Mi jefe

Consigo un trabajo y acabo convirtiéndome en la secretaria de mi jefe.

Buenas, si les gusta me escriben. Besos!

Vanessa_39@hotmail.com

Tenía 26 años cuando logré el empleo. Era mi primer empleo formal, con un buen sueldo, cierta responsabilidad y trabajo continuado. Había entrado como aprendiz de ventas en una importante empresa multinacional de componentes electrónicos. En la entrevista previa, ya me informaron que, tras unos cursos que debía tomar en la misma oficina, acudiría durante algún tiempo como secretario de un jefe de departamento a ayudarle en lo que fuera posible y, sobretodo, aprender el oficio plenamente.

Tras un mes en el cual me formé en el curso, el director me llamó a su despacho:

  • Te presento a Nacho, nuestro jefe de exportación. A partir de ahora, serás su secretario y ayudante. La semana que viene viajareis a Alemania para asistir a la Feria de Frankfurt. Con él aprenderás mucho.

Nacho es de esa clase de hombres que te intimida por su presencia. Recién llegado a los 40 años, desbordaba confianza en cada movimiento que hacía. Alto, bien formado, seguro que muchas de las chicas de la empresa lo catalogaban como un pedazo de hombre: guapo, elegante. Yo soy más bien delgadito. Nunca he desarrollado músculo y siempre me he sentido cohibidos ante hombres así. Me veo tan lejos de ellos, de esa masculinidad desbordante, que me hace sentir inferior a ellos. Nacho me saludó y quedamos para vernos la semana que viene en el aeropuerto para ir camino a Frankfurt.

El lunes siguiente por la mañana, me encontré con él y juntos tomamos el avión. Es un hombre de trato muy agradable, de los que no cuesta nada dejarse seducir. Mantuvimos una charla movida durante todo el trayecto. A menudo, me hacía reír con sus gracias. Cuando pasaba la azafata, él se dejaba querer. La llenaba de cumplidos y la azafata esbozaba una sonrisa entre picarona e indefensa ante el poder de atracción que le llegaba de ese hombre. Al llegar a Frankfurt, fuimos directamente a la feria, pues teníamos algunas reuniones de trabajo. Al final, cenamos allí mismo alguna cosa rápida y llegamos al hotel sobre las 10 de la noche. La sorpresa fue cuando la habitación doble que la empresa nos había conseguido disponía únicamente de una cama de matrimonio. Obviamente, la cama era lo suficientemente grande para dormir los dos cómodamente. Nacho se contrarió. Bajó a recepción pero no había ninguna otra habitación disponible debido a la feria.

  • Bien, supongo que vamos a tener que dormir juntos. Espero que no te importe –me dijo Nacho.

  • Está bien, no pasa nada –contesté.

Nacho se duchó rápidamente mientras yo desempaquetaba mis cosas.

  • Te espero abajo para tomar algo. No tardes –me dijo, y bajó al bar de la recepción.

Yo bajé poco después, me sentía fresco y limpio, después de un día duro de trabajo.

Al llegar, el chico encargado nos ofreció una bebida. Era un chico muy mono, afeminado, con una voz muy dulce y rasgos delicados. Nos preguntó en inglés qué queríamos. Nacho se pidió un cubata y yo un refresco. Me quedé observando al camarero como se iba a la barra, la bandeja apoyada contra su pecho y moviendo sus nalgas de forma graciosa.

  • Vaya princesita, eh? Te gusta?

  • Cómo? –le dije

  • Que si te gusta el camarero. Te has quedado mirándolo...

  • No, sólo me hizo gracia.

  • Ya.

Aquella noche tomamos algo y fuimos pronto de vuelta a la habitación, pues ambos estábamos cansados. Yo me puse una camiseta de tirantes y unos pantalones cortos. Era otoño y hacía bastante buen tiempo. Cuando me metí en la cama, vi a Nacho que se había quedado en ropa interior, un bóxer ajustado que mostraba cada centímetro de su cuerpo. Fuera del bóxer, Nacho parecía un atleta. Marcaba unos pectorales y abdominales dignos de un atleta.

Es la primera vez que duermes con un hombre?

Pues sí – respondí, y sin saber por qué, rápidamente me tapé con la sábana y me puso de lado.

Aquella noche dormí profundamente. Al día siguiente, era la inauguración de la feria. Otra vez, tuvimos un largo día de trabajo en la que Nacho me presentó a varios clientes y representantes. Uno de ellos, un español de origen que vivía ahora en Alemania, insistió en invitarnos a cenar. A pesar del largo día y el esfuerzo de nuevo realizado, Nacho aceptó la invitación. Yo hubiera preferido ir a descansar pero acudí con ellos. Al restaurante nos esperaba Luís, el representante, con su mujer Claudia, una alemana de treinta y pocos años que hablaba muy bien castellano. Claudia era una mujer muy bella y elegante. Al presentarnos, ella me preguntó:

Tú eres su secretaria?

El comentario nos hizo reír a todos. A pesar de su dominio de nuestra lengua, todavía fallaba en la concordancia de géneros. La noche transcurrió apaciblemente. Claudia decidió hablar más conmigo, mientras Luis y Nacho se encaminaban a temas de trabajo. Al acabar, nos acompañaron al hotel. Yo procedí de nuevo a ponerme mi ropa de cama.

Qué te ha parecido Claudia? –me preguntó Nacho.

Muy simpática.

Parecía que fuerais las dos mujeres hablando de sus cosas, mientras sus hombres hablan de negocios.

Aquel comentario me dejó un poco fuera de juego. Qué quiso decir? Mientras pensaba esto, Nacho volvió a quedar desnudo sólo en ropa interior. Y fue entonces cuando comprobé que el vino de la cena empezaba a hacer su efecto, tanto a mí como a él. Él se metió en la cama y metió un brazo por debajo de la sábana hasta tocar mi cintura.

Estás incómodo?

No.

No sé cómo pudo salir aquella frase de mi boca. Nacho rodeó mi cintura con su brazo.

He notado cómo eres. Ayer, cuando mirabas al camarero pensé que te gustaba, pero no. Creo que te sentías identificado.

Yo permanecía inmóvil sin saber qué hacer o qué decir. Simplemente notaba que la cabeza me empezaba a dar vuelta, lo mismo que su brazo hacía en mi cuerpo.

Hoy te he visto con Claudia, parecíais dos mujeres. Creo que eres un chico... especial.

No sé qué me pasaba, pero su mano meneándose por mi pecho y abdomen, su timbre de voz cada vez más cerca de mi oreja y su aliento, que ya notaba en mi cuello, me hacían sentir un escalofrío y una sensación que había soñado pero no había sentido nunca en realidad.

Tienes una piel muy fina y suave. Como la de una chica...

Entonces metió su otro brazo por debajo de mi cuerpo para amarrarme con los dos. Noté como sus labios se posaban en mi espalda y reseguían mi piel provocándome un escalofrío y, a la vez, una increíble sensación de placer. La piel se me puso de gallina de repente.

No te gustaría ser mi chica?

Y entonces me empezó a besar el cuello, la mejilla, el hombro... Yo seguía inmóvil. El me abrazó muy fuerte y quedamos unidos en una amorosa postura hasta que quedamos dormidos.

Me desperté en la misma postura. Había dormido tremendamente bien y sin dar ninguna vuelta.

Nos esperaba otro día de trabajo. Pero esta vez era diferente. Me sorprendí a mí mismo varias veces mirando a Nacho cuando trataba con clientes, en una mezcla entre admiración y orgullo de tenerlo como jefe, una sensación difícil de describir porque nunca la había sentido antes. Esa noche tomamos un taxi para volver al hotel. En el trayecto yo apoyé mi cabeza en el respaldo, muerto como estaba. Él me rodeó con el brazo y me hizo apoyar contra su pecho mientras con la mano acariciaba mi mejilla. Subiendo a la habitación me agarró por la cintura. Y nada más entrar en ella, me volteó y agarrándome suavemente de las mejillas, me dio un dulce beso en la boca. Yo seguí inmóvil, sintiendo, aprendiendo... Pasé mis brazos por su cintura y apoyé mi cara en su pecho. Instantes después estábamos estirados en la cama, él encima mío, besándome con dulzura. Yo ya no me limitaba a dejarme hacer, sino que correspondía sus caricias y sus besos. Acabamos los dos desnudos. Él me miraba y decía:

Realmente, no te falta mucho para ser una chica...

Y me volvía a besar. Ya tenía asumido pasar las noches en sus brazos, despertarme apoyando mi cabeza en su pecho y darnos un gran beso de buenos días. La feria acabó y el último día, el sábado, volvimos a quedar con Luis y su mujer para cenar y salir un rato después. Nacho me dio la tarde libre como premio para que pudiera dar una vuelta por la ciudad. Luis me invitó a que llamara a Claudia. Ella podría enseñarme la ciudad y luego nos juntaríamos todos para cenar. Quedé con Claudia y estuvimos dando vueltas, pasamos por varios monumentos y al final acabamos en un centro comercial. Fue entonces cuando Claudia me dijo:

Mira, yo en seguida vi en ti a una chica. Sólo hacía falta que saliera. Se lo comenté a Nacho y según me ha dicho, creo que ya ha sacado casi todo de chica que hay en ti.

Me ruboricé al sentirla.

No te avergüences cielo. Estoy seguro que te encanta ser tratada como la chica del jefe, como la primera vez que cenamos. Te dije secretaria con toda la intención y noté que te gustó. Nacho me ha pedido que te ayude en sacar el resto de mujer que hay en ti. Vamos y dime la ropa que más te guste. Iremos a mi casa a transformarte y dejarte preciosa para la cena.

Yo no podía creer lo que oía. Nacho había estado hablando de nuestras cosas, pero además, había incitado a Claudia a que me transformara en chica! Pero a pesar de eso, no asomó indignación en mí, sino excitación. Realmente, ahora comprendía esa nueva sensación que había sentido a lo largo de la semana. Era una sensación de feminidad, la misma que sentí de pequeño cuando me vistieron de princesa para una fiesta del colegio. Parecía que lo había olvidado, pero Nacho se encargó de sacármelo otra vez.

Creo que elegiré yo por ti –dijo Claudia.

Y eligió un sensacional vestido negro de lycra sin mangas, unas medias a juego y un conjunto de ropa interior también negro. En su casa me transformó. Después de ducharme y ponerme la ropa interior, me maquilló, arregló mi pelo y me dejó convertida en una increíble mujer, tan guapa, sexy, femenina y elegante como ella misma. A continuación, fuimos al restaurante, donde estaban Nacho y Luis esperando. Al verme, Nacho puso una cara de entusiasmo:

Si no llegas a venir acompañada de Claudia, no te hubiera conocido.

Me dio un beso en la boca y me acompañó la silla para que me sentara. Yo estuve hablando con Claudia toda la noche, y cada cierto tiempo, mi mano acariciaba la de Nacho. Al acabar, nos obsequiaron con flores a mí y a Claudia. Al llegar al hotel, nos fundimos en un abrazo y nos dimos cálido beso. Nacho bajó mi vestido y después de admirar mi ropa interior se dispuso a quitármela. Yo comprendí que es lo que admiraba de esa clase de hombres. Su virilidad, las sensaciones que causaban en mi y la feminidad que, en contrapunto, sentía yo en mí misma. Aquella noche, Nacho me hizo el amor por primera vez.