Mi historia 3. Por Andrea

Confesé a mi esposo lo sucedido con Taleb. Pero fue una confesión con clase. Leela.

Proviene de los relatos anteriores

Miguel estaba en el ordenador cuando llegué a casa

Algo parecido al remordimiento se adueñaba de mis emociones.

Desde la boda nunca había puesto sus manos sobre mí otro hombre que no fuese él. Y ahora tan solo habían pasado unas horas desde que los dedos del viejo musulmán me habían poseído y masturbado a conciencia en la soledad del lujoso piso de Serrano.

En la piel apretada y rugosa de mi agujerito trasero aún permanecía reciente la sensación del tacto rudo de los dedos hendiendo y penetrando, provocando sensaciones que oscilaron entre el placer y el dolor.

Pero lo que más me preocupaba era que me había gustado. Mejor dicho, me había encantado, llevándome a un estado de excitación ya olvidado. Una excitación de intensidad desconocida, de infinito morbo, de adolescentes reminiscencias.

Había pensado en Miguel cuando Taleb apartaba la braga para dejar expedita su indagación. Sabía que Miguel anhelaba lo que me estaba sucediendo y esa certeza aumentó si cabe mi excitación y mi placer.

Ahora mi esposo estaba allí, de espaldas a mí, le miré, no se había percatado de mi llegada.

Volví a recordar, las imágenes de mi experiencia recién vivida volvían una y otra vez. El grito del orgasmo con los dedos refugiados en mi intimidad, la entrepierna mojada, el roce de la perilla del árabe mordisqueándome el glúteo, mi falda remangada arrugada en la cintura, el tanga recogido entre la vulva y el muslo, mis piernas lujosamente vestidas por la media de cristal verde.

Parecía, y así me había sentido, una zorra de lujo, la prostituta de alto postín que vendía su cuerpo.

Aun sabiendo que Miguel llevaba tiempo deseando que algo parecido sucediera, aun imaginando que su anhelo era ser cornudo, aun habiéndolo oído de sus labios como la mayor de sus fantasías, ahora dudaba como encajaría el que aquellos deseos imaginarios se hubiesen materializado en irremisible realidad.

Me acerqué lentamente.

-¡Ah! ¡Ya has llegado?- Me habló sin apartar la mirada de la pantalla del ordenador.

Yo le besé desde atrás, en la mejilla, aspirando los recuerdos que sobre su piel había dejado la loción de afeitar de Giorgio Armani. Posé mis manos en sus hombros acogedores y anchos y después le susurré en el oído: -Creo que tenemos vendido el piso de Serrano-

La noticia fue como un latigazo. Miguel dejó inmediatamente su tarea y se giró hacia mí, sin decirme nada, fijando sus ojos en los míos con mirada temblorosa por la sorpresa y la impaciencia.

Supe que deseaba preguntarme, saber, oír. Pero permaneció callado esperando que fuese yo la que iniciase el relato.

Entoné una voz traviesa y juguetona y le dije -Esta noche en la cama te lo cuento todo - dedicándole la sonrisa más pícara y malvada de mi repertorio.

-¡No por favor! ¡Cuéntamelo ya, cariño. Por favor!- Su voz sonó suplicante, como la de un niño al que le quitan la bolsa de caramelos.

Fui tajante. –Esta noche-.

Luego sin volver a mirarle me di la vuelta perdiéndome en el pasillo camino del dormitorio.

Mi esposo sabe cuando digo algo en serio. No volvió a mencionar el tema. Eso me enternece mucho. Le veía tan buenecito, casi asustado con mi reacción, con su tripita redonda y su calvita.

Le puse de cenar, soy un ama de casa a la antigua usanza. No me gusta la plancha, aunque lo sobrellevo. Lo de la limpieza lo solventa Juana, una niña de Bolivia, indita y morena, muy bajita y algo rechoncha, todo dulzura y trabajo. Pero lo que no he querido delegar en nadie es la cocina. Me encanta cocinar.

Esa noche le preparé a Miguel unos finísimos filetes de solomillo de ternera casi transparentes. Sólo tirarlos a la plancha unos pocos segundos, con polvo de ajo y unas laminas de foi caliente sobre ellos, recogerlos rápidamente. Finalmente los salpico con unas gotas de salsa de oporto. Ese plato lo bordo.

-¿Por qué no te has quitado aún las medias verdes?- Miguel preguntaba con la boca llena, como un crío pequeño a pesar de sus cuarenta años.

-Me acostaré con ellas. No seas curiosón- Después de haberle respondido me arrepentí de haber utilizado el tono casi cortante.

A las once de la noche ya se había metido en la cama. Yo, en el cuarto de baño de nuestra habitación, sonreía sus prisas, mientras me lavaba los dientes y me perfumaba. Passion de Elizabeth Taylor es una fragancia intensa pero floral, no satura. La uso en mi zona íntima. Vale casi cien euros el frasco y con lo que el tapón lleva adherido al destaparlo, es más que suficiente. Me lo paso por mi coñito depilado y entre los cachetes del culo. Luego me rozo los pezones con él.

Cuando apagué la luz y me metí bajo el ligero edredón Miguel quiso cogerme y se lo impedí.

-Haz de hacerme caso esta noche mi amor-.

Dirigí mis manos para colocarle, tumbándole boca arriba y le puse el dedo sobre los labios indicándole que callase, que no dijese nada.

El tenía puesto el pijama por indicación mía. Se lo pedí durante la cena. Es de esos de cuadros de señor mayor, muy fino, de tergal. Yo solo llevaba las medias y el tanga verde.

Me sentía una retorcida y poderosa Afrodita, dominando la situación, marcando los tiempos.

Como ya comenté, hace poco descubrimos el placer de usar lenguaje soez y basto en ciertas ocasiones.

-No te muevas- le ordene casi militarmente –no te muevas y escúchame. Hasta que termine de contarte lo que ha pasado hoy no quiero que te muevas. Serás como un muñequito inflable. Y no hables. Si en algún momento dices algo, la que dejará de hablar seré yo-.

Acostada a su lado comencé a jugar con mi pie en los suyos, acariciaba el pantalón del pijama desde la rodilla hasta llegar a su pie. Miguel es muy velludo. Me encanta sentir el bello de mi marido en la piel depilada al laser de todo mi cuerpo. Metía mi dedo pulgar entre los suyos.

-Me recibió esta mañana la putita que tienes en tu oficina. La muy zorra olía a mi perfume, seguro que lo has notado ya. Es bonita la zorra. Una zorrita con caché.

Me cogió de la cintura y me besó en la mejilla. Creo que quería comerme el coño la puta-

Comencé a jugar con mi rodilla sobre su muslo mientras le contaba cómo me había enseñado Marta las fotos del piso, y los detalles de la conversación.

Mi mano se coló bajo la blusa del pijama y comencé a acariciar y dar tironcitos del abundante pelo de su pecho. Me encanta como huele. Le tengo prohibido que se perfume para ir a dormir. Una ducha con agua abundante, con un jabón neutro de farmacia, sin olor. Me vuelve loca aspirar su aroma a macho.

Busqué sus pequeños pezones perdidos en la jungla de bello y jugueteé con ellos hasta notarlos duritos.

-Tu secretaria debe ser bisexual. Estoy convencida. Seguro que le encantaría que le follaras el culo mientras y la masturbo con cualquier juguete. Tan joven como puta, te lo digo yo, mi amor-

Mi mano había bajado hasta su vientre redondito y hermoso y colaba algún dedo bajo el elástico del pantalón del pijama, rozando como accidentalmente su erección creciente, pero retirándome inmediatamente para volver a subir.

Me incorporé dejando de hablarle de Marta y le besé en la boca.

-Cuando llegué a Serrano el portero estuvo muy amable, me dijo que podría pasar por hija tuya. El muy cerdo estaba tirándome unas miradas descardas a las tetas. Abrí la gabardina en cuanto le vi. Yo sentada en el coche y el fuera mira que te mira. Pude oler a pesar de la distancia el sudor y el pis seco de sus pantalones-

Aquello era falso, pero Miguel piensa que mi afición por los aromas y olores es enfermiza y a mí me gusta jugar a incrementar esa idea.

Posé mi mano en sus testículos, sobre el pijama y comencé a amasar suavemente. Miguel respondió abriendo las piernas. Ofreciéndose.

-Te he dicho que no te muevas. No pienso repetírtelo.

Abre la boca-

Me arrodillé junto a su hombro y paseé el pezón perfumado entre su nariz y su boca, dejando que la lengua lo tocase en breves y húmedos encuentros. Luego volví a recostarme a su lado y metí mi mano bajo el pantalón aferrando contundentemente la verga henchida y dura como una piedra.

-Lo que te voy a contar lo hice por ti, mi amor, sólo por ti.

Taleb es viejo. Setenta años o así. Es grande, muy grande. Va exquisitamente vestido y tiene un pelo abundante canoso, casi blanco. Su perilla perfilada y una mirada profunda que casi asusta-

Tiré del elástico hacia abajo liberando el pene de mi esposo, dejando sus pantalones y bóxer a medio muslo.

-Chupa- ordené.

Pasé la palma de mi mano por su lengua, recogiendo la saliva y volví a agarrar la berenjena mojándola con su saliva, rozándola con suavidad, recorriendo las venas hinchadas, dibujando con la yema de los dedos húmedos el glande lujurioso.

Cuando le conté como me quité la gabardina para que el árabe me viese los senos bajo las transparencias de la blusa negra, noté que estaba a punto de correrse, así que paré. La polla de mi esposo quedó haciendo unas contracciones en seco, sin correrse, con unas gotas de líquido transparente y denso como el aceite asomando en la glotona redondez de su extremo.

-Me sentía tan zorra como tu secretaria. Una verdadera puta mientras Taleb me desnudaba con los ojos. Su mirada iba a mi culo todo el rato, sabes cariño. Y yo me mojé mientras le dedicaba largas sonrisas en mis explicaciones, insinuándome descaradamente-

Al decirle esto me había puesto a horcajadas sobre él, desabotonando la blusa del pijama de Miguel y posando mis pechos sobre el suyo, arando la plantación de vello con el arado de mis pezones duros. Le sentía excitado y mi coño chocaba de vez en cuando con su mástil hambriento. Su dureza y rigidez eran definitivas.

Terminé de contarle cómo me había cogido Taleb, le conté con detalle cómo me acarició larga y pausadamente, cómo remangó mi falda hasta la cintura, como apartó mi tanga, cómo me besaba el culo tras sentarse dejándome en pié y cómo me masturbó eternamente hasta provocar mí orgasmo. Mientras relataba las escenas fui bajando cómo una culebra sobre su cuerpo, arañando suavemente con mis uñas cada centímetro hasta adquirir la postura en la que el pene de Miguel quedó frente a mi cara.

-Según me corría me metió un dedo en el culo el muy cabrón. Y cuando terminé se resistía a sacarlo. Lo tuvo por lo menos cinco minutos. Me hizo agachar para ver mejor como me entraba y salía-

Esas fueron mis últimas palabras. El poderoso olor del instrumento de Miguel hizo irresistible el manjar, la fruta madura, el descomunal mango.

Comí la carne dura y elástica con mis labios, mi lengua y mis dientes. Descansaba a ratos la boca para pasar a masturbarle con la mano, largamente, desde los huevos al capullo, con una rudeza delicada y contundente.

-Quiero ser tu puta mi amor. Hacer lo que tú me digas. Follar con quien tú quieras-

Miguel, al oír mi petición, no aguantó más. Yo engullí su pene hasta la garganta y sentí el chorro de esperma golpearme en la profundidad, entrar sin pasar siquiera por la boca. Luego dejé que su erección muriese en mi boca. Bailando mi lengua contra el glande que se deshinchaba soltando de vez en cuando gotas sueltas de néctar salado y caliente.