Mi inicio en el Ballbusting.

Primera parte de mi serie de relatos sobre Ballbusting en la adolescencia.

Hola a todos. Mi nombre es Anabel. Tengo 24 años y sí. Soy adicta al sexo.

Así fue mi presentación en la clase de Adictos al Sexo organizada por el Ayuntamiento de Cádiz.

Seguro que te preguntas cómo una chica tan jóven acaba acudiendo a este tipo de clases. Para

eso estoy yo aquí. Para contarlo.

Todo comenzó cuando era una chica preadolescente y acudía a los primeros cursos de la

Enseñanza Secundaria Obligatoria. Comenzaban a gustarme los chicos. Mucho, demasiado. Sólo

había una única cosa que me gustaba más que ellos y eran sus testículos. Me encantaba

observar sus paquetes. Y aunque los de mis compañeros de clase no estaban aún desarrollados,

había alguno al que yo ya le había puesto el ojo durante las clases de natación. Mi obsesión por los huevos no era normal. Buscaba en internet fotos de chicos en bañador, pantalones cortos, pantalones ajustados... en los que se les marcaban. Esa obsesión que yo tenía fue a más después de la charla que me dio mi prima Claudia una tarde del verano anterior de comenzar la ESO, en la que yo, le pedí consejo debido a mi miedo a la nueva etapa que comenzaría unas semanas más adelante. Ella, ya en 1º de Bachillerato, había pasado por aquello y podría ayudarme, y así lo hizo.

Como era de esperar hablamos de chicos y me contó lo desatados que están en esa edad con las

chicas. Así que me explicó que la única manera de defenderme en caso de que alguno se pusiera

pesado era golpeándolo allí, en el medio de sus piernas. Yo nunca había oído hablar de aquello y

me impactó, hasta tal punto de no creerle. Ella para demostrármelo puso vídeos de chicas

golpeando chicos en los huevos. Ese día algo dentro de mí hizo clic y comencé a ver aquella zona

como algo sagrado. El cáliz de mi sexualidad.

Después de aquella tarde comencé a poner mayor atención sobre lo hablado con mi prima y

contemplé cómo los chicos entre ellos se golpeaban los huevos jugando y sus reacciones me provocaban risa, tanto a mí como a mis amigas. Cada vez que veía aquello algo dentro de mí hervía. El boom llegaría el día que fui junto a mis amigas a ver un partido de fútbol del equipo de mi pueblo en el que jugaban muchos de los chicos que estarían, al comenzar las clases, en mi futuro instituto. En ese equipo jugaba Nacho, el chico en el que yo había puesto ojo ya en el último año de primaria. Era el chico al que todas querían. El guapo. El gracioso. El deportista. El capitán. Entre nosotros había cierta química. Eramos amigos, jugábamos juntos en el recreo y hacíamos aquellas cosas tan típicas de la edad que teníamos cuando nos gustaba algún chico o chica.

En aquel partido mi fijación por Nacho fue a más. El pobre recibió un balonazo en los huevos que lo dejó retorcido de dolor en el suelo. Llevaba sus manos a su paquete mientras no dejaba de quejarse entre risas de mis amigas. También pude contemplar cómo se protegían sus partes en las barreras durante el lanzamiento de alguna falta. Era gracioso ver aquello. Desde chicas crecemos con la idea de que somos las débiles princesas, las cuales deben ser salvadas por el fuerte y apuesto príncipe. Príncipe al cual con un simple golpe en los huevos puedes hacer llorar de dolor.

Tras finalizar el partido nos fuimos mis amigas junto a Nacho y algunos compañeros de su equipo a la playa. El verano acababa, pronto comenzarían las clases y comenzaríamos un nueva aventura en Secundaria, así que aprovechar los últimos días de verano era primordial.

Siempre que recuerdo aquella tarde de playa viene a mi cabeza la imagen de Nacho en calzoncillos mojados en la playa. Aquellos calzoncillos que marcaban aquel paquete que yo tanto miraba y que rato atrás había sufrido daño. Nacho colocó su toalla junto a la mía sin saber o quien sabe si a sabiendas de lo que provocaba en mí. Yo intentaba disimular a toda costa mis miradas a aquel paquete, pero también a los de sus amigos.

Esa noche, sola en mi habitación, y con una sensación que era nueva para mi, en la que sentía algo que no había sentido antes, puse el ordenador y comencé a buscar en YouTube videos de chicos siendo golpeados en los huevos por mujeres. La reacción que causaba en ellos cada patada, cada rodillazo, cada humillación, me excitaba. Hombres musculosos, grandes, algunos prácticamente con el doble de tamaño que sus adversarias, se iban al suelo tras recibir el impacto. Mi sentimiento era una mezcla entre diversión y poder. Aquella noche fue la primera vez que me masturbé.

Comenzaría de esta forma una pasión por el Ballbusting que me acompaña hasta día de hoy y la cual disfruto plena y placenteramente.