Mi inevitable incesto

Mi tía tiene que hacerse una colonoscopia en el hospital donde trabajo como enfermero. Mi madre me compromete a acompañarla, aún siendo mi día libre, en todo el proceso. Un accidente de autobús y la anestesia general hicieron el resto en esta historia real de morbo e incesto.

En noviembre del año pasado estaba en casa después de una guardia. Justo acababa de ducharme y quería acostarme para dormir un poco. Trabajo como enfermero en un hospital público, necesito las guardias como complemento del salario, pues el sueldo normal no me llega a final de mes. Pero mis rutinas diarias no me permiten un descanso como debiera tras estas jornadas maratonianas. A las cuatro de la tarde recojo a los niños al salir del colegio, por lo que llego siempre a casa con prisas por dormir un rato y poder descansar.

Como decía, recién duchado y con la toalla envolviendo la cintura oigo que suena el teléfono. Me acerco con desgana a descolgar:

  • ¿Dígame?

  • Javier, soy mamá. ¿Cómo estás?

  • Echo polvo. Justo iba a acostarme que hoy me tocan los niños y tengo que ir al colegio.

  • ¿No le tocaban a Miriam hoy?

  • Está en un congreso de no sé qué en Madrid y llega el viernes. Esta semana los recojo yo todos los días.

  • Cómo abusa ésa de ti. Desde que os separásteis parece que lleva la vida que le da la gana.

  • Mamá, no empieces con tus historias. Me importa tan poco su vida que ni me lo planteo. Simplemente hago lo que creo que debo hacer con mis hijos.

  • Mira... ¿el miércoles que viene trabajas?

  • Mmm... en principio no. Justo hoy he visto que libro miércoles y jueves. ¿Por?

  • Han llamado a tu tía. Le han dado cita para la colonoscopia para ese día. Ya sabes que yo no puedo ir y me da pena que vaya sola. Seguro que contigo en el hospital ella se siente más segura y más tranquila. Está de los nervios con el tema.

  • ¡Joder! ¿Ahora me toca a mi pringar en mi día libre?

  • Chico... ya sabes. Es lo que tiene ser su único sobrino. Ya te resarcirás cuando heredes el chalet y el dinerito que tiene ahorrado...

  • Mamá, te odio cuando me sales con esas. Yo no quiero nada de ella. Que se lo fume todo antes de morir, es lo que debería hacer.

  • ¿Morirse? ¡Que tu tía tiene solo 53 años!

  • Sí, pero se morirá como lo haremos todo. Y yo no vivo pensando en qué tendré cuando ustedes no estén y me dejen yo qué sé qué...

  • Bueno, ¿qué le digo? ¿Le acompañas verdad?

  • ¡Qué te voy a decir mamá! Sabes que salí a ti y no sé decir que no... Pero que sepas que me jode, es mi día saliente de guardia.

  • Te quiero mucho cariño. Eres un Sol.

  • Mamá... me voy a dormir.

Los días pasaron con sus rutinas. Desde que me separé siento que mi vida no tiene aliciente alguno. Precisamente hablando de sexo... es como si ese asunto hubiera desaparecido de mi mente. Y no es que no viva con ello... en el hospital hay un montón de compañeros que se enrollan unos con otros. Esas guardias nocturnas dan para mucho. Conozco a dos que llevan teniendo sexo, estando casados ambos, desde hace más de diez años. Todo el mundo en la planta lo sabe... pero a ellos les da igual. He llegado a pillarles. Tampoco les importa. Tienen claro que su vida laboral implica demasiadas horas entre aquellas paredes y ellos prefieren pasarlas de la mejor manera.

Mi vida sexual con Miriam no era del todo mala. Pero mis ausencias en casa debido al trabajo fueron mermando nuestro matrimonio. Ella llevaba tiempo dejándose caer con un compañero del trabajo. Me jura y me perjura que hasta que nos separamos no se habían acostado. No tengo por qué dejar de creerle... pero es que me da igual, la verdad. Creo que el día que me dijo que quería el divorcio fue lo mejor y lo más emocionante que me ha pasado en esta etapa de mi vida hasta aquel miércoles.

Trabajar, descansar cuando puedo, los niños, los deberes, las facturas y la compra. Mi rutina no sale de ahí.

Llegó el miércoles de la operación de mi tía. Yo salía de guardia a las ocho de la mañana, justo a la hora que ella vendría llegando al hospital. Me mandó un SMS al móvil y salí a recibirla a recepción. Le di dos besos y la acompañé hasta la consulta de su médico.

No voy a contarles como en el resto de relatos que mi tía tenga una figura despampanante para la edad que tiene. No. Mi tía tiene 53 años, ni uno menos. Es morena, de pelo corto. Sus ojos son verde oscuro y nunca ha sido fea, a decir verdad. Está algo gordita, y eso le proporciona un tamaño de pechos considerable. Debe pesar unos 65 o 70 kilos. No tiene mucha barriga, un gran culo ancho de caderas y si es verdad que el no haber tenido hijos le ha permitido conservar la tersura en su piel y sus carnes. Pero vamos: es una señora de 53 años. El morbo de esta historia, que es real y lo puedes creer, viene por lo que sucedió unas horas después, no por lo buena que pueda estar mi tía.

La noté nerviosa. Algo normal en alguien que acude a que le hagan una colonoscopia. En el camino hasta la consulta de su médico venía contándome cosas de las que nunca había hablado con ella, claro... por aquello de los nervios y pensando sobretodo en el "conducto" que el doctor iba a utilizar para descartar posibles problemas de colon más graves. Me dijo que ella había tenido varios novios y otras relaciones más esporádicas a lo largo de su vida. Que ahora estaba ya en plena menopausia pero que estaba muy a gusto sola. Eso sí, me confesó que "por ahí" no había entrado nadie nunca. El sexo anal para ella había sido siempre un tabú muy grande y ni siquiera sus novios lo plantearon nunca. Es una mujer muy tradicional.

Yo la tranquilicé contándole que en estas técnicas todo había avanzado mucho. Es más, hasta hace unos años este tipo de exámenes se hacían sin anestesia... pero ahora se usa anestesia general. Ella se mostró muy interesada en eso. "Uy, sí. A mi que me duerman del todo, no quiero enterarme de nada". Ya le habían hecho unos días antes las pruebas de anestesia, pero ella es así... ni preguntó cómo iba a ser todo. Desde que se enfrentó a su doctor se lo dijo, y éste le respondió con una media sonrisa que no se preocupara. Que hablaría con el anestesista para que todo fuera bien.

Me iba a despedir cuando mi tía me preguntó:

  • ¿Pero no vas a entrar conmigo?

  • Tía, te quedas ya en buenas manos. Hay otros compañeros en servicio y yo te veré cuando salgas. Cuando te despiertes ahí estaré.

  • No, yo quiero tenerte cerca. Acompáñame por favor.

  • Está bien... - le dije pensando que en cuanto se durmiera, yo saldría de la consulta enseguida a relajarme un rato.

Llevaron a mi tía a la sala de ecografías. Estaba ya sobre la camilla y yo caminando al lado agarraba su mano. No me soltaba. Traté de tranquilizarla diciéndole que, de verdad, que aquello era algo muy usual y que despertaría sin dolor y sin mayores consecuencias.

Mi tía estaba ya desnuda y le cubría sólo un camisón verde atado a la espalda. No la vi cambiarse. Les aseguro que mi mente no pensaba en nada de eso durante todo el proceso. No tenía intención de calentarme con la situación. Estaba cansado y cumpliendo el trámite familiar. Quién me iba a decir cómo iba a acabar la mañana...

Llegó el anestesista y en unos minutos mi tía dormía plácidamente. Estaba tumbada de lado en la camilla y el camisón, aún estando atado, dejaba ver sus nalgas. Una enfermera movió sus piernas llevando las rodillas hacia el pecho. La posición fetal hizo que sl camisón se plegara también en su escote y justo antes de salir de la sala pude ver el canal de sus dos grandes tetas. Se veía bastante. Casi casi hasta el inicio de un pezón. Cerré la puerta y me fui a por un café.

Pregunté en recepción si podían asignar una habitación a mi tía para que cuando saliera, al despertar, tuviera más intimidad y poder ducharse y cambiarse con más tranquilidad. Me dijeron que la cosa estaba complicada y que lo normal es que se quedara en un box de consultas externas. Al lado de donde le estaban haciendo la colonoscopia. Una zona antigua del hospital que se utilizaba sólo para pruebas diagnósticas. En realidad el edificio nuevo era el que acumulaba la mayor parte de la actividad. En fin... ser un simple enfermero no te proporciona ningún tipo de favores en este centro. Yo, lo intenté.

Estaba sentado en la sala de espera adjunta a la sala donde estaba mi tía cuando vi movimiento a través de la ventana. Compañeros corriendo y tres ambulancias llegaron juntas a urgencias. Solté el libro y fui corriendo. Hablé con la responsable de guardia y me dijo que no me preocupara que yo estaba saliente y en mi día libre y que tenían personal suficiente. Al parecer hubo un accidente de autobús y había más de 20 heridos. Algunos de gravedad. Pero... mi centro y mis compañeros y yo nos las hemos visto en situaciones peores.

Eso sí, al estomatólogo que estaba con mi tía y su personal auxiliar les llamaron corriendo. Él ya había terminado de examinar a mi tía y estaba recogiendo. La compañera enfermera limpiaba y guardaba todo cuando me miró poniéndome ojitos. Se acercó y me dijo "sé que estás saliente de guardia y perdona la confianza pero... ¿podrás quedarte acompañando a tu tía hasta que despierte? Tengo que salir pitando a urgencias. En fin, sabes dónde está todo y has hecho esto mil veces".

"Claro, claro" -le contesté- "para eso estoy aquí, vete no te preocupes".

Y allí me quedé. Mi tía estaba todavía tumbada en la camilla. Mi compañera la había tapado con unas sábanas y dormía profundamente. Su pulso era estable y parecía estar en un estado de relajación muy alto. La anestesia seguía haciendo su trabajo. Yo bajé la luz, encendí una lamparita y me senté con mi libro en un rincón... a esperar.

De repente en sueños mi tía movió ligeramente una mano y su brazo se descolgó de la camilla. En un principio tuve miedo de que perdiera el equilibrio y cayera abajo. Me levanté rápidamente para subirle el brazo y al acercarme me fijé de nuevo en su escote. El hueco del camisón era realmente ancho y la visión de sus dos tetas, gordas, morenas, firmes a pesar de su edad... me hizo sentir un calambre en los testículos que hacía mucho tiempo que no sentía. De repente, mi mente analizó en décimas de segundo la situación en la que me encontraba... y supongo que la falta de sexo hizo en mi el resto. Sentí como mi polla se ponía morcillona rápidamente. Coloqué su brazo sobre la camilla y me agaché un poco para ver si alcanzaba a ver algo más de carne en aquel escote. Pude sentir ahí su olor... a limpio, a crema hidratante... mi tía siempre fue de gastarse dinerales en productos estéticos. En eso mi madre la envidiaba bastante.

Mi respiración se agitó como si viniera de subir cuatro pisos por la escalera. Todos se habían ido. Me había quedado allí solo con mi tía en el ala antigua del hospital y por allí no pasaba nadie casi nunca. Tan sólo la mujer de la limpieza, pero hasta ellas se movilizan en urgencias cuando ocurren accidentes como el de hoy. Yo estaba de los nervios. Nunca me he sentido atraído ni por mi tía, ni por mujeres mayores, ni por pacientes (y mira que he tenido que limpiar y bañar a mujeres de todo tipo)... nada. Pero algo hizo "clic" en mi mente y yo me estaba poniendo como un toro.

La llamé por su nombre, le puse mi mano en un hombro y la zarandeé un poco. Nada. Mi tía dormía profundamente y sus constantes estaban estables dentro de la honda relajación en la que la anestesia la tenía sumida. Ahí me llené de valor y levanté un poco la tela del escote. Pude apreciaar mejor sus dos tetas... y qué visión... Estaba tumbada sobre su lado izquierdo. Su pecho derecho reposaba sobre el izquierdo y pude ver claramente el pezón del primero. Gordo, oscuro... grande. Muy grande. Sin hacerlo, me pareció saber cómo se sentiría al tenerlo en la boca. Pero no lo toqué.

Solté rápidamente la tela y tuve que colocar mi polla dentro del pantalón porque mi erección era más que evidente y llegaba ya a molestarme. Tocarla por encima de mi pantalón de enfermero fue lo que precipitó todo. Mi nivel de excitación aumentó considerablemente y ya yo era un macho desatado, como un animal, capaz y dispuesto a hacer lo que fuera por correrme utilizando el cuerpo de mi tía. En ese momento no sabía cómo... pero yo estaba descontrolado.

Me acerqué a la puerta exterior, la abrí y miré el pasillo. Nadie. Cerré y pasé la llave que estaba como siempre en el primer cajón de la mesa. Cerré luego la puerta que comunica la zona de análisis y curas con la de la consulta y pasé el fechillo interior. Ahora sí estaba solo, con una tenue luz, con las puertas cerradas y el cuerpo de mi tía, completamente entregada al sueño, junto a mi.

Mi cara ardía... mi corazón latía a mil por hora y mi respiración seguía agitada. De repente me invadió una sensación de seguridad ante lo que estaba haciendo que... pensándolo ahora fríamente, sólo podía deberse al calentón tan tremendo que tenía. Me da pánico pensar ahora en las consecuencias que todo esto podría haber tenido para con mi tía, con los compañeros y el hospital en sí. Pudo ser un error tremendo... sin embargo resultó ser un momento perfecto.

Me acerqué de nuevo a Luisa. Así se llama. Retiré la sábana que la cubría las piernas y puede ver la imagen que quedó en mi retina al salir antes de la consulta. Su espalda y sus nalgas se podían ver sin problemas en la abertura trasera del camisón. Deshice el lazo que unía la tela y pude abrir aún más, viendo una porción mayor de su piel al descubierto. Su piel es suave. Su espalda salpicada de algunos lunares terminaba en un culo grande, su cadera derecha destacaba prominente. Dejé caer la tela por la parte delantera. Se abrió entonces la vista a sus pechos por completo, su barriga algo fofa con dos o tres michelines y sus piernas juntas, rodilla con rodilla.

Di la vuelta completa a la camilla y me detuve en sus pechos... ahora estaban ahí a mi disposición. Puse mi mano sobre su pecho derecho, rozando con la punta de mis dedos su enorme y oscuro pezón. Su teta derecha era algo mayor que la izquierda. La levanté, la sopesé con mis manos... pude notar el calor y algo de sudor en la cara interna de su pecho que antes estaba unido a su teta izquierda. Metí mi mano ahí... dejé reposar mi mano derecha atrapada entre sus dos enorme tetas... joder, qué sensación. Me agaché entonces y rocé su pezón con mi lengua. Ella pareció estremecerse ligeramente, pero su sueño era imperturbable. He visto a muchos pacientes despertar de la anestesia y a mi tía le quedaba todavía un buen rato.

Con confianza me bajé los pantalones y liberé mi polla, que ya mostraba en su punta una brillante y espesa gota de líquido preseminal. Acerqué mi glande a sus pechos y restregué el líquido por sus pezones... una sensación fantástica. Cuando me pareció, con los pantalones en los tobillos, di unos pasitos hacia la parte inferior de la camilla. Sus piernas seguían recogidas y tuve una visión perfecta de sus nalgas, cerradas por su propio peso, y de su chocho. Había pelo sí, pero no demasiado. No porque mi tía se depilara, que sinceramente lo dudo, sino porque creo que ya a esta edad hasta el pelo de esta zona ya no es lo que pudo ser. Era canoso y corto. Poco abundante. Y allí estaban sus labios vaginales. Eran grandes y oscuros, como sus pezones. Todas sus "terminaciones sexuales" se parecián mucho. Estaba seco, cerrado... y yo me acerqué más para verlo todo más cerca. Por allí también olía a limpio, fresco... a jabón. Puse mi mano sobre su nalga derecha y la levanté un poco. Se abrió ante mí su culo, oscuro, sin vellos y todavía con restos del lubricante que el doctor usa para intruducir el instrumental. Esto me disparó. Sosteniendo su nalga inmediatamente restregué la punta de mi polla por aquel agujero, hacia un lado y hacia el otro. Llegando incluso a rozar su vagina. Me puse todavía peor, sentía  mi polla palpitar, golpes musculares bajo los testículos anunciaban la subida del semen y mi polla parecía una piedra ardiendo. La única consecuencia que podía sentir mi tía al despertar era precisamente una ligera irritación anal... y esto me daba vía libre para entrar por donde el médico había estado antes. Paré mi polla en la entrada de su culito, la agarré con fuerza y empujé un poco.

El ano de mi tía no opuso la más mínima resistencia. No sé si por la relajación de la anestesia, por la dilatación previa con los aparatos... o porque ella tenía un culito "fácil" pero casi de golpe mi polla entró entera en su recto. Mi necesidad apremiaba y comencé rápidamente un vaivén intenso entrando y saliendo de las entrañas de mi propia tía. Me sentía en la gloria, en ese momento fui consciente del tiempo que llevaba sin practicar sexo y supe que no iba a tardar mucho en correrme. Agarrado a su cadera movía mi pelvis intensamente y mis huevos chocaban contra sus nalgas causándome mayor placer. Desde ahí podía ver el movimiento de sus enormes pechos. Adoro esas tetas. Tuve que agarrar su brazo derecho para que no se viniera hacia atrás y me ayudé con él para dar mayor impulso a mis embestidas. Mi polla palpitaba cada vez con mayor intensidad y me corrí en el culo de mi tía en el que ahora mismo (y creo que durante mucho tiempo) ha sido el mejor orgasmo de mi vida.

Sobre la marcha fui consciente de lo hecho, pero no crean que asomó en mi el arrepentimiento. Sí la prisa por recoger y limpiar cualquier prueba del delito, pero lo hice rápido y concentrado en rutinas a las que estaba acostumbrado en mi trabajo. Me limpié y vestí. Cerré el camisón de Luisa. Tapé de nuevo sus piernas con la sábana y quité el seguro de ambas puertas. Me senté de nuevo en mi rincón con mi libro sabiendo que iba a ser incapaz de leer ni cuatro líneas más de la novela. Me quedé allí pensando y disfrutando de lo ocurrido.

Una hora después mi tía despertó. Verme junto a ella la tranquilizó de inmediato y con una sonrisa hizo ademán de incorporarse.

  • Espera unos segundos tía, que puedes marearte. Quédate recostada hasta que te acostumbres y sigue descansando un poco.

Durante un buen rato me quedé hablando con ella con la mayor naturalidad. Me dijo que no se había enterado de nada. Que sí que tenía su culito algo molesto pero que teniendo en cuenta lo que le habían contado algunas amigas sobre esta prueba diagnóstica estaba encantada.

Llamé de nuevo al anestesista que vino a verla y le dio permiso para vestirse y marcharse a su casa a almorzar. Mi tía agradecida me dio besos y abrazos y yo también marché a mi casa a descansar plácidamente.

Y tanto que descansé... hacía mucho tiempo que no disfrutaba de la sensación de una buena corrida.

Tengo que hacer algo para que el sexo vuelva a mi vida ahora que estoy divorciado. Dudo que situaciones tan morbosas como ésta puedan darse de nuevo.