Mi inolvidable tarde con una modelo (Parte seis).

Sexta parte de mi última historia. Espero que os guste y la disfrutéis.

Aquel fue el último verano que pasó en el pueblo puesto que, al fallecer su abuelo, sus padres vendieron sus posesiones y se llevaron a vivir con ellos a la abuela por lo que a Ingrid no la quedó más remedio que insinuarse a hombres maduros para poder mantener relaciones sexuales con ellos sin importarla que se encontraran casados, separados, solteros ó viudos ya que lo único que pretendía es que la dieran tralla en plan sádico y para ello, tampoco era necesario que dispusieran de una potencia sexual encomiable. Pero los varones, la mayoría de ellos con estómagos desproporcionados, lo único que querían era que les chupara la verga y metérsela tanto por delante como por detrás a pesar de que la mayoría sufría un “gatillazo” tras otro mientras que a Ingrid no la llegaba a poner que la obligaran a mamársela ó que se la “clavaran” sin que antes la hubieran azotado a conciencia la masa glútea ó la forzaran introduciéndola el puño en la almeja. A lo que se acostumbró durante esta época fue a beberse la micción masculina cada vez que el varón que la acompañaba sentía necesidad de mear y le apetecía echarla su pis en la boca. Aquello ocasionó que, en busca de una mayor satisfacción, fuera pasando de hombre en hombre y de cama en cama puesto que, a medida que fue adquiriendo experiencia en el arte de seducir a los varones que a ella la interesaban, la agradaba cambiar con frecuencia de “domador” para probar nuevas experiencias.

Su situación no mejoró hasta que comenzó a cursar sus estudios universitarios. Para disponer de dinero con el que pagarse sus caprichos se puso a trabajar los fines de semana como gogó en la discoteca de un club de alterne en donde su misión era la de calentar convenientemente a la clientela masculina mientras, en tanga, se movía al ritmo de la música dentro de una especie de jaula. Una madrugada, al acabar de trabajar, fue con otras compañeras a celebrar el cumpleaños de una de ellas a un local de ambiente lesbico en el que conoció a un par de estudiantes con las que hizo amistad y la ofrecieron la posibilidad de abandonar la residencia en la que se alojaba para compartir con ellas la vivienda amueblada que habían alquilado con la condición de repartir los gastos entre las tres y de que cada una se ocupara de determinadas labores domésticas.

No tardó en descubrir que sus dos nuevas amigas eran lesbianas y que las encantaba llevar a su casa a autenticas crías para las que el hecho de que las desnudaran para sobarlas, mamarlas las tetas, masturbarlas y comerlas la raja vaginal hasta que llegaban al clímax y lamerlas el ojete era una experiencia totalmente nueva. Con las que repetían las gustaba usar su amplia y variada colección de bolas chinas, consoladores y vibradores y con las más “aventajadas” utilizaban sus bragas-pene obligándolas a chupar durante un buen rato el “instrumento” antes de penetrarlas tanto por delante como por detrás. Aquello permitió a Ingrid pasar varios meses ajena a su actividad sexual hasta que, al descubrir que si se mostraban sumamente dominantes podían conseguir todo lo que quisieran de ella, la obligaron a permanecer en bolas mientras estaba en casa, a efectuarlas unas exhaustivas y largas comidas de chocho y a beberse sus meadas, incluso en público y en lugares no demasiado apropiados con lo que consiguieron ponerla en unas situaciones un tanto comprometidas como un día que tuvo que ingerir el pis de una de ellas en medio de un acto religioso, así como a verlas defecar para, en cuanto terminaban, limpiarlas el ojete con su lengua. Aunque Ingrid se esmeraba por complacerlas siempre la decían que podía hacerlo mejor y a cuenta de ello, la obligaron a ir asumiendo un mayor número de labores domésticas.

A las lesbianas las encantaba que Ingrid utilizara su ropa interior una vez que la habían usado ellas y que las observara mientras permanecían tumbadas la una sobre la otra frotando sus cuerpos e incluso que mantuviera con sus manos abierto el ojete a la que estaba situada en la parte superior para favorecer que se tirara unos cuantos pedos hasta que, sin dejar de restregarse, culminaban meándose la una en la otra. Después de aquello la hacían tumbarse boca abajo sobre las piernas de una de ellas para que, mientras esta la sobaba la raja vaginal y la daba un montón de cachetes en la masa glútea, la otra la pusiera varios enemas anales seguidos con el propósito de, en cuanto hacían efecto, forzarla con sus dedos el conducto anal obligándola a apretar al mismo tiempo que la hacían retener la caca para, como Peter, ir extrayéndosela lentamente con sus apéndices hasta que, cuándo Ingrid no podía aguantar más, se los sacaban bien impregnados en su mierda para obligarla a chupárselos mientras dejaban que evacuara para, al acabar, abrirla y cerrarla continuamente el ojete con sus manos incitándola a que continuara apretando con lo que solían conseguir que, en cuanto se lo mantenían bien abierto, expulsara algunas ventosidades e incluso, volviera a defecar.

A pesar de que tenía que ocuparse de casi todas las labores domesticas, de que sufría muchas y frecuentes humillaciones y de que llegaron a prohibirla el mantener contactos sexuales de tipo hetero, la joven se encontraba muy a gusto viviendo con ellas y más desde que, a cuenta de las continuas vejaciones anales a las que la sometían, consiguió superar los molestos y prolongado periodos de estreñimiento que la solían afectar cuándo no se la “clavaban” asiduamente por el culo y volvió a defecar de una manera regular. Además, cada vez que las lesbianas se ponían muy “burras” ó bebían más de lo debido, las agradaba premiar la entrega de Ingrid penetrándola al mismo tiempo por delante y por detrás utilizando unas bragas-pene provistas de un “instrumento” flexible pero gordo y largo, que la chica previamente se hartaba de chupar, con lo que se recreaban durante un buen rato antes de que la hicieran dilatar en plan bárbaro para que una de ellas la metiera el puño en el coño mientras la otra se lo enjaretaba por el ojete y la forzaban hasta dejarla convertida en una autentica braga. Pero, conociendo que con una actividad sexual tan intensa sufría un gran desgaste y como no pretendían que se resintiera de una vez para otra, tenían la gran consideración de darla tiempo para que se restableciera por lo que nunca la “premiaban” más de dos veces por semana. Cuándo Ingrid estaba a punto de terminar sus estudios se encontraba tan sumamente sometida que las lesbianas, al ver que a pesar de su prohibición la tendencia hetero de la joven continuaba prevaleciendo, empezaron a llevar a sus amigos, compañeros y conocidos a su domicilio para que la conocieran y si les gustaba, se la follaran a su conveniencia delante de ellas que, al finalizar, les cobraban de acuerdo con el número de polvos que habían sido capaces de echarla.

Para completar la información mi interlocutor me indicó que pocos meses después de finalizar sus estudios Ingrid conoció al varón con el que vivía actualmente. El hombre, que se había separado recientemente, se encontraba más que harto de aguantar a la que durante más de dos años había sido su tercera esposa por lo que, desde el primer día, decidió tratar a la joven como una autentica esclava a la que siempre se refería con epítetos tan “cariñosos” como la cerda, la cagona, la guarra, la marrana ó la pedorra. Pero, a pesar de no reconocerlo, como la chavala le cautivaba se convirtió en su protector por lo que, a través de sus muchas e influyentes amistades, logró y con rapidez encontrarla trabajo y que, más tarde, la ofrecieran el cargo ejecutivo que ocupaba. Ingrid le estaba agradecida por ello y se sentía muy satisfecha a su lado permitiendo que, incluso en público y especialmente delante de la servidumbre que atendía la mansión en la que residían, la desnudara; la hiciera tumbarse boca abajo sobre sus piernas para azotarla el trasero hasta ponérselo como un tomate; la forzara el ojete con sus dedos provocándola unas masivas defecaciones y la realizara unas exhaustivas masturbaciones para, más tarde y en un plan más íntimo, obligarla a efectuarle una larga felación con el propósito de darle gusto hasta que la soltaba su pis en la boca para acabar “clavándosela” tanto por vía vaginal como anal y tirársela durante bastante tiempo aunque había días en que el varón, a pesar de lo buena y maciza que estaba la chica, sufría “gatillazos” y no llegaba a culminar.

Al finalizar de contarme la historia de Ingrid me propuso contratar a un par de fulanas para que, en grupo, nos dieran satisfacción sexual al mismo tiempo que se encargaban de sofocar el tremendo “calentón” que nos había provocado la joven aunque él prefería recurrir a un transexual que conocía y que sabría darnos mucho más gusto que cualquier golfa para, al final, meternos su enorme chorra por el culo. Aunque me había acostumbrado a que Linda y otras mujeres me poseyeran analmente con la ayuda de bragas-pene, el solo hecho de pensar que un hombre me la “clavara” por el trasero me hizo declinar de inmediato su ofrecimiento diciéndole, aunque no fuera cierto, que desde las siete contaba con compañía femenina con la que, al igual que el día anterior, pensaba pasar el resto de la tarde y la noche.

C o n t i n u a r á