Mi historia muy real (4)
Siguen mis desventuras homoeroticas completamente reales. Ahora pruebo una sauna que resulta estar casi vacía, pero debido a mi excitacion termino comiendole la polla a la persona menos apetecible.
7) Como habréis podido imaginar, la chupadita en el descampado del relato anterior no me había rebajado la libido para nada. Apenas había llegado a saborear el gusto de aquella polla cuando el tío se asustó y se largó. Y claro, yo seguía con ganas de marcha. Como después de más de una hora de deambular por aquel campo de cruising apenas me había dado resultado, decidí cambiar la apuesta. Bicheando por internet había descubierto que no lejos de mi casa, a una media hora o así, había una sauna gay situada en un lugar insólito: al pie de una autopista en medio de la nada. Era un trayecto que yo hacía con frecuencia, y si no lo había visto antes era porque desde la vía no era visible (había que salirse a la altura de una gasolinera y recorrer unos 200 metros. Estaba situado detrás de un bar que lo disimulaba. Ya sé que suena inverosímil que tal cosa exista, pero os juro por lo que queráis que es cierto. Bueno, lo era, porque creo que ya se ha cerrado.
Un día entre semana que por la hora me lo pude permitir, hice la salida de la autopista y aparqué frente a la sauna. Pagué religiosamente la entrada y en los vestuarios desolados y vacíos me desnudé y me puse una toalla en la cintura. La verdad es que estaba casi vacío, y como las instalaciones eran muy pero que muy grandes, la sensación de soledad era mayor todavía. Estuve un rato en la ducha enjabonándome bien y repasando con las manos la raja de mi culo por si alguien pasaba y le motivaba. Pero lo cierto es que apenas había cuatro personas o así, y todas iban muy a su bola. Entré un rato en el cuarto oscuro, y estaba oscuro de verdad... no se veía nada de nada. Internamente estaba muy dispuesto a comerle el nabo al primero que entrase, fuese quien fuese, sin poder verle más que la silueta cuando atravesase la puerta. Pero ni eso.
Algo aburrido salí hasta el bar y estuve departiendo un rato con el empleado en la barra, que curiosamente era el mismo que me había cobrado la entrada en la taquilla. “La verdad es que entre semana no hay mucha gente”, decía, “los fines de semana esto se llena, hacemos barbacoas y todo”. No se si lo decía para animarme a ir entonces, pero lo cierto es que la idea del churrasco no era muy atractiva para mi. Yo buscaba más bien una morcilla, gruesa y dura.
En una de mis vueltas por aquellas instalaciones, que empezaba a conocerme muy bien, al pasar por la sala de vídeo, una sala más bien pequeña donde había dos sofás duros de plástico rígido blanco y una pantalla donde emitían una película pornografica gay más bien inverosímil, había un hombre en el que no había reparado antes y que había dejado a un lado su toalla. Era mayor que yo, algo calvo, con barriguita prominente pero lisa y brillante y carente naturalmente de pelo. También era feo. Más bien parecía un poco cortito, como el ejemplo perfecto del tonto del pueblo. La boca le hacía un mohín extraño y tenía los labios entreabiertos con un gesto torcido. Pero en todo caso parecía muy coqueto; el tío se había depilado con esmero los huevos y se sobaba con parsimonia la polla, agarrándola con una mano desde arriba mientras con la otra se estiraba continuamente las pelotas.
Me senté en el otro sofá y me quité igualmente la toalla, dejando mis genitales al descubierto. El catetillo ni me miró, y siguió con lo suyo. Yo en cambio le miraba fijamente (la película me importaba un tris, pero él parecía muy concentrado mirándola). Cada segundo que pasaba mi respiración se aceleraba, y volvía a escuchar esa vocecita dentro de mi que me decía “venga, tira p’alante”. La verdad es que el tipo era un engendro, pero eso precisamente me excitaba muchísimo. Imaginaos, comerle la polla a un idiota barrigudo. No podría sentirme más humillado. Yo se la comería y el tipo me miraría con desprecio...
No pude más. Me incorporé un poco y le dije “perdona...”. Tuve que repetir dos veces para que me mirase a los ojos. Cuando conseguí su atención le pregunté: “quieres que te eche una mano?” Señalando con mi mirada de forma ostensible a su polla. Lo entendió perfectamente, pero tampoco dijo una palabra. Se encogió de hombros, hizo un mohín de indiferencia, pero asintió con la cabeza. Yo acepté lo que entendí como una invitación, me levante de mi sofá y me acomodé de rodillas entre sus piernas, mirando fijamente su polla. No era pequeña, andaría por los 17 cm, y estaba bien dura. Cuando acerqué la cabeza tuve que bizquear un poco para verla entera, y percibí a lo lejos su mirada, invitándome a comenzar el banquete. No me hice esperar. Agarré la base de su miembro con una mano y lo engullí con glotonería. Nuevamente estaba chupando una polla, de rodillas y sometido a la superior dirección de un macho al que proporcionaba placer a cambio de nada... aunque en este caso el macho superior era un idiota cateto. Precisamente por ello, yo me sentía más puta y más guarra que nunca, refregando mi lengua por el tronco de su rabo arriba y abajo, acariciando suavemente el capullo, alojándola en lo más recóndito de mis carrillos, e incluso llevando su punta hasta mi campanilla, para lograr que al sacarla un hilo de babas quedara colgando entre la base de su glande y el fondo de mi garganta, para poder recogerlo golosamente con la lengua y volver a iniciar la comida de polla a conciencia. A ratos bajaba a los huevos, suaves y rasurados, que me introducía en la boca y amasaba con la lengua esperando con ello cargar su arma con más lefa.
Cuando debía llevar diez minutos de mamada profunda, apareció un tipo delgado y con cara de pueblo en la habitación. Llevaba a su cintura una toalla blanca, y en cuanto nos vio dejó claro que no iba a pasar desapercibido... “joder, tío, cómo te estás poniendo”. Se acercó a nosotros y se puso a mi lado, mientras le decía al tontito “te esta chupando bien la polla, eh?”. Éste le contestó levantando el dedo pulgar en señal de ok (sería mudo?) pero sin abandonar la expresión bobalicona y neutra que tenía. Entonces el nuevo se inclinó sobre mi espalda (yo seguía chupando con dedicación... hasta que el macho dominante que me estaba dando biberón no dijese lo contrario, no pensaba parar), y alcanzando mi culo con las manos dijo “vamos a ver cómo está por aquí...” y empezó a abrirme los cachetes del culo y a toquetearme con sus dedos el ojete. Nada más sentirlo arqueé la espalda para sacar hacia afuera un poco más las nalgas y facilitar su sobeteo. Di un suspiro muy muy profundo (ya me estaba viendo follado muy duro por un idiota mientras otro idiota me encajaba su nabo en la garganta) y separé incluso un poco las rodillas y las piernas para facilitarle todavía más la maniobra. Él metió un dedo hasta el fondo. “A qué esperas?” Le dijo el nuevo al idiota, “éste está a punto de caramelo para que te lo folles”. Separe rápidamente una mano de la pierna del idiota, la cual estaba acariciando por su exterior, y la posé sobre el pié desnudó del nuevo, y sacándome brevemente la polla de la boca, subí la mirada hacia él y le invité “me follas tu?”. Pero el tipo me miró con un gesto muy duro y negó con la cabeza.
De hecho, el tío parecía enfadado, y se sentó en el mismo sofá que el tontito, pero ostensiblemente separado para que ni se me ocurriera acercarme. Mi gozo en un pozo. Volví pues a dedicarme en cuerpo y alma a aquella polla brillante y endurecida que se alojaba en mi boca, para olvidar la frustración, y me concentré en pasarme la punta del nabo por la nariz para embriagarme con el olor a macho del miembro, en masajearle las pelotas con la lengua mientras el tronco de la polla reposaba sobre mi frente (mis manos convenientemente retiradas de sus genitales, agarrando sus piernas por las pantorrillas), en repasarle con mis labios esa piel siempre plegada existente entre la polla y las piernas, y bajo los cojones, rica en olores intensos a masculinidad salvaje, en rodearle el glande con mi lengua en un movimiento rotatorio prolongado y muy escandaloso por los ruidos de sorbos que provocaba... durante todo este tiempo, que me pareció larguísimo, el cateto no me había tocado con sus manos. Las mantenía plegadas por el codo sobre si, como quien le da aprensión tocar algo; y así había permanecido los veinte minutos largos que llevaba chupeteándole la polla con dedicación.
De repente, algo cambió. El cateto hizo un gesto como de urgencia y acercó las manos a su polla. Estaba claro que iba a derramarse enseguida. Aquí debo hacer un ligero inciso: eso del semen era un poco tabú para mí. Si, claro, cómo no iba a tener fantasías en las que un macho sudoroso explotaba en mi boca y los trallazos de lefa eran tan abundantes que no sólo terminaban resbalando garganta abajado, sino que rezumaban por mis labios y caían grumosos por mi barbilla. Cómo no iba a imaginarme el sabor intenso del néctar de macho en mi boca, como colofón final a la humillación completa de ser sometido por un tipo que usaba mi boca como un adolescente usa su mano para pajearse... me excitaba la dominación y la humillación, en esas condiciones el semen en la cara y en la boca eran la guinda final. Y no negaré que en mis sesiones autohomoeróticas alguna vez me había corrido en la mano y me la había llevado a la boca para saborearlo. No solía tener gran efecto porque por una parte, como ya he advertido en otras ocasiones, una vez que he llegado al orgasmo la libido me desaparece muy muy rápido y el disfrute se atenúa muchísimo; y por otra, el sabor de la lefa no es tan intenso como he indicado antes (se trataba más bien de una concesión literaria), sino que en un inicio es algo insípido, y sólo a los pocos minutos notas que en la boca te ha quedado un regusto especial, ocre y algo metálico, que resulta especialmente difícil de eliminar. Es más intensa la sensación si la corrida en lugar de líquida y ligeramente incolora es blanca y grumosa, puesto que entonces no pasa desapercibida en el paladar y es inequívocamente distinguible respecto de otros líquidos. A veces incluso el color es tirando a marfil, y en esos casos no voy a decir que el semen sea masticable, pero ciertamente es más grueso y la sensación, para quien gusta de la humillación como yo, más auténtica.
El caso es que siempre fue tabú para mí por el tema de las enfermedades... las transmite una mamada sin condón? Es más peligroso si te tragas la lefa? Grandes dudas sin respuesta que me atormentaban, y me atormentan aún.
Así pues, cuando el cateto se llevó las manos a su polla, anticipando su explosión de néctar, un impulso atávico dentro de mí me llevó a retirar la boca. A cuatro patas como estaba, entre sus piernas, me agaché todavía más arqueando la espalda, exponiendo mi culo abierto por la postura todavía más si cabía, y separándole las piernas con mis manos coloqué con esfuerzo mi cabeza bajo sus huevos y sacando la lengua empecé a lamérselos como un perrito obediente. En esa postura tuve que estar un buen rato porque el cateto, que al retirar mi boca de su polla se la agarró a dos manos y se la meneaba con frenesí, tardaba en venirse el muy cabroncete. Y en esa postura estaba cuando cruzaron la habitación dos chicos que no había visto antes, jóvenes y bien parecidos, uno de los cuales no pudo evitar mirar para mí con una mueca de asco, como diciéndose a sí mismo “menudo tirado, sirviendo de felpudo a semejante engendro. Hay que ser una puta arrastrada y desesperada para comerle los huevos a una cosa como esa”.
Finalmente el cateto empezó a verter una lefa gruesa y abundante sobre su propia barriga, pero no a chorros, sino como un grifo lento mal cerrado. Yo seguí comiéndome sus huevos hasta que terminó de echarla toda, y entonces me incorporé, con cara de satisfacción, y le dije “gracias”. El cateto no sonrió ni dijo nada. Es posible que finalmente fuera mudo, y algo tonto ya que que la mueca anodina e inexpresiva no le cambió ni después de haberse corrido. Aunque pensándolo bien, el tonto debía de ser yo sí siendo él de tal condición yo había estado media hora chupándole la polla con gusto, incluso con un poquito de ansia, sin recibir a cambio más que su indiferencia.
El nuevo se había ido hacía rato, de modo que me fui a las duchas a refrescarme. Luego aún estuve dando vueltas por el lugar bastante rato más. Llegué a advertir que el nuevo se estaba insinuando a otros para que les dejara comerles la polla: he ahí la razón de su enfado; era otro pasivo irredento, y yo no era más que su competencia. Aún tuve calentura, pero no encontré a nadie dispuesto. Incluso vi a los lejos al cateto descansando tranquilo en un jacuzzi redondo, posiblemente satisfecho de su tarde y con las pelotas vacías, y estuve tentado de acercarme para ofrecerme a que me montara, pero hay caminos que se recorren sólo una vez. Terminé yéndome a casa.