Mi historia muy real (3)

Tercera entrega de mi experiencia personal. Pese a ser hetero sigo deseando comer pollas y que me penetren muy fuerte, y sobre todo sentirme humillado y sometido. Pero no todas las experiencias salen bien...

5) Estaba claro que aquella segunda sesión de sexo homosexual de pago había sido de mi agrado. El chico fue muy educado, tenía una polla descomunal y sabía perfectamente cómo usarla. Tanto que había logrado que me corriera sin tocarme, sólo dándome por el culo. Aquel hizo que mi deseo creciera, y que estuviera dispuesto a acceder a fantasías más arriesgadas o poco usuales. Y por supuesto, que la fórmula del sexo de pago me siguiera pareciendo una buena opción, a la vista de la corrección con la que fui tratado y el grado de satisfacción obtenido.

Mi ansiedad y mi deseo ahora se empezaban a centrar en la única petición no atendida por Sergio... que me orinasen encima. Al no haberse podido cumplir, fantaseaba mucho con ella. Me imaginaba quedando por chat con un grupo de chicos en la playa a altas horas de la noche, yo me quitaría toda la ropa y me pondría de rodillas en la arena, mientras ellos harían un circulo en torno mío y, sacándose las pollas de las braguetas, se mearían encima mío, cruzando sus chorros sobre mi cabeza. Me sentiría tan sucio así! La playa y la noche suponían la ventaja de que una vez acabado podría meterme en el agua y quitarme de encima el olor y demás. La desventaja era que si uno de aquella cabrones se largaba con mi ropa, me hacía la pascua. Nunca fue más allá de una fantasía.

El verano siguiente yo seguía muy caliente, y por casualidad quedé solo en casa una semana entera. Pase mucho tiempo entrando en los buscadores de chaperos y haciéndome pajas, claro, y con eso la calentura me iba subiendo. Una tarde especialmente febril salí a la calle en pleno agosto a las cuatro de la tarde, con unas calzonas una camiseta y unas deportivas. Cerca de casa había un descampado. Bueno, más que eso era directamente campo, sin edificios en unos 400 metros a la redonda. Y en uno de mis paseos (realizado otro día y a una hora más razonable) descubrí que por un camino auxiliar casi escondido, se llegaba a una vivienda completamente en ruinas, sin puertas ni ventanas y casi sin tejado, llena de escombros por todas partes, y con múltiples cagadas de animales y personas. Pero muy recogida de la vista por los matorrales que la rodeaban.

Aquella tarde el calor era sofocante. Las chicharras atronaban y el sudor empapaba mi camiseta, pero el deseo me embargaba, ya que a esas horas y con ese calor no había nadie y eso elevaba el morbo (no dejaba de ser plena Luz del día).

Me fui paseando tranquilamente hasta la desviación del camino principal que llevaba a la casa en ruinas. El sudor resbalaba por mis sienes, por mi espalda y pecho, y el olor a humanidad me alcanzaba las fosas nasales. Pero, extrañamente, eso no hacía más que aumentar mi excitacion. Antes de salir me había deslizado en el bolsillo un bote de desodorante pequeño, que tenía una forma ciertamente fálica, y que en algún momento de excitacion incontrolada había terminado metiéndome por el culo. Al llegar a aquel recodo del camino, mire a todos lados y no vi venir a nadie, de modo que entré en el mal disimulado camino. Tras unos cuarenta metros entre matorrales, llegué a la edificación ruinosa. No había nadie, y el ruido de las chicharras era ensordecedor. Lentamente y con mucha cautela, sin dejar de mirar a todos lados, me quité la camiseta y las calzonas, quedándome completamente desnudo salvo por las deportivas. Y empapado en sudor. Aparté un poco con el pie algunos escombros de una parte del suelo de losetas de lo que en su día fue el porche, y me puse de rodillas, con el culo en pompa (eso si, mirando de frente al acceso del camino y con el culo mirando al resto de casa derruida, por si aparecía alguien).

Me ensalivé con profusión dos dedos de la mano derecha, y me los llevé hasta el culo, empezando a lubricarme la entrada del ano. Estuve así un buen rato, con un nudo en la garganta por el morbo y la posibilidad de ser descubierto por un paseante anónimo (que a esas horas sería tan extraño como yo), y dilatándome el ojete. Después eché mano del desodorante y me lo metí por el culo, metiendo y sacando con buen ritmo. Estaba realmente en la gloria. Llegado un momento, creo que aunque hubiese aparecido un paseante, no habría parado. Os imagináis? Que por el camino llegase un chico dando una vuelta, y me encontrase de rodillas con el culo hacía afuera y perforándome con un desodorante?

No paso nadie... lo que legaron fueron avispas. A montones. Mientras me penetraba, me estaba presionando la vejiga y me entraron ganas de orinar. Nada me pareció más morboso que, en aquella misma posición a cuatro, sin desplazarme ni levantarme ni nada, y mientras metía y sacaba el bote del culo, empezar a mearme. La orina empezó a caer justo debajo mia, salpicándome las piernas por las rodillas, y dejando un gran charco cuyos olores en aquel calor se mezclaban con los de las muchas cagadas que por el lugar había. De algún modo, la orina atrajo a las avispas, que empezaron a merodear. Al final, me pusieron tan nervioso que tuve que levantar el campamento. Resultado: vuelta a casa con la libido por las nubes, insatisfecho y ansioso, el culo dilatado y oliendo a meados.

Tan febril estaba, que al llegar cogí el ordenador y busqué un anuncio de chicos de pago. Uno llamó mi atención inmediatamente, ya que incluía una de mis fantasías: dos chicos a la vez. En las fotos aparecían dos gruesas y perfectas pollas una junto a la otra. No lo dudé y llamé. El precio era razonable, estaban libres (en aquellas fechas y a aquellas horas, ya me dirás)., y yo no tardaría más de 30 minutos en llegar. Especifiqué que me gustaría que me measen encima, y que quería algo de dominación.

El piso estaba en un bloque de reciente construcción y muy céntrico de vivienda protegida, y como no había nadie por ser agosto, no pase ningún nervio al subir desde el portal. Los dos chicos eran jóvenes, uno de ellos con pinta de gitanillo y, aparentemente, menos condición de activo que su compañero (por teléfono había aclarado que yo solo deseaba recibir servicio como pasivo). El otro lucía una sonrisilla pícara y desde el comienzo del fregado demostró que entendía perfectamente lo que yo buscaba: cuando me lance a comerle la polla, y vi que se quedaba quieto, le dije “no te cortes, házmela tragar entera”. No tuve que decirle mucho más. Me sonrió con un mohín travieso y me agarro a nuca con la mano para que su polla se encajara en mi garganta con fuerza. Yo me atragantaba, pues el miembro era realmente poderoso, y me salían lagrimillas de los ojos, pero como digo aquel ejemplar entendió perfectamente lo que yo quería. Pese a mi sofoco tras el primer intento de tragarme la entera, al poder sacármela de la boca pude articular “así, así, fuérzame lo que quieras”. Con una iniciativa asombrosa, empezó a darme darme cachetazos en la cara. Primero suaves, y luego algo mas fuertes. Al ver que no le detenía, sonreía y continuaba. Hubiera agradecido que hubiera acomapañado aquella actividad diciéndome cosas como “así me gusta, puta, traga”, o quizá “come polla, guarra, chúpame los huevos”. Pero su imaginación terminó allí y en las sonrisitas picaronas.

El gitanillo resultó ser un desastre. Mientras le comía el rabo al pícaro, con la mano le sobaba los huevos al otro, pero al rato se hizo evidente que aquello no crecía. Era muy frustrante. No soy Robert Redford, pero había pagado por dos pollas y sólo tenía una. Decidido a optimizar mi inversión, dejé de comerle el nabo al gracioso y me di la vuelta para comérsela al gitanillo. No hizo más que confirmar el fracaso. Aquello era como mascar chicle, y pasados diez minutos de chupeteo y ensalivamiento, aquello no se endurecía. Él tampoco hacía nada por ponerse en situación, y se limitaba a estar echado con los brazos tras su cabeza, con una mirada de enorme desdén, como diciendo “menuda mierda de tipo, ni comerla con gracia sabe”. El rato se hizo más llevadero, debido a que el pícaro no se estuvo quieto, y aprovechó que yo me había echado sobre la cama de rodillas encima del gitano para comérsela, para acercarse por detrás y, condon encajado en la polla, me la metió sin contemplaciones. Yo tenía el agujero ya más que preparado por el desodorante, y entro con fluidez. Su ritmo era bueno, y yo acompañaba mi intento de mamada con un meneo de caderas que mostraba disfrute en la follada que estaba recibiendo.

En algún momento, desesperado con la falta de respuesta del gitano, me incorporé con su polla flácida en la mano y dije no sin cierto retintín, “esto parece que no va”. Esto lo decía mientras el otro  me hacía un culo nuevo mete que te mete. Era sin lugar a dudas el listo de la pareja. Me la sacó a toda prisa y dijo “vamos al baño”. Me llevaron los dos hasta una bañera, donde me indicaron que me metiera. Parece que había llegado el momento de recibir una meada. Un puntito de susto o miedo escénico de último momento me hizo ponerme a cuatro patas con la cabeza hacia abajo (en todas mis fantasías yo me colocaba de rodillas o en cuclillas, la cabeza hacía arriba y la boca abierta, dispuesta a recibir el chorro). Miraba de reojo a ver qué pasaba, ya que la meada tardaba en llegar. Para mi sorpresa fue el gitano quien sacó un potente chorro que cayó al principio sobre mi espalda, resbalando por todo mi cuerpo. No tardo en dirigir la manguera hacia mi cabeza, quedando mi cabellera mojada en segundos, y cerrando yo los ojos en un gesto instintivo. Recuerdo que la meada no olía especialmente a nada, al contrario que mi propia orina alguna vez que me la había echado por encima en una acrobática postura. Más allá del morbo de decirme a mi mismo “se han meado encima mía, tío”, no obtuve ningún placer especial.

Me limpié un poco, y volvimos al cuarto, no pensaba repetir la escenita de chuparle la polla a un tío que no se empalmaba, así que opté por amorrarme la polla del pícaro que, por contra, con la escena de la meada (en la que él no había intervenido) se había puesto como una cañería de cobre. El gitano se limitó a ponerse a mi espalda y hurgar con sus dedos en mi culo con muy poquito arte. El pícaro en cambio se estaba animando. Me agarraba la cabeza con ambas manos y empujaba su cadera para encajarme el capullo en la garganta con saña. Incluso en algún momento que traté de cogérsela con las manos para separarla de mí y poder coger un poco de aire, me las separó con violencia para poder seguir ahogándome con su polla sin piedad. Si, el tío sabía de qué iba aquello (como hubiera disfrutado con un “quita las manos, puta, y sigue tragando”!... pero era de los tímidos).

Pero todo entusiasmo tiene su revés. En uno de esos embistes, la polla entro más de la cuenta, o rozó la campanilla, o entro de través, y una arcada seguida de un reflujo violento de ácidos estomacales se me vino a la boca. Niños, cuidado con estas prácticas que a veces es sólo para mayores. Me sobrevino una tos violentísima, seguida de una asfixia preocupante (soy asmático, y en ese momento descubrí que no había llevado conmigo la medicina... craso error). Allí terminó la velada,  no era capaz de recuperarme y tuve que vestirme, despedirme e irme. Ya en el coche usé mi medicina, aunque tarde muchos minutos en que me pasara. Un putadón.

6) Como experiencia, fue algo frustrante. Tarde bastante en que el morbo y el deseo volvieran a poseerme y desear comerme una polla. De hecho, el siguiente hito de mi personal historia fue bastante breve, aunque muchos meses después del anterior. Resulta que descubrí por casualidad que en mi ciudad hay una zona de cruising con el coche. La entrada es una carretera en una rotonda que parece no ir a ningún sitio, y que termina en un larguísimo descampado con múltiples caminos por donde los coches van y vienen, la gente se mira y evalúa. En aquella época me pareció más morboso, y estuve dos o tres veces, la mayor parte del tiempo deambulando sin atreverme a nada (ahora esos sitios me dan más tristeza que otra cosa).

Pero una de las veces que acudí estaba especialmente ansioso por hacer algo. Di varias vueltas durante casi una hora y nada, de forma que decidí aparcar en un lugar algo apartado, bajo un árbol, y esperar. Pasaron un par de coches, con el conductor mirando, pero lo de siempre (este no, que es muy viejo, este no que es muy gordo, y si no me gusta que hago? Mejor no hago nada, a ver si se insinúa de algún modo.... en fin, esa mierda). Tan harto estaba que cuando apareció un coche normal con un tío normal, instintivamente le mire a los ojos mientras me llevaba la mano cerrada como en puño hasta la boca y con la lengua me hice un bulto en el carrillo, moviendo rítmicamente el puño y el bulto en el carrillo como simulando que hacía una mamada. El tío se dio por aludido, ya que me rodeó con su coche y aparcó a escasos cinco metros debajo de otro árbol. Me quede mirando a ver qué hacía, y pude ver que se salía del coche y se quedaba de pie junto a la puerta abierta del conductor, mirando a todos lados como espiando si nos veían.

Para mi fue suficiente. Me salí también del coche y me fue hasta él. Le mire a los ojos y dije “hola”, pero él no dijo nada. Se le veía incómodo. Tampoco es que fuera necesario decir nada más. Baje una mano hasta su bragueta y le baje la cremallera. Me senté en el asiento del conductor, y me quedó su cadera a la altura de mis ojos. Él no me miraba siquiera, seguía escudriñando la lejanía, como si estuviera vigilando algo. Le metí las manos en la bragueta abierta y saqué una polla medianita, de unos 16 cm, ya empalmada. Olía... como decirlo? Olía a polla que ha estado guardada en unos calzoncillos todo un día. A una mezcla de sudor de entrepierna, orina reseca y excitacion hormonal. Olía estupendamente. Es uno de los mayores placeres de comerse una polla, ese olor maravilloso a hombre que se va a dar placer con tu boca sin importarle quien eres y qué eres, si te gusta o si te importa, si disfrutas o si te desagrada, si te relames de deseo o si te dan arcadas con su sabor ácido y penetrante, que sólo desea alcanzar ese placer agudo del órgasmo y para el cual eres sólo un instrumento, un objeto sin rostro y sin personalidad. Y que con un poco de suerte va a descargarse en tí, va a vaciar su deseo encima tuyo quedándose saciado y satisfecho, tranquilo. Sin importarle si su semen te resbala ahora por la cara y el pelo y las vas a pasar putas para arreglar eso antes de llegar a casa, o si para evitarlo has tenido que tragártelo, ya fuera un chorro líquido e incoloro o un grumo pastoso y consistente que te ha costado engullir en varios tragos. Que eso no le importa porque en el momento de correrse se ha saciado y te ha olvidado... ese olor a polla.

Mi mamada no fue tan lírica. Se la estuve chupando un rato, saboreando su aroma masculino, rodeando el glande con la lengua, jugando con la punta en la rajita por la que se expulsa la leche, bajando a sobetear las pelotas, pequeñas y duras. Incluso me dio tiempo de metérmela hasta el fondo de la garganta un par de veces, con ayuda de de su mano en mi nuca. Pero en todo momento se le notaba nervioso, no dejaba de mirar.

Al fin dijo “basta, vámonos”. Me saqué su polla de la boca y dije mirándole desde abajo “por qué, qué pasa?”. “Nos están mirando” me contestó. Aún con su polla en la mano mire al rededor y vi que hasta tres coches habían aparcado en las inmediaciones. Dos más alejados. Uno de ellos a escasos cinco metros del suyo, frente a nosotros y sin ocultarse. No veía del conductor más que del pecho hacia arriba, pero movía rítmicamente los brazos a la altura de su cintura, y era claro que se estaba haciendo una soberana paja con nosotros. “Que mas da, que miren”, le contesté. La verdad es que pensé que si el tío se salía del cohe y se acercaba iba a resultarle innecesario hacerse una paja, porque de buena gana se la comería a él también. Al fin y al cabo, donde se come una polla siempre puede comerse otra. Todo es cuestión de organizarse, y esa tarde me sentía goloso. Pero al dueño de la polla que me estaba comiendo en ese momento no le parecía tan buena idea. Se la cogió y volvió a guardar en los calzoncillos, y me dijo “me voy”. Aún acerté a decirle “quieres que vayamos a otro sitio, y término de comertela”, pero era tarde, el tío ya no quería nada. Fui un gilipollas, debí haberlo dejado marchar, acercarme al coche del que se están pajeando y decirle “quieres cambio de turno?”, pero lo cierto es que me monte en el coche y yo también me fui.