Mi historia
Como mi matrimonio me llevo a ser quien soy.
Me casé con una mujer mayor que yo, la cual era, es, una mujer muy atractiva, sexy, sensual, de un carácter dominante. Nos conocimos en el trabajo y de ser un simple abogado en aquel despacho, pasé a ser el asistente de la abogada más atractiva del mundo. Hasta aquí no encontrarás nada fuera de lo “normal”, historias así se dan a diario; sin embargo las cosas no han sido normales desde el día en que nos casamos.
Para empezar he de contarte que antes de conocer y enamorarme de Cristina, nunca había tenido una novia formal, y a la edad de 24 años seguía siendo virgen. Quizá pensarás que qué buena suerte la mía la de perder la virginidad con una mujer tan bella y sensual; pero la noche de bodas no fue lo que yo imaginaba que iba a ser. Tras la boda llegamos a la habitación, un poco cansados por la fiesta y con un par de copas encima. Yo estaba muy emocionado por lo que habría de pasar aquella noche, pensé en perder mi virginidad a lado de aquella fantástica mujer. Le ayudé a quitarse el vestido, quedando ella en bra, tanga, liguero, medias y zapatillas blancas, y yo en bóxer y playera. Ella, dado su carácter dominante, tomó la iniciativa y comenzó a besarme y a acariciarme, excitándome al máximo. Las caricias y los abrazos encendió en mí una ardiente pasión y un incontrolable deseo por poseer a aquella mujer, ella leyó mis pensamientos y me detuvo en seco. Con mirada firme, pero con un toque de ternura me dijo:
- Cariño, quieres hacerme el amor ¿verdad?
- Sí amor, desesperadamente…
- Sí cariño, lo sé, se nota… pero…
- ¿Qué ocurre amor?
En ese momento Cristina se apartó, se cubrió la cara con las manos y empezó a sollozar…
- ¿Qué ocurre amor?
- Nada Andrés… es que para ti es fácil, pero no sabes lo que siente una mujer…
- No, no sé, ¿qué sientes?... ¿placer no?
- Sí, sí, placer, pero también duele, y eso es lo que no piensan ustedes los hombres…
- Tranquila amor, no quiero lastimarte… no sabía que les dolía… sino quieres está bien…
- No, si quiero, pero quisiera que supieras lo que duele…
Mi excitación era tal, que no medí las consecuencias de las palabras que en seguida pronuncié:
- Créeme, me encantaría saberlo; es más, me encantaría ser a mí a quien le doliera y no a ti…
- ¿Lo dices en serio amor?
- Por supuesto!!!
Se acercó a mí y empezó a besarme y acariciarme
- Gracias amor, ahora me siento lista para que hagamos el amor…
En seguida me preparé y me dispuse a hacerle el amor. Justo cuando estaba a punto de penetrarla ella me detuvo…
- Cariño, dijiste que estabas dispuesto a saber lo que dolía, cierto???
- Sí cariño, por supuesto…
- Incluso dijiste que preferirías que te doliera a ti en vez de a mí, no es cierto…
- Sí amor, claro, pero eso obvio no se puede…
Acto seguido se apartó de mí, fue hacia su bolso y extrajo un vibrador de tamaño regular, lo embadurnó de lubricante y se colocó a mis espaldas.
- Andrés, puedes hacerme el amor, siempre y cuando aceptes hacerlo mientras tienes en tu culito esto. Para que compartas conmigo el dolor de esto que vamos a hacer. ¿Estás dispuesto?
Ya era mi esposa, ya había pronunciado esas malditas frases, me encontraba muy excitado además de que ella se veía sumamente hermosa y sensual. No tuve más remedio que aceptar. Cristina comenzó a acariciar mis nalgas, empezó a juguetear con un dedo con lubricante en la entrada y de pronto lo introdujo de un solo golpe, yo intenté respingar, pero ella tenía mi cara contra la almohada. Ignorando mis gemidos, introdujo otro dedo, y después otro. Comenzó a masajearme, de manera un tanto brusca, para después retirar sus dedos e introducir aquel vibrador de un solo golpe. Intenté de nuevo protestar, pero en ese instante la almohada impidió que se escuchara sonido alguno. Una vez con ese aparato dentro de mí, me puso de lado y hasta ese momento, con mi pene erecto al máximo, me permitió, por no decir que ella misma, introdujo mi pene dentro de ella.
Durante esta escena erótica, ella se colocó encima, y fue marcando el ritmo y profundidad de la penetración, a la par que aprovechaba para hacer lo mismo con el juguete dentro de mí. Me besaba frenéticamente, y en un momento en el que no pude percatarme encendió aquel instrumento. Las vibraciones me hacías casi convulsionarme, y justo cuando estaba en el mayor punto de mi excitación, ella tuvo un orgasmo, se separó de mí, y sin sacarme aquel juguete esperó hasta que yo acabara, terminando por completo de mi primera vez en el interior de un condón.
La experiencia de mi noche de bodas se repitió de la misma manera durante los primeros meses de mi matrimonio. Cada vez que yo deseaba tener sexo con Cristina, debía llegar a la habitación con el vibrador y el lubricante en las manos, permitir que ella me preparara y penetrara, para después poder penetrarla, ella siempre encima, y siempre acabando ella antes que yo, y yo con el pene de plástico en mi interior.
Alguna vez, tras de varios meses, se me ocurrió proponer una variación a nuestros encuentros sexuales. Le sugerí a Cristina el practicar sexo oral, ella se notó visiblemente alegre por la idea y acordamos hacerlo en nuestro siguiente encuentro, ya que por aquellos días ella se encontraba en su regla. Yo no encontré sentido al porque posponerlo por ese impedimento, pero ella me pidió aceptara. Tratando de respetar sus sentimientos accedí, imaginando que a ella le avergonzaría darme sexo oral y que por accidente viera el sangrado de su menstruación.
Sí, acepto que a este punto el relato llega a obviedades groseras, y que pueden adivinar que Cristina se refería a yo darle sexo oral a ella, con el vibrador dentro de mí. Sí, así fue. Nuestra vida sexual cambió y cada vez yo tenía ahora que penetrarme con el vibrador antes de satisfacerla oralmente, incluso en los días de su regla, teniendo que terminar yo, masturbándome enfrente de ella, manteniendo en todo momento el vibrador dentro de mí.
He de confesarles que a este punto estas prácticas no me satisfacían en absoluto, pero era mayor mi rendición y mi enamoramiento por esa Diosa.