Mi hospital

Trabajo en un hospital. Allí conocí a Pedro, un celador muy guapo. Y esta es la triste historia que viví con el. (Dedicado a Cristina por lo que sufrió)

MI HOSPITAL (Dedicado a Cristina por lo que sufrió)

Trabajo en un gran hospital. Llevo apenas unos meses aquí. Soy una chica jovial y alegre. Creo que soy simpática con la gente. Tengo 19 años recién cumplidos. Soy muy servicial y procuro caer bien a mis compañeros de trabajo. Estoy en la planta 7ª de un gran centro hospitalario.

Tengo un compañero que se llama Pedro. Es celador. Es buen chico y la verdad, no esta mal. Llevaba unos días diciéndome que me quería invitar al cine o a bailar. Yo, le daba largas, pero él insistía una y otra vez. Llegó a decirme, incluso, que le invitara a tomar algo en mi casa, pues sabe que vivo sóla.

Insistía tanto que un día quedé con él. Pasamos toda la tarde en una discoteca y luego me invitó a cenar. Nos lo pasamos bien. Esa es la verdad. Después, él me acompañó a mi casa. Al ver que yo no le invitaba a entrar, no quiso forzar la situación y se despidió de mí dándome un beso en la mejilla. Me gustó. Me gustó su actitud. Y mi cuerpo lo manifestó con un cosquilleo.

A los dos días de aquello era lunes y nos vimos en el trabajo. Me sonreía, me guiñaba el ojo y estaba muy atento conmigo. Al día siguiente me invitó a tomar café y mientras, me estuvo contando que le gustaría encontrar una chica como yo. Que era muy guapa y que si no fuera por que éramos compañeros de planta, me iba a enterar.

Pregunté sin inocencia que es lo que me iba a hacer. Y él ni corto ni perezoso, me dijo que me llevaría al archivo y allí me iba a hacer sentir una mujer. Todo esto me lo dijo sonriendo y como si no pensara de verdad hacerlo. Me ruboricé en exceso y lo notó. Me pidió perdón por haberme dicho lo que acababa de soltar por la boca y se excusó diciendo que era un gilipollas metepatas. Yo no dije nada y todo quedó así.

Yo había cambiado de opinión respecto a Pedro. Ya no me caía mal, al contrario, me agradaba sentirme apreciada por ese celador. El café de las mañanas se había vuelto costumbre. Siempre íbamos los dos a la cafetería y nos sentábamos en una mesa mientras tomábamos nuestro desayuno y nos fumábamos dos cigarros cada uno. Allí iba conociéndome más. Me iba tanteando. Yo le daba cuartel, como se dice. Y la verdad, no me importaba, me estaba empezando a gustar ese celador.

Era un bromista de la leche. Y me gastó una broma. Teníamos un despacho de un médico, que se había ido de vacaciones y estaba vacío. El se metió dentro del despacho y por el interfono simulando la voz del doctor, me llamó para que acudiera a su despacho. Yo en un principio no caí en la cuenta de que dicho doctor estaba de vacaciones y su voz me resultó familiar, porque la verdad, lo imitó excelentemente.

Me dirigí al despacho del doctor Herranz y llamé con los nudillos de mi mano. La voz del doctor Herranz me invitó a pasar. Mi sorpresa fue mayúscula cuando descubrí, allí sentado en su butaca, a Pedro. No paraba de sonreír. Me invitó a pasar. Estaba sentado tras la mesa. Se había puesto la bata del doctor y había adquirido un aire de intelectual. Yo reí casi a carcajadas por lo inesperado de la situación.

Observé que mantenía una mano debajo de la mesa. Me dijo que me acercara mientras dejaba el cigarrillo en el cenicero. Me acerqué al sillón y entonces él lo giró y mi sorpresa fue mayúscula. Con el pantalón semi bajado, apareció ante mi vista su pene erguido abrazado por su mano derecha. Se estaba masturbando. Me miró y yo puse un gesto de sorpresa. Me dijo que se la chupara. Me negué a hacer tal cosa. Insistió y le dije que no era el momento ni el lugar. EL MOMENTO Y EL LUGAR. Ya le había dicho bastante. No me había negado, ni me había inquietado, ni molestado por lo que me acababa de proponer. Simplemente le había dicho que NO ERA EL MOMENTO NI EL LUGAR.

Entonces se levantó y tiró de sus pantalones hacia arriba. Colocó el botón dentro del ojal y se dirigió a la puerta del despacho. Yo me quedé sorprendida al ver aquello que estaba sucediendo. Y cerró el pistillo de la puerta y se volvió hacia mí hablándome cariñosamente.

Cuando estuvo a mi altura, me abrazó y posó su mano, esa mano que estaba tocando su polla en mi cara. Me besó en los labios y no dije nada. Volvió a desabrochar el botón y sus pantalones cayeron vencidos hasta sus tobillos, descubriendo nuevamente esa polla erguida y dura. Me llevó una mano hasta ella y la así por su tronco. Me seguía besando. Me abrazaba. Me pasaba la palma de las manos por la mejilla y me besaba.

-Vamos, no te cortes. Me dijo. Estoy excitadísimo.

Me dejé llevar y permití que sus manos solícitas, desabrocharan mi bata y por bajo de mi jersey, penetrara con ellas en mi cuerpo para tocar mi sujetador. Yo seguía con su tallo agarrado por mi mano. El me quitó la bata, para lo cual tuve que soltar esa pieza caliente, y tiró de mi jersey hacia arriba dejándome en sujetador. Le dije que no estaba bien aquello, pero debí decírselo de una manera que no convencería ni a un abuelo de 70 años. Se sacó los zapatos y se deshizo del pantalón y los calzoncillos a la vez. Me volvió a abrazar. Noté el calor de su cuerpo. Luego, mi sujetador fue expulsado de mi cuerpo y mis pechos con mis pezones duros quedaron ante sus ojos. Otro abrazo y otro beso. Después, sus labios se plantaron en mis pezones, primero uno, luego el otro y ahí perdí el equilibrio. Mi mano se fue solita sin necesidad de guía hasta su pene y lo agarró con fuerza a la vez que intentaba moverlo de arriba abajo. Entones él penetró con su mano por debajo de mi falda y reptó hacia arriba hasta toparse con mis glúteos. Trató de tirar de mis bragas hacia abajo pero no podía.

-! No Pedro, no está bien! No. Dejémoslo ya.

-No puedo. Me gustas mucho. Te quiero. Y mira como estoy. Me dijo.

-Podemos acabar con esto. Le dije, refiriéndome a que yo estaba dispuesta a terminar de masturbarle.

-Es justo lo que quiero. Acabar. Dijo el muy seguro de si mismo.

-Siéntate y te hago una paja. Le dije.

-Vale, pero con la condición de que te desnudes. Me dijo.

-No me quiero desnudar Pedro. No quiero hacerlo. Le dije afablemente.

-Desnúdate por favor. Ardo en deseos de verte desnuda. Nadie nos podrá sorprender.

-¡Pero si ya estoy desnuda! Le dije señalando mis pechos.

-No. Quítate la falda y las bragas para que te pueda tocar. Por favor. Hazlo por mí.

Dudé unos instantes y al final accedí viendo que él se sentaba en el sillón y se desabrochaba la camisa. Tiré de mi falda y saqué, no sin cierto rubor, mis bragas. No pude ver su expresión al verme desnuda. Pero si noté su presencia en mis labios a la vez que sus manos, ahora sí, se jactaban en mi culo por detrás y en mi sexo por delante. Aquello me excitó y me provocó una humedad indecente. El paseó su mano por mi raja y lo pudo comprobar. Le dije que se sentara en el sillón y él obedeció sin protestar abandonando mi sexo y mi cuerpo. Me agaché ante el y tomando su tallo vigoroso lo metí en mi boca. Venció la cabeza hacia atrás y suspiró al notar el calor de mi lengua en su glande. La tenía dura, muy dura. Era de un tamaño más bien grande. Mientras chupaba aquello me vi en la cafetería tomando café con el y ambos sonriendo. Deseché esa imagen y me centré en lo que estaba pasando. Luego, mi mano bajó hasta mi sexo y empecé a acariciarme. El lo advirtió.

-¡Vamos a follar! Me pidió.

-No Pedro, no. Dejémoslo así.

-Por favor, déjame que te la meta un poco.

-No. Pedro. De verdad, dejémoslo así. Nos masturbamos juntos y ya está.

Se levantó del sillón y me abrazó. Y me besó. Y me tocó. Y me acercó a la mesa. Y volvió a la carga.

-Follemos. Dijo.

-No Pedro. No quiero. No estropeemos esto. Déjalo estar.

-No puedo, ¿es qué eres virgen? Me sorprendió su pregunta. Y me espoleó.

-No. No soy virgen.

-¿Tomas algún anticonceptivo?

-La píldora. Dije secamente.

-¿Con cuanta gente te has acostado? Me preguntó.

-Dos veces. Lo he hecho dos veces. Dije. Pero nunca se sabe. Por eso la tomo.

Me empujó hacia el borde de la mesa y separó mis piernas.

-No Pedro, no quiero.

-Déjame meterla un poco. Solo un poco. Me muero de ganas de notar tu calor.

-No Pedro, luego no querrás sacarla.

-Te prometo que si. Ya me conoces, cuando digo algo lo cumplo. Y además si quieres tengo un preservativo.

No se como accedí, pero le dejé.

-Está bien. Pero un momento nada más. Dije.

-¿Me pongo el preservativo?

-No. Me oí decir. Tomo la píldora y además no te vas acorrer. Me la vas a sacar de inmediato. No se porque hago esto Pedro.

-Ambos lo deseamos. Dijo poniendo la respuesta a mis deseos.

Pedro se acercó a mí y se situó entre mis piernas. Yo estaba con el culo apoyado en el bode de la mesa. Desnuda. Sudando de calor y de deseo. Arrimó su verga a mi raja y la paseo unos instantes hasta mojar su glande con mis flujos. Luego, empujo y la clavó hasta el fondo. No separaba su boca de la mía. Nuestras lenguas se juntaban y nuestras salivas se mezclaban. El seguía empujando y yo empezaba a sentir el roce de su pene en mi clítoris. Gemí. Una, dos, tres, cuatro veces. Cada vez más deprisa, cada vez más fuerte. Entonces él me la sacó.

-Lo ves. Lo dicho está dicho y yo cumplo con lo que digo.

Me quedé pasmada. Mis pezones erguidos, duros, calientes. Mi sexo abierto, lubricado y gritando más. Mi clítoris erguido clamando por el roce duro de aquel pene de Pedro.

Se apiadó de mí y depositó su polla sobre mi raja. Su capullo iba y venia de arriba abajo, pero sin profundizar. Golpeaba con su verga sobre mi clítoris y eso hacia que me estremeciera.

-¡Oh Metemela! Me oí decir.

-Estas segura. ¿No decías que un rato nada más?

Le tomé por la nuca y le apreté contra mí a la vez que le besaba y le imploraba que me la clavara. Que me follara. Que me reventara.

Nuestros cuerpos sudorosos y calientes se juntaron nuevamente unidos por nuestro sexo. Arremetió una y otra vez hasta que al fin todo explotó. Sus salvas de semen golpearon en mi interior y unos temblores visibles se adueñaron de mi cuerpo. Me dejé caer en la mesa de espaldas y él se apoyó encima de mi con su pene aún dentro. Luego me besó con ternura en los labios, en los parpados y en la frente. Me susurraba palabras tiernas al oído a la vez que iba deslizándose hacia fuera de mi cuerpo.

Una vez recompuestos y ante su negativa a follarme otra vez, pues eso era lo que le pedí, nos abrazamos y nos fuimos del despacho del doctor Herranz.

Nuestra vida seguía igual. Tomábamos café todos los días. Charlábamos. Bromeábamos y los fines de semana salíamos por ahí. El no se comprometía a más. No me pedía salir. No me hablaba de noviazgo. Yo no forzaba. Por supuesto entraba en mi casa y en cuanto al sexo, habíamos follado con asiduidad en mi cama, en mi sillón, en la cocina y en el baño. Lo pasábamos bien y era tierno conmigo.

Y llegó aquel fin de semana. No íbamos a salir. Nos habíamos citado en mi casa como en otras ocasiones. Suponía que veríamos alguna peli y después follaríamos hasta la saciedad, para después salir a un bar cercano a tomar unas raciones. Lo de casi siempre.

Yo me había puesto ligerita de ropa para cuando viniera. Una camisa y una falda excesivamente corta. Lo había hecho a propósito. Quería dejarle ver mis cachas del culo con mis movimientos, pues me había puesto un tanga para conseguir lo que pretendía. Excitarle. No es que lo necesitara, pero me gustaba hacerlo.

Sonó el timbre de la puerta y me levanté corriendo del sillón para ir a abrirle. Aún tuve tiempo de desabotonar tres botones de mi camisa, y al no llevar sujetador, dejar mis pechos a su vista. Con mi mejor sonrisa giré la manilla de la puerta y allí apareció Pedro.

Pedro no venía solo. Le acompañaba un amigo según me dijo después. Les invité a entrar al tiempo que abotonaba los botones de mi camisa para cubrir mis pechos, que ya habían sido objeto de un reconocimiento visual exhaustivo por parte de Ramón.

Les pregunté que si querían tomar algo y ellos me dijeron que si. Unas copas y unos aperitivos sobre la mesa a la vez que encendíamos unos cigarros dieron pie a la explicación de Pedro.

El me dijo que se había encontrado con Ramón y le había explicado que iba a la casa de su novia. Era la primera vez que le oía decir, o llamarme, novia. Le había dicho que le acompañara y así se la presentaba. Cosa que Ramón había hecho muy gustosamente. Pensé que se nos habían estropeado todos los planes de la tarde, pues lo que menos imaginaba era que las cosas iban a salir como yo las tenía proyectadas. Pedro me dijo que Ramón nos acompañaría esa tarde y luego nos iríamos los tres a tomar algo a alguna terraza de mi barrio. Acepté a regañadientes. No podía hacer otra cosa. Luego Pedro me preguntó algo que me dejó helada.

-Te lo voy a preguntar delante de mi amigo Ramón. El servirá de testigo. ¿Te casarías conmigo?

Yo no daba crédito a lo escuchado. Me pilló por sorpresa. Sólo pude contestar que sí a la vez que me levantaba del sillón que ocupaba y me echaba en sus brazos. Brazos que me recibieron abiertos. Nuestras bocas se juntaron y Pedro me sacó la camisa de dentro de la falda y ascendió con sus manos sobre mi espalda a la vez que me besaba apasionadamente, inhibiéndose de que estaba presente su amigo Ramón.

Pasado el primer momento de calor y sorpresa, me senté en mi sillón otra vez, ahora ya más contenta y sin importarme lo más mínimo que se nos hubiera jodido la tarde. No en vano me había pedido que me casara con el. Y yo quería hacerlo. Si. Lo deseaba y me había dado cuenta esa misma tarde. En ese mismo instante. Quería a ese celador.

Seguimos hablando un rato más de cosas sin importancia hasta que Pedro se puso en pie y me dijo que bailara con el. Una pedida de matrimonio, bien merecía un baile. Le expliqué que me daba cosa con su amigo allí. El me dijo que Ramón era de confianza, que le entregaría su vida si fuera necesario. Ante su insistencia, accedí a bailar. Me tomó por la cintura y comenzamos con los primeros giros de no se bien que sintonía. Después, comenzó a besarme en la boca y yo le correspondí. De esa guisa el metió sus manos por debajo de mi camisa, que ya llevaba un buen rato fuera de mi falda. Me acariciaba la espalda con ternura a la vez que me besaba. Pero cada vez subía más la camisa. Protesté con un susurro en su oído. No hizo el menor caso. El seguía a lo suyo que no era otra cosa que dejar mi espalda descubierta. Luego, cuando mis protestas cesaron un poco, que no del todo, se las apañó para desabotonar los botones de dicha camisa y dejar mis pechos al descubierto. Trate de apretarme contra él para que su amigo no me viera las tetas, pero Pedro, haciendo gala de la fuerza de un celador, me apartó para asegurarse que quedaran expuestas a la atenta mirada de Ramón que fumaba impasiblemente. Intenté cubrirme con mi camisa pero Pedro me lo impidió.

-Ramón está a lo suyo, ¿verdad Ramón?

-¿-------?

-Lo ves, no hay nada que temer. Dijo Pedro.

Me aferró a él nuevamente y siguió con su particular baile. Dejó que mi camisa cayera por la espalda y me cubriera al menos la parte de atrás. Oí a Ramón decir algo. No pude apreciar que es lo que había dicho. Trate de preguntárselo a Pedro pero este no contestó ni me hizo el menor caso. Me aferró más fuertemente y me besó. Sus besos me volvían loca. Lo reconozco. Cerré los ojos y me dejé llevar en un interminable giro sobre mi misma aferrada al que pronto sería mi marido.

Unas manos tras de mi, sobre mis hombros, me transportaron al mundo de oscuridad y sin razón. Ramón se había situado tras de mí y trataba de que me girara para que bailara con el. Pedro dejó su eco en mi salón.

-Vamos, baila con Ramón. El día de la boda deberás hacerlo también.

Me giré inconscientemente con mi camisa abierta de par en par y mis pechos desnudos. Me di cuenta de la escena y traté de cubrirme con la camisa, pero Pedro lo impidió.

-¡No te tapes, coño, Ramón no se va a asustar!

Como le podía explicar que comprendía perfectamente que Ramón no se asustase, que era yo la que estaba incomoda ante la actitud del que desde esa tarde era mi novio. Tampoco me dio tiempo a más. Ramón me enlazó por la cintura y comenzó a girar conmigo en redondo. Me apretó contra él y mis pechos se clavaron en su camisa. Su mano en mi espalda, encima de mi camisa estaba quieta. Pero comenzó a subirla y bajarla lentamente, como acariciándome. Aquello fue la señal de que algo iba mal. Podría entender que Pedro me obligara a bailar con su amigo con las tetas descubiertas, pero que me acariciara la espalda aunque fuera encima de la camisa, no era normal. Pero mi sorpresa no acaba ahí. Empezaba ahí.

Pedro se situó tras de mi y me levantó la camisa a la vez que su amigo Ramón alejaba sus manos de mi espalda y las posaba en mi cadera. Interpreté que me tocaba bailar con Pedro y traté de girarme, pero Ramón me tenía bien aferrada a su cuerpo. La voz de Pedro diciéndome que siguiéramos, desvinculó los deseos de cambiar de pareja que yo tenía. Ramón me apretó más y más. Puso su mano en mi culo por encima de la falda y se apretó contra el. No había duda. El bulto duro de su entrepierna le delataba. Se estaba empalmando mientras bailaba conmigo.

-¡Dejemos de bailar! Casi chillé enojada.

Pedro aceptó de buen agrado y me tomó por los hombros. No dio tiempo a que pusiera el primer botón en su correspondiente ojal de mi camisa. Me sentó en el sillón y él a mi lado. Volvió con sus besos y al echar una mirada a Ramón, le descubrí sentado en su sillón mientras se encendía un pitillo. Ya no hubo obstáculos. Los besos de Pedro se prolongaban cada vez más. Su mano derecha sobre mi pecho. El masaje al que lo sometió. Lo excitado que lo veía y la fuerza que tenía, hicieron el resto. Mire a Ramón y nuestras miradas se encontraron. El estaba fumando y presenciando como su amigo, mi novio desde esa tarde, me tocaba los pechos delante de el. Sin pudor de ningún tipo. Después la camisa desapareció de mi cuerpo. Yo, allí sentada, de cintura para arriba desnuda, con mis 19 años, en manos de mi novio, o del que se hacia llamar novio mío, comencé a turbarme ante lo que ocurría. Pero eso no era nada.

Pedro dejó mis pechos libres, y siempre besándome, metió una mano por debajo de mi falda. Junté las piernas con fuerza, pero de nada me valió. Miré nuevamente a Ramón, pues me daba vergüenza que presenciara aquella escena. Sus ojos estaban clavados en mí y me sonrió a la vez que apagaba el cigarrillo en el cenicero y se ponía en pie. En un pis pas me vi con él a mi lado, sentado en el sillón, y ocupando con sus manos el sitio que acababa de dejar libre Pedro. Mis pechos. No pude abrir la boca para protestar, aunque juro que lo intenté, no me salía sonido alguno de mi garganta. En aquella situación, no me había dado cuenta lo que había conseguido Pedro. Subirme la falda. Giró mi cuerpo hasta dejarlo caer encima del sillón. Mis pechos se vencieron hacia ambos lados de desigual manera y las manos de Pedro separaron mi tanga hacia un lado. Su cabeza se agachó entre mis piernas y comenzó mi particular calvario. Las manos de Ramón iban y venían a su antojo por mis tetas. La lengua de Pedro en el coño hacía lo mismo. Perdí el control. Mis brazos no me respondían. Me vi en el sillón de mi casa con dos hombres tocando mi cuerpo, uno querido por mí, el otro, amigo del que me quería. Después de lamer todo lo que quiso, Pedro izó su cabeza y Ramón abandono mis pechos.

-Te quiero follar. Me dijo sin vacilar.

Ramón se sentó en su sillón y comenzó con su particular ritual de encender otro nuevo cigarro. El bulto de su pantalón era particularmente visible. Tubo que acomodarlo para poder sentarse.

-Vamos a la habitación. Le susurré a Pedro ebria de sin razón.

-No. Aquí. En el sillón. Dijo muy tranquilo.

-¡Está tu amigo! ¡Por dios Pedro! Vamos a la habitación. Casi imploré.

-No aquí. Dijo a la vez que mi tanga se rompía por un costado primero y luego por el otro.

-No Pedro, por dios, te lo suplico. Vamos a la habitación. Dije casi sollozando.

El tanga, mi tanga, fue arrastrado fuera del sillón y mi sexo quedó expuesto para mayor deleite de Ramón que ahora estaba haciendo algo que jamás llegué a imaginar. Aunque bien mirado, lógico.

Mientras Pedro me besaba en la boca y arrastraba mi tanga fuera de mi cuerpo, para lo cual sólo tuvo que tirar de el, Ramón se había puesto en pie y se había bajado los pantalones y los calzoncillos. Se había sentado nuevamente en el sillón y estaba con su polla en la mano haciéndose una paja o meneándosela.

-¡Por dios Pedro!, ¿que esta pasando? Detén esto, te lo ruego. Imploré una vez más. ¿Qué pretendes con esta actitud?

Pero Pedro no hizo el menor caso. A duras penas se despojó de la camisa y se desabrochó el pantalón dejándole caer para enseñarme esa lanza vigorosa que había tenido dentro en muchas ocasiones. Con el pantalón bajado se incorporó y la arrimó a mi boca. Yo permanecí con ella cerrada a la vez que mis manos se habían juntado donde se juntan mis piernas. Miré a su amigo que seguía arriba y abajo con su mano derecha a la vez que se deshacía de la camisa que lleva puesta.

-¿Qué pretendes Pedro?, Por favor, ¿Qué pretendes? Dije con el gesto compungido.

-Chúpamela, coño. Dijo el violentamente.

-Aquí no, Pedro, por Dios, aquí no. No me hagas pasar por esto. Y alguna lágrima escapó de mis ojos.

En esos forcejeos andaba cuando su amigo Ramón se había levantado del sillón y se había acercado a nosotros y con una fuerza pasmosa había separado mis manos de entre mis piernas y tocaba mi sexo. Con fuerza también separó mis muslos. Solo le oí decir una cosa. Solo una.

-Pedro, esta tía esta empapada. Es el momento.

Lloré amargamente cuando Ramón se agachó encima de mí y me penetró mientras Pedro me besaba en la boca.

-¿Por qué me haces esto Pedro? Acerté a preguntar llorando mientras Ramón se metía dentro de mí.

-Tranquila. No pasa nada. Lo pasaremos bien los tres. Eso fue todo lo que dijo y volvió a la carga.

En esos instantes leves, pasaron por mi cabeza muchas cosas. Ramón entraba y salía de mi interior con una pasmosa facilidad. Yo no notaba placer. El, al parecer si, pues gemía con ardor. Cuando se cansó de sondearme, me la sacó y se puso en pie. Entonces fue Pedro quien ocupó su lugar. Yo noté como una nueva lágrima corría por mi mejilla. Me estaban violando. Me estaban follando sin yo quererlo. Al rato Pedro también la sacó y se sentó sobre el brazo del sillón. Entre los dos me levantaron y Pedro me obligó a ponerme en pompa y chuparsela. Ramón fue el elegido por Pedro. Tomándome con ambas manos por la cintura me la incustró otra vez. Allí, en mi casa, encima de mi sillón, y con Pedro como testigo me folló hasta que sentí su eyaculación en mi interior. Mientras lloraba, los flujos de Pedro hicieron impacto en mi paladar.

Como no habían tenido bastante con lo que habían hecho, me follaron otra vez. Una vez más cada uno. A la fuerza. Yo lloraba e imploraba a Pedro que detuviera aquello. En vano.

Destruida físicamente y vencida moralmente, me abandonaron sobre el sillón de mi salón. No sé cuando. Sólo tenía una cosa clara, me habían follado los dos. Y yo sólo quería a Pedro, el que me había pedido que me casara con él. Luego, se marcharon de casa con la excusa de comprar tabaco mientras me arreglaba. No volvieron.

El lunes fui a mi hospital como de costumbre. Busqué a Pedro, pues quería verle. Le busqué por toda la galería y no le encontré. Pregunté por él y nadie sabía nada. Me decían que no le habían visto.

Quería saber por que había pasado aquello. Necesitaba encontrarle. Necesitaba una explicación y por supuesto, un replanteamiento de eso de casarnos.

Sonó mi teléfono móvil. Era Pedro. Contesté.

-Soy Pedro. ¿Cómo estás?

-Mal. Respondí secamente y casi sin voz a la vez que comenzaba a sollozar.

-Lo siento. Pensé que eras más madura. Después colgó.

Intenté llamarle varias veces a lo largo de la mañana. Varios días. Pero su teléfono siempre estaba igual. Fuera de cobertura. Así pasaron dos larguísimas semanas hasta que el doctor Herranz me llamó a su despacho, al mismo en el que me había follado Pedro por primera vez. Me dirigí sin dilación hacia allí, y llamé con los nudillos de mis manos a su puerta. La voz de doctor me respondió.

-Pase.

-¿Me ha llamado usted doctor Herranz?

-Si. Vera, he encontrado este sobre en mi despacho y como esta dirigido a usted, me he permitido llamarla para entregárselo.

Tomé el sobre en la mano y pude leer en su frente, "Para Cristina López. Muy Personal.". Abrí el sobre mientras salía del despacho del doctor Herranz y una nota escueta con dos fotografías era todo lo que había en su interior.

La nota decía "Follas bien. Mi amigo Ramón también lo piensa así. Lo siento." En las fotos se veían cuatro personas. Una mujer, dos niñas pequeñas y Pedro. En la otra foto se veía a Pedro y a Ramón vestidos con una bata blanca delante de una clínica cuyo nombre tapaban sus cuerpos.

Desperté en el despacho del doctor Herranz. Había perdido el conocimiento según me dijo y al oír el golpe del impacto en el suelo, salió de su despacho y me encontró allí tirada. Una vez repuesta del desmayo, le sorprendí con las fotos en la mano y la nota. El me miró. Me devolvió las fotos, la nota y el sobre y me besó en la frente. Pedro me había engañado y me había camelado para usarme junto a su amigo. Yo…..sólo me había enamorado de un celador.

Coronelwinston