Mi iniciación como esclava (2)
Era insoportable. Me llegaban ráfagas de excitación de todos lados. El clítoris vibraba, y se movían a diferentes velocidades los vibradores de mi concha y mi culo, y las malditas pinzas de los pezones no hacían más qué vibrar.
La primera parte está en: https://www.todorelatos.com/relato/140319/
De camino a la casa mi Amo se detuvo al lado de un árbol, y señaló el piso.
- En cuatro - Dijo.
Yo me puse a cuatro patas donde me señaló y me lo quedé mirando, dubitativa. Mi Amo me sacó los vibradores de concha y culo y me dijo:
- Orina.
Yo lo seguía mirando sin entender a qué se refería. Estaba a 4 patas, desnuda, azotada, con semen de 3 desconocidos secándose en mi cara, y no podía creer lo que me estaba pidiendo.
- Orina ahí y ahora, perra, o no sé cuándo se me dará la gana de darte permiso de nuevo.
Bajé la mirada al suelo, muerta de vergüenza, entendiendo que la humillación con este hombre no tendría límites. Frente a su amenaza me concentré en hacer lo que me pedía, no fue fácil, nunca había hecho algo así, orinar al aire libre, desnuda, a 4 patas como una perra, pero eso era lo que era ahora. La perra de mi Amo. Al fin el chorro empezó a salir, y yo no quitaba mi mirada del suelo, sin querer pensar quién podía estarme viendo. Cuando terminé, mi Amo sólo haló de la cadena hacia arriba, poniéndome de pie.
- Quédate quieta - me dijo - Tengo que lavarte, no voy a entrar a la casa a una perra sucia.
Y se dio la vuelta y me dejó ahí desnuda. Los 3 jornaleros que hacía unos minutos habían descargado su semen en mi cara empezaron a pasar cerca, mirándome y comentando sobre mí, sobre mi comportamiento, sobre cómo yo permitía que mi Amo me tratara a su antojo. Mi Amo salió de la casa, con una cuerda y una manguera. Pasó la cuerda por una rama alta de árbol y las argollas de mis muñequeras, dejándome los brazos en alto y ordenándome abrir las piernas. Luego me quitó el collar, conectó la manguera, abrió el chorro y empezó a "bañarme", si es que se le podía llamar así.
Por mi mente pasaban escenas de películas donde había prisioneros en cárceles donde los trataban así. O cuando era pequeña y tuve mascotas, la bañábamos con manguera. ¿Era ahora esa mi nueva condición? El chorro helado pasaba por todo mi cuerpo, de la cara a los pies, de frente y en la espalda. Se detuvo un momento para enjabonarme sin hablarme siquiera, y después poner el chorro de nuevo. Luego me dejó ahí de nuevo mientras guardaba la manguera, regresó, soltó la cuerda, me puso el collar de nuevo y empezó a caminar hacia la casa, con la cadena en la mano.
Entró a un cuarto donde tenía su oficina y me dejó ahí mientras abría un armario y sacaba un colchón, que botó al piso diciéndome:
- Acuéstate, duerme, tienes que descansar, vas a necesitar fuerzas en un rato. Yo tengo que trabajar y luego haré algo de comer para los dos.
Yo obedecí y me acosté en el colchón, pero eran demasiadas emociones, sensaciones y experiencias para que pudiera quedarme dormida. Así que se lo dije, le pedí permiso para hacer otra cosa, conocer la casa o que yo había traído libros en mi maleta, que si podría tomar uno.
- Ahora necesito que descanses. En otro momento te daré tiempo para hacer otras cosas, creo que necesitas botar más energía, entonces. ¡De pie!
Tan pronto escuché eso, me arrepentí de haber abierto la boca. No sabía qué me esperaba ahora. Me puse de pie y mi Amo agarró una cuerda y la pasó por una de las vigas del techo, haciendo lo mismo que afuera, pero esta vez me abrió las piernas con un tubo que enganchó a las argollas de mis tobilleras y me impedían cerrarlas. Yo empecé a suplicar, a pedir perdón, a decirle que lo sentía, que haría lo que él había dicho, pero su única respuesta fue agarrar un trozo de tela y metérmelo a la boca, poniendo otro más alrededor de mi cabeza, para impedir que se saliera. Luego, hizo un amarre alrededor de mi cintura y cadera, que usó para sostener un masajeador justo sobre mi clit, de nuevo lubricante en vagina y ano, y vibradores adentro, y mis pezones no los dejó libres tampoco, puso en ellos las pinzas con vibración... y encendió todo, al mismo tiempo.
- A ver si así te cansas un poco y me dejas trabajar, perra.
Era insoportable. Me llegaban ráfagas de excitación de todos lados. El clítoris vibraba, y se movían a diferentes velocidades los vibradores de mi concha y mi culo, y las malditas pinzas de los pezones no hacían más qué vibrar. Quería pedir clemencia, pero sólo podía temblar por la excitación y los orgasmos que venían uno detrás de otro, y gemir tapada por la tela que había en mi boca.
Mi Amo se levanta de vez en cuando, me da esperanzas de parar, pero lo único que hace es cambiar la velocidad, por si acaso me estoy acostumbrando. Siento los muslos mojados, siento que se va a explotar mi clit de lo hinchado que está. Nunca pensé que con excitación y con orgasmos se pudiera torturar, castigar, pero ya quiero que pare, ya perdí la cuenta de las veces que me he venido. Mi Amo se me para al lado y me pregunta:
- ¿Ahora sí quieres obedecer y descansar cómo te dije?
Yo sólo movía la cabeza arriba y abajo, enérgicamente, mirándolo suplicante, pero él sólo se volteó y dijo que necesitaba un poco más para aprender a obedecer, y siguió trabajando en su computador. De la excitación temblaba tanto que parecía que convulsionara. Mi Amo me dejó ahí no sé cuánto tiempo más. Me dolían los brazos y las piernas, por la posición, y me sentía agotada. Sentía que no podía hacer nada, que estaba a su merced. Dejé caer la cabeza hacia adelanté y me resigné a que me siguieran llegando orgasmos, sintiéndome cada vez más débil.
Después de no sé cuánto, sentí que apagaba los vibradores, la tela estaba empapada de mi saliva, yo sentía la boca seca, estaba sudando, temblando, cansada, adolorida. Me quitó la barra de las piernas y la mordaza. Intenté suplicar pero no me salió la voz, me desató los brazos y me llevó casi que arrastrada al colchón, me dio un vaso de agua y me repitió que descansara mientras él hacía algo de comer, y que a ver si aprendía a no llevarle la contraria. No tuve ni que intentarlo, caí fundida en el colchón del suelo.
Me despertó con un jalón suave de la cadena, indicándome que lo siguiera. Fuimos hasta el comedor, donde había un plato servido en la mesa. Él se sentó, sin soltar la cadena, y fue cuando me di cuenta que al lado de su silla había dos cuencos de perro, uno con comida picada y otro con agua.
- Come, perra - Fue lo único que dijo.
Yo me puse en cuatro, pero no fui capaz de comer. No podía permitir que la humillación llegara tan lejos, no podía comer así. Miré los cuencos y me quedé inmóvil.
Amo, no soy capaz de comer así.
Ya veo - dijo mi Amo - Tú lo que necesitas es que te vean comiendo como perra, seguro así te gusta más.
¡No! Por favor, no haga eso, ¡Ya no quiero más!
¿Es en serio? Tú sabes a qué viniste. Piensa bien qué es lo que quieres. Si no quieres más, no hay problema, en este mismo instante dejas de ser mi esclava y buscamos el próximo vuelo a tu país y adelantamos tu regreso. Dime si aceptas el castigo y todo lo que venga. - Me dijo mientras me miraba a la cara.
No, no, no, Amo, yo... lo siento. Sí quiero ser su esclava, es sólo que todo esto es nuevo y muy fuerte para mí. - Aunque me costara todo esto, tenía que reconocer que me gustaba, que esa parte de mí que siempre había fantaseado lo estaba disfrutando. - Sí acepto lo que ud. decida para mí.
Sin decir nada más, haló de nuevo la cadena, se metió algo al bolsillo que no pude identificar, y salió de la casa conmigo detrás. Se dirigió a un cobertizo bajo el que había una mesa larga, donde los jornaleros almorzaban, y me hizo poner en 4. Empezó a nalguearme fuerte, y yo involuntariamente gateé hacia adelante. Entonces me empujó hacia abajo y me hizo quedar acostada, me agarró las manos en la espalda y me agarró contra el suelo, y entonces empezó a nalguearme sin compasión.
- ¡Eres una puta desagradecida! Cocino para ti y lo rechazas ¡Eres una perra desobediente! No mereces ni que te escupa. Conmigo vas a aprender a ser una perra educada. Conmigo vas a aprender a obedecer.
Yo no aguantaba más el dolor.
- ¡Perdóneme, Amo, perdóneme! Yo sí quiero comer como perra, ¡Perdóneme! Se lo ruego, déjeme comer como perra, se lo suplico. Yo quiero obedecer. ¡Voy a ser una buena esclava!
Le gritaba todo lo que se me ocurría que podía lograr que el castigo parara, pero los nalgadas no dejaban de caer. Empecé a llorar, seguía pidiendo perdón entre sollozos, hasta que al fin consideró que era suficiente y me hizo poner en cuatro, y sentí cómo me iba metiendo un dildo en el ano, mucho más grande e incómodo que el anterior. Me dijo que me quedara quieta, y que cuando volviera esperaba que hubiera dejado de llorar, o me daría motivos reales.
Así que me quedé ahí, en cuatro, con el consolador en el culo, las nalgas ardiendo de las palmadas y tres tipos mirándome sorprendidos de que yo permitiera todo eso.
Regresó pocos minutos después con su comida y la mía, puso la suya en la mesa y mis dos cuencos en el suelo. Ya no tuvo que decirme nada para que yo empezara a comer. Sentí cómo sacaba el consolador de mi culo y se acomodaba detrás mío, y empezaba a meterme su verga.
Difícilmente podía imaginar una escena más denigrante, yo desnuda, con collar y a cuatro patas, comiendo de un cuenco de perra, mientras mi Amo me enculaba hasta hacerme doler, y tres tipos me miraban. Pero ya sabía que oponerme sólo lograría empeorarlo todo. Y lo más sorprendente es que empezaba a excitarme con el movimiento y la situación. Él no tardó en darse cuenta de mis jadeos.
- Es que eres realmente muy puta, mira cómo te pones con todo esto. A ver, quiero que te vengas así como estás.
No duró mucho más. Solté un orgasmo muy poco después y él, orgulloso de lograr hacerme venir de esa manera, sacó la verga de mi culo, la guardó y se me paró al frente, haciéndome que besara y lamiera la mano con la que me había nalgueado, dándole las gracias por educarme para ser una mejor puta esclava. Luego de eso se sentó a comer, y yo terminé lo de mis platos.
Se levantó, miró que había acabado y me dijo:
- Ahora vas a aprender lo que te puede pasar cuando te portas bien. Súbete a la mesa y acuéstate boca arriba.
Lo obedecí sin pensar, con los tres jornaleros aún sentados alrededor, que quitaron sus platos para que yo pudiera acomodarme. Las nalgas me ardían demasiado como para pensar en oponerme. Mi Amo me abrió las piernas y empezó a comerme la concha con maestría. Pasaba la lengua alrededor de mi clit, chupaba, metía los dedos en mi vagina mientras seguía chupando y lamiendo. Y mis orgasmos no se hicieron esperar. Gemía desesperada y le gritaba las gracias cada vez que me venía, le gritaba las gracias por tratarme así, por tenerme así entre jadeos y gemidos. No sé cuántos orgasmos tuve antes que parara y halara la cadena para llevarme de nuevo a la casa.
- Eres una perra sucia, mira cómo vienes, dúchate que quiero que estés limpia para cuando lleguen mis amigos que te van a disfrutar.
No me imaginaba qué seguía ahora...