Mi jefe emputece a mi mujer (Parte 10)

Alba y yo nos vamos de vacaciones a la playa y probamos, por primera vez, a ir a una playa nudista.

¡Por fin vacaciones! Sin duda había sido un año de locura. Tanto a nivel laboral, ya que habíamos tenido gran número de ventas lo que se traduce en informes y más trabajo; como a nivel personal. Durante este año habíamos descubierto una parcela de nuestra sexualidad que no conocíamos y nunca pensamos que íbamos a poder desarrollar y disfrutar. Durante éste año, mi mujer había probado, con mi consentimiento y sin él, las pollas de un número importante de hombres, unas trece si no me equivoco en los cálculos. Todo esto hizo que pasáramos momentos inolvidables y extremadamente excitantes, pero también que Alba y yo tuviéramos que pasar algunas dificultades en nuestro matrimonio, ya que lo que empezó como una infidelidad que yo provoqué, en momentos se me escapaba de mi control y Alba dominada por la excitación y sus pasiones llevaba esos cuernos a un punto en ocasiones bastante crítico.

Por suerte todo eso forma parte del pasado. Tras un pequeño escarmiento, del que Alba disfrutaba con asiduidad todo sea dicho, en forma de sometimiento por el jefe de estudios del colegio en el que trabajaba, la relación pareció encauzarse.

Ahora nos encontrábamos en un punto de nuestra relación bastante bueno. Yo disfrutaba viendo como Alba follaba con otros hombres, ella disfrutaba de hombres fuera de su relación, lo que convertía esos encuentros en algo mucho más excitante. Se podía decía que habíamos encontrado un equilibrio ideal.

Ahora habían llegado las vacaciones. Alba había terminado sus clases y hasta septiembre no debía volver a la escuela para reanudar su trabajo y yo tenía un mes de descanso. Pese a la insistencia de gente como Pablo que sabiendo de nuestra situación vacacional y por tanto de tener más tiempo libre, insistía en que podíamos pasar largas tarde con él, Alba y yo decidimos que ese mes lo íbamos a aprovechar íntegramente para estar juntos nosotros dos. Eran vacaciones y también queríamos desconectar de amantes. Eso no quita que durante aquel mes en algún momento pudiéramos tirar de agenda y quedar con Pablo o con Tafari, pero nuestra idea era descansar y poder pasar un tiempo juntos.

Hace unos días estuvimos en casa organizando una escapadita de una semana a la playa. Estuvimos buscando un destino que nos gustase a ambos. Queríamos sol, buenas playas, tranquilidad… Después de pasar toda la tarde rastrando por internet en busca de zonas y cuando ya decidimos dónde ir, comparando hoteles y precios, finalmente encontramos un hotel que no salía mal de precio y que en las reseñas y comentarios lo describían como bastante bueno. Miramos las fotos y nos convenció por lo que pagamos la reserva. ¡Ya teníamos nuestras vacaciones al fin!

Un par de días antes de irnos de vacaciones, Pablo me escribió. Seguía insistiendo para quedar con nosotros o si se podía, con Alba a solas. Durante todo este tiempo le habíamos dado largas y no habíamos vuelto a quedar, pero él, aunque su nivel de insistencia había disminuido, no desistía y de vez en cuando algún mensaje nos mandaba para recordarnos que él seguía ahí, esperando.

“¡Hola Juan! ¿Cómo van esas vacaciones? Supongo que sin acordarte de la oficina” me dijo.

“Así es. No pienso ni quiero pensar en nada que tenga que ver con papeleo y oficinas jeje”.

“Normal. Yo haría lo mismo. A ver si llega pronto el próximo mes y me voy yo por ahí de viaje. ¿Ya tenéis donde ir?” preguntó.

“Sí, nos vamos a la costa. Unos días de relax y playita” respondí al mensaje.

“¡Qué envidia! Oye acuérdate de tu amigo y mándame alguna fotito de Albita tostándose al sol… jeje”.

“Jajajaja. Ya veré…”contesté.

Intentó continuar la conversación sobre Alba y volver a insistir sobre quedar ahora que teníamos tiempo libre, pero al ver que no seguía el hilo de sus mensajes desistió, deseándonos unas buenas vacaciones.

Llegó el día de partir. La noche anterior habíamos preparado las maletas, por lo que solo quedaba cargarlas en el coche y marcharnos hasta nuestro destino costero. Tras cargar el equipaje y desayunar, paramos en un primer momento en una gasolinera para llenar el depósito y así hacer el viaje sin preocuparnos por parar a repostar, solamente pararíamos si nos apetecía estirar las piernas, orinar o tomar algo a mitad de viaje. Alba me sonrió cuando llegamos a la gasolinera. Aquella gasolinera tenía atrás una gran explanada que era usada como aparcamiento de camiones. En aquella gasolinera fue donde Alba ejerció de puta con un par de camioneros rumanos tras enterarse que yo conocía sus infidelidades. Al parar para repostar ella giró la cara para mirarme y me sonrió. Sin duda estaba recordando aquel momento, igual que hacía yo. Mordiéndose el labio inferior miró hacia la explanada en donde había algún camión estacionado, seguramente imaginando y fantaseando con la idea de volver a transformarse en una puta cualquiera y acercarse a aquel camionero para alegrarle la mañana.

La dejé dentro del coche mientras echaba gasolina. Tras volver de pagar, me metí en el coche y me extrañé al ver un trozo de tela enrollado en el espejo retrovisor. Cuando me fijé no era un trozo de tela, era un tanga. Giré la cabeza hacia Alba que reía. Se había subido la falda de su vestido, no tenía ropa interior ninguna ya que la había colgado del espejo y se masturbaba on suavidad. Soltó una carcajada ante mi cara de asombro.

-Es que recordar lo que pasó aquí me ha encendido un poquito… -se justificó.

-¿Te has estado pajeando todo este rato?

-Sí.

-¿Con la gente pasando por aquí?

-Sí –dijo con una sonrisa en los labios.

-¡Joder! –exclamé y no pude contener la sonrisa.

Arranqué y emprendimos el viaje. Me costaba concentrarme en la carretera teniendo a mi mujer en el asiento de al lado, con la falda subida hasta el ombligo, metiéndose los dedos en el coño. Fueron varios los kilómetros que recorrimos hasta que Alba finalmente se corrió. Era extremadamente morboso ver cómo, mientras se masturbaba, Alba pedía que disminuyera la velocidad al pasar junto a un camión o un autobús. Los otros coches no podrían ver qué hacía mi mujer, pero la mayor altura de camiones y autobuses hacía que desde esa perspectiva fuera más fácil observar la escena. Ella pedía que bajara la velocidad, para así facilitar a camioneros y autobuseros, al igual que a los pasajeros, la visión del espectáculo. Ese modo exhibicionista de mi esposa me tenia excitadísimo.

Finalmente, tras dos horas conduciendo paramos un área de servicio. Dejamos el coche en un aparcamiento que había detrás de la cafetería. Aparcamos ahí porque el otro parking, el delantero, estaba más concurrido y nosotros queríamos intimidad. Después de la provocación en el coche de Alba, la excitación que llevaba en el cuerpo había que canalizarla y Alba me había prometido una mamada desde que se corrió en el coche.

Salimos del coche para estirar las piernas. Tras unos besos y caricias mientras nos estirábamos decidimos entrar y sentarnos en los asientos traseros del coche. Habíamos mirado y salvo un par de coches y una caravana dedujimos que no había nadie por los alrededores, por lo que entramos al interior del coche yo ya con mi polla fuera. No había mirones alrededor y me relajé. Alba no perdía el tiempo y comenzó a chuparme la polla. No queríamos perder mucho tiempo allí, ya que queríamos llegar pronto a nuestro destino, por lo que la mamada no comenzó suave y con ternura, sino que desde el primer segundo Alba movía su cabeza y su mano con rapidez, buscando mi orgasmo sin detenerse en carantoñas. Yo me recosté sobre el asiento dejando que ella hiciera todo el trabajo. Únicamente, con una de mis manos, agarraba una de sus tetas por encima del vestido. Cerré los ojos y disfruté.

De repente Alba paró con brusquedad. Yo no me había corrido aún y abrí los ojos.

-¿Qué pasa? –pregunté.

-No, nada –dijo volviendo a bajar la mirada a mi polla y a seguir con su mamada.

Miré a los lados, pero no vi nada. No comprendí su comportamiento, pero rápidamente dejé de pensar al notar que la corrida era inminente. Su lengua acariciaba mi glande el cual estaba ya muy sensible. Un par de lamidas más, junto con un par de sacudidas con su mano y de mi polla brotaron dos chorros de semen que no llegaron a ver la luz del sol, ya que en ningún momento Alba sacó la polla de su boca. Levantó la cabeza cerrando con cuidado la boca para que nada se derramara y se tragó mi leche. Luego me besó. Sabía salada, mezcla de mi polla y mi semen, pero no me importó. Me había corrido y había podido desahogarme desde que salimos de la ciudad.

Me recoloqué la ropa. Salimos del coche y le pregunté si quería ir al baño, ya que yo necesitaba ir.

-No tranquilo, ve tú. Yo me quedo aquí esperándote.

Entré en la cafetería. Me dirigí al baño para orinar y al salir compré unas latas de refresco para continuar el viaje. Alba me esperaba en el interior del coche jugueteando con teléfono móvil.

Volvimos a emprender el viaje. La idea era hacer ya lo que quedaba de recorrido sin parar. Alba bebía de su lata de refresco sin levantar la vista de su teléfono. Desde que habíamos salido del área de servicio no había parado de teclear en él. De repente soltó una carcajada.

-¿De qué te ríes? –pregunté.

-De esto que me acaban de mandar.

Giró el teléfono hacía mí. Miré rápidamente al móvil ya que estaba conduciendo, pero en aquella fugaz mirada que hice a su teléfono observé que era la foto de una polla.

-¿Y eso? –pregunté con asombro.

Volví a mirar rápidamente a la imagen, para fijarme un poco más. Se veía una polla tiesa que estaría en torno a los 16 centímetros, a medio descapullar, con bastante pellejo n torno a su glande.

-¿De quién es esa foto? –volví a insistir.

-Es que tú no te has dado cuenta –respondió. –Cuando te la chupaba en el aparcamiento me di cuenta de que nos estaban mirando.

-¿Por eso pararte de repente?

-Sí. Era un tipo que estaba en su autocaravana.

-Pero si miramos antes y no vimos a nadie.

-Ya. Pues se ve que estaban dentro y no nos dimos cuenta. De hecho, él estaba ahí con su mujer. Aunque solo nos vio él. La cosa es que cuando fuiste al baño él se acercó a mí peguntando si tenía tabaco. En realidad fue la excusa para separarse de su mujer y venir hacia mí. Y mientras me preguntaba me pasó en este papelito su número de teléfono.

Alba me mostró un papelito con dobleces donde aparecía un número de teléfono y la palabra “escríbeme” a continuación.

-Después él se montó en su caravana y se marcharon –es cierto, cuando volví al coche ya no estaba, pero no le había dado la mayor importancia a ese hecho. – Ya se habían ido y nosotros nos íbamos también, por lo que ya no íbamos a coincidir y como me picaba la curiosidad le escribí.

-¿Y te ha contestado mientras conducía? –pregunté.

-Conduce la mujer, ¿o es que en el siglo XXI tiene que ser el hombre el que lleve a la mujer a todos lados? –bromeó.

-Bueno, yo te llevó a ti –continué con la broma.

-La cosa es que hemos estado hablando. Que nos pilló mientras tela chupaba. Que se quedó un poco pillado cuando me di cuenta de que nos estaba mirando, pero que al ver que no me importaba y que te la seguía chupando sin importar que él mirase se puso muy cachondo y que me pasaba su número por si quería hablar.

-Y ahora te enseña su polla, ¿no?

-Eso es. Me la manda por si me gusta –rió. –Es divertido ver lo facilitos que sois los hombres.

-¿Y qué es lo que le has contestado?

-Pues le he dicho que sí, que me gusta mucho y que me gustaría chupársela ahora mismo –volvió a reír. -¿Para qué decirle la verdad y darle un disgusto? Así él se pone contento.

-Así que vas a seguirle el juego, ¿verdad?

Sin contestarme, volvió a subirse la falda y se hizo una foto del coño que no dudó en enviarla a su nuevo amigo virtual.

Así continuamos el resto del viaje. Alba seguía jugando con el hombre de la caravana, mandando alguna foto de vez en cuando y relatándome la conversación que estaban teniendo. En ocasiones entre los dos decidíamos lo que iba a contestarle. Era divertido el juego y no dejaba de ser otra forma de exhibir y emputecer a mi mujer, lo que me generaba un morbo especial. El tipo de la caravana no paraba de relatar lo mucho que le gustaba mi mujer y todas las guarradas que le gustaría poder hacer con ella. Alba por su parte, animaba al hombre a que continuara relatando fantasías y ella le recompensaba diciéndole lo muy cachonda que le ponía su polla y lo mucho que le gustaría tenerla alojada en su culo.

Finalmente llegamos a nuestro hotel. La conversación con el tipo de la caravana había acabado hacía un rato, cuando al parecer se le acabó la imaginación al señor de todas las cosas que le haría y también porque no podría esconderse más en la caravana para fotografiarse el cipote sin levantar las sospechas de su mujer.

Tras estacionar y acudir a recepción a que nos dieran nuestra llave, subimos a nuestra habitación y dejamos allí las maletas. La habitación no estaba mal, era amplía y tenía vistas hacía la playa. Tras descansar un poco decidimos bajar al restaurante para comer algo y luego dar una vuelta por el hotel. Así pudimos ver las zonas comunes, el bar y la piscina con la que contaba el hotel. Decidimos echarnos la siesta tomando un poco el sol y así si nos apetecía y nos sentíamos acalorados podíamos darnos un chapuzón. A esas horas, la piscina estaba prácticamente vacía, mientras que las tumbonas con sombrilla se llenaban con huéspedes que habían tenido la misma idea que nosotros de tomar allí la siesta.

El sol apretaba y Alba y yo estábamos tumbados sobre sendas tumbonas, yo en bañador y ella con un bikini amarillo, bronceándonos. La primera en meterse en el agua tras un rato tostándonos al sol fue mi mujer. Yo me quedé tumbado, observándola, ya que aún no me notaba lo suficientemente caliente como para remojarme. Alba se acercó a la ducha y se remojó antes de meterse en el agua. A través de mis gafas de sol pude ver como dos chicos jóvenes que paseaban por el borde de la piscina la miraban con total descaro, imagino que sin imaginar que su marido andaba por ahí contemplando la escena. De hecho, uno de ellos giró completamente la cabeza una vez la hubieron sobrepasado para mirarle el culo. Ambos continuaron andando, hablando y sonriendo, seguramente hablando de ella. Lo cierto es que aquello me gustaba. A pesar del descaro de los dos jóvenes que estarían en torno a los 25 o 27 años, sabía que Alba podía conseguir ese tipo de miradas. E incluso más. Alba era una mujer espectacular y el cambio en nuestra sexualidad, ampliándose a otras personas más allá de las propias de la pareja, le habían dado una confianza en sí misma que había potenciado su belleza.

Se metió en el agua y después de estar un rato en el agua se quedó apoyada en el bordillo descansando. Estuvo así un par de minutos. Yo no me di cuenta hasta mucho después, pero ella, desde aquella posición en la piscina, tenía prácticamente de frente al socorrista. No me había percatado de que estaba ahí hasta que, por casualidad, seguí la mirada de Alba y me topé con aquel chico. Era un jovencito mulato, muy joven, pero que ganaba físicamente en madurez por su altura y sus músculos. Se podía ver que era un adicto al gimnasio. Al principio no le di mayor importancia, pero viendo que Alba no miraba hacia ningún otro lado seguí observando aquella escena. El socorrista, de ven en cuando echaba una mirada furtiva a Alba. Según pasaba el tiempo, el número de miradas y el tiempo en que se detenía en mi mujer era mayor. Desde donde yo me encontraba no podía ver bien hacía donde miraba exactamente Alba, pero viendo cómo la miraba el socorrista podía entender que sin duda ambos se miraban, comenzando un juego de miradas que termino con una sonrisa del mulato.

En ese momento Alba, nadando acudió hacia donde estaba y salió de la piscina. Se acercó a su tumbona y mientras se escurría el pelo antes de tumbarse en ella me preguntó:

-¿No te metes? El agua está buenísima.

-Sí, ahora lo haré. Dame un par de minutitos más al sol.

Pude ver como los pezones se marcaban claramente en la tela del bikini y como la tela húmeda de la braguita de Éste quedaba pegado a su pubis marcando el bulto que le hacían sus pelos en él.

Se tumbó en sobre la toalla de su tumbona y se puso la gafas de sol. Así no podía observar sus ojos y ver hacía dónde miraba, pero justo enfrente de nosotros, al otro lado de la piscina, se encontraba el socorrista mulato, que con disimulo, imagino que al ver que Alba estaba conmigo, miraba hacía donde nos encontrábamos. Sin dejar de mirar hacia nosotros, pero disimulando como si no fijara su vista en mi mujer, se quitó la camiseta y con un difusor de agua que tenía bajo la silla comenzó a echarse agua en su pecho y sus hombros para refrescarse. Al menos eso es lo que intentaba aparentar, ya que no me cabe la menor duda de que su intención era provocar a Alba, mostrando su cuerpo musculado, cuyos amplios pectorales y su marcados abdominales ahora brillaban a causa del agua. Miré con disimulo a Alba y pude distinguir que en un rostro apareció una leve mueca, a modo de tic, que sin duda fue una pequeña sonrisa de satisfacción como reacción al cuerpo del mulato.

Yo, que ya me había acostumbrado a ver cómo Alba miraba a otros hombres y sabía cuando uno le había gustado, supe que sin duda éste era de su agrado. Me levanté de la tumbona y me metí en el agua, sabiendo que el juego de miradas iba a continuar ahora que yo me alejaba de ella.

Tras pasar un par de horas en la piscina y siendo pronto aún, decidimos que ya que habíamos venido buscando playa y habíamos descansado un poco de nuestro viaje en coche, era hora de ir a ver el mar. Cogimos aquello que íbamos a necesitar, toallas, neceser con crema protectora y demás cosas, y nos dirigimos a la playa. No estaba lejos del hotel, era amplia y el mar estaba en calma salvo por un par de olas que servía para que los niño jugaran a saltarlas. Por suerte no estaba nada masificada, por lo que elegimos una zona tranquila para poder tomar el sol. Alba decidió quitarse la parte superior del bikini. Nunca había hecho topless pero después de todas la cosas por las que habíamos pasado y además que en aquella zona no conocíamos a nadie, ¿qué más daba? Además era tremendamente erótico verla dorándose al sol con sus tetas totalmente libres, recibiendo los rayos de sol. Cuando entramos en el agua, alguna mirada rápida y furtiva de los hombres con los que nos cruzábamos se escapaba hacia las tetas de mi mujer. El ser objeto de deseo hacía que Alba sonriera cuando pillaba a algún tipo mirándola. Le gustaba gustar. Y a mi ser la envidia de muchos de ellos.

Así transcurrió la tarde, entre momentos de sol y de mar. Cerca de las siete y media de la tarde, decidimos pasear por la playa, para conocer un poco el lugar. Metimos todo en una pequeña mochila que llevábamos y comenzamos a andar por la playa. Descubrimos un par de playas que estaban bastante bien, pero la tercera que encontramos nos llamó muchísimo la atención. En medio de las dunas de la playa un cartel anuncia que desde ese punto comenzaba una playa nudista. Alba y yo nos miramos.

-¿Te apetecería probar? –preguntó Alba con una sonrisa pícara.

-Tú quieres, ¿verdad? Por mi vale. ¿Mañana?

-Claro –dijo alegre Alba.

Volvimos desandando en camino y nos dirigimos al hotel para ducharnos y prepararnos para cenar. Tras la cena en el bar tomamos una copa, pero lo cierto que el cansancio acumulado del viaje hizo que prefiriésemos esa noche descansar y coger fuerzas para los siguientes días en la playa.

El día siguiente nos despertamos con los nervios de probar nuestra aventura nudista. Tras el desayuno cogimos todo lo necesario para pasar el día en la playa y nos dirigimos a la playa que descubrimos el día anterior. Tras cruzar el umbral invisible que aquel cartel imponía comenzamos a adentrarnos por las dunas hacia el interior de aquella playa. Poco a poco comenzaron a aparecer de forma dispersa toallas sobre las que reposaban cuerpos desnudos. Alba y yo sonreíamos.

Colocamos las toallas en la arena y comenzamos a desvestirnos. Cuando estábamos solo con el bañador, Alba se quitó la parte de arriba del bikini, dejando sus tetas al aire. Hasta ahí nada, que un hubiéramos hecho. Sonriendo mientras nos mirábamos nos quitamos ambos la única prenda que nos restaba. Estábamos ambos completamente desnudos. Nos tumbamos en la toalla a tomar el sol. Era muy agradable el estar totalmente desnudos en la playa, del mismo modo que bañarnos en el mar de aquella forma. La sensación de libertad que sentíamos era muy placentera. Andábamos entre otras personas que igualmente iban desnudas y nadie juzgaba ni miraba más allá del contacto visual normal. Allí esa era la normalidad, por lo que pudor inicial se desvaneció rápidamente. Eso no significaba que Alba y yo comentáramos entre nosotros los cuerpos que veíamos a nuestro alrededor. Sobre todo Alba, que alababa las pollas que incluso flácidas se mostraban con un tamaño considerable, fantaseándome al oído lo apetecible de debería ser cuando se pusiera tiesa. Ante esos comentarios yo intentaba pensar en otra cosa o le pedía que cambiara de tema, ya que me excitaba escucharla hablar así de las pollas de otros hombres y la mía reaccionaba a aquella excitación. Y aunque allí la normalidad era ver pollas, no era tan normal ver pollas tiesas.

Volvimos a nuestras toallas después de un baño y descubrimos que una pareja se había sentado bastante cerca de nosotros. Al llegar nosotros saludamos y nos sentamos a esperar a que el sol nos secara. La pareja no dejó de mirarnos desde que comenzamos a acercarnos hasta que les saludamos. Era una pareja madura, él en torno a los 55 o 56 años y ella parecía más joven, pero también cercana a esa edad. Él, aunque la edad no pasa en balde, todavía mostraba un cuerpo ancho y fuerte. El pecho y el abdomen repleto de pelo entrecano, del mismo modo que su cabello rizado, también mostrando un número elevado de canas. Ella por su parte era una mujer algo rellenita, con el pelo teñido de rubio para ocultar las incipientes canas. El coño lo mantenía depilado salvo un pequeño rectangulito por encima de la raja, que mostraba que las canas aún no habían llegado a su coño. Lo más llamativo de ella eran sus tetas, muy grandes que colgaban acabando en dos grandes pezones morenos. Ambos fumaban mientras tomaban en sol.

Mientras nos secábamos Alba me hizo un gento con las cejas, elevándolas y desviando su mirada hacia el hombre. Miré disimuladamente y entendí qué quería decirme. Antes no había reparado en ello cuando nos acercábamos a nuestras toallas, pero ahora miré su entrepierna. La polla de aquel hombre, aunque flácida, mostraba un grosor considerable, pero sobre todo una gran cabeza. Aquel rabo se ensanchaba desde la base a la punta. Comprendí que en ese juego de Alba de seleccionar las pollas que le gustaban la de aquel señor había sido elegida. La miré y sonreí cómplice.

Llevábamos un rato tomando el sol cuando de repente, la mujer rubia se dirigió a nosotros.

-Perdonad, ¿Tenéis hora?

-Sí –respondió Alba mientras comenzaba a rebuscar en la mochila que habíamos traído. –Las dos en punto.

-Muchas gracias. Es que no habíamos traído reloj y dentro de un ratito habrá que ir a preparar la comida. ¿Vosotros sois de aquí?

-No –respondió mi mujer. –Estamos de vacaciones, llegamos ayer.

-¿De dónde sois? –preguntó el marido de la mujer rubia.

-De la capital –respondí yo.

-¿En serio? –preguntó la rubia sonriendo – ¡Qué casualidad! Nosotros también. Lo que pasa es que tenemos un pequeño pisito aquí y todos los veranos venimos aquí.

-Nosotros es la primera vez que venimos. Pero lo poquito que hemos visto del sitio nos está gustando.

-Claro. Aquí se está en la gloria. Se come bien, buen clima, buenas playas… Además no están llenas de gente por lo que se puede estar tranquilamente… A nosotros nos encanta. Por eso en cuanto pudimos nos hicimos con un apartamento para poder venir aquí siempre que quisiéramos.

-Por cierto, no nos hemos presentado. Yo soy Maribel y mi marido Fernando.

-Encantado –dije estrechando la mano hombre –Yo Juan y ella Alba –comenté mientras daba dos besos a Maribel y Alba hacía lo propio con Fernando.

-¿Soléis ir a playas nudistas? A nosotros nos encanta y siempre que podemos buscamos una. Aunque obviamente nuestra preferida es esta que está al lado de casa –dijo riendo Maribel.

-Pues la verdad que no –comentó Alba. –Nunca se había dado la ocasión y ayer paseando la descubrimos y nos dijimos de probar.

-Lo cierto es que esto del nudismo está muy bien –comenté divertido.

Todos reímos. Poco a poco la conversación se fue animando. Comenzamos a coger confianza con la otra pareja y la charla fue pasando de un tema a otro de una manera muy fluida. Hablamos de la coincidencia de vivir en la misma ciudad, que tras indagar un poquito al final resultó que no vivíamos tan lejos los unos de los otros, solo a escasas cuatro paradas de metro, que dentro de una ciudad como la nuestra era bastante cerca.

Pasadas las dos y media, Maribel se despidió de nosotros para ir a casa a preparar la comida y salió del agua, ya que antes las dos parejas nos habíamos metido en el mar para refrescarnos mientras continuábamos hablando. Fernando se quedó un ratito más pero cuando volvimos a las toallas el recogió sus bártulos.

-Bueno ha sido un auténtico placer conoceros chicos –dijo mientras besaba a Alba.

-Lo mismo digo –respondí.

-Bueno sabiendo que andáis por aquí, a ver si fuera posible vernos en otra ocasión.

-¡Claro! Nosotros hoy vamos aprovechar la playa y estaremos aquí todo el día, así que si repetís ya sabéis dónde estamos.

-Vale, lo tendré en cuenta –dijo Fernando guiñándonos un ojo. –A ver si es verdad y nos vemos.

Tras despedirse y marcharse y ya solos de nuevo, Alba y yo comentamos lo agradables que habían sido y la casualidad de encontrar gente que podíamos decir que eran casi vecinos a tantos kilómetros de distancia de casa. Sacamos de la mochila la comida que habíamos llevado para hacer nuestro picnic playero. Comimos, bebimos y de nuevo, vuelta a tomar el sol y más tarde un nuevo baño.

Por la tarde, Alba sacó su libro y comenzó a leer. Yo también había traído uno y tras un par de páginas, mi cuerpo ya mostraba signos de estar recalentado por el sol, por lo que decidí meterme en el agua.

-Voy al agua, ¿vienes? –pregunté.

-No, tranquilo ve tú. Yo a ver si acabo este capítulo.

Me levanté y dejé en la toalla a Alba. Yo me dirigí al mar. El agua estaba estupenda de temperatura y comencé a nadar. Tras unos minutos de natación en el mar, pensé en dar un pequeño paseo por la playa. Es verdad que era una playa tranquila, donde apenas acudía gente, lo que te daba cierta intimidad y sobre todo tranquilidad, pero por la tarde, la afluencia de gente había aumentado y se notaba. Muchas más personas se calentaban al sol en sus toallas o paseaban por la arena. Yo me deleité mirando cuerpos. Había de todos los tipos, pero el número de jovencitas desnudas que se ponían morenas había aumentado respecto a la mañana. Con Alba no hubiera tenido problemas por mirar, pero lo cierto es que sin ella me veía más libre para mirar aquellas tetas y esos coños depilados. Comenzaba a notar cómo mi polla quería crecer y estando también desnudo no quería llamar la atención, por lo que intentaba apartar mi mente de aquellos cuerpos. Ya llevaba un tiempo alejado de donde habíamos dejado las toallas, por lo que decidí que era mejor volver con Alba.

Tras unos minutos andando por la playa, finalmente localicé el lugar en donde nos habíamos colocado. Me costó reconocerlo, ya que esperaba ver a una mujer sola, tomando el sol o leyendo, pero me encontré que había alguien más con ella y eso me hizo pensar que no era mi toalla, pero sí lo era. Era Alba que estaba con alguien más, ambos de espaldas. Mi corazón dio un vuelco. ¿Con quién estaba mi mujer?

Me acerqué hasta nuestras toallas viendo como un hombre acariciaba con suavidad el cuerpo de Alba. Seguí avanzando y cuando estaba ya prácticamente a su altura, el tipo del pelo rizado se giró y me miró.

-¡Hola Juan!

Era Fernando quien estaba con ella.

-¡Ya era hora! ¡Has tardado un montón! Fernando ha venido y como no estabas me estaba echado crema –dijo Alba.

-Lo sé, es que me puse a andar y no me di cuenta todo lo que me había alejado… ¿No ha venido Maribel?

-No, ella no ha podido. Tenía cosas hoy que hacer en el pueblo, compras y cosas así y había quedado con unas de aquí para tomar café. Yo estaba solo en casa y me aburría.

Comenzamos a hablar un poco de todo de nuevo. Fernando se encontraba recostado a la derecha de Alba y yo me encontraba a su izquierda. Fernando se encendió un cigarro y nos ofreció. Alba aceptó el cigarrillo y Fernando muy caballeroso le dio fuego.

-¿Lleváis mucho tiempo juntos?

-Sí, varios años ya entre novios y casados –comentó Alba.

-Yo con mi Maribel llevo entre unas cosas y otras casi treinta años.

-Vaya, mucho tiempo. Pero eso es genial.

-Sí que lo es. Aunque es complicado no creas. Tanto tiempo juntos y comienza a parecer la rutina. Y hay que saber cómo combatirla.

-¿Y qué hacéis para combatirla? –se interesó Alba.

-Pues una de las cosas que hacemos es justo esto, venir a playas como esta. Quieras o no, al principio fue algo como morboso para nosotros, estar desnudos delante de más gente. Luego se fue normalizando y al final disfrutábamos viendo los cuerpos de los otros bañistas. Ha sido una forma como otra cualquiera de buscar algo que nos mantenga la chispa.

-Pues me parece muy buena idea –dijo Alba. –Nosotros, por ejemplo, somos una pareja de mente abierta y follamos con otra gente.

Alba lo soltó así, sin más. Yo no esperaba que dijera eso y menos a Fernando que acabábamos de conocer aquella mañana. Me quedé con los ojos abiertos por la revelación tan sincera de mi mujer. Fernando también se asombró de la naturalidad con que Alba lo había confesado, pero pronto una sonrisa apareció en sus labios.

-Bueno no está mal –dijo. –Es una forma como otra cualquiera de mantener la llama en la relación.

Aunque la conversación después de aquella revelación había cambiado a otros derroteros. Me quedé muy atento al comportamiento de Fernando ya que tras la confesión de mi mujer, él se recolocó en su toalla y daba la impresión que había ganado centímetros acercándose a Alba.

Seguimos hablando de restaurantes y sitios para salir por el pueblo mientras ambos apuraban sus cigarrillos. Una vez terminados y apagados, Fernando volvió a colocarse en su toalla, ya descaradamente cerca de Alba, la cual parecía no importarle. De hecho, en ese momento, él estaba más pegado a mi mujer que yo. No dije nada, como si no me hubiese dado cuenta de aquello, pero podía ver como la mano de Fernando se encontraba pegada a la de Alba. Sin perder de vista aquel detalle, vi como el dedo meñique de Fernando se separó del resto de la mano y buscó y tocó los dedos de Alba. Alba no mostró ningún gesto de que aquello le impostara, por lo que él dejó el dedo apoyado sobre su mano. Pasado unos segundos de evaluación y viendo que Alba no se retiraba comenzó a mover aquel dedo lentamente, acariciando el dorso de la mano de mi mujer. Ella me miraba a mí y vi como el labio se torcía en una media sonrisa. Yo no dije nada. Me limité a mirar. A mirar como ella, ya con descaro, entrelazaba sus dedos con los de él, dándole la mano.

Alba se recostó en la toalla. Fernando me miró mientras seguía dándole la mano a mi esposa. Al ver que no decía nada ni protestaba, comenzó a acariciar con la otra mano la pierna de mi mujer, subiendo desde la rodilla hasta cerca de la cadera. Yo simplemente miraba la escena. Alba alargó su mano para coger la mía y tiró luego de ella hacia sí misma, acercándome a su cara para besarme. Mientras nos besábamos, Fernando ya había buscado con sus dedos la raja de mi mujer y la acariciaba con ternura buscando su clítoris. Ella había solado ya su mano y a tientas, ya que continuaba con los ojos cerrados mientras seguía besándome, buscó la polla de Fernando, la cual ya había comenzado a crecer.

-Creo que estamos montando el espectáculo –dijo Fernando. –Creo que es mejor que nos vayamos a un sitio más tranquilo.

Recogimos las cosas con rapidez, ya que es cierto que algunas personas estaban mirando lo qué estábamos haciendo y seguimos a Fernando, que se tapaba la polla que había comenzado a ponerse tiesa con una camiseta. Él nos condujo hacia el interior de las dunas, a una zona apartada, donde un montículo de tierra generaba un buen escondite para no ser vistos por los bañistas de la playa. Extendimos las toallas en la arena y Alba se recostó en ella. Fernando ahora mostraba sin pudor su rabo totalmente tieso. Esa una polla larga, gorda y sobre todo cabezona. Sin duda Alba cuando la vio esta mañana, aunque de forma flácida, no se equivocaba al pensar que sería una muy buena polla. Posiblemente desde que la vio fantaseó con ese momento y el trascurrir de los acontecimientos hizo que ella viera claro que el probar aquella polla podía hacerse realidad, de ahí que dijera sin ningún tapujo que en nuestra relación de pareja dejábamos entrar a terceros, con intención de espolear a Fernando a que intentara un acercamiento que ella no iba a impedir. Y ahí estábamos. Ella tumbada bocarriba sobre la toalla y aquel madurito con aquel miembro gordo de rodillas junto a su cara.

Alba agarró la polla de aquel hombre y comenzó a masajearla muy suavemente, haciendo que el prepucio cubriera la mitad del glande y acto seguido se descubriera. Pasó la mano a los huevos. Dos inmensos huevos colgones y pesados. Mientras, Fernando acariciaba el coño de mi mujer y con la otra mano acariciaba una de sus tetas y pellizcaba su pezón. Yo había decidido adquirir un rol pasivo, de simple espectador. Me apetecía ver como Alba jugaba con aquel pollón.

Fernando se agachó desde la posición que tenía para comerle el coño a Alba. Apartó los pelos de su coño para ver bien su raja y hundió allí la cabeza. Alba se acariciaba los pechos y mientras continuaba acariciando aquella polla que no conseguía rodear completamente con sus dedos. Tal y como estaba Fernando agachado sobre ella, mientras seguía masturbándole, daba la impresión de que más que masturbarle, le ordeñara. Y al final sabíamos que ese iba a ser el resultado. Todo acabaría con la leche de Fernando.

Tras un rato lamiendo la raja de Alba, Fernando se incorporó y acercó su miembro a la cara de mi esposa. Alba miraba a los ojos a este y le sonreía mientras seguía pajeándole contemplando como su prepucio de deslizaba de arriba abajo por su ancho glande. Alba se incorporó un poco, apoyándose de costado y sacó su lengua para dar un lametón por la zona del frenillo a la polla de Fernando mientras le sonreía. Éste respondió a esa primera lamida devolviéndole la sonrisa a mi mujer y acariciándole con ternura el pelo. Alba abrió la boca y engulló todo lo que pudo de ese gran trozo de carne. El grosos de aquella polla hacía que a Alba le costara un poco mamársela, pero poco a poco la fue acomodando en su boca, aunque no podía chuparla con mucha velocidad ya que le era difícil manejarse con aquel rabo. Yo me mantenía de pie viendo aquella escena con la polla totalmente tiesa.

Fernando tras uno minutos disfrutando de la mamada que le estaba regalando mi esposa, volvió a inclinarse para pajear a Alba. Ya no eran caricias en su raja, ahora había decidido meter  dos dedos dentro de su coño y lo pajeaba con fuerza y velocidad. Los primeros gemidos de Alba comenzaron a escaparse de su boca con aquella paja. Volvieron a recolocarse para adquirir una posición más cómoda para ambos. Fernando pasó una de sus piernas por encima de la cabeza de Alba, de tal modo que él se quedaba a cuatro patas encima de ella, mientras Alba continuaba recostada bocarriba con la polla de Fernando justo encima de su cara para continuar chupando. Ahora en esta posición Fernando podía continuar con su paja y acompañarla de algún que otro lametón al coño en un excitante 69.

Yo también cambié de posición y fui girando en torno a ellos para poder verlos desde todos los ángulos. Primero me coloqué a los pies de Alba así veía como Fernando pajeaba y le comía el coño. Pero cada vez que Fernando agachaba su cabeza sobre el coño de mi mujer, sus rizos entrecanos me ocultaban la visión, por lo que duré poco en esa posición para dirigirme al lado contrario, hacia la cabeza de Alba. Aquí la visión era sumamente excitante. Veía a Alba bocarriba, con aquella polla dentro de su boca y mientras la chupaba y jugueteaba con su lengua, mi mujer la pajeaba a dos manos, como si realmente estuviera ordeñando aquella polla. Los huevos gordos caían pesadamente apoyándose sobre los dedos de Alba. Por encima estaba el culo de Fernando, con algo de vello que se extendía desde el ano hacia parte de las nalgas. No pude evitarlo y comencé a masturbarme con rapidez, colocado de cuclillas  cerca de ellos. Alba seguía chupando y masturbando pero con una mano comenzó a jugar con los huevos de Fernando, para acabar subiendo y finalmente terminar acariciando con un dedo en ano de su nuevo amante, describiendo círculos con la yema del dedo sobre el orificio de éste.

Yo estaba totalmente hipnotizado con la escena. No podía dejar de mirar a Alba atragantarse con aquel trozo de carne mientras masajeaba y acariciaba el ano de Fernando. Tras un tiempo disfrutando así, Fernando se incorporó, se giró y se colocó de rodillas entre las piernas de Alba. Se reclinó sobre ella y se fundieron en un intenso beso. Mientras, él agarró la base de su pene y a tientas buscó la entrada del coño de mi mujer. Tras un par de intentos, Alba le guió hasta la entrada agarrándole suavemente del glande. Cuando Fernando notó que los labios comenzaban a abrirse recibiéndole, apretando las nalgas empujó y coló gran parte de su polla en el interior de Alba.

En aquel momento, cuando se produjo la penetración que fue acompañada de un suspiro de mi mujer, me incorporé ya que continuaba de cuclillas para buscar una nueva posición para ver aquella follada. Al levantarme me sorprendí al ver que cerca de donde estábamos, a un par de metros dos hombres, uno joven completamente desnudo y con una mochila y un tipo gordo solo ataviado con una gorra, unas gafas de sol y una toalla sobre los hombros nos observaban mientras se pajeaban. Pronto apareció un tercero, un hombre de unos 50 años, con barba canosa que solo llevaba una camiseta, también se paró curioso a ver lo que hacíamos. Reconozco que no sabía lo que hacer. Nos habían pillado follando, no sé desde cuando estarían mirando. Al verme allí plantado mirando la escena y pajeándome alrededor de la pareja debieron pensar que yo también era un mirón al que me permitían estar allí, por lo que poco a poco y en silencio se fueron acercando. Ya estaban a nuestra altura cuando Alba se fijó que estábamos rodeados de pajeros que disfrutaban con la visión de su polvo. A Fernando no pareció importarle la presencia de aquellos hombres. Alba simplemente me miró en silencio y al ver mi pasividad ante la presencia de aquellos visitantes, cambió la mirada para centrarse en Fernando y volver a unirse en un beso mientras le agarraba de las nalgas para atraerle más a sí misma en cada penetración haciéndola más profunda.

De los cuatro mirones pajeros que rodeábamos a la pareja, el gordo de la gorra y la toalla al cuello se envalentonó y se acercó de rodillas a la pareja. Casi con timidez alargó la mano y acarició la pierna de Alba. Ella no protestó, por lo que dio carta blanca al gordo para continuar acariciándola. Fernando se incorporó quedándose de rodillas, mientras agarraba de las caderas a Alba, así dejaba todo el torso de mi mujer a merced de aquellos mirones. El gordo no lo pensó más y mientras seguía pajeándose comenzó a acariciar las tetas a Alba y a pellizcar los pezones de esta. El joven de la mochila, que ya se la había quitado dejándola apartada en un lado, se unió al gordo en el masaje de tetas. Solo el cincuentón de la barba decidió no participar, sentándose sobre una roca mientras se masturbaba viendo todo aquello. De pronto un nuevo espectador completamente desnudo apareció en escena. Rápidamente se acercó a donde estaban follando a mi mujer y comenzó igualmente a pajearse. Este me llamó la atención a parte de por su completamente depilado cuerpo, por la anilla metálica que rodeaba su polla. Evidentemente esto no era casual, nadie que va así por la playa se encuentra accidentalmente con una pareja follando. Este sabía lo que iba buscando. Sin duda Fernando conocía esa zona y sabía a dónde nos había llevado. Aquella zona a donde nos había conducido era una zona dogging.

Alba gemía con las envestidas de Fernando, el cual había iniciado una serie de embestidas cada vez más fuertes y rápidas. Los otros hombres seguían jugando con sus pechos y se turnaban entre los dos jóvenes, el de la mochila y la anilla alrededor de la polla, para tocar sus tetas, mientras que el gordo con egoísmo no soltaba la suya. Alba extendió un brazo y acarició la polla del joven de la mochila. Este se colocó más cerca de ella y arrimó su miembro a Alba, que no dudó en meterse a la boca. Con la otra mano y a tientas agarró la pequeña polla del gordo, el cual agarrándola de la muñeca a Alba, controlaba la velocidad de la paja.

Yo seguí pajeándome viendo aquello. Sin quererlo me había convertido en otro mirón más de la escena. Es más, nadie de los que se habían apuntado a la fiesta pensarían que yo era en realidad el marido de aquella chica que se estaban follando, pensarían que era otro bañista más que había dado con aquel excitante espectáculo.

Las penetraciones frenéticas de Fernando solo anunciaban una cosa: su inminente corrida. Y efectivamente así fue. Rápidamente sacó su polla del coño de Alba al tiempo que un chorro de leche salió disparado cayendo sobre su tripa. El resto de chorros los dirigió sobre su coño, corriéndose entre espasmos sobre los labios hinchados por la follada de mi mujer y acabando limpiándose sobre el pubis de ella, frotando su polla contra sus pelos.

Ante esa imagen me noté explotar, ya llevaba mucho tiempo masturbándome y aquella imagen de la corrida de Fernando había hecho que llegara a mi límite. Me dirigí hacía donde Alba tenía la cabeza, colocándome detrás de ella y con dos sacudidas me corrí sobre su cara. El primer y más potente chorro cruzó toda su cara, chocando contra su nariz y mejilla. Los siguientes, ya con menos potencia fueron dirigidos contra su frente, creando un charquito de semen que se derramo hacia uno de sus ojos obligándola a mantenerlo cerrado. Ante lo cual, el gordo, sin ningún tipo de reparos, limpió con su dedo la leche del ojo de mi mujer para que esta pudiera abrirlo. Eso sí, ese dedo manchado se dirigió hacia la boca de Alba, que chupó de una manera muy sensual el rechoncho dedo untado en semen, dejándolo limpio y libre de mi semen.

Me retiré del grupo y me acerqué a donde estaba Fernando, sentándome a su lado. Se había encendido un cigarrillo y seguí observando la escena. Su polla ya comenzaba a desinflarse, pero mantenía aún un importante grosor. Su glande estaba parcialmente tapado por su prepucio, una visión que sabía yo que a Alba tanto excitaba. En cuento me senté a su lado, el cincuentón con barba y camiseta se levantó de donde estaba y se acercó al grupo. Los demás le hicieron hueco y él de cuclillas se corrió sobre las tetas de mi esposa. Alba continuaba chupando las pollas de aquellos tipos, pasando de la pequeña polla del gordo a la de los otros dos jóvenes que se turnaban, ya que el gordo no permitía que nadie le moviera de su sitio y perdiera la oportunidad de tocar a Alba. Solo cedió su sitio cuando él se desplazó hacia las piernas de Alba y colocándose entre ellas comenzó a jugar con su coño, masajeando su clítoris y metiendo sus dedos en él. De esta forma, permitió a los dos chavales que se colocaran cada uno en un lado, permitiendo a Alba pasar de una polla a la otra.

El siguiente en correrse fue el joven de la mochila, que dirigió su corrida hacia sus tetas. Los hilos de semen de cada una de las corridas, se entrecruzaban sobre sus tetas creando una telaraña de leche sobre Alba. Este una vez acabado, recogió su mochila y junto al cincuentón se perdieron entre las dunas.

El gordo torpemente salió de entre las piernas de Alba y se colocó al lado de su cabeza. Alba comprendió que iba a terminar ya, por lo que abrió la boca y sacó la lengua. En gordo apoyó su polla en ella, masturbándose con fruición. Con un gruñido se corrió sobre la lengua de Alba. Los chorros se deslizaron por su lengua cayendo por su barbilla hasta su hombro. El gordo resoplaba tras el orgasmo y se retiró la gorra para secarse el sudor de la calva. Antes de incorporarse y marcharse pasó la mano por los pechos de Alba esparciendo toda la leche por su cuerpo. El torso de mi mujer brillaba a consecuencia del sudor y el semen, con algún grumito desperdigado por sus tetas. Luego hizo lo mismo con su cara, repartiendo la leche por toda ella. Para finalizar, colocó la palma de su mano con los restos del semen frente a su boca. Alba sacó su lengua y dio un lametazo a aquella mano llena de lefa. Satisfecho, el gordo palmeó el muslo de Alba en un gesto de aprobación y sonriendo se levantó y se marchó.

Ya solo quedaba un único participante, el joven de la polla anillada. Fue el último en unirse a la fiesta, además de que aquella anilla que rodeaba la base de su polla y sus huevos, no solo tenía la función de mantener la polla congestionada y bien dura, sino que también retrasaba el momento del orgasmo, por lo que era el último en correrse y terminar. Más allá del efecto de la anilla, aquel joven tenía una buena polla. Nada exagerada, pero bastante digna, algo que debía de ser del gusto de Alba ya que en cuanto aquel gordo se marchó, agarró con ansias la polla de aquel chaval y le otorgó una verdadera mamada de película porno. El chico suspiraba con cada lamida de mi mujer. La pajeaba a la vez que la chupaba y cuando no mantenía los ojos cerrados miraba fijamente a los ojos del chico. Creo que fue la suma de todo, el chico que era bastante atractivo en relación a los espontáneos que habían aparecido, la buena polla que tenía y el morbo que daba vérsela anillada; lo que hizo que Alba disfrutara realmente de aquella mamada. Cuando el chico agarró su polla en señal de que iba a correrse Alba esperaba impaciente con la boca abierta y la lengua fuera. Y a diferencia de cómo había hecho con el gordo, cuando el joven se corrió en ella, Alba intentó que no se le escapara ni derramara ninguna gota de aquella corrida, manteniendo la leche dentro de su boca, sobre su lengua. No dejó ni un momento de mirar a los ojos a aquel chaval. Cerró la boca y al volver a abrirla la lefa había desaparecido, se la tragó. Alba sonreía al chico risueña.

Tras despedirse el chico, finalmente nos quedamos solos los tres. Comenzaba a bajar el sol, por lo que con nuestra toalla limpiamos como pudimos el cuerpo de Alba y volvimos a la zona de playa para darnos un baño para quitarnos el sudor y en el caso de Alba los restos de fluidos de los seis hombres que habían acabado sobre ella.

Mientras nos bañábamos, me acordé de Maribel, la mujer de Fernando la cual estaba con unas amigas ajena a que su marido acababa de follarse a la chica que habían conocido aquella misma mañana.

-¿Qué vas a contarle a tu mujer? Habrá que mantenerlo en secreto si volvemos a vernos –dije.

-Cómo se entere de esto me mata.

-Bueno, no te preocupes, nosotros no diremos nada. Como si no hubiese pasado. No queremos afectar a vuestro matrimonio –comentó Alba.

Fernando soltó una carcajada.

-No te preocupes. Maribel me mata si se entera, pero por no haberla esperado para hacer todo esto –respondió entre risas.