Mi historia con Carlos

A veces nos enamoramos de quien no nos corresponde, y acabamos haciéndonos daño a nosotros mismos. Relato sin sexo explícito.

Agradezco que leáis este relato porque es muy importante para mí. He sido capaz de expresar mis sentimientos como nunca antes había hecho, y por eso creo que escribir este texto ha sido terapéutico de alguna manera, así que espero que os guste tanto como a mí me ha gustado escribirlo.

Me encantaría que me dejarais vuestra opinión en los comentarios.


Siempre me he sentido un poco solo. Tal vez por eso me suelo enamorar de gente que no me corresponde. Creo que la peor sensación que puedes tener si eres una persona enamoradiza es darte cuenta de que, a pesar de que has puesto todo tu empeño en que no volviera a ocurrir, lo has vuelto a hacer: te has enamorado de alguien que no te corresponde. Y eso es lo que me pasó con Carlos.

Yo estudiaba arquitectura en Madrid por aquel entonces, y me gustaba salir de fiesta con los colegas de la universidad. En ningún momento oculté mi homosexualidad a mis compañeros, y tampoco noté que a mis amigos les importara lo más mínimo con quién me fuera a la cama. Como mi objetivo durante la carrera era pasármelo lo mejor posible y salir lo máximo que pudiera, me acababa apuntando a todos los planes. Creo que fue en marzo de tercero de carrera cuando, en uno de esos planes, uno de mis compañeros de clase me presentó a Carlos. Carlos era un chico normal, no demasiado guapo ni atractivo, y al principio no me llamó la atención nada más que su altura. Debía medir por lo menos 1’85. No recuerdo nada especial de esa noche, más allá de que alguien a quien también conocí ese mismo día acabó en el hospital con un brazo roto.

Carlos quedó borrado de mi memoria al igual que lo hicieron decenas de personas -amigos de amigos- a las que había conocido en una noche cualquiera en un piso de estudiantes cualquiera y bebiendo lo que fuera. Pero se me refrescó la memoria cuando le vi en un piso de unos amigos que nada tenían que ver con la universidad ni con las personas que estuvieron en la fiesta en la que le conocí. Iba a ser otra noche de juerga y había quedado en casa de mi amiga María para beber. Fue él quién se acercó a mi para saludarme, y al principio yo me quedé extrañado porque no le recordaba. Sin embargo, cuando me dijo su nombre caí en que nos habían presentado unas semanas antes. Tuvimos la típica conversación medio incómoda en la que ninguno de los dos sabía qué decir. Le pregunté qué hacía en esa fiesta, ya que no sabía que tuviéramos más amigos en común, y me comentó que uno de los compañeros de piso de mi amiga era su amigo de la infancia. Estuvimos un rato hablando mientras bebíamos, y la conversación rara del principio de la noche acabó por resultarme bastante agradable. La verdad es que no sé si fueron las copas o lo simpático que me estaba pareciendo, pero para cuando nos dispusimos a salir de casa, yo ya encontraba atractivo a Carlos.

No supe mucho de él hasta un día que quedé para comer con María en su casa y, para no perder la costumbre, me avisó de que llegaría tarde. Me dijo que tal vez hubiera alguien en casa, que llamara al timbre y probara suerte. En efecto, un chico contestó al telefonillo y me abrió la puerta. Pensé que sería uno de sus compañeros de piso, pero cual fue mi sorpresa cuando me encontré a Carlos detrás de la puerta. - Hola, me dijo; - hola, contesté. Parece ser que aquellas copas sí que me habían engañado un poco, no era tan guapo. ¿O sí? -¿Qué haces aquí?¿Estás solo?, pregunté. Al parecer su amigo había salido a comprar comida para ellos y él estaba demasiado cansado como para acompañarle, así que decidió quedarse en casa. Me preguntó si me apetecía una cerveza y acepté encantado, ya estaba empezando a hacer calor en Madrid y una cerveza nunca viene mal. Mientras esperábamos a nuestros respectivos amigos, charlamos un rato. La verdad es que conversar con él era agradable, sabía escuchar y sabía hablar, y sabía de lo que hablaba. No hay nada que me guste menos que la gente que sabe un poco de todo y mucho de nada, pero Carlos no parecía uno de esos. Me di cuenta inmediatamente de que nuestras posturas con respecto a algunos temas no eran muy similares, sobre todo cuando hizo un comentario no muy acertado sobre la homosexualidad. - Perdona, no quería ofenderte, ya me había dicho María que eres gay, me dijo al leer la expresión en mi cara. No es que me ofendiera, pero sí que me llamó la atención que hubiera hablado de mí con María. Se escuchó de repente el sonido de las llaves en la cerradura y a continuación entraron María y su compañero de piso, el amigo de Carlos, que se habían encontrado en el super y habían decidido que comeríamos los cuatro juntos.

Desde esa comida empecé a pasar más rato con Carlos. Primero en casa de María, porque era el único nexo en común que teníamos y porque, aunque me parecía un poco extraño, Carlos se pasaba el día ahí, aunque no estuviera su amigo. Un día que fui a visitar a María le propuse bajar a tomar una cerveza, y me dijo que no, que estaba con la regla y no quería salir de casa. - Yo sí que me apunto, dijo Carlos. Y nos bajamos los dos. A partir de entonces ya no hacía falta que le viera en casa de María, ya nos hablábamos para quedar. O nos íbamos de fiesta con algunos amigos suyos, o con amigos míos. No había semana en la que no quedáramos por lo menos dos veces. Para entonces, yo ya estaba seguro de que Carlos era atractivo. Bueno, no. Era guapo. Yo me advertía a mí mismo, me alertaba de que aquello no llegaría a buen puerto. Tenía muy claro que Carlos era hetero, que simplemente me veía como un buen amigo y que así era como yo debería verle a él. Pero había algo en mí que me hacía agarrarme con fuerza a un halo de esperanza que no sé muy bien de dónde venía.

Un día que quedé con él, vino súper emocionado porque me tenía que contar una cosa. Conoció a una chica en una fiesta con la que se lió, habían estado hablando los días posteriores y pensaba que le gustaba. No sé si esa vez Carlos fue capaz de leer mi expresión, pero probablemente mi cara hablara por sí misma. No me apetecía estar ahí sentado escuchando cuánto le gustaba esa chica a Carlos porque lo que describía era lo que yo sentía hacia él, y era bastante obvio que no era recíproco. Tampoco me apetecía saber por qué le gustaba esa chica, pero soy su amigo, pensé, me lo quiere contar porque me aprecia, y me senté a escuchar.

Ya hacía un año que conocí a Carlos en aquella fiesta, ya me quedaba solo un año de carrera, y mis planes de futuro no incluían Madrid como ciudad en la que vivir. Con la chica aquella no cuajaron las cosas, estuvieron cuatro meses en un comienzo constante de una relación que no acababa de asentarse, así que Carlos se cansó de perder el tiempo y decidió que estarían mejor cada uno por su parte. El futuro era algo que me aterraba, pero Carlos no parecía darle la menor importancia. Él ese año ya acababa sus estudios y pretendía quedarse en Madrid buscando trabajo, así que por lo menos estaríamos juntos algún tiempo más. Ese curso yo dejé de salir de fiesta un poco, ya que me quedaba poco en la universidad y cada vez mi futuro laboral estaba más cerca. Si salía de fiesta, solía salir con Carlos. Nos lo pasábamos bien los dos juntos porque a los dos nos gustaban los mismo sitios y los dos solíamos irnos a la misma hora, lo que simplificaba las cosas a la hora de decidir cuándo acababa la noche. Una tarde de ese verano me llamó para salir. Vendrían unos amigos suyos de la infancia que habían venido a visitarle con nosotros, pero el plan olía a que salían para ligar, así que le dije que me quedaba en casa, que el calor de ese día me había agotado. No insistió mucho, lo cual me decepcionó un poco, porque en ese momento yo ya estaba seguro de que me había metido en un lodazal, me había enamorado de Carlos, y esperaba que él quisiera pasar tanto tiempo conmigo como yo deseaba estar con él.

A eso de las cuatro de la mañana me llamaron al timbre. Casi me muero de un infarto, pero sospeché que sería un vecino borracho de mi rellano que solía llamar a todos los pisos cuando volvía a casa doblado. Ante la insistencia, me levanté de la cama para decirle que parara, pero cuando cogí el telefonillo escuché a Carlos al otro lado. - Te he echado de menos esta noche, me dijo, y el corazón se me cayó a los pies y me latía el corazón en los oídos. - ¿Qué coño haces aquí?, le pregunté y sólo me respondió que abriera la puerta de una vez. Subió y me preguntó si podía quedarse a dormir, que sus amigos habían decidido seguir de fiesta en otro sitio y él quería volver a casa, pero de camino se dio cuenta de que sus llaves las tenía uno de sus colegas, así que decidió probar suerte en mi casa. Se metió en mi cama, porque no había otro lugar en el que pudiera dormir, y tardó en dormirse menos de lo que tardé yo en asimilar lo que acababa de pasar. Yo ya no me pude dormir, y menos sabiendo que Carlos estaba acostado a mí lado, así que me dediqué a observarle mientras él lo hacía e incluso me atreví a darle un beso largo en la mejilla. Cuando se despertó a la mañana siguiente yo ya estaba en el salón, pero le había esperado para desayunar. Comimos algo rápido juntos ya que él se tenía que ir a trabajar, me dio las gracias y se disculpó por las molestias, y en la puerta de casa me dio un abrazo de los que él me daba que me dejó sin habla.

Pasaron unos pocos meses más y mi ansiedad por ver qué me deparaba el futuro crecía. Ya había empezado quinto de carrera y no quería verme como Carlos, que llevaba un año con los estudios terminados y se dedicaba a currar en trabajos temporales que le surgían, pero nada serio. La verdad es que en ese momento mi relación con él se había convertido en un poco enfermiza. Yo había pasado de salir con mucha gente a salir sólo con Carlos, y si había más gente era indispensable que él también viniera. Me había distanciado un poco de mis amigos, incluso de María, y parecía que necesitaba de la atención de Carlos para poder seguir con mi vida normal. Hablábamos casi todo el día y nos veíamos todo el rato, peor que si hubiéramos sido pareja. Me engañaba a mí mismo pensando que sería cuestión de tiempo, que si él me gustaba a mí cómo no le iba a gustar yo a él, que algo debía sentir cuando pasaba conmigo todo su tiempo libre.

En el segundo cuatrimestre de ese año las cosas volvieron a ser un poco más normales, ya que Carlos encontró trabajo estable y yo tenía que dedicarme a las prácticas y al proyecto de final de carrera. Pero el fin de semana lo seguíamos pasando juntos. Llegó un momento en el que yo ni tan siquiera pensaba en volver a mi ciudad a ver a mi familia, necesitaba el fin de semana para pasarlo con Carlos y airearme un poco saliendo de fiesta. Esas noches acababan siendo nefastas, porque yo bebía de más y me acababa poniendo muy pesado, intentando llamar siempre la atención de Carlos y poniéndome celoso en cuanto intercambiaba un par de palabras con alguien que no fuera yo. Me enfadaba porque no entendía cómo podía no darse cuenta de que me gustaba, y cuando bebía me desahogaba haciéndole daño físicamente, pellizcándole o mordiéndole como de broma, pero soltando en realidad toda la rabia que tenía dentro. Carlos se distanció un poco de mí, tal vez porque finalmente se dio cuenta de que me gustaba o porque yo mismo con mis gilipolleces acabé consiguiendo lo contrario a lo que quería. Con el rollo del proyecto y mi ansiedad por buscarme algo fuera de España para cuando acabara la carrera, acabé viendo a Carlos una vez cada dos semanas, si había suerte. Nuestra relación ya no era tan intensa, pero yo me sentía igual o peor que cuando le veía a todas horas. Encontré unas prácticas bastante decentes en un estudio de arquitectura en Colonia, Alemania, para cuando acabara la carrera, y decidí que era la oportunidad que estaba buscando y que no la podía dejar pasar. Se lo comenté a Carlos una de las veces que nos vimos y casi se puso a llorar. Me dijo que me había estado evitando últimamente porque yo estaba raro, y que entendió que con todo el asunto de terminar la carrera estaba más nervioso de lo habitual y por eso me portaba así con él. Me prometió que por mucho que me fuera seguiríamos siendo amigos, y que desde entonces hasta que cogiera el avión hacia Alemania pasaríamos todo el tiempo posible juntos. Y así fue. Estuvimos ese verano casi las 24 horas del día pegados. Él había dejado el trabajo porque no estaba a gusto, así que nos plantamos los dos con un verano libre y con mil planes en mente.

Estuve en su ciudad natal y luego Carlos hizo lo propio viniendo a visitar a mi familia, a la que también hacía bastante que yo no veía. Nos fuimos de viaje por Andalucía, visitamos todo lo que pudimos por los alrededores de Madrid y salimos de fiesta casi todos los días. Hubo una noche en la que incluso estuve con un chico. Después me sentí como una mierda por traicionar a Carlos, pero era una traición que solo estaba en mi mente porque yo no era nada más que un buen amigo para él. Habíamos planeado salir dos noches antes de que yo cogiera el avión hacia Colonia con todos los amigos de Madrid: vinieron María, su compañero de piso, el amigo que me presentó a Carlos y un montón de gente más a la que llevaba casi un año sin ver. Bebí hasta el punto que casi no me tenía en pie, y Carlos me tuvo que acompañar a casa en un taxi. Me subió a casa y me metió en la ducha para que se me pasara un poco la borrachera. De ese momento no tengo un recuerdo muy nítido, pero sé que me sentí como llevaba esperando sentirme durante casi tres años: por fin estaba siendo el centro de atención de Carlos. Cuando me sacó de la ducha, me puso el albornoz como pudo y me llevó a mi cuarto. Me sentó en la cama para ver si reaccionaba y entonces yo empecé a entreabrir los ojos. - ¿Estás bien?, me preguntaba, y yo asentía con la cabeza porque estaba mejor que nunca. Me quedé mirándole fijamente a los ojos y ,como pude, le dije lo que llevaba tanto tiempo callándome.

  • Carlos, te quiero. Te quiero pero más que como a un amigo. Estoy enamorado de ti y llevó tiempo queriéndotelo decir, pero no sabía cómo.

Eso es lo que creo que le dije. Era tan patético que esperé hasta el último momento con él para mostrar mis sentimientos, y tan cobarde que lo tuve que hacer al borde de la inconsciencia para no sentirme como la mierda que era. Y sin esperar a que me respondiera, me incliné hacia él y le besé en los labios. Y no sé si es porque no quiero sentirme tan ridículo como en realidad fui, pero estoy seguro de que, al menos durante unos segundos, no se apartó. - Yo también te quiero, me dijo apartándome, - pero sabes que no de esa manera.

Y ahí se quedó. Yo me quedé dormido y cuando me desperté Carlos ya no estaba. Tampoco respondió a mis mensajes durante un tiempo, y durante mis primeras semanas en Alemania pasé los peores momentos de mi vida, en un país nuevo y con el corazón como un trapo. Al tiempo Carlos me escribió preguntándome que tal mi vida por Colonia, y tuvimos una conversación bastante cordial, pero nada parecido a cómo habíamos hablado antes. Prometió mantener el contacto conmigo, pero en estos casos ya se sabe. La palabras se las lleva el viento, y tan rápido como Carlos llegó a mi vida, se fue. Llevo dos años sin saber nada de él, porque no podía soportar la idea ni de ver sus fotos, porque soy tan triste que todavía le sigo viendo guapo. Así que en otro de mis actos vergonzosos e injustificados, le borré de Facebook y le bloqueé en todas las redes sociales imaginables, no sé si por miedo a que me hablara o porque sabía que no lo iba a hacer. Y todavía ahora, unos cuantos años después, me sigo sintiendo solo.