Mi historia 2. Por Andrea

Taleb el comprador de mi primer piso.

Marta me recibió algo perpleja. La sorpresa se reflejaba en su rostro. No suelo ir por la oficina y, desde luego, nunca lo había hecho sola. Siempre que he visitado la inmobiliaria de mi esposo lo he hecho con él.

Marta se levantó de la silla como un resorte al verme. Es extremadamente simpática. Yo creo que en realidad es más lista que un demonio y sabe que esa amabilidad es para su empleo una especie de seguro de vida.

- Hola Andrea. ¿Cómo tú por aquí?-

Me tomó de la cintura delicada y afectuosamente y me besó la mejilla. El aroma de la esencia de Saint Laurent, Cinéma, me invadió. La condenada usa uno de mis perfumes favoritos. La fragancia ponía de relieve su sensualidad, su intenso encanto y su glamor. El fondo del perfume es voluptuoso y cálido, yo lo uso para la cama, para cuando pretendo algo más que sumergirme en los brazos de Morfeo. Es muy muy sensual. Posee un sinfín de esencias sabiamente mezcladas: clementina, flor de almendro, ciclamen, amarilis, jazmín, almizcles blancos y vainilla.

Siempre he sentido celos de Marta. Es una niña de 22 años, rubia y preciosa. Las mujeres siempre pensamos que nuestros maridos nos la pegan con la secretaria. Parece un tópico, pero si la chica es tan joven y atractiva como Marta, una no puede evitar fantasear un poco con esa posibilidad. Cierto que yo nunca he sido celosa, y dada la condición promiscua de los tíos, soy consciente de que mi marido, a sus cuarenta años me la ha pegado fijo, más de una vez. Lo tengo claro. Lo que no sé es si Marta forma parte de esas "aventurillas".

La miré detenidamente, sus hermosos ojos azules me devolvieron una mirada franca, enmarcada en una gran sonrisa. Desde luego, si la chica se lo monta con mi marido, lo disimula de maravilla.

-Veras cariño. Ayer hablé con Miguel y hemos decidido que os echaré un cable con lo de las ventas. Voy a enseñar los pisos durante unos días. A ver qué tal-.

Marta no ocultó su sorpresa y exclamó encantada con la idea: -¡Es fantástico Andrea! Tú sabes que en esto de las ventas somos mucho mejor las mujeres y más si la vendedora es tan atractiva como tú.

No le digas nada a Miguel, pero yo no estaba muy de acuerdo con que tu marido fuese el responsable de esa tarea.

¡Qué bueno! Seguro que se te da bien. ¿Vas a mostrar el que teníamos para hoy?-

Le respondí que sí, y ella fue enseñandome en el ordenador las fotos del precioso dúplex en la zona más exclusiva de la ciudad. Una finca con portero físico y piscina en la calle Serrano. Los antiguos dueños la habían maltratado realmente, pero tras la reforma parecía otro. El precio final, un millón seiscientos mil euros, dejaba claro que no se trataba de una propiedad del montón. Trescientos metros cuadrados distribuidos sabiamente en dos alturas y más de doscientos metros cuadrados de terraza, por no hablar de las tres plazas de garaje.

La cita estaba fijada para las doce del medio día y tan solo eran las nueve y media.

Marta imprimió todos los datos, los del piso y los del cliente, un tal Taleb Tammam, empresario de Dubai, que no había querido dar más antecedentes por teléfono. Así que tanto su apariencia como su edad eran una sorpresa para mí.

El que fuese árabe me resultaba intrigante y me cogía un pellizco de incertidumbre y aventura en el estómago.

Me adelanté considerablemente a la cita. No quería hacerle esperar. Estuve charlando con Roberto, el portero. Un cincuentón barrigudo que escuchó mi explicación cordialmente. Sabía que el piso estaba en trámite de venta y ya había sido testigo de varias visitas atendidas por Miguel.

-¡Ah, es usted la esposa del señor Miguel!- Me dijo cuando me presenté. –Pero es usted tan joven. Podría pasar por su hija-.

Subí al dúplex sintiéndome alagada por el comentario del Roberto. Lo recorrí minuciosamente, leyendo en los folios de Marta las calidades de los materiales y las dimensiones. Memorizando todo detalle que me sirviese para vender el producto. Comunicaciones de la zona, servicios cercanos, etcétera.

A primera hora de la mañana no había querido ocultarle a mi esposo el vestuario que iba a lucir durante la venta. Después de ducharme, con Miguel aún tumbado en la cama, me dirigí totalmente desnuda hacia el dormitorio y me fui poniendo las prendas delante de él. El verde manzana fue el color elegido, tanto para el tanga como para las medias, ambos de gasa fina y transparente. No me puse sujetador. Una blusa de seda negra cuya suave tela jugaba con transparencias cubrió mis pechos. Eso sí, tanto al moverme como al agacharme el tejido delataba la presencia de los vivarachos y bamboleantes pezones.

Observé de reojo como Miguel se tocaba bajo la sábana al observar la parsimoniosa liturgia con la que yo me vestía. Creo que imaginaba las miradas de las que sería objeto en la cita de aquella mañana.

Me puse una faldita de punto negra, muy ceñida y corta. Se ajusta como un guante a mi culo respingón y generoso. Unos tacones verdes haciendo juego y una gabardina negra completaron el atuendo.

Miguel se levantó de la cama y se acercó para besarme. Bajo sus Unno lucía una hermosísima excitación. Metío su mano entre mi cuerpo y la gabardina y apoyó su soberbia lujuria contra mi vientre.

-Andrea, sabes que siempre te he querido. Disfruta con la venta mi amor, luego me cuentas los detalles. Los disfrutaremos juntos -

Le miré fijamente a los ojos buscando el mensaje que necesitaba.

Efectivamente mi esposo aprobaba tácitamente todo aquello que fuese necesario hacer. Es más, yo diría que deseaba profundamente el que yo viviese algún tipo de lance con el señor Taleb. Algún tipo de contacto prohibido.

Su mano posada sobre la lana de la falda, en le cachete derecho de mi trasero me dedicó un jugoso pellizco, y su lengua lamió detenidamente el carmín de mis labios.

Tuve que pintarme de nuevo.

Hasta las doce y cuarto no hizo su aparición Taleb. Mentiría si no dijese que quedé defraudada. El árabe vestía occidentalmente y yo lo había imaginado con su túnica blanca. Soy muy fantasiosa. Eso sí, tenía una perilla con su bigote exquisitamente cuidados.

El segundo detalle que me defraudó del comprador era su edad. Clarísimamente el señor Taleb sobrepasaba los sesenta años.

Pronto me encontré sumergida en mil explicaciones sobre los azulejos y las maderas de los suelos, enseñando vistas, pormenorizando dimensiones. Me olvidé de la parte, digamos lujuriosa, de aquella cita. La edad de mi contertulio me había hecho obviar el tema. Pero fue el propio Taleb el que se encargó de refrescar mi memoria.

-Señora Andrea, creo que estaría más cómoda sin esa aparatosa gabardina-

La prenda estaba aún cerrada, con el cinturón anudado y me cubría hasta más debajo de las rodillas. Yo sabía que al quitármela mis pechos se adivinarían sugerentes bajo la seda semi transparente, y que mi culo ceñido bajo la falda de punto cortísima serían un reclamo para aquel vejete.

Deshice el nudo del cinturón y Taleb se apresuró a sujetar detrás de mí la prenda por los hombros. Luego se dirigió hacia un perchero y la colgó cuidadosamente.

Parecerá raro, pero me sentí desnuda. Creo que fue por culpa de la mirada aguda e insistente de Taleb. Continué con mis explicaciones, pero aturrulladamente, sin concentración. Creo que el árabe notó mi nerviosismo.

-Señora Andrea, ¿cuál es su comisión por la venta de este piso?-. La pregunta me pilló por sorpresa. –Verá señor Taleb mi esposo es el dueño de la propiedad. ¿Comprende?-

-Lleva una bonita blusa-. A mí me costaba respirar. Nunca había estado con otro hombre desde mi matrimonio y la excitación, a pesar de no haber pasado nada, invadía cada uno de los poros de mi cuerpo.

- Gracias Taleb- me sorprendí tuteando a aquel desconocido.

Se me acercó de tal forma que pude aspirar una oleada de perfume Challenge de Lacoste. Soy una obsesa de los perfumes. Tuve que entornar los ojos para disfrutarla.

-Me lo quedo- dijo Talebe casi en mi oído. -¿Cómo?- Yo no podía creerlo.

-El piso. Me lo quedo. Es justamente lo que estaba buscando -.

Taleb, a pesar de su edad era alto, muy alto. Yo estaba junto a él como bajo la sombra de un gran árbol. Me sentía pequeña y sin voluntad propia.

-Cerraremos el contrato aquí mismo. Mañana. A la misma hora. Prepara los papeles. No me gustan las oficinas-

Su mano se había posado en mi nuca, aprisionando el pelo negro contra un cuello sudoroso por la excitación. No me resistí. Un millón seiscientos mil euros estaban en juego.

Acarició mi espalda sobre la blusa, tan lentamente que sus dedos parecieron formar parte de mí misma. Yo guardaba silencio. Recorrió la línea de mi columna, se posó en la cadera, volvió a subir hasta acceder a mi melena, y a bajar hasta posarse en la falda de punto. Se repitió en su viaje muchas veces. Sobando con descaro, impunemente.

-Vendré con mi abogado, tú ven sola. El dinero lo quieres en efectivo o en un talón-

Yo balbucee casi inaudiblemente. – Talón-

Sus dedos tiraban en ese mismo instante de mi falda hacia arriba. Mi culo fue quedando poco a poco desnudo, tan solo surcado por la tira del tanga verde. Taleb se sentó en un sillón cercano y me colocó de espaldas a él.

Besó mi culito tres veces, cambiando cada beso de lado. Luego me masturbó. Utilizó los efluvios abundantes que resbalaban entre los labios de mi chochito y lo amasó y penetró mil veces. Mis piernas temblorosas, descaradamente abiertas y el tanga apartado entre mi coño y el muslo.

De vez en cuando con su dedo dentro, me volvía a besar el culo.

-Eres muy bella. A mi abogado le va a gustar conocerte-

No pude aguantar más y aullé como una loba en celo cuando me sobrevino el orgasmo.

Uno de sus dedos entró en mi culo durante mis contracciones, no sabría decir cuál.