Mi historia muy real (1)
Las muy reales y verídicas peripecias homosexuales de un hetero curioso que fantasea con tener sexo con hombres, y se va adentrando poco a poco en un mundo de morbo quede lleva a ampliar sus deseos y fantasías. Basado en hechos reales, mi propia experiencia personal.
1) La primera vez que tuve sexo con un hombre, tendría unos 35 años. No es que antes no hubiera fantaseado con ello. Para ser sincero, siempre me he considerado heterosexual, pero desde muy temprano sentí dentro de mi una tendencia natural a sentirme excitado en las situaciones de humillación física y verbal. Máxime cuando concernían al sexo. De ahí a sentirme atraído por experiencias con hombres en los que mi rol era exclusivamente pasivo y en las que los hombres abusaban sexualmente de mi, no había más que un paso. Desde temprano comencé a excitarme metiéndome el dedo en el culo y hurgando dentro de él, mientras fantaseaba que me follaban duro. Con el tiempo llegue a comprar a escondidas consoladores (entonces desconocía lo que eran los dildos) y a usarlos. Por supuesto, al principio me dolía. Era muy ansioso, y siempre que me compraba un consolador lo hacía con los ojos, adquiriendo el más grueso y venoso. Luego me costaba introducirlo en el culo, pero siempre pude ayudarme de aceite o algún otro lubricante. También terminaba masturbandome en la mano, y en alguna ocasión una vez que me hube corrido me metí los grumos en la boca, aunque lo cierto es que una vez sentido el orgasmo la excitacion bajaba muy rápido.
Entraba en páginas web a ver fotografías y me excitaba. Y en los chats más de una vez (era el inicio de estas cosas y entonces aún se podía hacer) me hice pasar por chica para calentar a los tíos. Experimenté mucho conmigo mismo. Llegue a mearme encima, y a beberme mi orina. Incluso una vez tuve un orgasmo prostatico, sin saberlo. Me había comprado un consolador de esos con ventosa. Lo había fijado a la pared y llevaba como 20 minutos trabajándome el culo sin cesar. Había perdido la noción del tiempo. Creo que presione tanto la prostata que, sin siquiera tocarme la polla, empecé a eyacular. Quedé como si hubiera andado veinte quilómetros.
Como antecedentes de lo que habría de venir, una vez acudí a una playa nudista, en septiembre, a las ocho de la tarde cuando ya casi no había nadie. A una zona alejada que había visto de vez en cuando, donde iban chicos a buscarse. A las espaldas de este sitio solían esconderse unos señores mayores, imagino que a morbosear y a meneársela. Me senté un nudo a unos diez metros de un chico muy bien parecido también en bolas. Tras unos minutos tragando saliva, me acerqué a él, con los nervios de mi posible primera experiencia con un hombre, y le dije “quieres que te la chupe?”. Me miró con aprensión y me dijo que no. No soy guapo ni tengo un cuerpo escultural, así que imagino que no era muy apetecible. Ahí termino todo. Llego otro chico, que tuvo más suerte que yo, y me quede solo.
Unas semanas después, estuve por primera vez en una sauna gay en Xxxx. Muy nervioso. Me excitaba ya el sentirme desnudo y expuesto delante de otros (igual e desnudos que yo, por otra parte). Después de darme una ducha tratando de abrirme bien los cachetes del culo y exponerlo (estaba justo a la entrada de los vestuarios), y visitar todas las instaaciones, me metí en el jacucci. Se sentaron junto a mí dos viejos de unos 60 años. Uno de ellos me metió mano bajo el agua, tratando de llegar al culo, y yo me retiré un poco. Decepcionado, se fue. Nervioso, ya que de esta forma no iba a consumar nunca, decidí aceptar el siguiente ofrecimiento, fuera como fuese. Se trató de un viejo de unos 60 años, con una pinta de paleto de cuidado. Le dije que se la chupaba si traía condon. Y mientras lo decía, ¡le cogí la polla y los huevos en mis manos! ¡Era mi primera vez! El caso es que no encontró condon (fíjate tú, si no habré chupado yo pollas después sin condon) y al bajarse mi excitacion, me fui.
2) Mi primera experiencia de verdad llegó, como no, pagando. A resultas de una despedida de soltero de un amigo donde llevaron a una stripper, percibí la cercanía de la carne ajena, y la facilidad de sobarla previo pago. Primero tuve varias experiencias con prostitutas, pero de caracter heterosexual. Pero pronto, en una de mis habituales fiebres de excitacion morbosa deseando ser humillado, en lugar de contactos con chicas termine mirando páginas de contacto con hombres. Fue un descubrimiento. Unas pollas descomunales, con huevos colgones dispuestas a hacerme lo que yo quisiera. No importaba mi físico, esa limitación perenne. Aprovechando una ausencia de mi pareja, decidí llamar al que me parecía más canalla y cabron. Y por supuesto, con una polla grande y oscura de piel. Era chaparro, y de pelo corto. Le pedí precio y le dije que quería sentirme humillado, y que quería que se orinara encima mia y esas cosas. No di muchas explicaciones más.
Una vez concertado precio y explicado el sitio, me planté allí con la moto. Antes de aparcar di una vuelta a la manzana, como queriendo vigilar que no me iba a encontrar nada raro. Un barrio normal, popular. Llame a su puerta y me hizo entrar. Era como en la foto. Llevaba unas bermudas e iba sin camiseta. Se le notaba fuerte, algo más bajo que yo. Mis ojos se fueron hacia su entrepierna, que adivine morcillona. Se la sobaba por encima de las bermudas, como queriendo mantener una media ereccion.
Me hizo pagarle por anticipado. 50 €. Y entramos en el dormitorio. Una cama pegada a la pared, y un baño en suite, donde se adivinaba una ducha en plato. Mientras guardaba el dinero, me dijo que me desnudara. Me quite la ropa cuidadosamente, disfrutando de cómo exponía el culo cuando me quitaba los calzoncillos. Él se quitó las bermudas de una vez, mostrando una polla larga, gruesa y poderosa, de piel oscura y que se sobaba interminablemente. Note un cosquilleo en el estómago. Entonces salió mi vena miedosa, y le dije que era mi primera vez. No le cambio el gesto, probablemente pensó que mentía (“la primera vez y me pide que le mee encima? Anda ya!”). Ante su silencio le pregunté cómo lo íbamos a hacer. Me contestó lacónicamente que me arrodillase delante de su polla y empezara a comérsela “a saco” (por supuesto, sin condon).
Y eso hice. Me arrodillé ante ese Dios masculino, le cogí la polla con las manos y saqué la lengua. Pasé un lengüetazo bajo su glande, y a continuación me metí el capullo entero en la boca. Para ser sincero, estaba en la gloria. Siempre me pregunté a qué sabría una polla, y si me agradaría su sabor. En ese momento supe que si. Ese sabor carnoso, a humanidad y suavidad, a sexo salvaje, que desde entonces me ha hecho palpitar el ojete cada vez que me ha llegado a la nariz. Comencé a engullir con avidez, con un ansía que antes había dedicado a los consoladores. Trataba de meterme aquel pedazo de carne entero en la boca, aunque parecía imposible, no me cabía. Abrí mucho las mandíbulas e intenté que entrase entera, pero la punta del capullo presionaba la entrada de mi garganta y parecía no querer pasar de ahí. Recordé que con los consoladores me pasaba algo parecido. Si eran de los rígidos, no pasaban de la garganta, apenas entraban unos 8 o 10 cm. Pero en ocasiones había comprado de esos de látex más flexibles. Entonces, al llegar la punta a la garganta, podía forzar un poco ésta, y con un roce en la campanilla que me provocaba arcadas, pasaba ese tope y era capaz de tragar 15 o 18 cm. Entonces me sentía muy guarra. Pues bien, estando de rodillas y con la polla de aquel puto presionándome la garganta, me acorde de aquello y me decidí a intentarlo. Y, por supuesto, sin manos, ya que desde casi el inicio se la estaba chupando sin cogérsela con la mano. El puto pareció darse cuenta de mis esfuerzos y me puso una mano en la nuca, tratando de ayudar mi movimiento empujando mi cabeza hacía su vientre. Me sentía tan humillado, con aquel chulo tratando de meterme todo su nabo hasta la garganta, y yo de rodillas con la cabeza hacia arriba y una boca de chupón aceptando aquel trozo de carne... como por arte de magia, entró. Un roce a la altura de la campanilla, una arcada contenida, y el capullo resbaló hacia mi garganta, forzando el giro de mi laringe. Sentí aquella salchicha atravesando mi cuello, y la falta de respiración que suponía tener todo el conducto obstruido por una polla endurecida, serían unos 18 cm hasta su raíz. Recuerdo el tacto de la piel suave de sus huevos afeitados rozando mi barbilla, y las lagrimitas que brotaban de mis ojos.
No se cuanto tiempo estuve comiendole la polla a aquel dios de piel morena. Sólo recuerdo que cuanto más chupaba más ganas de rabo tenía. Pero el puto era muy consciente de la hora. Me hizo levantar, y me llevó hasta el plato de ducha, donde me dejó de rodillas. Y a su vez, se quedó de pie, aprisionando mi cabeza con sus rodillas. Era muy fuerte, hice varios intentos de soltarme, pero no pude. No sabía muy bien qué hacía allí, pero me dejaba hacer. Que me dominase con su fuerza bruta me excitaba mucho. Luego entendí que estaba haciendo esfuerzos para que le saliese la orina. Fue inútil. Se contentó con echarme un esputo sobre el pecho, que recibí sin mirarle a la cara. Me hizo levantar, y entonces me atreví a decirle “no me vas a follar?”.
Ni siquiera me contestó, me llevo de vuelta a la cama, y me hizo echarme. Llevaba años deseando hacer aquello. Me puse a cuatro patas, y levanté el culo para exponerle mi ojete de la forma más obscena posible. La verdad es que no se andó con muchos rodeos. Tras abrir el envoltorio, se puso un condon que había encima de la mesilla, y cogió del mismo sitio un frasquito de lubricante que esparció por el agujero de mi culo. Hubiera disfrutado de los torpes movimientos de sus dedos en mi culo, pero estaba demasiado nervioso... me iban a petar el culo!!
La primera embestida fue terrible. Evidentemente, el puto no se había creido que era primerizo. Trato de meterme el nabo de una vez, y no entró. Me pegó una punzada de dolor y por un instante deseé no haber ido. Le dije que me dolía, y puso una mueca de fastidio. Un segundo empujón y mi respingo le convencieron de que no entraba. Pero al fin y al cabo, era un profesional. Me cogió del culo por las caderas y me reacomodó para tener mi agujero a la altura deseada, y una vez así apoyó el capullo el el ojete sin apretar, y empezó con un movimiento de vaivén. En cada entrada, el capullo abría un poco más el cierre de mi ojete. Cuando me había dado cuenta, noté que el capullo había entrado entero... ya era una puta maricona que había sido follada!! La verdad es que una vez dilatado, el culo admite lo que le eches. Una par de minutos después me entraba entera hasta las pelotas.
Con los nervios, quise volver a comérsela, de forma que me levante, y volví a ponerme de rodillas para mamarsela. Decididamente era lo mejor. Estuve chupando lo que me pareció otro rato muy largo, nuevamente sin manos y nuevamente tratando de engullirla entera. Hasta que volví a tener ganas de ser follado. Era como un nerviosismo de querer hacerlo todo, y querer hacerlo esa tarde. El puto puso cara de fastidio. A cada vez que quería ser follado, tenía que coger otro condon (se la chupaba a pelo). Mientras me daba por el culo, empece a notar una punzada interior. Era como una aguja que se me pinchaba por encima de la vejiga. Desagradable. Se lo indique, y el puto sacó la polla de mi culo. Me miró con desgana y me dijo “no te vas a correr?” Le contesté que no era mi objetivo (lo cierto es que me desaparece la excitacion de forma inmediata), y si él no iba a correrse a su vez (sinceramente, si lo hubiera hecho no sé cómo habría reaccionado). Me contestó que él podía estar follando horas sin correrse, y que ya había gastado los 50 €. Aquel recordatorio del vil metal y la naturaleza mercantil del acto sexual me hizo volver a poner los pies en el suelo. Ni se me ocurrió darle otros 50 € y seguir. Me vestí, y salí. Recuerdo haber notado una quemazón en el culo cuando apoyé el trasero en la moto. Y haber pensado “ya no eres virgen... te han follado bien follado. Te han roto el culo”
3) La segunda vez que tuve contacto sexual con un hombre, no fue pagando. Había pasado de los vídeos y las fotos a los chats. Pero ahora no me hacía pasar por chica. Entraba en chats gays y me postulaba abiertamente como pasivo dispuesto a ser follado. Más que eso. Pedía que abusaran de mí y me humillaran. Algo que me excitaba mucho era pensar que el tío que me iba a follar era alguien “poco deseable”. No me siento homosexual, de forma que no siento un especial gusto por las formas masculinas. Me excita la polla. Y los huevos. Y la posibilidad de que me utilicen para su placer. Por eso, si el tío que me follaba era “despreciable” (con perdón) para mi, eso me excitaba doblemente. Me imaginaba a un cani fibrado, con un cerebro de mosquito, hortera y desagradable, metiéndome el nabo hasta la garganta. O un gordo, con pliegues de grasa por encima de la polla que apartar para alcanzar el capullo. Y por supuesto, con una higiene incompleta. Oliendo a polla. Ese olor oscuro y penetrante que me hace burbujear las pelotas.
Una tarde estaba solo, y en un chat trabé conversación con un chico. Decía ser más joven que yo, y un poco gordito. Se presentó como activo, y yo le describí la cantidad de cosas que estaba dispuesto a hacer. Al cabo del rato ambos estábamos excitados. Le pregunté si tenía sitio y (cosa rara), me dijo que si. Con el corazón en un puño le pregunté si quería que nos viéramos y poner en práctica lo que habíamos hablado. Se mostró de acuerdo y quedamos en que le recogería.
Me monté en el coche y fui a la dirección que habíamos acordado. Iba nervioso como un novio primerizo. Me di tanta prisa que, al atravesar su calle por primera vez no ví a nadie. Eran las 16:00 de la tarde de un domingo de julio en Xxxxx. El calor era tan sofocante que las calles estaban vacías. Tratando de tranquilizarme, di una vuelta a la manzana y volví a pasar por la calle. Esta vez, a la altura del número acordado había un chico despistado. Era joven, como unos 25 años o así. Y muy gordo. Mórbido. Pesaría alrededor de 130 kilos y se le notaba una panza prominente que le dificultaba el andar. Tan despistado estaba que no me vio pasar. Yo al verlo tuve un primer momento de pánico (qué gordo es!) y pase de largo. Enseguida me di cuenta de mi estupidez... era gordo, si. Pero era lo que yo quería! Quería verme humillado. Me excitaba verme a mí mismo comerle la polla a un ser gordo y grasiento. Me detuve pasados 50m del chico, y toqué el claxon. Me vio y vino para el coche.
Nos saludamos al entrar. Era todo un poco frío. No hablaba mucho. Supongo que estaba tan nervioso como yo. Trate de suavizar el ambiente, y le pregunte por él. No hablaba mucho, pero terminó contando algunas cosas (yo traté de evitar dar datos personales). Resulta que era hetero... y tenía novia! Naturalmente, no sabía nada de sus otras aficiones. Le pregunté si tenía más experiencia de queda con gente del chat, y me dijo que alguna. Como en el chat había mostrado abiertas tendencias por la dominación, le pregunté si había quedado para practicar sexo sin ese rasgo de dominación. Puso un gesto duro, y me dijo que no, que para follar “normal” ya tenía a su novia. Con eso dejaba claro yo era una mierda, y que si quedaba conmigo era sólo para desfogar esa tendencia suya que tenía de abusar sexualmente de su prójimo; y que para esa labor de mero objeto no usaba a su sagrada novia, sino a una mierda cualquiera como yo, prescindible. Esto casi sin palabras. Es ese momento decidí que no me había equivocado.
Su sitio resultó ser un restaurante. Un viejo restaurante del centro histórico de Xxxx, que no abría hasta la noche. Me contó que era de su familia, pero que su padre había fallecido hacía un par de años y ahora madre e hijos debían trabajar para sacarlo adelante. Por supuesto no había nadie. Todas las mesas estaban vestidas y dispuestas, pero me llevo al piso superior. Allí no había mesas ni nada. Había una habitación grande y desordenada, llena de cachivaches y cajas, con una mesa con ordenador en el centro, que hacía de oficina y una habitación contigua vacía, ambas muy grandes y desangeladas. No se veía nada más.
Cuando llegamos arriba, llevábamos un rato de charla ligera sobre el negocio. Pero al llegar arriba, el chico se mostró impaciente. “Bueno, hemos venido para otra cosa, no?”. Y endureciendo el gesto añadió “quítate la ropa”. Era una de mis fantasías. Empecé a quitarme pantalones y camisa, mientras él se quedaba en pie mirándome. Me sentía examinado. Después me quite los calcetines. Y tras eso bajé muy despacio mis calzoncillos, dejando al descubierto mis huevos y mi polla. Me di la vuelta para dejarlo todo doblado en el suelo y expuse mi culo a su vista, asegurándome que podía verme el agujero abierto.
Al darme la vuelta, el chico se había situado en medio de la habitación, completamente vestido y me miraba desafiante. “Venga, de rodillas y empieza”. Un cosquilleo me atravesó las pelotas, y obedecí sin chistar. Una vez en el suelo, acerqué la cara a su paquete... más bien a su pantalón a la altura del paquete. Seguía quieto. Estaba claro quién mandaba, y que no iba a rebajarse a sacarse la polla. Levante los brazos y le bajé la cremallera ceremoniosamente; no me atrevía a mirarle a la cara. Salieron a la Luz unos calzoncillos blancos ligeramente ajados por el tiempo. Sin bajarle los pantalones, y con tan solo la cremallera abierta, pegué la nariz a sus calzoncillos y aspiré el aroma que emanaban. Era delicioso. Una polla sudada, de varias horas sin lavar en un verano sureño. El olor a macho era mareante. Me embriagaba. Estuve un rato aspirando su aroma y sobando con los labios su nabo por encima del calzoncillo. “A qué esperas para comertela”. Su tono era duro, seco. Volví a levantar las manos y le bajé el calzoncillo, dejando libre una polla que ya estaba medio erecta. No tendría más de unos 12 o 13 cm, con un capullito sonrosado al final. Pasé la mano por debajo de sus cojones y los liberé también del calzoncillo. Eran descomunales, colgones, y salpicados allí y acá de pelos ralos y destartalados, pero duros como esparto.
Me metí la polla en la boca de una vez. Pero si esperaba que siendo pequeña me iba a resultar fácil, me equivocaba. El chico me cogió la cabeza con ambas manos, y me atrajo hacía sí, empujando su polla hasta el fondo de mi garganta. Un atragantamiento súbito me convulsionó, y tuve que separarme para tomar aire. No era grande, pero llegaba hasta donde tenía que llegar. Y está claro que sabía usarla. “Venga, vamos, chupa”. Sus palabras me excitaban todavía más.estuve un buen rato comiendole el rabo allí de rodillas, rodeado de un desorden descomunal de papeles, cajas y polvo, un suelo sucio que no había sido barrido ni fregado en mucho tiempo. Parecía más un almacén que una oficina. De aquella mamada recuerdo sobre todo el olor excitante de un macho que sabía como follarte la boca, quizás el mejor que he olido nunca.
Cuando se cansó de que se la chupara allí (estaba claro que decidía él), me dijo “vamos a la habitación”. La habitación era un cuarto que estaba atravesando la sala vacía contigua a la oficina, y no se veía desde allí. Para ir, me separo la cara de su paquete y tal cual, sin vestirse (con la polla y los huevos asomando por la cremallera del pantalón, bajo su prominente barriga) ni vestirme a mi, y dejando mi ropa en la oficina, me agarró de los pelos de la cabeza y me hizo andar a cuatro patas y desnudo los veinte metros que nos separaban de la habitación. Él de pie, yo de rodillas a su lado como si fuera un perro, y moviendo las caderas a derecha e izquierda como resultado del paso de rodillas. El efecto era que iba meneando el culo como si fuera una vulgar puta, con el ojete al aire pidiendo guerra.
Al llegar a la habitación, vi que tal nombre le quedaba grande. Estaba estucada y pintada como una estancia honorable, pero despintada y abandonada. En el medio, solitaria, una cama que no era más que un colchón con una sábana para echarse un rato. La poca ropa que allí había estaba revuelta. Y debía ser su picadero habitual, porque de no sé qué escondrijo extrajo una bolsa de plástico llena de juguetes eroticos, que esparció sobre la cama. Y comenzó a desvestirse. Yo asistía a toda esta operación desnudó y de rodillas. Se me ocurrió preguntar “hay baño?”. Me contestó que en la planta alta no había agua, lo que me cortó el rollo sobremanera, ya que la planta baja tenía muchas ventanas visibles al exterior. No quería bajar al baño al final y que me viera alguien con el pelo revuelto, una corrida en la espalda y el agujero del culo colorado.
Terminado de desvestirse, se echó en la cama boca arriba. Parecía una ballena varada en la arena. En esa postura, la polla parecía casi invisible, aunque destacaban sus enormes huevazos negros. Me arrodillé junto a la cama y estuve comiendole los huevos un buen rato. Gemía como una histérica. Se estaba calentando. Cuando ya lo consideró oportuno, se levantó y me ordenó que me echara yo en la cama boca arriba. El lecho olía a centenares de polvos echados antes de aquel. Parecía que Nadie hubiera nunca lavado aquellas sábanas. Estando boca arriba se vino hacia mí con un consolador en la mano. Era estrecho y estriado, de color rosa. Me levantó las piernas dejándome en postura de parto, y apoyó el consolador en mi ojete. “Te gusta que te follen, puta?”. Asentí, y me lo metió de una sola vez. Afortunadamente era estrecho, y no me causó dolor alguno. Empezó a meterlo y sacarlo, con una rapidez incómoda, y comencé a sentir una sensación desagradable en mis partes bajas, de humedad indisimulada. “Ostia puta”, dijo de repente. Sacó el consolador de mi culo y estaba lleno de mierda. Parece que no me había cuidado antes de quedar con él (la excitacion era tanta que olvidé vaciarme), y un olor a excremento inundo la enorme habitación. Musité una disculpa rápida, y me escabullí hasta el baño de la parte de arriba... que no tenía agua. Tuve que limitarme a limpiarme el ojete con un papel higiénico, que tiré en un water que no podía evacuarlo.
Cuando volví a la habitación, el chico se había puesto un condon, e inequívocamente quería follarme. Yo a esas alturas había perdido gran parte del morbo, pero no me atreví a contrariarlo en su sitio. Me subí a la cama a cuatro patas, con el culo expuesto, y dejé que me montara. Lo cierto es que la polla que me había atragantado en la oficina tenía poco calibre para explorar mi culo. Fueron pocos los empujones del chico, y tras un gemido agudo se separó de mí, se sacó el condon de un tiron y empezó a correrse. Se vino hacia mi tratando de espurrear su lefa en mi cara. Era pringosa como el champú, y como mi excitacion había decrecido mucho, retiré la cara.
Allí terminó todo. Nos vestimos como si no hubiéramos follado, hablando de banalidades. Quiso invitarme a un refresco, pero rehusé y salí con prisa de allí. Desde entonces he evitado pasar delante de ese restaurante.