tan gustosa de dolor y placer que se derrumbó sobre la enrome tripa del primo gordo. Éste agarró una de sus propias tetas flácidas y se la metió a Alba en la boca. Él reía mientras ella lamía ese pezón negro rodeado de pequeños ricitos de pelo negro.

Aquella doble penetración dejó totalmente exhausta a mi mujer. Tafari y su primo gemelo la agarraron y entre los dos la subieron en volandas, colocaron sus pollas orientadas hacia sus dos agujeros y posteriormente la soltaron para que con su propio peso se clavara aquellas dos enormes pollas. Alba soltó un grito. Agarrada entre ambos negros, comenzaron a moverse follándola sus dos orificios a la vez. Alba no podía moverse. Estaba cansada y se apoyaba sobre el pecho de Jawara, rodeándole el cuello con los brazos. Los negros hacían todo el trabajo. Así estuvieron varios minutos, subiéndola entre los dos y dejándola caer sobre sus pollas. Era impresionante el contraste de pieles, la de Alba tan blanca entre aquellos dos gigantes negros.

Idrissa, el maratoniano, había salido de la habitación, dejando a sus primos follándose a mi mujer, mientras los otros dos se recostaban en la cama y se masturbaban viendo aquella follada. Al rato apareció y traía un vaso de cristal. Cuando le vieron llegar, desenterraron sus pollas de dentro de Alba y la dejaron con suavidad en el suelo, de rodillas. Los cinco negros la rodearon y al igual que anteriormente, como lanzada por un resorte agarró dos pollas y con la boca atrapó una tercera. Los otros dos negros se pajeaban ellos mismos. Fue chupando y pajeando saltando de un primo a otro. Ella pajeaba y chupaba lo más rápido que podía y ellos e masturbaban con fruición. El maratoniano, que aún sostenía el vaso, se lo acercó a la polla y derramó en él su corrida que acompañó de un gritito ahogado. Mientras los chorros de semen se deslizaban por el cristal, Tafari que estaba siendo pajeado por mi mujer pidió el vaso. Alba dirigió la polla de nuestro amigo hacia el vaso y tres chorros de semen golpearon en el fondo del recipiente. El negro de las rastas estaba siendo pajeado también y también pidió el vaso. Agarró Alba el vaso y lo acercó a la polla de éste. Un primer y potente chorro salió despedido de aquella polla negra cayendo la mitad dentro del vaso y la otra mitad fuera, manchando los dedos de Alba que sostenía el vaso. Ese primer chorro, fue acompañado de otros dos de menos potencia y muy abundantes. El siguiente fue el primo gemelo de Tafari, que hizo su generosa aportación de semen al vaso. Ya solo quedaba Abdoulaye. Alba sostenía el vaso entre sus manos y mantenía la gruesa polla del negro en su boca. El gordo la agarró de la cabeza y empezó a follarle la boca, para aumentar la velocidad de la mamada. Soltó un grito mientras echaba su cabeza hacia atrás. Con un par de espasmos y viendo que apretaba sus glúteos comprendimos que él no había esperado a correrse en el vaso y que lo había hecho dentro de la boca de Alba. Sacó lentamente su polla de la boca de mi mujer e hilos de semen y saliva conectaban su miembro con los labios de Alba. Luego esta escupió en el vaso la abundante corrida que este le había descargado en la boca.

La imagen de Alba era fabulosa. Totalmente despeinada y brillante por el sudor y la saliva, de rodillas rodeada de cinco pollas negras que ya comenzaban a demostrar flacidez, aunque la diferencia no fuera muy apreciable, con un vaso que contenía el semen de cinco sementales. Simplemente fabulosa. Los seis hombres de la habitación mirábamos a Alba con interés. Todos sabíamos lo que tenía que ocurrir a continuación y esperábamos ansiosos. Siendo consciente de la expectativa que causaba, Alba soltó una sonrisa picarona y lentamente, acercó el vaso hasta sus labios. Esperó un segundo para repasarnos con la mirada a todos, viendo que estábamos impacientes por ver lo que iba a hacer a continuación. Abrió la boca y volcó el contenido del vaso en su boca. El espeso grumo de semen cayó hacia el interior. Cerró la boca y con cierta dificultad tragó todo esa cantidad de semen. Abrió la boca y sacó la lengua para demostrar su hazaña. Los negros aplaudieron. Mientras, ella reía y se lamía de los delos algunos goterones de semen que le habían caído.

Dejamos que pasara al baño a lavarse un poco. Los hombres fuimos al salón y abrimos unas cervezas. Algunos comenzaron a fumar. Apareció al poco Alba que cogió la cerveza del negro de las rastas y dio un buen trago, muestra de que estaba realmente sedienta. Nos sentamos en el sofá y los sillones, ella entre el negro de las rastas y el gordo, los cuales la rodeaban con sus brazos sobre los hombros y le ofrecían cerveza y un cigarro. Ella aceptaba lo que le pasaban y apoyaba sus manos en los muslos de sus amigos negros, muy cerca de sus pollas. Entre risas decidimos hacer una foto para inmortalizar aquella tarde. Entregaron el vaso con los restos de semen a Alba y entre los cinco la levantaron y la sujetaron colocándola de manera horizontal como si de un trofeo de pesca se tratara. Bajo ella, colgaban los cinco rabos de aquellos negros que se la habían follado. Mientras, Alba lamía el interior blanquecino del vaso. Y de esta forma, disparé la foto.