Mi jefe emputece a mi mujer (Parte 12)

Alba cuenta lo que ocurrió la noche que salió de fiesta con Maribel mientras Juan se quedó jugando a las cartas con los amigos de Fernando.

Tras una cena fabulosa que había preparado Maribel estábamos tomando unas copas en la terraza cuando llamaron al telefonillo. Maribel se acercó a abriles la puerta, ya que eran los amigos de Fernando con los que iban a pasar la noche jugando a las cartas y con lo que se quedaría Juan aquella noche.

Juan no estaba muy por la labor de quedarse allí pasando la noche con desconocidos y con Fernando. Llevaba un par de días molesto y parecía que celoso por la relación que tenía con Fernando y Maribel. Es como si no le gustara que hubiéramos follado todos juntos estos días. A pesar de su enfado o celos o no sé cómo denominarlo, el primer día que follé con Fer estuvo disfrutando del espectáculo, pajeándose hasta correrse encima en mi cara. Y la segunda vez, le dejé muy entretenido con Maribel a la que terminó follándose. Así que no entiendo por qué se comportaba así. Además no es la primera vez que me comparte con otros hombres, incluso él ha sido en muchos casos el impulsor de algunas de mis relaciones. Por lo que yo no puedo saber cuándo le gusta verme follar con otros y cuando no. Es cierto que él se ha quejado siempre de que lo hiciera a sus espaldas, pero esta vez ha sido enfrente de él y no hizo nada por detenerlo, por lo que entiendo que consentía e incluso disfrutaba. Pero yo ya no podía seguir así. No podía estar continuamente averiguando si le parece bien o no. Si él decidió que follara con otros hombres, lo debería haber aceptado con todas las consecuencias. Por tanto sí me apetecía follar con alguien, ahora no iba a dudar.

Maribel abrió la puerta y permitió pasar sus amigos. Fernando acercándose a ellos para saludarles nos los fue presentando.

-Estos son los amigos de los que os he hablado que hemos conocido estos días. Él es Juan y ella Alba. Estos son Miguel, Luis y Gabriel.

Juan se acercó a darles la mano y yo fui dándoles besos según se acercaba. Eran todos de unas edades similares, cercanas a las de Fernando y Maribel. Miguel, alto y espigado, con gafas y barba entrecana de tres días; Luis era barrigudo y con incipientes entradas. El que más me llamó la atención de todos fue Gabriel. Era alto y fuerte para su edad. Calvo, llevando el pelo que rodeaba su nuca rapado y con una perilla muy corta. Tenía pinta de rudo empotrador. Últimamente los maduritos me llamaban muchísimo la atención.

-Encantado –dijo Gabriel.

-Lo mismo digo –dijo Luis. –Fernando nos ha hablado de vosotros. Menuda casualidad que allí donde vivís no os encontréis y os tengáis que conocer a tanto kilómetros de distancia.

-La verdad es que sí –respondí. –Ha sido toda una casualidad.

-¿Y lleváis mucho aquí? –se interesó Miguel.

-Hoy es nuestra cuarta noche –comenté.

-Venga no la molestéis mucho a mi chica –interrumpió divertida Maribel. -Decidme qué queréis que os ponga de beber que nosotras tenemos que arreglarnos que ahora nos vamos de fiesta.

-¿Os vais de fiesta? ¡Huy qué peligro! –bromeó Luis.

Pidieron sus respectivas copas y Maribel acudió a la cocina a prepararlas. Mientras observaba al grupo de hombres que se habían concentrado en la mesa del salón. Tras entregarles sus bebidas, Maribel me agarró la mano y me condujo hacia su dormitorio.

-Vamos a ir preparándonos –anunció.

Entramos en su dormitorio. Según cerró la puerta y se dirigió a mi echó sus manos a mis pecho.

-¡Vaya! Sin sujetado, ¿eh? Parece que vienes bien preparada –dijo guiñándome un ojo mientras reía. - ¿Tienes ganas de salir?

-¡Sí! Lo cierto es que tengo muchas ganas.

-Muy bien. Así se habla mi niña. Antes de nada hay que acicalarse y prepararse. Vete arreglando el maquillaje que yo voy preparando esto.

Me dejó en su dormitorio mientras ella entraba en el cuarto de baño que tenía adosado a su habitación. Cuando tuvo todo listo me aviso y fui hacía donde se encontraba ella.

-¿Preparada para la sesión de peluquería? Siéntate en aquí.

Me senté sobre el váter y me remangué la falda todo lo que pude. Mientras ella tiró de mi tanga suavemente hacia abajó, sacándomelo por los pies. Maribel de cuclillas frente a mí, acarició con ternura los pelitos de mi coño y dijo:

-Despídete de ellos. Aunque ya verás que no vas a echarlos de menos.

Cogió unas tijeritas y agarrando pequeños mechoncitos fue recortándolos, dejando el pelo muy cortito. Había preparado una palangana con agua tibia, con lo que me humedeció toda la zona. Entre el calor del agua y la suavidad con la que me tocaba y acariciaba, todo aquello me pareció una situación algo morbosa. Maribel cogió la espuma de afeitar de su marido y me la untó por mi pubis, mis labios y mi ano. Cogió una cuchilla y con muchísima delicadeza comenzó a rasurar aquella zona que llevaba mucho tiempo sin afeitar. Casi tanto como el tiempo que llevo con Juan, desde que me reconoció que le gustaba peludito. Poco a poco, se fue descubriendo la piel de mi pubis y la zona se fue liberando del vello. Tras unos minutos de esforzado esmero por parte de Maribel de no dejar rastro de pelo en mi piel, finalmente me levanté y me miré en el espejo. Tenía mi coñito totalmente depilado y liso. Como el de una niña. Aunque reconozco que me había acostumbrado a mi pelo y me gustaba, esa nueva visión me parecía igualmente erótica.

Maribel, que seguía de cuclillas me ayudó a ponerme mi tanga de nuevo, pero antes de ajustármelo a la cintura y de perder de vista mi coño, acercó su boca a él y comenzó a lamer con suavidad y cariño. Inmediatamente comencé a suspirar apoyando mis manos sobre su cabeza para poder atraer hacía mí a aquella mujer que me lamía. Tras varias lamidas que me humedecieron completamente. Maribel paró y se levantó.

-Ya paro. Esto es solo para encenderte un poco. Tienes que guardar la calentura, que aún queda mucha noche –rió. –Ahora, así como lo tienes, es mucho más sencillo y cómodo lamerlo.

La agarré por las mejillas y le agradecí todo aquello con un tierno beso con lengua.

Terminamos de dar los últimos retoques a nuestro maquillaje y salimos del dormitorio. Los hombres ya tenían la mesa preparada con sus bebidas para disponerse a jugar.

-¡Madre mía! Yo las ataría en corto a esas dos –Comentó Gabriel entre bromas a nuestros maridos. –Dos hembras así de hermosas van a ser la locura de los hombres que las vean.

-Tranquilo, que son mayorcitas y saben defenderse –dijo Fernando.

A pesar de que bromeaba pude ver cómo Gabriel me miraba de arriba abajo. Eso me excitó. Ese aspecto de chico duro, con la cabeza rapada y la perilla, me gustaba. Que me mirara de esa forma, posiblemente desnudándome con la mirada y deseándome me hacía humedecer.

-Nosotras nos vamos ya –anunció Maribel. –A ver cómo os portáis vosotros, ¿eh? ¡Y quiero todo recogidito para cuando venga!

-Tranquila cariño. Vosotras pasadlo bien y disfrutad –se despidió Fernando.

Nos dispusimos a despedirnos de los chicos dándoles besos. Al llegar a Gabriel, no pude reprimir darle los dos besos lo más cerca de la comisura de los labios que podía sin llegar a ser muy descarada. Además lo hice algo más lento, recreándome un poco. No sé si pudo notar Gabriel mi intención, pero el intentar llamar la atención de ese hombre que me había excitado mucho me parecía un juego muy divertido.

-Pórtate bien –le dije a Juan cuando me despedí de él con un beso en los labios.

-¿Vas a llegar muy tarde? -preguntó

-No lo sé, pero por si acaso no me esperes levantada. Pásalo bien.

Me acerqué a Maribel y juntas salimos a la calle. Maribel sacó su teléfono móvil y comenzó a teclear en él. Estaba escribiendo a sus amigas, con las que saldríamos de fiesta. Mientras escribía y hablaba con ellas acordando dónde vernos, íbamos acercándonos a la zona de fiestas de la ciudad. Maribel rebuscó en su bolso y sacó la cajetilla de tabaco. Sacó dos cigarrillos y me ofreció uno. Yo llevaba tiempo que fumaba de manera ocasional, pero estos días con Fernando y Maribel, habían conseguido que volviera a fumar de una manera habitual. Encendimos nuestros cigarros y comenzamos a charlar.

-Oye, el Gabriel este… Bien, ¿no? –pregunté jocosa.

-¿Te ha gustado? –soltó una carcajada Maribel. –La verdad es que sí. Tiene una pinta de empotrador bestial. Además está soltero –dijo dándome un pequeño codazo y guiñándome un ojo.

-¿No habéis hecho nada con él?

-No. Con ellos no solemos tener este tipo de relaciones. No te voy a negar que no es fantaseado con él a veces, pero nunca hemos querido pasar con él de la amistad que tenemos. Pero cariño, yo si quieres te allano te terreno… Ya me he fijado antes en casa cómo te miraba.

-¿También lo has notado? Es que me había parecido que me miraba mucho.

-A ver es normal. Lleva ya varios años divorciado. No sé si tendrá chicas por ahí, pero es normal que tenga ganas de follar. En el fondo es solo un hombre –rió. –Y tú eres una mujer muy atractiva. Cualquiera querría follarte. Pobrecito Juan –bromeó.

-Bueno ya sabes cómo estoy últimamente con Juan. Es a rachas. A veces está tan bien, disfrutando de todo esto, llevándome hombres a casa para que me follen, hombres que él mismo busca; y otras veces se enfada, se pone celoso y no quiere que nadie me toque. Estoy harta de sus cambios de humor. No sé si quiere darme libertad para follar o no, si quiere estar presente o no… ¡Me vuelve loca!

-Ya. Últimamente le he visto muy serio respecto a cómo os conocimos. En fin… Tú tienes que pensar en ti mi amor y en tu felicidad. Y si te apetece follarte a un tío y a él no le hace gracia, ¡qué se joda! –rió. –Hoy no tienes que pensar en eso. Hoy estamos aquí para pasarlo bien. Para que lo pases bien. Mira ya estamos llegando al garito en donde hemos quedado.

Paramos en la esquina de la calle, justo enfrente del sitio en el que íbamos a pasar la noche. En aquella esquina habíamos quedado con las amigas de Maribel. A los pocos minutos mi amiga anunció:

-Mira por ahí vienen.

Dos mujeres de la misma edad que Maribel caminaban hacia nosotros. Una morena con algún mechón canoso que no se molestaba en teñir ni ocultar, más bien al revés; y la otra con una amplia melena rizada rubia. Maribel hizo las presentaciones.

-Estas con mis amigas. Tamara –dijo refiriéndose a la morena,-y Encarni. Ella es Alba, de la que os he hablado.

-Encantada –dije mientras besaba a aquellas dos mujeres.

-Entramos, ¿no? –nos animó Maribel.

Entramos en aquel garito. Era bastante espacioso. Por lo que me explicó Encarni, el local tenía dos plantas. La primera, en la que estábamos, más tranquila, pensada para tomar una copa hablando y escuchando música, y una segunda planta bajando las escaleras más parecida a una discoteca, donde el volumen de la música era mayor y estaba pensada para bailar. Nuestra idea era quedarnos en aquella primera planta bebiendo y hablando y cuando ya hayamos calentado motores bajar a bailar al piso inferior.

Pedimos nuestras copas y nos colocamos en una esquina de local donde pudimos colocar los bolsos y refugiarnos un poco de la música y así poder hablar más tranquilamente. Empezaron a preguntarme cosas sobre mí, sobre mi trabajo e interesarse en si tenía marido o novio. Les hable de Juan, pero pude ser que por el alcohol que arrastraba de la cena más el que ahora estaba consumiendo, me vi más suelta de la lengua y les confesé las mismas preocupaciones que sostenía sobre Juan que le había comentado antes a Maribel. Eso sí, no fui muy explícita en detalles, no les conté nada sobre nuestro estilo de vida y las parejas sexuales que había tenido, pero sí les di a entender que Juan pasaba por diferentes fases de confianza, con constantes cambios de humor que a mí comenzaban a cansarme. Las dos mujeres apoyaron la idea de Maribel de que debía de pensar en mí, en mi felicidad.

Luego pasamos a hablar un poquito de ellas. Así supe, por ejemplo, que Tamara era esposa de Miguel, uno de los amigos de Fernando que habían acudido a jugar a las cartas. Encarni por su parte estaba separada. Comenzaron luego con los cotilleos, convirtiéndose en una amena y divertida charla. Pedimos una segunda ronda de copas. Yo comenzaba a notar un leve mareo a causa del alcohol. Pero daba igual. Habíamos salido a divertirnos.

Y así, entre cotilleos y risas, pasaba la noche. Apuramos nuestras bebidas. Y decidimos ir a por la tercera. Maribel miraba su reloj calculando la hora.

-Ya debe faltar poco –anunció. Yo la sonreí.

Nos levantamos las tres, y cogiendo nuestros bolsos fuimos a la barra a pedir nuestras copas. Pagamos y bajamos las escaleras hacía el piso inferior. Allí la música era muchísimo más alta, lo que dificultaba que pudiéramos hablar con facilidad. Debíamos alzar la voz y acercarnos mucho para hablar. Escogimos un hueco entre la gente para posicionarnos y comenzamos a bailar entre risas. Nos estábamos divirtiendo.

Tras varias canciones, Maribel me agarró de la cintura y me atrajo hacia ella. Acercándose a mi oído me dijo:

-Mira, ya ha llegado.

Miré hacia el lugar que me indicaba. Pude distinguir entre la gente aquella piel morena y el pelo rizado. Joel, el socorrista de mi hotel. Vestía con una camisa blanca ajustada que le marcaba sus músculos. Venía acompañado de dos amigos, también mulatos como él. Buscaba con la mirada entre la gente del local,  hasta que fijó la mirada en Maribel que le hacía señas con el brazo levantado. Joel sonrió e indicó a sus amigos que le siguieran mientras se acercaba a donde nos encontrábamos.

Aquella mañana, mientras estábamos en la piscina y yo nadaba con Maribel, le expliqué lo cachonda que me ponía aquel socorrista. Ella se fijó en él y exclamó:

-¡Joder! Normal que te ponga. Menudo maromo. Tienes ganas de tirártelo, ¿eh?

-Si pudiera sí –reí. –Lo que pasa es que no veo a Juan muy por la labor de dejarme hacerlo.

-¿Por?

-No sé. Me vuelve loca. A veces compartirme le vuelve loco y otras veces le apoderan los celos. Yo ya no sé si fijarme en otros tíos o no.

-Ya… Pero mírale. Está ahí tirado en la tumbona desperdiciando a esta pedazo de hembra. Y este cuerpo necesita unos cuidados. Eres como un coche, que precisa de un mantenimiento, que no se los dan entonces el coche se oxida y estropea –bromeó. –También te digo. Lo que pase aquí en el pueblo, se queda en el pueblo… -dijo quiñándome un ojo y sonriéndome maliciosamente.

Volvimos a mirar al socorrista que en ese momento nos devolvía la mirada. Nos sonrió. Maribel se giró hacia mí.

-Si me haces caso, que yo soy mayor que tú y entiendo de esto, ese tío te quiere follar tanto como tú a él. Así que no seas tonta y no pierdas esta oportunidad. Luego te vuelves a la ciudad y lo que haya pasado aquí se queda.

Maribel no sé si se estaba volviendo una buena o mala compañía. Me estaba incitando a acostarme con el socorrista, tanto si a mi marido le parecía bien como si no. La verdad es que las ganas que me despertaba aquel chico, eran enormes. Tenía algo que me excitaba muchísimo. Por lo que me acostaría con él sin dudar. Pero a la vez, pensaba en Juan. Ya habían tenido malas rachas por haberle sido infiel con Pablo y con Abraham. Sé que él quiere tener control sobre la gente que me llevo a la cama, pero a la vez, en ocasiones se vuelve taciturno y parece que eso de compartirme con otra gente le molesta. ¡Cuando ha sido él quien me ha dejado a merced de un montón de negros para que hicieran conmigo lo que quisieran! No le entendía. Y en esos momentos lo único que entendía era la señal que me daba mi cuerpo cada vez que miraba a ese chico. Y en cierto sentido Maribel tenía razón. Ya había estado con otros hombres estando con Juan y lo que pudiera pasar allí, allí se iba a quedar en cuanto volviéramos a casa.

-Bueno. Estaría bien liarse con él, la verdad –reconocí.

Maribel soltó una carcajada.

-Pues venga, vamos a hablar con él.

Maribel, cogiendo la iniciativa, nadó hacia la parte de la piscina más cercana al socorrista. Éste la miró cómo se acercaba hacía él y rápidamente me miró a ver si yo la seguía. Sonrió al verme que nadaba también hacia esa aquella misma dirección. Miré de reojo a Juan. Seguía en la tumbona y parecía que estaba dormido.

-¡Hola guapo! –saludó con descaro. ¿Qué tal? ¿Muchos ahogados?

El socorrista mulato rió.

-¡Qué va! Aquí nunca pasa nada. Mucho niño corriendo de un lado para otro y ya.

-Tiene que ser muy aburrido estar todo el día ahí sentado, solo mirando. Bueno, te entretendrás mirando a chicas al menos ¿no?

Maribel no se cortaba ni un pelo. Iba directa al grano. Pensé que iba a incomodar al chico, pero para mi sorpresa, a él parecía divertirle también el juego.

-Sí. Eso sí, me hincho a ver mujeres casi desnudas. Algunas están de muy buen ver –rió mientras con todo el descaro del mundo, giró la cabeza para mirarme directamente a mí.

Yo noté cómo me subía el calor por el cuerpo. Maribel era descarada y no perdía el tiempo, pero al parecer el chico tampoco se quedaba atrás en descaro.

-¿A que mi amiga es guapa? –dijo Maribel al ver que el socorrista me había mirado tan descaradamente.

-Mucho –respondió con una sonrisa en los labios. –Ya me había fijado yo en ella estos días…

Sin duda se refería al juego de miradas que habíamos tenido los días previos. Yo pensaba que únicamente iba a quedar en eso, en un juego de provocación, pero Maribel opinaba que no debía quedarse solo en eso.

-Bueno, no nos hemos presentado. Yo soy Maribel y ella es Alba.

-Perdonad que no me levante a besaros, pero no vaya a ser que piensen que estoy de cháchara en vez de trabajando… -dijo guiñando un ojo. –Yo me llamo Joel.

-Encantada –logré decir. Era la primera vez que intervenía en la conversación.

-Eres muy jovencito, ¿no? –preguntó Maribel.

-24 años.

-¡Huy! ¡Un yogurín! Podría ser tu madre. Y con ese acento… ¿de dónde eres? –se interesó mi amiga.

-Soy dominicano. Pero llevó aquí ya más de 12 años.

La conversación continuó sobre temas triviales. Sobre su trabajo de socorrista, que no dejaba de ser un trabajo de temporada y luego el resto del año se dedicaba a otras cosas como colocando ropa en una tienda, etc. Tras hablar un poco de todo con él, Maribel preguntó.

-Oye, esta noche vamos a salir de fiesta. ¿Te apetecería venir y así hablamos mejor que aquí mientras trabajas? Puedes venir con amigos si quieres. Eso si no os importa salir con unas viejas como yo –rió.

Joel volvió a mirarme y sonrió.

-¡Claro que me gustaría!

Maribel siguió hablando con él para acordar el sitio y demás. Cuando nos despedimos hasta la noche y volvíamos nadando hacia las tumbonas, le pregunté:

-¿Cómo que vamos a salir? ¿Y qué le digo a Juan?

-Tranquila. Si esto es fácil. Confía en mí. Déjame que hable luego con Fernando, organizamos cualquier cosilla y así podemos salir sin problemas.

Y así fue. Organizaron una cena en casa, donde llamaron a los amigos de Fernando para así poder “retener” a Juan y poder nosotras tener nuestra noche de chicas. Maribel llamó a sus amigas y para después de la comida estaba todo organizado. Me mandó un mensaje al móvil para contarme cómo se había organizado todo y que así pudiera avisar a Juan del plan de aquella noche, contando evidentemente la versión que me convenía.

Y ahora estaba en la discoteca con Maribel y sus dos amigas viendo como Joel y sus amigos se acercaban hacia nosotras.

-Hola-saludó Joel con una amplia sonrisa en los labios.

-¡Chicas atención! –anunció Maribel. –Este el Joel, la cita de Alba.

No podía haber sido más descarada. Es cierto que lo de aquella noche estaba pensado para que pudiera estar con Joel un rato, pero tampoco era necesario que lo anunciara como “mi cita”. Joel estaba encantado con eso. Rió con la forma tan peculiar que tenía Maribel de presentarle. Ésta continuó con las presentaciones de sus amigas:

-Estas son Encarni y Tamara.

-Encantado. Estos son mis amigos Nelson y Matías –presentó Joel.

Tras la ronda de besos con los chicos, el único al que aún no había besado porque se quedó para el final fue el propio Joel. Éste me agarró por la cintura atrayéndome hacia él. Su mano reposaba en la parte más baja de mis caderas y los dedos rozaban el inicio de mis nalgas. Sabía perfectamente que lo hacía a propósito y que no era un acto descuidado, de la misma forma que sus besos en las mejillas rozando, o mejor dicho, propasando la comisura de mis labios no fue algo fortuito.

Fueron los chicos a por sus bebidas, ya que nosotras aún teníamos las nuestras. Cuando estuvimos solas, las tres amigas me rodearon como lobas y comenzaron a opinar:

-¡Joder! Muy buen gusto tiene aquí la amiga –bromeó Tamara.

-¿Verdad? Si es que la tengo muy bien enseñada a mi niña –dijo Maribel.

-Pues qué quieres que te diga, después de lo que nos has contado de tu marido y teniendo a un pibonazo como este a tiro, yo no me lo pensaba. Me daría igual la cornamenta que fuera a llevar, pero esa alegría me la llevaba yo para el cuerpo –explicó Encarni. –Y como alguno de sus amigos se ponga a tiro y le mole el rollo madurita cachonda, yo lo engancho y se viene conmigo.

Todas reímos el comentario de Encarni, que siguiendo las bromas se colocó el escote viendo que los chicos ya se acercaban hacia donde estábamos. Ya con sus bebidas se colocaron entre nosotras. Gracias a Maribel las conversaciones comenzaron a aparecer. Entre que ella que nunca calla y los chicos que resultaron ser de todo menos tímidos, la noche trascurría entre conversaciones algo complicadas por el volumen de la música y tragos a nuestras bebidas. Cuando comprendimos que el intentar mantener una conversación larga y fluida era imposible por la música, decidimos que lo mejor era unirse al enemigo al no poder con él, y comenzamos a bailar. Joel aprovechó ese momento para agarrarme de la cintura y bailar conmigo. Los movimientos y los giros que me hacía dar, sumado al mareo que me provocaba el alcohol que ya había consumido, hacían que prácticamente fuera un títere en manos del mulato. Me movía al son de la música llevada por él y pronto noté que me rodeaba con su brazo por la cintura. Sus dedos, mucho más descarados que en la vez anterior, tocaban mis nalgas y me acercó hacía él.

Comenzamos a bailar bachata pegados el uno al otro. Muy pegados. Tenía la cabeza apoyada en su pecho y podía oler su perfume. Mientras lo inspiraba noté como poco a poco su mano se deslizaba por el pantalón hacia abajo, dejando su mano encima de mi nalga. Continuábamos bailando. No me molestó lo más mínimo aquel gesto. Él, viendo que no había resistencia por mi parte, agarró con fuerza mi culo. Lo hizo con tal violencia que me sobresalté. No es que no lo esperara, pero no imaginaba que lo haría tan violenta y descaradamente en mitad de la discoteca. Miré a ambos lados, esperando encontrarme alguna mirada inquisidora de mis amigas, pero me encontré que Encarni estaba en una situación similar con uno de los amigos de Joel y el otro bailaba y se divertía con Tamara y Maribel. Maribel como buena alcahueta que había demostrado ser, me daba mi espacio para que pudiera hacer con Joel lo que me plazca.

Miré a Joel que me sonreía. Le sonreía también y busqué con mis manos las nalgas de aquel mulato. Al notal que entraba en el juego y que también comenzaba a tocarle a él, éste no lo dudó. Me agarró de la nuca con una de sus enormes manos y me atrajo hacía él para besarme. Sus labios gruesos se encontraron con los míos y su lengua buscó la mía. En ese instante una fugaz imagen de Juan me vino a la mente, pero rápidamente la borré cuando noté cómo una de las manos de Joel subía por mi cadera hasta agarrarme un pecho por encima de la ropa.

Me ruboricé. No pude evitarlo. En el fondo sabía que había venido aquí para eso, pero el descaro con que este chico me tocaba y me conseguía delante de tanta gente, hacía que me ruborizara. Quería mostrar algo de resistencia, pero era inútil. Él sabía que si habíamos quedado hoy era para eso, para acabar liados y él se aprovechaba de eso. Por lo que no encontraba resistencia ninguna conmigo. Además estaba el tema del alcohol. Es verdad que ya llevaba varias copas y me encontraba eufórica y algo desinhibida, pero querer poner como excusa al alcohol de dejarme sobar por aquel chico sin resistencia ninguna por mi parte, era engañarme a mí misma. Me gustaba y quería que siguiera.

Mientras él seguía besándome y tocándome una teta, comencé a notar en mi muslo que algo me rozaba. Algo comenzaba a tomar forma dentro del pantalón de aquel niñato al que sacaba 12 años. Su polla, que tenía ladeada hacía su pierna izquierda había comenzado a crecer debido a los magreos que me estaba dedicando. Notando que aquella polla comenzaba a crecer, en vez de pretender disimularla o esconderla, dejó de tocarme la teta, llevó su mano a mi culo nuevamente y empujó de mi cadera hacía él, a la vez que él movía su cadera hacia mí aplastando aquella polla erecta contra mi muslo. Sin dejar de bailar comenzó a restregarse contra mí. Yo notaba en todo momento como su polla se rozaba contra mi muslo y como esos frotes hacían que creciera más y más. Eso me puso muy cachonda.

Seguimos bailando (restregándonos) y cuando quise darme cuenta, Joel me había separado del grupo. Estábamos solos, rodeados de otros chicos y chicas que bailaban a nuestro alrededor, pero sin las miradas de los amigos de Joel o de las amigas de Maribel. Seguimos besándonos y encendiéndonos cada vez más. Tanto que decidí  pasar a la acción. Con mi mano, comencé a acariciar el pantalón de Joel, allí donde se marcaba su polla. Sin duda era una polla que no tenía nada que envidiar a pollas como la de Fernando por ejemplo. La acariciaba y apretaba mientras suspiros se le iban escapando a mi amigo mulato. De repente éste exclamo:

-¡A la mierda!

Y sin darme tiempo a reaccionar me agarró de la mano y tiró de mí y me llevó por la discoteca hacía una de sus laterales. Allí se encontraban los baños. Abrió la puerta del baño de hombres y miró dentro. Yo estaba bastante mareada después de que me arrastrara de esa forma por el local con la borrachera que llevaba, por lo que le esperaba apoyándome en una columna. Nuevamente me agarró del brazo y tiró de mí. Cuando quise reaccionar estaba dentro del baño. Miré alrededor y al ver los urinarios de pared entendí que me había metido en el de los chicos. Quise protestar por si alguien en ese momento entraba, pero desoyendo mis quejas me obligó a ponerme de rodillas empujando de mi hombro hacia abajo. Me dio su copa para que la sostuviera y con ambas manos libres comenzó  a desabrochar su pantalón. Yo aproveché para dar un par de tragos a su bebida mientras observaba con sonrisa bobalicona como bajaba la cremallera del pantalón, metía dentro una de sus manos y sacaba del interior una gruesa polla morena.

No pude evitar abrir más los ojos al ver aquella polla enfrente de mí. Joel sonrió al ver mi reacción y la acercó un poco más a mi cara. Yo la miraba como hipnotizada y me dispuse a dar otro corto sorbo a la bebida de Joel, pero este me detuvo agarrando mi muñeca antes de que acercara la copa a mis labios. Agarró su polla con la otra mano y la dirigió a la bebida. Mojó la punta y me la ofreció. Solté una carcajada pero no pude evitar chuparle el capullo humedecido en licor. Volvió a repetir la operación, mojó de nuevo su polla en la bebida y me la ofreció para que chupara. Repetimos el proceso un par de veces más, hasta que opinó que ya había tenido suficiente como para romper el hielo y me la metió sin miramientos en la boca. Comenzó a follarme la boca agarrándome de la nuca. Tuve que dejar la copa en el suelo, ya que con los movimientos que me propinaba Joel se había vertido parte del contenido sobre mi mano. Ya con las manos libres, pude agarrarme de la pierna y la cadera del mulato para sostenerme mientras él seguía llevando el ritmo de la mamada agarrándome esta vez del pelo. Yo hacía lo posible por alojarme aquella polla en el interior de mi boca.

Estábamos tan concentrados, yo chupándole la polla y él gozando, que se nos olvidó lo más obvio y nos pilló por sorpresa el que un tipo abriese la puerta del baño. Los tres nos quedamos paralizados. Nosotros porque nos habían pillado y el otro porque no esperaba encontrarse aquella escena al entrar en el baño para ir a orinar.

-¡Joder, pasa! –exclamó Joel algo furioso al verse interrumpido. -¿Qué quieres, mear?

-Sí, a eso venía… –dijo el pobre tipo que no dejaba de mirarme a mí de cuclillas mientras aún mantenía agarrada la polla del mulato.

-Pasa y ponte a mear –le permitió Joel.

El tipo, algo avergonzado y aún sin salir de su asombro se colocó en uno de los urinarios de pared cercanos a nosotros mientras seguía observando cómo le chupaba la polla a Joel que había vuelto a agarrarme del pelo para que prosiguiera la mamada.

-Vas a tener suerte –dijo Joel, a la vez que me agarraba de la muñeca y dirigía mi mano hacía la polla de aquel chico.

Agarré su polla flácida y la sostuve mientras el chico comenzó a orinar. Podía notar cómo a pesar de estar orinando, ganó algo de tamaño mientras mis dedos rodeaban su miembro.

Las últimas gotas cayeron de su pene y al chico se le veía confuso, sin saber qué hacer, al tener la polla agarrada por mí. Solté una carcajada, al ver la perplejidad del chaval, así que ya me ocupé yo meneársela y sacudírsela antes de que la volviera a guardar en sus pantalones y saliera prácticamente corriendo del baño.

De nuevo solos, Joel me agarró y me hizo ponerme en pie.

-Aquí es demasiado arriesgado estar. Nos vamos.

Y volviendo a tirar de mí, me sacó del baño. Pude notar como algunas personas nos miraban, sobre todo al verme a mí salir del baño masculino. Nos dirigíamos a la salida.

-¡Espera! –exclame. –No podemos irnos. ¿Y las chicas?

-Ya las verás mañana.

-¿Y mi bolso?

A regañadientes Joel me redirigió hacia donde estábamos en un principio. Allí vi a Maribel y Tamara hablando con uno de los chicos. Según me contaron Encarni había cumplido su palabra y estaba enseñando a aquel chico lo que una madurita separada es capaz de ofrecer. Recogí mi bolso y no hizo falta dar muchas explicaciones para excusarme por irme. Maribel me guiñó un ojo y me deseó suerte.

Ya en la calle, andamos y en cuento torcimos en la primera esquina nos paramos a besarnos de nuevo. Se nos notaba la impaciencia por tocarnos, besarnos y follarnos.

-¿A dónde vamos a ir? –pregunté algo afectada por el alcohol.

-Vamos a la habitación del hotel, ahí podremos estar tranquilos.

-¡No! Podría aparecer mi marido en cualquier momento, si es que no está él ya allí, y nos podría pillar. ¿Por qué no vamos a tu casa?

-¡Qué dices! ¿Follar con mis padres en casa? Paso.

-¿Vives con tus padres? Si es que claro, con 24 años… Aún eres un crío –dije divertida.

-Claro, un crío que va a follarte como a una puta, que es lo que eres –dijo aquello metiendo la mano por debajo de la falda que llevaba buscando mi tanga. –Llevas días mirándome con el maricón de tu marido al lado. Tienes tantas ganas como yo de ponerle una buena cornamenta.

Dijo aquello de una manera que me excito muchísimo. Al notar el tono de humillación hacía Juan que imprimía en sus palabras me tenía más que ganada. No lo podía evitar y lo sentía por él. Me gustaba ponerle los cuernos. Me gustaba humillarle. Me gustaba follar con otros hombres y cada vez me gustaba menos follar con él. Algo en esa especie de celibato que me gusta imponerle me hacía encender. Me daba igual que follara con otras como Maribel para intentar desahogarse. Lo que había descubierto aquellos días es que me gustaba que me deseara y no me consiguiera. Que desesperara viendo como follaba con otros hombres, pero no con él. Decidí allí mismo que esa iba a ser la nueva vida que quería llevar, la que verdaderamente disfrutaba. Y él debería aceptarla.

Mientras pensaba todo aquello y aún seguía dando vueltas a lo que había dicho Joel sobre el cornudo de Juan, consiguió alcanzar el borde de mi tanga y tiró de él. Lo hizo con violencia, como todo lo que hacía aquel chico (aún no había conseguido verle algún gesto de ternura) y bajó mi tanga hasta las rodillas. De aquella manera pudo tocarme sin ninguna dificultad mi coño, que en aquel momento estaba muy lubricado por el morbo de la situación.

-Mmmmm. Lo tienes muy mojadito… Quieres follar, ¿eh?

-Sí… -logré decir, ya que comenzó a arrancarme suspiros al masturbarme con los dedos.

-Vamos a la playa.

Terminó de quitarme el tanga, sacándomelo por los pies. Estaba tirado en el suelo y cuando hice el amago de agacharme para recogerlo, Joel me agarró de la mano y tiró de mí, dirigiéndome entre las calles de la ciudad, dejando mi tanga allí tirado. El alcohol estaba haciendo su efecto y cada vez me costaba más caminar derecha. Pude ver que nos dirigíamos a hacia nuestro hotel, el cual se veía iluminado entre los edificios. Pese a que aún no conocía mucho aquel pueblo comencé a ver una serie de lugares que sí identificaba, por lo que supe que me llevaba a la playa que se encontraba cerca de mi hotel. Imagino que debido a mi estado buscaba un lugar donde poder dejarme con facilidad.

Entrando ya en la playa, nos descalzamos y a oscuras andamos por la arena hasta una zona en donde guardaban las hamacas. Lancé mi bolso y los tacones a la arena. Estaba mareada y me senté en el suelo riendo. Joel no estaba para perder tiempo y aguantaba su calentón desde los bailecitos en la discoteca, por lo que no tardó en quitarse la camisa. Pude ver aquellos abdominales trabajados y esos pectorales amplios y sin dudar, pasé la mano por su abdomen para notar la dureza de sus músculos. Joel sonreía satisfecho. Con algo de prisa volvió a sacar su polla que nuevamente lucía erecta y me la acercó a la boca. Yo abrí la boca y recibí las envestidas de aquel rabo en el fondo de mi garganta. Agarrándome del pelo me forzaba para que me tragara más y más su polla. Cuando él opinaba que era el momento sacaba su rabo de golpe, permitiéndome dar una amplia bocanada de aire. Repitió la operación en varias ocasiones. Parecía divertirle verme respirando con dificultad al tener su polla en la boca. Volvió a insistir metiéndome todo lo que pudo la polla en la boca. Me agarraba del pelo para sujetar mi cabeza. Notaba que estaba metiendo más polla de la debida e intenté, golpeándole en la pierna, que me permitiera respirar. Eso le divirtió y apretó mi cabeza un poco más contra su pubis. No pude hacer nada para evitarlo. Estaba bastante borracha y mareada, los movimientos que me infringía y lo profunda que llegó en aquella ocasión su polla hizo que mi estómago se contrajera y una oleada de vómito saliera por mi boca. No solo vomité  sobre su polla, también manché sus pantalones y por supuesto gran parte del vómito cayó en mi blusa.

-¡Joder! ¡Serás guarra! –exclamó Joel agarrándose la polla manchada en mis vómitos.

Volví a vomitar sin hacer caso a lo que decía Joel. Estaba expulsando gran parte del alcohol que había ingerido aquella noche. Parecía que verme en aquella situación tan patética había divertido a Joel. En un primer momento se contrarió al verse vomitado encima, pero luego entendió que mi situación me dejaba bastante indefensa. Me hizo levantar y nos movimos un par de pasos de allí, lejos del vómito. En cuando me levanté, aparte de que todo me daba vueltas, noté unas ganas imperiosas de orinar.

-Espera. Me estoy meando –dije.

-Pues méate encima.

Sin fuerzas, le hice caso. Comencé a sentir una sensación de alivio, a la vez que un calor húmedo recorría mis piernas. Había perdido mi tanga en una de las calles cercanas a la discoteca, pero aún conservándolo creo que me hubiera orinado con él puesto igualmente. Mientras me aliviaba el mulato me sostenía y sonreía divertido.

-Ya he terminado –anuncié.

Joel metió la mano por debajo de mi falda, entre mis mojadas piernas y pasó una mano por mi coño aún húmedo. Con la mano mojada en orina me la pasó por la cara. Yo de manera instintiva saqué la lengua y lamí. Joel se sorprendió. Seguramente no esperaba aquella respuesta mía, más bien esperaba que con asco intentara separarme de él, pero en vez de eso, lamí. Me metió un dedo en la boca y lo chupé saboreando mi propia orina. Aquello excitó al mulato que tumbándome sobre la arena retiró hacia arriba mi falda, dejándome expuesto mi depilado coño. Él se retiró el pantalón y rebuscó en uno de sus bolsillos. Extrajo de él un condón y tras abrir el envoltorio se lo colocó con algo de dificultad debido a las prisas que tenía por follarme. Se colocó entre mis piernas y hundió su polla en mi coño.

Yo jadeaba sintiendo a aquel mulato dentro de mí. Llevaba días queriendo sentir su polla en mi coño y por fin lo estaba haciendo. Tenía a aquel jovencito dominicano encima de mí, sintiendo su peso mientras su polla bombeaba en el interior de mi vagina. Como todo lo que hacía, me follaba fuerte y  rápido. Violento. No mostraba ningún gesto tierno o de cariño. Únicamente me la clavaba rápido, como queriendo acabar pronto. Por eso prefería a los maduritos antes que a los jóvenes. Ellos follaban de otra manera, tomándose su tiempo y recreándose en el acto. En cambio con Joel todo de reducía a un metesaca rápido y duro. Pero debido a mi condición, no iba a hacer ascos a nada. Además no lo iba a negar, estaba cachonda y me estaba gustando.

Se recolocó, elevando mis piernas hacía sus hombros. Sus envestidas se volvieron más profundas. Yo gemía sin darme cuenta de que estaba en una playa y aunque era ya muy tarde alguien podría estar paseando y escucharnos. Me cogió de las manos y comenzó a juguetear con mis dedos. Tiro de uno de ello. No entendía que hacía, pero tampoco le di más importancia, solo pensaba en que mi orgasmo estaba a punto de llegar. Me ayudaba frotándome el clítoris para llegar cuanto antes ya que parecía que aquel chico no iba a aguantar mucho más. Y así fue. Un par de rápidas envestidas más y terminó. Se desplomó sobre mí respirando entrecortadamente.

No hace falta decir que no fue nada caballeroso. Se levantó dejándome aún tumbada en la arena y él comenzó a vestirse. Se retiró el condón y dejó caer algo en su interior antes de hacerle un nudo. Yo mientras me fui levantando como pude. Mi mareo fue a más y casi no podía tenerme en pie, por lo que volver al hotel fue toda una odisea. Por suerte, Joel se encargó de cargar conmigo gran parte del camino por la playa.

Entramos en el hotel. El recepcionista se alarmó al verme de la manera en que iba, despeinada, todo el maquillaje corrido, la ropa llena de arena, húmeda de orina y vómito y terriblemente borracha. Joel que conocía al recepcionista, ya que trabajaban ambos en el hotel, le tranquilizó y explicó que se me fue la fiesta de las manos. Dijo que se ocuparía de llevarme a la habitación, ya que sabía que era clienta de ese hotel y le había enseñado el número de habitación en las llaves (lo cual era mentira, lo había descubierto él mismo investigando mis cosas, al abrirme el bolso). Entramos en el ascensor y ahí es donde perdí el sentido.

No recuerdo ya nada más de aquella noche. No recuerdo nada salvo el despertar con la habitación iluminada con la luz del mediodía y Juan que me observaba con la mirada severa y los brazos cruzados sobre el pecho. La luz me molestaba y me dolía terriblemente la cabeza. El amargor de mi boca me recordaba los vómitos de aquella noche. Aunque prueba mucho más visible de aquello era la blusa manchada que aún llevaba puesta. La falda aun ligeramente húmeda después de orinarme encima estaba medio subida por lo que Juan podía ver que había perdido mi tanga.

-Te diste una buena fiesta ayer, ¿verdad?

No pude contestar. La cabeza parecía que se me iba partir en dos.

Juan me alargó algo blanquecino y gomoso. Era un preservativo.

-Esto lo he encontrado dentro de tu bolso. ¿Me lo puedes explicar?

Desató el nudo de aquel preservativo, dándole la vuelta. Sobre la ropa de la cama cayeron acuosos goterones de lo que fue una corrida y entre aquellos grumos un aro dorado también cayó. Lo miré y entonces lo comprendí. Rápidamente miré mi mano y vi que no estaba. Lo que se guardaba en aquel condón usado era... mi alianza de boda.